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Pasado y fortaleza del pueblo maya: Yucatán, primera mitad del siglo XX
Pasado y fortaleza del pueblo maya: Yucatán, primera mitad del siglo XX
Pasado y fortaleza del pueblo maya: Yucatán, primera mitad del siglo XX
Libro electrónico367 páginas4 horas

Pasado y fortaleza del pueblo maya: Yucatán, primera mitad del siglo XX

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Este libro nos adentra en un recorrido por el pasado del pueblo maya y las dificultades con las que se ha encontrado a lo largo de la historia, pese a las cuales ha logrado conservar una gran parte de su cultura. La autora ha estudiado los diferentes procesos políticos en los que este pueblo se ha visto involucrado y las estrategias que ha desarrol
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 mar 2021
ISBN9786078741090
Pasado y fortaleza del pueblo maya: Yucatán, primera mitad del siglo XX
Autor

Carmen Castillo Rocha

Es licenciada en Psicología en la Universidad Nacional Autónoma de México, maestra en Ciencias Antropológicas en la Universidad Autónoma de Yucatán y doctora en Estudios Mesoamericanos en la Universidad de Hamburgo. Es docente e investigadora de tiempo completo en la Universidad Autónoma de Yucatán desde 2008 e integrante del Sistema Nacional de Investigadores desde el 2011. Ha coordinado trabajos en diversos campos de las Ciencias Sociales y las Humanidades que se han visto plasmados en obras como Pasos hacia la construcción de una escuela libre de violencia (2012), La comunicación en escena: investigaciones sobre el teatro visto desde la comunicación (2012), Comunicación y desarrollo en la agenda latinoamericana del siglo XXI (2013), Construcciones simbólicas sobre el ser joven y la vida feliz (2016), Recordando a Mayapán y a sus personas (2020).

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    Pasado y fortaleza del pueblo maya - Carmen Castillo Rocha

    Para la familia Castillo-Tappan Blanco,

    pero especialmente para mis hermanos

    Ángel Gerardo, Néstor y Alfredo,

    corazones fuertes y generosos,

    con admiración y cariño.

    Agradecimientos

    Agradezco a la Universidad Autónoma de Yucatán que me ofreció las facilidades para realizar esta obra, particularmente a la Facultad de Ciencias Antropológicas en su conjunto. Invaluable ha sido el trabajo de la Casa Editorial UADY y de los anónimos dictaminadores que sin duda convirtieron esta obra en algo mejor escrito, más riguroso y empático.

    Este trabajo no habría sido posible sin la existencia de las personas e instancias encargadas de cuidar patrimonio. Particularmente agradezco a la Biblioteca Virtual de Yucatán, al Centro de Apoyo a la Investigación Histórica y Literaria de Yucatán y a las personas que ahí laboran. Subsumido en ello, agradezco también la labor de anónimos reporteros y visibles periodistas que se han convertido en agudos fiscales en tiempos de política corrupta.

    Agradezco también a las instituciones, y a sus personas, que guardan las evidencias materiales de nuestro pasado, especialmente al Archivo General de la Nación y al Archivo General del Estado de Yucatán. Destaco también la labor de particulares que se han ocupado de cuidar materiales valiosos y significativos, como lo es el archivo personal de Arsenio Lara Puerto en manos de sus familiares, y el de Graciano Canto Berzunza en manos del doctor Edgar Santiago Pacheco, estos acopios han sido particularmente valiosos, dado que los archivos de Henequeneros de Yucatán fueron intencionalmente destruidos. Gracias a todas estas y estos cuidadoras y cuidadores de la memoria que nos ayudan a revalorar quiénes somos y a dónde vamos.

    Reconozco también la labor de historiadores y escritores que se han ocupado de recoger y sistematizar la información invaluable que se expone al final de esta obra en la bibliografía consultada.

