Política comunitaria gobernanza global y desarrollo internacional
Por Aldo Olano Alor
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Política comunitaria gobernanza global y desarrollo internacional - Aldo Olano Alor
CAPÍTULO PRIMERO
PENSAMIENTO DECOLONIAL Y RELACIONES INTERNACIONALES
En este primer capítulo, presentamos aspectos dirigidos a entender el posicionamiento del occidentalismo como paradigma dominante en el estudio del sistema-mundo moderno y colonial. Para ello, consideramos que su actual organización está relacionada con la trayectoria histórica e intelectual de un solo tipo de civilización: la occidental, lo cual se afirma después de haber revisado aspectos muy puntuales de la normatividad que ha dado forma a los distintos regímenes internacionales. Cosa parecida sucede si constatamos el lugar de procedencia de quienes dirigen las instituciones multilaterales que integran el sistema.
Partimos por considerar que sin haber sido los únicos aspectos normativos, algunos de estos fueron realmente importantes en el proceso con el cual se le dio forma al sistemamundo moderno y colonial. Aquí hablaremos del derecho de conquista, la doctrina del descubrimiento, la disputa de Valladolid y la Paz de Westfalia como acuerdos que trajeron consigo imposiciones legales, morales, culturales e institucionales con las que se justificó la ocupación europea del continente. Todos estos se consideran los antecedentes más tempranos y por ello fueron también decisivos para la formación del sistema internacional, pues estuvieron siempre presentes en la violenta incorporación de Abya Yala en dicho proceso para luego hacer presencia en otras regiones del planeta.
Por último, hacemos una muy puntual revisión de aspectos relacionados con las teorías dominantes en el interior de la disciplina de relaciones internacionales, ubicándolas como parte de un pensamiento profundamente historicista que por considerarse universal, no deja de tener su origen en un determinado lugar del mundo. Esta es la razón para que el occidentalismo responda de manera muy adecuada a cierto contexto, reconociendo que al ser un pensamiento situado ha logrado tener una muy buena capacidad explicativa de tal trayectoria histórica, incluso con las corrientes críticas surgidas a lo largo de su formación.
En la actualidad, los Estados-nación considerados más poderosos del planeta son quienes mantienen el control de los múltiples aspectos que conforman el sistema-mundo moderno y colonial. Esto es posible de afirmar cuando revisamos la normatividad que da forma a los distintos regímenes internacionales que forman parte de él, se constata la procedencia de quienes dirigen las instituciones multilaterales que integran dicho sistema o estudiamos su organización y funcionamiento, todo desde una perspectiva basada en la larga duración. En tal sentido, este primer capítulo está dedicado a identificar algunos aspectos normativos y regulatorios del sistema, considerando que la existencia y el funcionamiento de la mayor parte de ellos se relacionan con una trayectoria histórica e intelectual, aquella que ha dado forma a la epistemología del occidentalismo.
En su interior, la ideología del liberalismo es la que ha proveído la mayor cantidad de ideas para la organización del sistema internacional durante la larga fase del dominio europeo occidental y que en la actualidad se nos presentaría como en su fase de la globalidad liberal; esta última se entiende como una nueva etapa en la historia de la civilización occidental. Aquí veremos cómo algunos principios teóricos de origen liberal abarcan lo político, lo económico y lo jurídico con que se han elaborado y luego aplican las normas internacionales. Sin dejar de lado el contexto en el que se retoman, las normas internacionales terminan condicionando las decisiones que influyen en el direccionamiento del sistema, y si en algún momento se oponen a los designios imperiales de algún Estado en particular, simplemente son obviadas.
Pero bueno, empezamos señalando que numerosos análisis elaborados durante las últimas tres décadas en distintos centros de investigación y de pensamiento, públicos o privados, nacionales o multilaterales por igual, coinciden en destacar los múltiples logros alcanzados por el sistema internacional en la renovación de sus instituciones. En relación con aspectos de tipo teórico, pensamos que fueron renovados con el liberalismo de las últimas cuatro décadas, actualizando el institucionalismo de mediados del siglo pasado para darle forma, ahora sí, a lo que podríamos llamar institucionalismo neo-neoliberal. Para nosotros, en cambio, es un sistema que ha transitado por distintas fases y se ha reinventado con los principios que son parte de una trayectoria histórica e intelectual muy propia, con la cual se ha dado forma al occidentalismo. Esta sería la epistemología que resultó ser la articuladora de principios, valores, normas y símbolos que han dado forma al orden político y jurídico de una civilización en particular: Occidente.
Según nuestro parecer, el occidentalismo no deja de ser una epistemología situada, pues se fundamenta en que distintos pensadores y dirigentes políticos pertenecientes al mundo europeo occidental –desde su particular lugar en el mundo y siguiendo determinados métodos, sobre todo el positivismo– han elaborado formas de conocimiento condensadas en teorías, conceptos y definiciones basadas en el estudio de su civilización. De manera casi que simultánea, parte importante de aquellas formas tan particulares de leer su mundo adquirieron el carácter de universales y tras el manto legitimador del racionalismo contenido en las ciencias, lograron expandirse alrededor del planeta no solo por considerarse naturalmente superiores, sino también por la asociación que establecieron con el colonialismo. América Latina ha sido/es un territorio emblemático en este proceso, pues fue aquí donde se inició la transformación del particularismo europeo en universal.
