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Oriana y yo
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Libro electrónico206 páginas3 horas

Oriana y yo

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Información de este libro electrónico

Alguien dijo que en 1968 hubo una Revolución Mundial. "Oriana y yo" gira alrededor de un amor estudiantil montado sobre la ola del Mayo Francés. ¿Qué ocurre cuando una pasión florece en medio de un tiempo donde todo lo que parecía sólido está cambiando?Esta novela con tintes autobiográficos se desarrolla entre Europa y la Amazonía Ecuatoriana. En sus páginas encontramos una mirada fresca sobre temas como el choque entre generaciones, el peso de la muerte y las vueltas del amor, tan fuerte y constante.-
IdiomaEspañol
EditorialSAGA Egmont
Fecha de lanzamiento18 abr 2022
ISBN9788728071694
Oriana y yo

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    Oriana y yo - Cesar Adolfo Cordovez Pérez

    Oriana y yo

    Copyright © 2022 Adolfo Cordovez Pérez and SAGA Egmont

    All rights reserved

    ISBN: 9788728071694

    1st ebook edition

    Format: EPUB 3.0

    No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

    www.sagaegmont.com

    Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

    ENCUENTRO

    Esa tarde fue el inicio de todas las primaveras de mi vida.

    Me encontraba en la bodega ubicada al costado de las cámaras frigoríficas del supermercado donde trabajaba de forma temporal durante las vacaciones universitarias. En ese momento pesaba los pollos congelados para etiquetarlos individualmente.

    De pronto, a través de la ventana, le vi.

    Se paró de frente ante el vidrio que nos separaba y se arregló coqueta su cabellera, sonriéndose para si misma, pues por su lado el vidrio camuflado aparenta ser un espejo. Siguió su camino como una sombra fugaz dirigiéndose hacia los pasillos del almacén y perdiéndose en el laberinto de las diferentes secciones. Llevaba puesta un pequeño mandil con el logotipo de nuestra empresa, por lo que, con satisfacción, deduje que se trataba de una desconocida compañera de trabajo. Pude observar su elegante caminar y su distinguida presencia.

    ¡Emanaba de ella un algo tan especial!

    «¡Tengo que encontrarla y conocerla!», me dije mientras pegaba las etiquetas sobre cada una de las fundas de los pollos, para llevarlos a los frigoríficos de venta en el almacén.

    «¡Luego hare mi pausa de mediodía, durante la cual aprovecharé para buscarla!»

    Si bien apenas le vi fugazmente, quedaron, sin embargo, fijados en mi retina su bello rostro y su largo cabello liso y azabache, que le cubría los hombros y le tapaba completamente la espalda hasta la cintura.

    ¡Pareció ser un fugaz espejismo en la pampa árida de mis adolecentes fantasías!

    Soy un estudiante que cursa el primer semestre en la Universidad de Múnich, en la Baviera alemana. Llegué hace un año desde Ecuador, mi país de origen y, estoy batallando todavía con el complicado aprendizaje del idioma y la ardua tarea de la adaptación a un medio tan diferente al de Latinoamérica. Conseguí este trabajo de primavera a través del consejero de la Universidad, con el firme propósito de practicar el alemán y de ganarme unos extras para mi manutención. Llevo ya ocho días en el supermercado y soy el encargado de surtir productos en el área de las carnes, para lo cual debo ingresar a las cámaras frigoríficas, donde se almacena el producto a muy bajas temperaturas. Uso un abrigo y aditamentos especiales que me hacen sentir como un esquimal que procesa sus piezas de caza para distribuirlas a su comunidad. ¡Cada que ingreso a esos depósitos helados me santíguo encomendando mi alma a los santitos de latitudes mas tropicales!

    En la pausa me di vueltas por todo el almacén, pero no le encontré.

    «¿Habrá sido una ilusión?»

    «¡Como andaré́ necesitando una amiga, que ya estoy viendo alucinaciones!»

    Al siguiente día estaba ubicando mi Vespa en el parqueadero del supermercado cuando le vi entrar apurada por la puerta del personal. Reconocí su perfil de nácar y su oscura cabellera, que volaba con el viento del aire acondicionado de la recepción. «¡Ahí́ va la mujer que me está quitando el sueño!», me dije, «¡y tengo que encontrarla!»

