Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Hombre de Verdad
Hombre de Verdad
Hombre de Verdad
Libro electrónico303 páginas6 horas

Hombre de Verdad

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Enfrentar el laberinto de masculinidad de hoy, con sus imágenes confusas
que distorsionan la hombría, requiere valor y sabiduría. Edwin Louis Cole,
como mentor, amigo y padre espiritual, declara un modelo para la hombría
infalible, funcional y, no obstante, factible: la hombría semejante a Cristo.
Hombre de verdad desafía estereotipos insatisfactorios, sofoca la presión de
exigencias poco realistas, expone sustitutos baratos e imitaciones sórdidas
de verdadera hombría, mientras le da al hombre el poder que necesita para
obtener el espíritu y la convicción de ser un hombre de verdad.
Aprenda cómo:
• Maximizar su hombría.
• Descubrir la hombría de Jesucristo.
• Alcanzar y mantenerse en la cima.
• Determinar la dirección de su corazón.
• Lograr el cumplimiento de sus metas.
Hombre de verdad aborda la gama completa de la vida de un hombre:
Jesucristo supera la hombría sustituta y establece el estándar de la hombría
verdadera para ayudar a los hombres a ser verdaderos.
IdiomaEspañol
EditorialBookBaby
Fecha de lanzamiento27 abr 2021
ISBN9781948420198
Hombre de Verdad

Lee más de Ed Cole

Relacionado con Hombre de Verdad

Libros electrónicos relacionados

Cristianismo para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Hombre de Verdad

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Hombre de Verdad - Ed Cole

    autor

    PARTE 1

    EL LABERINTO DE LA MASCULINIDAD

    1

    LA CRISIS DE LA MASCULINIDAD

    Me encanta ser hombre.

    No me siento avergonzado, desconcertado, intimidado ni culpable por serlo. Pero sé que no soy lo que llegaré a ser. Soy lo que soy y soy más de lo que fui. Pero no soy todo el hombre que puedo ser.

    Hoy sé hacia dónde me dirijo con mi masculinidad. Por años vacilé en mis intentos de hombría, como consecuencia de que jamás me enseñaron cómo ser un hombre. A través de las luchas y dificultades, éxitos y recompensas, aprendí mucho de lo que realmente significa ser hombre. Ahora puedo decir que la vida ha sido maravillosa de muchas formas. Tengo una esposa a quien amo profundamente, hijos que han madurado con éxito, una carrera que, aunque errática en algunos aspectos, tiene ahora una influencia mundial para bien y para Dios.

    Muchas personas en todo el mundo reconocen la crisis actual en la hombría y están tratando de corregir esta falta básica de la sociedad. Empecemos con algunas cosas elementales.

    Un titular del periódico Boston Globe leía: Se buscan: Algunos hombres resueltos. El artículo empezaba con la pregunta ¿Qué anda mal en los Estados Unidos?. Y respondía: Pésimo liderazgo. No tan solo en el gobierno y la política, sino también en los negocios y en la fuerza laboral, en los servicios y la manufactura, en la educación y en otras grandes instituciones, también en los medios de comunicación masiva. ¹

    Cáustico y crítico, pero, ¿es verdad? La mayoría de los estadounidenses estarían de acuerdo. Tenemos una crisis en el liderazgo y en la productividad, pero esto brota básicamente de una crisis en la hombría. Nuestra hombría ha sido castrada, y eso ha esterilizado nuestra capacidad para reproducirnos.

    Estados Unidos no es el único país que sufre de tales problemas. Cientos de otras naciones han chocado de frente con una crisis actual en la hombría; hay docenas de problemas que confrontan a los hombres en todas las naciones bajo el sol. Por ejemplo:

    •La inflación desmedida de Sudamérica ha agotado la vitalidad de esos países, y crea en los ciudadanos un enfoque fatalista de la vida. Los jóvenes piensan que no tienen nada qué esperar, y se sienten impotentes ante el problema. La crisis que atraviesan no es simplemente económica; es también una crisis en la hombría.

    •La última vez que visité Inglaterra, un importante periódico reseñó que cinco millones de personas vivían en la indigencia. El artículo afirmaba que la presente generación de jóvenes no tenía ambición ni esperanzas; que estaban en las garras de una mentalidad de beneficencia pública.

