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Trilogía MADJLM
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Libro electrónico424 páginas5 horas

Trilogía MADJLM

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Trilogía MADJLM, entre Madrid y Jerusalén, está compuesta por las novelas Bufanda Blues en la que un judío sefardí viaja a un encuentro de hispanojudíos marroquíes y allí se encuentra con una bufanda que aparece y desaparece, Andaluz en Jerusalén en la que un andaluz viaja a Jerusalén y se encuentra con un escritor sefardí y una mujer mayor que se empeña en que es su hijo desaparecido en la guerra del Líbano, y Poetas en Jerusalén que cuenta la historia de grupos literarios en español compuestos de argentinos, chilenos, uruguayos y un marroquí.

Mois Benarroch nació en Tetuán y ha sido galardonado con el premio A. Einstein por el conjunto de su obra, el premio "libro del año" Jacqueline Kahanoff por su libro La letra ausente, el premio Yehuda Amichay de poesía, Y el premio Eshkol. Escribe en español y en hebreo.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 feb 2023
ISBN9798215814710
Trilogía MADJLM
Autor

Mois Benarroch

"MOIS BENARROCH es el mejor escritor sefardí mediterráneo de Israel." Haaretz, Prof. Habiba Pdaya.

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    Trilogía MADJLM - Mois Benarroch

    BUFANDA BLUES

    1.

    Encontré una bufanda en Sevilla y la perdí en Madrid. Una bufanda marrón claro, claro, Pierre Cardín. La perdí en Madrid, tal vez en el café Gijón. En el café Gijón suelo olvidar móviles, por lo menos tres veces he olvidado mi móvil en el café Gijón, pero esta vez fue una bufanda encontrada en Sevilla. La vi la última vez en el café Gijón, aunque tal vez la perdí en el corte inglés de nuevos ministerios cuando me puse los calzoncillos largos que me costaron 28 euros y que compré porque mis piernas se helaban. Nunca tuve más frio en Madrid que el día en que perdí la bufanda marrón. La encontré en un restaurante de la judería de Sevilla, cuando estaba con un grupo de marroquíes hispanos y fui el último en salir. Después del almuerzo me fui a beber un café italiano en la barra y al salir solo estaba mi chaqueta y la bufanda, que tal vez era de alguien otro que todavía estaba en el restaurante. Pero yo creía recordar que era de alguno de los treinta judíos que estaban conmigo, así que cogí la bufanda y fui pregonando a cada uno de los participantes que tenía una bufanda en mis manos y que buscaba a su propietario. Pero nadie dijo esa bufanda es mía. Volver al restaurante ya no podía y empezó a gustarme su calidez y la delicadez de su piel, ya me la puse alrededor de mi cuello y así se quedó dos semanas hasta que la perdí en Madrid. Tal vez en el café Gijón, tal vez en el corte inglés, tal vez por la castellana, o por la calle Orense, entre el café Gijón y la calle Orense.

    Una bufanda siempre trae recuerdos. El primer recuerdo es una madre llevándola cálidamente alrededor del cuello en un día tibio, otros son los de las bufandas de las anginas de la adolescencia, inacabables, llenas de antibióticos y casi mensuales. Otras las bufanda de las amantes, rojas, siempre rojas, a veces sobre un jersey negro, tanta belleza, pocas veces en el cuerpo desnudo de la amada. Y me doy cuenta que no recuerdo nunca haber comprado una bufanda, siempre las encuentro en sitios inesperados o son regalos llenos de caricias de mujeres queridas, a veces de un amigo. A veces, es ¿te gusta esa bufanda? Pues quédatela. Las bufandas tienen casi siempre esa calidad de ser bisexuales, no se disputan referencias genéricas, cosa que hoy en día lo hace casi todo y que a pesar de lo que pensamos no siempre fue así, y las líneas trazadas entre hombre y mujer no eran tan claras, por ejemplo hace poco un actor masculino no sentía repudia alguna en reencarnar un personaje femenino, ni lo contrario, los hombre calzaban tacones, y la diferencia entre una falda y unos calzones no siempre era muy acentuada. De tanta libertad sexual nos estamos creando otra religión del sexo y de los sexos.

