La mujer no tiene nombre
Por Duygu Asena
()
Información de este libro electrónico
Considerada como el primer manifiesto feminista de Turquía, La mujer no tiene nombre evidenció la lucha de las mujeres turcas por escribir su propia historia. A través de sus páginas acompañamos a su protagonista, una mujer de clase media y de origen urbano, desde su infancia hasta la madurez. Una mujer innombrada que cuestiona los límites de una sociedad dominada por los hombres y que experimentará en primera persona temas tabúes como la sexualidad, el aborto o la infidelidad, mientras trata de abrirse paso en un mundo donde la desigualdad y la violencia funcionan como elementos coercitivos.
Narrada en primera persona y construido con un lenguaje rico y directo, la novela fue prohibida por impúdica y, tras un largo proceso judicial, se convirtió en un gran éxito de ventas y en un clásico instantáneo de las letras turcas.
Un clásico contemporáneo de las letras turcas.
Una obra germinal, considerada el primer manifiesto feminista de Turquía.
Una historia de liberación individual y colectiva.
Relacionado con La mujer no tiene nombre
Libros electrónicos relacionados
Entre mujeres Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMañana ya no hablaremos de nada Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEstoy bien Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa casta de los castos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEsa chica buena onda Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesTomates verdes fritos: en el café de Whistle Stop Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Genética de los monos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesFiebre de carnaval Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cazar mariposas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa Central Calificación: 3 de 5 estrellas3/5En las manos, el paraíso quema Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCartas a Dorothy Calificación: 3 de 5 estrellas3/5La tierra sobre tus huesos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl centelleo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAl otro lado de la línea Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl pájaro de leche y sangre Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesNo se van a ordenar solas las cosas Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Patadas en la boca Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa inquebrantable belleza de Rosalind Bone Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Tiene la noche un árbol Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesTetas: Una historia natural y no natural Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesOtaberra Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMi marido Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Valentino Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesHierro viejo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesTransporte a la infancia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl secreto del bosque Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesComandante Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCarnada Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesVolver a cuándo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Ficción feminista para usted
Brujas anónimas - Libro I - El comienzo: Brujas anónimas, #1 Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Brujas anónimas - Libro II - La búsqueda: Brujas anónimas, #2 Calificación: 3 de 5 estrellas3/5La otra profecía Calificación: 2 de 5 estrellas2/5La débil mental Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Un Amor Orgulloso Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLas dos caras del deseo Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Diálogo de una prostituta con su cliente y otras obras Calificación: 4 de 5 estrellas4/5LA SEÑORA DALLOWAY: Virginia Woolf Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCodicia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesHistóricas: Movimientos feministas y de mujeres en Chile, 1850-2020 Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Las formas de la memoria Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesHuérfila Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa ruta de su evasión Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesPoderosa: Reflexiones de una mujer desobediente Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesAL FARO: Virginia Woolf Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesBrujas anónimas - Saga completa (Boxset): Brujas anónimas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesYeguas exhaustas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCarrusel Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesHumanas Calificación: 1 de 5 estrellas1/5Tres relatos de mujeres: Carta de una desconocida, Veinticuatro horas de la vida de una mujer y Miedo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Categorías relacionadas
Comentarios para La mujer no tiene nombre
0 clasificaciones0 comentarios
Vista previa del libro
La mujer no tiene nombre - Duygu Asena
Título original turco: Kadinin Adi Yok.
© del texto: Duygu Asena, 1987, representada por Kalem Agency.
© de la traducción: Julia Martínez, 2024.
© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S. L. U., 2024.
Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.
rbalibros.com
Primera edición: marzo de 2024.
REF.: OBDO290
ISBN: 978-84-1132-696-4
EL TALLER DEL LLIBRE • REALIZACIÓN DE LA VERSIÓN DIGITAL
Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito
del editor cualquier forma de reproducción, distribución,
comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida
a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro
(Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org)
si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra
(www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).
Todos los derechos reservados.
