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Pasado e identidad: historia y literatura en la península ibérica del siglo XV
Pasado e identidad: historia y literatura en la península ibérica del siglo XV
Pasado e identidad: historia y literatura en la península ibérica del siglo XV
Libro electrónico554 páginas8 horas

Pasado e identidad: historia y literatura en la península ibérica del siglo XV

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En la península ibérica del siglo XV, cronistas y poetas persiguieron el objetivo de recuperar la historia patria para asegurar su lugar en el pasado –frente al Imperio romano– y en el presente –frente a las otras monarquías europeas–. La protagonista de este proceso es Castilla-León, uno de los cinco reinos existentes a comienzos de siglo y, finalmente, sinónimo de España. Por su parte, Portugal seguirá su propio camino.
En este proceso, los cronistas utilizan fuentes literarias y míticas para asentar la antigüedad de España, al tiempo que imitan el brillo filosófico y literario de los grandes historiadores romanos. Por su parte, los poetas se sirven de la historia para ennoblecer al rey o a otras figuras destacadas de la corte, comparándolas con los héroes romanos. Ambos, historiadores y poetas, se esfuerzan por asegurar así la fama futura de España.
En este libro, el autor propone una aproximación que analiza lo literario en la historia y lo histórico en la literatura, permitiendo de esta forma una comprensión nueva y profunda de la cultura española.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 abr 2024
ISBN9783968695532
Pasado e identidad: historia y literatura en la península ibérica del siglo XV

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    Pasado e identidad - Karl Kohut

    CAPÍTULO I

    Reflexiones preliminares

    ¿Por qué y para qué estudiar las relaciones entre historia y literatura en el siglo XV? ¿Cuál es el interés, qué conocimientos nuevos podemos esperar? En realidad, se trata de dos corpus de textos bien conocidos y estudiados. Así, escribe Robert Brian Tate, investigador destacado de la historiografía de ese siglo (1970, 281): En la historiografía medieval de la Península Ibérica no hay ningún siglo que pueda competir con el xv en variedad de formas y en las diversas maneras de abordar temas históricos. Variando su pensamiento, podríamos decir, algo patéticamente, que la historiografía del siglo XV constituye el final glorioso de la historiografía medieval. En cuanto a la literatura, deslumbra el brillo de la corte literaria de Juan II y de un humanismo naciente, celebrados por María Rosa Lida en su libro clásico Juan de Mena, poeta del prerrenacimiento español (1950).

    Sin embargo, en el número ingente de los estudios en ambos campos muy pocos se ocupan de la relación entre ellos. Entre las pocas excepciones, destaca el libro de Dominique de Courcelles Ecrire l’histoire, écrire des histoires dans le monde hispanique (2008), en el cual la autora estudia las relaciones entre literatura e historia desde el Medioevo temprano hasta el Barroco, centrándose en lo que mejor se capta en inglés con la pareja de history y story. Estudios parecidos faltan para la poesía, de lo que Las trescientas, de Juan de Mena, son un ejemplo paradigmático. Los muy numerosos estudios sobre esta obra cumbre de la poesía del cuatrocientos se centran en lo poético, y solo hay alguna media frase sobre su contenido histórico, a pesar de que el autor lo tematiza en las primeras coplas.¹

    Sin embargo, la historiografía y la literatura del siglo XV no eran dos bloques impermeables. Los historiadores o cronistas se interesaban por la literatura, y los literatos, por la historia, lo que puede rastrearse en reflexiones teóricas y en la práctica de la escritura, cuyas huellas encontramos dispersas en las obras del período. Es cierto que solo unas pocas veces la temática constituye el centro de las reflexiones, siendo el proemio de Lorenzo Valla a su Historia de Fernando de Aragón, padre de Alfonso el Sabio, un ejemplo paradigmático.

    En este texto, el humanista italiano compara filosofía, poesía e historiografía para aclarar cuál fuera la más eminente.² En cuanto a filosofía y poesía, opina que

    si la antigüedad tiene alguna importancia, como es sabido que la tiene, observaremos que los poetas son anteriores a los filósofos, es más, son anteriores a los sabios. […] Y si unos y otros tratan de la misma materia, al punto quedará claro que los poetas tienen más autoridad, gloria y dignidad (74).³

    La mayor edad significa más autoridad. Comparando la filosofía con la poesía, Valla prioriza esta.

    En relación con los historiadores, por el contrario, considera a los poetas inferiores. Apelando otra vez al principio de antigüedad, constata que, tanto con los griegos como los romanos, los escritos históricos precedieron a las obras en verso. Y, lo que es más, no puede suceder que los poetas construyan sus ficciones si no es en función de la verdad de los hechos acaescidos (75-76).⁴ Sin embargo, admite que poetas e historiadores tienen en común el objetivo de deleitar y ser útiles (76).⁵

    Quedan los filósofos y los historiadores. Aquí, Valla prescinde del argumento de la antigüedad, basándose en el contenido:

    Así, pues, en la medida en que puedo emitir un juicio, los historiadores exhiben en sus discursos más conocimientos de sabiduría política que algunos filósofos en su doctrina; y si no hay que arrepentirse de decir la verdad, de la historia fluye el mayor conocimiento de la naturaleza que después otros convirtieron en preceptos: es la doctrina mejor sobre costumbres y toda clase de saber (77).