Con los mismos principios, normas, valores y símbolos agrupados en las narrativas y metadiscursos también se fundaron la modernidad, la idea de progreso (luego llamado desarrollo), la igualdad y la libertad como aspiraciones comunes de toda la humanidad, y el inevitable bienestar en el sentido material de la palabra, pero también la regeneración ética y moral de las sociedades. Una epistemología que, desde sus orígenes con la fusión de los pensamientos helénicos y romanos para después sumárseles el judío y el cristiano, es consecuencia de un proceso de larga duración y que en el camino transitado hacia el lugar que ocupa en la actualidad llevó a la subalternización de otras epistemes como algo natural a la supuesta supremacía que iba adquiriendo. Todas aquellas epistemes que tienen un lugar de enunciación distinto al que logró ubicarse en el centro del sistema universal del saber y del poder.
En tal sentido, el consenso que promueve el multilateralismo tiene una particularidad: haber establecido que no hay espacio para opciones políticas e ideológicas distintas a las que fundamentaron las normas o el pensar de quienes dirigen las instituciones. La multiplicidad ontológica de las civilizaciones que componen la humanidad ha sido de lejos superada con la formación de un sistema donde predominan los que en sí mismos se han considerado Estados-nación racionales, modernos, democráticos y liberales. En nuestro caso, son los mismos que hace quinientos años se volvieron potencias, imperios, metrópolis, hegemones, líderes globales o de manera más reciente, y muy a tono con aspectos de la cultura Avengers, los superpoderes que nos protegen de los villanos globales.
Todas estas son sociedades políticas que han logrado construir un sistema en el que no existen límites a su accionar, salvo los que entre ellas mismas establecen. Son Estados que pueden pensar, actuar e intervenir con altos niveles de independencia en un mundo al que están destinados y es su deber controlar. La superioridad moral que induce su comportamiento se fundamenta en el alto grado de razón que han alcanzado, lo cual conlleva el cabal y completo entendimiento no solo del lugar que habitan, su centro, sino también del mundo entero. Nunca entendieron que hace ya muchos siglos el planeta adquirió un carácter policéntrico, y a pesar de cortos periodos de tiempo en los que ciertos Estados asumieron un rol dominante, y hasta les llamaron hegemónicos, múltiples civilizaciones lograron subsistir manteniendo su lugar en el mundo. Algo así sucedió en la región Andina, tal como lo veremos de manera más detallada en los capítulos cuatro y cinco de este libro.
Al considerarse racionales por naturaleza, fueron incapaces de cometer los mismos equívocos en los que cayeron los integrantes de las múltiples civilizaciones que no habían alcanzado igual nivel de evolución. Ellas mismas eran responsables de haber caído bajo el dominio colonial, de comenzar a perder sus idiomas o de que sus dioses fueran siendo extirpados de su espiritualidad y conciencia. En gran medida, esto sería producto del predominio de una ontología estatalista de típico origen europeo occidental que da forma al ser que conquista, el ego conquiro del que nos habló algunas décadas atrás el filósofo argentino Enrique Dussel.
Un tipo de ontología con sus correspondientes formas de ver y pensar el mundo y luego actuar sobre él, para lo cual sus poseedores muy poco utilizaron la sabiduría de la que presumían al momento de justificar sus intervenciones. Esto se evidencia en la forma como ha sido organizado el sistema-mundo moderno y colonial, jerarquizado por quienes lo han controlado desde su periodo formativo hasta el día de hoy. En este proceso en que se va construyendo el occidentalismo, confluyen muchos argumentos sobre humanidad y redención, pero también algunos menos idealistas, por ejemplo, los ejércitos y las armadas reales, pues pertenecían a los monarcas, pero compartían el trabajo y las ganancias con otras no tan estatales y menos reales. Estas últimas hasta podrían ser vistas como formas tempranas de empresas militares que, en aquel entonces, prestaron sus servicios a cambio de un pago en tierras en los territorios conquistados o a cambio de dinero.
Las ideas que dieron forma al ser europeo que conquista pueden encontrarse en los principios ideológicos contenidos en el derecho de la conquista. Este fue un grupo de leyes con las cuales se justificó la expropiación de los territorios que estaban en manos de los pueblos primitivos y paganos según la calificación asignada por el conquistador para así transferirlos a los pueblos cristianos y civilizados que él mismo representaba. La doctrina empezó a aplicarse durante las cruzadas en el siglo XI, señalando la importancia de contar con un régimen legal que justificara la conquista, dominación y colonización de los pueblos y naciones no europeas
y no cristianas por una coalición en la que participaron las monarquías europeas y el papado. Medio milenio después, se utilizó con igual o mayor intensidad en la conquista de América una vez que fueron conocidas como las leyes del colonialismo (Miller y Stitz, 2021).
Posteriormente, llegó la doctrina del descubrimiento, un conjunto de principios contenidos en las bulas emitidas en 1493 durante el papado de Alejandro vi, con los cuales se sentaron las bases jurídicas para la institucionalización del colonialismo. En las bulas alejandrinas no solo se estableció lo que podría ser la primera gran repartición del mundo entre dos Estados con ambiciones imperialistas muy similares, sino que también se legitimó el derecho de los invasores europeos a quedarse con las tierras que supuestamente iban descubriendo o a tomar posesión de ellas en nombre del príncipe cristiano al cual debían obediencia. La posesión de las tierras obligaba al conquistador a que, haciendo uso de los medios disponibles, cristianizara a la población que habitaba los nuevos territorios a cambio de las tierras que entregaba. Casi al mismo tiempo, se realizó uno de los primeros debates entre teólogos dominicos, evento de donde salieron los primeros argumentos filosóficos sobre la superioridad del ser que conquista, el ego