1
Tenemos un jardín precioso, rodea la casa por tres de sus costados. En su interior hay árboles frutales, gatos y perros. Dentro de la casa hay unas escaleras que llegan hasta arriba, y también está mi hermana. Aunque ella no puede bajar sola por las escaleras todavía.
Nuestros amigos vienen siempre a nuestro jardín. Me caen bien tanto las niñas como los niños. Para mí, no hay ninguna diferencia entre ellos.
Pero para mi padre, sí.
La cara de mi padre es como la de un gato enfadado, no, no, la de un perro, no, de hecho, como la de un burro. Me irrita mucho. Los ojos de mi padre nos observan fijos a través de la ventana. Está tan furioso que es como si sus miradas lanzaran fuego. Su cara es como una máscara aterradora. Los niños le tienen miedo a mi padre. Las niñas no, porque mi padre no las mira con enfado.
No voy a la escuela, pero ya he crecido mucho. Sé que a mi padre no le caen bien los chicos y sí las chicas, aunque no entiendo la razón, porque mi padre es también un chico.
Los chicos han empezado a darse cuenta. Cuando ven a mi padre, se comportan de forma extraña. A pesar de no haber cometido ningún crimen, es como si hubieran hecho algo malo. Ya no entran al jardín por la puerta, sino saltando por uno de los muros laterales. Así no son vistos. Pero, por alguna razón, ellos también comienzan a serme antipáticos. Cuando mi padre no nos ve, quieren hacer cosas a escondidas. Por ejemplo, aunque mi padre esté en la ventana, nos tiran del pelo, nos levantan la falda, nos agarran del escote para mirar dentro. Se alegran cuando mi padre no los ve, y gritan como si se hubieran alzado con alguna victoria. Cuando no son descubiertos por mi padre, son más fuertes que nosotras.
Desde que mi padre ha comenzado a mirar por la ventana con su horrible cara, se está gestando cierta hostilidad entre los chicos y nosotras. Ha empezado algo que no es nada agradable y que va a cambiarlo todo, pero ¿el qué?
En mi interior, le digo a mi padre: «Papá, papá, ¿por qué nos miras a través de la ventana? Antes de que lo hicieras, ellos no nos subían la falda, nunca nos decían groserías. Papá, no nos mires por la ventana, no asomes la cabeza, no te conviertas en su enemigo. Al no quererlos, se convierten también en tus enemigos; sin tenerte ningún miedo, han hecho un juego de poder hacer cosas a escondidas de ti. Las consecuencias las pagamos nosotras. ¿Por qué te entrometes entre nosotros?».
Un día, mi madre le dijo a mi padre:
—Eres demasiado duro con las niñas, atemorizas a los niños en el jardín, no son más que unos niños pequeños.
Mi padre le dijo a mi madre:
—Ni niños pequeños ni nada, ¿acaso no tienen pene?
Me sorprendió mucho. Entendía más o menos lo que había dicho, pero no hubiera esperado nunca que se enfadara con ellos por eso. Además, mi padre también tiene uno, no entiendo para nada por qué se enfada con ellos.
Me quedé desconcertada, pero tengo que resolverlo. Necesito saber qué es lo que está pasando.
2
Hace mucho calor, no hay nadie en el jardín. Mi hermana pequeña está enferma arriba, en la cama. Estoy harta, todo el mundo está pendiente de ella. No sé por qué, pero siempre la quieren más a ella, a mí me dicen que ya soy una niña mayor. Yo no quiero ser una niña mayor.
El hijo del vecino de al lado se ha subido al muro. ¡Psst, psst!, me llama. «Ven», le digo, y salta a nuestro lado. «¿Cuántos años tienes?», le pregunto. Pone su dedo pulgar encima del meñique y dice «Unooo». Luego pone los otros dedos que le siguen encima y dice «Cuatrooo». No me lo creo para nada, de hecho me da igual, como si tiene tres años, pero es un niño, este niño es diferente a nosotras, y lo que lo hace diferente está en un lugar que no se ve. A mi padre tampoco le gusta esta diferencia.
