Huellas en el Viento. Buenas Noticias II
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Las águilas vuelan y dejan unos surcos tan profundos que sólo pueden observarlos aquellos que –vienen, detrás en el tiempo–, preparados para, como ellas, volar alto–, son capaces de ver esas huellas que están ocultas al común de los mortales. Solo los que se atreven a subir a las cumbres pueden descubrirlas. Solo los que son capaces de tomarlas y seguirlas inician su propio sendero. Estas huellas no se imitan, no se repiten. Cuando las ves solo te sirven para ir paso a paso, día a día y abres tu propio camino, también inimitable e irrepetible.
Aquí y Ahora están volando muchas águilas que muestran la Verdad (Esto), pero no dejan huellas que puedan seguirse, pero su presencia se nota, es innegable.
Los y las águilas dejan Huellas en el Viento. Imposible borrarlas, no se pueden destruir.
Si quieres conocerlas, ¡adelante!, ¡sigue leyendo!
Gumersindo Meiriño Fernández, Sr
Nací en una pequeña aldea, llamada Oseira (Orense, España), a unos doscientos metros del conocido Monasterio Cisterciense.Después de la Secundaria estudié ética, filosofía y teología, en Ourense, en el Instituto Teológico Divino Maestro.En 1991 me ordené sacerdote católico, como tal y como profesor de filosofía y teología trabajé en España, Ecuador y Argentina.Me recibí como licenciado en Ciencias Sagradas (año 1991) luego como Licenciado en Teología, y más como Doctor en Teología por la Universidad de Navarra (1996).En el año 2006 me casé con María Benetti. Aunque vivo en España, paso varios meses en América y viajando.Soy misionero, escritor, creador del Método de Coaching DAR y asisto como catedrático a distintos Congresos Internacionales.He respirado durante estos años el espíritu de Francisco de Asís, de amor a la naturaleza, a la vida sencilla y a reconocer la parte espiritual en cada detalle de la Vida.Los viajes por distintos lugares del mundo (entre ellos los relacionados con el hinduismo y el budismo, la cultura inca, la celta, la tolteca, la maya, la musulmana...) interactuando con distintas culturas, religiones, formas de pensar, me han ayudado descubrir nuevos aspectos de la Vida Humana.He trabajado en la teología del método de terapia espiritual Reiki Crístico y de la del método de Meditación Trascendental, Camino a lo Sagrado.He escrito varios libros: Huellas en el Viento, El despertar espiritual, Llamando a las puertas del cielo, libro de oraciones, Dios y la Belleza, Leer el Evangelio con ojos nuevos, Conversaciones en el convento, De la angustia a la paz, De las tinieblas a la luz, La ventana abierta, Los sueños se hacen realidad, El misterio de los salmos, De empresario a santo, con el P. José Isorna OFM, el de auto ayuda, Buenas Noticias del Padre Gumer; y Reiki Crístico, escrito en colaboración con mi esposa, María Benetti Meiriño.
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Huellas en el Viento. Buenas Noticias II - Gumersindo Meiriño Fernández, Sr
El mejor tesoro
En Asís: de dos en dos
Con Emilio, más que diálogos
Y ahora…, ¿qué? La Flecha Amarilla
En los detalles está la diferencia
Tomás de India y de Argentina
La página en blanco
Basta con una rosa
Gladys, se despide
Aprende, comparte, enseña
Ivonne, siempre en positivo
José sin distancias
Desde Santa Ana escrito en el Viento
Desde lo Alto
Mi hijo se llamará Zadquiel
La novedad permanente
Mujeres en situaciones límite
El grano de cacao
Basilio
El hombre de DAREK-NYUMBA
El tío Miguel
Un coach para el siglo XXI
Tres escaladores en los Pirineos
Brujas y akelarre en Zugarramurdi
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El cajón de la abuela
Ayúdame a descansar
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¡Papá trabaja en un avión!
