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El final de la Elegía: Lectura de Rilke
El final de la Elegía: Lectura de Rilke
El final de la Elegía: Lectura de Rilke
Libro electrónico150 páginas2 horas

El final de la Elegía: Lectura de Rilke

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AR-SA">Comentario e interpretación de la obra poética de Rilke a partir de su
obra de madurez y aproximación al t
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 nov 2021
ISBN9786074178128
El final de la Elegía: Lectura de Rilke
Autor

Vega Amador

Amador Vega es Doctor en filosofía por la Universidad de Freiburg im Breisgau y catedrático de Estética y Teoría de las Artes en la Universitat Pompeu Fabra (Barcelona).

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    El final de la Elegía - Vega Amador

    Imagen de portada

    El final de la Elegía

    El final de la Elegía

    Lectura de Rilke

    Amador Vega

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA CIUDAD DE MÉXICO

    BIBLIOTECA FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO

    Vega, Amador

    El final de la Elegía: lectura de Rilke / Amador Vega. – México: Universidad Iberoamericana Ciudad de México, 2021 – Publicación electrónica.

    ISBN: 978-607-417-812-8

    1. Rilke, Rainer Maria, 1875-1926. Duineser Elegien. 2. Rilke, Rainer Maria, 1875-1926 – Crítica e interpretación. I. Universidad Iberoamericana Ciudad de México. Departamento de Ciencias Religiosas.

    D.R. © 2021 Universidad Iberoamericana, A.C.

    Prol. Paseo de la Reforma 880

    Col. Lomas de Santa Fe

    Ciudad de México

    01219

    publica@ibero.mx

    Primera edición: 2021

    ISBN: 978-607-417-812-8

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

    Hecho en México.

    Digitalización: Proyecto451

    Índice

    Portada

    Portadilla

    Legales

    Prólogo

    Introducción

    La Novena Elegía de Duino: lo que en el silencio no calla

    Las redes de lo indecible: el acallamiento de lo divino

    Excesos de silencio: el momento hermenéutico

    Bibliografía

    PRÓLOGO

    Si es cierto que, ya desde la Antigüedad, el poema elegíaco se erige como expresión clásica del lamento por una pérdida o canto fúnebre, las Elegías de Duino de Rainer Maria Rilke, una de las creaciones poéticas más seductoras e inquietantes de la primera mitad de siglo XX, apuntan a un tipo de emoción intratextual, que no busca derramarse en una cadena de significados trascendentes o referenciales. Con ello no quiero decir que la emoción transmitida por el alto lirismo de aquellos diez largos poemas, que tanta desolación como plenitud provocaron en su creador, no sean testimonio de las más intensas ambigüedades que puede alcanzar el alma humana, sino más bien que la sola experiencia de lectura habría de bastar para vislumbrar hasta qué punto el poema constituye por sí mismo una unidad, cuya íntima trama significativa nos previene de cualquier precipitada transferencia a la existencia individual del lector. De este modo, sin excluir su indudable dimensión metafísica, la lectura de las Elegías de Rilke podría ofrecernos un nuevo modo de comprensión de los altos contenidos que las figuras del poema nos transmiten. Allí donde los versos de un poema nos llevan a dialogar con otros tantos de esa misma composición, allí donde un poema nos lleva a otro, aun habiendo sido compuesto en condiciones y situaciones distintas, el acto de lectura, en el único límite de su duración, se nos presenta como el primer y último horizonte de significación en el que nacen y mueren cada una de las figuras que se han dado cita en sus versos. Con ello, el poema expresa un mundo único, singular, y también un final, un punto de no retorno, un punto que excluirá ya cualquier otra lectura e interpretación. El final del poema es su límite último, el cual no permite más salida que su misma entrada en la lectura, en una continuada y repetida lectura que quisiera captar su contenido a través de la sola voz que recita. El final señala el límite de la experiencia y también el final de toda interpretación dada en el tiempo de la lectura. Esa imposibilidad de transgredir los límites del poema nos proporciona, sin embargo, una libertad y una apertura existenciales que dan comienzo, justamente, allí donde el poema y su lectura han terminado. El final de la Elegía, título de mi lectura de Rilke, es también el final del lamento y la pérdida o, si empleamos una de las mayores constantes de la poesía de Rilke, de la despedida.

