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Libro electrónico296 páginas

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Información de este libro electrónico

Kennedy Grey, el exitoso jefe de operaciones de su propia compaa, pensaba que tena toda su vida perfectamente planeada... hasta que contrata a Kieran West como acompaante para el viaje de ese ao. Durante los ltimos cinco aos, Kennedy Grey ha puesto un anuncio buscando un acompaante de viaje gay para unirse a él en sus nicas vacaciones anuales. Aunque Kennedy dice que es neutral a la hora de escoger acompaante, tiene algunos requisitos que no son negociables. Los candidatos deben tener entre veintin y veinticinco aos, no ser fumadores, beber de forma social, ser verstiles o pasivos y ser capaces de interpretar el papel de novio abnegado ante su grupo de amigos gais. El candidato obtiene unas vacaciones con todos los gastos pagados y cinco mil libras al final del viaje, incluso ms si supera las expectativas de Kennedy (algo que nadie ha conseguido durante los ltimos tres aos). Sentado en un rincn silencioso de la cafetera, Kieran West est intentando terminar un ensayo para la universidad. Est soltero de nuevo con veintinueve aos, aunque ya debera haber sentado la cabeza. Pero cuando su novia, con la que llevaba tres aos, le lanz un ultimtum (anillo o puerta) eligi la puerta. Lo peor de todo es que no se lo pens dos veces. Y no poda haber perdido su trabajo en la inmobiliaria en un peor momento. Cargado con una retahla de préstamos de estudios que tiene que devolver, le est costando terminar sus estudios de mster mientras ayuda a su hermano pequeo a pagar la universidad. Entonces escucha cmo un hombre en una mesa cercana est buscando a alguien para un trabajo y paga cinco mil libras. Kieran no tiene nada que perder, verdad?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 oct 2021
ISBN9781802500417
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Autor

Brian Lancaster

Brian Lancaster is an author of gay romantic fiction in multiple genres, including contemporary romance, paranormal, fantasy, crime, mystery, and anything else that tickles his muse’s fancy. Born in the sleepy South of England where most of his stories are set, he moved to Southeast Asia in 1998, where he now shares a home with his husband and two of the laziest cats on the planet.

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    Se busca acompañante - Brian Lancaster

    SE BUSCA ACOMPAÑANTE

    BRIAN LANCASTER

    Se busca acompañante

    Titulo original: Companion Required

    ISBN # 978-1-80250-041-7

    ©Copyright: Brian Lancaster 2020

    Traducción ©Copyright: Laura Bailo 2021

    Diseño de portada ©Copyright Louisa Maggio 2020

    Diseño interior Claire Siemaszkiewicz

    Publicado por Pride Publishing

    Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y sucesos son producto de la imaginación del autor o se usan de forma ficticia. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, establecimientos, eventos o lugares es una coincidencia.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida en ningún medio material, ya sea mediante impresión, fotocopias, escaneado o cualquier otro método sin el permiso por escrito de la editorial, Pride Publishing.

    Las solicitudes deberán enviarse en primer lugar por escrito a Pride Publishing. Acciones no autorizadas o prohibidas en relación con esta publicación pueden resultar en procesos civiles o penales.

    El autor y la ilustradora han ejercido su derecho a ser identificados como el autor de este libro y la ilustradora de portada.

    Primera edición: 2020 por Pride Publishing, Reino Unido

    Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, escaneada o distribuida en medio electrónico o impreso sin permiso. Por favor no participes o animes a la piratería de materiales registrados violando los derechos de los autores. Compra solo copias autorizadas.

    Pride Publishing es un sello de Totally Entwined Group Limited.

    Si has comprador este libro sin portada deberías saber que se trata de propiedad robada. Se declaró como «no vendido y destruido» a la editorial y ni el autor ni la editorial han recibido pago por este libro.

    Kennedy Grey, el exitoso jefe de operaciones de su propia compañía, pensaba que tenía toda su vida perfectamente planeada… hasta que contrata a Kieran West como acompañante para el viaje de ese año.

