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Filosofía para la felicidad: Del superhombre a Dios
Filosofía para la felicidad: Del superhombre a Dios
Filosofía para la felicidad: Del superhombre a Dios
Libro electrónico193 páginas4 horas

Filosofía para la felicidad: Del superhombre a Dios

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«Un ensayo filosófico tan riguroso como innovador, tan clásico en sus fuentes como valiente en sus planteamientos, tan didáctico como evocador. La obra nos enseña, pero, sobre todo, nos hace pensar, nos impulsa a cuestionar nuestra propia noción de felicidad y el adecuado camino para conseguirla. Porque ésa es la cuestión principal del ensayo de Manuel Calvo, nada más ni nada menos que mostrarnos un camino a la felicidad —quién sabe si el único posible— a través de conceptos filosóficos que nos permitirán elevarnos desde nuestra condición de hombres a la de superhombres». Manuel Pimentel

Definía la ética Fernando Savater, en su conocido Ética para Amador, como «el arte de vivir, el saber vivir, por lo tanto el arte de discernir lo que nos conviene (lo bueno) y lo que no nos conviene (lo malo)». Manuel Calvo logra en Filosofía para la felicidad anticipar un nuevo clásico, una obra de divulgación filosófica que nos hace cuestionarnos nuestra forma de sociabilizarnos. Su lectura nos llevará a perder el miedo, el miedo a Dios, a la muerte, a la propia vida, para alcanzar la libertad, reivindicar el orgullo como dignidad y ser conscientes de nuestra realidad, nuestro papel, como parte fundamental del Universo. La más importante, y difícil, tarea que propone este libro es que tomemos conciencia de nuestro propio poder, de nuestra propia dignidad y que seamos consecuentes con nuestro estatus de humanidad. Y ¿qué podemos hacer? Pues... volver a pensar quiénes somos y de dónde venimos, una vez más (y las veces que sean necesarias).
IdiomaEspañol
EditorialLid Editorial
Fecha de lanzamiento9 ene 2017
ISBN9788417044060
Filosofía para la felicidad: Del superhombre a Dios

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    Filosofía para la felicidad - Manuel Calvo Jiménez

    A MODO DE PRÓLOGO PARA UNA GRAN OBRA

    Conocí a Manuel Calvo en un congreso organizado por la Asociación Andaluza de Filosofía. El evento se celebró en Sevilla en septiembre de 2014 bajo el oportuno lema de Filosofía en Tiempo de Crisis. Tuve ocasión de escucharlo durante una de sus ponencias y me sorprendió su riqueza expositiva, lo nítido y valiente de sus planteamientos, su enorme capacidad de comunicación y la extraordinaria capacidad de hilvanar conocimientos de disciplinas diferentes. Aquella fascinación inicial se concretó nada más finalizar la sesión en una invitación: le pedí que escribiera un libro de divulgación filosófica para enriquecer nuestra colección de pensamiento.

    Y aquí, por fin, tenemos su obra, un ensayo filosófico tan riguroso como innovador, tan clásico en sus fuentes como valiente en sus planteamientos, tan didáctico como evocador. La obra nos enseña, pero, sobre todo, nos hace pensar, nos impulsa a cuestionar nuestra propia noción de felicidad y el adecuado camino para conseguirla. Porque ésa es la cuestión principal del ensayo de Manuel Calvo, nada más ni nada menos que mostrarnos un camino a la felicidad —quién sabe si el único posible— a través de conceptos filosóficos que nos permitirán elevarnos desde nuestra condición de hombres a la de superhombres y de ésta a la divinalidad, fuente libre de la felicidad. Pero no adelantemos postulados, dejemos que la obra fluya en sus razonamientos —a veces con flujo remansado, otras a merced de olas encabritadas— hasta sus conclusiones finales.

    Porque Manuel Calvo arriesga intelectualmente en esta obra. Nuestros intelectuales tienden más a la erudición que a la formulación de tesis. Gustan de analizar y opinar sobre las tesis de otros, antes que aventurarse a emitir la propia. Manuel Calvo no se mece en la dulce y cómoda ostentación de saber, sino que, abandonando la zona de confort de la erudición —que al fin y al cabo es territorio conocido—, se adentra en la siempre arriesgada tierra virgen de la formulación de tesis propia. El autor establece un camino hacia la felicidad para los hombres de hoy y para ello, nada más ni nada menos, utiliza los pilares filosóficos del ayer.

