Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Cuando dices no quiero
Cuando dices no quiero
Cuando dices no quiero
Libro electrónico233 páginas3 horas

Cuando dices no quiero

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Este libro es un relato que aborda la participación del ser humano en todos sus actos, revelando la ignorancia hacia aquél que tiene a su lado. Se exploran temas como la humillación constante, la subordinación, y la violencia en sus diversas formas: física, mental, psíquica, económica y obstétrica, presentes en cada momento de la existencia y convivencia. Se aborda, además, la prostitución y la vejación. Estos ataques pueden manifestarse a través de golpes que dejan secuelas de por vida, matando a la mujer (femicidio), o de manera psicológica, limitando la libertad del individuo en la sociedad, afectando su dignidad, seguridad, intimidad, e integración, ya sea en pareja o matrimonio.
También, hago un llamado a la justicia para que actúe con diligencia y rapidez, evitando que casos como estos se propaguen cada día en todo el mundo.
Este relato está basado en hechos reales, aunque ficcionado, y se han cambiado los nombres para no perjudicar a los personajes que participaron en la realidad. Gracias al esfuerzo del antropólogo forense y del comisario, ambos retirados de la fuerza, se logró determinar el cambio en la categoría judicial, pasando de homicidio simple a femicidio, en la localidad de Albufera, Valencia.
IdiomaEspañol
EditorialTinta Violeta
Fecha de lanzamiento8 dic 2023
ISBN9789874114280
Cuando dices no quiero

Relacionado con Cuando dices no quiero

Libros electrónicos relacionados

Temáticas sociales para jóvenes para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Cuando dices no quiero

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Cuando dices no quiero - Norberto Agustín Pelliccioni

    Portada de Cuando dices no quiero de Norberto Agustin PelliccioniPortadilla de Cuando dices no quiero de Norberto Agustin Pelliccioni

    Pelliccioni, Norberto Agustín

    Cuando dices no quiero / Norberto Agustín Pelliccioni. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Tinta Violeta, 2023.

    Libro digital, EPUB

    Archivo Digital: descarga y online

    ISBN 978-987-4114-28-0

    1. Literatura Argentina. 2. Narrativa Argentina. 3. Literatura Feminista. I. Título.

    CDD A863

    Contenido y corrección a cargo del autor.

    Fotografía de portada obtenida de Unsplash.

    Autor

    Norberto Agustín Pelliccioni

    E-mail: norbertopelliccioni05@gmail.com

    Editor Literario

    Ed. Juan Carlos Vejo

    E-mail: editor@jcvejo.com

    Desarrollador

    Ed. Juan Carlos Vejo

    E-mail: editor@jcvejo.com

    Web: www.jcvejo.com

    Directora Editorial

    Andrea Armesto

    E-mail: andreasarmesto@gmail.com

    Editorial Tinta Violeta

    E-mail: tintavioletaeditorial@gmail.com

    casa

    Este libro, es un relato, en la cual se involucra, al ser humano, en todos sus actos, mediante la ignorancia del ser que tiene al lado, la humillación constante la subordinación, la violencia, tanto física y mental; en todos sus momentos de su existencia y/o convivencia. Prostitución, vejación. Dicho ataque puede ser material, pegando, dejando secuelas, matando a la mujer, y psicológico que limita la libertad, la dignidad, la seguridad, la intimidad, la integración, de la mujer ya sea en pareja, o matrimonio.

    También invoco a la Justicia, que sea rápida en estos casos.

    MUJERES AMENAZADAS

    CUANDO DICES NO QUIERO

    Sabéis que se dijo a los antiguos, «No mataras y el que matare será reo de juicio. Pero yo os digo que el que se enoje con su hermano será reo de juicio; el que llame cretino a su hermano, será reo de Sanedrín; y el que lo llame necio será reo de la Gehema de fuego. Por tanto, si al llevar tu ofrenda al altar, te recuerdas de tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda delante del altar y vete antes a reconciliarte con tu hermano; después vuelve y presenta tu ofrenda. Ponte a buenas con tu adversario pronto, mientras vas con él por el camino, no sea que te entregue al juez, y al juez al aguacil y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que pagues el último céntimo». Es palabra del señor.