    ¿Qué hacía yo en Sevilla? O más bien qué hacía de secundario después de venir a toparme con esta bufanda marrón. Iba al centro de las tres culturas. Íbamos treinta personas a saber qué pasó con los judíos del norte de Marruecos en los últimos dos siglos, por qué y a dónde se dispersaron. Tal como mi bufanda que llegó a mis manos por casualidad y por causalidad y después la perdí para que llegase al cuello de otro. Una bufanda también es un riesgo y es un peligro, puede facilitar la estrangulación de uno mismo, si alguien decide matarnos. La bufanda ya está preparada para la estrangulación, ya sea si uno se la pone de la forma corriente y un extremo de la búfana da a la espalda y el otro al torso, o si uno se la pone en forma de nudo como si fuese una especie de corbata, o hasta los que se la llevan sin nudo con los dos extremos paralelos sobre el pecho y la barriga, siempre puede ser un peligro. Aunque no me acuerdo ahora de ninguna película en la que alguien fue estrangulado con una bufanda. La connotación cálida del objeto obstruiría tal uso común.

    Un año difícil venía detrás mía, en el frio español del mes de Noviembre venía a  encontrar algo, alguien. El año empezó con la muerte inesperada de mi mejor amigo Alan, que decidió operarse del estómago para adelgazar y siguió en el otoño, en la fiesta de Sukot, con la muerte de mi hermana. Entre las dos ocurrencias vendí mi casa de veintisiete años, vendí el sueño de vivir en una casa vieja con techos altos y muy cara de mantener, y me mudé a una casa burguesa. Los sueños mueren de golpe. Sueños que mueren al por mayor. Una bufanda era lo que necesitaba.

    Siento una gran tristeza en este momento, en este momento sin bufanda. Aunque ya he vuelto de Madrid y ya no tengo frio, no tanto frio que me daban dolores de espalda después de andar media hora por las calles que siempre me gustaron de la ciudad. Es la misma tristeza que sentí antes de encontrar la bufanda, la bufanda que apaciguo  ese dolor aunque no puedo con él. En ella me podía preguntar de quien fue antes de llegar a mi cuello. Parecía relativamente nueva, así que probablemente tuvo un dueño, tal vez fue un regalo, como las mías, tal vez dos dueños. ¿Hombre o mujer? Pudo haber sido de cualquiera, de un funcionario o de un mafioso. Las bufandas no son caras aunque sean de marca, y hasta un funcionario o un parado se la puede comprar sin tener que ajustarse el cinturón. Tal vez fue la bufanda de una prostituta, la que se ponía el día que se encontraba con su amante de verdad para pasarse por una post adolescente normal y corriente, tal vez ni su novio sabe nada de su trabajo, ella le dice que trabaja en una oficina en las afueras de la ciudad, así no hay miedo de que venga por ella sin avisar. Una de tantas, o que responde a llamadas telefónicas. Puede que fue la bufanda de un hombre de negocios con grandes empresas, con un buen Saab o un Mercedes, tal vez se la regaló su mujer o su amante o su hija o su nieta, una bufanda puede venir de cualquiera. Tal vez la compró un señor o una señora en el corte inglés porqué empezaba a dolerle la garganta y tenía frío.