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Del silencio y Montecassino
Las condiciones del P. Isorna
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El hombre que me llevó a América
Desde el Cerro del Cubilete (México)
En la laguna de Ibarra (Ecuador)
Coca o Cocaína
Aguas Calientes
Las coincidencias de Juan y el P. Isorna
Hace frío en Varanasi
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Tres formas para salir de la crisis
La fe mueve montañas
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La renuncia y la sabiduría
En Santiago: la Belleza de dos encuentros
Una persona, más allá del personaje
El ciprés del P. Isorna
¡Hasta luego, P. Pablo Ferreyra!
El suizo alegre
Se llama Ferny: Sembrar paz
Encuentra a tu Gurú
La voz que guía Findhorn
Los tres puentes de Edimburgo
Hildegarda de Bingen. Aprendiendo la misión
Un té y un test con Babaji
Carmencita
El niño no quiere crecer
Armagh
El santo de las tres manos
Los baños de la luna llena
Los cambios
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El peregrino de las fotos
Así funciona
el buen Karma
Hildegard, una mujer del siglo XII
M. Victoria, brinco de Dios
Desprendimiento en El Calafate
El santo
del diálogo interreligioso
Jesús, el hombre mindfulness
¡Por algo será!
¡Buen Camino!
Los tres principios o la silla de Hugo
Don Gino, el cavador de zanjas
Paciencia y Alegría
Gracias, Padre, veo que todavía me quieres
Epílogo
Presentación
Durante un tiempo he escrito artículos relacionados con personas de la historia.
Algunas de ellas son famosas, importantes, conocidas. Ellas han dejado huellas profundas. Tan profundas que pasan los años, los siglos y siguen presentes –nunca mejor dicho– en el día a día de los habitantes que navegamos por el siglo XXI.
Otras, –sería el segundo grupo que me atrevo a presentarte en este libro– son amigos, conocidos, personas cercanas o lejanas en el espacio, con las que he tenido algún contacto, a veces ocasional, pero siempre profundo. Guardo en el corazón huellas que no se borran fácilmente porque, –ya lo vas a descubrir por ti mismo– dejan surcos en el viento.
A otros, no los he conocido personalmente. Solo sé de las huellas que dejaron por lo que me cuentan o de alguna noticia concreta y verídica.
Y, por último, también escribo sobre los lugares, o sobre situaciones determinadas que, llevan en sus muros o en las energías que los rodean vientos con semillas que son alimento todavía hoy.
Estas son las principales fuentes.
Los primeros, los famosos en la historia, son los que han dejado señales luminosas a lo largo del Camino. Flechas amarillas, –como las que señalan el Camino de Santiago – (se entenderá mejor leyendo el artículo que lleva por título y, Y ahora…, ¿qué? La Flecha Amarilla). Son Benito de Nursia, Ignacio de Loyola, Francisco de Asís, Sebastián de Aparicio, Tomás apóstol, entre los más conocidos.
Los otros. Sabios, maestros que la Vida me ha puesto al lado y han sido guías luminosos para mi peregrinar. Muchos ya se han ido a las otras dimensiones: P. Taché, P Emilio Galindo, P. José Isorna, P. Oviedo, Baba Shibananda (si vas a Un té y un test con Babaji, se entenderá mejor el significado de estos protagonistas-testimonio que aparecen en el libro); algunos son personas conocidas o desconocidas de las que me contaban anécdotas curiosas que dejaban enseñanzas profundas: el caso del artículo El tío Miguel o el de ¡Papá trabaja en un avión!, por ejemplo.
Luego hay lugares como Armagh, Asís, Edimburgo, entre otros.
Todos, a su manera, dejaron huellas.
Algunos dejan huellas en el desierto. Se borran pronto.
Otros en el barro, se disipan en seguida.
Otros en el cemento, duran cierto tiempo.
Otros en la política, se alargan durante años.
Otros en el deporte, vanidad de vanidades
.
Otros en la cultura, perduran siglos.
Otros, en el viento, son las que nunca se borran.
Las huellas en el viento son susurros silenciosos que llegan al oído del corazón. Son el suave viento de la sabiduría que penetran en tu ser. No solo los escuchas sino que los sientes en cada una de tus células, te invaden dulcemente y penetran hasta lo más profundo de tu esencia …
Son huellas que no se ven, solo se perciben.