    Introducción

    Dentro de las llamadas ciencias del espíritu, la historia, la mirada hacia el pasado, es particularmente poderosa por la capacidad que tiene de hacer emerger un presente coherente, comprensible y comunicable. Mirar hacia el pasado es indispensable tanto en la némesis médica como en el diván de un psicoanalista. Ni qué decir respecto de comprender un pueblo, o una nación. Como en el caso del psicoanalista, algunas miradas al pasado resultan particularmente sesgadas y problemáticas, pero no por ello son menos útiles para otorgar sentido y rumbo al devenir.

    Alfonso Mendiola, en su texto Retórica, comunicación y realidad (2003), distingue una historia científica de una historia retórica, y evidencia la imposibilidad de construir una historia científica a partir de los textos emanados de la Conquista de México, en tanto dichos documentos no fueron construidos bajo una «conciencia histórica» que pretendiera dar cuenta fidedigna de los hechos. No hay en ello precisión: su temporalidad y su espacialidad son difusas, las batallas no son entre dos culturas, sino entre quienes representan a Dios, y quienes representan al demonio. Se trata de una historia salvífica, se habla de la voluntad de Dios por liberar a los nativos de su pecado. Son documentos que se escriben como exempla, con el propósito de educar moralmente desde una cosmogonía y teología cristiana. No hay ahí datos históricos en el sentido moderno de la disciplina, lo que sí hay son argumentos morales que distinguen entre el bien y el mal; en consecuencia, lo que puede emanar de dichos textos está lejos de permitir la construcción de una historia científica.

    La historia, como disciplina, está notablemente ligada a las narrativas a partir de las cuales se construye, tanto en sus fuentes como en sus propósitos. Todo texto se crea con algún destinatario en mente y con algún interés que lo oriente. Esta obra es también una narrativa que presenta el reto de integrar textos que representan diferentes miradas de lo que ha sido el pueblo maya en el siglo XX. Para comenzar aclaro que no estoy hablando de «los mayas» como sujetos, sino del «pueblo maya» como singular colectivo destacando el sentido de comunalidad que caracteriza a los pueblos originarios de América, concepto de Martínez Luna al que haré referencia al final de este trabajo y del cual esta obra pretende ser evidencia.

    Ofrezco una mirada de alguien ajeno a Yucatán que ha sido testigo de innumerables actos de discriminación infringidos hacia el pueblo maya y también a las personas mayas como individuos. Esta persona ajena a Yucatán también ha presenciado la enorme capacidad de resiliencia de este pueblo. Aquí un ejemplo del año 2019: después de la presentación pública de un video donde adultos mayores compartían su palabra en lengua maya, un joven se levantó y valientemente expresó que él no veía ningún valor en ese documental y que los mayas estaban prontos a extinguirse. Cuando eso fue dicho, ya un grupo de personas se había identificado como maya y compartido su punto de vista respecto del video. El joven valiente salió de la sala y para cerrar la sesión, el productor del video, con esa paciencia que caracteriza al pueblo maya, comentó que le parecía muy bueno que el joven hubiese expresado su comentario, porque eso nos había hecho reflexionar a todos.

    Todavía en el siglo XXI, algunos de los turistas que visitan sitios arqueológicos como Chichén Itzá preguntan «¿cómo fue que desaparecieron los mayas?», astrónomos sapientísimos, arquitectos de maravillas. Ante tal provocación, los guías de turistas contradicen a los extranjeros señalando que los mayas no han desaparecido y ellos son la prueba. Cuando esto dicen, reivindican su identidad maya y su derecho a existir en el mundo contemporáneo.

    La invasión que ocurrió hace más de quinientos años cambió por completo la evolución del sistema cultural mesoamericano al insertar en su devenir un elemento inesperado y diferente. Esta confrontación llevó a la coincidencia de dos estructuras que, en su carácter humano, tenían algunas semejanzas, y en su carácter cultural, notables diferencias. Su integración, si es que se ha logrado, hubo de requerir la generación de una zona intercultural en continuo crecimiento hasta lograr incorporar a los dos mundos, ¿será que esto así sucedió?, si es así ¿cómo ha sido ese proceso?