    Mueren, muchos conocidos. Me fijo en que llegan noticias de otros muertos, nacidos entre 1955 y 1960, amigos de hace años, de uno me entero al encontrarme después de años con su mujer, me lo cuenta como la que cuenta una anécdota, no llego recordar o ni sé si seguía casada o ya se había divorciado antes de su muerte. Murió de pronto, de un infarto en un viaje de negocios, después de un día de esquí. Fue uno de mis mejores hace veinte años hasta que un día me dijo que era alguien muy malo y que no quería verme más. No entiendo muy bien por qué algunos tienen que acabar las cosas tan mal o justificar el dejar de querer verte. A mí me parece normal que hay amistades, algunas intensas, que simplemente tienen que acabarse, para abrir puertas a otras. La nuestra fue intensa durante cinco o seis años, llegué a convencerlo que dejase un año de trabajar en sus negocios para escribir el libro soñado. Lo hizo, y escribió dos, después por lo visto (cuando se publicaron ya lo había perdido de vista) se dio cuenta que la escritura era un camino largo hacia la pobreza, y prefirió vivir rico y morir joven en un país extranjero. Digo que así lo prefirió porque uno decide su vida y su muerte. Otro que murió hace un año, compositor, nacido en 1957, que fue muy amigo mío también por esa época universitaria. Lo descubrí en la solapa de un libro que escribió, en esos paréntesis tan finales (1957-2009), el segundo número es siempre un final brutal, sin posibilidad de cambiar ya nunca. En el libro descubrí que se había convertido en rabino y en el libro mezclaba kabalá con música. No conozco ni he conocido tanta gente para que tantos mueran en un espacio de un año, ¿estaremos ya todos destinados y condenados a morir jóvenes? Somos una generación de grandes cambios, los nacidos entre 1955 y 1960, los primeros que recibieron cantidades enormes de antibióticos y de vacunas, los primeros en vivir en una alimentación industrializada, somos la segunda generación después de la guerra grande, que creó una generación previa que se va descubriendo como la más egoístas de todas, una generación, la de después de la guerra, que se ha otorgado pensiones sin querer tener hijos, que solo ha pensado en su bienestar material como si el mundo alrededor no existiera y que no ha pensado en un segundo en las generaciones que todavía tienen que vivir en este planeta. Y es una generación que vive y vive y no quiere dejar de vivir y sigue viviendo y recibiendo enormes cantidades de dinero que no deja ya nada de la seguridad social. Tal vez hasta se lo merecen, después de esa guerra, pero tal vez eso también nos está matando, si la generación 1 después de la guerra no muere y deja sitio a los otros, entonces los que mueren son la generación 2, generación angustiada por el poder adquisitivo en su futuro, angustiada por la posibilidad de vivir una vejez tranquila, ¿Quién dejó a quien sin bufanda? La generación 3 ya ha nacido a otra realidad y solo piensa en su futuro más inmediato, nosotros seguimos pensando en qué mundo vamos a dejar a nuestros descendientes, nada genial, nada genial. En Grecia y en EE.UU. las nubes han empezado a caerse en estas dos economías tan distintas, que sin embargo tienen en común la imposibilidad de que estas dos generaciones sigan a este ritmo. Es imposible retirarse a los sesenta años y seguir viviendo treinta años más sin que uno tenga por lo menos cinco hijos, por algún lado esto tiene que explotar. Esto está explotando.

    2.

