Metáforas de ausencia en México
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Metáforas de ausencia en México - Rodolfo Gamiño Muñoz
Advenimientos
El libro Metáforas de ausencia en México es un texto que reúne algunas reflexiones que nacieron con el cambio, transición democrática o alternancia política acaecida en México en el año 2000. Este acontecimiento político reveló la experiencia de un nuevo tiempo histórico: el Partido Revolucionario Institucional ( pri ) después de siete décadas en el poder fue expulsado de la presidencia de la República, el resultado electoral otorgó el triunfo al Partido Acción Nacional ( pan ).
La alternancia política o transición democrática demandó repensar el modelo tradicional de hacer historia, orilló a trazar un giro historiográfico y a cuestionar algunas categorías, tales como historia contemporánea
, pues a principios del siglo xxi la elaboración de la historia contemporánea no equivalía a historiar el tiempo presente.
Desde entonces, la realización de una historia del tiempo presente o historia vivida ha sido un reto teórico-conceptual, epistemológico y, sobre todo, metodológico. Un reto que el grueso de las instituciones mexicanas de enseñanza y de investigación histórica poco han querido abordar abierta y formalmente.
La alternancia política fue un suceso, una coyuntura que emplazó a historiar nuestra propia vida como acontecimiento histórico. El presente nos detonó como un hecho novedoso que involucraba el pasado, particularmente, la violencia social y política del Estado mexicano contra la oposición y la disidencia.
Bajo esta lógica, algunos historiadores se obligaron a reflexionar sobre las conexiones de ese pasado con el presente; en cómo la historia del pasado era realmente un referente importante para el presente, para el tiempo vivido. Paralelamente, meditaron cuál había sido su papel como hacedores de historia y cómo debían afrontar el pasado plagado de violencias.
La alternancia evidenció que la capacidad administrativa y el blindaje construido por el Estado mexicano en torno al pasado se diluían al entrar el siglo xxi. La institucionalidad sui generis de la era priista no se había visto interrumpida. Por primera vez en 70 años, la violencia del pasado se convertía formalmente en un tema de estudio histórico. Para tal efecto, se creó por decreto presidencial la Fiscalía Especial para la Atención de Hechos Probablemente Constitutivos de Delitos Federales Cometidos Directa e Indirectamente por Servidores Públicos en contra de Personas Vinculadas a Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp).
El gobierno del pan colocó los derechos humanos como un elemento prioritario de su política de justicia; fueron utilizados como un estandarte de legitimidad transicional.¹ Las violaciones a los derechos humanos cometidas en el pasado ocuparon el debate público, un diálogo que fue soterrado durante las más de seis décadas que duró el régimen priista.
Violencia, represión sistémica, detención extrajudicial, tortura y desaparición forzada fueron algunos de los elementos que se integraron, prioritariamente, en la agenda política del gobierno de la alternancia.² Las explicaciones que los historiadores habían esgrimido sobre el pasado inmediato no parecían encajar con las demandas históricas que exigía el presente.
El pan asumió ser el gobierno del cambio, ello implicaba –al menos idealmente– esclarecer y castigar los delitos de lesa humanidad cometidos por el anterior régimen en diversos episodios de represión política, acaecidos durante al menos las últimas cuatro décadas del siglo xx.
La transición o alternancia trajo consigo la apertura de los archivos secretos del Estado, esos expedientes resguardados en los oscuros sótanos del régimen, alejados de toda auscultación pública. La apertura documental del pasado y la voluntad política mostrada por el gobierno del cambio por llegar a la verdad forzó a los hacedores de la historia a reflexionar sobre sus capacidades y límites en esa empresa. Esa reflexión semejó al dilema planteado por Pablo León y Jesús Izquierdo ¿Era el fin de los historiadores?
los cambios entre pasado, presente, futuro, y más concretamente la posición del tiempo en la sociedad y la cultura del siglo
xxi
, ya que buena parte de los grandes relatos –la propia filosofía de la historia– en que se había fundado la supuesta modernidad se había derrumbado ante la proliferación de dramáticos acontecimientos que no encajaban en sus predicciones.³
Los acontecimientos del presente desnudaron el pasado, ese pasado que fue cuasi en su totalidad socavado de la narrativa y memoria nacional, como ya se sostuvo, ese pasado no encajaba con las versiones de la realidad. La tergiversación, la mentira y el silencio fueron parte de la complicidad entre los detentadores del poder y los hacedores de la historia nacional. El presente no estaba previsto en las auguradas condiciones de posibilidad.
