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La cofradia de los indeseados: noir, #1
La cofradia de los indeseados: noir, #1
La cofradia de los indeseados: noir, #1
Libro electrónico222 páginas3 horas

La cofradia de los indeseados: noir, #1

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Información de este libro electrónico

"La cofradía de los indeseados" es una absorbente novela negra que sumerge al lector en las profundidades de una sociedad fracturada por sus propios excesos y desigualdades. A través de los ojos de su protagonista, un fotógrafo cínico y desencantado con una inclinación por el análisis minucioso de los fallos humanos, se despliega una narrativa que explora la decadencia moral y la búsqueda de redención en un mundo aparentemente condenado. La trama se entreteje en un contexto urbano sombrío, donde el crimen, el voyeurismo mediático y la pérdida de la belleza y la esperanza se convierten en los verdaderos protagonistas. Con un estilo narrativo crudo y directo, la novela no solo ofrece un misterio por resolver sino que también invita a la reflexión sobre la condición humana, el valor de la vida y el poder destructivo de la indiferencia social. "La cofradía de los indeseados" se erige como un espejo implacable que refleja las más oscuras facetas de nuestra sociedad, marcando al lector con su despiadada honestidad y su aguda crítica social.

IdiomaEspañol
EditorialDiego Mateus
Fecha de lanzamiento10 feb 2024
ISBN9789584621849
La cofradia de los indeseados: noir, #1
Autor

Diego Mateus

Diego Mateus, escritor y comediante colombiano, es la mente creativa detrás de "La cofradía de los indeseados". Con una carrera que abarca tanto la literatura como el humor, Mateus ha sabido entrelazar su agudo ingenio y su profunda percepción de la sociedad para crear obras que no solo entretienen sino que también invitan a la reflexión. En esta novela, Mateus explora los matices de la condición humana y los secretos oscuros que yacen en las sombras de la sociedad, demostrando su habilidad para capturar la esencia del género negro con un toque distintivamente colombiano.

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    La cofradia de los indeseados - Diego Mateus

    LA COFRADIA DE LOS INDESEADOS

    Diego Mateus

    Índice

    La felicidad no existe, sólo las drogas y el dinero.

    Canibalismo Consumista. La ascendente telemiseria.

    Desfigurando la belleza.

    Diálogo para Dummies 1.

    Almas inertes que respiran aire enfermo.

    Diálogo para Dummies 2.

    La cofradía de los indeseados.

    Ninfa sin alma.

    El regreso de Nimrod.

    La desgraciada fauna humana.

    Above the line.

    HHPhoenix.

    La droidefelación.

    NormanStormGollum.

    El lamento del antiguo Halim.

    El último abrazo.

    Diálogo para Dummies 3.

    ¡S alta! Ya encontrarás el suelo.

    Los pobres no tienen historia, o tan sólo aquella que les otorgan las guerras y las revoluciones.

    Albert Camus (el primer Hombre)

    I

    La felicidad no existe, sólo las drogas y el dinero.

    La sangre baja desde el orificio superior del cráneo hasta el mentón, cubriendo la oreja izquierda, la mitad del rostro y algunos cabellos que quedaron pegados a la mejilla. En el mentón, el río rojizo se desvía hasta caer al suelo formando un charco viscoso. El cráneo está insertado en la vara como carne en brocheta. La boca abierta, los ojos abiertos. Extraño. Sonríe.

    Miro la foto. No está mal, claro, no es la mejor, hay tres fotos más que estoy seguro competirían por el World Press Photo, pero esas las guardo sólo para mí, las envío a mi correo personal y las borro de la memoria de la cámara, imprimo ésta y dejo la memoria con las otras fotos que no son más que simples instantáneas de fotógrafo de periódico amarillista sin estética artística. Voy hasta la oficina de Polanski. Entro sin golpear.

    Polanski come una rosquilla mientras lee El Caminante, las boronas y el polvo blanco azucarado, invaden su corbata y decoran, como un mal maquillaje, el rededor de su boca. Deja el periódico en el escritorio al lado de los otros diarios de la ciudad y pone la rosquilla encima de uno de ellos, se limpia la boca con la manga de la camisa y las manos en el pantalón, me ve, le doy la foto, se pone de pie, camina hasta la ventana, levanta la foto y la observa mientras hace sonidos y gestos con su boca tratando de limpiar sus dientes.

    ̶ ̶ Pchsss... pchsss... ¿Cuántas más tienes?