    Durante mi pausa del medio día recorrí́ nuevamente todo el mercado, pero no le ubique.

    «¿Será que trabaja en la administración y tiene otros horarios?»

    Fue al cuarto día que descubrí que trabajaba como vendedora en la sección de perfumería y cosmética. En realidad, le encontré en la cafetería del personal cuando ella devolvía su vajilla usada. Le seguí disimuladamente hasta su puesto de trabajo y verifiqué que atendía ahí, pues me acerqué sonriente y le indiqué que quería un lápiz de labios del color que ella usa, pues me gustaría regalarle exactamente uno igual a una amiga que cumple años próximamente.

    Me sonrió mirándome a los ojos y me dijo que ella usa un lápiz labial que lo compra en un pequeño almacén que queda en el centro de la ciudad, cerca del famoso Viktualienmarkt. «¡Lamentablemente aquí no tenemos el color que me pide, pero puedo ofrecerle varias alternativas parecidas!» —

    «¡No! le respondí —preferiría que, si no tiene inconveniente, me diga la dirección de ese almacén y la denominación del color que usted usa» —

    Se quedo un buen rato pensativa y a la final escribió sobre una hojita de papel los datos que le había solicitado.

    «¡Mire, joven, aprecio mucho que le atraigan mis gustos y por eso le voy a dar excepcionalmente la información!» —

    Nuestros ojos entrecruzaban miradas sostenidas que se fundían en discretas, pero coquetas sonrisas.

    «¿Trabaja usted también aquí?» — me preguntó de sopetón rompiendo ese hechizo de nuestro primer momento.

    «¡Si, en el frigorífico de carnes!» — le respondí distraído, pues mis pensamientos estaban volando por dimensiones para mi aun desconocidas.

    «¿Será que me gustó tanto esta niña, que me estoy saliendo de mi órbita espacial?», concluí apresurado.

    «¡Y a propósito, ya termina mi pausa y me tengo que reintegrar al trabajo! ¡Muchas gracias por tu atención!» —, le tuteé atrevidamente y partí hacia el frigorífico.

    Ya en el camino empecé́ a reprocharme por mi falta de arrojo. «¡Serás bien pendejo, Adolfo!; le tenías arrinconada y a tu merced y ¡no se te ocurrió preguntarle su nombre!»

    «¡Mañana, sin falta, lo haré!»

    Yo tengo mi amiga en Quito, que ha sido desde hace varios años mi enamorada, como las llamamos allá a nuestras futuras novias. Desde que yo llegué a este país mantengo correspondencia con ella casi a diario y me he convertido en un poeta del amor platónico, pues cada misiva mía va pletórica de romance puro y con firmes propósitos y juramentos para esta vida y para mas allá́ de la eternidad. Durante este primer año de mi estadía ha sido ella mi pilar sentimental y mi soporte anímico. Pero debo confesar que de tarde en tarde me sobreviene la nostalgia de una real compañía pues miro con envidia a parejas que se arrullan en los parques, en los tranvías y tantos sitios públicos, mientras yo camino melancólico y solo, rumiando mi cada vez mas amarga soltería.

    «¡Amor de lejos es de pendejos!», así dicen los propios y los extraños y hay cierta verdad en esas palabras pues, si algo afecta mas a una relación es la separación producida por el distanciamiento físico. En mi caso son diez mil kilómetros de mar y tierra que me separan de mi amada. Las cartas que nos escribimos casi a diario solo atizan el fuego de los recuerdos, pero no la brasa de esa lejana pasión.

    «¡Bueno!, mi estadía aquí será de máximo cuatro años más, tiempo suficiente para madurar los sentimientos y afianzar las intenciones. Patricia, así́ se llama mi chica en Quito, sabrá esperar y yo tendré que prepararme».

    Esa noche me costó mucho conciliar el sueño pues me revolvía inquieto entre mis sábanas mientras cavilaba sobre esta inesperada situación. Era evidente que empezaba a tener dudas de la lógica de los amores en la distancia y, por otro lado, me daba cuenta de qué iba creciendo en mí el deseo de conocer y tratar a una mujer en mi cercanía. A mis dieciocho años es normal qué se despertaran los instintos carnales y las necesidades sexuales.