    El restorán se llama Papagayo. Llovía. Mucho. Muchísimo. Alan se abrigaba con una bufanda naranja. Le gustaban colores extravagantes. Alan estaba nervioso, y como no lo iba a estar si le quedaban tres semanas de vida. De alguna forma yo lo sabía, como se sabe de antemano que algo malo va a pasar, se sabe. No sabemos cómo se sabe pero se sabe. Sin embargo intentaba calmarlo, intentaba ser optimista, aunque yo no estaba de acuerdo con esa operación. Tal vez debía haber intentado disuadirlo, tal como lo hice dos años antes. Pero Alan había engordado diez kilos más en menos de un año, y creo que ya se acercaba a los ciento cincuenta. Esa misma tarde entraría en el hospital y la operación se haría el día siguiente. Eran ya más de las tres, y antes discutimos donde comer. Pensamos en el humus, o la humusería, de Talpiyot, o en Pinati que estaba cerca en la calle Yad Jarutsim. Pero parecía demasiado barato para un día así. Él me decía donde quieras tú y yo le decía lo mismo, estábamos en su coche, un coche de la empresa en la que trabajaba desde hacía cinco años. Un Hyundai i30 de color gris metálico. Llovía y Alan llevaba en su coche unas bolsas con víveres a casa de su hija. Llegamos. Abu Tor. Bajó la pareja de la hija y se dijeron algunas palabras que no recuerdo y él subió las bolsas. Después dimos media vuelta hacia el restorán. No aparcamos a unos cien metros de este pero Alan tenía dificultades para respirar y llovía. Mucho. Muchísimo. Hacía frio. Era el mes de febrero, su último mes de febrero. Al final fue él el que decidió ir a Papagayo. Nunca había estado. Aunque le gustaban los restoranes de carne. Papagayo es un restorán brasileño que sirve barbacoas y tiene un menú sin limitaciones de toda la carne que quieras. Recomiendo su entrecote. A pesar de la hora tardía para los israelíes, el restorán no estaba vacío. Cuatro mesas todavía seguían en su almuerzo. El restorán es espacioso, aunque un poco austero. Mesas de madera de color oscuro, entre el gris y el negro. Al final de la aula las carnes que salen hacia los clientes. Le propuse el menú completo pero Alan no tenía hambre, yo tampoco tenía mucha hambre, aunque de vez en cuando me viene bien una dosis de proteínas animales en mi régimen casi vegetariano. Durante años no toqué la carne, pero al final me di cuenta que tiene las proteínas que mi cuerpo mejor reconoce. Después de mi infancia de dos platos de proteínas animales diarias, mediodía y noche. El cuerpo recuerda. Alan nació en Israel pero pasó su infancia en Sudáfrica, su padre era un buen racista rico que odiaba a los negros y que no le dejo nada de herencia al morirse de un infarto a los sesenta y seis años. Cuando murió su padre le obligué a Alan a ir a su entierro a decir kadish. Le llevé al aeropuerto y le metí en el avión. Casi por fuerza. Sus padres se divorciaron cuando tenía diez años y dos años después volvió a Israel con su madre. En Sudáfrica  comía mucha carne, su padre era también un gran amante de las barbacoas. Aquí menos. Cirugía de reducción de estómago, así se llama. Parece algo simple. Lo recomiendan a menudo. Sin embargo Alan tosía mucho ese día, más que lo mucho que tosía ya en los últimos meses y que por eso hasta había dejado de fumar los purillos que fumábamos juntos. Yo le pregunté si eso lo sabían los médicos, y dijo que sí, que era de pensar que los médicos sabían qué estaban haciendo. Le pregunte por enésima vez si tenía algún problema del corazón y dijo que no, aunque unos días después me enteré que sí por algo que dijo su mujer, en ese momento todavía era su mujer. Hoy es su viuda.

    Su hija va a venir esta tarde. Hace un mes que ha muerto. Su hija estaba en el mismo jardín de infancia que mi hijo. Los dos tienen ahora 24 años, misma edad en la que yo me casé, ahora se casan más mayores. Estadísticamente. Conocí a Alan por su hija, hace unos veinte años. Era justo después de que se separó de su mujer. Venía con su hija a mi casa y su hija se iba al cuarto a jugar con mi hijo. Él se sentaba en el salón y no decía nada. Durante meses lo único que intercambiamos era un hola qué tal cómo estás, y qué haces, ya no pintaba. Había pintado y estudiado pintura y hasta dio clases, tuvo varias exposiciones. En Israel y fuera del país, creo que en Irlanda y otra en Nueva York o en Londres. No lo sé muy bien. Nunca habló mucho de sus éxitos en esa época. Tal vez se puede encontrar su nombre como uno de los jóvenes pintores jóvenes prometedores de su época. Fueron olvidándolo, él mismo fue olvidándose.

    Los personajes que son pintores en mis libros están todos basados en él. Yo, durante años, le dije que debía volver a pintar, que se podía vivir de eso. Pero él no me creía. Un mes de Agosto en la calle rakebet, donde alquilaba un pequeño apartamento rodeado de árboles pintó cinco o seis cuadros casi últimos. Era en 1993. Después lo único que creo era portadas para mis libros. A veces hablaba de pintar después de jubilarse. Eso ya no ocurrirá. No.

    Se acabó.

    Se acabó la vida de Alan. Para los niños siempre dibujaba animalitos imaginarios que se llamaban por lo general chirpaletas, a veces eran también chirpalezas o chirpetas. Mis hijos crecieron con muchas chirpaletas y siempre sonreía a dibujar para los niños.

    No, no intenté disuadirlo. Debía haberlo hecho. Por lo menos debía haber intentado. Pero Alan se sentía muy mal y siempre estaba muy cansado, así que cuando vino hace unos meses y dijo que había tomado una decisión y que no tenía más remedio. Me callé.

    Es que si no lo hago ahora puedo morirme en cuatro o cinco años.