    ̶ ̶ Treinta y siete.

    ̶ ̶ ¿Y ésta es la mejor?

    ̶ ̶ Sí.

    ̶ ̶ No está mal, no está mal, pero tienes que afinar el ojo Zeta; así nunca llegarás a ganar ni siquiera un premio de principiante, te pasarás la vida sin saber a lo que huele el éxito... mcchs... pero bueno, ésta nos sirve de titular. La bomba ya casi detona.

    ̶ ̶ ¿Perdón? ¿Cuál bomba?

    ̶ ̶ Nada, nada. Más bien déjame pensar en el encabezado.

    Polanski observa la foto, yo lo observo a él. Lo analizo mientras mastico de manera sincronizada una goma de mascar desgastada. Analizar el error del prójimo es lo que le da sentido a mi existencia. Ver la viga en el ojo ajeno es mi mayor pasatiempo. Descubrir la impureza en el alma y el cuerpo de los penitentes, mi redención. La vida puedes vivirla de dos maneras: desde la virtud o el resentimiento. Escogí el lado resentido, y todo lo que alimente mi resentimiento frente a la vida es bienvenido.

    Polanski es gordo. Gordo. GOrdO. Su barriga es un fortín de amibas y colesterol a punto de explotar, decorada con esos desordenados y asquerosos pelos que le asoman por la juntura de la camisa.

    Camina con la foto mirando los ángulos, le da vueltas, la aleja, la acerca a sus ojos. Me da la espalda mientras camina. Tiene un culo chistoso, hinchado, parecido al del pato Lucas, lo que hace que su pantalón siempre le quede corto y le deje descubiertos esos espantosos calcetines motosos color mierda desgastados en la parte del talón. Desde que lo conozco usa mocasines baratos, quizás acumula líquidos, tiene la vena várice a punto de estallar o tiene pie de atleta; ¡No! Polanski no tiene nada atlético, a lo mejor es el único tipo de zapato que quiere comprar. Viejo tacaño.

    Se sienta, me mira de nuevo frunciendo el ceño, toma una lupa y empieza a estudiar la foto como un relojero buscando la imperfección de un reloj suizo. Se inclina, es calvo adelante pero su calva hace mucho que dejó de ser cuero cabelludo para convertirse en una corteza rostizada por el sol. Un desierto sin vida que cubre un cerebro inactivo.

    Usa lentes de marco negro cuadrado y camisa color beige que le marca sus enormes tetas. Sufre de ginecomastia. Tiene las tetas de una vaca, pero no dan leche sino grasa. En la parte de los sobacos, unas manchas de sudor están estampadas en la camisa con la forma de un huevo frito.

    Finalmente deja la foto y la lupa en el escritorio, se acomoda en la silla haciendo que salga el sonido de un neumático que se va desinflando mientras rueda, y se queda quieto, mirándome y yo mirándolo a él; supongo que me está analizando porque yo lo sigo haciendo. No tiene cuello, no se le puede ver, debido al collar de sebo que le cubre el pescuezo y que termina en una gran papada. Si se le compara con un animal, podría concluirse que es un pelicano abuelo. Su voz es ronca y produce innumerables sonidos desagradables cada vez que habla pschh, chsss, itssss, además, sus dientes son una bodega de sarro.

    ̶ ̶ ¿Algo mássch?

    ̶ ̶ No, me voy ya. La noche fue pesada y esta noche tengo turno de nuevo.

    ̶ ̶Sí, sí, vete. Estos jóvenes quieren todo masticado. Si no te esfuerzas nunca llegarás a ser igual a mí. Pchsss.

    Y me sonríe dejándome ver su boca llena de gingivitis y rosquilla.

    Antes de salir del periódico dejo la memoria de la cámara encima de lo que debió ser un escritorio en alguna época mejor, tomo mi chamarra y mi sombrero, escupo, en la caneca de la basura, la goma de mascar con la misma imprecisión con que destapo otra para metérmela a la boca. Estoy perdiendo puntería, reflejos y motricidad fina. Miro de reojo hacía su escritorio, pero no está, esta noche no la vi. Afuera el cielo está despejado, al parecer el día será radiante, aún con el cielo sin restricciones, el frío me golpea en las mejillas y en las manos. La ciudad se ve bella. Pocos transeúntes, pocos autos, ninguna nube. Rayos de sol que alumbran mi paso. Camino hacia el Tubo, mientras mastico la goma sin sabor y escucho un pajarito cantar alegre en algún lugar. Quizás hoy mi vida se merezca algo bueno.