    Empero, en la comparación de las tres disciplinas, falta una cuarta que Valla no menciona, pero la cual sí está presente implícitamente. Se trata de la retórica. En efecto, solo con ella es completo el cuarteto de las disciplinas y géneros. Se podría seguir el juego de Valla oponiendo la opinión de Cicerón a la de Quintiliano. Si, para Cicerón, la retórica es madre de la historia, para Quintiliano la historia debe ser como la poesía, es decir, narrar sin la pretensión de convencer o educar.

    Tal como escribió Cristina Segura Graiño en una reseña de la edición española,una historia de este personaje [Fernando de Aragón] es una fuente de primer orden para un acercamiento a la Historia de la Península e incluso del Mediterráneo. No hay un texto escrito por un castellano, aragonés o portugués que pueda compararse con él de Valla en extensión y profundidad. Lo incluyo porque relaciona las tres ciencias de modo paradigmático, con lo que abre el acceso al pensamiento cuatrocentista sobre la problemática.

    En resumen, el proemio es una laus historiae: Valla no duda en concluir que los historiadores merecen más consideración que los poetas y filósofos (78).⁸ Con esto, toca un punto esencial de las relaciones entre las disciplinas. En efecto, la superioridad de la historiografía ante la poesía es un tópico que encontramos a menudo en los textos castellanos del período. Empero, esta discusión sobre la superioridad o inferioridad de las disciplinas involucradas pasa por alto la permeabilidad entre ellas, es decir, la presencia de lo literario en la historia y viceversa.

    Con un salto de quinientos años paso a las discusiones del siglo XX sobre historia y literatura. Los historiadores franceses que fundaron la revista Annales en los años veinte revolucionaron la teoría y la práctica de la historiografía intentando, entre otras cosas, purificarla de toda huella literaria. Más de medio siglo después, surgió una oposición que se conoce bajo el nombre de linguistic turn, siendo Hayden White el más conocido, pero —y de lejos— no el único. Los autores de este movimiento trataron de probar que cada obra histórica tiene inevitablemente una dimensión literaria. Recurrir a estas discusiones sirve para indicar que las relaciones entre historia y literatura son una cuestión de fondo. Sin embargo, otra vez insisto que la intención de este libro es otra. No deseo probar la presencia de lo literario en lo histórico, sino que la acepto como un a priori. Además, los autores del linguistic turn no se ocuparon del papel de la historia en la literatura.

    A pesar de sus limitaciones, tanto la teoría humanística de Valla como las discusiones del siglo XX ayudan a aclarar la cuestión. El estudio de las relaciones entre historia y literatura no se agota con analizar la presencia de lo literario en lo histórico y viceversa. En efecto, la pregunta esencial visa la relación con el pasado. ¿Hasta qué punto, la literatura ayuda a vivificar el pasado en la historiografía, cuál es su propio interés por él?

    Antes de abordar esta temática cabe aclarar algunos problemas preliminares. Empiezo con la terminología. Hablar de literatura es, en principio, un anacronismo. La palabra apareció en el siglo XVIII, y gradualmente se generalizó. A pesar de ello, la utilizo por causas de comodidad, puesto que abarca todo el campo literario. En el siglo XV no había una palabra que correspondiera al concepto moderno de literatura. La teoría tradicional diferenciaba obras en verso y obras en prosa. Las obras en verso eran, de modo general, poesía. Empero, no toda obra en verso era necesariamente poesía, lo que muestran las obras históricas en verso. De modo general, me centro en obras poéticas con contenido histórico, con lo que utilizo un término propuesto por Pedro Cátedra y paso por alto los múltiples géneros poéticos de la gaya ciencia. Más difícil es la diferenciación entre literatura e historia en el campo de las obras en prosa. ¿Cómo distinguir novelas e historias, puesto que las dos son narrativas? En principio, se distinguen por la oposición de verdad y ficción, si bien es cierto que puede ser difícil, hasta imposible, distinguirlas en casos concretos. La teoría tradicional no conocía la novela. Las novelas son mencionadas como libros que se especifican con los nombres de sus protagonistas, a veces (pero no siempre) se descartan por ser ficticios, mentirosos o amorales. Estrictamente, hablar de novela en el siglo XV es otro anacronismo más, pero igualmente ineludible. En resumen, utilizo literatura en contextos generales y poesía y novela en contextos específicos.

    Aún más problemas ofrece el término historia. Historia es el conjunto de los hechos del pasado, pero es también la escritura sobre este. En otras palabras, historia es materia y escritura. Al lado de historia como escritura aparece el término de crónica. A pesar de que hay intentos de diferenciar los dos términos, en la práctica aparecen generalmente como sinónimos. Los dos coinciden en el término de historiografía.

    Sea historia o crónica, las obras se distinguen radicalmente por su modo de historiar. En principio, podemos distinguir dos géneros historiográficos. El primero se define por el concepto de lo visto y lo vivido. El historiador narra lo que ha visto y vivido. Los historiadores españoles se fundaron en el concepto formulado por san Isidoro, quien, por su parte, lo había retomado de Tucídides y Flavio Josefo. Empero, los historiadores de lo visto y lo vivido solo podían escribir sobre su propio tiempo, el pasado les estaba vedado. El segundo género historiográfico de las llamadas sumas llenaba este vacío, abarcando el pasado de España desde los comienzos hasta la actualidad. Se distinguían, entre otras cosas, por la determinación del comienzo, que era, a veces, la creación del mundo; otras veces, el Diluvio o la guerra troyana. Empero, la oposición de los dos géneros es más bien teórica, muchas veces ambos se mezclan, de modo que podemos hablar de un tercer género mixto.

