Explora más de 1,5 millones de audiolibros y libros electrónicos gratis durante días

Al terminar tu prueba, sigue disfrutando por $11.99 al mes. Cancela cuando quieras.

La Rosa de los vientos verdes: El Factor Ecológico en Tiempos de Crisis Climática
La Rosa de los vientos verdes: El Factor Ecológico en Tiempos de Crisis Climática
La Rosa de los vientos verdes: El Factor Ecológico en Tiempos de Crisis Climática
Libro electrónico244 páginas3 horas

La Rosa de los vientos verdes: El Factor Ecológico en Tiempos de Crisis Climática

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer vista previa

Información de este libro electrónico

El libro es un relato sobre el factor ecológico, esa suma de ideas filosóficas, éticas, políticas y económicas que buscan un nuevo rumbo para la conducción humana.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento18 dic 2024
ISBN9789560018885
La Rosa de los vientos verdes: El Factor Ecológico en Tiempos de Crisis Climática

Relacionado con La Rosa de los vientos verdes

Libros electrónicos relacionados

Naturaleza para usted

Ver más

Categorías relacionadas

Comentarios para La Rosa de los vientos verdes

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La Rosa de los vientos verdes - Carlos Aldunate Balestra

    Introducción

    En tiempos de crisis climática

    Santiago de Chile, 27 de septiembre de 2019. Decenas de miles de personas, la mayoría jóvenes, ocupan puntos neurálgicos de esta y otras muchas ciudades del país para exigir acción frente al cambio climático. La actividad marca el final de una semana de manifestaciones mundiales a las que convocó Friday for Future, organización inspirada por la adolescente sueca Greta Thurnberg. Solo una marcha contra la instalación de centrales eléctricas en Aysén, en 2011, tuvo una convocatoria semejante, aunque menor. Ahora el objetivo no es local, sino planetario. El «Protege Patagonia», que marcó el final del megaproyecto energético, se convierte acá en «Defendamos la Tierra», «No hay Planeta B», «Unidos contra la destrucción de la Tierra y sus especies», «No derritas el corazón de un glaciar» y «Menos EGO Más ECO». Eso más reivindicaciones animalistas y veganas.

    Veinticinco años antes, Douglas Tompkins, un empresario estadounidense, causa escándalo al comprar extensos bosques nativos en el sur de Chile y Argentina. Su objetivo es protegerlos para que el negocio maderero no los extermine. El mundo político y económico, encarnado en voceros de gobierno, industriales, políticos, periodistas, e incluso sacerdotes, se alarma. Con la adquisición de esos territorios, dicen, el millonario está partiendo en dos al país e impidiendo su desarrollo. Les parece peligroso que alguien pretenda mantener esos bosques al margen del gran mecanismo productivo. Sin embargo, avalado por la ley, Tompkins no se detiene hasta adquirir más de 450 mil hectáreas entre Puerto Montt y Punta Arenas. De ese territorio, la mayor parte será donado al Estado para crear parques protegidos. Al cabo de los años, los temores y las denuncias quedan enterradas y olvidadas, y la obra de Tompkins, muerto en 2015, sigue prosperando.

    Episodios como estos, en distintas magnitudes, se han vivido en todo el mundo en las últimas décadas. Demandas locales que se mezclan con ideas globales, composiciones ideológicas nuevas que chocan con el muro de las ideas establecidas, energías jóvenes que desafían el viejo orden, figuras del sistema que se rebelan y toman banderas verdes, activistas que se multiplican frente a estructuras económicas y políticas incómodas. Así es el fenómeno desatado por la expansión del factor ecológico en todos los rincones del planeta, acelerada en tiempos de crisis climática.

    Se trata de un movimiento que ya causaba sorpresa a fines del siglo XX y que durante estas últimas dos décadas no ha hecho más que crecer.

    Detrás de los conflictos ambientales, las manifestaciones callejeras, el consumo de productos orgánicos, la multiplicación de las bicicletas y el amor a los animales, una silenciosa transformación parece apoderarse de cada vez más habitantes e instituciones en todo el mundo, corrientes subterráneas que al emerger ponen en cuestión conceptos de la política y la economía tradicionales. Hoy ya no convence tan fácil el argumento de que la explotación de ecosistemas es el costo que hay que pagar por más desarrollo y bienestar.

