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¿Es Jesús realmente Dios?: Cómo la biblia enseña la divinidad de Cristo
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¿Es Jesús realmente Dios?: Cómo la biblia enseña la divinidad de Cristo
Libro electrónico147 páginas2 horas

¿Es Jesús realmente Dios?: Cómo la biblia enseña la divinidad de Cristo

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La pregunta sobre la divinidad de Jesús ha sido el epicentro de  discusiones teológicas desde el principio de la iglesia. En el concilio de Nicea en el 325 d.C., los padres de la iglesia afirmaron que Jesús el hijo de Dios es «el Dios verdadero del Dios verdadero». Hoy en día, credos como este son la guía de las iglesias a través del mundo y aun así existe confusión sobre quién es Jesús. Para algunos, Jesús es un profeta radical, nada más que un pie de página en la historia. Para otros, Jesús es el único Hijo de Dios, un Dios completo y un Hombre completo, el autor de la historia entrando en la historia. Lanier nos muestra usando el Antiguo y Nuevo Testamento por qué este último punto de vista es verdaderamente bíblico.

The question of Jesus’s divinity has been at the epicenter of theological discussion since the early church. At the Council of Nicea in AD 325, the church fathers affirmed that Jesus the Son of God is “true God from true God.” Today, creeds such as this are professed in churches across the world, and yet there remains confusion as to who Jesus is. To some, Jesus is a radical prophet―nothing more than a footnote in history. To others, Jesus is the only Son of God, fully God and fully man―the author of history entering history. Lanier shows from both the Old and New Testaments why the latter view is the truly biblical one.

 
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 jun 2021
ISBN9781087736518
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    ¿Es Jesús realmente Dios? - Gregory R. Lanier

    Dios.

    1

    La preexistencia

    Un Hijo eternamente vivo

    La estimada trilogía de ciencia ficción Volver al futuro explora lo que sería para alguien viajar en el tiempo e influir en sucesos pasados de tal manera que, con el tiempo, estos cambiaran su propio futuro cuando la persona ya hubiera nacido. Aunque se presentó principalmente como una comedia, el filme plantea preguntas intrigantes respecto a lo que significa «existir» —y darle forma a la realidad (como cuando Marty McFly rescata a su padre adolescente de un accidente automovilístico)— antes de existir. Aunque las películas se quedan penosamente cortas como analogías de la existencia eterna del Hijo de Dios, sí nos llevan a pensar en la dirección correcta.

    Uno de los prerrequisitos para una doctrina completa de la divinidad de Jesucristo es que Él existe eternamente en el pasado. Por definición, Dios no es un ser creado. No puede empezar a existir; Él existe, desde la eternidad pasada hacia la eternidad futura. Sin embargo, como vimos en la introducción, Jesucristo nació como un hombre. Para que sea divino, de alguna manera debe haber tenido también una existencia real y eterna, anterior a Su nacimiento humano a través de María. Esto es lo que se llama comúnmente preexistencia. Es decir, el Hijo de Dios estaba vivo y activo como un ser espiritual antes de hacerse carne en un momento particular del tiempo. No era apenas un destello en la mente de Dios, sino que era (y es, y siempre será) real.

    El objetivo de este capítulo es desentrañar las diversas maneras en las cuales la Escritura afirma la preexistencia real, activa y celestial del Hijo dentro de la Deidad. Aunque esta preexistencia se suele pasar por alto (tal vez debido a nuestra incapacidad de conceptualizarla o al énfasis exclusivo que se hace en algunos círculos en la cruz de Cristo), espero que este estudio la coloque en el radar del público general.

    Origen celestial

    Empezaré examinando de dónde proviene Jesús.⁹ Aunque los relatos de la infancia de Jesús que encontramos en ­Mateo y ­Lucas —y las puestas en escena navideñas a partir de ­entonces— dejan en claro este punto, durante Su ministerio, se cuestionó el lugar de nacimiento de Jesús. Algunas multitudes judías cuestionaban si el Mesías (gr. christos) vendría de Galilea, Belén o algún otro lugar (Juan 7:40-43).¹⁰ Sin embargo, Jesús desafió sus preconcepciones al revelar a varios oponentes (aunque de manera críptica en ese momento): «Yo soy el pan vivo que bajó del cielo» (6:51), y «Ustedes son de aquí abajo […]; yo soy de allá arriba» (8:23).

