Palabra y poder: 40 discursos de la historia latinoamericana
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Primera obra que recopila discursos emblemáticos de personajes icónicos de la historia latinoamericana.
La historia de América Latina es, por demás, apasionante y profunda. Su extensión, geografía, población y cultura hacen que cualquier ejercicio de compilación histórica sea una tarea titánica, en muchos sentidos inconclusa, pero siempre apasionante.
En la presente obra, nos hemos interesado en resaltar algunos de los más afamados líderes de la historia latinoamericana a través de, quizás, su principal arma: la oratoria.
Con una colección de discursos de 40 personajes icónicos como Bolívar, Nariño, San Martín, Hidalgo, OHiggins, Sarmiento, Juárez, Perón, Eva, Castro, Pinochet, Bachelet, Chávez, Mujica y Uribe, entre muchos más, junto con un marco introductorio para cada época, Palabra y poder ofrece al lector una visión diferente para comprender un poco más la historia apasionante e imperfecta de América Latina.
Daniel Mitchell
Daniel Mitchell nació en Medellín, Colombia, en 1982. Es Economista de la Universidad Carlos III de Madrid con Maestría en Econometría y Economía Matemática de London School of Economics. Es autor de Palabra Colombia: Nuestra Historia en 25 Discursos, publicado por Ícono Editorial en 2015. Su carrera profesional la ha desempeñado en el sector público y privado, con experiencia en investigación, consultoría, asesoría y gestión pública. Entre otros cargos, ha sido Presidente de Acoplásticos, Secretario de Gabinete del Ministerio de Defensa, Subdirector de Estudios Económicos y Asesor del Director General del Departamento Nacional de Planeación, Investigador Asociado del Consejo Privado de Competitividad, Consultor del Ministerio de Hacienda y Crédito Público y Profesor Asociado de Macroeconomía de la Universidad de los Andes.
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Palabra y poder - Daniel Mitchell
Introducción
La historia de Latinoamérica es, por demás, apasionante y profunda. Su geografía, composición y población hacen que cualquier ejercicio de compilación histórica sea una tarea titánica, en muchos sentidos hasta inconclusa, pero siempre apasionante. Para bien o para mal, las sociedades latinoamericanas son el producto de las tensiones y acuerdos que, a lo largo de los últimos siglos, han configurado una región que sobresale por sus particularidades y sus excepcionalidades endémicas.
No es de extrañar, entonces, que los países latinoamericanos se lean y entiendan a través de sus personajes icónicos. Es por ello que esta obra propone un recorrido corto por la historia republicana de América Latina mediante la oratoria de sus más reconocidos líderes. Ellos, por medio de sus acciones, sus palabras y sus discursos, trasportan al lector a los acontecimientos más importantes del pasado, y con sus voces dan a conocer su carácter, sus intenciones y la manera en que, desde el heroísmo o la polémica, ayudaron a configurar las idiosincrasias, el entorno y las realidades de esta región.
El lector de Palabra y poder: 40 discursos de la historia latinoamericana podrá analizar la capacidad retórica de los líderes más destacados de la región en sus últimos dos siglos de historia y, con ello, evaluar su relación con los principales sucesos y desarrollos del período.
La obra combina una amalgama de historia-palabra, con la cual se ilustra cómo se conforma la primera gracias a la segunda y, con ambas, se configura el acceso y la lucha por el poder. Es por ello por lo que se ha dividido la historia de Latinoamérica de manera cronológica, tomando como pauta sus principales épocas o denominadores comunes. Sin necesidad de privilegiar un enfoque académico, el texto permite, a quien lo aborda, comprender los momentos más representativos de la historia de dicha región.
Por consiguiente, queda en manos del lector un texto que, sin ser estrictamente historiográfico o académico, recoge en sus líneas una síntesis de los principales textos y estudios de los períodos históricos y de las particularidades nacionales dentro del contexto latinoamericano.
Asimismo, este recorrido histórico ha sido complementado con algunos discursos de líderes representativos de cada época. Por supuesto, aunque siempre resulta deseable incluir un mayor número de grandes personajes, se ha limitado a cuarenta para no sobrecargar la lectura con una lista eterna de próceres en un documento que se convertiría en interminable e indigerible.