    Fueron sus palabras. Cinco años. Cinco años ahora parecen muchos años, Alan. Parecen el infinito. Cinco años.

    Ahora leo, diez por ciento de complicaciones, uno a dos por ciento de casos de muerte.  Gracias medicina moderna. Gracias.

    No, nunca pensé en escribir este libro. Tal vez por eso sea urgente. Me llama. El libro me llama. 

    Atalia, amiga íntima de Alan me dijo justo antes del entierro que lo único que le vino a la cabeza al oír la noticia fue la palabra MERDE. Tan poliglota como yo, creo que es la palabra adecuada, la más adecuada. Merde es mierda pero no es solo es, es Merde. Bueno, es lo que es. Es un grito contra la injusticia, contra el mundo, contra la muerte. Muerte merde. Smrt, merde! Una vez me dijo que Atalia era su alma gemela y que si fuese más joven se hubiese casado con ella, le lleva (¿le llevaba?) unos quince años.

    El libro me llama. Llamas. Llamás. Ya más. El libro me llama.

    A lo mejor escribes sobre eso, me dijo un amigo. A lo mejor te sale algo. Como si con el hecho de escribir el escritor recibe un premio en forma de consuelo. Pero no. La escritura no es ni consuelo, ni una terapia psicológica. La gente se equivoca. La escritura es creación de palabras. A veces para llenar el vacío. A veces para llenar el vacío que dejan los muertos. Alan muerto. Me voy acostumbrando a la idea. Pero es que se puede uno acostumbrar a la idea de la muerte. Nosotros vivimos en la vida, y a la gente que conocemos las conocemos cuando viven, por lo tanto no conocemos a la muerte y no podemos concebir la muerte y la muerte no existe. Algo se acaba, ya no beberé café con Alan todos los viernes con un purillo y no me describirá a ninguna nueva mujer que conoció empezando por las tetas, siempre por las tetas, sobre todo las tetas, a veces un poco hablaba de culo, y siempre equivocándose en hebreo sobre el sexo de esas tetas, que son masculinas en la lengua hebrea, como en francés, les seins, pero siempre diciéndome en femenino shadayim yafot, y yo a veces le corregía a shadayim yafim. Tal como corrijo a menudo a mi mujer. Aunque yo también me equivoco a veces. Las tetas deben ser femeninas en todas las lenguas. Eso ya no pasará. Pero si yo me acuerdo ahora de esos encuentros es que sí que están pasando en este momento en los que escribo o cuando me acuerdo. Están pasando en la realidad recordada, recordad y no imaginada. Y aunque fuese imaginada qué diferencia puede tener entre esa memoria y la memoria de un vivo. Ninguna.

    Es que esta cultura no sabe morir. No sabemos nada de lo que es la muerte. No sabemos hablar con los muertos. No sabemos comunicar con ellos como lo hacen cientos de culturas.

    Pero yo hablé con Alan después de su muerte. Hablé no es la palabra exacta, conecté con él durante unos días. La cosa empezó antes del entierro.

    Ahora, dos semanas y dos días después estoy preparando un cd de la música que oíamos juntos, que a él le gustaba, o algunas canciones que todavía no tuvo la ocasión de oír, canciones que pensaba poner cuando venía o cuando a veces íbamos juntos en coche a Tel Aviv.

    La primera es I´m not there de Bob Dylan, de la época de los Basement tapes con The Band. Últimamente volví a esas canciones y le hice un CD para su coche. Aunque I´m not there no está en el doble disco de los años setenta aparecieron últimamente en la película que lleva ese nombre y la puse en el CD que le hice. I´m not there I´m gone.

    Lo último que llego y con retraso para Alan fue el último disco de Bob Dylan Together through life, pensaba dárselo antes de la operación. Me había pedido el disco de regalo para su cumpleaños pero le regalé otro, Amsterdam de Luka Bloom,  porque me pareció caro y le dije que se lo encontraría en otra ocasión.  Esa era la ocasión pero el disco llego dos días después del almuerzo. Así que pensé que se lo daría después de la operación, después que reponerse. Aunque cuando me dijo su mujer que no estaba bien y que había tenido una complicación y que le iban a operar por segunda vez, yo ya sabía. Yo sabía que no se iba a salir de eso, que no iba a salir. Y hasta pensé que él hubiese preferido no salir medio vivo, minusválido, sin riñones que ya empezaron a fallar, en una silla de rueda, sobre todo temía que se quedase en coma durante muchos años, eso sería lo peor para Alan. Creo que también él temía esa situación, creo que hasta cierto punto decidió mandarlo todo a la mierda cuando vio lo que le esperaba.