    La confirmación de la crisis climática ocurrida en este siglo ha visibilizado de forma dramática el desequilibrio de la relación entre la humanidad y la naturaleza. Hasta el año 2000, las protestas ecologistas parecían exageradas y sus oscuros pronósticos fuera de tono, en un mundo que, por el contrario, parecía destinado al progreso incombustible.

    A partir de ese momento, sin embargo, más de algo pasó. Los glaciares comenzaron a derretirse más rápido, el patrón de lluvias se volvió menos frecuente, los huracanes se hicieron más destructivos, los incendios masivos se multiplicaron, la vida salvaje encontró su sexta extinción, las cosechas se secaban en territorios más extensos, las migraciones humanas por razones climáticas aumentaron y, principal señal en rojo, las emisiones de combustibles fósiles se encaminaron a romper el umbral del mundo conocido, empujando las proyecciones de temperatura para las próximas décadas más allá del promedio anual de 1,5º, bajo el cual la especie humana ha prosperado. Y detrás, términos como calentamiento global y cambio climático resonando como sinónimos de desastre y colapso.

    Todos estos fenómenos, de presencia diaria en las noticias y en las conversaciones, han permitido a cada vez más personas imaginar cuán grave puede ser vivir en un planeta desequilibrado. Proteger bosques, praderas, glaciares, humedales, ríos y la biodiversidad que alimentan ya no es locura, sino necesidad.

    No es que todos se estén volviendo ecologistas; es solo que cada vez más personas están disponibles para incorporar al factor ecológico en sus vidas. Se han vuelto «ecológicas» o «ecologizadas». Y aunque la palabra «ecología» remite a una ciencia, su contenido ha inspirado ideas filosóficas, éticas, políticas, económicas, e incluso artísticas, configurando una nueva manera de interpretar el mundo.

    Desde el siglo XV, la civilización de la Modernidad se fundó sobre las matemáticas aplicadas a la física y la economía. Bajo sus directrices se expandieron patrones antropocéntricos, industrialistas y tecnocientíficos que están en el origen de la crisis ecológica. Iniciando el siglo XXI, surgen como alternativa las ciencias de la tierra, incluyendo a la biología, la etología, la geología, la mineralogía, la climatología y por supuesto la ecología.

    Estas fuentes de conocimiento engendran conceptos como «límites planetarios», que ponen freno a la actividad humana; «pensamiento ecológico», una racionalidad diferente para reinterpretar y rediseñar el mundo; o «civilización ecológica», hasta ahora una utopía que en China fue enunciada como un objetivo político, conceptos a los que se une una docena de otros más, como «Gran Aceleración», «Huella Ecológica», «Economía Circular» y «Servicios Ecosistémicos», portadores de significados que impactan la vida social, económica y política. Todo ello en un contexto dominado por la aplicación del Desarrollo Sostenible que promueve la Organización de Naciones Unidas para abordar los problemas ecológicos. Consagrado en 1987 con la tarea de incorporar a las generaciones futuras en las decisiones de los gobiernos, pronto encontró en el idioma español otro significado en disputa: el Desarrollo Sustentable.

    Ambos términos se separan por matices ideológicos. Un desarrollo sostenible como el que promueve Naciones Unidas supone el crecimiento económico para conseguir la equidad social y el cuidado ambiental, es decir más capitalismo. El desarrollo sustentable, en cambio, buscando el mismo objetivo, demanda limitar o reducir el crecimiento económico. Acá recurriremos a ambas palabras según la concepción de quienes las usan. Cuando se trata de las instituciones, es decir del Gobierno y las Empresas, el término adecuado será sostenible, mientras que en las esferas del ecologismo y las comunidades será más preciso hablar de sustentable.

    Este trabajo

    Este no es un libro ecologista, sino un compendio de ideas verdes que, como un conjunto de pinturas instaladas en una sala de exposiciones, busca introducir en las temáticas filosóficas, económicas y políticas de la ecología a quien se emocione con ellas. Es también un relato sobre el factor ecológico, esa suma de voluntades e ideas, creencias y actitudes, que con sus luces y sus sombras está en pleno despliegue buscando un nuevo rumbo para la conducción humana, configurando en esa tarea un pensamiento ecológico que década tras década ha ido cobrando mayor presencia.

    La palabra «factor» tiene dos lecturas. En latín, significa «el que hace», y en español designa a aquel elemento o causa que actúa junto con otros elementos u otras causas. Factor ecológico, entonces, apunta al que «hace ecología» y, en lo social, designa al conjunto de personas que «hacen ecología junto con otras personas», una suma de seres que viven y actúan en armonía con las condiciones naturales que las sostienen.