En cuanto a su estructura, la obra consta de seis capítulos. En cada uno de ellos el lector encontrará una introducción analítica sobre la situación general del período histórico estudiado, así como la lista de discursos que complementan el preámbulo al final de cada capítulo. Además, para cada discurso se presenta un breve contexto biográfico sobre la vida del orador; de este modo, se intenta establecer un marco sobre la persona y el momento histórico. Todo ello en aras de ayudar al lector a entender un poco más la argumentación y las herramientas retóricas utilizadas por el orador ante la audiencia correspondiente.
Esta composición permite evaluar si cada discurso fue una simple consecuencia o una contextualización de la realidad que vivía el orador en aquel momento, o si fue más bien un factor determinante de los hechos que ocurrirían más adelante.
La estructura planteada obliga a realizar un trabajo de selección y edición profundo de cada uno de los discursos, por lo cual, subordinados al interés de hacer la lectura agradable y fluida, se han editado algunos de los textos a una extensión razonable, conservando en ellos los elementos que permitan entrever con profundidad las ideas esenciales del discurso, sus intenciones y el espíritu de quien lo emitió.
Así entonces, esta primera edición del libro Palabra y poder recoge 40 discursos de personajes icónicos de la historia latinoamericana como Túpac Amaru, Bolívar, Nariño, San Martín, Policarpa, Hidalgo, O’Higgins, Sarmiento, Juárez, Martí, Perón, Castro, Allende, Pinochet, Chávez, Bachelet, Correa, Uribe y Mujica, entre otros más, cuya finalidad —y deseo— es que contribuyan a una mayor comprensión de la apasionante e imperfecta historia de América Latina.
Análisis histórico desde la retórica
Como marco teórico para sustentar el enfoque historiográfico del libro, el discurso se concibe no solo como el reflejo o la ilustración de una coyuntura, sino, en general, como un factor determinante para definir el curso mismo de la historia. Esta premisa es especialmente aplicable a América Latina, una región marcada, en su pasado y presente, por el caudillismo, esto es, por la concentración de poder en la figura de líderes carismáticos que entienden las necesidades e intereses de la ciudadanía y que saben materializar su conexión con ella. Lo hacen a través de la retórica y logran alargar su influencia en el tiempo con una oratoria que, más que convencer, busca persuadir.
El enfoque historiográfico de Palabra y poder se concentra en analizar la discursiva de los liderazgos en el campo de la política pública, puesto que es en este escenario donde el poder de la oratoria se aplica con más frecuencia a escala masiva y en el que sus efectos son más evidentes. Esta es la razón por la que esta selección de 40 discursos no incluya mujeres y hombres latinoamericanos que han sobresalido en campos como las ciencias, las artes, el desarrollo empresarial o la obra social. A pesar de no incluir —por el alcance de la obra— estas disciplinas en el análisis y la presentación de los discursos, no se puede desconocer su impacto y trascendencia en la historia de la región.
Sin duda, los liderazgos en Latinoamérica se han forjado través de la retórica, ya que este es, en esencia, el vehículo más directo y efectivo que tienen para conectar con la ciudadanía. En su materialización quizás más efectiva —que es la oral—, la retórica, mediante la oratoria, ha definido, en muchos sentidos, el curso de la historia latinoamericana.
En consecuencia, la oratoria fue determinante para inspirar la rebelión y motivar las fuerzas de insurgencia contra la Corona española. Así, inspiró y guio el debate y las decisiones en torno a las construcciones institucionales de las nuevas repúblicas del siglo xix. Fue el motor de cambio en la transición de modelos políticos y económicos; entre liberales y conservadores, centralistas o federalistas, incluso en el surgimiento y auge de ideologías radicales y marxistas o de movimientos nacionalistas. Sirvió como inspiración para la realización de importantes avances en la abolición de la esclavitud, los derechos de las mujeres, de los trabajadores, la ampliación del electorado, las reformas agrarias y las medidas fiscales o económicas para atender una coyuntura. Es más, la oratoria ha encendido los períodos bélicos y también ha sido fuente de inspiración en la búsqueda de la paz y la reconciliación.