    Estas son las canciones para conmemorar los treinta días de su entierro, día que los judíos acostumbran reunirse y hablar del difunto

    1)  I´m not there de Bob Dylan. Canción de la época de los basement tapes. El titulo ya dice todo y Dylan repite I´m not there I´m gone. Una canción redescubierta hace poco que oímos muy a menudo en los últimos meses. ¿Casualidad?

    2)  T. Bone Burnett River of love, a Alan le gustaba mucho este cantante, más conocido como productor y compositor de música para películas, tal como O brother where are you de los hermanos Cohen. Sus canciones son una especie de enciclopedia del rock. Su voz recuerda un poco la de Elvis Costello. Fue parte del Rolling Thunder Review tour de Bob Dylan en los años setenta.

    3)  Merle Haggard If I could only fly. Es una canción de Blaze Foley. Cantante tejano que murió a los cincuenta años en 1989 intentando salvar a un anciano cuando el atacante le pegó un tiro.

    4)  Neil Young Helpless, una canción hemos compartido. Version Live

    5)  Danny O´Keefe Pieces of the rain Cantautor de los años setenta. Otra canción sobre lluvia. La lluvia del día del último almuerzo.

    6)  Help me de Joni Mitchell, cantante que Alan amaba pero que nunca llegó a convencerme

    7)  Second lover´s song  de Townes Van Zandt, es una canción muy bonita de Van Zandt como la mayoría de sus canciones y Alan la puso en su boda. Van Zandt murió a los cincuenta y dos años, de complicaciones de una operación...

    8)  Woodstock de Matthews Southern Confort. La versión más famosa de este título de Joni Mitchell. No sé si Alan la conocía.

    9)  Satie gymnopedie 1

    10) Beside you Van Morrison, ultimo vinilo que oímos juntos, astral weeks live at Hollywood Ball. Uno de los últimos discos que compré.

    11) Walk on the wild side Lou Reed

    12) Sweet dreams  Emmylou Harris

    13) Poet wind  David Munyon

    14) Rain falling down Jimmy Lafave

    15) No frontiers  Mary Black

    16) Day is done de Nick Drake

    17) Dream café  Greg Brown

    18) Be well Luka Bloom

    Llega el viernes. Por la mañana en estos últimos años acostumbrábamos a sentarnos a beber café, en mi casa o fuera. La cita alrededor de las nueve y media. Después dábamos a veces una vuelta, o íbamos al supermercado y a correos a ver si llegó algo hacia el fin de semana. Es viernes, siento más el vacío.

    Pero lo que me pregunto es si hay una muerte capitalista, si nosotros decidimos morir o tomar riesgos de muerte con una conciencia capitalista.

    Vamos a ver

    Alan.

    Edad: 55

    Estado de salud: mediocre.

    Enfermedades: Obesidad.

    Condición: problemas de corazón, diabetes metabólico.

    Salario: Alrededor de 3000$.

    Hipoteca: 130,000$. Reciente. Pago mensual: 800$

    Seguro de vida: 180,000$

    Alan piensa qué pasaría si su condición de salud empeora, sería despedido o no tendría más remedio de dejar el trabajo. En ese caso y a su edad le sería imposible encontrar otro trabajo. Las condiciones de paro es Israel son de 70% del salario durante siete meses. Después de eso se quedaría sin seguro de vida y con poca seguridad social. Por lo tanto tal vez su mujer le tendría que mantener, cosa que no podría soportar ni por medio año.

    Por lo tanto la muerte le proporciona más de 300,000$ (la hipoteca está también asegurada) y quita todo gasto personal. Llegamos al salario de unos 100 meses, si es que pudiese trabajar hasta su jubilación.