    Finalmente, hay que contar con una diferenciación heredada de la Antigüedad. Al fondo está la pregunta por la esencia de la historia. Según la famosa frase de Cicerón, su tarea esencial es enseñar. En este sentido, la historia formaría parte de la retórica. Para Quintiliano, por el contrario, la esencia de la historia es narrar lo pasado, lo que la aproxima a la literatura. Quintiliano habla de poesía, pensando probablemente en los géneros narrativos poéticos, sobre todo la épica.

    Es una costumbre arraigada definir el marco temporal por siglos, lo que siempre tiene algo de artificial. En cuanto a la fecha de partida, regresé hasta mediados del siglo anterior, puesto que la figura de Pero López de Ayala es imprescindible para la comprensión del XV. Es más fácil defender la segunda fecha. Acabo con los autores cuya vida y obra terminan con el siglo, y paso por alto aquellos que empezaron a escribir en los últimos años del cuatrocientos, pero cuya obra esencial pertenece a la centuria siguiente. Es cierto que Nebrija es un caso límite.

    La evolución de la poesía y de la historiografía era dispareja. La poesía floreció en la primera mitad del siglo; la historiografía, en la segunda. En cuanto a la primera, la ubicación temporal se debe, antes de todo, a factores biográficos. El centro poético más importante era la corte de Juan II.⁹ Charles Aubrun postuló la existencia de una corte literaria de Juan de Navarra y Leonor, condesa de Foix entre 1450 y 1462.¹⁰ Muy distinta era la corte napolitana de Alfonso el Magnánimo, impregnada por el humanismo italiano. Finalmente había cortes particulares de algunos nobles, siendo la del marqués de Santillana la más importante. Este florecimiento se acabó hacia la mitad del siglo por la muerte de sus protagonistas. En 1454 falleció Juan II de Castilla y León. Con la muerte del rey se extinguió la vida literaria de su corte. Su sucesor, Enrique IV estaba más interesado en la caza que en la poesía. Aún más importante era la muerte de los letrados más relevantes: en 1455 falleció Alonso de Madrigal, el Tostado; en 1456, Alfonso de Cartagena y Juan de Mena y, finalmente, en 1458, el marqués de Santillana. En el mismo año falleció Alfonso el Magnánimo. Fue, sobre todo, la muerte del marqués de Santillana la que dio a sus contemporáneos el sentimiento del fin de una época. Así lo atestiguan los homenajes escritos tras su muerte, entre los cuales destaca el Planto delas virtudes e poesía por el magnífico señor don Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana y conde del Real (1458) de Gómez Manrique, sobrino del fallecido. La segunda mitad no fue un desierto, tal como se ha sostenido a menudo, pero hubo pocas figuras y obras que pudieran compararse con las de la primera mitad del siglo. Entre las excepciones destaca la corte literaria del arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo de Acuña, considerada por muchos como sucesora de la del marqués de Santillana. Investigaciones recientes señalan algunas cortes más.¹¹ Después del fin de las guerras de Granada, la corte de los Reyes Católicos se convirtió en un nuevo centro, ya no de la gaya ciencia, sino del nuevo espíritu humanista.

    La historiografía se desarrollaba de modo más independiente, a pesar de que no faltaban los lazos con la corte real. En la mayoría de los casos, los autores eran prelados, por lo que sus obras se relacionaban con su sede: obispados o conventos. Hacia la mitad del siglo se puede observar un número cada vez más grande de obras históricas, con la cumbre en las últimas décadas del siglo, tanto por el número como por su calidad.

    La mención de las cortes, sean reales o particulares, hace intuir la vinculación de las letras con la política. Un caso particularmente significativo es la figura de Juan II, admirado por los poetas y detestado por los cronistas. Para la mayoría de los historiadores, era culpable de la situación desastrosa del país. Aún más severos fueron los juicios de los cronistas sobre su hijo y sucesor, Enrique IV. Solo con el advenimiento de Isabel las invectivas se convirtieron en alabanzas.

    En efecto, los reinados de Juan II y Enrique IV se caracterizan por guerras civiles y disturbios sociales que dejaron sus huellas en la historiografía y la poesía. Al comienzo del siglo XV, la península está dividida en cuatro reinos cristianos (Aragón, Navarra, Castilla-León, Portugal) y el reino de Granada. A pesar de la situación desastrosa del país, Castilla-León alcanza gradualmente un protagonismo político y cultural, mientras que Portugal sostiene un estatus particular.

    El camino político hacia la unión tiene un paralelo en la evolución lingüística. Sin entrar en detalles, podemos distinguir las zonas del catalán, el castellano y el portugués, a los que se une el latín como lengua culta, común a todas. Así, el rey de Portugal, Duarte, anota en su Leal conselheiro que lee livros de latym e de toda lengua ladinha (Eduarte 1942, 108). Empero, no todos eran tan políglotas como él, lo que atestiguan las traducciones del italiano o del catalán al castellano. Esto vale aún más para el latín; incluso el marqués de Santillana confesaba, en una carta a su hijo, Pero González de Mendoza, que no aprendió latín, lo que tratará de contrarrestar al hacer traducir obras latinas al castellano por los eruditos de su corte. Finalmente, cabe mencionar que el catalán no era un solo bloque, sino que los escritores residentes en Valencia insistieron en que escribían en valenciano. Así, Antoni Canals (1914, I, 13) escribe en el prólogo de su traducción de Valerio Máximo, que a manamente de vostra senyoria [el cardenal de Valencia], el tret de lat en nostra vulgada lengua materna valenciana, asi breu com he pogut, jatse sia que altres lagen tret en lengua catalana. Martorell (2016, 6) insiste en que redactó su Tirant lo Blanc en vulgar valenciana. Tal como en la política, el castellano logró una posición dominante, el catalán/valenciano perdió poco a poco importancia. La selección de textos de este libro refleja esta situación, puesto que la gran mayoría de ellos está escrito en castellano, y solo hay unos pocos en catalán o valenciano. Con la influencia creciente del humanismo, aumenta el número de crónicas en latín. El portugués mantuvo una posición firme al lado del castellano.