    El pueblo maya yucateco, con su lengua y su cultura, sigue reivindicando su existencia en el mundo contemporáneo. Convive con los herederos de la cultura europea, con los de piel clara, en un territorio que fue invadido y en un contexto social que los señala a ellos, los mayas, como diferentes. La permanencia de este pueblo y esta cultura ha requerido de gran fortaleza. Ha sido precisa la adaptación de algunas prácticas culturales de los invasores, pero no sin, sutilmente, haber insertado las nativas prácticas en la cultura migrante. Pero ¿qué se perdió en ese camino? ¿qué cosas se negociaron? ¿existe una misma lógica en las relaciones de poder? ¿hubo sumisión? ¿alguien claudicó a su identidad?

    En quinientos años cambian muchas cosas, pero a diferentes ritmos y por diferentes razones. El observar la evolución de un sistema desde una perspectiva diferente permite hacer nuevas preguntas a viejas situaciones y mirar ángulos que pueden haber permanecido diluidos bajo otros marcos interpretativos. Es por ello que el marco epistémico que orienta esta búsqueda se construye mirando sistemas complejos.

    Siguiendo a Rolando García, un sistema complejo es una totalidad organizada, como lo ha sido la totalidad donde han coincidido mayas y occidentales, donde los dos elementos han formado parte del mismo sistema, y para comprenderlos no pueden estudiarse aisladamente, sino en su relación, porque se definen uno a partir del otro, es decir, su cualidad es la interdefinibilidad.¹

    El sistema del que estamos hablando no es «la realidad», sino un «recorte» de la misma, arbitrariamente seleccionado por la investigadora para efecto de hacer emerger una perspectiva diferente de ese sistema. En este sentido el trabajo se construye en ejercicios de análisis, es decir, de la identificación y descripción de una serie de elementos sobre los cuales se identifica una relación, a partir de lo cual se produce después una mirada integradora que funge como representación de una «totalidad organizada», que desde luego se reconoce como parcial y provisional en el ejercicio constructivo de la búsqueda.

    Este ejercicio constructivo, que para efecto de esta obra fue de carácter inductivo, surgió de una confrontación entre los esquemas mentales de la investigadora y la realidad empírica. Concretamente, surgió de las palabras de don Víctor Cantún cuando me hizo saber, refiriéndose a la época de auge del henequén en su localidad, que «Canicab era rico».

    Canicab es una localidad rural ubicada en la zona henequenera que en el 2010 contaba con 758 habitantes,² clasificada por el Consejo Nacional de Población como de alta marginalidad.³ Eso significa que su población no tiene garantizados el acceso a bienes y servicios fundamentales para su bienestar, carece de oportunidades, así como de capacidades para adquirirlas. Esto, la marginación, no es algo que ocurra súbitamente, es producto de un devenir.

    Así que, conociendo los opulentos edificios que produjo la riqueza henequenera en la ciudad de Mérida y comparándolos con las modestas estructuras arquitectónicas de la localidad, me parecía que la idea de «riqueza» que podíamos tener don Víctor y yo resultaba bastante lejana. Ello me llevó a buscar la riqueza del Mayab en los tiempos pasados y su relación con el pueblo maya. Intentaba integrar elementos que me permitieran observar la construcción de formas de vida que, lejos de mi posible concepción de la riqueza, pudieran decirse buenas. Esas cualidades emergieron no como riqueza, ni como bondad, sino como lo que al término de este trabajo puedo llamar fortaleza (fuerza, vigor), cualidad que permite la resiliencia. Luego, la pregunta ¿cómo fue que Canicab era rico? fue modificada.