    Durante los últimos cinco años, Kennedy Grey ha puesto un anuncio buscando un acompañante de viaje gay para unirse a él en sus únicas vacaciones anuales. Aunque Kennedy dice que es neutral a la hora de escoger acompañante, tiene algunos requisitos que no son negociables. Los candidatos deben tener entre veintiún y veinticinco años, no ser fumadores, beber de forma social, ser versátiles o pasivos y ser capaces de interpretar el papel de novio abnegado ante su grupo de amigos gais. El candidato obtiene unas vacaciones con todos los gastos pagados y cinco mil libras al final del viaje, incluso más si supera las expectativas de Kennedy (algo que nadie ha conseguido durante los últimos tres años).

    Sentado en un rincón silencioso de la cafetería, Kieran West está intentando terminar un ensayo para la universidad. Está soltero de nuevo con veintinueve años, aunque ya debería haber sentado la cabeza. Pero cuando su novia, con la que llevaba tres años, le lanzó un ultimátum (anillo o puerta) eligió la puerta. Lo peor de todo es que no se lo pensó dos veces. Y no podía haber perdido su trabajo en la inmobiliaria en un peor momento. Cargado con una retahíla de préstamos de estudios que tiene que devolver, le está costando terminar sus estudios de máster mientras ayuda a su hermano pequeño a pagar la universidad. Entonces escucha cómo un hombre en una mesa cercana está buscando a alguien para un trabajo y paga cinco mil libras. Kieran no tiene nada que perder, ¿verdad?

    Dedicatoria

    Gracias a todos los otros autores y lectores en gayauthors.org (especialmente a Timothy M), que me animaban sin descanso cada vez que publicaba un nuevo capítulo y me ayudaban a darle la vuelta a la historia cuando pensaban que el argumento estaba volviéndose predecible.

    Gracias al increíble equipo de TEG por acceptar este diamante en bruto y ayudarme a darle forma y convertirlo en algo más pulido. Gracias también por vuestra profesionalidad, apoyo, ayuda y, sobre todo, por vuestra amabilidad.

    Gracias también a Osamu Toguchi, propietario del bar 036 en Naha, Okinawa, no solo por las increíbles noches que hemos pasado hablando y bebiendo durante años, sino por dejarme usar el nombre de tu bar en esta historia.

    Y por ultimo, pero no menos importante, a mi marido, Christopher, y a nuestros ragdolls, Branston y Brie, sin los cuales esta historia hubiera estado terminada hace años.

    Capítulo uno

    Kennedy

    Londres, Inglaterra, agosto de 2016

    Kennedy Grey se masajeó las sientes con los dedos. Se había tomado dos cafés solos triples, y el dolor punzante leve que sentía había empezado a parecerse a una migraña. No por el café, que prácticamente le corría por las venas la mayoría de los días, sino porque el candidato anterior había probado su paciencia hasta llevarla al límite. «¿La comida es segura? ¿No está Singapur en China? ¿No están prohibidos los gais en China? ¿Y habrá algún beneficio extra?». Podía aceptar las preguntas sobre la comida, sobre todo si el candidato tenía alergias o intolerancias. Incluso podía entender que no estuvieran familiarizados con la geografía del destino del viaje; por esa misma razón había llevado un mapa de Asia en el que había rodeado Singapur. Pero preguntar si habría algún beneficio extra había sido la gota que colmaba el vaso. El anuncio había sido lo bastante claro en lo que a la remuneración respectaba.

    Por segunda vez esa tarde, Kennedy consideró tirar la toalla y abandonar la maldita idea. A lo mejor ese era el año en el que hacer un cambio. Después de todo, las señales de locura estaban por todas partes: un presentador de un concurso de televisión elegido para presentarse como el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos y la gente de Gran Bretaña pidiéndole el divorcio a Europa.

    Al salir de la universidad sin un penique a su nombre, él hubiera peleado con quien hiciera falta por un trabajo caído del cielo como ese. Deslizó el ratón por la pantalla del portátil hasta el tablón de anuncios de la sociedad gay de Reino Unido y releyó el anuncio.

    Se busca acompañante para viaje gay.

