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Koji Neon. Episodio 1: NeoLud
Koji Neon. Episodio 1: NeoLud
Koji Neon. Episodio 1: NeoLud
Libro electrónico194 páginas2 horas

Koji Neon. Episodio 1: NeoLud

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Información de este libro electrónico

Una buena alternativa en el prolífico género de la ciencia ficción, con todos los elementos canónicos y otros factores originales que provocan una reflexión sobre la manera de la sociedad actual de caminar hacia el futuro.

Koji Neon. Episodio 1: NeoLudEn un futuro distópico, los casos policiales se han vuelto tan complejos que algunas comisarías colaboran con equipos especializados en nuevas áreas del conocimiento. Durante la investigación de un asesinato paradigmático, el diseñador de robots Koji Lund se irá introduciendo en el desconocido mundo de la intuición y la premonición, hasta un punto en el que su propia existencia tendrá un nuevo sentido de cara al futuro desenlace de la humanidad.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento4 dic 2020
ISBN9788417856762
Koji Neon. Episodio 1: NeoLud
Autor

Paco Bree

Paco Bree es doctor en Business Administration por la Kingston Business School (Kingston University, London) y MBA por Edinburgh University Business School. En la actualidad trabaja como profesor, investigador y director académico del máster en Business Innovation de Deusto Business School. También es artista y reconocido profesional en el ámbito de la creatividad y la innovación. Ha realizado más de diez exposiciones individuales. Además de su aportación artística y académica, es asesor de Factoría Cultural e Innsomnia y colaborador habitual en diferentes medios como Cinco Días, El Mundo y La Razón.

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    Koji Neon. Episodio 1 - Paco Bree

    Koji Neon.

    Episodio 1: NeoLud

    Paco Bree

    Koji Neon.

    Episodio 1: NeoLud

    Primera edición: 2021

    ISBN: 9788417856267

    ISBN eBook: 9788417856762

    © del texto:

    Paco Bree

    © del diseño de esta edición:

    Penguin Random House Grupo Editorial

    (Caligrama, 2021

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com)

    Impreso en España – Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Capítulo I

    El vehículo volador autónomo impactó contra la nieve y fue deslizándose durante unos doscientos metros hasta quedar medio volcado en un pliegue enorme del terreno. De repente se levantó una fuerte ventisca. Los sistemas electrónicos se habían apagado. Koji se quitó los cinturones de seguridad, se giró y comenzó a patear la ventana trasera hasta que consiguió arrancarla. Después la lanzó de otra patada contra la nieve.

    La parte frontal del vehículo estaba en llamas y cada vez entraba más humo negro en el interior. Sacó las piernas por el hueco libre, pero algo lo agarró de las botas y tiró de él con una fuerza increíble. Después lo lanzó a varios metros del vehículo.

    Koji acabó hundido bocabajo en la nieve. Trató de levantarse, pero una patada en el costado, con lo que identificó como una pierna de titanio, se lo impidió. En ese instante sintió la presión de dos manos biónicas sobre su cabeza, que apretaban con fuerza para aplastarla como una nuez. Un androide femenino de más de dos metros de altura levantó su cuerpo varios palmos del suelo mientras él intentaba soltarse como podía dando patadas al aire.

    El robot marcaba con los dedos la parte frontal, la parietal y la zona temporal de la cabeza, aumentando cada vez más la presión. Koji temía que los huesos se fracturaran. Su cráneo estaba a punto de estallar en mil pedazos, como cuando se rompe un jarrón de porcelana. Cerró los ojos y retrocedió en el tiempo seis días, hasta la noche del jueves.

    Recordó todo lo que había pasado esa última semana. Entonces Koji se vio en el sofá de su salón. Eran las once y media de la noche. Las imágenes de los sueños del día anterior inundaban la pared principal. Koji aparecía de niño, caminaba hacia un montículo de hormigón demolido. Llevaba en la mano una avioneta de juguete y le daba vueltas a la hélice de plástico con el dedo. Aquella visión se fue diluyendo y se coló otra con un sonido de baja frecuencia. Koji miraba al cielo donde un artefacto tecnológico volaba lentamente a unos diez metros de altura. El ruido del aparato era estridente y ensordecedor. El ritmo sonoro recordaba a los latidos del corazón.

    En la parte trasera se distinguía una compuerta como las que utilizan los aviones militares para cargar y descargar. Estaba bajada y por ella asomaba la figura de un joven con un impermeable oscuro y la cabeza cubierta para protegerse de la lluvia.

    Koji se levantó del sofá y se acercó para examinar los detalles que había imaginado su cerebro. Los observó de cerca y volvió al sofá.

    —Ya puedes seguir con la reproducción —ordenó.

    Los implantes neuronales y ciertas habilidades cognitivas facilitaban visualizar sus sueños. Su trabajo como diseñador de cíborgs le había dado la oportunidad de implantarse en el cuerpo y en la mente algunas de las interfaces más avanzadas.