    Puta vida inmisericorde. El Tubo está repleto y trato de acomodarme haciendo contorsiones para sostenerme. Huele a sudor y la mujer del lado me está incrustando su paraguas en el muslo. De mi cuerpo apretujado sólo puedo sacar mi cabeza de ese nudo de piernas y codos. Trato de que mi nariz quede cerca a la ventana a ver si agarro alguna pizca de aire. Miro a mi alrededor, me fijo que todos van tristes, es de esperarse, este metro es literalmente eso, un tubo que pasa debajo de esta ciudad transportando a sus habitantes de la misma manera que las cloacas acarrean el excremento. Dentro del Tubo todos somos un pedazo de mierda que se amontona en otro pedazo de mierda. Es infeccioso, está lleno de personas sin futuro que van a cumplir un horario de 12 horas por un par de billetes, cargan sus miserias en los bolsillos y llevan sus almuerzos en recipientes de plástico, que comerán fríos en un baño sin ventilación. Pobres desahuciados sociales que se mueven en el Tubo como una ameba en la barriga de un desnutrido. Transportarse, el sinónimo de karma en la posmodernidad: En el tráfico se pagan todos los pecados.

    La gente me estruja cada vez que el Tubo para en una estación, me da taquicardia, el corazón se me acelera, me falta el aire, pienso gritarles, pero esta gente me asusta. A veces creo que todos son un ejército de asesinos seriales, mercenarios de la miseria. Pueblo alimaña; quizás ellos empalaron a la Schwartz, a las otras. ¿Quién las habrá matado? ¿Habrán sido las macheteras, los Bloodyboys, los gaminantes, la ultraderecha, esta gente? ¿Por qué descuartizadas? ¿Dónde estarán los cuerpos? Pienso en eso y el estómago se me retuerce. Oh, ya llevo 24 horas sin comer nada. Cómo deseo una hamburguesa del carrito de la Calle de la Angustia, con un café con crema y un cigarro.

    Llego empapado al apartamento. Maniática ciudad adolescente, nunca se decide, sol lluvia, lluvia sol. Cuando salí del periódico el cielo parecía una piscina eterna, pero al bajarme del Tubo, el aguacero era torrencial. Esta ciudad vive las estaciones por periodos de tres horas. Tiro el sombrero, me quito la chamarra, veo el rededor, y ya quiero largarme. El apartamento me enferma tanto como el Tubo. Dos gotas de agua de un charco pestilente.

    A veces espero encontrarlo derruido, saqueado, explotado. Pero no. Se mantiene tal cual desde que vivo solo: inhumano. Caminantes tirados, latas de conservas destapadas, envolturas de goma de mascar, cajas de arroz chino, colillas de cigarros, muchos pelos blancos, demasiado olor a gato. Creo que tengo un gato. Hace mucho no lo veo. Se llama Gatohijueputa. Cristine quiso llamarlo Chiko porque decía que los gatos eran más sensibles al sonido de la ch, pero por más que intentara llamarlo así, él nunca me contestó. Una mañana estaba desayunando con ella y el gato saltó desde la ventana tratando de agarrar una mosca, cayó encima de mi cereal salpicándome todo.

    - ¡Gatohijueputa!- le grité con todas mis fuerzas. Cristine rio a carcajadas. Desde ese día, cada vez que lo veo es para recriminarle algo. Huele feo, no se deja acariciar, casi nunca está, se cree de una raza superior y gasto más en su comida que en boletos del Tubo. Lo botaría a la calle, pero sé que no saldré de él hasta que sea él quien salga de mí, como lo hizo Cristine, que se largó y me dejó de herencia este puto gato que es como su recuerdo vivo.

    Ver tanta inmundicia me agota. La noche fue pesada y siento que los párpados se cierran. Quisiera dormir doce horas, despertarme y masturbarme por doce horas más mientras veo páginas de pornografía en internet, comerme la hamburguesa del carrito y ver fútbol en televisión por el resto de mi vida. Espero cuando muera el cielo sea un sofá y televisión por suscripción. Sería hermoso tener acceso a placeres tan mundanos, pero no para mí, incluso la pereza me es esquiva. Sólo poseo la desidia de la rutina del hombre sin sueños. Debo salir ya al canal a seguir con la fatiga cotidiana. Y ese sueño anhelado no es más que una utopía para mi vida; hace mucho no duermo más de tres horas seguidas, el pene a duras penas me funciona para orinar y me cortaron la televisión por cable.

