¿Qué pequeña bici de manubrio cromado al fondo del patio?
Por Georges Perec
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¿Qué pequeña bici de manubrio cromado al fondo del patio? - Georges Perec
colección
escrituras
Georges Perec
¿Qué pequeña bici
de manubrio cromado
al fondo del patio?
Traducción de
Pablo Fante
Quel petit vélo à guidon
chromé au fond de la cour ?
© Georges Perec, 1966
© Éditions Denoël, 1966, 2014
© De la traducción, Pablo Fante, 2021
© Tres Puntos Ediciones, 2021
(Escrituras Verticales SL)
Calle Felipe IV 3, 3ª izquierda. 28014 Madrid
Derechos exclusivos para todos los
territorios de lengua castellana
www.trespuntosediciones.es
hola@trespuntosediciones.es
ISBN: 978-84-17348-34-2
Imagen de portada: Rodrigo Álvarez A.
Diagramación eBook:
Estrofas del Sur SpA
contacto@estrofasdelsur.cl
estrofasdelsur.cl
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida,
almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio,
ya sea electrónico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin autorización previa del editor.
Relato
épico en prosa
aderezado
con adornos en verso
sacados
de los mejores
autores
signospor
el autor de
cómo
ayudar
a
sus amigos
(Obra laureada
por diversas Academias
Militares)
Este relato está dedicado a L. G.
en memoria de su mejor hazaña de guerra
(y sí, y sí).
Era un tipo, se llamaba Karamanlis, o algo así: ¿Karawo? ¿Karawasch? ¿Karapollada? En fin, Karacosa. En todo caso, un nombre poco corriente, un nombre que suena conocido, que no se olvida fácil.
Pudo ser un abstracto armenio de la Escuela de París, un luchador búlgaro, un pez gordo de Macedonia, en fin, un tipo de esos lados, un balcánico, un yogurtófago, un eslavófilo, un turco.
Pero por lo pronto era claramente un militar de segunda clase en un regimiento del Tren, en Vincennes, desde hacía catorce meses.
Y entre sus compañeros estaba un compadre nuestro, el mismísimo Henri Pollak, alférez segundo, eximido de Argelia y los territorios de ultramar (una historia triste: huérfano desde la más tierna infancia, víctima inocente, pobre criatura arrojada a las calles de la gran ciudad con apenas catorce semanas), que llevaba una vida doble: mientras brillaba el sol, se dedicaba plenamente a sus ocupaciones sargentísticas, regañaba a los hombres de turno, rayaba corazones flechados y eslóganes de detergente en las puertas de las letrinas. Pero apenas daban la mitad de las dieciocho horas, se subía a horcajadas a una chisporroteante y pequeña bicimoto (de manubrio cromado), y se iba batiendo las alas hasta su natal Montparnasse (porque había nacido en Montparnasse), donde es que tenía a su bienamada, su cuartucho, nosotros sus compinches y sus queridos libros, se metamorfoseaba en un apuesto joooven, sobria pero correctamente vestido con un suéter verde de franjas rojas, un pantalón arrugado, un par de zapatos de lo más zapatos, y siempre venía a vernos, a nosotros sus compinches, en algún café, donde es que que discurríamos sobre comilonas, pelis y filosofía.
Y por la mañana, el Pollak Henri se enfundaba de nuevo el traje militar, la camisa caqui, el pantalón caqui, la boina caqui, la corbata caqui, la chaqueta caqui, el impermeable beige y los zapatos marrones, se subía a su chisporroteante y pequeña bicimoto (de manubrio cromado), recorría de capa caída el trayecto en sentido inverso, abandonando sus queridos libros, a nosotros sus compinches, su cuartucho y su bienamada, e incluso a su natal Montparnasse (porque es allí que fuise nacido), y se reincorporaba al Fuerte Nuevo de Vincennes, donde lo esperaba una dura jornada igual a todas las que el buen Dios de buen Dios de Mierda de Servicio militar le daba desde hace cuatrocientos setenta y un días y le daría aún (pero sin adelantarnos) durante trescientos y setenta y nueve.
Apretaba los labios, el Pollak Henri, se enderezaba, y con el mentón en primera línea pasaba delante de la gran bandera tricolor, frente al puesto de guardia, frente al capitán, al que saludaba, frente