    Dado que la riqueza es una valoración que implica una relación con lo que se posee y, desde el punto de vista del Consejo Nacional de Población, la citada localidad se encuentra en situación de marginación, y la marginalidad es un concepto relacional que implica a otros que no están marginados, la pregunta se transformó en ¿cuáles han sido las fortalezas que han permitido al pueblo maya sobrellevar situaciones que desde una perspectiva relacional han sido una franca injusticia?, pero esta pregunta tenía todavía una inferencia moral que fue posible suspender al observar el mismo objeto desde una perspectiva de sistemas complejos. No obstante, conviene explicitar el presupuesto moral dado que el lector lo encontrará manifiesto a lo largo del trabajo a nivel de subtexto, la pregunta quedó como sigue: ¿cuáles han sido las condiciones de resiliencia del pueblo maya, que han permitido la preservación de dos sistemas culturales diferentes (el maya y el occidental) en un mismo sistema social?

    Considerando tal pregunta, el objetivo de esta obra ha sido describir las transformaciones que se han producido en Yucatán en la primera mitad del siglo XX, en el sistema social en el que han coincidido mayas y descendientes de europeos, y explicar cuáles han sido las cualidades de resiliencia del pueblo maya que le han permitido la continuidad cultural en condiciones de desigualdad en dicho periodo.

    Para iniciar la búsqueda, primero fue necesario hacer una exploración de lo que se ha escrito sobre dicha relación a partir de la Colonia y analizarlo desde la perspectiva propuesta. Ese material y las reflexiones a las que condujo no se incluyen en la presente obra, que enfatiza el periodo menos estudiado, la primera mitad del siglo XX, pero el lector podrá encontrar algunas referencias a ese próximo pasado.

    Todo sistema, decíamos, es una representación, un modelo de una realidad más compleja que no ha de ser descrita en su totalidad, un mapa que no es el territorio, pero lo representa. Es una sección de realidad demarcada por una serie de flujos que circulan del interior al exterior del sistema y viceversa. A los flujos que provienen del exterior Rolando García (2008) los llama «condiciones de contorno». Estas condiciones pueden conducir a una situación de estabilidad o, por el contrario, desestabilizar el sistema y llevarlo a la desorganización. A estos intercambios se les denomina «perturbaciones». Cuando los flujos de entrada y salida son regulares y oscilan en una dinámica que no excede cierto umbral, el sistema mantiene una organización dinámica y estable. La «resiliencia» es la capacidad que tiene el sistema para amortiguar las perturbaciones sin desorganizarse. Cuando dichos flujos exceden el umbral, entonces el sistema se desestabiliza, queda vulnerado y cambia su organización para compensar la inestabilidad.

    Las perturbaciones que conducen a la transformación de un sistema pueden ser de escalas muy diversas. Pueden provenir de fuera del sistema (condiciones de contorno), pero también pueden ser de carácter endógeno, lo cual implica alguna modificación en uno o varios de los parámetros que determinan las relaciones al interior del sistema. Las perturbaciones endógenas también pueden generar que el sistema se vuelva inestable y conducirlo a una desorganización que pone en riesgo su capacidad adaptativa y en consecuencia requerirá de una nueva organización, lo cual no necesariamente es negativo: la evolución de un sistema se da por reorganizaciones sucesivas.

    El sistema en evolución representado en este trabajo está integrado por dos elementos o subsistemas igualmente complejos, y el centro de esta búsqueda tiene que ver con uno de ellos: el pueblo maya en sus diversas maneras de coexistir con quienes primero fueron invasores, luego avecindados, luego hacendados, luego gestión pública.

    Los recortes de realidad aquí descritos dan cuenta de dos subsistemas sociales (maya y occidental), y de las zonas interculturales que se generaron a partir de su interacción. Los límites conceptuales que comparten estos sistemas son de carácter sociohistórico. Los límites empíricos refieren geográficamente a Yucatán y temporalmente a diversos periodos: el tiempo de las haciendas, la postrevolución socialista y el tiempo de los ejidos.