    Que viva en o cerca de Londres. Debe tener un pasaporte de diez años al que le queden al menos siete meses de vigencia y estar libre para viajar al extranjero durante todo el mes de septiembre de 2016. El candidato deberá tener idealmente entre 21 y 25 años, no ser fumador, ser bebedor social, no tomar drogas y tiene que ser capaz de interpretar el papel de novio abnegado frente al círculo de amigos cercanos del patrocinador masculino. La experiencia en actuación es una ventaja. Se considera cualquier etnia.

    El candidato que tenga éxito recibirá unas vacaciones con todos los gastos pagados en el sureste de Asia, empezando con un vuelo desde Heathrow hasta el aeropuerto de Changi en Singapur, una estancia de tres noches en Singapur, seguida de un crucero gay de 14 días hasta Hong Kong. Después de una estancia de dos noches en Hong Kong, las vacaciones terminarán con un vuelo a Bali, Indonesia, y ocho noches en la casa privada de lujo del anunciante.

    El candidato recibirá un pago garantizado de cinco mil libras en efectivo por sus servicios y un extra discrecional si sus servicios superan las expectativas.

    Si estás interesado, por favor responde a gayvaccom@moodle.com con una fotografía reciente (solo de cara, gracias) y tu curriculum vitae para encontrar una fecha adecuada para una entrevista.

    ¿Y qué si el anuncio rozaba lo políticamente incorrecto? El personal de marketing de UKGS le había asegurado que no había violado ninguna norma o código de publicidad. Además, la línea sobre «superar las expectativas» se había añadido ese año, tras la sugerencia de su mejor amiga, Steph. Era un añadido bastante seguro, ya que durante los tres últimos años nadie lo había logrado.

    De todas formas, la lista de requisitos del anuncio solo contaba la mitad de la historia. Levantó la vista y examinó la cafetería. Incluso un par de los jóvenes sentados en varias de las mesas hubieran podido cumplirla. En su cabeza, Kennedy tenía una lista no hablada de otros requisitos, una no documentable, como que su acompañante fuera un yogurín musculado y dulce, tan bonito como una boda real, pero con una inteligencia relativamente baja. No debería pasar del metro sesenta y siete y definitivamente debería ser más bajo que él, que media un metro setenta y siete. Y, lo más importante, necesitaba obedecer completa y absolutamente las órdenes y los deseos de Kennedy. Para terminar, una vez le hubiera pagado y hubieran vuelto a la vieja madre Inglaterra, nunca quería volver a estar en contacto con él.

    Desde que había roto con Patrick, su pareja durante nueve años, había insistido en seguir uniéndose a los viajes anuales de sus amigos a diferentes lugares del mundo (el único descanso que se tomaba al año de la oficina y la sala de juntas), pero cada año con un conocido joven y hermoso. Sí, a lo mejor llevar un yogurín como acompañante gritaba vanidad o incluso desesperación, sobre todo para alguien con más de cuarenta años cuyo pelo ya empezaba a tener mechones grises en las sienes. Pero la pura verdad era que mientras Kennedy encontraba reunirse y hablar con gente por negocios fácil, socializar le resultaba incómodo, sobre todo cuando estaba solo, y siempre se había apoyado en que Patrick fuera el catalizador cuando se encontraban con amigos, viejos y nuevos. Por eso, durante los últimos cuatro años, había pagado para que alguien le acompañara.

    Los festivales gais de Palm Springs, ir de isla en isla en Hawái, una ruta gay por Barcelona y Sitges y un crucero de las islas griegas con una semana en Mykonos.

    ¿Era pura cultura? A lo mejor no. Pero era un descanso bienvenido de la castigadora vida laboral.

    Ollie, su primera elección después de romper con Patrick, había resultado ser perfecto. Había sido becario en la compañía de seguridad de Kennedy, y el Adonis rubio había flirteado descaradamente con él y el resto de los trabajadores masculinos, fueran gais o heteros. Y aunque Kennedy se había sentido halagado y había estado tentado, nunca había caído en la tentación. Sin embargo, cuando terminó su contrato de becario, había insistido en mantenerse en contacto. Después de que Patrick se fuera, Ollie había sido la elección natural como acompañante. Tal y como estaban las cosas había resultado ser perfecto, porque Ollie había perdido el trabajo recientemente, así que Kennedy había endulzado el trato ofreciéndole una suma de dinero para acompañarle. Así era como el arreglo había empezado.

