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Regocíjate y tiembla
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Libro electrónico206 páginas3 horas

Regocíjate y tiembla

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El miedo es una de las emociones humanas más fuertes y una que a menudo, desconcierta a los cristianos. En la Biblia, la imagen puede parecer igualmente confusa: ¿Es el miedo algo bueno o malo? y ¿qué significa «temer a Dios»?
En «Regocíjate y tiembla», Michael Reeves despeja estas dudas y muestra que el temor del Señor no es en lo absoluto algo negativo sino más bien un asombro y un deleite por Dios, nuestro Creador y Redentor.

Fear is one of the strongest human emotions―and one that often baffles Christians. In the Bible the picture can seem equally confusing: Is fear a good thing or a bad thing? And what does it mean to «fear the Lord»?
In «Rejoice and Tremble», Michael Reeves clears the clouds of confusion and shows that the fear of the Lord is not a negative thing at all, but an intensely delighted wondering at God, our Creator and Redeemer.

 
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 jun 2023
ISBN9781087755410
Regocíjate y tiembla
Autor

Michael Reeves

Michael Reeves (PhD, King’s College, London) is president and professor of theology at Union School of Theology in Bridgend and Oxford, United Kingdom. He is the author of several books, including Delighting in the Trinity; Rejoice and Tremble; and Gospel People.

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    Reeves nos lleva a explorar el concepto de “El temor a Dios”, mostrando su relevancia práctica y su impacto en nuestras vidas. Superó mis expectativas al ofrecer una exposición justa y necesaria de una teología bíblica sobre este tema.

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Regocíjate y tiembla - Michael Reeves

1

¡No temas!

¡boo!

Esta es una de las primeras palabras que disfrutamos. De niños, nos encantaba asustar a nuestros amigos y gritarla. Pero al mismo tiempo, teníamos miedo de la oscuridad y de los monstruos debajo de la cama. Estábamos a la vez fascinados «y» atemorizados por nuestros temores. Esto no cambia mucho cuando crecemos, a los adultos les encantan las películas de terror y las emociones que nos ponen cara a cara con nuestros peores temores. Pero también reflexionamos y agonizamos por todas las posibilidades oscuras y terribles que podrían sucedernos: podríamos perder la vida, la salud o nuestros seres queridos; podríamos fracasar o ser rechazados. El temor es quizás la emoción humana más fuerte, aunque es una que nos desconcierta.

¿Temer o no temer?

Cuando llegamos a la Biblia, la imagen parece también confusa: ¿Es el temor algo bueno o malo? ¿Debemos abrazar el temor o huir de él? Muchas veces la Escritura presenta el temor de forma clara, como algo malo de lo cual Cristo ha venido a rescatarnos. El apóstol Juan escribe: «En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor» (1 Jn. 4:18). Zacarías, el padre de Juan el Bautista, profetizó que la salvación de Jesús significaría:

Que, librados de nuestros enemigos,

«Sin temor» le serviríamos

En santidad y en justicia delante de él, todos nuestros días.

(Luc. 1:74–75)

El autor de Hebreos está de acuerdo, él argumenta que Cristo vino específicamente para «librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre» (Heb. 2:15). De hecho, el mandamiento más frecuente en la Escritura es «¡No temas!».

Sin embargo, una y otra vez en la Escritura estamos llamados a temer. Quizás aún más extraño, estamos llamados a temer a «Dios». El versículo que más rápido se me viene a la mente es Proverbios 9:10:

El temor de Jehová es el principio de la sabiduría,

Y el conocimiento del Santísimo es la inteligencia.

