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Geografía de la Gracia: Cómo hacer teología desde abajo
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Libro electrónico383 páginas5 horas

Geografía de la Gracia: Cómo hacer teología desde abajo

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¿Cómo darle sentido al amor de Dios en medio de los pobres en las ciudades? En medio del resto de nosotros, que estamos hambrientos de buenas noticias en los lugares difíciles y, a menudo, olvidados de nuestras propias vidas? Van Dyke y Rocke nos invitan a descubrir por nosotros mismos la naturaleza inesperada de la gracia entre aquellos que han

IdiomaEspañol
EditorialStreet Psalms
Fecha de lanzamiento14 ene 2022
ISBN9781737758013
Geografía de la Gracia: Cómo hacer teología desde abajo

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    Geografía de la Gracia - Joel Van Dyke

    PRIMERA SECCIÓN

    El Descenso

    Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros.

    ~JUAN 1:14

    La pista que se adivina a medias, el don que se entiende a medias, es la Encarnación.

    ~T. S. ELIOT, «THE DRY SALVAGES»

    (LOS SALVAJES SECOS)¹⁸

    1

    La Nota Triste

    ¡Considérenlo o dígannos qué hacer!

    ~JUECES 19:30

    El viaje es solitario e intenso. Al unirse a esta aventura, el lector asume los riesgos que conlleva.

    ~PHYLLIS TRIBLE¹⁹

    La red de los Salmos de la Calle recibe regularmente grupos de norteamericanos en lo que llamamos «viajes de visión» en lugares difíciles alrededor del mundo. En contraste a un «viaje misionero», que se centra en lo que un extranjero llega a «hacer» a otro país u otra cultura, el viaje de visión se enfoca en la invitación a un extranjero a venir a «ver» lo que Dios está haciendo a través de los líderes de base que sirven a su propia gente. Los encuentros bien elaborados y la reflexión teológica orientada permiten a los visitantes a volver a imaginar y a ampliar su comprensión de la vida y la misión, llegan a ser estudiantes de la actividad de Dios en otro país u otra cultura. Los viajes de visión liberan la «misión» del confinamiento a las limitaciones de un programa o responsabilidad de un comité selecto de una iglesia. La meta es que la misión llegue a ser un estilo de vida. Estas experiencias de viajes de visión, cuando están arraigadas a la correcta geografía de la gracia, ayudan a que eso ocurra.

    En la ciudad de Guatemala, cada grupo de viaje de visión, en cierto momento, se dirige al cementerio general que da vista al basurero (el depósito de basura municipal), donde cientos de familias ganan su sustento diario removiendo la basura diaria en busca de tesoros desechados entre la suciedad. Allí, entre tumbas agrietadas, árboles muertos y buitres revoloteando, leemos y reflexionamos en Jueces 19.

    ¿Por qué Jueces 19? ¿Y por qué leerlo en el lugar de los muertos, al lado del depósito de basura más grande de América Latina? Podría decirse que este capítulo es, tal vez, el punto más bajo de las Escrituras, a excepción de la crucifixión de Jesús. Si queremos escuchar la Palabra con la misma fuerza en nuestro texto sagrado y en nuestro propio contexto desafiante, debemos tener el valor de escuchar desde los confines más lejanos de cada uno, incluso en las profundidades. Debemos resistir nuestro impulso inevitable de aligerar nuestro ritmo para pasar rápido por el horror. Hemos aprendido a hacer pausa en el hedor de la muerte a medida que esperamos una palabra de vida. Por lo que hacemos una pausa aquí, en estas páginas, al inicio de nuestro trabajo teológico, no pasiva sino atentamente, con el basurero y las páginas de una historia terrible que se despliega ante nosotros.