    •En Italia, un informe dice que los jóvenes italianos admiran a los miembros de la mafia, más que a los líderes del gobierno, religiosos o de la industria. La segunda preferencia, después de los notorios criminales, son los artistas y las estrellas del espectáculo. El reportero concluía anotando que los jóvenes parecen carecer de la menor comprensión de los valores normales que sostienen a una sociedad productiva.

    •Cuando estuve en Alemania, sus ciudadanos me decían que su país era una nación sin padres, debido a la monumental pérdida de hombres durante la Segunda Guerra Mundial.

    •Por la misma razón a Rusia se le llama una nación sin abuelos. Después de la Segunda Guerra Mundial, solamente diecisiete de cada mil rusos regresaron de la batalla y solamente tres de aquellos diecisiete no estaban heridos o mutilados. ²

    •En Escocia, la depresión masculina está rampante.

    •En Australia y en América Central la mentalidad machista ha creado numerosos problemas en la industria y en las relaciones familiares. Los hombres sudafricanos todavía sufren por el terrible legado del apartheid.

    •Las Filipinas toleran una sociedad matriarcal que ha contribuido a una alta incidencia de homosexualidad entre los hombres.

    •Los informes de los nigerianos brutalizando flagrantemente a las mujeres ha creado una preocupación nacional y una situación embarazosa internacional.

    ¿Qué hace verdadero a un hombre?

    Las personas son motivadas por lo que piensan que es importante en este mundo, independientemente de que esa percepción sea cierta o no. La forma en que la Biblia lo dice es: Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él (Proverbios 23:7).³ Las percepciones de la hombría tomadas de los modelos y ejemplos de la sociedad –tanto buenos como malos– motivan a los hombres en patrones de conducta que son positivos y negativos. Estas percepciones dictadas por la sociedad distorsionan la verdadera hombría y crean confusión. Por ejemplo:

    •Las feministas la emprenden contra la masculinidad, creando una percepción de la palabra hombre , y exigen que se reemplacen los términos específicos de género con términos neutrales.

    •Los activistas de los derechos de los homosexuales están furiosos en contra de la heterosexualidad y desfilan exhibiendo cartelones que pregonan: Detesto a la gente heterosexual.

    •Las películas, la televisión y los programas de entretenimiento dan una percepción de que los hombres son o tontos chapuceros, o héroes supermachos. Existen pocos modelos de hombría que se ubican en algún lugar intermedio. Incluso los programas de televisión para la familia, muestran a hombres ineficaces que dependen de mujeres competentes para ayudarles en la vida.

    •Los libros y periódicos rutinariamente critican a los hombres por no pasar suficiente tiempo con la familia, por no hacer su parte de los quehaceres domésticos, por no ser sensibles a sus esposas... y la lista sigue de forma interminable.

    •Cuando los hombres van a su lugar de trabajo, se les aplican otras normas. Deben comportarse agresivamente, perfeccionando el arte de cerrar el trato, hacer la venta, crear el nuevo proyecto, ganar el contrato, negociar hasta el último centavo. Deben competir por medio de cualquier medio disponible, sea moral o no.

    Los hombres promedio han tratado de lidiar con estos mensajes conflictivos procurando complacer a todo el mundo. Han terminado castrando su identidad al convertirse en varones ineficaces y estériles. Difícilmente complacen a alguien y más bien se convierten en objetos desagradables. No es de sorprenderse que los hombres de hoy estén confusos en cuanto a la hombría.

    En conferencias, convenciones y programas de radio y televisión, en donde quiera que he ministrado a hombres, surge consistentemente una pregunta básica: ¿Qué es un hombre de verdad?

    ¿Debe un hombre ser como el actor John Wayne, la imagen de la hombría fanfarrona y recia del Hollywood de antaño: alto, fuerte, leal a los amigos y el terror de los enemigos, siempre saliendo a favor de lo recto (¡siempre sabiendo lo que es correcto!), atractivo a las mujeres, temido y respetado por otros hombres?

