El hombre que pudo reinar
Por Rudyard Kipling
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Rudyard Kipling
Rudyard Kipling was born in India in 1865. After intermittently moving between India and England during his early life, he settled in the latter in 1889, published his novel The Light That Failed in 1891 and married Caroline (Carrie) Balestier the following year. They returned to her home in Brattleboro, Vermont, where Kipling wrote both The Jungle Book and its sequel, as well as Captains Courageous. He continued to write prolifically and was the first Englishman to receive the Nobel Prize for Literature in 1907 but his later years were darkened by the death of his son John at the Battle of Loos in 1915. He died in 1936.
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El hombre que pudo reinar - Rudyard Kipling
Saga
El hombre que pudo reinar
Original title: The Man Who Would Be King
Original language: English
Copyright © 1888, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726672367
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
La Ley, tal y como está formulada, establece una conducta vital justa, algo que no es sencillo mantener. He sido compañero de un mendigo una y otra vez, en circunstancias que impedían que ninguno de los dos supiéramos si el otro lo merecía. Todavía he de ser hermano de un príncipe, si bien una vez estuve próximo a establecer una relación de amistad con alguien que podría haber sido un verdadero rey y me prometieron la instauración de un reino: ejército, juzgados, impuestos y policía, todo incluido. Sin embargo, hoy, mucho me temo que mi rey esté muerto y que si deseo una corona deberé ir a buscarla yo mismo.
Todo comenzó en un vagón de tren que se dirigía a Mhow desde Ajmer. Se había producido un déficit presupuestario que me obligó a viajar no ya en segunda clase, que sólo es ligeramente menos distinguida que la primera, sino en intermedia, algo verdaderamente terrible. No hay cojines en la clase intermedia y la población es bien intermedia; es decir, euroasiática o bien nativa, lo cual para un largo viaje nocturno es desagradable; mención aparte merecen los haraganes, divertidos pero enloquecedores. Los usuarios de la clase intermedia no frecuentan los vagones cafetería; portan sus alimentos en fardos y cacerolas, compran dulces a los vendedores nativos de golosinas y beben el agua de las fuentes junto a las vías. Es por esto por lo que en la temporada de calor los intermedios acaban saliendo de los vagones en ataúd y, sea cual sea la climatología, se les observa, motivos hay, con desdén.
Mi vagón intermedio resultó ir vacío hasta que alcancé Nasirabad, cuando entró en mangas de camisa un gigantesco caballero de oscuras cejas y, siguiendo la costumbre de los intermedios, comenzó a charlar conmigo. Era un viajero y un vagabundo como yo mismo, aunque con un educado paladar para el whisky. Contaba historias sobre cosas que había visto y hecho, de los rincones recónditos del Imperio en los que había penetrado y de aventuras en las que arriesgaba su vida por comida para un par de días.
—Si la India estuviera llena de hombres como usted y como yo, que desconocen en igual medida que los cuervos dónde conseguirán su sustento para el día siguiente, no serían setenta millones los impuestos que esta tierra estaría pagando: serían setecientos —pronunció.
Observando su boca y su mentón, me sentí inclinado a mostrarme de acuerdo.
Charlamos sobre política (la política de la vagancia, que analiza las cosas desde su reverso, en el que la madera y el yeso no están pulidos) y comentamos el funcionamiento del servicio postal, debido a que mi amigo quería enviar un telegrama desde la siguiente estación a Ajmer, que ejerce de conexión entre la línea de Bombay y la de Mhow en los desplazamientos hacia el oeste. Mi amigo no tenía más capital que ocho exiguos annas, los cuales deseaba destinar a la cena, mientras que yo no contaba con dinero en absoluto a causa de las complicaciones presupuestarias mencionadas anteriormente. A todo esto se sumaba que yo me dirigía a una zona agreste en la que, si bien volvería a entablar contacto con el Tesoro, no existían oficinas de telégrafos. Me era, por tanto, imposible auxiliarlo en modo alguno.
—Podemos amenazar a un jefe de estación y obligarlo a que envíe el mensaje a crédito —propuso mi amigo—, pero esto significaría un interrogatorio sobre ambos y ando bastante ocupado estos días. ¿Dijo que regresará por esta misma línea en unos días?
—En diez días —respondí.
—¿No pueden ser ocho? Se trata de una cuestión bastante urgente.
—Puedo enviar su telegrama dentro de diez días, si eso le es de utilidad — propuse.
—No puedo confiar en que el cable le llegue, ahora que lo pienso. La situación es esta: saldrá de Delhi para Bombay el día 23. Eso significa que atravesará Ajmer en