    El xv fue un siglo de transición en el campo político. Lo fue también en el cultural. El humanismo italiano entró gradualmente, se mezcló con el espíritu medieval hasta que logró una posición protagónica a final de la centuria. Es muy difícil discernir lo uno de lo otro en casos concretos. El fenómeno más obvio es el recurso a la historia y literatura romanas en la historiografía y la poesía.

    Sin embargo, este recurso a la historia romana suscitó contracorrientes. En la historiografía, domina el llamado goticismo, es decir, la convicción de que la monarquía castellana (y, con ella, la española) se funda en la monarquía goda, igual o hasta superior a la romana. Este enfrentamiento en el pasado tiene un paralelo en el enfrentamiento con Italia en el presente. Las letras (aquí junto historia y literatura) se caracterizan por esta ambigüedad. Entra el humanismo, pero al mismo tiempo crece el sentimiento de un valor nacional español.

    Las letras eran el producto de la nobleza y de su ideología, que se caracteriza por una curiosa contradicción interna. La ideología era el resultado de una historia centenaria de guerras, externas contra los árabes e internas entre los reinos cristianos. Los poetas y los historiadores eran una minoría en su clase y tuvieron que defenderse contra el prejuicio de su propia clase, es decir, que las letras dañaran la fuerza militar. Casos como el del mismo rey Juan II o el de Enrique de Villena parecían corroborar este prejuicio. De allí la famosa antinomia de las armas y las letras que permea la literatura y la historiografía de la época.

    Sin embargo, la frontera entre las clases no era impermeable, un talento excepcional podía llevar al ascenso social. En la poesía, destacan los casos de Juan Alfonso de Baena y Juan de Mena, que son, además, ejemplos del ascenso de conversos; Baena lo era; Mena, posiblemente. Algo distinta era la situación en la historiografía. La mayoría de los autores eran prelados, y la Iglesia ofrecía más posibilidades de ascenso. Un ejemplo paradigmático es la carrera del Tostado, hijo de campesinos que llegó a ser obispo de Ávila y uno de los más admirados letrados de su tiempo.

    Estas reflexiones llevaron de los problemas literarios e historiográficos a lo político y lo social, a las ideologías. A pesar de ello, me limitaré a indicar estas extensiones sin entrar en la discusión sobre ellas, puesto que llevaría a campos fuera de este libro cuya meta es el análisis de las obras mismas. Empiezo con la teoría explícita de los prólogos, cartas dedicatorias y de pasajes intercaladas en los textos mismos. Sin embargo, limitarme a la teoría hubiera llevado a una visión incompleta o hasta equivocada. En efecto, el estudio de la teoría implícita que se realiza en la escritura es un complemento imprescindible; a veces la práctica confirma las ideas teóricas; otras veces, las profundiza; otras más, las contradice. Solo juntas garantizan una visión adecuada de la problemática.

    En la repartición del material ingente en complejos temáticos parciales, es fundamental la separación de historia y literatura. Para hacer más visible la interacción entre ambas, alternan capítulos históricos y literarios. Por lo demás, me siervo de los criterios de tiempo y género. Así, empiezo en el capítulo II con las crónicas de Pero López de Ayala, que marcan, al mismo tiempo, el comienzo de la historiografía del siglo y la introducción del género de lo visto y lo vivido (capítulo II). Continúa el análisis de las llamadas sumas, cuyo estudio sigue las fechas de su escritura (III). A estos dos capítulos históricos sigue el primero literario (IV), en el cual estudio la poesía de la primera mitad del siglo. Redondeo los capítulos dedicados a la primera mitad del siglo con un excurso a la contribución de la teología a la problemática, centrándome en dos figuras excepcionales, Alonso de Cartagena y Alonso de Madrigal, ambos de la primera mitad de la centuria (capítulo V). Con el capítulo VI, dedicado a la novela, paso a la segunda mitad, a pesar de que la primera de ellas que se aborda (La crónica sarrazina) es anterior. El capítulo VII trata la historiografía biográfica; el VIII, la poesía. En el capítulo IX acabo con la historiografía castellana/aragonesa de las últimas décadas del siglo. Con el X paso a la historiografía portuguesa, que se distingue claramente de la castellana/aragonesa, con la cual está, al mismo tiempo, estrechamente vinculada, tal como lo estaba la política. El último capítulo resume los resultados del estudio y esboza las implicaciones ideológicas.

    ¹Para la relación entre historia y literatura en teoría medieval y renacentista, es fundamental el artículo de Heitmann 1970. Véanse además Catalán 1980, Cátedra 1989, Weiss 1990, Beltrán et al . 1992, França 2003, Figueiredo 2005, Salvo García 2014, Pineda 2015 y Vidal Barría 2017.