Son huellas que no se escuchan, solo se aprecian.
Son huellas que no se tocan sino que se sienten.
Son huellas que la "sola- mente" no entiende.
Son huellas que solo distingue el que tiene el corazón abierto.
Son Huellas en el Viento.
Las Huellas en el Viento solo son capaces de dejarlas ciertos seres que vuelan alto. Seres como las águilas (si quieres conocer un águila en el artículo Desde lo Alto, hablamos de una de ellas).
Algunos seres humanos van dejando pisadas que otros pueden seguir. Más o menos, las copian e intentan imitarlas. Hay otras que son como huellas de los pájaros volando en el cielo, no dejan rastro. Otros son sabios, seres especiales que dejan huellas de Luz. A estos últimos les llamo águilas. Vuelan más alto, miran la existencia con un mayor ángulo y más perspectiva, no se embarran con lo lodazales, respiran aire más puro, parece que su rastro es invisible. No es así.
Las águilas vuelan y dejan unos surcos tan profundos que sólo pueden observarlos aquellos que vienen, –detrás en el tiempo–, preparados para, como ellas, volar alto, y son capaces de ver esas huellas que están ocultas al común de los mortales. Solo los que se atreven a subir a las cumbres pueden descubrirlas. Solo los que son capaces de tomarlas y seguirlas inician su propio sendero. Estas huellas no se imitan, no se repiten. Cuando las ves solo te sirven para ir paso a paso, día a día y abres tu propio camino, también inimitable e irrepetible.
Aquí y Ahora están volando muchas águilas que muestran la Verdad (Esto), pero no dejan huellas que puedan seguirse, pero su presencia se nota, es innegable.
Los y las águilas dejan Huellas en el Viento. Imposible borrarlas, no se pueden destruir.
Si quieres conocerlas, ¡adelante!, ¡sigue leyendo!
NB Sugerencia para leer este libro. Son artículos distintos, cuya única relación es que, "dejan huellas en el viento". Son relatos cortos. No es necesario leerlos seguidos. Ni tampoco en orden. Si haces clic, en los títulos del índice, cada uno de ellos te lleva al artículo correspondiente.
Sería recomendable leerlos de uno en uno y darse un tiempo para saborearlos, antes de pasar al siguiente,… o quizás no…, con libertad. Hagas como lo hagas, –de forma rápida o de manera meditativa–, es posible que dejen algo en tu corazón.
¡Paz y Alegría!
Las relaciones
Sin querer nos invade la publicidad. Sí, nos asedia.
Y así, "sin querer queriendo", leo una publicidad en mi correo electrónico, que anuncia ¿quieres una relación sin compromiso? Y casi me caigo de espalda, –como el famoso condorito–, porque, me pregunto, ¿es posible una relación sin compromiso?
En los pueblos pequeños –en los que me crié y en la mayoría de los que trabajé–, se entiende fácilmente esto de que no puede haber relación sin compromiso, por el mero hecho de que todos se conocen y el encontrarse por la calle es obligado un saludo, una palabra, un gesto. Esto, indudablemente, se ha perdido en las grandes ciudades donde puedes pasar delante de miles de personas al día y, a la mayoría, ni les diriges la palabra, ni tan siquiera las ves. Cada uno va a lo suyo.
El solo saludo hace que te comprometas.
Si alguien te dice buenos días con una sonrisa te sientes obligado a responder y lo agradeces. Si alguien te pisa en la calle, sin querer, se disculpa, tú la aceptas. Si te encuentras con una persona de frente y levantas la vista y la miras, ya es un interrogante para ti. No somos islas, todos estamos implicados, unidos, relacionados de una forma especial. Pertenecemos a una gran familia, la familia de los seres humanos, de las personas que aspiramos a unas metas comunes, soñamos con realidades semejantes y encontramos parecidas dificultades.