    El libro se divide en siete capítulos. El primer capítulo, titulado «Pueblos y haciendas henequeneras», toma especial interés en el territorio y la manera en que las prácticas económicas, particularmente la economía de plantación, modificaron las relaciones interculturales, señalando también cómo el proceso fue acelerado por las maravillas tecnológicas que la ciencia moderna hizo posible. El capítulo cierra con el cambio en la estructuración de poder introducido por la revolución socialista. Este capítulo sirve de preámbulo y es un ejercicio de análisis construido primordialmente con fuentes secundarias.

    El segundo capítulo, «Creación y sabotaje de comunidades políticas en el agro yucateco», hace evidente lo confuso y convulso de un periodo revolucionario como el que vivió Yucatán. Se describe ahí el papel que jugaron Salvador Alvarado Rubio y Felipe Carrillo Puerto a favor del pueblo maya, y cómo ese trabajo fue sistemáticamente saboteado por los intereses de los poderosos, no obstante, el poder político cambió radicalmente la organización social, trayendo al escenario a nuevos actores. El capítulo tercero, titulado «Inicio del corporativismo en Yucatán» muestra cómo la emergente política local se acopló al programa propuesto por Elías Calles en medio de una caótica y corrupta lucha por conseguir el favor de los sectores populares a través del ya en declive Partido Socialista del Sureste. En este contexto el pueblo maya continuó siendo el principal, pero no el único, receptor de la violencia social.

    En los siguientes tres capítulos se describe un trozo de historia poco trabajada que se relaciona con el reparto agrario y la defensa de los ejidos entre 1939 y 1941. El capítulo titulado «La hora de la política y el Comité Central de Defensa Ejidal de Tixkokob» narra las acciones de Lázaro Cárdenas a favor de los ejidatarios y la emergencia del movimiento de Tixkokob. Se expone ahí el papel que jugó el Gobierno del Estado en connivencia con los hacendados henequeneros. Se describe la creación de alianzas de los ejidatarios mayas con otros movimientos sociales y la manera en que, mediante las manifestaciones públicas, el uso de los medios de comunicación y la vinculación de los ejidatarios con la figura de Cárdenas, el pueblo maya logró reorganizar la industria henequenera, haciéndola más democrática, al menos momentáneamente.

    En el quinto capítulo, titulado «Entre resistir y perseverar», se describe la violencia con la que respondió el Estado a la escalada por la democracia de dicho movimiento y la capacidad del pueblo maya para resistir y continuar en su lucha aun con todo en contra. A diferencia del Gobierno del Estado, que contaba con el apoyo de cuerpos armados tanto legales como ilegales, los ejidatarios no contaban con algo semejante para defenderse, sin embargo, perseveraron en la lucha. Se describe lo sucedido al iniciar el nuevo sexenio presidencial con el señor Ávila, quien retiró el apoyo a los ejidatarios.

    El siguiente capítulo, titulado «A lomo de ejidatarios; Henequeneros de Yucatán», analiza cómo fue cambiando esa organización a través de los años. Se describe la manera en que operaba la asociación, así como los diversos actores que estaban involucrados y las interrelaciones que ellos establecían. Se habla también de la relación del sistema con la ecología y de las implicaciones sociales que esto trajo.

    El último capítulo, titulado «Análisis transversal», ensaya una sobreposición de estratos a través de escalas temporales, que permiten visibilizar cómo las condiciones adversas para crear y recrear la vida del pueblo maya no han estado ligadas a la aparente fragilidad ecológica del territorio que habitan, sino a la organización de los sistemas sociales en articulación. Finalmente se ofrecen las consideraciones finales que señalan fortalezas, resistencia y acoplamientos del pueblo maya en su relación con el sistema social heredero del pensamiento europeo. Al final se incluyen las fuentes que fueron consultadas para construir esta obra que espero que sea del agrado de quien la mira.

    ¹ García, Sistemas complejos.

    ² INEGI, Censo de Población y Vivienda 2010.

    ³ CONAPO, Índices de marginación.

