Ariadna: Una interpretación queer
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Ariadna nos permite no solo ser humanos en movimiento, en trans, sino también romper los límites que nos imponemos a nosotros mismos cuando nos traicionamos y no nos emancipamos de tantas necedades y construimos el laberinto de nuestro propio encierro. Ariadna acontece como ese pudor que nos sana y nos redime. Ella somos todos, yo, los otros. De allí que sea Ariadna "queer".
Ricardo Espinoza Lolas
Ricardo Espinoza Lolas (Valparaíso, 1967) es un académico, escritor, teórico crítico y filósofo chileno. Doctor en Filosofía por la Universidad Autónoma de Madrid (2003), catedrático de Historia de la Filosofía Contemporánea de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y miembro del Center for Philosophy and Critical Thought (Goldsmiths, Universidad de Londres) ha escrito o coeditado varios libros, entre los que destacan Capitalismo y empresa. Hacia una revolución del NosOtros (2018), Žižek reloaded. Políticas de lo radical ( 2018), NosOtros. Manual para disolver el capitalismo (Madrid, 2019), El espacio público de la migración (2019), Hegel Hoy (2020), 30 conceptos para disolver las medidas político-sanitarias en la pandemia (2021), NosOtros (2023) y Sade Reloaded (2023).
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Ariadna - Ricardo Espinoza Lolas
Ricardo Espinoza Lolas
Ariadna
Una interpretación queer
Diseño de la cubierta: Stefano Vuga
Imagen de la cubierta: Herbert Spencer
Edición digital: José Toribio Barba
© 2023, Ricardo Espinoza Lolas
© 2023, Herder Editorial, S.L., Barcelona
ISBN EPUB: 978-84-254-5023-5
1.ª edición digital, 2023
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com)
Índice
Poema: Lamento de Ariadna
Introducción. Una trilogía de lo femenino para estos tiempos. Ariadna hoy
PRIMERA PARTE. ARIADNA EN SUS INSCRIPCIONES
1. Distancia
2. Grecia
3. Laberinto
4. Invención
SEGUNDA PARTE. ARIADNA EN SU DISTANCIA, QUE NOS CONSTITUYE
5. Deseo
6. Hoy
7. Agradecimiento
8. Baile
9. Sabiduría
10. Liberación
11. Método
12. Descentramientos
13. Toro
14. Teseo
15. Pudor
16. Sexo
17. Coño
Poema: Alegría de Ariadna
Epílogo. Nuevamente la alegre Ariadna
Pamela Soto García
Lamento de Ariadna
Un rayo. Dioniso aparece con esmeraldina belleza.
Dioniso:
¡Sé prudente, Ariadna!...
Tienes orejas pequeñas, tienes mis orejas:
¡mete en ellas palabras prudentes!
¿No hay que odiarse primero, cuando se debe amar?...
Yo soy tu laberinto...¹
1 Nietzsche, F., «Lamento de Ariadna. Ditirambo de Dioniso», en Obras completas, Vol. IV, Obras de madurez II, Madrid, Tecnos, 2016, p. 891.
Introducción
Una trilogía de lo femenino
para estos tiempos. Ariadna hoy
Este libro que usted tiene en las manos es el primero de una trilogía sobre lo femenino y, en especial, acerca de lo humano. Además, no es formalmente un libro sobre algo, sino que es un libro dinamita en sí mismo, que no puede dejarlo indiferente si lo lee desde dentro, desde el propio libro, esto es, en un trato vivo y experiencial donde el texto opera como una cierta mediación que le permite a usted acontecer como un nuevo lector, revolucionar su vida y disolver el laberinto en el que ha vivido por décadas de modo más o menos cómplice.
Esta trilogía que le propongo presenta a tres figuras femeninas que nos muestran nuestro propio acontecer acerca de lo humano en nuestra actual cotidianidad capitalista, patriarcal y colonial, y con ello, precisamente con ello, se actualiza nuestro cuerpo y nos sentimos, por fin, vivos, pues dejamos de lado el trabajo muerto bajo el cual nos esclavizamos voluntariamente a diario en el laberinto del capitalismo. Cada una de estas figuras nos enseña un matiz de lo sutil que nos constituye y, a la vez, constituye a lo propiamente real. Estas figuras son Ariadna, Antígona y Lou Salomé.