    ²Consulté la edición castellana de Santiago López Moreda (2002); en cuanto a las citas, doy en nota a pie de página el correspondiente texto latino según la edición de 1970 (la cual reproduce la de 1521). Valla redactó la obra en 1445.

    ³Principio siquid momenti antiquitas habet, vt certe habet, poetae philosophis, immo sophis antiquiores fuisse reperientur. […] Quod si in eadem materia & hi & illi versantur, profecto apparebit plus esse penes priores quam posteriores authoritatis, laudis, dignitatis: an non in eadem materia vtrique versantur (17-18).

    Nec fieri potest vt poetae figmenta sua, non in rerum gestarum veritate, velut fundamentis aedificent (19).

    Sed hoc, vt dixi, donamus, satis habemus demonstrare, cum idem sit propositi historico quod poetae vt prosit, etiam delectet (19).

    Etenim quantum ego quidem iudicare possum, plus gravitaris, plus prudentię, plus ciuilis sapientiae in orationibus historici exhibent, quam in pręceptis vlli philosophi. Etsi vera fateri non piget, ex historia fluxit plurima rerum naturalium cognitio, quam postea alij in pręcepta redegerunt: plurima morum, plurima omnis sapientiae doctrina (20).

    Edad Media: Revista de Historia 2003-2004, n.º 6, 295.

    In quo haud dubie & poetis & philosophis, historici sunt anteponendi (22).

    ⁹El término fue acuñado por el conde de Puymaigre (1873). Véase Perea Rodríguez 2004.

    ¹⁰ Véase Aubrun en Herberay des Essarts (1951), XXXI-XXXVI. Perea Rodríguez 2006 propone la corte de Beltrán de la Cueva como otra posible más.

    ¹¹ Véanse Perea Rodríguez 2001, 2004, 2006 y Salvador Miguel 2005.

    CAPÍTULO II

    Las crónicas reales, de Pedro I a Juan II

    Pero López de Ayala

    Pero López de Ayala fue político, historiador y poeta, pertenecía a la alta nobleza, fue chançeller mayor de Enrique III. A fines del siglo XIV, acababa una obra multifacética: las crónicas de cuatro reyes a los cuales había servido y la extensa obra poética que conocemos bajo el título de Rimado de palacio, que quiso reunir, con sus poesías anteriores, en un Cancionero. Historia y poesía constituyen dos ramas de su obra; por un lado, la historiografía en prosa y, por otro, la obra poética en verso.

    Las Crónicas abarcan el espacio temporal de casi medio siglo, desde la muerte de Alfonso XI y la coronación de su hijo Pedro en 1350, hasta el sexto año del reinado de Enrique III en 1396.¹ Comparando estas fechas con los datos de su vida (1332-1407), podemos constatar que van de los 18 hasta los 64 años de su vida. Esta comparación de fechas es sumamente importante en vista de las aseveraciones de su prólogo. Así, escribe:

    E por ende de aqui adelante yo, Pero Lopez de Ayala, con el ayuda de Dios, lo entiendo continuar asi lo mas verdaderamente que pudiere de lo que ví, en lo qual non entiendo decir sinon verdad: otrosi de lo que acaesce en mi edad e en mi tiempo en algunas partidas donde yo non he estado, é lo supiere por verdadera relación de señores e caballeros, e otros dignos de fe e de creer, de quienes lo oí, e me dieron dende testimonio, tomándolo con la mayor diligencia que yo pude (4).

    Llama la atención el yo del historiador, que hace intuir la consciencia del autor de su valía y que se opone a las frecuentes expresiones de obediencia hacia su rey. En tanto que autor, garantiza la verdad de lo escrito, y lo corrobora con su estado de testigo de vista. En efecto, su posición en la corte le aseguraba un excelente lugar de observación. Podemos suponer que se inspiró en san Isidoro, quien mantuvo que los antiguos escribieron sobre hechos en los cuales habían participado y habían visto. Porque —continúa— nos podemos fiar más de lo que vimos con los ojos, que de lo que supimos por los oídos.² Por su parte, san Isidoro forma parte de una tradición que se remonta a Tucídides y Flavio Josefo. Empero, López de Ayala da un paso más allá. Paso decisivo. Admite tácitamente que había sido imposible haberlo visto todo, haber estado presente en todos los acontecimientos, por lo que tuvo que agregar necesariamente, a lo que había visto personalmente, los testimonios de otros. El criterio de credibilidad de los testigos es su estado social y moral, es decir, señores e caballeros, e otros dignos de fe e de creer.

    Para Tate (1970, 43), el prólogo "es fundamentalmente la repetición del prólogo de la Primera Crónica General". Sin embargo, no hay en esta nada parecido al pasaje analizado. A lo sumo, hay un cierto parentesco en las reflexiones iniciales. El punto de partida de la argumentación en el prólogo es la flaqueza de la memoria humana, lo que llevó a la invención de la escritura,

    porque las sciencias e grandes fechos que acaescieron en el mundo fuesen escriptos e guardados para los omes los saber, e tomar dende buenos exemplos para facer bien, e se guardar de mal: e porque fincasen en remembranza perdurable fueron fechos después libros, do tales cosas fueron escriptas é guardadas. […] E por ende fue después usado e mandado por los príncipes e reyes que fuesen fechos libros, que son llamados crónicas e estorias, do se escribiesen las caballerias, e otras qualersquier cosas que los príncipes antiguos ficieron, porque los que después dellos viniesen, leyéndolas, tomasen mejor e mayor esfuerzo de facer bien, e de se guardar de facer mal. E porque de los fechos de los reyes de España, los quales fueron muy antiguos, del tiempo que los reyes e príncipes godos comenzaron, fasta aquí, ovo algunos que trabajaron de los mandar escrebir, porque los sus nobles e grandes fechos e estorias no fuesen olvidados (3).