No hay nadie alrededor, voy a averiguar en qué consiste esta diferencia.
—Bájate los pantalones —le digo.
—Aaaah. Primero bájate tú las braguitas, después yo —dice. Muy avispado, pero está claro que él tampoco sabe nada de esto. ¿Y qué pasa si me bajo las braguitas? Bueno, ¿y por qué nos hacen llevar braguitas?
Se ha dado cuenta de que voy a hacer trampas.
—Si te bajas las braguitas, te doy estas revistas —dice. Genial, revistas con fotos a color...
—Bueno, pero primero lo haces tú y luego yo —digo. Para bajarse los pantalones de rigor, me da las revistas para que las sujete, se da la vuelta y se baja los pantalones hasta abajo. Dos círculos minúsculos rosas, con una raya en medio, como un melocotón. El nuestro es igual. No encuentro nada interesante, tampoco es diferente.
Cuando dice «Venga, te toca a ti», me voy corriendo a casa con las revistas. Las niñas buenas nunca se bajan las braguitas, aunque creo que las niñas buenas tampoco sienten curiosidad por los pompis de los niños.
Al fin lo tengo. Nuestros vecinos vienen a casa con su bebé recién nacido, sé que es un niño, me quedo pegada a él, hago como que me gusta el bebé. En algún momento le tendrán que cambiar el pañal.
Mi madre le dice a la vecina: «Está encantada con tu bebé, ni con su hermana mostraba tanto interés». De hecho, no me gustan los bebés, pero si lo creen así, mejor.
Le cambian el pañal al bebé, me quedo mirando fijamente. Sí, hay algo, algo pequeñito. ¿Será esto?
Mi padre está cada vez más raro. Como si no fuera suficiente enfadarse con los chicos, ahora también la ha tomado con los animales. En realidad, los animales que hay en el jardín de nuestra casa son muy monos. Sobre todo un perro blanco como la nieve al que le damos leche todos los días. Le hemos puesto de nombre Cacik.[1]
Un día, mi padre llegó del trabajo con unos hombres con pinta de malhechores. En sus manos llevaban unas bolsas enormes en las que habían metido a los gatos y perros que habían recogido por ahí. Los metieron en el coche y se los llevaron. Nosotras lloramos mucho, nos pusimos tristísimas, le preguntamos a mi madre la razón. «Estaban haciendo travesuras, vuestro padre no quería que lo vieseis», nos contestó.
Al día siguiente, nos dimos cuenta de que todos nuestros gatos y perros habían vuelto, jugaban alegremente unos encima de otros. En cuanto los vio mi padre, se enfadó tanto que, nada más salir al jardín, empezó a separarlos a todos a base de patadas y manotazos.
Después del mediodía, llegaron de nuevo los mismos hombres, pusieron de nuevo a nuestros gatos y perros en sacos enormes. Mi padre les ayudó. «Os voy a tirar en un sitio que ya veremos si podréis volver», dijo. Uno de aquellos hombres malos empezó a meter en el saco a nuestro perro blanco Cacik. Cacik se resistió, incluso mordió la mano del hombre. Entonces, el hombre golpeó la cabeza de Cacik. Cuando ya estaba metiendo a la fuerza la cabeza de Cacik en el saco, nos quedamos mirándonos a los ojos. Era como si estuviera llorando, como si me dijera «¿Por qué te quedas parada? Haz algo». Cacik no podía entender que yo, como él, solo era una niña.
Ese día no paramos de llorar. No podíamos entender qué tipo de travesura habían hecho nuestros animalitos.
Perros hembra, perros macho... No sé.
Mi padre no llenará un saco con chicos y los tirará por ahí, ¿verdad?