En cierta forma, estas tres figuras son máscaras de Nietzsche, el pensador de lo femenino por excelencia, esto es, uno de los pensadores creadores dionisíacos junto a otros grandes como Heráclito, Sófocles, Ovidio, Beethoven, Büchner, Goya, Buñuel, Pasolini, Bowie... La vida de Nietzsche estuvo articulada en y por lo femenino en distintos niveles, desde su relación intensa con su madre y su hermana, sus amores laberínticos, como Cósima y Lou Salomé, sus amigas incondicionales, como Meta von Salis, Therese von Schirnhofer y Malwida von Meysenburg, y, en especial, con sus personajes míticos inspiradores, como Ariadna, Antígona, Carmen... Nietzsche es en y desde el horizonte de lo femenino, y sin eso no se entiende su obra y menos aún lo que expresa el eterno retorno.¹
En esta trilogía de lo femenino, y esto es crucial, el elemento nietzscheano se disuelve y se nos vuelve opaco para dar con la luz de Ariadna, Antígona y Lou, más allá de la filosofía del eterno retorno del pensador alemán, y se pueda ver así la riqueza de estas precisas máscaras de lo femenino para expresar estos tiempos tan laberínticos en los que vivimos, a veces muy asfixiados y dando palos de ciego, sin poder entender en qué consiste lo humano. Y así nos encontramos con Ariadna más allá de Diónysos y en su distancia diferencial, que nos constituye y nos perfora en el día a día, desde los cuerpos que somos en medio de otros cuerpos y a pesar del capitalismo mortífero en el que vivimos; con Antígona, más allá de Hegel y Lacan (y Butler y Žižek) para que su inflexión radical (eso, en parte, indica su nombre) nos señale junto con Sófocles por qué somos lo más deinón de entre todas las cosas deinón. Y, finalmente, con Lou Salomé, más allá de Nietzsche, Ree, Rilke, Freud (y otros), que nos permite mirar la histeria de otra forma, en la que el erotismo se nos vuelve un modo vivo de construir mundo en nuestros días de inmediatismo nihilista y falta de vínculo amoroso.
Solamente iniciando esta trilogía de la mano de Ariadna es como podemos sumergirnos en lo humano que luego se expresa en las otras dos figuras: Antígona y Lou Salomé. Y esto porque Ariadna es como el nombre por excelencia de lo real (para no decir del ser) para estos tiempos. Y es así porque, por una parte, expresa ese carácter inicial que siempre se actualiza como distancia, que es la que permite, dicho filosóficamente, la diferencia, las correlaciones y los sustratos para dar cuenta de lo que somos en medio de todas las cosas. Y, por otra parte, con Ariadna, ya en su expresión mítica, ya en su desarrollo histórico por medio de tantos autores, en especial, los poetas, se supera el problema de todo decir filosófico, esto es, caer en coordenadas rígidas, formales, normativas e incluso dicotómicas que siempre se estructuran a la luz de una metafísica de la verdad y la apariencia, de lo universal y lo singular, es decir, del régimen de pensamiento occidental, que para pensar lo real excluye desde lo real todo lo sutil que lo constituye y con ello elimina lo real. Este es el grave problema del decir filosófico.
Ariadna nos permite dar con la clave misma para repensar hoy lo real sin caer en los problemas de un decir universal que no tiene nada que ver con lo propiamente real, esto es, ser mera contingencia, sin sentido alguno, matiz de lo sutil; problema en el que el realismo especulativo actual se sumerge cada vez más y se hunde en su propio laberinto fangoso conceptual. Con Ariadna, la filosofía vuelve a estar tocada por ese carácter literario fundamental para expresar lo real como sutileza azarosa y de suyo inespecífica. Y con ello, por ejemplo, al añadirle el adjetivo queer, a Ariadna la resignificamos para nuestros tiempos y, a la vez, lo propio queer se repiensa más allá de Butler y de cierto feminismo y lo volvemos en una inscripción desde Anzaldúa, esto es, una inscripción viva que expresa ese no dejarse atrapar por determinación alguna ni lógica que cierren el discurso y, con ello, lo propiamente real.
Una Ariadna queer es como un real en su contingencia que no se deja encarcelar por ningún laberinto, no solamente el de género, sino el de la ontología misma y su diferencia en cuanto corte en y por sí mismo por fuera de la historia material abierta que somos. Esta Ariadna queer expresa lo que somos, en medio de lo que somos, a la altura de los tiempos como distancia diferencial que acontece entre lo que es un tejido humano entre otros tejidos humanos y, a su vez, entre tejidos vegetativo-animales, incluso cósicos y virtuales, y digitales.