    El texto que aquí se publica tuvo su origen en las Lecciones Kino, impartidas entre octubre y noviembre de 2011 en la Universidad Iberoamericana, en las sedes de Puebla y Santa Fe. Durante aquellos días pude compartir mi lectura de Rilke con la de los asistentes, y ello me animó a redactar un texto más extenso. En los años siguientes he impartido diversos cursos sobre la poesía de Rilke en la Universitat Pompeu Fabra, lo que me ha permitido ir madurando las ideas que aquí se presentan. Una primera versión del primer parágrafo del libro apareció con motivo de un coloquio en la Universidad de Zúrich (Vega, 2017) y ya en su redacción completa (con el título: Lógica del silencio) en el volumen La Novena Elegía. Lo decible y lo indecible en Rilke (Cuesta Abad y Vega, 2018).

    Deseo expresar mi agradecimiento a mi colega y amigo el profesor Carlos Mendoza Álvarez, de la Universidad Iberoamericana, responsable de aquella ya lejana invitación a impartir las Lecciones Kino, que ha tenido la paciencia de esperar esta publicación que tanto me place entregar ahora como texto definitivo. Quiero dejar constancia de mi agradecimiento a Isidoro Reguera por su atenta y precisa lectura de mi texto. Agradezco también a Sergi Castellà Martínez, de la Universitat Pompeu Fabra, la cuidada revisión del texto final, así como de la bibliografía. Vaya también mi agradecimiento a Elizabeth Sarah Coles, a quien debo una importante sugerencia acerca del título de este libro. Entre las personas queridas de México deseo recordar muy especialmente a Edith Mendoza Bolio, ella misma poeta, a quien conocí en unos ya lejanos cursos de doctorado que impartí en Barcelona, que después fue profesora muy apreciada en el Tecnológico de Monterrey y que, tristemente, nos dejó demasiado pronto. Quede esta lectura mía de la poesía de Rilke como recuerdo emocionado.

    INTRODUCCIÓN

    La vocación poética de Rilke no se funda en un imperativo artístico. Y sin embargo hay necesidad, hay destino de la necesidad en quien rechaza continuamente todo bálsamo frente al dolor de lo inevitablemente contingente. Rilke no quiere ser un autor de libros, no produce versos y tampoco le pertenecen: los recibe como un don y los pone en manos de otros para que los tengan, los acojan y distingan en ellos esa extraña gratuidad que los contiene. La poesía de Rilke se nos presenta como un acto de fidelidad único a la vida de poeta, a la única vida que Rilke concibió para sí mismo desde los primeros versos hacia 1895.(1) Desde aquel momento todo quedaría trazado, faltando su despliegue en el tiempo. Será la larga marcha hacia su poesía tardía la que dejará señales de los abismos por los que el alma del poeta se asomó: esas profundidades únicamente penetradas por quienes, como ha dicho Heidegger, se atreven en pos de lo sagrado, aun no sabiendo si se trata de la dirección a un lugar o tan solo de un rastro sin destino. Es la necesidad de cumplimiento del propio destino la que tensa los versos de este poeta, también él tardío, que exigió el lento y, en ocasiones, desesperante ejercicio de atender al dictado de los ángeles: compañía inquietante de Rilke a cada paso en el peregrinar hacia su irrenunciable y voluntaria expatriación.