    Ese primer año el viaje había ido tan bien que Kennedy no solo había mantenido el contacto, sino que había invitado a Ollie una segunda vez. Aquello resultó ser un error tremendo, porque Ollie había interpretado el gesto de manera incorrecta y pensado no solo que eran iguales, sino que además estaban yendo en serio. Y Kennedy ya no iba «en serio» con nadie.

    Si sus amigos sospechaban algo, no decían nada. Steph era la única que sabía la verdad. Y él se aseguraba de decirles a los candidatos que el acuerdo será estrictamente no sexual, a no ser que quisieran más, que era como la idea del naipe había nacido. Pero, más que nada, quería un acompañante, no un prostituto. Si hubiera significado algo para cualquiera de ellos, habría citado la novela Una habitación con vistas de E. M. Forster y el arreglo de carabina entre las dos protagonistas. Pero después de haberle mencionado la referencia a Ollie y que le hubiera soltado una retahíla sobre «esa película vieja de James Bond que siguen poniendo en Netflix», había dejado de molestarse en explicarlo.

    Por primera vez desde que Patrick había roto con él, estaba planteándose si debería abandonar el teatro, coger el toro por los cuernos y presentarse solo. Solo se habían apuntado cinco amigos al viaje de ese año tras la debacle del año anterior, y uno de ellos era Leonard Day. Kennedy no solo sentía algo por él, sino que además respetaba su visión de negocios. A lo mejor ese año finalmente le revelaría sus sentimientos. Ojalá Leonard no tuviera su propio bagaje emocional.

    Pero que Kennedy fuera acompañado de un yogurín se había convertido en una tradición, una broma entre sus amigos, y no querría decepcionarles.

    —Perdona. ¿Eres Kennedy Grey?

    Kennedy levantó la vista apartando los pensamientos para encontrarse con un hombre joven extremadamente rubio y extremadamente musculado de pie frente a él. Steph le hubiera etiquetado como «musculitos de esteroides».

    —Lo soy, sí. ¿Y tú serías?

    —¿Y yo sería qué?

    —Tú… ¿Cómo te llamas?

    —Francis.

    Kennedy miró sus notas. Francis Slade, veinticinco años, la cita de las tres. Diez minutos antes del tiempo acordado. Un punto a su favor. A Kennedy le gustaba la puntualidad.

    —Ah, sí, Francis. Siéntate, por favor. ¿Prefieres Francis, Frank o Frankie?

    —Francis.

    —Bien. ¿Has leído el anuncio?

    —Sí.

    —Vale. Entonces déjame contarte algunos detalles más y darte unos minutos para relajarte. Después te haré algunas preguntas y al final dejaré que hagas cualquier pregunta que tengas. Tengo que ver a más candidatos, pero te diré si has sido seleccionado o no el viernes como muy tarde. ¿Qué te parece eso?

    —Me parece bien.

    Tomándose la respuesta como señal para empezar, Kennedy explicó el viaje con más detalle, contándole que en Singapur se quedarían en casa de sus padres. Sin embargo, el acompañante sería presentado como un amigo y tendría su propio dormitorio. Cuando fuera que hablara de cosas específicas, sobre todo los aspectos más crudos, siempre estudiaba cuidadosamente la cara del candidato para ver si algo en la información causaba una reacción. El rostro plano de Francis parecía incapaz de mostrar cualquier tipo de emoción.

    Siempre que Kennedy hablaba del crucero y de sus amigos se descubría a sí mismo poniéndose a la defensiva. Sí, podían ser un grupo malhumorado, y un par de acompañantes habían dicho que eran prácticamente maleducados, pero eran sus amigos desde hacía mucho tiempo.