    San Mateo 9, 21-26.

    Prólogo

    Es un honor como mujer, apadrinar este libro, cuyas páginas nos invitan a una constante interrogante en el siglo XXI.

    Este relato contiene y hace referencia a la realidad misma de una lucha histórica en la que las mujeres hemos dado una batalla sin igual. El autor, amigo y compañero Norberto Agustin Pelliccioni, describe en sus páginas la historia de un caso de muerte en el que interactúa con los personajes: Milagros, Analuz, Clara, Isabel, Garzòn, Alejandro, Osvaldo y José cuyo relato es en primera persona. Todos ellos dejarán en claro que cuando la dignidad es un derecho el mundo se torna resiliente en nuestro siglo.

    Cabe destacar del femicidio, sus causas que por lo general residen en la violencia de género, un fenómeno que afecta a la sociedad en general y del que señalan las estadísticas, en lo que va del 2022, alrededor de 66.000 femicidios en el mundo.

    Este tema delicado, interpela a todo ser humano, el asesinato de mujeres debido a su condición de género, es decir por el solo hecho de «ser mujer».

    Un asesinato que siempre es perpetrado por un hombre, ya sea en la intimidad, por una relación de pareja, noviazgo o amantes, que suele estar relacionado con los celos o el deseo de posesión o dominación. También existen femicidios en la familia cometido por padre, hermanos, primos etc.

    Además se presentan femicidios raciales y femicidios por conexión (cuando una mujer defiende a otra que es maltratada. En todos estos aspectos la condición machista por lo general es estimulada desde la niñez, marcada por la violencia de género doméstica. Donde el mal manejo de la ira, los celos patológicos, los impulsos el consumo de sustancias, evidencian a individuos psicoemocionales de baja estima, frustración, etc. Esta cultura de violencia aprendida, que tal vez, comience por depresión o stress post traumático, termina con la destrucción de la familia como proyecto social.

    El movimiento social y político más antiguo y grande del mundo, que ha dado lucha históricamente, resurgió con fuerza en el siglo XXI, y es el de LAS MUJERES que, sin importar credo, etnia o religión, ni condición social, salimos unidas y en un grito unísono exigimos «NI UNA MENOS».

    El autor logra en este libro un aporte fundamental para la mujer, el varón y la familia. Ojalá este mensaje empodere y clarifique la mente e ilumine la vida de tantas mujeres maltratadas y sometidas que, ciegas por el narcisismo o contaminadas por la manipulación de un hombre, bajan su autoestima a tal punto de no darse cuenta que en el 90% de los casos van camino a la muerte. Debemos darnos cuenta de que el femicidio comienza por un simple maltrato y continua con el golpe hasta el final y que es mejor amarse a sí misma, y tomar distancia a tiempo que perder la vida.

    Norberto Agustín Pelliccioni nos señala en este intenso e intrigante relato que, como bien resalta su título, Cuando dices no quiero claramente «NO es NO».

    Silvina Guzmán Suarez

    Escritora

    Cuando dices no quiero

    No era una noche cualquiera sobre esta región de Madrid. Desde el ocaso azotaba una fuerte tormenta. Era tarde y llovía con violencia. Soplaba un férreo y frío viento proveniente del sur, del mismísimo corazón del Mediterráneo. Extrañamente parecía que toda la ciudad estaba al margen de este pequeño reducto de la sociedad donde me encontraba. El tiempo se hacía interminable para mí y creo que para todos los que estábamos aquí. Dentro de un bar barato, sucio y oscuro de las afueras de Madrid me encontraba sentado junto a un grupo de hombres que bebían perdidos en sus bebidas, esperando al igual que yo, que de alguna manera la angustia que nos invadía desapareciera para siempre.

    ¿Por qué será que creemos que ahogando el dolor en alcohol la vida se hace más pasajera?