    Estuve despierto hasta la madrugada sopesando mis futuras acciones. Iba definitivamente a intentar establecer una relación con la colega del supermercado y a su vez, mantendría latente mi romance postal con Patricia allá́ en el Ecuador, puesto que consideré que primero debía ver resultados en mi pretendida nueva relación, antes que afectar aquello que ya estaba establecido y funcionando.

    «¡Ojos que no ven, corazón que no siente!», decían también por ahí.

    Amanecí ligeramente afectado por el insomnio de la noche, pero fui, sin embargo, a trabajar. El frio de los frigoríficos me inyectó suficiente energía para mantenerme en pie y cumplir con mis asignaciones. En la pausa del mediodía fui al comedor del personal y le topé en la cola de la caja. Ella vestía una mudada ligera y se cubría con un mandil de la empresa qué le daba una apariencia juvenil y muy atractiva. Lo primero que le dije cuando tomábamos asiento en una mesa apartada fue: — «¡bueno, confiésame cómo te llamas!» —

    Ella abrió sus ojazos pardos como insinuando estar un poco sorprendida y, luego de un momento de reflexión, me comentó: — «¿Sabes?, ¡me llamo Oriana y vengo de Chile. ¡Y ahora dime tú quién eres y de dónde vienes y como te llamas, puesto que hablas con acento extranjero como yo!» —

    ¡Me quedé de una sola pieza!

    Procedí inmediatamente a contestarle en castellano: — «¡No puede ser! ¿o es que el mundo es tan chiquito? Me llamo Adolfo y vengo de Ecuador. ¡Por lo que ves, Oriana, somos hermanos latinos y creo que de alguna forma nuestras sangres nos han juntado!» —

    «¡Qué alivio!», pensé́ para mis adentros, «pues ahora todo será́ mucho más fácil ya que nos entenderemos en nuestro propio idioma»

    «¡Si! ¡Qué coincidencia!» exclamó sorprendida Oriana, hablando en castellano. ¡Realmente el mundo es bien chico! ¿Cuándo me hubiera imaginado encontrar a un ecuatoriano en estas circunstancias? ¡Qué gusto me da y me alegro mucho de qué podamos alternar en nuestro idioma, con la ventaja adicional de que nadie nos entenderá, pues en este país hay muy pocos hispanohablantes!» —

    La pausa nos quedó muy corta como para intercambiar todas nuestras inquietudes. Nos citamos para las 6 de la tarde, hora en que salíamos del trabajo.

    Le esperé en la puerta de salida del personal y me ofrecí́ a llevarla en mi Vespa a cualquier lado a fin de charlar largo y conocernos mejor. Oriana accedió con cierto recelo, pues dijo que nunca había viajado en una motoneta y que le dada la sensación de que pudiera caerse. Le aseguré que soy buen piloto y le ofrecí absoluta prudencia.

    Nos fuimos directamente a Schwabing, que es el centro de la farándula estudiantil en las cercanías de la Universidad. En el trayecto nos paro la policía pues Oriana iba sentada de lado, a la usanza antigua de las damas que cabalgaban sus corceles. El oficial le pidió que se sentara abriendo las piernas, como corresponde a las normas de seguridad, caso contrario no podría continuar el viaje conmigo. Así lo hizo y pronto llegamos a la Ludwigstrasse, la calle del movimiento.

    «¡Qué coincidencia!», exclamó nuevamente Oriana, «pues yo vivo aquí en la cercanía».

    «¡Vaya!¡vaya!» —añadí yo, «mi vivienda queda a 3 cuadras de aquí y, por lo que veo, vivimos además cerca el uno del otro!» —

    «¡Bueno, quedémonos en este café de la calle!» —

    Cinco horas mas tarde, acercándonos ya a la medianoche, seguíamos en gran tertulia intercambiando nuestras vivencias y detalles de nuestras vidas. Luego de la segunda taza de café pedimos que nos sirvieran unas cervezas, lo que condujo a una mayor fluidez en nuestra conversación. Oriana venía de Santiago de Chile y residía en Múnich desde hace dos años. Vino, básicamente, a acompañar a su tía abuela, una mujer anciana y ya frágil, que vivía sola y que no tenia ninguna otra parentela a no ser la familia de Chile, que es de origen alemán y qué migró a ese país a principios del siglo 20.