    Bali, al final de las vacaciones, no solo era la guinda del pastel, sino también el glaseado, el mazapán y la decoración elaborada. Si el acompañante conseguía sobrevivir hasta entonces, podrían disfrutar de las delicias de esa isla de Indonesia. Para entonces normalmente Kennedy estaría listo para volver al trabajo, así que pasaría la mayor parte de la última semana con el portátil, el teléfono o escribiendo propuestas.

    —¿Todo bien hasta ahora?

    —Sí —dijo Francis, bostezando y estirando los brazos por encima de la cabeza. Cuando se le estiró la camiseta Kennedy pudo ver la silueta de unos piercings en el pezón a través del material. Tick. Otro punto a favor del chico.

    —¿Cuánto mides?

    —Uno setenta.

    —Excelente —dijo Kennedy, alargando la mano al lado del portátil para coger el documento suplementario—. Aquí tienes una lista de otros requisitos. Necesitarás hacerte un examen médico antes de viajar.

    —¿Por qué?

    —Por precaución. Para asegurarnos de que estás en plena forma física.

    —Soy negativo, si eso es lo que preguntas.

    —Eso no es… —Kennedy resopló—. Mira, el año pasado no, el anterior, a mi acompañante le diagnosticaron una apendicitis aguda el tercer día del viaje. Y por una ruptura severa, que hizo que su situación fuera delicada durante un tiempo, tuvo que pasar seis días en un hospital privado de Florida después de lo que, naturalmente, quiso volar directo a casa y estar con su familia. Si se hubiera hecho un examen médico antes del viaje, probablemente hubieran diagnosticado la apendicitis antes, evitando su sufrimiento y el sufrimiento de mi cuenta bancaria.

    —No tengo apéndice. Me lo quitaron cuando tenía once años.

    —Eso no es… —Kennedy se pasó una mano por el pelo—. Tengo que asegurarme de que la persona que me acompaña está en forma y saludable en todos los aspectos. Y esa condición no es negociable. Así que, si es un problema para ti, tienes que decírmelo ya.

    Francis miró el papel durante tanto tiempo que por un momento Kennedy pensó que había cambiado de idea.

    —¿Lo pagarás tú?

    —¿Cómo dices?

    —El examen médico.

    —Por supuesto.

    —Entonces vale.

    —Genial. ¿alguna otra pregunta para mí?

    —¿Cuántos años tienes?

    —Cuarenta y dos.

    Entonces Francis sonrió. Al menos, eso es lo que le pareció a Kennedy. Eso, o el muchacho se había tirado un pedo.

    —¿Así que te gustan jóvenes?

    Kennedy tuvo que evitar responder que, más que nada, le gustaban obedientes. Y la mayoría de los jóvenes tendían a ser menos autónomos, más dispuestos a complacer, sobre todo porque necesitaban el dinero.

    —¿Es eso un problema?

    —No. A mí me van los papis.

    «Oh, mierda», pensó Kennedy. «Steph va pensar que es el mejor momento de su vida si Francis resulta ser el elegido este año».

    —Tengo tu número. Te llamaré el viernes.

    Cuando Francis se puso de pie, lo hiciera a propósito o no, volvió a bostezar y estiró los brazos por encima de la cabeza de modo que el bajo de la camiseta se le subió para revelar un abdomen musculado y una línea de pelo rubio oscuro y rizado que desaparecía bajo la cintura de los pantalones.

    Kennedy estuvo a punto de darle el trabajo en ese mismo instante.

    Capítulo dos

    Kieran

    Eran las cuatro de la tarde y Kieran West estaba golpeando rítmicamente el libro de texto con la goma de su lápiz, intentando distraerse de la voz quejosa que llegaba desde el otro lado de la estancia. Si no entregaba la redacción sobre la perestroika y glasnost para la clase de ciencias sociales de su posgrado antes del viernes, no habría forma de que el profesor, que ya había sido más que indulgente, le diera otra prórroga.

    Las tardes de los jueves en Sam’s Coffee House eran su refugio, su pequeño remanso de paz y silencio alejado de la universidad, un lugar en el que podía concentrarse en paz.

    Pero no ese día.