    Bebíamos sentados y solos, y aunque muchos estuvieran agrupados o conversando, realmente estábamos solos en este lugar. Bebíamos esperando olvidar ese oscuro pasado que nos acechaba y condenaba a cada minuto, a cada instante. Bebíamos intentando dejar atrás, un sin número de momentos, personas, actos y errores, que nos obligaban a permanecer invariablemente sentados dentro de este infierno de alcohol, humo y rencor, en el que nos hallábamos impávidamente, sabiendo desde ya cual sería nuestro desenlace, sabiendo que para todo lo que hicimos no hay perdón y ni escape.

    Perdidos dentro del aire de este lugar, que bastaría para emborrachar a cualquiera en un par de minutos, nos engañábamos por unos segundos. ¿Podría estar todo mejor? ¿Podríamos ser otros? ¿Podríamos nunca haber pecado? Qué estúpido creer que puede salvarse a alguien ya condenado.

    Este bar, como muchos otros, es una puerta, una invitación a lo más bajo que tenemos como seres humanos, a lo más cruel y doloroso de nosotros mismos. Aquí cada miseria se bebe una copa, mientras las virtudes se suicidan en la puerta transvertidas en glorias.

    El cantinero, esa suerte de psicólogo o confesor que vende paz con cada trago y escucha inmutablemente nuestras penas, limpiaba en silencio unos vasos mojados detrás de la barra, acostumbrado a tal dantesco espectáculo no se inmutaba. Limpiaba mientras simulaba escuchar las desdichas que le contaban los presentes.

    Cuando el cantinero se cansaba de escuchar, dejaba los vasos y se ponía a mirar la televisión que estaba prendida en uno de los rincones del local, haciendo chistes sobre el programa que veía. Pero esta vez no era el caso, la barra estaba llena de hombres con problemas a los cuales debía prestarle atención y venderles bebidas.

    –Es así –dijo uno de los hombres que estaba sentado en la barra–. Vienen las fiestas y yo sin poder ver a mi hija por culpa de la basura de su madre.

    El cantinero ensimismado en su tarea, secaba un vaso sin decir nada.

    –Tenía ese negocio, lo tenía –dijo otro de los hombres que estaba en la barra–. Como le explico ahora a mi mujer que me echaron del trabajo.

    –¿Todavía no has hablado con ella? –pregunto otro de los hombres que allí estaba sentado.

    –No puede ser, me quiero matar –dijo el hombre que perdió el trabajo–. No es justo.

    Se acercó otro hombre que estaba de pie junto a una mesa gritando.

    –No te preocupes –dijo el hombre mientras se acercaba–. Tienes el paro. Para salir del paso alcanza.

    –No es así –dijo el hombre sin trabajo–. Estamos pagando dos préstamos bancarios, la del auto y la de la casa. Nos vamos a quedar en la calle –dijo el hombre y se puso a llorar.

    –No es para tanto –dijo el hombre que estaba de pie–, dile a tu mujer que no gaste tanta plata como hace y listo, todo solucionado. Si no quieres desperdiciar agua asegúrate de cerrar bien el grifo.

    Todos se echaron a reír, todos menos el hombre que lloraba en la barra.

    –De verdad te digo –dijo el hombre que lloraba–. Le prometí que la cuidaría, que nunca le iba a faltar nada… y acá me ves, sin trabajo, sin dignidad, sin nada.

    –Sin plata –dijo el hombre de pie y todos volvieron a reír.

    –Deja a tu mujer hombre –dijo otro de los que estaba en la barra–. Ella te lleva a la ruina.

    En una mesa junto a una ventana, me encontraba sentado bebiendo solo con la mirada extraviada, como esperando a alguien. Ya hacía un mes que yo venía cada noche a beber a este bar, estaba un par de horas y me iba. A diferencia de esas otras noches, hoy 21 de agosto. Mi semblante era distinto, si bien me mostraba calmo, mis ojos demostraban nerviosismo, estaba arreglado más de la cuenta y se me notaba feliz, como si fuera a una fiesta o a una ceremonia donde me premiaran por algún descubrimiento o realización importante que hubiera hecho.

    Nunca pude volver de aquella región remota en que me había enterrado, aunque el tiempo pareció haber asentado aquel dolor en el fondo de mi alma, siempre el dolor volvió a enturbiar mi espíritu con la agitación y el movimiento de los recuerdos.