    ¿O debe un hombre ser como el actor Alan Alda o Phil Donahue, las respuestas de la televisión al movimiento feminista, con gran simpatía, emocional, sensible, inofensivo? ¿O deben los hombres regresar a la idea de un hombre del renacimiento? ¿O deben ser como Nelson Mandela, Michael Jackson, Arnold Schwarzenegger o Nolan Ryan?

    ¿Qué es un hombre de verdad? ¿Cómo es?

    Las respuestas surgen de todos los sectores: religión, filosofía, mitología, sociología, sicología, cultura pop, educación, gobierno; todo el mundo tiene una respuesta, pero no todas son correctas. ¿A dónde, entonces, debemos acudir?

    La respuesta a la crisis de la masculinidad es la misma dada para toda crisis mundial desde la creación del tiempo: la intervención de Dios Creador. En el caso de la identidad y función del varón, la respuesta se halla en Dios según se reveló a Sí mismo en la tierra, en la hombría de Jesucristo. Por medio de Jesús, Dios nos mostró a través del ejemplo, cómo vivir aquí en la tierra como verdaderos hombres. Dios reveló en forma física lo que ya había dicho: que Él creó al hombre a su imagen y para sus propósitos. Consecuentemente, la esencia de la verdadera hombría se halla, no en cómo el hombre se ve o lo que hace, sino en quien un hombre es.

    Pero esto nos lleva a otro problema con el cual los hombres han luchado ya por dos mil años. ¿Cómo nos acercamos a este Dios– Hombre, Jesucristo?

    ¿Cómo podemos siquiera empezar a emular la deidad de un Dios santo revelado en la tierra como hombre? Admito que todavía no tengo todas las respuestas. Pero sí he descubierto numerosas verdades que ahora enseño por todo el mundo, y puedo decirle que los resultados de aplicar estas verdades bordean en lo increíble.

    Hombría semejante a Cristo

    En cierta reunión en particular, más de dos mil hombres abarrotaron un auditorio en Boston. Muchos de los asistentes acogerían, con el correr del tiempo, los modelos y patrones que enseñé, los abrazarían, los enseñarían entonces a otros hombres, que a su vez enseñarían a otros y así la verdad se sigue extendiendo. Pero en ese día, mientras hablaba a los que se habían reunido, la revelación de quién es realmente Jesús y lo que hizo por nosotros como hombres, parecía perforar las mentes y los corazones de cada hombre presente. El peso de la verdad produjo un callado murmullo entre ellos quienes, después de varios minutos, prorrumpieron en una expresión entusiasta de alegría. Dejé de hablar para dar una oportunidad a los hombres que nunca antes se habían comprometido a llevar una hombría verdadera; pasaron al frente y manifestaron públicamente que lo hacían. A medida que cientos pasaban al frente, otros espontáneamente empezaron a gritar al unísono: ¡Jesús, Jesús, Jesús!.

    Mientras gritaban adquirieron una convicción que era casi palpable. Los hombres que un minuto antes habían tenido una percepción de la hombría surgida de una vida entera de películas, revistas y mentores impíos, de pronto se dieron cuenta de que la verdadera hombría significa realmente ser como Jesús, el único hombre que ha vivido exactamente como Dios lo creó para que viviera. Convencidos de su falta de hombría y de su pusilanimidad al seguir la corriente, los individuos empezaron a correr hacia la plataforma para desechar todos los vestigios de una vida equivocada de hombre: drogas, cigarrillos, cadenas, llaves de apartamentos de amiguitas, botellas de alcohol, boletos de lotería, manoplas.

    Aproximadamente quince minutos después, el escenario estaba repleto de símbolos de la hombría mundana. Entonces el ruido se aplacó y los hombres empezaron a cantar. ¡Qué música! Era como si se hubiera levantado el techo del edificio y los sonidos de un coro celestial de voces varoniles estuvieran descendiendo desde los pasillos del cielo.

    No había tambores que retumbaran, ni lugares apartados a donde acudir, sino allí mismo, en el corazón de Boston, en el mismo corazón de los Estados Unidos urbanos, los hombres estaban siendo libertados. ¡Eran libres para ser hombres!

    No hay gozo o plenitud más grande para un hombre que ser llevado al nivel de la hombría de Cristo: la hombría verdadera.