1 Esto ya lo he trabajado en detalle en mi libro Nietzsche. Ideología pagana (de próxima publicación). En este libro muestro a Nietzsche repensando el eterno retorno desde lo femenino y en diálogo con Diónysos y Ariadna y contra las interpretaciones ya hegemónicas francesas centradas en Deleuze, las alemanas en Heidegger y las actuales italianas (y algunas españolas) en D’Iorio.
PRIMERA PARTE
Ariadna en sus inscripciones
¿Por qué no escribir sobre Afrodita o Atenea o Hera, la célebre tríada de la Antigüedad griega que generaba tanto morbo y tanta discordia y que aparentemente expresa lo femenino en y por sí mismo? ¿Por qué no escribir sobre otras figuras míticas no griegas, sino semitas o amerindias? ¿Por qué no escribir sobre mujeres de carne y hueso? Porque de ellas también hablaré (de forma encubierta) y de tantas diosas y personajes míticos de múltiples lugares y épocas en la medida en que pueda hablar de alguna forma de Ariadna, pues ella mienta lo femenino de un modo siempre inicial y nunca original: en la distancia que nos constituye. Y con esto me refiero a una distinción hegeliana que es muy útil (Anfang como inicio y Ursprung como origen). En lo original siempre está presente algo que aparentemente está por fuera de la historia y la inaugura, la echa a andar, es como un principio regulador, con tintes metafísicos, y esto está en las antípodas de mi manera de escribir y de trabajar. Y para dar con Ariadna esto es imposible, pues hacemos de ella algo meramente externo, otra esencia más que nos viene a construir un relato de lo humano (no nos sirve, por ejemplo, el feminismo de la esencia). Sin embargo, en cuanto inicial, Ariadna no está por fuera de nuestra historia material, sino que siempre está en ella, pero de forma actualizada en un aquí y en un ahora determinados, en un aquí somático; ella cobra cuerpo en el inicio histórico en la misma medida en que la volvemos a hacer presente en cada uno de nuestros cuerpos y, por tanto, en lo real en cuanto la volvemos a visibilizar con nuestros textos.
Ella, por decir ella y no trastocarlo todo en este instante (porque Ariadna supera el duplo femenino-masculino), me acompaña hace muchos años y ha estado a mi lado (en lo más íntimo de mí), en lo más propio de mi cuerpo, siempre con cierta distancia, y es probable que también en la de todos. Ella es como una cierta mirada material que nos perfora, una vaciedad que no se deja completar, una herida que no se deja suturar, una imposibilidad de completar lo que es de suyo abierto, una relación inacabada, inconclusa, nunca resuelta, por venir. «La femme n’existe pas», decía Lacan a inicios de los años setenta del siglo pasado, y en ese tono tan heideggeriano, pero invertido, porque, si para el complejo pensador alemán solamente existe lo humano, para el pensador francés todo existe, menos la mujer; es como si el segundo Lacan, el de la enseñanza de lo real, dialogue con el segundo Heidegger, el de la enseñanza del Ereignis. Y, en ese diálogo, lo femenino es solamente acontecimiento antes que existencia, antes que lo simbólico (dicho lacanianamente), lo propio del hombre, y obviamente anterior al dominio de los entes, de las cosas que configuran nuestro imaginario fenomenológico.
¿Lo femenino acontece? ¿Solo lo femenino acontece? ¿Cómo acontece? ¿Qué indica que acontezca en nuestras vidas? Ariadna nos permite mirar el acontecimiento en nosotros mismos y, ya por esto, quedarnos en esta figura femenina nos permitirá quedarnos en lo más radical de cada uno, como humanos, y con ello permanecer en nuestra carne, en nuestra piel, sin sentido metafísico alguno; solamente en la exterioridad jovial de nuestros cuerpos perforados y constituidos por lo real.
1. Distancia
Si nos sumergimos en los estudios etimológicos tanto clásicos como modernos del nombre de Ariadna, desde Chantraine a Beekes, podemos darnos cuenta de ciertos detalles interesantes que indica su nombre, el cual todavía se esconde en parte, pero que está bastante claro hoy que es anterior, como el de Diónysos, a los términos griegos. Ese rasgo micénico del término Ariadna la vuelve inicial porque retorna una y otra vez, por ejemplo, como una nodriza del dios, como su compañera, como una amante suya, como una Afrodita que lo ama en el lecho, en el acto sexual y que baila con él y así funda nuevas posibilidades para cosas, humanos y dioses: posibilidades fruitivas en medio del dolor de nuestra mortalidad.
