El Club y los poemas inflamables
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Cuando Thelma J. Parker lidera una campaña política basada en la censura y la prohibición de la enseñanza de la literatura, comienza una gran crisis mundial protagonizada por quemas de libros sin control que esconden un peligroso secreto. Será entonces cuando Guillermo, Jane, Cecilia y los pintorescos miembros de El Club tendrán que intentar frenar sus planes y descubrir qué y quién se esconde tras las intenciones de Parker.
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El Club y los poemas inflamables - Juan Carlos Rodríguez González
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© Juan Carlos Rodríguez González
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ISBN: 978-84-18344-81-7
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El Club de los autores de los libros de texto
Me llamo Guillermo y hace tres años que trabajo como puente de comunicación a tiempo completo entre El Club y el mundo exterior. Cuando descubrí que los grandes autores de la historia convivían en un lugar secreto custodiando las obras literarias de todos los tiempos y preservándolas para toda la humanidad, mi vida cambió por completo.
Durante los primeros días no encontraba mi lugar y visitar El Club era más bien un juego adolescente, hasta que uno de los autores vio en mí y en otros como yo una amenaza para la élite de aquella institución.
Cuando George Orwell intentó encerrarnos a Cecilia y a mí en la cárcel para evitar que El Club siguiera manteniendo contacto con el mundo exterior, los autores se vieron inmersos en una guerra que estuvo a punto de terminar con la literatura tal y como la conocemos. Afortunadamente, Jane supo anticiparse al desastre y dejó en mis manos una pluma de ganso que me permitió reescribir el tiempo de aquella batalla y avisar al resto de autores de cuáles eran las cuestionables intenciones de Orwell para con El Club y su misión antes de que nadie resultara herido.
La novela que dejé como advertencia para el resto de autores sirvió para que El Club me considerara como candidato a ser uno de sus miembros vitalicios. Sin embargo, yo no estaba seguro de querer aceptar aquella invitación y decidí dejarla en suspense. El éxito de aquella obra me sirvió para comenzar una nueva vida, al menos durante el año siguiente.
Ahora mismo me dedico a ser columnista en un periódico provincial mientras lidero el proyecto Decablós a tiempo completo junto a Cecilia, dirigidos por Jane y Charlotte, probablemente las tres mujeres más talentosas que he conocido nunca (con el permiso de Gloria y mi hermana).
Los miembros de El Club son personas fascinantes y maestros de las letras que viven con una única misión: salvar los libros de quienes osen atacarlos. El precio que pagaron para poder llevar a cabo semejante empresa fue vivir la eternidad perseguidos por las obras que ellos mismos escribieron lejos de los lectores mortales.
Trabajar para El Club es una experiencia fascinante si adoras los libros tanto como yo. Y mucho menos peligroso en los últimos años desde que Orwell fue juzgado y aislado por atentar contra la literatura y los miembros de El Club. O al menos eso creía hasta que una ola de atentados comenzó a azotar Occidente y Thelma J. Parker tomó las riendas de la quema de libros más letal del siglo.
Los nuevos
Dos nuevos puentes se habían incorporado al proyecto Decablós en El Club, un sistema creado por Giovanni Boccaccio y James Joyce para captar lectores extraordinarios que pudieran trabajar para El Club como conexión entre la Biblioteca Central y el mundo de los lectores.
Mi relación con Cecilia, la ya colíder del proyecto, había mejorado muchísimo después de que ella descubriera que en otra línea temporal le había salvado la vida sin rechistar y, a su vez, sus posibilidades de formar parte de la única realidad que concebía: ser miembro de El Club.
Ese era el sueño de Cecilia. Su relación con los libros era algo que superaba el amor por la literatura. Durante toda su infancia en hogares de acogida, la única escapatoria para ella fueron las obras clásicas que acumulaban polvo en las estanterías. El hecho de haber conseguido una llave del proyecto Decablós que la reclutara en esta organización no era solo su mayor deseo, sino un milagro caído del cielo.