    Koji se sentó de nuevo en el sofá, llenó la copa de wiski y continuó pasando escenas. Reproducir fantasías se había convertido en una actividad muy popular. Sin embargo, su producción estaba limitada por censores virtuales. Varios de los que se dedicaban a esta actividad se habían convertido en estrellas, con millones de seguidores. Las alucinaciones más habituales estaban relacionadas con la violencia, el sexo y el humor. Pero los mejor pagados eran los surrealistas, que aportaban imágenes extrañas de fantasía y ciencia ficción. Sin embargo, no todos los sueños podían ser reproducidos por temas de seguridad, confidencialidad y privacidad. Ante la duda, era imperativo cortar las partes sensibles para evitar problemas con la justicia. Los programas de software y los algoritmos eran capaces de esquivar o eliminar todo aquello que pudiese vulnerar la ley.

    —Cuando me quede dormido, apaga todo —demandó.

    —Sí, señor —contestó su asistente virtual.

    Poco después Koji reposaba inactivo en el sofá. Unas horas más tarde, su ordenador, Pol, empezó a ejecutar las actividades que tenía programadas. Eran las ocho y media de la mañana. Las persianas de titanio empezaron a subir automáticamente y el panel de control se proyectó en la pared del salón. Las cadenas de televisión ofrecían noticias de forma simultánea, que se mostraban en la parte central.

    Koji oyó el sonido mecánico de las persianas y el acento del locutor de una televisión rusa. Ya despierto, se levantó y se fue directo al ventanal más grande de su apartamento. El cristal iba desde el techo hasta el suelo. Luego descorrió las cortinas y echó un vistazo a la calle. La niebla dejaba entrever parte de los edificios del distrito. Un par de drones pequeños volaban a distintas alturas. Uno era un vehículo médico y otro un dron policía. Los dos aparatos circulaban sin tripulantes humanos, con las luces intermitentes de emergencia activas. Pese al cristal, le llegó el sonido de las sirenas mientras se alejaban.

    Koji se giró al escuchar que en las noticias estaban explicando las consecuencias del último ciberataque, que había burlado la seguridad de todo tipo de empresas. Se preveía que su impacto se extendiera por Europa y después cruzara a la zona americana.

    —¡Pol!, sube un poco el volumen de la cadena internacional, por favor —exigió.

    —Buenos días, señor. Lo subo del cuatro al seis —contestó la máquina.

    El locutor informaba del alcance del ataque. El gusano maligno había penetrado en más de dos millones y medio de dispositivos de ochenta países. El periodista recomendaba a los usuarios no abrir archivos de origen desconocido en los paneles de control digital. También aconsejaba no descargar documentos sospechosos ni visitar sitios de los que no se conociese el origen. Las personas con implantes debían tener mayor cuidado.

    —Pol, no conectes el panel de control en modo externo. Abre únicamente las redes sociales seguras y revisa nuestros sistemas de seguridad. También desactiva mi chip mental —ordenó.

    —Muy bien, señor —tranquilizó el asistente.

    —Mira también si el ataque está afectando a los vehículos de transporte de microdistancias y distancias medias.

    —Señor, le confirmo que sí. El impacto es alto y muchas personas están optando por trabajar en remoto —respondió.

    En ese momento apareció el icono de una videollamada entrante. Procedía de la comisaría de Policía de los distritos del noroeste con los que colaboraba. Frank, el comisario que llevaba esa unidad, era amigo de Koji desde la juventud.

    Los casos policiales se habían vuelto tan complejos que algunas oficinas del mundo colaboraban con los CPT, sigla procedente de los términos en inglés Cross Polinization Teams. Estos equipos de profesionales estaban formados por expertos en distintas áreas. Algunas de las más demandadas incluían las tecnologías exponenciales o el derecho tecnológico.

    Frank le había pedido su ayuda en el año 2065, ya que los delitos relacionados con el diseño tecnológico se estaban disparando. Al principio, Koji no estaba muy convencido de trabajar para la Policía, pero finalmente Frank lo convenció.

    —Pol, acepta la llamada —pidió.

    —Hola —saludó Frank—. Creo que tienes que ver esto. Las imágenes que te estoy enviando son de la cadena de televisión NewsIT. El suceso ha ocurrido esta noche a las tres y cuarto. Todavía lo estamos investigando. Me gustaría que te pasases esta mañana por la comisaría, a eso de las once y media. Estoy contactando con el resto de los miembros del equipo. Te voy a mandar uno de nuestros drones para que te recoja a las once menos cuarto en la azotea de tu edificio. Esta mañana el tráfico y las comunicaciones son un caos y solo podrás moverte bien con un vehículo autorizado.

    —Entendido.

    Koji abrió el archivo. En la pantalla apareció una calle de una zona empresarial. Aunque la secuencia estaba algo oscura, se distinguía claramente un vehículo volador, de gran cilindrada, cruzado en la calle. Tenía las puertas verticales abiertas. En el suelo, sobre el asfalto mojado, yacía el cuerpo de un humano junto a un robot. A unos pocos metros, varias personas observaban la escena desde cierta distancia. La periodista explicaba que se trataba de Johny Ramírez, CEO y cofundador de la empresa de tecnología TrustMe. Al señor Ramírez le habían disparado en la cara con un arma láser. El impacto había alcanzado de lleno los implantes oculares de aumento sensorial. Al robot lo habían tiroteado por la espalda con una pistola eléctrica militar antirrobots.