    En eso se acercó el cantinero.

    –Aquí tienes José –dijo el cantinero trayéndome un vaso de whisky y una caña.

    –Gracias Miguel –dije.

    –¿Vas a una fiesta? –preguntó el cantinero, Miguel

    –Algo por el estilo –respondí.

    –¿Puedo hacerte otra pregunta? –preguntó Miguel.

    –Si insistís –dije.

    –Siempre estas como esperando a alguien, pero hoy estas peor que nunca –dijo Miguel–. Miras todo el tiempo el reloj y la puerta, miras por la ventana, das vuelta… ¿Realmente esperas a alguien?

    –No espero a nadie, porque al que vine a ver ya esta acá –dije mirando por la ventana.

    –¿Sí? –Dijo Miguel confundido– ¿A quién buscas?

    Entraba por la puerta un hombre de unos cincuenta años junto a una joven de no más de veintiuno. Miguel volteo al mirar, al igual que aquellos que estaban en la barra. Era Alejandro Quevedo, un importador de artículos de bajo costo que tenía un pequeño local en la zona. Si bien yo nunca había hablado con él durante ese mes que asistí al bar, esa noche quería conocerlo mejor.

    –A él esperaba –dije–. Puedes decirle que le invito una copa.

    –Vale –dijo Miguel y fue a su encuentro.

    Miguel se acercó a Alejandro y le transmitió mi propuesta. Alejandro pensó un momento lo que le habían comunicado, y con cara de desconfianza, le pregunto a la joven si quería tomar un trago conmigo, ella también dudó, pero terminaron por aceptar. Miguel volvió detrás de la barra y Alejandro y la joven vinieron a mi mesa.

    –¿Usted nos invitó una copa? –preguntó Alejandro.

    –Sí, por favor tomen asiento –dije. Alejandro y la joven tomaron asiento.

    Mi espíritu se volvió a enturbiar con la agitación y el movimiento de los recuerdos, las personas, los objetos, las acciones, que estaban indisolublemente unidos a mi tragedia.

    –¿Por qué nos invitó? –Preguntó Alejandro–No es que quiero ser descortés, pero no entiendo.

    –Es que hace un mes que vengo todos los días, lo he visto un sin número de veces y quería saber de usted –dije–. Si eso no le molesta.

    –Sí, es verdad, lo he visto varias veces en el bar –dijo Alejandro como recordando.

    Se sienta siempre en este lugar, no habla mucho, les ha invitado una copa a los muchachos… No, no hay problema que quiera conocernos, creo que vamos a ser grandes amigos.

    –Yo también lo creo –dije.

    –Mientras no quiera quedarse con mi mujer –dijo Alejandro irónicamente, pero como advertencia.

    –Por favor –dije–. Sólo quiero conocer a la gente con los que paso parte de mis días.

    –Y noches –agregó Alejandro. Todos reímos.

    Y aunque para este entonces la carne de Clara estaba podrida y convertida en tierra, yo seguía no obstante obsesionado por su amor. Pensaba mientras veía reírse a Alejandro y la joven con total ingenuidad. ¿Qué conocemos en definitiva del misterio último de los seres humanos, aun de aquellos que han estado más cerca de nosotros? ¿Qué entendemos por amor, por odio, o por venganza?

    –Qué gracioso –dije–. Vamos con las presentaciones, mi nombre es José Guijarro.

    –Cómo usted ya sabe, yo soy Alejandro –dijo Alejandro y me extendió la mano, a la que estreché con fuerza. La joven miraba a Alejandro enamorada, mientras terminaba de acomodarse en la mesa. En eso llegó Miguel, con un café y una caña, a la mesa.

    –Sirvió el café a la joven y la caña se la dejó a Alejandro.

    –Aquí tienes Alejo –dijo Miguel–. Hoy está bonita tu mujer.

    La cara de Alejandro se transformó. Era indudable que Alejandro era un hombre al que los celos le jugaban siempre una mala jugada. ¿Y a qué hombre alguna vez no le paso lo mismo?

    –Vale Miguel, deja las cosas y listo –dijo Alejandro molesto–. No te pases de vivo.