Paradójicamente, 17 años después de la alternancia política, el pasado sometido a investigación histórica seguía vigente, el pasado no estaba clausurado, era evidente que tanto en el pasado como en el presente el consenso de los hombres de Estado para administrar la democracia seguía siendo la violencia política y social. La violencia de Estado como una latencia que conforma el presente:⁴ Aguas Blancas, El Charco, Tlatlaya, Tahuato, Nochixtlán, Apatzingán, Chalchihuapan, Ostula, Calera, Iguala-Ayotzinapa.⁵ El país entero fue atestado de sucesos que develaron esta premisa. Las marchas de miles de familias que dispersas han caminado en la vasta geografía nacional, sumando de forma contundente su voz y empeño por encontrar a los suyos y exigir verdad y justicia lo confirman.
Un ejemplo de lo acontecido tuvo lugar el 4 de abril de 2017, en un diálogo sostenido entre padres de los 43 jóvenes desaparecidos de la Escuela Rural Isidro Burgos de Ayotzinapa, en el estado de Guerrero, con la periodista Daniela Rea, el poeta y activista Javier Sicilia y el prestigiado académico Boaventura de Sousa Santos. El Auditorio José Sánchez Villaseñor, de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México, fue testigo.
Ese 4 de abril el tiempo colapsó, varios fueron los motivos: los padres de los jóvenes desaparecidos dejaron ver su cansancio, su desgaste y su tristeza acumulada. Emplazaron a los asistentes cuestionándoles: ¿cómo es que podemos aceptar un país podrido? Señalaron que era indigno, que era indigno tener un país podrido. Que si nosotros como ciudadanos aceptábamos eso tendríamos que suicidarnos. El conjunto de ponentes coincidió en asemejar a México con Auschwitz, porque era un país productor de cadáveres.
Los padres de los jóvenes desaparecidos de la normal rural de Ayotzinapa concluyeron argumentando que en este momento las ciencias sociales guardan silencio porque no tiene la elocuencia. La reportera Daniela Rea calló, ella sostuvo que no había palabras, que sólo había lágrimas e impotencia después de lo narrado, lo vivido y escuchado. En todo el auditorio se hizo un silencio sepulcral. El silencio duró un minuto, dos minutos, tres minutos, apenas se escuchaban los sollozos y el secar de lágrimas de los ponentes, periodistas, camarógrafos, así como de los escuchas. La confusión presidía entre los participantes y los asistentes.
El auditorio fue testigo de un sentir histórico lleno de mudez. El académico Boaventura de Sousa Santos rompió el silencio, sacudió sus manos, limpió su nariz con un pañuelo blanco y posteriormente sentenció: la dignidad del pueblo mexicano nace hoy de la indignidad del Estado. De ese Estado débil, de ese Estado que mata dos veces para estar seguro de que mató. El pueblo mexicano es mejor que su Estado, este pueblo sostiene una lucha, resiste a favor de la dignidad y la vida
.