    Este capítulo de las Escrituras hebreas, que mayormente no se lee, nos cuenta la historia cruel de una esclava sexual sin nombre, que es violada grupalmente, que es golpeada casi hasta la muerte, y, luego, que es asesinada por el que dijo que la amaba, desmembrándola. Su muerte inicia una guerra civil en la que miles de otros hombres, mujeres y niños inocentes son asesinados brutalmente. Y para colmo, otras seiscientas jóvenes vírgenes incautas son obligadas a «casarse» y se les convierte en esclavas sexuales como resultado. Para agregarle insulto a la agresión, a esta mujer nunca se le da la dignidad de un nombre, ni se le permite hablar por sí misma. Aparentemente, todo esto ocurre porque «En aquella época no había rey en Israel; cada uno hacía lo que le parecía mejor» (Jueces 21:25).

    La mujer sin nombre que está en el centro de la narración es la esclava sexual de un levita, un miembro de la tribu sacerdotal de Israel, que vive en las partes remotas de la zona montañosa de Efraín. El hecho de que él vive en la remota zona montañosa es un detalle importante de la historia, porque sabemos que un buen levita debía residir en o cerca de las cuarenta y ocho ciudades levíticas que Dios había apartado cuando dividió la tierra entre las doce tribus de Israel. Todas las demás tribus obtuvieron extensiones de tierra, pero a los levitas les dieron ciudades, ya que su trabajo era ser la presencia sacerdotal de Dios en las plazas públicas. Por el motivo que fuera, este levita vive en una remota zona montañosa con su concubina.

    El levita y la concubina tienen una pelea y la concubina se llenó de ira. Se enoja tanto que se va de la región montañosa para regresar a la casa de su padre. Una esclava sexual sin derechos no hace justicia por mano propia, por lo que tuvo que haber sido provocada profundamente para avergonzar a su amo de esa manera y exponer su vergüenza ante la casa de su padre. Es una maniobra arriesgada de su parte. Algo ha salido terriblemente mal.

    Irónicamente, su salida despierta algo inesperado en el levita. Su insolencia hace surgir sentimientos de preocupación, y, por un momento, él llega a ser casi humano. Parece que recuerda que la ama. Decide ir tras ella para «hablarle cariñosamente y hacerla volver» (lbla). Esta expresión bella y poética del texto connota un afecto profundo. Es el lenguaje del amor. Es el mismo lenguaje que Dios usa con Israel muchos años más adelante, después del regreso de Israel del exilio en Babilonia. «¡Consuelen, consuelen a mi pueblo!—dice su Dios—. Hablen con cariño a Jerusalén . . . ». (Isaías 40:1). Por lo que el levita se pone en marcha para recuperar a la esclava sexual a quien ama, y queda claro en la narración que debemos creer sus motivos.

    El levita llega y el padre de la concubina lo saluda con una cálida hospitalidad. Dadas las circunstancias, esto parece una bienvenida extraña del padre, incluso para las normas del Medio Oriente, donde se valora altamente la hospitalidad. No se menciona a la concubina, no hay palabras tiernas. De hecho, el levita nunca le dice una palabra a la mujer, en absoluto, y mucho menos le habla al corazón. Más bien, el levita y el padre de la mujer se lanzan de lleno a una fiesta de cuatro días. Cada día, cuando el levita se levanta para irse, el padre insiste que coman y beban más. De hecho, el texto dice que él lo «hizo» quedarse. Aquí no presenciamos una simple hospitalidad del Medio Oriente. Más probablemente presenciamos la borrachera desenfrenada de un alcohólico empedernido. Tal vez bebe así para vivir consigo mismo por lo que ha hecho o no ha logrado hacer con su hija. No se menciona a la cónyuge del padre. Se nos deja especular si está muerta o ha huido de casa porque no puede aguantar más los desenfrenos de su esposo, o tal vez sigue en la casa, pero se ha quedado en silencio para protegerse a sí misma.

    El quinto día, el levita está determinado a irse con su concubina, a quien todavía no le ha hablado, pero su padre convence al levita que beba un poco más para el camino. Finalmente, después de otro día entero de beber, el levita se suelta del padre y se va con su mujer, su «propiedad», que sigue en el anonimato. Incluso entonces, todavía no hay señal de que el levita le hubiera hablado cariñosamente a su corazón. Tal vez la fiesta ha entorpecido su memoria y ha tranquilizado su anhelo de reconciliación.

