Seis amigos y el secreto de la Alhambra
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Seis amigos y el secreto de la Alhambra - Andrea Latorre Viñes
Capítulo 1
Nuevos retos
Mónica y Ana adelantaron el paso respecto a sus compañeros. Tenían cierta prisa, ya que querían comprarse la merienda de camino a casa, y deseaban llegar antes de que el pequeño establecimiento se llenara de una gran cantidad de niños que, al igual que a ellas, se les había antojado merendar un delicioso croissant recién hecho, que Sofía, la dueña de la tienda, habría cocinado hacía unos minutos, conocedora de la salida del colegio como todas las tardes.
El verano comenzaba a tocar a su fin y daba paso al otoño, con unas temperaturas más suaves y unos atardeceres cada vez más tempranos. El cambio de horario de invierno tendría lugar en unas semanas, y con él, el anuncio de le entrada de la estación invernal.
El curso había empezado unas semanas antes tras el verano más emocionante que el grupo de amigos había vivido hasta el momento.
Nunca podrían olvidar aquella aventura en Asturias, en la casona de la tía Carmela donde Paula y la tía fueron secuestradas, y ellos resolvieron el misterio y las rescataron. Aquella experiencia les había enseñado muchas cosas, entre ellas a conocerse más a sí mismos, a saber que eran valientes y que podían lograr muchas cosas si trabajaban juntos en equipo, y a valorar todavía más su amistad.
Durante la aventura estival, varios componentes del grupo se habían dado cuenta de que se habían despertado sentimientos que iban algo más allá de la amistad entre algunos de ellos, pero de momento, preferían dejar las cosas así y no arriesgarse a estropear la fabulosa amistad que tenían.
—Buenas tardes, Sofía. ¿Nos pones dos croissants, por favor? —pidió Mónica educadamente.
—¡Hola, Mónica y Ana! ¡Buenas tardes! ¡Enseguida os los pongo antes de que llegue la marabunta! —dijo Sofía riendo mientras señalaba la gran cantidad de niños que se acercaban hacia ellas para comprarse su merienda.
El olor a bollería recién hecha inundaba el local y se podía apreciar desde la calle. Sofía realmente hacía unos bollos excepcionales y le ponía mucho mimo y esmero. Todas las tardes cuando se terminaba el colegio, muchos niños iban allí a comprar la merienda, otros a por zumos de diferentes sabores que Sofía les hacía con fruta natural, y otros sencillamente a comprar cromos de la colección con la que estuvieran en ese momento.
Ya con su merienda en la mano y habiéndose despedido de Sofía, las niñas dieron alcance al resto de sus amigos. Siempre recorrían un tramo de vuelta a casa juntos hasta que se despedían cuando unos cogían el tranvía que unía las diferentes zonas de Playa San Juan con Alicante, otros iban caminando hasta sus casas, y otros, en cambio, utilizaban el autobús.
—¿Me das un bocadito, Ana? —preguntó Roberto mientras la boca se le hacía agua al oler el croissant de la niña.
—¡Claro, Roberto! ¡Como siempre! —dijo la niña riendo.
Roberto era muy goloso y le costaba resistirse a probar cualquier cosa que fuera de repostería, ya que era de lo que más le gustaba.
—¡Vaya con los deberes de matemáticas que tenemos para hoy! Me parece que este año la materia se va complicando un poquito —comentó Alejandro al tiempo que abría sus grandes y expresivos ojos marrones de par en par.
—Sí, se nota que cada vez la dificultad incrementa. Por eso vamos a tener que trabajar cada vez más en nuestras tareas con ahínco —sentenció Javier.
—Igual podríamos crear un grupo de trabajo. Por ejemplo, a ti Javier se te dan muy bien las matemáticas junto con Paula. Vosotros podríais explicarnos a los demás nuestras dudas y hacer los ejercicios todos juntos. Luego ponemos en común el resultado y vemos dónde se ha equivocado cada uno. Lengua, por ejemplo, a mí me gusta mucho y la entiendo muy bien. Yo puedo explicaros lo que queráis —dijo Mónica—. Ana sabe mucho de inglés; Roberto es un apasionado de la historia, y Alejandro tiene gran capacidad para hacer resúmenes y esquemas, por lo que podría ayudarnos a los demás a tener una buena técnica de estudio. Además, sería una manera de estar juntos, aprender en común y llevar a cabo nuestras obligaciones. ¿Qué os parece? —comentó la niña.
—La verdad es que me parece una gran idea, Mónica —dijo Alejandro—. Seguro que nuestros padres están conformes, ya que ellos saben que nosotros somos responsables y estudiosos, que nos gusta mucho estar juntos y que podemos ayudarnos unos a otros.
—Si queréis, cada tarde podemos ir a una casa diferente para no estar siempre en la misma e ir rotando —comentó Ana.
—¡Hecho! Hoy lo comentamos todos en casa a ver qué les parece. Pero no creo que vaya a haber ningún problema —comentó Roberto.
—A mí se me está ocurriendo que si queréis, puede ser siempre en mi casa —comentó Paula—. Ya sabéis que hay espacio de sobra, y en el sótano podemos crear nuestra sala de estudio donde nadie nos molestaría ni nosotros tampoco, y podríamos concentrarnos perfectamente —señaló la niña.
Los niños se miraron con agrado. Paula vivía en un enorme chalet que disponía de muchísimo espacio tanto interior como exterior, y la niña siempre quería compartirlo con ellos. El sótano en cuestión estaba destinado al tiempo de ocio, un lugar de reunión para los adultos, ya que disponía de una chimenea, y junto a ella, varios sofás para poder sentarse a charlar tranquilamente; y para ellos contaba con una zona con mesas, sillas y varios juegos para divertirse con cualquiera. Era cierto que esa zona podía utilizarse perfectamente para crear un grupo de trabajo.
—Yo puedo llevar la pizarra de pie que tengo en casa por si necesitamos alguna explicación —dijo Javier.
—¡Sí, eso estaría genial! Y así nos ayudamos entre todos, estudiamos juntos y seguro que sacaremos buenas notas —comentó Ana.
—No se hable más, hoy lo comentamos en casa y mañana nos decimos qué les ha parecido a nuestros padres.
—Yo creo que les parecerá bien. Además en mi casa con los gemelos siempre hay mucho follón e incluso a mí me cuesta concentrarme a veces —comentó Roberto.
Roberto tenía dos hermanos gemelos de dos años que le daban muchas alegrías y felicidad pero eran tremendamente escandalosos en sus juegos con lo que, normalmente, el niño debía subirse a la buhardilla para estudiar y hacer los deberes y así tener un poco de silencio.
—Perfecto, mañana comentamos impresiones —finalizó Javier— Pero es cierto que la casa de Paula es la más adecuada, ya que en la mía está mi hermana Sara, y ya sabéis cómo se pone si no se la deja estudiar. No me veo ahí lo seis juntos cada tarde —comentó el niño.
Javier se llevaba bastantes años con su hermana mayor. Ella estaba este año en segundo de Bachillerato y tendría que enfrentarse a la prueba de acceso a la universidad cuando acabara el curso. Siempre había sido muy metódica y responsable, contaba con unas notas excepcionales, y este año más que nunca, estaba totalmente concentrada en su trabajo, ya que aspiraba a estudiar medicina