Días después, el activista y poeta Javier Sicilia sentenció que
México sufre una degradación moral ante la violencia, donde las certezas y la vida han colapsado. En este contexto el hombre ha quedado roto, mutilado, deshabitado. En este México ha triunfado la imposición de lo absurdo, la evidencia de lo contra natura, la presencia del mal radical. En este contexto de violencia extrema, la experiencia sensible ha quedado atrapada en una nada, en un vacío".⁶
Indiscutiblemente, siguiendo el argumento de Sicilia, se debe subrayar que la violencia en México es un suceso bisagra entre el pasado y el presente, un puente sin el cual perdemos la lectura del conjunto. La violencia es un fenómeno de larga duración, aunque la narrativa histórica oficial se ha empeñado en fragmentarla, en vaciarla y clausurarla temporalmente en el cajón del pasado. En otras consideraciones, la violencia es un fenómeno latente que debe obligarnos a impedir clausurar el pasado y, paralelamente, a resistir contra el olvido, el cual se impone como política de Estado.⁷
Debemos considerar la violencia política y social como un suceso latente que ha sido ejecutado en un tiempo circular. Esto ha quedado registrado en los testimonios de cientos y miles de familias que rondan por todos los rincones del país como si fueran ecos sonámbulos. Miles de narraciones del pasado y del presente dan cuenta de estas experiencias dolorosas que han sido vividas y experimentadas, no sólo en el presente, sino, al menos, durante las últimas cuatro generaciones.
La violencia como una constante debería emplazarnos a responder las siguientes preguntas: ¿cuál es la relación que los mexicanos como sociedad democrática tenemos con las violencias del pasado y las violencias del presente? ¿La violencia política y social es un suceso, un fenómeno que en términos históricos poco se ha analizado y, estudiarlo, equivale a tener la llave de acceso al pasado y la alternativa para formular respuestas a las demandas del presente? ¿Cómo historiar la violencia? ¿Cómo historiar la injusticia? ¿Cómo historiar la desaparición de personas? ¿Cómo historiar la ausencia?
En la búsqueda de respuestas, encontramos a los historiadores habitando en los márgenes de estos cuestionamientos, alejados y aislados de estos debates, como si fuera únicamente competencia temática-analítica de los sociólogos, antropólogos, politólogos o comunicadores. Los historiadores, en su gran mayoría, se han escondido de los problemas de su tiempo, tal parece que han abandonado su función social justificándose una y otra vez con el vetusto presupuesto de Benedetto Croce: La historia es siempre contemporánea
.
Es evidente que la violencia política y social desplegada por el Estado tanto en el pasado como en el presente no podrá ser conocida, analizada y explicada desde un trabajo teórico, epistemológico y metodológico propio del quehacer histórico tradicional. Ello ha colocado a la historia como una ciencia de poca utilidad para el tiempo presente, en el que se sigue cuestionando: ¿cuál es realmente el uso público del trabajo de los historiadores en esta materia?
Estos cuestionamientos sin respuesta convocan a trabajar permanentemente en el rearmado de la teoría, la metodología y la epistemología de la historia, hacen imperante establecer las funciones de una nueva historia; escribir la nueva historiografía a partir de un pluralismo interpretativo; indisciplinar las investigaciones tanto de archivo como de trabajo de campo; tener como fuente la oralidad y el ejercicio de la escritura.⁸
La diversidad teórica, metodológica y epistemológica de la historia debe responder también a las necesidades de conocer, analizar y explicar la historia del tiempo presente o la historia vivida. Debemos meditar en solucionar los conflictos que genera el uso de las múltiples fuentes documentales generadas en el presente, en superar la crisis explicativa y el colapso de los paradigmas de la ciencia social, tales como la individualización institucional, las comunicaciones, la sociedad red, entre otros.
Indiscutiblemente, uno de los primeros obstáculos que ha limitado esta tarea ha sido la arraigada herencia del positivismo en el quehacer de la historia, capitalmente, la imposición en el distanciamiento temporal que debe tener el historiador con sus objetos de estudio y las fuentes documentales, para asegurar la codiciada objetividad. Tal parece que llegamos tarde o ignoramos –por confort el posicionamiento y comodidad argumentativa– algunos de los debates en torno a la teoría de la enunciación y el sujeto enmarcados en el giro lingüístico.⁹
El giro lingüístico colocó al historiador en el tiempo presente, lo emplazó a asumir un lugar de enunciación, a tomar decisiones narrativas, a elegir otro lenguaje. El presente para el historiador, después del giro lingüístico, fue una suerte de posicionamiento político, ético y filosófico para analizar cómo lo sujetos perciben su pasado y desde el presente construyen expectativas de futuro.¹⁰
El giro lingüístico fue una opción teórica y metodológica ante la imposibilidad de narrar la experiencia, el colapso del significado y el significante ante la catástrofe racional
y la crisis humanitaria durante la segunda década del siglo xx. Este giro respondió a nuestra ruina de certezas lingüísticas y significó la reinvención de la palabra, del discurso, el relato y sus significados ante el profundo vacío generado por las violencias y el horror vivido.