    No hace falta que miremos solo el Evangelio de Juan. Pablo, que escribió años antes de que se publicara el Evangelio de Juan, indica que los seguidores de Jesús aceptaron desde muy temprano Su propia visión de Su lugar de origen. En Romanos 10:6, Pablo pregunta: «¿Quién subirá al cielo? (es decir, para hacer bajar a Cristo)». En principio, esto podría referirse al reinado de Cristo en el cielo después de Su ascensión, pero también puede referirse a Su existencia original en el cielo. Encontramos una referencia más clara en un paralelo cercano (Ef. 4:9-10), donde Pablo describe cómo Jesús «descendió» desde alguna parte a la tierra, tan solo para reascender al cielo más tarde.

    Pero aun si estos pasajes son debatibles, Pablo afirma claramente en 1 Corintios 15:47 que el Hijo de Dios es «del cielo». No es de por aquí. Existía como una persona real, aunque sin un cuerpo físico, en los lugares celestiales. En Juan 3:31, Juan el Bautista (o tal vez Juan el apóstol, según si la cita termina en 3:30 o en 3:36) afirma esto declarando que Jesús es «el que viene de arriba» y «el que viene del cielo» (comp. 1:15). Aunque es cierto que Jesús nació físicamente en Belén y creció en Nazaret, viene desde antes y desde arriba. En realidad, proviene del cielo.

    Si todo esto es cierto, uno esperaría que hubiera indicaciones de Su hogar celestial anterior a Su nacimiento físico. Y esto es precisamente lo que encontramos en el Antiguo Testamento.

    Empecemos con la visión más famosa del Antiguo Testamento de la corte celestial de Dios: Isaías 6. El profeta Isaías ve «al Señor excelso y sublime, sentado en un trono», y Su «gloria» llena el templo celestial y la tierra (6:1-3). Después, Dios habla directamente a Isaías en 6:9-10, describiendo el rechazo que enfrentará el profeta en su ministerio. Siglos más tarde, Juan aplica este mismo texto al rechazo que Jesús mismo enfrenta en Su ministerio (Juan 12:40). Posteriormente , Juan explica que «esto lo dijo Isaías», refiriéndose a Isaías 6:9-10, el cual Juan acababa de citar, porque él (Isaías) «vio la gloria de Jesús y habló de él» (Juan 12:41). Entonces, ¿qué estaba diciendo Juan? Asombrosamente, la «gloria» que ve Isaías en la sala celestial del trono —la manifestación radiante e inefable de Dios mismo— es en realidad la «gloria» de Jesús. En otras palabras, Juan revela que Aquel que Isaías vislumbró en la sala del trono celestial era en realidad el Hijo preexistente de Dios en toda Su gloria. Esta es evidencia apostólica decisiva de que la manifestación celestial de Dios a un profeta del Antiguo Testamento fue en realidad la segunda persona del Dios trino.

    Si seguimos la pista de Isaías por medio de Juan, podemos examinar una segunda visión celestial importante del Antiguo Testamento: Ezequiel 1. En su vistazo a la sala del trono celestial, Ezequiel, sin aliento, intenta captar de la mejor manera posible lo que no puede captarse realmente con palabras; desde tronos hasta carruajes y seres angelicales. Guarda lo mejor para el final, cuando vuelve la mirada a la expansión sobre los cielos, donde hay «algo semejante a un trono» (1:26). Aquí, en el pináculo del cielo, está Dios mismo. Pero observa cómo describe Ezequiel lo que ve: «sobre lo que parecía un trono había una figura de aspecto humano» (1:26). Luego describe la fogosa apariencia física de esta figura de aspecto humano (1:27) y concluye: «Tal era el aspecto de la gloria del Señor» (1:28). Ezequiel se esfuerza por dejar en claro que no está viendo a Dios el Padre directamente, porque nadie puede ver a Dios y vivir (Ex. 33:20). Pero ¿qué está viendo? La apariencia de la gloria de Dios… ¡de aspecto humano! Es Dios pero en forma humana, reinando en el cielo. De manera enigmática, Juan usa algunos de estos descriptores de Ezequiel 1 para describir a Jesús en Apocalipsis (1:15; 2:18), aunque sin citar en forma directa. Parece probable que esta manifestación de aspecto humano de la gloria de Dios señale, una vez más, al Hijo

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