    Asombra la capacidad didáctica de Calvo. Es una delicia, un placer, el leer en su obra los principios filosóficos de Parménides, Heráclito, Platón o Aristóteles, como puntales del mundo clásico, o de Hegel, Nietzsche, Ortega y Gasset y Sartre entre los contemporáneos: el mundo permanente frente al dinámico, el del ideal frente al real, la dialéctica hegeliana como motor del pensamiento. Y Nietzsche, mucho Nietzsche, como filósofo aún no comprendido del todo y transmutado en profeta a conveniencia de una u otra ideología.

    Obra sabia y fundamentada, pero de lectura amable y fluida, que huye de los tópicos de los libros de autoayuda al uso para embarcarnos en una auténtica travesía filosófica que nos llevará, finalmente, a buen puerto. Porque con su prosa vigorosa, el autor está convencido de que podemos ser felices, lo que lo aleja de los textos desesperanzados tan caros a la filosofía del XX. Y de nuevo Nietzsche. Hace falta ser valiente, nos dice el autor: «La dicha, el júbilo verdadero, se alcanza cuando se acepta la vida (y la muerte) con cordura y, por supuesto, con valentía. El superhumano debe ser, ante todo, valiente. Hasta para ser feliz hace falta mucha valentía». Nada de cobardías, actitudes pusilánimes, ni voluntades castradas. Hay que atreverse a vivir. «Nada de miedo a Dios —escribe Calvo—, nada de miedo a la muerte. Pero ahora nos queda lo más difícil: no tenerle miedo a la vida». Los lectores tendremos que darle la razón, ¿quién dijo que fuera fácil vivir? No temamos a la muerte, repetimos en nuestros adentros mientras digerimos la frase, temamos más a la vida…

    Valentía pero, sobre todo, libertad. Al igual que Sartre, Calvo considera que el hombre es la fuente de toda verdad y toda moral. «Estamos condenados a ser libres» proclamaba Sartre; es el ser humano quien decide lo que es y lo que es bueno desde su propia libertad, nos afirma nuestro autor. «Así tenemos un marco universal sobre el que basar la ética: la voluntad de poder; y también un valor moral humano universal: la libertad». Esa libertad individual es la que nos lleva a valorar la libertad ajena. Por tanto debemos buscar espacios donde puedan convivir desde el respeto e igualdad todas esas libertades radicales.

    Y tras el clarividente camino, iluminado por las luces de la filosofía, llegamos a la etapa final, tan valiente como arriesgada, el salto del superhombre a la divinidad. «Por tanto —escribe Calvo—, sabemos que el desarrollo de nuestras potencialidades humanas nos eleva hasta la divinilidad o súper humanidad que constituye el ADN de Dios». Afirmaciones contundentes, sin lugar a equívocos, que estremecen la abulia y adocenamiento que maniata nuestra razón. Le anticipo que las tesis de Calvo no le dejarán indiferente. Por eso, entre otros muchos argumentos, hay que leerle, para que nos sacuda y para que sus palabras espanten a los tópicos vulgares, manidos, bienpensantes y políticamente correctos que atenazan a nuestra libertad de pensamiento. «Somos los ojos de Dios, la mente de Dios, un trocito de Dios mismo».

    Le dejo con la lectura de este ensayo de filosofía. Atrévase. La felicidad le aguarda bajo el lúcido manto filosófico que refulge bajo la luz de la libertad y de la razón.

    Manuel Pimentel Siles

    Introducción

    Si en algo parece haber unanimidad de criterio entre los seres humanos es en nuestra búsqueda constante de felicidad. Quizá no estemos de acuerdo en qué nos hace felices de veras, pero sí en que lo máximo que podemos alcanzar en nuestra vida es la felicidad.

    Tristemente hay otro acuerdo también casi unánime: la felicidad es inalcanzable o, cuando menos, sólo llegamos a rozarla durante brevísimos instantes y, de pronto, se nos escurre entre los dedos como un fantasma.