En resumidas cuentas, la retórica se puede entender como la integralidad de tres componentes: la argumentación, el auditorio y el orador. Los oradores efectivos tienen la capacidad racional de (i) elaborar una argumentación filosófica sólida, sustentada en ejemplos, hechos y verdades; (ii) la destreza para conocer y entender a su auditorio, bajo una óptica psicológica, y (iii) la habilidad en el uso del lenguaje, la presentación, la expresión corporal, el entorno y la aplicación de herramientas de impacto, para atraer e influir a su púbico objetivo. Todo ello, se une con el propósito de exponer el discurso y, a través del lenguaje, persuadir al auditorio. Con base en la caracterización del público al que, en principio, desea convencer y, en últimas, persuadir, el orador efectivo adapta tanto el fondo como la forma de su discurso. «El conocimiento, por parte del orador, de aquellos cuya adhesión piensa obtener es, pues, una condición previa a toda argumentación eficaz» (Perelman & Olbrechts-Tyteca, 2015).
En ese sentido, el orador no aplica su argumentación de igual manera a un grupo de parlamentarios que a una multitud en la plaza pública. Debe incluso, en muchas ocasiones, adaptar su discurso a audiencias heterogéneas. Frente a este tipo de circunstancias, el orador efectivo puede decidir excluir, acortar o modificar elementos esenciales de su argumento para que resulte más efectivo ante su público de interés.
Y es que la oratoria política en América Latina, a juicio de los autores, ha cambiado de forma sustancial en los últimos dos siglos de vida republicana. Esta hipótesis se hace evidente al revisar los 40 discursos que se presentan en este libro, que comienzan a principios del siglo xix, con las reyertas independistas y que terminan en los inicios del siglo xxi, en medio de la revolución de la información y las comunicaciones. Durante los últimos dos siglos, es evidente que los tres elementos centrales de la retórica —la argumentación, el auditorio y el orador— han cambiado.
Así pues, la argumentación cambia en la medida que se ajusta el mensaje que el orador quiere transmitir a su auditorio. Este mensaje, como es natural, depende del entorno de cada época. En los primeros discursos del libro, es manifiesto el interés del orador en convencer a su público sobre la inconveniencia del régimen colonial y los beneficios de las diferentes vertientes y formas de autogobierno. Más adelante, se intensifican mensajes alusivos al orden, a las libertades, a la justicia y a los derechos. Al entrar en el siglo xx, la temática discursiva se torna más específica, por ejemplo, con alocuciones relativas a medidas económicas puntuales, garantías a grupos poblacionales específicos, legislaciones laborales, reformas agrarias o derechos de propiedad sobre los recursos naturales.
En tiempos más recientes, los discursos han pasado a ser menos idealistas y más prácticos y coyunturales. En unos casos, estos se enmarcan en una situación puntual que se vive en el momento y en el consecuente mensaje o instrucción que el orador quiere comunicar a la ciudadanía. En otros, son simples descripciones de planes o políticas de gobierno o de obras y logros alcanzados por el orador. En los inicios del período histórico analizado, se evidencia un discurso más paternalista y persuasivo, enfocado en ideas y conceptos. Este va migrando durante la etapa de análisis hacia un discurso más institucionalista y práctico.
En la misma línea, el auditorio al que se dirige el orador también ha cambiado de forma notable en América Latina durante los últimos dos siglos. A principios del siglo xix, los discursos, en general, van dirigidos a un público selecto, letrado, tomador de decisiones. Salvo unas pocas proclamas destinadas a la población en general, la oratoria en aquella época se orientaba a públicos específicos, como los parlamentos o las tropas de guerra. Con el tiempo, y a medida que se afianzaron las democracias, el auditorio objetivo del orador se concentró cada vez más en la ciudadanía. La plaza pública se fue convirtiendo en el seno de la política y en el trampolín al poder de nuevos liderazgos.
Por añadidura, la ciudadanía, como público objetivo del orador, también ha evolucionado en el tiempo. En conjunto, pasó a ser una población mejor informada, más educada, más consciente de sus deberes y derechos, más urbana y también demográficamente más joven.