Pero, aunque es el más conocido, está lejos de ser el único. Al principio del libro de Proverbios leemos:

El principio de la sabiduría es el temor de Jehová;

Los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza. (1:7)

David ora:

Enséñame, oh Jehová, tu camino;

caminaré yo en tu verdad;

Afirma mi corazón para que tema tu nombre. (Sal. 86:11)

Isaías nos dice que «el temor de Jehová será su tesoro» (Isa. 33:6). La fidelidad de Job se resume cuando se le describe como «varón perfecto y recto, temeroso de Dios» (Job 1:8). Esto no es solamente algo que vemos en el Antiguo Testamento y que el Nuevo Testamento pasa por alto. En el Magnificat, María dice:

Y su misericordia [del Señor] es de generación en generación

A los que le temen. (Luc. 1:50)

Jesús describe al juez injusto como alguien «que ni temía a Dios, ni respetaba al hombre» (Luc. 18:2). Pablo escribe: «Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios» (2 Cor. 7:1); y también: «Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios» (Col. 3:22). Es claro que el Nuevo Testamento está de acuerdo con el «Predicador» cuando este concluye Eclesiastés diciendo: «El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre» (Ecl. 12:13).

De hecho, el temor de Dios es un tema tan importante en la Escritura que el profesor John Murray simplemente escribió: «El temor de Dios es el alma de la piedad».1 El puritano del siglo XVII, John Owen, también sostuvo que, en la Escritura, «el temor del Señor» significa «toda la adoración que se le da a Dios, ya sea moral o instituida, toda la obediencia que le debemos a Él».2 Y Martín Lutero enseñó en su Catecismo menor, que el cumplimiento de la ley significa que «debemos temer, amar y confiar en Dios por sobre todas las cosas».3 Guiando a su pueblo a través de los Diez Mandamientos, Lutero escribió que una comprensión correcta de cada uno de ellos significaba saber que «debemos temer y amar a Dios».

Todo eso puede dejarnos bastante confundidos. Por un lado, se nos dice que Cristo nos libera del temor; por el otro, se nos dice que debemos temer, y temer a Dios, nada menos. Esto puede dejarnos desanimados y deseosos de que «el temor de Dios» no sea una idea tan prominente en la Escritura. Tenemos más que suficientes temores, no necesitamos agregar más, muchas gracias. Temer a Dios se percibe como algo tan negativo, que no parece encajar con el Dios de amor y gracia que encontramos en el evangelio. ¿Por qué un Dios digno de amor «desea» ser temido?

Todo se ve agravado por la impresión de que el «temor» y el «amor» son dos lenguajes diferentes, preferidos por dos vertientes cristianas diferentes, tal vez dos teologías diferentes. Una vertiente habla de amor y gracia y nunca del temor a Dios. Y la otra vertiente parece estar molesta por esto y enfatiza cuán temerosos de Dios debemos ser. El temor de Dios es como agua helada sobre el amor que el cristiano tiene por Dios. Tenemos la impresión de que el temor de Dios debe ser el equivalente teológico sombrío de «comer nuestras verduras», algo sobre lo cual los apasionados de la salud teológica insisten en hacer, mientras que los demás disfrutan de una comida más sabrosa.

Mi objetivo ahora es terminar con esta desalentadora confusión. Quiero que se regocijen en esta extraña paradoja de que el evangelio nos libera del temor y nos da temor. Nos libera de nuestros temores paralizantes, dándonos en su lugar el temor más hermoso, alegre y asombroso. Quiero aclarar esta frase que suele ser desagradable: «El temor de Dios», y mostrar a través de la Biblia que, para los cristianos, en realidad, «no» significa tener miedo de Dios.

De hecho, la Escritura tendrá muchas sorpresas grandes que nos están reservadas, pues describe el temor de Dios como el principio de la sabiduría. No es lo que esperaríamos. Veamos por ahora solo un ejemplo. En Isaías 11:1-3 se nos da una hermosa descripción del Mesías, lleno del Espíritu:

Saldrá una vara del tronco de Isaí,

y un vástago retoñará de sus raíces.

Y reposará sobre él el Espíritu de Jehová;

espíritu de sabiduría y de inteligencia,

espíritu de consejo y de poder,

espíritu de conocimiento y de temor de Jehová.