    Ese fue apenas un día en las vidas de aquellos hombres. ¿Qué harían después? Sé por experiencia y por medio de las miles de cartas que recibo, que los hombres que captan lo que es la verdadera hombría y empiezan a andar según esa percepción, comprometiéndose a llegar a ser verdaderos hombres cada día, ven un cambio consistente y dramático en sus vidas desde el mismo momento en que se comprometen.

    La hombría verdadera no puede hallarse en un simple momento de explosión emocional. Tampoco se halla en la imagen de la fuerza física y el atractivo. Tampoco en la personalidad, talento, inteligencia, desempeño o profesión. La verdadera hombría se encuentra dentro del corazón del hombre, el hombre interior, su carácter moral; el hombre de verdad que trasciende más allá de los artificios externos que ve el resto del mundo.

    Los hombres no pueden madurar y distinguirse moralmente solamente como un conocimiento mental o una catarsis emocional, sino que deben estar progresando constantemente, purificándose, cambiando las partes más profundas de su ser. Estos elementos internos crean la verdadera calidad en todas las partes de su vida, no en el exterior del producto, sino en el interior; no el pulimento de un parachoques cromado, sino el rápido ronronear de un motor bien afinado; no el talento de un estadio, sino la ciudadanía e integridad cuando se apagan los reflectores. La calidad del hombre interior hace verdadero a un hombre.

    Me encontraba pastoreando una iglesia en San Bruno, California, justo después de la Segunda Guerra Mundial, cuando comencé a aprender lo que es verdaderamente un hombre. Los niños nacían en cantidades explosivas, los que habían sido soldados estaban regresando a sus carreras, los suburbios surgían y las congregaciones rápidamente construyeron y ampliaron sus templos para acomodar a todo el mundo.

    Cuando Nancy y yo aceptamos el llamado de la iglesia al ministerio, en la propiedad se erigía solamente la armazón inconclusa de un edificio. Las paredes estaban desnudas, había un piso de concreto y adentro, unos bancos viejos de madera. Tratamos de remodelar el edifico mediante esfuerzo voluntario, pequeñas cantidades de dinero y materiales donados o usados. La mayoría de los voluntarios eran solamente eso. Tenían muy poca o ninguna experiencia en construcción, pero querían dar de su tiempo. Científicos pintaron molduras, profesores colocaron baldosas, predicadores movieron andamios, amas de casa clavaron las planchas de madera... Todo el mundo trabajó duro.

    Sin embargo, sí teníamos unos pocos genuinos hombres hábiles. Uno de ellos era Paul, un contratista, carpintero y artesano de la más alta calidad. Su trabajo en madera tenía gran demanda en San Francisco. Durante la semana construía casas de calidad (¡y a un alto precio!), pero invertía sus sábados ayudándonos a terminar el edificio.

    La tarea final de Paul fue colocar el revestimiento de madera artificial en la pared que estaba directamente detrás del púlpito, en el santuario. A medida que avanzaba en su trabajo, el resto de nosotros nos quedamos estupefactos por la diferencia que hizo su exquisito trabajo en nuestro edificio. Estábamos orgullosos, entusiasmados, de que él hubiera venido a ayudarnos, y ansiosos por contar a todo el mundo sus logros. Por eso, para mí fue un choque cuando el día en que Paul concluyó me llevó a un lado y me pidió que no le dijera a nadie que él había hecho el trabajo en la madera.

    ¿Por qué, Paul?, le pregunté. ¡Usted ha trabajado muy duro y ha logrado hacer esto tan maravilloso para nosotros! Quiero decirle a todo el mundo que ha hecho un gran trabajo.

    Por favor, no, insistió él. Le mostraré el porqué.

    Procedió a mostrarme los lugares donde el hilo de la madera no coordinaba exactamente, donde las junturas no habían encajado a la perfección y los sitios en que habían un desnivel de una fracción de pulgada, cosas que yo jamás hubiera notado si él no me las hubiera mostrado.

    Estoy muy contento por haber ayudado, me dijo. Sin embargo, este trabajo realmente no está a la altura de mis normas y preferiría que la gente no supiera que yo lo hice. Entonces él me dio el golpe de gracia. Yo pude haber hecho un mejor trabajo si los materiales que usamos hubieran sido de mejor calidad.