    Supongo que estos pensamientos reiterativos son los que llevan a las personas a suicidarse, eso sí podría hacerlo, dispararme en el hipotálamo o colgarme de la rama de un árbol. Lo haría, pero no hoy que debo ir al canal y en la noche al periódico, quizás lo deje para el domingo, los domingos nunca tengo compromisos y estar desocupado es el mejor aliciente para matarse. Así que como hoy no será, lo mejor es entrar al baño, bañarme y duchar esta angustia a ver si se va por el desagüe.

    Entro al baño, lo observo y estoy seguro de que pescaré alguna bacteria maligna que se debe estar incubando en el piso o en la baba amarillenta que rodea el jabón. Me desnudo, muevo el grifo y al mismo tiempo que suena el chirrido de la falta de mantenimiento de la ducha, con ese ruido propio de la pobreza, sale el agua en un endeble chorro gélido. Todo puede ser peor. Mientras me enjabono me miro en el espejo; mi panza ya tiene forma, se ha ido agrandando progresivamente. Me estoy volviendo flácido, se desaparecieron los músculos de las piernas, las tetillas me pesan, se me está cayendo el pelo y mi cuerpo ha mutado en una sola masa amorfa. Aquí estoy, el símbolo del hombre posmoderno: televisión, hamburguesas, flacidez, pornografía y gomas de mascar. El mínimo esfuerzo. Estoy empezando a parecerme a Polanski.

    Aprovecho el hilo de agua helada para tomarme la pastilla y meterme el supositorio, cada vez es más doloroso, más insoportable. Respiro. Quiero secarme, pero no veo ninguna toalla, agarro una sábana que está en una caneca llena de ropa que no sé si está limpia o sucia. Estoy temblando. Me seco y sigo mirándome en el espejo. Observo mi cara agrandada y mis ojos perdidos dentro de la planicie lunar de mi cabeza. En mi barba ya tengo unas cuantas canas.

    ̶ ̶Ay Zeta, no eres más que un nadie, ni siquiera un don nadie. Ni siquiera un cualquiera.

    No soy más que un simple anónimo que se entretiene, como único pasatiempo, con el análisis exhaustivo de sus congéneres. Un hombre que detesta la estética establecida por los mass media pero que se lamenta por tener barriga y tetas. Un inconsecuente con el discurso. El depravado que se persigna. El eterno e improductivo anarquista adolescente. El remedo de un existencialismo burdo y barato.

    ̶ ̶ ¡Bah, filosofía mamerta de autodestrucción!

    Finalmente, lo único que he aprendido en esta vida, es que la felicidad no existe, sólo las drogas y el dinero. Lo sé, aunque mis consumos adictivos hayan pasado de inhalar cocaína para agilizar la realidad, a meterme supositorios de Xiloproct para aliviar el dolor de las hemorroides, y tomarme una píldora de Copidrogel para mantener la aterosclerosis inhibida.

    Tomo un poco de café, agarro una colilla que está encima de la estufa, la prendo con la llama del fogón. Me sorprende aún tener gas, hace mucho no lo pago. Ni la luz, ni el agua. Fumo un par de bocanadas y vuelvo a dejar la colilla en la estufa. Me meto una goma de mascar en la boca, agarro el morral, la chaqueta y el sombrero, veo un charco de orines frente a la puerta.

    ̶ ̶ Apareciste Gatohijueputa.

    Limpio con la sábana que me sequé y la dejo encima de la caneca con ropa. ¿Déjà vu?

    Antes de salir veo encima de la mesa la foto de Cristine. Quizás lo único que aún conserva belleza entre tanto muladar. La flor en la mitad del asfalto. La última foto que tomé justo antes de... con su mano izquierda acariciando su pelo azabache, que cubre una parte de su boca cerrada e ingenua, con esos ojos grandes y su mirada de bailarina triste, sus hombros descubiertos y su cabeza recostada en la mano derecha.

    ̶ ̶ Puta, por qué te fuiste y me dejaste solo.

    Salgo con rabia. Camino bajo la lluvia rumbo al canal con la convicción de dejarme contagiar de la banalidad mediática, a ser parte de la humillación global, a reírme de la miseria de mis compañeros, a ser parte de ese canibalismo consumista. A redimir mi espíritu en la observación y la

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