    El levita y su esclava sexual han salido tan tarde en su viaje a casa que pasan la noche con los benjaminitas de Guibeá. Irónicamente, el único que ofrece hospedarlos en la noche no es un benjaminita, sino un extranjero. Este pequeño detalle presagia el peligro que sigue. Algunos de los chicos de la ciudad, a quienes se los describe como «perversos», se enteran de los visitantes y golpean la puerta. El texto dice que, en tanto que estos hombres «pasaban un momento agradable», (una imagen extremadamente sugestiva, abierta a toda clase de posibilidades lujuriosas) el huésped abre la puerta. Ellos preguntan si pueden tener relaciones sexuales con el levita. Impactado y profundamente ofendido con la idea de que semejante cosa malvada y vil se le haga a su huésped varón, el anfitrión se rehúsa furiosamente. Sin embargo, ofrece como alternativa a su propia hija virgen, que no se nombra, para que hagan con ella cualquier cosa que ellos quieran. La respuesta del anfitrión es aún más impactante que la petición original. Sin embargo, los hombres persisten en su deseo del levita. Al temer por su vida, el levita violentamente «toma» a su concubina y la lanza a la turba; como escribe Trible, la mujer es cruelmente «traicionada en manos de pecadores»²⁰. Enfurecidos por ese desaire, la pandilla la viola en toda la noche. A la mañana siguiente, cuando el levita se despierta (sorprendentemente, parece que durmió bien en la noche), abre la puerta para volver a casa y encuentra el cuerpo de su concubina, apenas vivo, con sus manos en el umbral de la puerta. Aquí obtenemos la impresión clara de que el levita se dirige a la puerta, no a rescatar a su amor y hablarle cariñosamente al corazón, sino para reducir sus pérdidas y dirigirse a casa. Aparentemente, ha determinado que la concubina ha sido deshonrada y ya no tiene valor para él, pero no puede irse porque ella está tirada en el umbral de la puerta. Ella está, literalmente, en su camino.

    Entonces, finalmente oímos al levita dirigirle sus primeras y únicas palabras. No son palabras cariñosas dirigidas a su corazón. No confiesa su temor y debilidad, ni le asegura su amor, mientras ella está en el umbral de la muerte misma. En lugar de eso, le dice: «¡Levántate, vámonos!» Pero ella no se puede levantar. La han golpeado y violado durante toda la noche. Es un milagro que lograra llegar al umbral de la puerta. «Mira que estoy a la puerta y llamo», la ironía aquí es brutal y desgarradora. Después de una noche de tortura y abuso, ella gatea hacia aquel que la entregó a sus abusadores.

    «¡Levántate!», grita. Ella no se puede levantar, ni siquiera responder. Por lo que el levita la lanza sobre el burro, muy semejante a como él la lanzó de la casa la noche anterior, y muy literalmente decide reducir sus pérdidas. El levita «tomó» a su esclava sexual y la «descuartizó en doce pedazos». Luego envía los pedazos a las tribus de Israel. (El texto se pone vago en cuanto a si la concubina está viva o muerta cuando el levita la descuartiza, pero como lo sugiere Trible, hay evidencia textual de que todavía estaba viva).

    En ese punto del texto hay una pausa en la acción, y oímos lo que se oye como una voz nueva. Algunos argumentan que es el mismo levita, pero dadas las medias verdades que él cuenta posteriormente a las doce tribus en cuanto a lo que ocurrió con la concubina, no parece probable que sea él. Trible señala que puede ser la voz genuina del narrador que interrumpe la historia, quien ya tuvo suficiente con la matanza del levita. Pero, ¿quién es este narrador misterioso?

    La voz dice: «Nunca se ha visto, ni se ha hecho semejante cosa, desde el día que los israelitas salieron de la tierra de Egipto». Es una pregunta retórica para la cual la única respuesta es un «¡NO!» enfático.

    La voz continúa y ofrece un plan de tres pasos para redención: «Consideradlo» (lbla)Veremos cada una de ellas, una por una.