    Pueblos y haciendas henequeneras

    Entre los siglos XVI y principios del XVIII el sistema productivo de los mayas había proporcionado suficientes recursos como para alimentar a mayas e invasores. Incluso fueron capaces de incidir en el mercado ocultando su producción de maíz y generando carestía en la ciudad de Mérida alrededor de 1724. Sin embargo, entrando el siglo XVIII se experimentó un crecimiento poblacional que demandó mayor producción agrícola y los españoles se mostraron cada vez más interesados en satisfacer la demanda, lo que ocasionó que las estancias ya no se dedicaran solamente a la ganadería, sino que extendieran actividades a la agricultura y apicultura, viendo necesario incrementar tierras y número de trabajadores fijos en las haciendas, recursos que se fueron encontrando en las repúblicas de indios.

    Las estancias maiceras y ganaderas que crecieron a costa del territorio indígena pasaron a ser consideradas haciendas cuando aumentaban en extensión, infraestructura (llamada «planta»), producción y acasillamiento,⁵ y a diferencia de las organizaciones productivas indígenas, tenían capacidad para almacenar y transportar su producción y mayor facilidad para comercializar los productos.⁶ En contraste con las plantaciones de otros lugares, las de Yucatán intentaban la autosubsistencia a partir del cultivo de milpa, del cuidado de colmenas (productoras de cera y miel), de árboles frutales, de la siembra de hortalizas y de la cría de ganado y aves de corral; aunque tales esfuerzos no eran suficientes y muchas haciendas importaban sobre todo maíz para satisfacer sus necesidades.

    Los pueblos se fueron empobreciendo por la presión demográfica y la disminución de recursos disponibles a partir de la enajenación de tierras.⁷ El pueblo de Pixilá, por ejemplo, en 1887 perdió sus sementeras y sus solares debido a que las autoridades de Izamal vendieron las tierras a un señor José María López para acrecentar su finca, que tenía por nombre Ebulá. Los pobladores de Pixilá tuvieron que migrar al vecino pueblo de Sudzal para volver a iniciar la vida.⁸

    En otro ejemplo, los habitantes de Muxupip se quedaron sin sementeras cuando sus tierras fueron denunciadas como baldíos, quedando en manos de los dueños de las aledañas haciendas Sacolá, San Juan Hau, San Juan Koop, Catzimín, Tehás, Dziná y San José el Grande. Los terrenos fueron devastados para obtener leña para las máquinas desfibradoras y luego fueron sembrados con henequén. En consecuencia, sin tierras para producir sus alimentos, algunos habitantes de Muxupip se convirtieron en peones acasillados, pero no todos, hubo quienes decidieron que las tierras seguían siendo suyas. El conflicto terminó en que los hacendados permitían fomentar milpas en terrenos que se consideraban de la hacienda, a cambio, los milperos chapeaban una superficie de henequenales igual a la que les era otorgada para su sementera.

    En un principio, los campesinos de Muxupip preferían rentar las tierras y no quedar como acasillados, pero eran sometidos a continuas injusticias por parte de la autoridad municipal, el capitán Juan Méndez, quien profería encarcelamientos arbitrarios. Enrolamiento forzoso en el Ejército e imposición de trabajos forzados por una o dos semanas en obras públicas. La mayoría de los pobladores prefirieron permanecer libres aun a pesar de las vejaciones. Los habitantes de Muxupip también podían optar por los 25 pesos que ofrecía Méndez si se convertían en acasillados, iniciando una impagable deuda con el patrón, deuda que se heredaba de padres a hijos. También participaba del acasillamiento el señor Simeón Domínguez, cantinero del lugar, quien otorgaba crédito hasta por 25 pesos para seguir bebiendo, para luego compartir con los hacendados la lista de personas endeudadas y exigir el pago inmediato de la deuda.¹⁰

    Las arbitrariedades administrativas que permitían la invasión de tierras y la constante persecución para convertir en acasillados a los pobladores tuvieron como consecuencia migraciones que condujeron, entre otras cosas, al debilitamiento de las lealtades entre los habitantes de los pueblos. La sociedad maya se volvió más frágil.