En el siglo xx, surgieron nuevos canales de comunicación del orador con la población. Al principio, fue la radio, a posteriori, la televisión y, más adelante, el internet. Desde el inicio del siglo xxi, se ha producido una masificación total de las tecnologías de la información y las comunicaciones, lo que ha llevado a la proliferación de diferentes tipos de redes sociales y canales de acceso directo de los oradores con su público de interés. Así, el orador pasó, en los últimos dos siglos, de tener unos espacios esporádicos y exclusivos de argumentación con un público selecto, a llevar una relación de comunicación permanente con una audiencia masiva.
Esta transición ha llevado, como es lógico, a cambios notables en el tercer elemento dentro del análisis de la retórica, que es el orador y su forma de comunicar. El lenguaje empleado a principios de la vida republicana de América Latina por parte de los líderes políticos dista mucho del utilizado hoy en día. La composición de los discursos también. Se encuentran, en un principio, discursos cortos, idealistas, contundentes, intelectuales y bien fundamentados, apalancados en un uso nutrido del lenguaje y basados en referencias históricas y académicas. Más adelante, los discursos pasan a ser más prácticos, detallistas, enmarcados en un suceso o coyuntura particular y con un uso del lenguaje que resulta más apropiado para la comprensión de todos los estamentos poblacionales.
Este desenlace en la evolución de la oratoria se ha intensificado aún más ante la masificación en el uso de las redes sociales por parte de la ciudadanía. Se ha reducido, en cierto sentido, la importancia del tradicional discurso planeado y ejecutado con estrategia para aprovechar el acceso limitado a un público objetivo; además, se ha incrementado la relevancia de una oratoria corta y efectiva que permite el ensayo y error, y que va dirigida a un público al cual el orador tiene acceso casi permanente.
Capítulo 1. Las independencias
La llegada de Cristóbal Colón a América en 1492 legó a las coronas europeas un extenso dominio, que se transformó en un baluarte y que fue argumento para la búsqueda de enriquecimiento y florecimiento para el viejo continente. Este acontecimiento no solo ayudó a que creciera la riqueza y el poder de Europa en todo el planeta, sino que fue la base para el enconamiento de rivalidades entre los reyes y cortes europeas. Tras el Tratado de Tordesillas, Portugal se hizo con el dominio de la colosal y amazónica Brasil, los españoles consolidaron su posición sobre la mayor parte de lo que en la actualidad se conoce como América Central y América del Sur, y los ingleses y franceses emprendieron la edificación de colonias en Norteamérica y los bordes del polo, incluyendo lo que hoy figura en la inmensa Canadá. Sumado a esto, se configuró una apasionante y cruel rivalidad por el control insular en el mar Caribe, lo que se ilustra hoy en la manifestación de la más diversa variedad de colores y lenguas a lo largo y ancho de las decenas de islas que lo componen.
La Corona española logró hacerse con el control de una de las porciones más extensas y desarrolladas del continente, con un vastísimo dominio desde el sur de la Patagonia hasta el extremo norte de California, entre los océanos Pacífico y Atlántico. Sería este el escenario para el desarrollo de un inmenso y prolongado imperio europeo que permanecería por más de tres siglos y que marcó con tinta indeleble la identidad y la cultura de los pueblos y civilizaciones en la región que, con posterioridad, se denominará Latinoamérica.
El orden previo a la independencia
Para poner al lector en el contexto adecuado, hay que regresar al final de la guerra de sucesión española, ocurrida en la primera mitad del siglo xviii, cuando la casa dinástica de los Borbones remplazaba a los Habsburgo como los reyes del Imperio español. Así, el recién posesionado monarca, Felipe V, se vio envuelto en un sinnúmero de conflictos locales y externos que lo llevarían a él, y a sus sucesores, a disputar una serie de recurrentes guerras en el seno del continente europeo. Estas, a la postre, actuarían como un catalizador en el deterioro de las relaciones y dominio sobre sus posesiones de ultramar.
La necesidad insaciable de recursos para mantener su estatus y poderío en el Viejo Mundo llevó a España a promulgar las reformas borbónicas en América en 1770. Con ellas se pretendía convertir el inmenso «nuevo» continente en un instrumento tributario mucho más rentable para sus arcas. Las reformas se ejecutaron por medio del flamante ministro Manuel Godoy, quien se encargó de presionar fiscalmente a la sociedad colonial hasta niveles nunca antes conocidos, sin ningún aparente beneficio para los americanos, quienes eran los sujetos pasivos naturales de estos nuevos tributos. El monarca también ajustó la planta burocrática para dar prioridad a los peninsulares sobre los criollos en los puestos de mayor influencia rentista de los virreinatos.