Y le hará entender diligente en el temor de Jehová.

Esas dos últimas declaraciones deberían hacernos pensar cuál es este temor del Señor. Aquí vemos que el temor del Señor es algo que el Mesías desea tener. Incluso Él, en su santidad, sin pecado y en perfección, tiene temor del Señor y no es renuente al respecto. No solo ama a Dios y tiene gozo en Dios, sino que descubre (desa­fortunadamente) que para cumplir toda la justicia debe temer a Dios. De hecho, el Espíritu que descansa sobre Él es el Espíritu del temor del Señor y su «deleite» está en el temor del Señor. Nos obliga a preguntarnos, ¿qué es este temor que puede ser el deleite de Cristo? No puede ser un deber negativo y sombrío.

La cultura del temor hoy en día

Pero antes de sumergirnos en las buenas nuevas que la Biblia tiene sobre nuestros temores y el temor de Dios, vale la pena ver cuán ansiosa se ha vuelto nuestra cultura. Ver dónde está nuestra sociedad hoy puede ayudarnos a entender por qué tenemos problema con el temor y por qué el temor de Dios es tan solo el tónico que nos hace falta.

En estos días, al parecer, todo el mundo está hablando de una cultura de temor. Desde Twitter hasta la televisión, nos preocupamos por el terrorismo global, el clima extremo, las pandemias y la crisis política. En las campañas políticas y las elecciones, vemos de forma rutinaria que la retórica del temor es utilizada por los políticos porque reconocen que el temor impulsa los patrones de votación. En nuestro mundo digitalizado, la velocidad a la que se difunde la información y las noticias muestra que, más que nunca, estamos inundados de mayores motivos de preocupación. Los temores que antes no nos llegaban ahora cruzan el mundo en segundos y los compartimos de forma global.

En nuestra intimidad, nuestras rutinas diarias están aún más cargadas de ansiedad. Veamos nuestra dieta, por ejemplo. Si eliges la opción del menú que tiene todas las calorías, vas directo a un ataque al corazón. Sin embargo, con frecuencia nos enfrentamos a la noticia de que la alternativa baja en calorías es en realidad cancerígena o dañina de alguna manera. Así que empezamos el día desde el desayuno con ciertos temores. También podemos pensar en la paranoia que rodea la crianza de los hijos hoy en día. El temor válido, pero a menudo exagerado, del secuestrador que acecha en internet o que está fuera de cada escuela ha acelerado el aumento de padres sobreprotectores y niños que viven cada vez más restringidos con el objetivo de estar a salvo. No debería sorprendernos, entonces, que ahora se espere que las universidades proporcionen «espacios seguros», que nunca se habían visto, para proteger o poner en cuarentena a los estudiantes. Los niños han crecido tan protegidos que no se espera que puedan hacer frente a puntos de vista o críticas opuestos. Este es solo un indicador para demostrar que se les considera más frágiles que los estudiantes de una generación anterior.

Sin embargo, es un error señalar de esa manera solo a la generación que peyorativamente ha sido llamada «generación copo de nieve»: en su totalidad, todos estamos en una cultura cada vez más ansiosa e insegura. Cualquiera en el rubro administrativo conoce la proliferación abrumadora del papeleo burocrático en torno a la salud y la seguridad. En todo caso, nada de eso nos ha hecho sentir más seguros. Por el contrario, revisamos hasta tres veces nuestras cerraduras y en ocasiones de forma obsesiva. La seguridad que anhelamos nos evade, dejándonos vulnerables, como víctimas a merced de todos y de todo lo demás.