    Nunca olvidé esa lección: La calidad del producto depende de la calidad de los materiales que se usan.

    Su corolario también es verdad: Mientras más barata la mercadería, más brilla su lustre. Cuando la calidad del material es inferior, se necesita un acabado muy brillante para poder camuflar el producto verdadero.

    Los muebles hechos con madera de calidad, generalmente tienen solamente un poco de pulimento para bruñir y hacer resaltar la excelencia del mueble. Sin embargo, a los muebles que se fabrican de maderas inferiores, generalmente se les aplican capas y capas de laca o pintura, para darles brillo suficiente para esconder la calidad pobre.

    Los cuchillos de acero templado y un mango de hueso, usualmente no tienen en la hoja nada más que el sello estampado que designa el grado de temple del acero, y el hueso se usa en su estado natural. Sin embargo, los cuchillos de plástico y acero barato tienen a menudo bastante cromo en la hoja, y la pintura del mango les da un brillo que esconde la baja calidad. Mientras más barata sea la mercadería, más alto es el brillo.

    Es cierto en los muebles.

    Es cierto en los cuchillos

    Es cierto en las mujeres...

    Las prostitutas se adornan con accesorios brillantes para ocultar la miseria de su carácter. Se ponen encima capas de maquillaje, vestidos, automóviles, joyas, mucho brillo para mercadería barata.

    ...Y cierto en los hombres.

    Artistas del engaño, sea en el ghetto o en el salón de la junta ejecutiva, se muestran muy lustrosos y sofisticados, tratando de impresionar a las personas mediante apariencias externas, para disfrazar sus prácticas fraudulentas.

    Un hombre de carácter bajo siempre trata de asociarse con personas de gran talento o carácter, y ganar identidad a base de de ellos o de controlarlos. Él absorbe vicariamente la identidad de otros, para compensar su propia falta de integridad. Puesto que su nombre no es digno de confianza, siempre anda mencionando nombres de personas de prestigio.

    En contraste, la calidad del material que se usa para llegar a ser un hombre de verdad resulta en alta calidad. Se puede confiar en la fuerza de carácter de un hombre verdadero. No defrauda a otros por dinero, reconocimiento, ni siquiera el respeto de su familia. Es real en todas las áreas de la vida, en cada faceta de su ser.

    Hombría de calidad

    Todo hombre está limitado en la vida por tres cosas:

    1. el conocimiento de su propia mente

    2. el valor de su propio carácter

    3. los principios sobre los cuales edifica su propia vida ³ .

    Estas cosas forman al hombre desde adentro, para bien o para mal. Definen la calidad de su vida. La calidad siempre es interna, nunca externa.

    La calidad de las naciones depende del carácter moral de su pueblo y de los principios sobre los cuales ellos edifican individualmente sus vidas. La verdad de esto brilla claramente en la historia de Israel. Ellos atravesaron una crisis de liderazgo y hombría que es paralela a la nuestra hoy día.

    Durante el período de los jueces, Gedeón gobernó a Israel por una temporada. Murió dejando setenta hijos. Uno de ellos se llamaba Jotam (ver Jueces 9:7-15). Los líderes del pueblo coronaron como rey a Abimelec, medio hermano de Jotam, y le permitieron que matara a todos sus hermanos para asegurarse el reino. Solamente Jotam escapó. Después de la masacre, Jotam se paró a una distancia prudente y pronunció la parábola de los árboles y la zarza como una acusación en contra del pueblo. En la parábola, el olivo, la higuera y la vid rehúsan ser reyes sobre los árboles, debido a que están contentas con sus vidas privadas. De modo que los árboles le pidieron a la zarza que fuera rey. La zarza aceptó, pero con exigencias arrogantes que excedían grandemente su valor. Dijo que los demás árboles debían humillarse y postrarse ante ella, o de lo contrario saldría fuego y los consumiría.