    La vocación poética de Rilke es la respuesta al silencio que el lenguaje alberga. Es la respuesta al ímpetu de la vida, que acelera aquel destino humano con capacidad para oír la voz que llama en la forma del silencio. De ahí su pasión por la despedida, consciente de la premura escatológica que urge a que todo se cumpla. Como si el ser que se halla siempre en actitud de despedida fuera la imagen terrenal del ángel que pasa. No hay un sentimiento real de nostalgia en la poesía de Rilke, pues todo en ella indica un avanzar, un adelantarse no solo a las despedidas, sino también al sufrimiento y al dolor que estas nos causan. El objeto de una tal vocación de poeta es, pues, la vida misma y su expresión son los versos, cuyo reverso silencioso es la otra percepción [der andere Bezug], a la que todo lo visible en esta vida tiene que dirigirse, una vez que ha sido transformado en invisible. Y si los versos llaman nuestra atención acerca de las cosas que nos rodean —debido a las múltiples existencias que arrastran y nos transmiten al nombrarlas y enumerarlas, al llenar nuestras horas de su presencia, mucho más extensa en la tierra que la nuestra—, es porque en ellas apercibimos el fondo de realidad sobre el que se sostienen, mientras que en su estatismo proyectan sobre nosotros su aparente banalidad, su inútil autonomía.

    La poesía de Rilke da comienzo con el mundo cotidiano, quiere atravesarlo y revertirlo, para conducirlo a su pura invisibilidad, y gracias a ese proceso de transformación de lo visible en invisible esa misma poesía logra encumbrar al espíritu hasta los órdenes más altos de la conciencia, que se reconoce pobre creatura. Una criatura, es cierto, limitada por un mundo interpretado, repleto de sentidos, y separado de aquel natural en el que vive el animal de modo libre. Pero el misterio de la poesía de Rilke no se alimenta del sentimiento de criatura característico de un Schleiemacher, el cual participa en cierto modo de un orden divino que todo lo envuelve, aunque sea en la fría niebla de la religión romántica. Rilke habla con Dios con la misma confianza con la que nombra las cosas, convencido de que ambos órdenes, aparentemente tan distantes, constituyen un sentido único y unificado. Rilke sitúa las cosas y a Dios en un mismo plano, cuya extensión sobrepasa cualquier límite de diferenciación en el tiempo. La condición intemporal de las cosas resulta altamente significativa, ya que pueden llegar a transformar en nosotros una mirada que atraviese su tosca visibilidad, sacándonos así del torpor de la contingencia.

    El Dios de Rilke, sea lo que sean esos rumores que circulan por nuestra oscura sangre, ya desde los comienzos de su poesía, nos lleva a tener que hacer un ejercicio de lectura, de modo que sea el mismo poema, alejado de cualquier intención programática, el que describa los límites de dicha palabra sobre lo divino, esa referencia al misterio último para el cual también se conocen otros nombres (Panikkar, 2012: 291). El proyecto de una tal hermenéutica, que diera cuenta de dicho logos, en su condición de principio oculto o desconocido, podría servir como vía de aproximación a lo indecible [das Unsägliche], en tanto que expresión del concepto poetológico más importante de Rilke (KA, 1, Engel y Fülleborn, 1996: 597). Una lectura como la que aquí se propone, al querer ofrecer una visión de conjunto, precisa un ejercicio de exposición y análisis no solo de los núcleos temáticos de la poesía, los escritos en prosa y la rica correspondencia del poeta, pues en ellos las sugerencias del autor acerca de los fulgores de su pensamiento podrían llevarnos de inmediato a un ensayo de interpretación precipitado, debido a las cuestiones fundamentales que contienen. Convendría también, en primer lugar, y en virtud de dichas características sugestivas, un intento descriptivo de las constantes poetológicas en el momento y lugar que acceden a su expresión. Con ello, en modo alguno se quiere soslayar la aparente dimensión metafísica de esta poesía sublime, sino precisamente empezar por destacar el solo efecto de las palabras en su statu nascendi, para percibirlas en el momento de su emergencia, en su contexto inmediato de lectura, y así conseguir trazar el entramado de sentido que pueda desprenderse de ellas y, solo entonces, configurar las secuencias temáticas, en virtud de los

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