3
Ya no nos lo pasamos bien ni en el jardín. Ya no podemos jugar tranquilamente con nuestros amigos. Mi padre se entromete en los asuntos de todos. De vez en cuando incluso se enfada con mi madre. «No llegues tarde», le dice. Le pregunta continuamente «¿Adónde vas? ¿A qué hora volverás? ¿Cuánto dinero has gastado? ¿A cuánto lo compraste?». Mi madre a veces llora, creo que le tiene miedo. Ella nunca le ha preguntado a mi padre «A qué hora volverás, adónde vas, cuánto dinero has gastado». Mi padre tiene mucho dinero, mi madre no, nosotras tampoco, papá es el que nos da dinero a todas. Creo que, como es él quien nos da dinero, se mete en todo. El dinero es muy importante.
Papá ya no deja que nos pongamos pantalones, mi madre tampoco se los pone. Como le tenemos miedo, suplicamos a mamá diciéndole: «Mami, porfi, porfi, dile a papá que nos deje llevar pantalones». Mi madre entonces le pregunta a mi padre y le dice: «No te entrometas tanto, déjalas, son niñas pequeñas. ¿Qué va a pasar porque se los pongan?». Y mi padre le contesta a mi madre:
«Qué niñas pequeñas, señora, el otro día cuando volvían de la tienda, dos hombres por detrás gritaron Uy, mira a las chiquillas...
. Lo vi con mis propios ojos. Si esos hombres no llegan a estar dentro de un coche, los hubiera despedazado. Nada de pantalones, no insistas tú tampoco».
No sé por qué no podemos ponernos pantalones, solo porque un hombre nos haya llamado chiquillas. Mi madre también nos dice chiquillas; pero mi padre nunca nos llama así, ni siquiera nos toma en brazos.
Mi padre ya no quiere que los niños entren en el jardín, pero, cuando está cenando, lo hacen a escondidas. Les parece muy emocionante.
Una noche, uno de los chicos me dijo: «Tu padre no nos deja entrar por si os hacemos cosas». A los otros les entró la risa tonta. No me gustó nada esa risa. ¿Qué era lo que podían hacernos?
«Si nos hacéis algo, nosotras os lo haremos también a vosotros, somos más», le dije.
Jugamos al escondite a contrarreloj hasta que mi padre termina de cenar. Siempre quiero esconderme con Mehmet. Hay un pino muy pequeño, nos ocultamos detrás. Allí nos acurrucamos. Me encanta.
Pero entonces, de repente, mi padre se asoma a la ventana y me llama. Nos llama para que vayamos dentro, y a ellos los echa. Se van como si fueran delincuentes, me da mucha vergüenza.
Mi padre sigue gritando «Es la última vez —dice—, no quiero volver a ver a esos inútiles en el jardín».
Pero ¿por qué, papá? ¿Por qué? ¿Por qué?
En fin, al menos no ha prohibido la entrada a las niñas.
4
—Mamá, ¿yo voy a tener tetas?
—Claro, hija, ya eres mayor, muy pronto también tendrás tetas.
—¿Por qué yo también voy a tener tetas? ¿Para qué sirven las tetas?
—Cuando tengas un hijo, beberá leche de tu teta, así crecerá.
—¿Por qué no se puede mamar leche de las tetas de los papás?
—Porque eso es cosa de las mamás.
—¿Por qué no es cosa de los papás? ¿Cuál es su responsabilidad entonces?
—Su responsabilidad son los hijos... Educarlos lo mejor posible. Ganar dinero para ellos, traerlo a casa, vestir a los hijos lo mejor posible, darles una educación, criarlos.
—¿Hacen estas cosas porque no tienen tetas?
—No, cariño. Su responsabilidad es trabajar, ganar dinero.
—Y vosotras, ¿por qué no trabajáis y ganáis dinero? ¿Porque tenéis tetas? ¿Porque dais leche?
—Pero ¿cómo dices eso, hija? Si nosotras quisiéramos, trabajaríamos, pero no tenemos nada de tiempo; si no, ¿quién os criaría?
—No quiero que me salgan tetas. Quiero ganar dinero. Si tengo dinero, puedo hacer todo lo que quiera. Aunque Berrin sí que quiere tener tetas grandes. Quiere tener bebés, tener una casa, criarlos. Yo no quiero. Las tetas hacen llorar a las mujeres, se ponen gordas. Sus maridos también se vuelven feos y ariscos.