    Jotam usó esta parábola para profetizar cómo Abimelec y sus auxiliares, que serían los líderes de la nación, llegarían a ser sus enemigos debido a que les faltaban las cualidades necesarias para dirigir. Esta historia ilustra cómo los que podían ser líderes calificados rehusaron el servicio público debido a que estaban contentos con sus riquezas y posiciones, y querían retenerlas. Incluso hoy encontramos hombres de alto calibre que no quieren servir en posiciones públicas. En consecuencia, los hombres vanos y ambiciosos llenan el vacío de liderazgo, y arrogantemente exigen demasiado del pueblo al cual deberían servir. El problema de la zarza ha existido en toda sociedad, inclusive en la nuestra.

    En los Estados Unidos algunos líderes se embriagan públicamente, son acusados de actos inmorales o ilícitos, de fraude y malversación de fondos, y todavía argumentan que nadie tiene por qué meterse en sus vidas privadas.

    La verdad es que lo que un hombre es en privado, lo que cree, practica y ha integrado a su carácter, determina las acciones y decisiones que toma en público. No solamente los políticos, sino también algunos ministros, necesitan corregir esta manera errónea de pensar.

    La filosofía privada determina el desempeño público.

    No todo hombre con carácter e integridad tiene el llamamiento o la capacidad para servir en una función pública, pero aquellos que lo tienen deben considerar cuidadosamente la necesidad, en lugar de descartar frívolamente la idea. El mundo depende de ellos.

    Uno de los hombres más sabios que he conocido me enseñó una gran lección acerca de la importancia de edificar un buen carácter. Cuando yo era joven, apenas empezando en el ministerio, el Rvdo. W. T. Gaston, un anciano pastor grandemente admirado, me ayudó en una visita a una mujer muy acomodada. Se nos dijo que ella tal vez se inclinaría a dar un apreciable donativo para una causa de benevolencia por la cual estábamos trabajando.

    Encontramos a la ricacha y obesa mujer, sentada en una mecedora en la sala de su confortable residencia y rodeada de sus muchos gatos que gozaban de toda libertad en el lugar. Al hablar con ella nos dimos cuenta de que vivía una existencia miserable, consumida por su preocupación personal por su dinero y sus gatos. No tenía ninguna intención de dar dinero para benevolencia y nos hizo saber en forma inequívoca que su dinero sería donado en herencia para sus gatos.

    ¿Qué saca en claro de todo esto?, le pregunté al Rvdo. Gaston cuando nos alejamos.

    Pues bien, hijo, respondió mi amigo pastor. Cuando el encanto desaparece, todo lo que queda es el carácter.

    El encanto es por el instante; el carácter es constante.

    El encanto tiene que ver con lo externo, el carácter con lo interno. Los modales encantadores que disfrazan a un carácter pobre, algún día se desvanecerán revelando la verdad subyacente.

    Un problema que contribuye a la crisis en los hombres de hoy es el sistema de recompensas que se ofrecen por presentar un gran exterior. La sicología cultural actual aconseja: Preséntate bien y recibirás la recompensa, sin importar tu carácter (al menos por un tiempo).

    Los atletas profesionales problemáticos se pasearon su vida estudiantil siendo alabados, compensados y premiados por su talento, no por su personalidad. Una vez que se hallan en el mundo de alta presión de los deportes profesionales, no tienen la fortaleza interior necesaria para resistir las adversidades, las posesiones y las tentaciones a las que se enfrentan. Usan drogas, alcohol, juegos de azar, violencia y sexo, tratando de escapar, de encontrar consuelo, fortalecimiento y alivio de las tensiones y las ansiedades. Muchos terminan siendo adictos y algunos incluso son expulsados del deporte que tanto aman. En contraste recordamos a muchos grandes atletas de todos los tiempos debido a su caridad, civismo e integridad.

    La fama puede venir en un momento, pero la grandeza viene con la longevidad. Hablé sobre este tema en la capilla de una Liga Nacional de Fútbol. El entrenador principal lo mencionó a la prensa al día siguiente y su cita fue transmitida por la prensa asociada. Un año más tarde un locutor deportivo la repitió por televisión. Lo recordaban y lo repetían porque reconocían su validez en el mundo de los deportes. Es verdad en todo sentido. La grandeza viene con el transcurso del tiempo. Aquellos que quieren llegar a ser verdaderamente hombres edifican, no sobre lo que puedan ganar en el momento, sino sobre lo que les beneficiará toda

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1