    Consideradlo. Trible señala que el primer imperativo es en realidad la expresión hebrea «dirijan su corazón a ella», que hace paralelo con las intenciones iniciales del levita hacia la concubina cuando se dispuso a llevarla de regreso. La voz le pide a Israel que haga lo único que el mismo levita no pudo obligarse a hacer.

    Tomad consejo. La voz instruye a Israel que reflexione en el corazón de aquella que ha sido violada y descuartizada. La voz le suplica a Israel que organice un consejo que la considere y reflexione en el corazón de ella tiernamente.

    Hablad. Al haber considerado su corazón con ternura, y al haber organizado un consejo que haga lo mismo, y solamente entonces la voz le suplica a Israel que se exprese.

    Observe el orden de los imperativos. La voz sabe el peligro de hablar sin reflexionar, de actuar sin pensar. Si Israel hubiera escuchado y hecho lo que el levita no hizo, tal vez las cosas se habrían dado de manera distinta. Desafortunadamente, las tribus no escucharon. La guerra civil estalla y las otras once tribus aplastan a los benjaminitas, y matan a 25,000 hombres y a todas las mujeres y niños. Incluso mataron todas las «bestias», quizá las más inocentes de todas las víctimas. Solamente 600 hombres benjaminitas sobrevivieron.

    Lo que comenzó como la historia de un hombre que no logra dirigir su corazón y hablar con ternura a su amante, se convierte en la historia de una nación que no logra dirigir su corazón a una de sus víctimas abusadas más violentamente y hablarle tiernamente. Lo que comenzó con la muerte de una mujer sin nombre escala en la muerte de miles de hombres, mujeres y niños sin nombre. La traición final es que Israel empuja a Dios hacia el desastre despreciable al proyectar su deseo de venganza en la boca de Dios. Lo que comenzó como una violación brutal de una esclava sexual se convierte en la brutal violación y esclavitud de 600 mujeres inocentes, supuestamente ratificado por el mismo Dios. Estamos en una geografía radicalmente peligrosa.

    Cuando los israelitas no dirigen sus corazones hacia la mujer sin nombre, se desbocan para exigir la venganza de la tribu de Benjamín. La indignación del crimen atroz galvanizó la sed de venganza de la comunidad santurrona y les dio un chivo expiatorio que satisfaría y justificaría su propia brutalidad. Al ignorar las oraciones de la voz misteriosa, ignoran su propia humanidad.

    En un acto de violencia final y absurdo, las once tribus acuerdan que no pueden dejar a sus primos, los 600 benjaminitas sobrevivientes, sin esposas para reponer su tribu por temor de que se extingan y desaparezcan para siempre. Por lo que deciden atacar Jabés Galaad, y mataron a todos, excepto a 400 vírgenes. Estas 400 vírgenes fueron entregadas a los 600 varones benjaminitas. Pero eso es una matemática incorrecta, dejan 200 hombres benjaminitas sin compañía femenina para que satisfagan sus necesidades. Los ancianos se reunieron una vez más, y ahora con su atención en las hijas de Silo. En el festival anual de alabanza. donde las mujeres adoraban al Señor con la danza, los ancianos tribales instruyeron a los 200 hombres benjaminitas restantes que se escondieran en los arbustos y que se apoderaran de cualquier virgen que les gustara. Ese día, 200 vírgenes adicionales se convierten en esclavas sexuales, las toman en contra de su voluntad y se les obliga a tener relaciones sexuales con «esposos» que ellas no conocen ni aman. Se restaura el orden y la tribu de Benjamín sobrevive.

    ¿Por qué Jueces 19 y por qué en un cementerio?

    Así que, volvemos a la pregunta con la que comenzamos este capítulo. «Las historias tristes—escribe Trible—, producen nuevos comienzos»²¹. Esta esperanza extraña nos da el valor de examinar la matanza de esta historia inolvidable y probar los límites del evangelio que enseñamos y predicamos. Es una nota de blues extraordinariamente difícil de escuchar, pero ponerle fin en nuestros oídos es abandonar no solo a la esclava sexual sin nombre en su condición ya abandonada, sino también a las incontables víctimas del día de hoy, para quienes esta historia es una realidad presente.