    No es tan mal negocio morir.

    Parece una cuenta ridícula, pero no es imposible que sean pensamientos que pasan por las cabezas de las personas de cierta edad.

    La muerte es económica.

    Creo que Alan entró en esa operación por miedo a deteriorar, y a ser dependiente. Como me dijo, si no hago algo ahora, en cinco años me da un infarto. Pues le dio antes, pero qué significado puede tener la edad después de la muerte. Creo que ninguna. La edad es un parámetro necesario para los vivos. Los muertos dejan de tener edad.

    Alan se ha muerto y mi suegra sigue viva, esa es eterna. Alan se ha muerto y la tía de Alan sigue viva.

    Vino la rabia, rage rage against the dying of the light, el cabreo, de la muerte inútil, muerte moderna. Todos tenemos la culpa. Alan estaba enfermo, no debía ir al trabajo, pero tenía tanto miedo que lo despidieran, que seguía pegándose una hora y media de atascos por las mañanas y otra hora y media por la tarde. Ni siquiera le dieron una semana de vacaciones antes de la operación, hasta el último día fue al trabajo y volvió a su casa a las nueve de la noche.

    Rabia contra la necesidad de guardar el nivel de vida, de meterse en hipotecas para comprar una casa más central, de la necesidad de vivir en ciudades para tener más acceso a supermercados y a compras y más compras. Rabia contra los familiares que piden que uno llegue al máximo de sus posibilidades, sobre todo económicas. Rabia contra el ganar más y más.

    Rabia contra una sociedad que no deja a sus artistas crear y mejore al mundo. Alan era un artista, un artista obligado a dejar de pintar.

    Ayer fui a casa de su viuda, La casa estaba llena de cuadros que pintó y que había almacenado en casa de su tía, muchos cuadros llenos de colores alegras que nunca había visto. Dolía verlos ahora. Me duelen los cuadros de Alan.

    Rabia contra los bancos que no nos dejan vivir. Rabia contra los bancos que fueron por Alan después de su quiebra con la tienda de productos naturales, que fueron detrás de lo poco que les debía cuando siempre somos nosotros los que pagamos por las deudas que los grandes multimillonarios no pueden pagar.

    Rabia contar el mundo, el mundo. El mundo ha matado a mi amigo. El mundo soy también yo, yo soy el mundo. El mundo que no supo convencerle de no operarse, ese soy yo. Porque yo lo sabía, yo sabía que no debía operarse. Yo soy el mundo que no supo convencer a Alan que se mudase a un sitio más cerca de su trabajo, o que obligarlo a tomar unas vacaciones. Sí, Alan, te deben un mes y medio de vacaciones. Te las puedes tomar ahora, en el otro mundo.

    Dejaste cinco paquetes de Partagas club, cien puros, y dos paquetes de Upman mini, otros cuarenta. A razón de cuatro o cinco al día los podrías fumar en tus vacaciones. En las últimas semanas, ya no fumabas. Te pregunte si te quedaban purillos, dijiste que los guardabas para después de tu operación. Ayer tu viuda me dio los Partagas, ahora los fumo por ti. Tú, que ya eres humo.

    Rabia contra tu mujer y los médicos que quisieron salvarte en el quirófano que te mató. Rabia contra los medicamentos para adelgazar que te engordaron, uno de ellos, el más caro, Bayeta. Bayeta que suena como el nombre de una pistola. En hebreo bala y pastilla son la misma palabra. Una pastilla mortal. Una bayeta. Un año de bayeta y yo que te decía que estabas mal, venias a tomar café y te quedabas dormido en medio de la frase, yo chillaba y preguntaba si me oías y decías que sí, repitiendo la última frase, no te habías dormido, se te habían cerrado los ojos.

    Rabia, Rabia, contra la literatura, que lo dice todo y no dice nada, que cuanto más dice todo menos dice de verdad. Rabia contra las palabras que ya nada pueden contra tu muerte inútil. Rabia contra las bellas palabras que nos hacen pensar y hasta llorar.

    3.

    Pero, la bufanda se Sevilla era una bufanda de despedida, por eso el o la amante la dejó en el restaurante, después de una llamada al móvil en la que decía que lo iba a

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