Huelga decir que los cambios no fueron bien recibidos en América. Además de representar mayores cargas tributarias y menor poder adquisitivo para sus pobladores, las reformas limitaron su autonomía y poder en una sociedad que ya acumulaba más de dos siglos bajo el sistema Habsburgo, y en la cual empezaban a surgir liderazgos de herederos de peninsulares que se sentían más arraigados al nuevo continente que a sus raíces europeas.
En términos generales, la nueva política de la Corona pretendía establecer un nuevo y vigorizado sistema de control político y económico. Esto contrastaba con el hecho de que las sociedades americanas habían logrado, con el tiempo, un cierto nivel de independencia relativa frente al poderío español. Se había desarrollado en América un mayor sentido de conciencia sobre las posibilidades de generación de ingresos propios, derivados de su riqueza minera —sobre todo, aurífera y argentífera—, la cual sabían explotar. Esto actuaba como argumento para robustecer su creciente intromisión en las redes de comercio global que se estaban formando a partir de la travesía colonial de Inglaterra, Portugal, Francia, Holanda y España por Asia, África, Europa y América. La posición del continente en estos escenarios se fue fortaleciendo cada vez más, gracias a los altibajos en el mercado transatlántico y la necesidad de proveer de bienes primarios a los mercados europeos.
Lo anterior contribuyó a que, de forma progresiva, se fuera creando una élite criolla, descendiente de españoles, pero nacidos en tierras americanas. Se trataba de peninsulares de segunda, tercera o cuarta generación, que se identificaron bajo el mote de «criollos» y que poseían intereses que, en múltiples casos, no coincidían necesariamente con los de las autoridades peninsulares, y menos con las ambiciones de los dignatarios que ordenaban y legislaban desde la lejana metrópoli.
Así, la dinámica americana requería con mayor necesidad que sus recursos se invirtieran en el territorio: en caminos, defensa, administración, edificaciones, burocracia y demás obras para su desarrollo. La Corona española, por su parte, los necesitaba para financiar sus conflictos en Europa. Desde la posición americana, la creación de la industria de astilleros en los principales puertos del Caribe, la demanda de nuevos sistemas defensivos ante incursiones foráneas o el interés de desarrollar una protoindustria y circuitos de comercio americanos implicaba nuevas necesidades de gasto y administración que llevaban a un debate administrativo sobre acuñar y guardar en América o embarcar en los navíos con circuito por el océano Atlántico. Desde el punto de vista español, no se contaba con el tiempo de invertir para robustecer el mercado americano, puesto que se requerían los recursos de inmediato para atender las coyunturas europeas.
Por ende, las necesidades de la Corona iban en atención de los proyectos del monarca en la península y el financiamiento de las interminables disputas europeas que construían una obligación imperiosa de mantener un estatus de potencia colonial, frente al indetenible avance de los ingleses en todas las latitudes. Esto significó una confrontación que se manifestaba como una auténtica carrera de poder, para la cual se requería de una fuente permanente y confiable de recursos y un domino geopolítico, en el cual América y sus barcos de plata resultaban imprescindibles.
En ello radicaba un problema político-administrativo que tensaba la relación de intereses entre las cabezas criollas en América y los burócratas de la península.
En cuanto a los dos principales polos de desarrollo y de control colonial, Perú y México, estos habían logrado establecer una relativa autosuficiencia e independencia de las mercancías españolas. Así, desde mediados del siglo xviii, aún antes de que se empezara a hablar de emancipación o de que el Imperio español se debilitara y abriera la puerta a las independencias, los americanos ya gozaban de una relativa autonomía, la cual interiorizaban cada vez más. De forma consciente o inconsciente, esto se transformó en un valor adquirido que difícilmente podía ser ignorado. Es por ello, entre otros factores, que los cambios administrativos de la Corona, plasmados en las reformas borbónicas, fueron caldo de cultivo para el descontento y la