    El sistema de peonaje funcionaba a partir del endeudamiento. Se pagaba a los trabajadores con bonos canjeables en las tiendas de raya de las propias haciendas y estas vendían sus productos a precio alzado. No se permitía a los peones que dejaran la hacienda para comprar insumos y la paga nunca alcanzaba a cubrir el consumo de primera necesidad. Se adquiría una deuda que jamás se alcanzaba a pagar y no se permitía abandonar el trabajo de la hacienda hasta que esa deuda no fuera cubierta.¹¹

    Los peones acasillados eran prácticamente propiedad de las haciendas: no podían abandonar el lugar sin permiso y en algunos casos se les encerraba por las noches para que no escaparan.¹² Los matrimonios no podían celebrarse sin el consentimiento del patrón, más bien se celebraban sin importar la voluntad de los contrayentes ni de sus familiares. Las faltas podían ser castigadas con severos maltratos físicos.¹³ En Muxupip, por ejemplo, si por alguna razón el peón no terminaba su tarea, no solo era reprendido con palabras obscenas, sino que recibía doce azotes con una hoja de henequén,¹⁴ cuya savia es sumamente ácida, quema la piel.

    En el otro extremo, las haciendas representaban también una posible fuente de alimento en tiempo de hambrunas y calamidades. Peniche da cuenta de que Yucatán vivió una crisis ambiental, social y humana en la segunda mitad del siglo XVIII, al igual que una gran hambruna que tuvo como consecuencia sobremortalidad, especulación, robo y parálisis económica y productiva. Esto generó un nuevo desplazamiento de la población maya hacia las haciendas y ciudades en busca de lo básico: agua y alimento.¹⁵

    Las haciendas también fueron abrigo para las diezmadas tropas que fueron retiradas de las diversas batallas sufridas durante el siglo XIX, por ejemplo, durante la Guerra de Castas el coronel Novelo enviaría una misiva solicitando el retiro de sus tropas y su incorporación a las haciendas cercanas, dado que el estado de sus tropas era muy lamentable, no tenían ropa ni calzado, apenas tenían algo de comida y cada día aumentaban más los enfermos.¹⁶ Entonces, en un principio estas haciendas parecían también lugares de refugio donde habría techo, agua y alimentos disponibles, y seguramente algunas haciendas sí que lo fueron, pero en muchos casos el costo del abrigo fue la esclavitud.

    A principios del siglo XIX, la migración fue dotando a las haciendas de la mano de obra que necesitaban para expandirse y luego competir con los pueblos de indios por recursos estratégicos como la tierra y la mano de obra. En principio, quienes migraban no rompían su lealtad con su pueblo y seguían tributando para el mismo, pero pasado el tiempo y las generaciones, esta lealtad desapareció, como desapareció también la obligación de tributar. En 1806 aproximadamente el 70 % de la población indígena de Yucatán vivía en pueblos y el 30 % en haciendas.¹⁷

    ⁴ Peniche Moreno, Tiempos aciagos.

    ⁵ Bracamonte y Sosa, «Haciendas y ganado».

    ⁶ Peniche Moreno, Tiempos aciagos.

    Ibid.

    ⁸ Beltrán Luna, «Inicio del reparto».

    ⁹ Domínguez Aké, U múuch’kabil ejiido’ob.

    ¹⁰ Ibid.

    ¹¹ Arnold Strickon, «Hacienda and plantation».

    ¹² No todas las personas que trabajaban en las haciendas estaban acasilladas y ligadas por deudas, había también quienes tenían un contrato y un salario sin deudas que mediaran, entre ellos el capataz y los llamados «luneros», que trabajaban para el patrón un día a la semana y otros eventuales que visitaban las haciendas para trabajos específicos.

    ¹³ Una descripción de las relaciones abusivas establecidas en las haciendas se puede leer en el libro de J. K. Turner, Mexico Bárbaro.

    ¹⁴ Domínguez Aké, U múuch’kabil ejiido’ob.

    ¹⁵ Peniche Moreno, Tiempos

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