    Entre 1999 y 2000, bajo el auspicio de la Fundación Ford, realicé una investigación para identificar la relación que había entre los distintos discursos ecológicos y su alcance ético. Ese fue el inicio de este trabajo. Se trataba de analizar los conflictos ambientales reproducidos en la prensa. Allí observamos el enfrentamiento entre discursos antropocéntricos, en los que la humanidad detenta el puesto central del mundo, y los discursos ecocéntricos, que reivindican el valor intrínseco de todas las formas de vida y de los procesos y materiales que permiten su florecimiento. Con este punto de partida, descubrimos las variantes que daban forma a las corrientes ecologistas y ambientalistas de esos años.

    Originalmente pensadas como una segunda edición de El Factor Ecológico (2001, también publicado por LOM ediciones), estas páginas fueron evolucionando hasta alcanzar su propia fisonomía. Es en propiedad una secuela que suma al contenido original las variedades de pensamiento verde aparecidas en las últimas dos décadas, cuyo número, alcance y variedad no dejan de sorprender. Las descripciones del factor ecológico en Chile del primer trabajo, en parte historia, en parte diagnósticos, han sido dejadas de lado, confiando en actualizar sus contenidos en un próximo proyecto.

    El libro contiene once capítulos. Diez de ellos muestran distintas expresiones éticas, filosóficas y políticas surgidas en el siglo XX y sus adiciones en el siglo XXI. Allí se encontrarán las raíces del conservacionismo, el ambientalismo, la ecología profunda y la ecología social, las cuatro ramas principales, así como sus expresiones reformistas, éticas, feministas, socialistas, capitalistas y tecnológicas, todas las cuales invitan a tomar posiciones preocupadas del planeta.

    El capítulo 11, «La Rosa de los Vientos Verdes», opera como una síntesis, pero también como un juego y una invitación, donde cada persona puede reconocerse y trazar sus desplazamientos por las inesperadas avenidas que le abre el factor ecológico.

    Terminamos con un apartado de Referencias, donde se presentan autores y textos reseñados.

    Como lectoras y lectores advertirán, el mapa de los trazados verdes ofrece más variantes que las habitualmente descritas. Este ensayo busca mostrarlos en todas sus posibilidades, a la izquierda o a la derecha del esquema político conocido, pero generalmente sobre él, o debajo, corriendo por un eje que se mueve en ciclos, como una espiral, abriendo un sendero fresco hacia otro mundo.

    Una crítica habitual en los últimos años ha reducido el factor ecológico a la categoría de «ideología identitaria», como si el espíritu que encarna, la historia que ha recorrido y sus tantos modos de imaginar el futuro pertenecieran a una suerte de tribu, estrato social, género o compartimento cultural que, entre muchos otros, batalla satisfaciendo su propio ego. Por el contrario, la Rosa de los Vientos Verdes muestra que el pensamiento ecológico escapa de lo aislado, para encarnarse en un enriquecido flujo de ideas, a veces afines, a veces en pugna, que en su lento avance abre una alternativa a las desgastadas formas de la Modernidad.

    Ecocentrismo

    En sus orígenes, el pensamiento ecológico se presentó como una fórmula diferente para una civilización marcada por la dualidad del pensamiento moderno: sociedad aquí, naturaleza allá. En la práctica, ha operado como un «tercero excluido», el elemento imposible para la lógica clásica que dicta que algo es o no es; no hay otra posibilidad. El factor ecológico contradice este supuesto y opta por ocupar el carril que dibuja ese «tercero excluido» que recién empezamos a imaginar. El ecocentrismo es la fuerza motriz de su desplazamiento. Su onda supera el eje moderno y encarna nuevas formas de habitar el mundo de la vida.

    Optamos por mantener esa palabra, «ecocentrismo», aun cuando se ha hecho común en los últimos años su reemplazo por «biocentrismo». Las diferencias parecen tenues, pero son significativas. Mientras el biocentrismo admite el valor intrínseco de todas las formas de vida, el ecocentrismo amplía ese valor a los ecosistemas; por lo tanto, incluye lo biocéntrico, pero también a la materia que rodea y nutre a la vida. Juntos o separados, ambos conceptos se oponen al antropocentrismo dominante, propio de la sociedad tecnoindustrial y su emblema vigente, el capitalismo.