    Koji agarró el abrigo de piel del perchero, la mascarilla médica filtrante y subió a la parte segura de la azotea. A esa zona exclusiva tenía acceso por ser colaborador de la Policía científica de la ciudad.

    A lo lejos, a unos quinientos metros, se distinguían entre la niebla las luces de señalización de un dron de transporte policial. La aeronave aterrizó con suavidad sin apagar las turbinas. Instantes después Koji se montó en el vehículo y el aparato despegó hacia el noreste de la ciudad. Desde la ventana del dron se podían ver robots de servicio desempeñando tareas rutinarias en edificios y calles. En los bloques más altos las máquinas trabajaban haciendo labores de reparación y mantenimiento.

    «¡Vaya vértigo!; ¡cualquiera se sube a trabajar a esa altura con este viento, y encima nevando!», pensó Koji.

    La aeronave descendió y aterrizó en la pista de la comisaría. Koji bajó por unas escaleras metálicas y recorrió un pasadizo con el suelo y las paredes de hormigón. Fue atravesando los portales de seguridad. Las lecturas indicaban que estaba sano y que no portaba elementos prohibidos. En el último punto pasó a través del arco de desinfección y se dirigió a la sala semicircular, donde los demás miembros del equipo CPT lo esperaban sentados. Frank presidía el centro. Todos tenían la vista clavada en la gran pantalla situada en la parte frontal.

    —¡Bienvenido, Koji! —exclamó Frank—. Pasa y siéntate en ese sillón.

    —¡OK!, gracias.

    —Te puedes quitar la mascarilla. Los sensores indican que aquí estamos libres de virus —enfatizó Frank.

    —Muy bien.

    —Os he llamado con algo de urgencia, ya que este tema que os voy a comentar es extraño y quiero conocer vuestra opinión. —El equipo que había creado Frank lo componían cuatro humanos. El quinto componente era XE3X, una inteligencia artificial de séptima categoría especialmente personalizada para el CPT. Junto a Frank estaba Li, un policía de origen chino con muchos años de experiencia en delitos tecnológicos complejos—. Todos habéis visto el archivo con las imágenes del cuerpo de Johny Ramírez. Este supuesto crimen sucedió hace ocho horas. Junto a la víctima yacía abatido uno de sus robots personales.

    »La investigación está abierta y no descartamos ninguna posibilidad. El artefacto utilizado para freír al androide coincide con las armas habituales de grupos antimáquinas como Humaniz. Estos colectivos han llevado a cabo atentados en, al menos, dos países europeos. El hecho de que Ramírez fuera uno de los creadores y un empresario muy importante en robótica avanzada nos hace pensar que el móvil podría tener su origen en la homofobia tecnológica.

    »Hace tres meses, en el caso de Poznan, asesinaron al director general de una empresa tecnológica de forma similar. Nuestra gente se ha puesto en contacto con la Policía de Polonia. Sin embargo, debemos considerar otros motivos como los económicos, los familiares o los sentimentales. Sucede que una de las piezas de información que hemos recabado es intrigante. Por supuesto, que quede claro que esto que os voy a enseñar es confidencial —recalcó Frank.

    —Los que estamos intrigados somos nosotros. ¿Qué es lo extraño del caso? —se interesó Koji.

    —Mirad la imagen que reproducen los medios de comunicación, con los dos cuerpos tumbados junto al vehículo volador. Es la que sale a la izquierda. Ahora prestad atención a esta otra que aparece en la pantalla —dijo Frank señalando las dos escenas.

    En la parte de la derecha se mostraba a una persona caminando por la orilla del fiordo. La imagen se fue difuminando y tomando la forma de una calle oscura. Lentamente, la nueva visión se fue volviendo más nítida hasta que, en un momento concreto, las dos imágenes, la de la derecha y la de la izquierda, fueron idénticas. Segundos después, la representación de la derecha se desvaneció y dio paso a una nueva que mostraba a unos trabajadores en el interior de lo que parecía una antigua fábrica.

    —¿Os habéis fijado? —exclamó Frank—. Durante un instante las dos imágenes eran iguales.

    —¿Se puede retroceder la reproducción de la derecha hasta el instante de la calle? —preguntó Donia mirando a Frank.

    Donia era experta en psicología y tecnología. El despacho en el que trabajaba estaba especializado en ciertos efectos, positivos y negativos, que la tecnología estaba provocando en las personas.

    —Por supuesto, ya está —contestó Frank.

    —Gracias. Si observáis con mucha atención, podréis ver alguna diferencia sutil entre las dos escenas —dijo Donia levantándose y acercándose a la pantalla.

    —A mí me parecen iguales —opinó Koji.

    —Mirad la pintada de la pared. El grafiti de la izquierda pone «TechIT».

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