—Pero qué niña tan pesimista te has vuelto. No pienses en estas cosas, todavía eres muy pequeña. Mira a Berrin, qué bien está jugando dentro con las muñecas. Ve con ella, juega tú también.
—Vale, y mamá, ¿cómo se hacen los bebés? ¿Por qué nunca me lo explicas?
—Ya te lo expliqué, hija mía. Cuando dos personas se casan, se hace un bebé.
—No es así. Ali dijo: «Los hombres hacen pis dentro de las mujeres, luego nace el bebé». ¿Es verdad, mamá? ¿Por qué hacen pis dentro de nosotras?
—Ay, Dios mío, me voy a enfadar. No hay nada de eso. Nada en absoluto. Anda, ve a jugar. ¿Por qué no eres una niña buena como Berrin? Ten un poco más de paciencia, espera hasta que te crezcan los pechos, sé una niña buena, juega con las muñecas.
—Mamá, mamá, me duelen los pezones. Y se me han puesto los pechos duros.
—¿Qué andas gritando? ¿Por qué lloras? Déjame ver. ¡Ay! Mi niña preciosa se ha hecho mayor, le han crecido los pechos. Oh, Dios mío, oh, Dios mío, estás hecha toda una mujercita.
—Mamá, me duelen mucho. Me da vergüenza, no quiero convertirme en una mujercita; los chicos me miran, dicen cosas raras. Las vecinas me dicen «A ver, ¿ya han crecido?», y me tocan ahí todo el tiempo. Me duele mucho, no quiero convertirme en una mujercita.
—Qué rara eres, hija mía. Mira a Berrin, ¿acaso llora? Incluso para que le crezcan más se tira de los pezones. No te encorves, ¡a ver!
—Mamá, la madre de Berrin le ha dicho: «Dependiendo de dónde las pongas, así te crecerán las tetas». Ella las ha puesto en el cubo para bañarse para que se le hagan grandes. ¿Lo hago yo también?
—Hazlo, dependiendo de cómo las quieras de grandes, ponlas en algo de ese tamaño.
—¿Las pongo en el cuenco del yogur, mamá?
—Sí, hija, ponlas, ponlas. No llores y ponlas donde quieras... ¡No vayas encorvada...!
—Hija mía, te dije que compraras diez huevos y en la bolsa hay dos huevos, ¿dónde están los otros?
—Mamá, mami, yo compré diez.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué te ocurre que vienes colorada y con el rostro sudado?
—Mamá, cuando volvía de la tienda, al pasar por enfrente de la cafetería, los hombres empezaron a mirarme un montón. Nunca me había pasado hasta ahora. Me miraban fijamente. Dijeron algunas cosas. Empezaron a gritar «Ay..., ay...». Me asusté mucho. Al echar a correr, se rompieron los huevos.
—¡Maldita sea su estampa! ¡Que Dios los maldiga! Decir esas cosas a una niña pequeña. No volveré a enviaros a ningún sitio. Que tu padre no se entere.
5
El día que empiezo la escuela primaria me toca en la misma clase que a Mustafá, un niño de mi barrio. Me alegro mucho porque no conozco a nadie. Además, tengo miedo, aunque lo disimulo. Me entran ganas de llorar, pero no debo llorar. Llorar es algo malo. Los papás de mis amigos siempre les dicen a sus hijos: «Los niños no lloran». Según dicen, no está bien llorar. Bueno, aunque si llorar no es algo bueno, ¿por qué no se lo prohíben a las niñas? ¿Acaso está bien que las niñas hagan cosas malas y no los niños? ¿O es que hay cosas malas diferentes para niños y para niñas? Pero eso no puede ser, lo malo es malo, ¿puede que lo que es bueno para unos sea malo para otros?
Mustafá y yo nos sentamos juntos en clase, uno al lado del otro. Mustafá hace pis encima de los gatos, les ata una lata a la cola, pero, bueno, me cae bien.