    De modo implícito, trasluce en estas frases la influencia de la retórica en el sentido ciceroniano. Los reyes mandaron escribir sus hechos para transmitirlos a las futuras generaciones, para que no fuesen olvidados, pero también para su instrucción moral.

    López de Ayala elabora un concepto de historiografía que se opone a la literatura. Esta oposición implícita es más visible en el extenso prólogo a su traducción de Tito Livio que había redactado por encargo del rey Enrique III. El autor acabó la traducción en 1396, de modo que es contemporánea a los últimos toques a la Crónica y al Rimado de palacio.³ Tal como leemos en el colofón del Ms. 12732 de la Biblioteca Nacional de España, el texto fue copiado, en 1433, por mandato de Pero Fernández de Velasco, conde de Haro. Conocemos a este noble como destinatario de la carta de Alonso de Cartagena sobre la lectura de libros (véase capítulo V). De este modo, el manuscrito es un testimonio de la continuidad cultural en parte de la nobleza castellana.

    Si en el prólogo a la Crónica habló exclusivamente de la utilidad de la historia para el rey, ahora extiende la audiencia a los caballeros, es decir, a toda la corte:

    Por ende que en quesyere auer & tener ordenança delas armas & la deceplina dela caualleria conuiene que aya & cobre vsandola & auiendo la espirencia dello / o si esto por espirençia pudiere auer conuiene & es necesario & onesto que lo aprendan leyendo los antiguos libros & estorias que los nobles principes & Reyes mandaron fazer por que fincasen en memoria para adelante para los que auian de vsar las armas & la caualleria por que fuesen mejor auisados commo aquellos que auian sostener el espantoso e cometimiento[?] delas guerras & delas batallas.

    López de Ayala no habla de lecturas individuales, sino de una lectura en voz alta, delante la corte reunida, comparable a las lecturas durante las colaciones en los conventos. El rey y los caballeros no leen, escuchan:

    E los que ouieren dende alguna espirencia que la guarden [es decir, la buena ordenança]. E los que no la alcançaron fasta aqui por non ser aun en tal edat que la aprendan por lo que leyeren en las antiguas estorias de los virtuosos & fuertes guerreros de las quales estorias segunt dicho es este libro presente fecho por titus liuius lieua auantaja. E plega vos muy exçelente principe que este libro sea leydo delante la vuestra Real majestat por que lo oygan los vuestros caualleros & ayan tinslado[?] del por quanto los fechos notables que acaesçen o acaescieron quanto mas son publicados tanto mas son loados & mas aprouechosos.

    En realidad, se trata de dos tipos de utilidad. Para el rey, los cronistas deben alabar sus hechos y guardarlos para la posteridad. Para los caballeros, los cronistas brindan enseñanzas para que mejoren su actuación en su oficio de defensores del reino. En el fondo, se trata de dos variantes de la dimensión retórica de la historia: para los reyes, los cronistas deben convencer a la posteridad de su grandeza; en cuanto a los caballeros, deben persuadirlos de llevar una vida adecuada.

    En cuanto a estos últimos, llama la atención la insistencia en la buena ordenança, que se explica por el recuerdo de la batalla de Aljubarrota, en la cual había participado. Tal como escribe en la Crónica del rey don Juan, fue la inexperiencia e impaciencia de los jóvenes caballeros las causas de la derrota.⁴ Algunas décadas más tarde, Pablo de Santa María escribirá que Juan I fue vençido en la de Aljubarrota/ por mala ordenança de toda su gente (Pablo de Santa María 1991, c. 336). López de Ayala preconiza la lectura de las Décadas como instrucción para la vida militar de los caballeros, jóvenes y adultos. En términos del tópico de las armas y las letras, estas deben fortalecer aquellas.

    De modo implícito, López de Ayala propone la lectura de un tipo de libros para reemplazar a otro. Es en este contexto que comprendemos la significación de los famosos versos del Rimado de palacio sobre el Amadís. El autor empieza la obra con una circunstanciada confesión de sus pecados, entre los cuales cuenta el hecho de haber disfrutado, muchas veces, mientras escuchaba los hechos de Amadís y Lancelot:

    Plogome otrosi oir muchas vegadas

    libros de deuaneos, de mentiras prouadas,

    Amadis e Lançalote, e burlas es[c]antadas,

    en que perdi mi tienpo a muy malas jornadas

    (López de Ayala 1981 I, 157).

    López de Ayala preconiza la lectura de Tito Livio para desterrar, de este modo, la de las novelas de caballerías.⁵ Opone la verdad de la historia a las mentiras de las novelas.

    En efecto, la teoría de la historia de López de Ayala destaca por la insistencia en la veracidad de lo escrito y la pretensión moral. Empero, su teoría (tal como la de sus predecesores) pasa por alto el proceso de la puesta en escritura de lo visto y lo vivido. Lo visto se expresa sin mentira, había escrito san Isidoro; para utilizar una metáfora moderna, lo visto pasaría a la escritura como una foto. Hoy sabemos que incluso una foto puede mentir. El proceso de la puesta en escritura es multifacético, en él intervienen varios factores. Empero, López de Ayala no subordina el estilo al contenido, sino que, sencillamente, no lo toma en cuenta. Con esto llegamos al punto central en nuestro contexto, es decir, la relación de historia y literatura en las crónicas del chanciller.