    Probablemente la causa de ese fracaso constante esté en que buscamos la felicidad en un más allá inalcanzable, a saber, fuera de nuestros cuerpos y mentes. Nos lo jugamos todo a una sola carta, a la carta del dinero, o a la del prestigio o, quizá, a la del placer… o, incluso, a la carta de la salvación eterna (caso de los creyentes en un verdadero más allá celestial). Y nunca conseguimos saciar el pozo infinito de nuestros deseos pues nunca nos parece suficiente; y, cuando conseguimos un pedazo de felicidad, el tiempo (en forma de vejez implacable y vengativa) o la mala fortuna o la envidia ajena, nos arrebatan lo logrado. Ni que decir tiene que la feliz Salvación que otros pretenden no puede lograrse en este mundo y su felicidad está siempre pospuesta y supeditada a la propia muerte. Así que lo que es nuestro más preciado tesoro, la felicidad, es a un tiempo el objeto más difícil de conseguir.

    Pues bien, probablemente las dificultades disminuyan si somos capaces de cambiar nuestra actitud y enfocar el tema de la felicidad de distinta forma. La búsqueda, necesaria por otra parte, de recompensas externas no es el camino adecuado. No podemos ser felices «sólo» con dinero y placeres carnales. Debemos dar un giro en nuestra marcha y buscar en otro sentido: nuestro propio ser. Grabado en el frontispicio del templo de Apolo de Delfos se decía: «Conócete a ti mismo». Y ahí estaba, ya desde la más lejana Antigüedad, grabada en piedra, la clave que nos guiará a nosotros en nuestra búsqueda de la felicidad: mirar en nuestro interior para conocer lo verdaderamente importante.

    Pero para seguir el camino que nos marcaba el oráculo de Delfos debemos ser capaces de deshacernos de todos nuestros prejuicios, atrevernos a dar un paso fuera de nuestras creencias y tradiciones, y superar las falsas limitaciones que nuestros propios antepasados nos hicieron creer que teníamos. Debemos creernos capaces de ser más y mejores personas, más y mejores humanos, a saber: superhumanos.

    Y es que la superhumanidad no es algo ajeno a nuestra propia naturaleza, a nuestra esencia. Somos constitutivamente ya superhombres aunque no seamos plenamente conscientes de ello. Precisamente a eso, a aceptar y realizar nuestra propia esencia, dedicaremos buena parte de este escrito.

    En cuanto seres del mundo que somos, debemos nuestra existencia a la materia física, provenimos del inmenso derroche energético que supuso el Big-Bang. Ahí, y en ningún otro lugar, debemos buscar nuestros orígenes; a eso, y a ninguna otra cosa, debemos nuestra existencia. Aquella energía contenida en cada partícula de la hirviente sopa primigenia fue organizándose en átomos, nubes de gas, estrellas y planetas mientras se enfriaba. Y en al menos una de aquellas duras y rocosas esferas celestes, la Tierra, surgió la vida. Y, de la vida, la consciencia humana apareció como un tercer milagro natural. Todos los seres del universo están atravesados por aquel impulso energético inicial, por aquella especie de voluntad cósmica de desarrollarse más y más sin posibilidad de que algo ajeno a ella misma pudiera limitarla. Y de ella surgirá, si no lo ha hecho ya, el superhombre.

    Ya en la parte final de la obra podremos contemplar al superhombre en todo su esplendor. Desde Nietzsche sabemos que Dios, el Dios antropomorfo de las religiones occidentales, ha muerto. Sin embargo, con el superhombre ante nuestros ojos, veremos que la Naturaleza está gestando un nuevo Dios, un Dios que debe su existencia a la existencia del mundo, a la existencia de la vida, a la existencia de la consciencia humana. Un verdadero superhombre podrá sentirse plenamente realizado, esto es, plenamente feliz cuando adopte aquella visión que le permita afirmar sin complejos y con orgullo: «soy los ojos de Dios».

    «El hombre es una cuerda tendida entre el animal y el superhombre, una cuerda sobre un abismo.

    Un peligroso pasar al otro lado, un peligroso caminar, un peligroso mirar atrás, un peligroso estremecerse y pararse. La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta: lo que en el hombre se puede amar es que es un tránsi­to y un ocaso.

    Yo amo a quienes no saben vivir de otro modo que

    hundién­dose en su ocaso, pues ellos son los que pasan al otro lado».

    (Nietzsche, Así habló Zaratustra, Prólogo de Zaratustra, 4)

    1. ¿QUÉ FELICIDAD?