Con el paso del tiempo se hacían más comunes las misiones en busca de manuscritos o rescatando borradores de textos que los autores consideraban necesarios para el transcurso de la historia. El Decablós se había convertido en algo más que un experimento, era una necesidad para facilitar que El Club siguiera cumpliendo con su misión de protección y conservación de textos. Yo había ganado soltura en los retos físicos y Cecilia no era tan independiente como en nuestras primeras aventuras. Habíamos aprendido a convivir y a respetar nuestras habilidades, lo cual sería una gran ventaja antes de conocer a nuestros nuevos compañeros.
A los nuevos les costó horrores asimilar que Jane Austen y Charlotte Brontë eran sus tutoras en el proceso de formación como invitados en El Club. El look moderno de Jane y la imagen tradicional de Charlotte no naturalizaban el proceso, pero el Consejo había decidido que eran las mejor cualificadas para hacer frente a esa tarea (tanto Gio como Lewis no parecían demasiado responsables como para tener contactos a su cargo).
El Consejo había modernizado el Decablós dotando a los puentes con un amuleto que facilitaría su comunicación fuera de las instalaciones de El Club. Fue el propio Tolkien quien se encargó de crear los portaminas de Babel, unas pequeñas cápsulas que a modo de colgante podían utilizarse en el mundo exterior para contrarrestar los efectos de la fusión de lenguas que se producía entre todos aquellos que pisaban El Club. De esta manera, todos los puentes podían comunicarse perfectamente dentro y fuera de las fronteras de El Club, independientemente de la nacionalidad que se mostrara en sus pasaportes.
La primera en llegar fue Diana, una dependienta en una tienda de ropa en Helsinki y fanática de las novelas de misterio. Diana debía de rondar la cuarentena cuando encontró su llave a El Club en un tomo perdido de Los viajes de Gulliver extraviado entre la colección de Sherlock Holmes que intentaba releer por decimoquinta vez. Su larga melena rubia y su piel pálida la hacían destacar entre los miembros de El Club como una de las pocas presencias claramente nórdicas del lugar.
El segundo en llegar fue Jonás, un chaval argentino de diecinueve años que no podía haber llegado a nosotros por más obras de la casualidad. Jonás era estudiante de arquitectura y nunca había leído una obra de ficción fuera del colegio. Él solo entendía de edificios y puentes. Curiosamente, él acabó convirtiéndose en esto último. Diana era mucho más abierta y sensata a la hora de acatar órdenes, pero Jonás siempre iba un paso por detrás. En una ocasión, Charlotte lo envió junto a Cecilia en busca de unos ejemplares perdidos de una obra en portugués que aún no había sido terminada. Mientras Cecilia distraía a los guardias de seguridad de la biblioteca de Oporto, Jonás se dejó ver por todas las cámaras de seguridad y sustrajo cuatro ejemplares de la Eneida creyendo que aquellas páginas en latín eran portugués antiguo. Evidentemente, nadie pudo reprocharle la creencia aunque sí su torpeza.
Cecilia nunca había sido muy tolerante con la torpeza, pero prefería trabajar con Jonás antes que conmigo o Diana, quienes mostrábamos mayor resistencia a seguir sus indicaciones y sacábamos a relucir cierto criterio propio. Por mi parte, siempre me he sentido afortunado al trabajar con Diana. No solo era sensata sino que tenía un don de gentes inesperado tras su semblante serio que le hacía conseguir cualquier cosa con extrema facilidad. Diana me recordaba a Jane: práctica y pragmática. Tenía clarísimo que sus objetivos eran proteger los textos y servir a la literatura, y los cumplía a rajatabla.
El proyecto Decablós nunca había contado con tantos invitados que sirvieran de puentes para El Club, lo que suponía una clara ventaja a la hora de afrontar los retos que provocaba el colapso tecnológico: borradores que no llegaban a su destino por correo electrónico, manuscritos olvidados en oficinas por pura frustración, contratos de edición que jamás llegaron a cumplimentarse por fallos técnicos… Los puentes estaban llamados a provocar situaciones casuales que reubicaran los textos y obras en el punto exacto para que pudieran ejercer su función en el mundo en el presente o el futuro.
En ocasiones El Club podía resolver los problemas