    –Pero no he dicho nada Alejandro –dijo Miguel.

    –Vale, vale –dijo Alejandro mientras tragaba la caña como si estuviera muerto de sed.

    –¿Te traigo algo? –me preguntó Miguel como para salir del paso.

    –Otra caña –respondí.

    Miguel retiró el vaso vacío de caña y se fue. Me quedé bebiendo el whisky y mirando por la ventana. Al rato pregunté.

    –Su mujer como se llama –dije.

    –Milagros –dijo Alejandro.

    –Sin ofender –dije–. Es un placer saludar a tan bella mujer, lo felicito –mientras decía esto tomé la mano de Milagros y se la besé. Milagros se sonrojó por la situación que estaba viviendo y la escondió bajo la mesa. Alejandro terminó de un saque la caña.

    –Ya –dijo Alejandro.

    Aquí estoy, en este bar con los ojos gastados y envejecidos, estos últimos meses han sido como milenios. Pero creo que el tiempo llega a su fin, el destino toca a mi puerta. Sentado en este bar quizás hoy, si no pasa nada extraño consiga liberarme al fin de mi pesadilla.

    –¿Ustedes creen en el destino, en las muchas maneras de trabajar que tiene? –Pregunté–, porque saben, nada ocurre por casualidad.

    –Yo no creo en eso del destino –dijo Milagros buscando con la mi- rada a Alejandro, como pidiendo autorización para hablar.

    –Pues debería –dije.

    –Yo sí creo –dijo Alejandro–. Más que creer pienso que todo ocurre por algo, hay algo que se llama acción y reacción, según recuerdo.

    –Muy bien –dije–, la ley de causalidad, es decir, a toda acción le corresponde una reacción de igual fuerza y energía, a toda causa le sucede su efecto, son todas comprobaciones de que nada paso por casualidad, sino por causalidad.

    –Pero la vida de nadie está escrita –dijo Milagros–, uno puede hacer lo que quiera… es así, hacemos y con ese hacer libre vamos escribiendo nuestro destino.

    –No podías haberlo dicho más bellamente, tenía que ser mujer –dije y Alejandro se sonrió. Milagros se avergonzó nuevamente–No me haga caso, prosigue.

    –Podemos cambiar las cosas como queremos, nada pasa porque debía ser así, más bien pasa simplemente porque nosotros lo hicimos así –dijo Milagros y bebió un sorbo del café que se le enfriaba frente suyo.

    Con ese poder que tienen las catástrofes para destruir el cuerpo y el alma de aquel que lo padece, así me sentía yo desde aquella infernal noche. Porque en unas horas cayó sobre mí, la devastación que lentamente traen los años, las enfermedades, las desilusiones y sobre todo lo errores. Los fatales errores.

    Este tiempo ha sido un infierno, ni la muerte podría salvarme ya de este sufrimiento que padezco día y noche. ¿O quizá la muerte si pueda después de todo salvarme? No quiero hacerme ilusiones. Estoy como esas personas que se encuentran internadas en un hospital después de haber sufrido un grave accidente. Y después de un tiempo de estar convalecientes consiguen levantarse de su propia calamidad, ya lejos de aquel infortunio en el que casi murieron. Volviendo a comenzar su vida, pero sabiendo que nunca volverán a ser lo que eran antes, pues sobre ellos pesan, y para siempre, la experiencia del horror y la muerte.

    –¿La señorita es su novia? –pregunté.

    Alejandro y Milagros se miraron cómplice mente. Milagros levantó una mano mostrando su anillo de boda.

    –¡No!, estamos casados desde hace un mes –corrigió apresurado Alejandro.

    –Qué horrible lo que usted me dice –dije echándome para atrás y bebiendo–, lo lamento mucho… –y reí groseramente.

    –No se haga el listo –dijo Alejandro– ¿No cree en el matrimonio?

    A decir verdad, no creo en las relaciones entre los hombres y las mujeres, ese tipo de relacione siempre terminan mal –dije y una angustia me invadió el alma.

    Se notaba que no creía en lo que estaba diciendo,

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1