    En efecto, estas crónicas son un ejemplo privilegiado del dualismo del voto por la veracidad (basado en lo visto y lo vivido) y la escritura. A primera vista, sus crónicas impresionan por su rigor historiográfico. El autor organiza sus crónicas en anales, empezando con el primer año del gobierno del rey respectivo, e indicando cada vez el número del año en los diferentes sistemas temporales. Al comienzo del segundo año del reinado de Pedro explica los diferentes sistemas, el año del nascimiento de nuestro Señor Jesu-Christo, e otrosí de la era de César, e del criamento del mundo, e del año de los alárabes (25-26). Desde luego, la narración se centra en la figura del rey, pero el autor no pasa por alto otros acontecimientos que le parecen ser importantes. Al final de cada año ensancha el panorama narrando hechos del extranjero: […] segund la buena ordenanza de las Crónicas es usado e acostumbrado que en fin del año, desque la Historia es acabada se cuenten algunos hechos notables e grandes que acaescieron por el mundo en otras partidas en aquel año (54). La crónica castellana se convierte, por lo menos en ciernes, en una crónica europea.

    Empero, López de Ayala ameniza el rigor historiográfico de sus crónicas utilizando recursos literarios, tal como el discurso directo, los diálogos, hasta el venerable tópico de un texto encontrado en un arca: De otra carta que el moro de Granada sabidor, que decían Benahatín envió al rey don Pedro […], la cual dicen que fue fallada en las arcas de la cámara del rey don Pedro después que fue muerto en Montiel (417). Particularmente instructivos son los excursos. Así, explica, en un momento dado, el origen de los derechos y costumbres particulares de los toledanos con un excurso a la conquista de la ciudad por los árabes. Debedes saber —empieza—, que por quanto avemos fecho mención de la cibdad de Toledo, conviene que digamos algunas cosas que acaescieron en la su conquista (47). Desde luego, no puede apoyarse aquí en el concepto de lo visto y lo vivido, de modo que explica su procedimiento: […] diremos dende algunas cosas, especialmente lo que dice la Crónica antiga, e segund que se falla en otros libros antigos que fablan dello, e son auténticos, e aun segund que fincó por remembranza de generación en generación fasta hoy (47). Es interesante notar que el autor recurre hasta a tradiciones orales. En cuanto al contenido, vale la pena retener que echa la culpa de la derrota de los godos enteramente al conde don Julián, el cual, además, no es godo, sino romano: e este conde don Illán non era del linaje godo, sino de linaje de los césares, que quiere decir, de los romanos.⁶ De modo que este excurso histórico es, de paso, también una apología de los reyes godos. Esta interpretación encaja con un pasaje del prólogo, donde pone a Enrique III en la línea de los reyes godos: E del dicho don Alfonso fasta hoy ovo después quatro, que fueron don Pedro, don Enrique, don Juan, e don Enrique, que regna: e de todos fincó remembranza por escritura de todos los sus fechos grandes, e conquistas que ficieron los sobredichos reyes godos (4). En este sentido, las crónicas de López de Ayala pueden considerarse como precursores de las llamadas crónicas goticistas del siglo XV. En la carta dedicatoria que precede a su traducción de Tito Livio, atestigua a Enrique III la vuestra pura & linpia sangre Real, que remonta a los famosos reyes godos. Al final, el autor marca el fin del excurso: Agora dexaremos de fablar destas cosas, e tornaremos a contar como fizo el rey con Pedro después de las cortes de Valladolid (51). El autor es el narrador que dispone libremente de su materia.

    En efecto, la crítica aprecia el valor literario de las crónicas de López de Ayala. Dominique de Courcelles (2008, 41) incluso les atesta aspectos novelescos. Alabanza ambigua, puesto que implica una cierta libertad en el manejo de los hechos narrados. Sin embargo, más importante que esta tentación novelesca es la suposición de un conflicto ético interior que pudiera poner en peligro la veracidad de la narración. Este conflicto se basa en el hecho de que el autor pasó del partido de Pedro I al de su asesino, su hermanastro Enrique. Doble problema ético: además de haber traicionado su voto de fidelidad al rey asesinado, tuvo que justificar su comportamiento en la redacción de la crónica. P. E. Russell ha captado magistralmente este doble dilema escribiendo:

    The Crónica is thus, to some extent, a cautious attempt by Ayala to justify his own career while doing as little violence as possible to historical truth. Ayala’s method is simply to emphasize the misdeeds of Don Pedro, speak sparingly of those acts which clearly did him credit, and tone down all references to anything done by Enrique or his supporters which might detract from their reputation (Russell 1955, 18-19).

    La semblanza de Pedro I que cierra su crónica es un ejemplo significativo del procedimiento señalado por Russell. Después de las indicaciones someras sobre los aspectos exterior e interior del personaje, explaya sus vicios: amó mucho mujeres (una crítica moral que reaparecerá en las biografías colectivas de Pérez de Guzmán y Pulgar, cf. capítulo VII), era codicioso y, sobre todo, cruel:

    E mató muchos en su regno, por lo qual le vino todo el daño que avedes oído. Por ende diremos aquí lo que dixo el profeta David: Agora los reyes aprended, e sed castigados todos los que juzgades el mundo: ca grand juicio e maravilloso fue éste, e muy espantable (434).