    Preferiremos hablar de «sociedad tecnoindustrial» para referirnos al modelo de desarrollo imperante, aunque se ha vuelto también habitual que toda crítica se concentre en el capitalismo. La revolución industrial levantada sobre combustibles fósiles y la adicción a la tecnología son fenómenos que también ilusionaron al «socialismo soviético», rival del capitalismo en el siglo XX, y hoy al «comunismo capitalista» de China. En la palabra «tecnoindustrial», además, se incluye lo esencial del mundo moderno, que es su inmoderado antropocentrismo.

    En cuanto al capitalismo, dado que en su interior habitan distintas versiones, preferiremos hablar de sus extremos socialdemócrata y neoliberal cuando corresponda.

    También aplicaremos un sesgo positivo hacia la palabra «ecología» y sus derivadas «ecológica» y «ecológico», que añaden mayor significación, postergando otras como «ambiental», «medioambiental» o «socioambiental», de alcance reduccionista y antropocéntrico. No parece que pueda volverse nítida la magnitud del problema sin usar las palabras que le sean más cercanas y representativas.

    Terminamos la redacción de este libro durante los tiempos de pandemia, entre 2020 y 2022. Una pandemia cuyo origen también se conectaba con el avance destructivo de las actividades humanas sobre la naturaleza. Muchas voces se levantaban esperando que el retorno a la normalidad trajera una nueva manera de habitar el planeta, más respetuosa de los espacios ecosistémicos y sus formas de vida. No ha sido así, pero persisten los rumores tectónicos que anuncian una transformación en proceso.

    En tiempos peligrosos, mujeres y hombres, la humanidad entera, estamos invitados a hacernos cargo del factor ecológico en nuestras tareas y decisiones. No hay otro camino que regenerar y estimular la expansión de la vida sobre la Tierra. La diferencia se ha hecho urgente y por eso han germinado tantas formas de «vivir en verde», aunque nadie pueda imponer una sobre otra. Estamos convencidos de que, como en la naturaleza, el resultado debe contener un equilibro en la diversidad y un giro hacia lo complejo. El tiempo de las cosas simples, partidas en dos, ha terminado.

    Capítulo 1

    El factor ecológico

    Ecologismo y ambientalismo - Sociedad ecologizada – Tres criterios - Ecocentrismo – Gaia, el Antropoceno y la Sexta Extinción – El Poshumanismo y los Nuevos Materialismos – La Triple O

    A pesar de sus décadas de historia, de sus heroínas y sus héroes, de sus hitos, de sus rescates campesinos e indígenas, de sus formulaciones filosóficas y políticas, de sus manuales de vida práctica, su reivindicación de lo austero y lo orgánico, sus variantes económicas, de sus impactos en las ciencias de la tierra, a pesar de todo ello, las expresiones ecológicas siguen siendo difusas ante el público. Se han fortalecido, sí, pero en las sombras de una sociedad que aún prefiere ignorarlas.

    En el mundo de las instituciones, alineadas detrás del gobierno y las empresas, los tres o cuatro conceptos que repican sobre temas ecológicos suelen terminar fundidos en un par de calificativos del tipo «ecoterroristas», «abraza-árboles» o «fundamentalistas», sobrenombres que ocultan caricaturas. Como resultado, queda anulada la posibilidad de descubrir elementos valiosos en las voces verdes. Ha sido así desde el principio.

    El tono de la descalificación reafirma los prejuicios sobre ellas, aunque no se equivocan los que piensan que su objetivo es la transformación del sistema. Quienes se sienten atacados por esta demanda han tenido escasos deseos de buscar acercamientos. Tampoco se reconocen disponibles para aceptar lo fundamental: que está en plena formación un fenómeno surgido durante el siglo XX que es más un espíritu o una intención que una doctrina fija, espíritu del que nadie puede apropiarse, que se esparce como una niebla fresca, delicada y fina en campos y ciudades. Ese espíritu es el factor ecológico.

    Una de sus más claras descripciones es la que ofrece el británico Andrew Dobson, quien lo muestra como una moneda de dos caras: ecologismo y ambientalismo, términos que son «lo suficientemente diferentes como para convertir su confusión en serio error intelectual». El ambientalismo, precisa, aboga por una aproximación administrativa a los problemas ambientales, convencido de que pueden ser resueltos sin grandes cambios en los actuales modelos de producción y consumo. El

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1