    Cuando un grupo de cristianos norteamericanos está de pie, en el precipicio de un despeñadero de Guatemala que deja ver cientos de recolectores de basura en la miseria, el impulso inmediato es satanizar a la iglesia guatemalteca por ser tan ciega a estas condiciones deplorables en medio de su propia ciudad. Sin embargo, el viaje hacia la narración de Jueces 19 (si se mira lo suficiente), finalmente lleva a los norteamericanos a considerar los basureros llenos de etnias aisladas y marginalizadas en sus propias ciudades que ellos han pasado por alto. Allí es donde los animamos a considerar las palabras del narrador anónimo de Jueces 19: considerar, tomar consejo y hablar por los más pequeños, los últimos y los perdidos, buscar lo que podría ser una palabra tierna para las concubinas descuartizadas y sin nombre de sus propias comunidades. Esta reorientación desorientadora y dolorosa ha dado mucho fruto, a medida que nuestros visitantes de los equipos de visión regresan a los «campos misioneros» de sus vidas diarias. Después de salir de Guatemala en su primera visita, Henri Nouwen escribió: «Habíamos viajado entre dos mundos y nos dimos cuenta de que era uno»²². De la misma manera, reflexionar en Jueces 19 nos permite darnos cuenta de que los textos terribles que suprimimos, incluso en nuestras propias Escrituras, no son tan ajenos a los mundos con los que nos topamos.

    Los textos de terror se escriben a diario en los guetos, en los asentamientos marginales, en las favelas y en los barrios alrededor del mundo. Son lo que Pablo habría llamado «cartas vivas», pero estas epístolas son cuentos aterradores de abandono, brutalidad, violencia y desesperación, para lo que parece que no hay evangelio. Estos textos de terror del día de hoy son la vida cotidiana para más de un millardo de personas alrededor del mundo, que viven en comunidades marginales y conocen el horror indecible que engendra la pobreza despreciable²³.

    Esta historia terrible no es ficción para los huérfanos abandonados en las instituciones de Europa Oriental, que sufren golpes, abuso sexual o que son explotados sexualmente con regularidad, según uno de nuestros amigos de los Salmos de la Calle. No es un cuento distante para los millones de esclavos sexuales de hoy día de Tailandia, o para las pandillas de Norte o Centroamérica. Estas narraciones bíblicas del caos y terror son conocidas, sus tramas y personajes parecen ciertos. Penetran en las profundidades de la bondad de Dios ante el mal. También las ocultamos, las suprimimos, las negamos y las descartamos rutinariamente aquellos de nosotros que administramos poder en la iglesia norteamericana, a medida que decidimos qué historias son permitidas en el léxico diario de la vida y desde nuestros púlpitos los domingos por la mañana.

    Es un mal que estas historias existan en todo caso, pero es dos veces peor cuando prácticamente se suprimen del libro sagrado de la iglesia. Como escribe Martin Marty: «Rehusarse a oír o a contar la historia de sufrimiento es embrutecedor»²⁴. Las Escrituras en sí dan testimonio de esta verdad. Solamente tenemos que recordar que más de un tercio de los Salmos están escritos desde la perspectiva del abandono. Las Escrituras le dan una voz penetrante al dolor. Es despiadadamente sincera en cuanto a los fracasos, los defectos, la miseria y el sufrimiento de sus muchos personajes con defectos. Abraham, Isaac y Jacob fueron tanto víctimas como opresores. Las Escrituras no escatiman los detalles despreciables de sus vidas, ni nos evita la 5ª nota disminuida de dolor que emana de ellos.

    La rechazada «hija de Sión» de Lamentaciones clama en su condición quebrantada y abusada al lado del camino: «¡Mírame, mírame!» a cualquier transeúnte que se atreva a detenerse a escuchar su historia de abandono (Lm 2:18). Ella clama a los extraños (y a nosotros), creyendo que Dios desde hace mucho hace oídos sordos a su miseria. Y Job, el santo patrón del sufrimiento, grita por la atención de Dios e insiste en contar su

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