    Con esta semblanza, López de Ayala convierte la crónica en ejemplo moral para la enseñanza de la posteridad. Al mismo tiempo, justifica implícitamente con ello su toma de partido por el rey Enrique II.

    Aún más instructivo es un segundo ejemplo, que nos lleva al centro mismo de la crónica de Pedro I (y, tal vez, al origen del trauma del autor). Se trata de la narración de la muerte de Pedro a manos de su hermanastro Enrique. Después de la batalla de Montiel, Enrique sitió a Pedro en el castillo. Pedro había estado aliado con el rey inglés; Enrique con el francés, representado por Beltrán de Claquín [Bertrand du Guesclin], quien peleó al lado de Enrique, aunque la alianza de Pedro con el rey inglés ya se había roto por esa fecha. Durante el sitio, Pedro trató de ganar a Beltrán para su causa y envió a su fiel Men Rodríguez para convencerlo. A pesar del fracaso de este intento, Pedro confió en Beltrán lo suficiente para refugiarse en su posada, puesto que la situación en el castillo resultaba insostenible. Beltrán informó a Enrique de la presencia de Pedro:

    E [el rey don Enrique] vino allí armado, e entró en la posada de mosén Beltrán: e así como llegó el rey don Enrique, travó del rey don Pedro. E él non le conoscía, ca avía grand tiempo que non le avía visto: e dicen que le dixo un caballero de los de mosén Beltrán: Catad que éste es vuestro enemigo. E el rey don Enrique aún dubdaba si era él: e dicen que dixo el rey don Pedro dos veces: Yo so, yo so. E estonce el rey don Enrique conoscióle, e firióle con una daga por la cara: e dicen que amos a dos, el rey don Pedro e el rey don Enrique cayeron en tierra, e el rey don Enrique le firió estando en tierra de otras feridas. E allí morió el rey don Pedro a veinte e tres dias de marzo deste dicho año (433).

    El relato impresiona por su sencillez, que confiere a la escena el impacto de una tragedia. Sin embargo, la admiración por el valor literario del texto no impide preguntas. López de Ayala no estaba presente, de modo que se basa enteramente en testimonios. Tres veces intercala dicen. Empero, ¿quiénes dicen? Podemos suponer que había pocos que estaban presentes, algunos partidarios de Pedro, otros (probablemente más numerosos) de Enrique. ¿Relataron todos la misma versión o hubo versiones divergentes? El autor no dice nada sobre este punto, y presenta su versión como auténtica y veraz, no menciona las versiones diferentes que corrieron de boca en boca. ¿Corrobora el relato la tesis de Russell? Evidentemente, Pedro cayó en una trampa, pero, según estipula el autor, esta había sido urdido por Beltrán, no por Enrique. El encuentro final de los dos reyes hermanastros recuerda —con perdón— el duelo de los westerns. Sea como fuere, el relato presenta la escena más como una lucha igual entre dos reyes y no como un asesinato.

    Más o menos medio siglo más tarde, el cronista portugués Fernão Lopes incluirá la misma escena en su Crónica de D. Fernando (1975, 83). En oposición a López de Ayala, presenta diferentes variantes del evento y acaba con su juicio personal. La comparación de ambos pasajes brinda un ejemplo instructivo de la problemática del concepto de lo visto y lo vivido (véase capítulo X).

    Volviendo a la crónica de López de Ayala, cabe indicar que los dos pasajes analizados hacen ver la dimensión retórica de la crónica. La semblanza trata de convencer al lector de la culpabilidad de Pedro; la narración de la muerte trata de exonerar a Enrique de la acusación de asesinato. En ambos casos, el texto minimiza implícitamente la culpabilidad del autor. No cabe duda de que se trata de un caso extremo, pero no es único. Tenemos que contar con la posibilidad de que la moral del autor influyera en la escritura de la historia. De este modo, la dualidad de historia y literatura se amplía con la participación de la moral y la retórica.

    Empero, Russell ha señalado un aspecto más de la dualidad de historia y literatura en la obra de López de Ayala al sugerir un parentesco implícito entre su obra historiográfica y la poética.⁹ Así, sugiere que la evocación de la vida cortesana puede considerarse como la contraparte de la narración histórica. El Rimado representaría, entonces, la cara oscura de los hechos heroicos narrados en las crónicas, una expresión literaria de los problemas éticos de la vida real. En efecto, un estudio comparado de la Crónica y el Rimado sería un campo privilegiado de estudio para las relaciones entre historia y literatura.

    En la introducción a su edición de la Crónica de Juan II, Michel García sostiene que Pero López de Ayala no hizo escuela y su experiencia no se aprovechó como debiera.¹⁰ No obstante, sí tuvo un sucesor, que tal vez incluso lo superara, en la persona de Fernão Lopes, cuya obra estudiaré en el capítulo X.

    La Crónica de Juan II

    A pesar de lo dicho por Michel García, el modelo de López de Ayala era lo suficientemente vivo para que se buscara, después de la muerte de Enrique III en 1406, una continuación. Puesto que su hijo, Juan II, tenía entonces apenas dos años, fueron sus tutores, Catalina, la viuda reina, y el infante Fernando, su hermano, los cuales

    continuando que los fechos dEspaña no quedasen oluidados e se llegasen e acopilasen a las dichas coronicas, con la grandeça e nobleça de la su sangre rreal ordenaron estoriador que tomase las ystorias en el lugar e estado que fueron dexadas en el tienpo e rreinado del dicho rrei don Enrrique de buena memoria, e las feçiesse e ordenase segun los

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