El segundo día voy al cole tranquila. Estoy contenta de tener a Mustafá en la clase. Me dirijo a mi pupitre, busco a Mustafá, pero se ha ido y está sentado en la fila de atrás. «Ven, anda, ven», le digo. La maestra se acerca a mí y me dice: «Ya no vas a sentarte con Mustafá, te sentarás con Sibel». No puedo reprimirme. Sin ningún miedo me enfrento a la maestra y le grito: «¿Por qué? Pero ¿por qué? Es mi amigo». No quiero llorar, pero empiezo a sollozar sin parar. Me pongo a chillar, de todos modos a las niñas no les está prohibido llorar. Las niñas son libres.
La maestra me lleva fuera de la clase y me dice:
—Chiquitina, ¿por qué te pones tan triste? Mustafá sigue siendo tu amigo, pero Sibel se sentará a tu lado porque así lo quiere tu papá.
Me quedo helada, las lágrimas que me salían a borbotones de los ojos parece que se han detenido de repente. Primero tiemblo por dentro, luego por fuera... Tiem... tiem... tiemblo.
—Bien, ya no me sentaré más con Mustafá.
6
Ya lo veo con total claridad. Mi padre quiere protegernos de los chicos. Porque los chicos son criaturas malvadas. Yo misma ya he empezado a creerlo. Porque el otro día, Ali metió la mano dentro de la blusa de Berrin. Berrin comenzó a dar chillidos. En cualquier caso, nuestros pechos son más o menos iguales. Pero, más adelante, los míos van a crecer. Ellos nos levantan la falda, quieren ver nuestras tetas, nos pellizcan. Nosotras no les hacemos a ellos nada de eso. A veces jugamos a echar pulsos o hacemos luchas en la arena. Nos ganan enseguida. Supongo que es verdad que son más fuertes que nosotras. Pero nosotras también tenemos que lograr que no nos hagan las cosas que no queremos que nos hagan. Para ello, nosotras también tenemos que ser fuertes. El otro día, Mehmet dobló con solo una mano la tapa de una botella de gaseosa. «Yo también lo puedo hacer», dije. No pude. Pero lo presiento... Yo también tengo que ser fuerte. En estos últimos días no pienso en otra cosa.
Por fin lo he descubierto. Cavando en la tierra, en el jardín, jugando, comprendí cómo voy a hacerme fuerte. Las personas y los chicos tienen miedo de tantas cosas...
Por la mañana me levanto temprano. Salgo al jardín. Empiezo a cavar al pie de los árboles. Al profundizar un poco, comienzan a aparecer esas cosas aterradoras. Cosas repugnantes, me quedo sin aliento. Gusanos rechonchos y apelotonados. Tengo que tocarlos. Sé que, cuando los toque, lograré una gran fortaleza. Si puedo lograrlo, los chicos ya no se burlarán de nosotras.
Acerco mi dedo índice a uno de ellos, lo toqué. Superblando, asqueroso. Retiro mi mano enseguida. Pero tengo que lograrlo. Esta vez aproximo dos dedos, lo toco. Los mantengo un poco más de tiempo. Parece como si el corazón se me fuera a salir del pecho. Ni siquiera yo puedo creer que esté haciendo una cosa tan horrible. Pero es mi deber.
Son asquerosos, pero no creo que sean peligrosos. No muerden, ni intentan morder. Ni siquiera tienen boca. Acerco mi mano a los otros. Ahora, los dedos índices de las dos manos tocan un gusano cada uno. Cuánto tiempo está pasando, cuánto estoy sufriendo, no lo sé. Aquí lo tienes: un gusano, entre mis dedos índice y pulgar, retorciéndose y enroscándose en el aire. Cojo otro. Dos gusanos en mis dos manos, así me quedo durante un largo tiempo. Mi cara está roja como un tomate, estoy sudando. Siento que voy a desmayarme.
Después, pongo uno en la cuenca de la mano. Luego
