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Edipo rey (Anotado)
Edipo rey (Anotado)
Edipo rey (Anotado)
Libro electrónico79 páginas48 minutos

Edipo rey (Anotado)

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Edipo rey es una tragedia griega de Sófocles, de fecha desconocida. Algunos indicios dicen que pudo ser escrita en los años posteriores a 430 a. C. Aunque la tetralogía de la que formaba parte (de la que se han perdido las demás obras) solo logró el segundo puesto en el agóndramático, muchos consideran Edipo rey la obra maestra de Sófocles. Entre e
IdiomaEspañol
EditorialeBookClasic
Fecha de lanzamiento7 dic 2021
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    Edipo rey (Anotado) - sófocles

    PERSONAJES

    Edipo.

    El sacrificador.

    Creón.

    Coro de ancianos tebanos.

    Tiresias.

    Yocasta.

    Un mensajero.

    Un servidor de Layo.

    EDIPO, REY

    EDIPO

    ¡Oh hijos, nueva raza del antiguo Cadmo! ¿por qué permanecéis de ese modo ante mí con esos ramos suplicantes? Toda la ciudad está llena del incienso que arde y de los Peans y lamentaciones que resuenan. He creído que no debía informarme de esto por otros, ¡oh hijos! Y he venido yo mismo, yo, Edipo, célebre entre todos los hombres. Vamos, habla, anciano, porque conviene que hables por ellos. ¿Qué es esto? ¿Cuál es vuestro pensamiento? ¿Receláis algún peligro? ¿Anheláis ser socorridos en una calamidad actual? Ciertamente, yo vendré en vuestra ayuda. No tendría yo piedad, si no me sintiese impresionado por vuestra triste actitud.

    EL SACRIFICADOR

    Edipo, ¡oh tú que imperas en la tierra de mi patria! ya nos ves á todos prosternados ante tus altares: estos que no pueden todavía hacer grandes marchas, esos sacrificadores cargados de años, y yo mismo servidor de Zeus, y esta flor de nuestros jóvenes. El resto de la multitud, llevando los ramos suplicantes, está sentada en el Agora, ante los dos templos de Palas y el hogar fatídico del Ismenio. En efecto, como ves, la ciudad, azotada por la tormenta, no puede levantar la cabeza sumergida por la sangrienta espuma. Los frutos de la tierra perecen, encerrados todavía en las yemas; los rebaños de bueyes se consumen, y los gérmenes concebidos por las mujeres no nacen. Blandiendo su antorcha, la más odiosa de las divinidades, la Peste, se ha precipitado sobre la ciudad y ha devastado la morada de Cadmo. El negro Hades se enriquece con nuestros gemidos y nuestros lamentos. Por eso estos jóvenes y yo hemos venido á tus umbrales, no porque nos parezcas igual á los Dioses, sino porque, en los males que acarrea la vida ó en los que infligen los Genios irritados, eres para nosotros el primero de los hombres, tú que, á tu llegada á la ciudad de Cadmo, nos libraste del tributo pagado á la cruel Adivinadora, no estando advertido de nada, ni informado por nosotros. En efecto, fué con la ayuda de un dios como tú salvaste nuestra vida. Todos lo piensan y lo creen. Pues ahora, Edipo, el más poderoso de los hombres, hemos venido á ti, suplicantes, á fin de que encuentres algún remedio para nosotros, sea que un oráculo divino te instruya, sea que un hombre te aconseje, porque yo sé que los sabios consejos traen los acontecimientos felices. Vamos, ¡oh el mejor de los hombres! vuelve esta ciudad á su antigua gloria, y cuida de la tuya. Esta tierra, acordándose de tu primer servicio, te llama todavía su salvador. ¡Plegué á los Dioses que, pensando en los días de tu pujanza, no digamos que, levantados por ti, hemos caído de nuevo! Restaura, pues, y tranquiliza á esta ciudad. Ya por un dichoso destino nos restableciste. Sé hoy igual á ti mismo. Porque, si sigues imperando sobre esta tierra, más vale que esté llena de hombres que desierta. Una torre ó una nave, en efecto, por grande que sea, no es nada, vacía de hombres.

    EDIPO

    ¡Oh lamentables jóvenes! Sé, no ignoro lo que venís á implorar. Sé de qué mal sufrís todos. Pero cualesquiera que sean los dolores que os afligen, no igualan á los míos; porque cada uno de vosotros sufre por sí, sin sentir el mal de otro; y yo gimo á la vez por la ciudad, por vosotros y por mí. Ciertamente, no me habéis despertado cuando dormía, sino, antes bien, sabed que he llorado mucho y se han agitado en mi espíritu no pocas inquietudes y pensamientos; de tal suerte, que el único remedio encontrado con la reflexión lo he intentado. Por eso es por lo que he enviado á Pito, á las moradas de Febo, al hijo de Meneceo, Creón, mi cuñado, para que averigüe por qué acción ó por qué palabra puedo salvar á esta ciudad. Ya, contando los días transcurridos desde su partida, estoy inquieto

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