    Pese a los esfuerzos que hacía por ignorarlos, encontraba los fragmentos de las entrevistas que hacía el hombre de negocios elegante al otro lado de la estancia mucho más interesantes que la transcripción del discurso de Gorbachov en el vigésimo séptimo congreso del partido comunista en 1986. Sin embargo, las respuestas vanas para algún tipo de trabajo de asistente personal, por parte de hombres afeminados o musculados, pero todos básicamente bobos, habían empezado a irritarle.

    Cuatro candidatos después, Kieran había conseguido averiguar que el hombre necesitaba un asistente para que se uniera a él a un viaje al sureste de Asia. Frases como «todos los gastos pagados» o «cinco mil libras en efectivo» le habían llamado la atención. Con el despido de la inmobiliaria reciente y todavía intentando ayudar a pagar tanto sus estudios como los de su hermano, sus fondos estaban desesperadamente bajos. Al otro lado de la cafetería, la voz aguda volvió a alzarse sobre todo lo demás.

    —No lo sé, ¿no?

    —¿Tienes al menos un pasaporte actual? Al que le queden siete meses de vigencia.

    La pregunta era razonable, pero el rubio de belleza femenina parecía tener un problema con ella. Tenía la nariz afilada, los labios en un mohín perpetuo y el pelo teñido en un estilo casi mohicano, con ambos lados levantándose en una cresta desordenada en medio de la cabeza de adelante atrás, dándole el aspecto de una gallina de pelo claro.

    —¿Siete meses de qué?

    —De vigencia.

    —¿Qué?

    —¿Cuándo es la fecha de caducidad? ¿El día que se te acaba el pasaporte?

    —¿Cómo voy a saberlo?

    —Para poder viajar, te tienen que quedar al menos seis meses de pasaporte, además de un mes extra para cubrir las cuatro semanas que estaremos fuera. Lo expliqué todo en el anuncio. ¿Has traído el pasaporte como pedía?

    —No.

    —¿Por qué no?

    —Pues porque he traído una fotocopia, ¿no te parece? —dijo el rubio delgado, poniéndose a la defensiva. Kieran ya le hubiera dicho al mierdecilla que se fuera a paseo. El hombre parecía tener la paciencia de un profesor de parvulario.

    —¿Puedo verla?

    Casi a regañadientes, el rubio sacó un papel del bolsillo y lo tiró arrugado sobre la mesa. Con calma, el hombre alisó la hoja y estudió la información. Satisfecho, asintió una vez y escribió algo en la libreta.

    —¿Te mareas en los barcos?

    —¿Cómo voy a saberlo?

    Esa vez el hombre cerró los ojos con fuerza, se apretó el puente de la nariz, hizo una pausa y tomó una respiración profunda antes de seguir hablando.

    —Si vas a estar en un crucero durante catorce días, probablemente deberías considerar comprar medicación para el mareo, por si acaso. No hay nada peor que estar mareado en un barco en movimiento sin tener donde esconderte.

    —¿No puedo saltarme la parte del barco? Puedo encontrarme contigo en Bali.

    —El trabajo es para un acompañante para las vacaciones. Para todo el viaje. O vienes a todo, o a nada. ¿Sigues interesado o no?

    —Sí, supongo.

    Tan pronto como la entrevista terminó y el candidato salió de la cafetería contoneándose, Kieran decidió hacer su jugada. Sentándose en la silla que el rubio acababa de dejar libre, le dio al otro hombre (que estaba al teléfono) un susto. Aunque, en honor a la verdad, se recuperó con rapidez. Después de terminar la llamada miró a Kieran con una pregunta en los ojos, y él empezó a hablar antes de que el otro hombre tuviera oportunidad de hacerlo.

    —Me llamo Kieran. Kieran West. Sé que esto puede parecer poco heterodoxo, o incluso un poco presuntuoso, pero no he podido evitar oírle entrevistando a varias personas para un puesto de asistente personal. Solo me preguntaba si podría tenerme en consideración. Tengo un pasaporte de diez años al que le quedan nueve antes de caducar y puedo viajar en cualquier momento. —Eso no era del todo verdad. Tendría que hablar con su tutor, retrasar el siguiente módulo de su máster, y hablar

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