A manera de ejemplo de este profundo vacío, tenemos el diálogo entre los padres de los jóvenes desaparecidos de la escuela normal rural de Ayotzinapa, en la Universidad Iberoamericana, anteriormente referido.
El giro lingüístico formuló nuevos conceptos y definiciones que dotaron de sentido a las ciencias sociales. Se rehizo el lenguaje y, con él, el posicionamiento de los sujetos hablantes en los nuevos discursos, fortificando el lugar de enunciación y el espacio discursivo ante los nuevos paradigmas.
Pero esta revolución discursiva poco trastocó el sentido de la elaboración histórica tradicional y estructural, a excepción de historiadores como Hayden White, quien consideró que narrar era en sí mismo explicar. White asumió que la riqueza explicativa estaba inmersa en la narración, que la historia era antes que otra cosa escritura. Los hechos terminan siendo entidades lingüísticas y subsisten a través de la narración.¹¹
Es imperante que los historiadores se asuman como profesionales con un compromiso político con el presente, principalmente con la temática de las violencias, fenómeno que más ha aquejado a la sociedad y del que más ausencias de análisis histórico existen en las academias e institutos de enseñanza e investigación histórica mexicanos.
Es oportuno descolonizarnos del discurso historiográfico de Annales y asumir un lugar de enunciación diferenciado, abortar el modelo de historia positiva, academicista y rigurosa, de esa academia que dialoga cual si fuera un monólogo sostenido en áreas de especializados y distinguidos.
Es necesario comprender que los historiadores interesados en la temática de las violencias deben dejar de concebir la historia desde los confines temporales, cronológicos, deben pensarse y analizarse en términos de lo vivido, la experiencia, lo contemporáneo, lo coetáneo. Al respecto, J. Grunewald propuso más que delimitaciones cronológicas,
criterios que permitan discernir menos su noción. Para él, se estaría en presencia de un verdadero tema de Historia del Presente si se reúnen cuatro caracteres: una ruptura suficientemente neta en la evolución social; relaciones estrechas de inmediatez con los problemas políticos y sociales contemporáneos; información suficiente para permitir una cierta generalización y un esbozo de tipología; sin olvidar un mínimum de interés de los contemporáneos por estas investigaciones
.¹²
Al respecto, Michel de Certeau sostuvo que la historia era la ciencia del tiempo y que hemos cuestionado de forma muy limitada el significado del tiempo
. Ante estas ausencias analíticas, Julio Aróstegui señaló que se ha cuestionado agudamente la elaboración de la historia del tiempo presente
, la historia de la experiencia o la historia vivida.
Los argumentos de Grunewald, De Certau y Aróstegui cobran relevancia para el estudio de la violencia en México, pues vivimos en un tiempo histórico inconcluso, un pasado ininterrumpido, no clausurado. Urge que los historiadores mexicanos realicen historias vividas, historias de las experiencias y se reduzcan las narrativas de la violencia normadas por el enfoque cronológico y diacrónico.
Siguiendo la lógica de Aróstegui, es importante historiar el presente como un significado histórico y que, además, pueda hacerse de él una construcción historiográfica útil para el presente y el futuro. El reto estriba en construir una historiografía específica, de un tiempo histórico siempre abierto, inconcluso, una historiografía que conozca, analice y explique a los sujetos en un momento común, no clausurado.
Definitivamente, los tiempos demandan la realización de historias de la violencia en México, como una socialización común del fenómeno, como un conflicto generacional que ha producido sentido en la población. Es imperante analizar las experiencias de la violencia y cómo éstas se han convertido en