La persona se humaniza, –en este sentido–, en la medida que se relaciona con las otras personas. Si lo hace de forma educada y adecuada, amorosa y comprometida evoluciona. Por el contrario, si la relación no es adecuada ni educada –sin compromiso– empiezan los problemas de evolución y adaptación a la existencia, creándose problemas a nivel mental. En este caso se termina pidiendo ayuda profesional, al psicólogo, al psiquiatra. al sacerdote o a otros terapeutas.
Las relaciones sociales, las relaciones humanas son las que nos indican en qué grado de madurez me encuentro, en qué medida soy feliz, cómo tengo que enfocar mi existencia.
Vamos en la misma barca y el destino, del que va a mi lado, me implica, va conmigo de la mano.
Siguen siendo actuales las palabras del famoso poeta del siglo diecisiete "Nadie es una isla que vive por sus propias fuerzas, ningún ego es un continente, ni un planeta autosuficiente. (…) Habitante de la tierra, la muerte de toda criatura te disminuye. Por eso, cuando alguien muere, no preguntes por quién doblan las campanas de la extinción, doblan por ti."
Por eso querido amigo, –sin querer queriendo
– todos influimos en todos y tu felicidad, tu dicha, depende, en alguna medida de la calidad de los encuentros con las demás personas, de tu compromiso con ellas, en definitiva, de algo sumamente importante como las relaciones.
Marcelo responde a este artículo: ¡¡Jallalla!! Gracias por mantener encendida la chispa de las interrelaciones, para dar paso a la llama de la amistad.
Como siempre cada uno de los artículos nos ayudan a pensar y analizar… ¿en dónde estoy?, ¿qué rumbo estoy tomando?, ¿será el correcto?, ¿qué hago por mí? ¿y por los demás? Como bien describes, "… soñamos con realidades semejantes y encontramos parecidas dificultades…" ¡¡Éxitos!!! ¡Gracias!
Respuesta: Mi querido Marcelo, ¡Jallalla!, la amistad es un tesoro del cual deberíamos dar gracias todos los días. ¡Añay (Gracias), por tu amistad!
El mejor tesoro
Como dice el refranero popular "la vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida. Una de ellas fue enterarme, –tomando un café en el zócalo de Puebla de los Ángeles (México)– de que hay personas que se dedican a descubrir y desenterrar tesoros. No estoy pensando en la leyenda de
el Dorado tan famosa, si no en que, algunas personas que hoy, siglo XXI de nuestra era, viven y comen de investigar dónde están aquellas monedas y tesoros que los antiguos han colocado bajo tierra, en las casas, en los terrenos. Y no sólo personas, si no que han inventado unos aparatos especiales para captar los tesoros antiguos y, que, –dice el mexicano, que cortésmente cuenta su experiencia–,
no son nada baratos".
Dejando de lado estos tesoros de platas, joyas, oros, monedas y demás que los antiguos han escondido en los más recónditos lugares, pienso que hay un tesoro que está a nuestro alcance, al lado, sin necesidad de "especialistas ni
aparatos que nos muestren dónde encontrarlo y que, sin embargo, a veces, descuidamos y enterramos en el mundo del olvido. Se trata del tesoro de la amistad. Otra vez recurro al refranero popular que dice,
quien encuentra un amigo, encuentra un tesoro,
el mejor tesoro es un amigo,
la amistad es un tesoro que Dios regala"…
Llevo unos días en México, un país maravilloso, místico, acogedor y alegre. Visitamos León, Silao, Guanajuato, Campeche, Ciudad del Carmen, Mérida, Cancún, Isla Mujeres, México DF, las culturas mayas de Chichén Itzá, Teotihuacán…, y, ¡cómo no!, Puebla de Zaragoza, la querida Ciudad de los Ángeles.
¡No puedo encontrar mejor testimonio! Estos días, entre amigos, dejó patente que los mejores tesoros no son el oro ni la plata si no la verdadera amistad y que "el que más da, más recibe". Y lo digo no por los bienes materiales que se pueden compartir y dar, si no por el cariño, la amabilidad, el afecto… ¡cuánto más damos más recibimos! Y, en este sentido, soy multimillonario porque hemos recibido el cariño y la atención, de nuestros queridos amigos de Puebla y de México, a raudales.
Como