    «Nosotros sostenemos (…) que la felicidad es un bien perfecto y digno de ser elogiado. (…) todos los hombres hacen todas las cosas por ella (…)»¹.

    Durante muchos años he comenzado mis cursos de Filosofía preguntándoles a mis alumnos si se sentían plenamente humanos o no. Por supuesto, todos contestaban afirmativamente. Sin embargo, ¿realmente lo eran? Quizá no tanto como ellos pudiesen pensar. El grado de humanidad nada tiene que ver con la corta edad de una persona, o con su aún poca experiencia vital. Su semihumanidad no está relacionada con la raza, el sexo o la nacionalidad de cada uno de ellos. Les ponía un ejercicio mental que ahora le brindo a usted para comprobar el grado real de humanidad que posee. Les proponía que escribiesen una carta mental a los Reyes Magos pidiéndoles todo aquello que consideraran necesario para ser todo lo felices que pudiesen imaginar. Y les daba varios minutos para que hiciesen su propia lista de deseos. Hágalo usted también. Piense o escriba qué cosas considera que necesita para ser plenamente feliz, y luego continúe leyendo.

    Puedo equivocarme, pero la gran mayoría de las personas que conozco (alumnos incluidos en su totalidad) escribirían peticiones que en poco o nada diferirían con las que siguen: Salud, dinero y amor (que en la juventud se suele traducir casi totalmente por «sexo»), esencialmente. Y, siendo más preciso, la lista estaría cargada de peticiones como tener un coche de lujo, un chalet en la playa, no sé cuántos millones de euros o dólares, ser famoso como Cristiano Ronaldo o Messi, viajar por el mundo, tener equis amantes, hijos, afecto, amigos, comodidades vitales, comida, vitalidad… incluso no morirse nunca… ¿Qué más se puede pedir? Quizá una varita mágica para poder pedir algo que se nos haya pasado anteriormente y así quedar asegurados para un futuro plenamente feliz. ¿Pero tales cosas nos dan la felicidad? ¿Cree usted eso también?

    Si su respuesta es afirmativa y su lista es parecida a la anterior, siento comunicarle que usted aún no ha alcanzado plenamente la humanidad. Es más, está ciertamente lejos de lograrlo. Mis alumnos, todos sin que yo pueda recordar excepción alguna, se encuadraban en lo que, para provocarlos jocosamente, yo denominaba la categoría de «chimpanzoides». Esto es, semihumanos que aún están cerca de los primates de los que procedemos.

    Pero no se ofenda. No es este un libro que pretenda insultar a sus lectores, sino motivarlos a alcanzar un nivel superior de humanidad, la «súper-humanidad». Todos somos humanos, todos somos homo sapiens sapiens y, como tales, merecemos el respeto que nuestra condición humana nos procura. Sin embargo, ¿qué habría que haber deseado para que consideráramos que el autor de dicha carta a los Reyes Magos es más que humano o, dicho de otro modo, plenamente humano? En realidad, cuando lo lea, exclamará «¡Ah! ¡Hombre eso también lo deseo yo!». Sí, pero no lo había escrito… o sí, puede que usted sí (quién puede saberlo). Se trata de pedir cosas de las que sólo un ser humano pueda disfrutar.

    Muchos dirán que los animales no disfrutan del dinero, los viajes o de la fama de un futbolista, que son peticiones propiamente humanas. Y es cierto. Sólo que se trata de ser más que humanos o, al menos, plenamente humanos. Bien mirado, el dinero no es más que la abstracción de bienes materiales. Hemos inventado el dinero como forma de cambio de bienes que no pueden almacenarse fácilmente o que se estropean con el tiempo… Pero dinero equivale a comida, casa, energía para calentarnos, vestimenta… y todo eso lo desearía y lo disfrutaría incluso nuestro perro. ¿O nadie ha visto al perro de la casa buscar un lugar junto a la chimenea, preferir las albóndigas con tomate de la abuela a su pienso insípido y reseco o, incluso, beberse con avidez la cerveza que accidentalmente se nos derrama en el suelo? Reconozcámoslo. Nuestro dinero no es más que una forma refinada y sutil de tener todo aquello que un animal desearía. Así que, como seres humanos, hemos creado una forma

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