Ahí tenemos una paradoja extraordinaria, porque vivimos más seguros que nunca. Desde cinturones de seguridad y airbags en nuestros automóviles, hasta eliminar el uso de pintura con plomo y asbesto de nuestros hogares; nuestra seguridad está más protegida de lo que nuestros ancestros con vidas más cortas habrían imaginado. Tenemos antibióticos para protegernos de infecciones que en otros tiempos habrían sido fatales con mucha rapidez. Pero en lugar de regocijarnos, nos preocupa que estemos volviéndonos inmunes y, por lo tanto, nos dirigimos a un apocalipsis de salud post antibiótico. Aunque somos más prósperos y seguros, aunque tenemos más seguridad que casi cualquier otra sociedad en la historia, la seguridad se ha convertido en el santo grial de nuestra cultura. Al igual que «el» Santo Grial, esto es algo que nunca alcanzaremos del todo. Estamos protegidos como nunca, pero también estamos asustados y aterrados como nunca.

¿Cómo es posible esto? A pesar de que nos sentimos tan cómodos como sociedad, ¿por qué la cultura del temor es tan fuerte hoy en día? El profesor Frank Furedi escribe: «Por qué los estadounidenses temen más cuando tienen mucho menos que temer que en otros momentos del pasado es una pregunta que desconcierta a muchos estudiosos. Un argumento utilizado para explicar esta paradoja de una sociedad segura es que la prosperidad anima a las personas a volverse más reacias al riesgo y las pérdidas.»4

Puede que haya algo de verdad en eso. Es cierto que somos libres de querer más, tenemos la oportunidad de poseer más y, a menudo, sentir el derecho de disfrutar más. Cuanto más quieres algo, más temes perderlo. Cuando tu cultura es hedonista, tu religión terapéutica y tu objetivo una sensación de bienestar personal, el temor siempre será tu dolor de cabeza. Sin embargo, a pesar de todo eso, Furedi argumenta que la «paradoja de una sociedad segura» en realidad tiene raíces más profundas. Él sostiene que, es «la confusión moral de la sociedad» lo que ha llevado a una incapacidad para lidiar con el temor, a un aumento de la ansiedad y, por lo tanto, a levantar más muros alrededor para protegernos.

El argumento de Furedi es especialmente interesante dado que es un humanista apasionado, no cristiano. Es intuitivo y muy atinado de su parte el buscar raíces profundas en nuestra cultura de ansiedad. Sugiero, sin embargo, que no ha cavado suficientemente profundo. El argumento de Furedi es que la confusión moral ha dejado ansiosa a nuestra sociedad. Sin embargo, la confusión moral en sí misma es una consecuencia de una pérdida «previa»: el temor de Dios. Es Dios quien provee la lógica y la pauta de la moralidad: cuando Él ya no es temido, la confusión moral es lo que sigue. En otras palabras, la confusión moral no es la raíz de nuestra ansiedad: nuestra confusión moral y nuestro estado general de gran ansiedad, son las consecuencias de una pérdida cultural de Dios «como» el objeto correcto del temor humano.5 Ese temor a Dios (como espero demostrar) era un temor alegre y saludable que moldeaba y controlaba nuestros otros temores, frenando así la ansiedad.

Ahora que la sociedad ha perdido a Dios como el objeto correcto del temor saludable, nuestra cultura está volviéndose inevitablemente cada vez más neurótica, cada vez más ansiosa por lo desconocido, de hecho, está cada vez más ansiosa por cualquier cosa. Sin un cuidado providencial, amable y paternal de Dios, nos quedamos en completa incertidumbre en las arenas movedizas entre la moralidad y la realidad. Al sacar a Dios de nuestra cultura, otras preocupaciones, desde la salud personal hasta la salud del planeta, han asumido una posición divina en nuestras mentes. Las cosas buenas se han convertido en ídolos crueles y despiadados. Es por eso que nos sentimos frágiles e indefensos. Dado que la sociedad ya no está anclada, se llena de diferentes tipos de ansiedades. (El temor es una respuesta a algo específico, mientras que la ansiedad es más una condición general, es como algo en la atmósfera. Por lo tanto, la ansiedad puede aferrarse a cualquier cosa y transformarse sin esfuerzo de un momento a otro: un minuto estamos preocupados por el

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