    De paso, Oriana aprovechaba su tiempo para estudiar el alemán a fin de obtener un título de traductora simultánea, con el que deseaba volver algún día a su país, aunque por el momento no se hacia muchas ilusiones dado que la tía abuela no podía quedarse sola pero tampoco le era factible ir a radicarse en Chile por la avanzada edad y por los problemas de salud que le achacaban.

    Se notaba qué Oriana hablaba un esmerado alemán, a diferencia del mío, que era un alemán más de la calle. También me llamaba mucho la atención oír su acento chileno que para mí oído de la Sierra andina suena un tanto cantarín.

    Fue una hermosa velada que nos permitió́ acercarnos. Me imaginé yo desde ese instante qué estaba naciendo una interesante amistad. Oriana, de pronto, interrumpió nuestra conversación y se disculpó, pues debía irse de inmediato a su casa.

    «¡Gracias Adolfo!» —, me dijo muy emocionada, «ha sido una linda reunión y he tenido mucho, mucho gusto en conocerte. Me debo ahora ir pues, de lo contrario, tendré problemas con la anciana de mi tía, ¡qué es bien chapada a la antigua y que no me permite retornar a casa pasada la medianoche!» —

    Dicho esto, arrancó y casi a la carrera desapareció por la esquina de la Theresienstrasse, cercana al café́ donde compartimos tan simpáticos momentos. Me llamó mucho la atención esta última actitud de Oriana, pero supuse que, igual que a mi, nos voló el tiempo y de pronto ella se dio cuenta qué le quedaban pocos minutos hasta la medianoche.

    El cansancio de mi mala noche anterior hizo presa de mí así que me fui directamente a mi casa. El siguiente día era viernes, apto para invitarle a salir de parranda y así́, tener tiempo y oportunidad para conocernos mejor. Realmente me interesaba su amistad. Pienso ahora que también yo le desperté interés y por lo que noté, ¡ella estaba tan sola como lo estaba yo!

    Fue un día normal en el trabajo; para mí, como siempre, agotador, pero pasó muy rápido ante la expectativa de toparme con Oriana y proponerle que salgamos de juerga. Durante la pausa del mediodía le busqué en el comedor, pero no le pude encontrar, como tampoco en su sitio de trabajo. Pregunté a una chica que si sabía algo de Oriana y me informó que ella no vino a trabajar. Esto me intrigó un poco, por lo que decidí́ volver al café donde estuvimos la noche anterior con la esperanza de qué ella estuviera por ahí́.

    Así lo hice. En el café́ no estaba, por cierto, pero opté por quedarme a la espera de verla pasar por la calle principal. Es interesante el hecho de qué viniendo de distintos países latinoamericanos, nos hayamos podido encontrar casi al azar en un mundo ajeno y extraño; es más, tenia yo la impresión de que la gran mano del destino nos había guiado hasta ese sitio de trabajo por alguna razón aun desconocida.

    Era una tarde primaveral y la gente se preparaba para un festejo propio de esta estación. Los estudiantes llenaban la gran mayoría de los locales, unos tras de la famosa cerveza bávara y otros, tras de alguna interesante diversión. Las chicas vestían ya ligeras prendas propias del fin de primavera y dejaban ver sus atractivas figuras. Tenían todavía el tono pálido en su piel, propio de los largos inviernos con poco sol, que son comunes en estas latitudes,

    Tantas chicas hermosas vi pasar que ya me estaba olvidando de Oriana, cuando de pronto sentí un golpecito en mi hombro y me di la vuelta para ver quién era que me topaba.

    ¡Sí! ¡Era Oriana!

    ¡Era ella! ¡Qué alivio el mío!

    Se sonreía y sin mediar palabra entre los dos tomó asiento junto a mí.

    «¡Hola, mi amigo ecuatoriano!» — dijo a título de saludo. — «¿Te has dado cuenta de que tú y yo tenemos nombres

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