En su nombre, Ariadna, se ve ya esa partícula, ἀρι, que podemos encontrar luego en aristón, es decir, lo acabado y distante, luego, por excelencia, lo superior. Una partícula muy importante que no se separa del resto de la palabra y, a la vez, la aumenta, la realza explícitamente, la vuelve superlativa: ese ari de Ariadna nos muestra ya lo que su nombre mienta por excelencia.¹ Y continúa Chantraine mostrando que, al parecer, se da una cierta «invención de Ariadna» («Erfindung der Ariadne»), como diría Nietzsche originalmente en Ecce homo (lo veré más adelante), ya en su propio nombre, pues siempre resuena como Ariagna o Ariadna. Es probable que el propio nombre de Ariadna sea una invención tardía: es una invención en el nombre después de la partícula ari.² Es como si Ariadna significara radicalmente ari y nada más. Y Beekes, en la actualidad, añade que incluso su nombre indica algo de suyo pregriego: minoico.³ Por tanto, tenemos que Ariadna se muestra como ese doble, por una parte, ἀρι-, esto es, partícula inseparable y aumentativa que denota una idea de fuerza, de superioridad, y que significa literalmente mucho, muy, por encima de; y, por otra parte, ἁγνός, ή, όν, o sea, sagrado, santo, puro, casto, inocente. Y con estos matices y sutilezas ya tenemos delante de nosotros a Ariadna, siempre delante, a distancia.
Si dejamos de lado una cierta interpretación semita y cristiana para entender eso santo, se tendría que pensar a Ariadna, la compleja hija de Minos y compañera carnal del dios, como la máximamente intacta, la distante; de ahí el efecto de distancia del que habla Nietzsche en La gaya ciencia refiriéndose a Ariadna en la segunda parte, aforismo 60, «Las mujeres y su acción a distancia»:
¿Tengo aún oídos? ¿Soy solo oído y nada más? Aquí estoy en medio del ardor de la rompiente, cuyas blancas llamas se levantan hasta lamer mis pies: de todas partes vienen hacia mí aullidos, amenazas, gritos, estridencias, mientras que en la profundidad más profunda el viejo agitador de la tierra canta su aria [seine Arie singt], ronco como un toro que brama: y al mismo tiempo marca un ritmo de agitador de la tierra que hace que incluso a estas monstruosas rocas templadas en las tormentas les tiemble el corazón en el cuerpo. Entonces, de pronto, como nacido de la nada, aparece ante el portal de este infernal laberinto, a pocas brazas de distancia, un gran velero, deslizándose en silencio como un fantasma. ¡Oh, esa belleza espectral! ¡Con qué encantamiento me atrapa!⁴
Es Ariadna, lo femenino por excelencia, que hace su entrada, siempre a distancia, y no solamente mueve al dios, sino que al propio dios toro lo constituye en su ser; incluso Nietzsche casi la nombra en el texto, por eso lo he puesto en alemán.⁵ Es una Ariadna que ya sale del laberinto, pues ella no solamente es laberinto, como lo veremos más adelante.
La distante expresa algo así como un cierto pudor (volveré sobre esto al final del libro), incluso en lo sexual (en la fusión con el otro), que opera en medio de cada uno. Ella es un medio que perfora y en cuanto medio nos pierde en su laberinto, pero no solamente nos pierde, sino que en la medida en que nos perfora nos hace bailar y volver una y otra vez a actualizar nuestro cuerpo en medio de otros cuerpos.
1 ἀρι-: Partícula argumentativa utilizada en poesía... La mayoría de los compuestos antiguos experimentan con la noción de evidencia. Cf. Chantraine, P., Dictionnaire étymologique de la langue grecque, París, Klincksiek, 1977, p. 108.
2 «ἁdνόν: ἁγνόν Hsch [...] Et.: Bechtel, Gr. Dial 2, 777» señala que, «si bien hay ejemplos de dn y gn, no se observa lo contrario. Al menos se podría admitir una ortografía inversa. Sin embargo, es más probable que tengamos en adnos un término ficticio inventado para la explicación de Ariadna (que fue alterado inversamente en Ariagne», cf. Kretschmer, Vasenischriften 171), cf. K. Latte, Philol, 80, 174, Chantraine, P., Dictionnaire étymologique de la langue grecque, op. cit., p. 20).
3 «The gloss ἁdνόν- ἁγνόν. Kretes pure (Cret.)
(H.) is artificial, as gn>dn is not a cretan development (Brown, 1985: 25). This means that the word probably does not contain agnos. An IE etymology is improbable