El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha: resumen en español moderno
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Publicado en 1605, durante el Siglo de Oro (como llaman al Renacimiento español), «El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha» rompió el esquema del relato árabe representado en «Las mil y una noches» donde una historia principal solo servía como hilo narrador para introducir otros cuentos; este es el esquema de otras obras renacentistas, como «El Decamerón» de Bocaccio y «Los cuentos de Cantebury» de Chauccer. Ya fuera a propósito, o no, Cervantes creó la primea novela de la historia: una obra en prosa que llega lentamente al nudo y que desarrolla a fondo el contexto y los personajes. La obra aquí resumida no solo destaca por lo anterior, sino también por ser el último gran libro de caballería (y a su vez su parodia), por incluir la primera gran crítica literaria en español y, sobre todo, por la universalidad de sus magistrales personajes.
La colección Síntesis consiste en resúmenes del canon literario clásico adaptados para la mejor comprensión de los lectores del siglo XXI. Cada libro de la colección incluye una evaluación en línea para el lector y una evaluación de comprensión lectora descargable para el docente; dicha evaluación aborda las competencias interpretativa, argumentativa y propositiva.
Stephanie Burckhard
Stephanie Burckhard. Ciudad de Guatemala, 1987. Socióloga y escritora enfocada en temas digitales y producción de conocimiento. Ha publicado libros de preescolar, juveniles y adaptaciones. Imparte talleres y eventos de escritura creativa, creación de clubes de lectura y fanzines. Su proyecto Lectorante obtuvo una mención especial en el III Concurso Nacional de Bibliotecas Públicas en la Conferencia Internacional sobre Bibliotecas en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guatemala, FILGUA. Le gusta recolectar datos de hábitos lectores, estudiar las dinámicas de la apropiación de la lectura en la vida cotidiana y ha publicado datos acerca de hábitos y prácticas lectoras de Guatemala.
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El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha - Stephanie Burckhard
Capítulo I
Don Quijote de la Mancha
Esta es la historia de un hombre que leía mucho, cuya obsesión por los libros lo llevó a una serie de aventuras. Su lectura favorita era la de heroicos caballeros y su autor favorito, Feliciano de Silva. Por leer, olvidó sus obligaciones y dejó de prestarle atención a su trabajo. Era un hombre delgado, cortés, noble y distinguido. Incluso, en su obsesión por adquirir más libros, comenzó a vender parte de sus tierras. Conversaba con sus amigos acerca de quién era el mejor caballero.
Leía de día y de noche hasta que enloqueció. No vivía solo, lo acompañaba un ama de llaves y su sobrina. Ellas vieron cómo el pobre hombre perdía la razón y ya solo pensaba en batallas, desafíos, amores y aventuras caballerescas. Un día decidió autonombrarse caballero y salir a ayudar a sus compañeros, personajes de sus libros, en las batallas. Buscó y arregló las armas de sus bisabuelos (pues en su época ya desde hacía siglos que no existían los caballeros ni las cruzadas) y las encontró abandonadas, llenas de orina y moho. Armó un casco con cartones y, después de practicar un par de movimientos de espada, salió a buscar su caballo.
—¿Qué nombre le pondré? —pensaba— ¡Rocinante! ¿Y cómo me llamaré yo?
El hombre, entonces, se hizo llamar don Quijote y agregó su lugar de origen: don Quijote de la Mancha. Se sentía listo pero recordó que todo caballero tiene una dama.
—¿Quién será mi dama? —después de un tiempo encontró a quién le dedicaría todas sus hazañas: una muchacha del pueblo con quien no tenía mayor relación pero siempre le había gustado— ¡Dulcinea! Sí. Mi amada Dulcinea del Toboso —pues le había agregado también su lugar de origen.
Capítulo II
La primera partida
Don Quijote todavía dudaba de su título como caballero, así que decidió que no llevaría ningún escudo porque se lo tenía que ganar y partió por la madrugada por el campo conocido como Montiel. Mientras cabalgaba decía:
—¡Oh, mi princesa Dulcinea, la dueña de mi corazón! —continuó cabalgando mientras gritaba más locuras y frases que recordaba de los libros que lo inspiraban.
Todavía no se sabe en realidad qué aventura tuvo primero: si fue la del puerto Lápice o la de los molinos de viento. Lo que sí se sabe es que don Quijote estaba desesperado porque todavía no encontraba su primera misión y había olvidado empacar alimentos.
Empezaba a anochecer y, desesperado, encontró una casa en su camino. Dos prostitutas lo observaban desde la puerta. Sin embargo, don Quijote, en lugar de ver una casa, miraba un castillo con cuatro torres, pozo y puente levadizo. Antes de entrar, esperaba que una persona de baja estatura le diera la bienvenida con trompetas. Él no se dio cuenta, pero a lo lejos un dueño de puercos tocó un cuerno para avisar a sus animales que era hora de entrar a su corral y don Quijote pensó que era la señal de bienvenida.
Las prostitutas observaban cómo don Quijote entraba con su armadura y se escondieron. Rápidamente, él aclaró su voz:
—¡No huyan, hermosas e inocentes mujeres, soy un caballero y estoy a sus órdenes! —las prostitutas no podían ver a través del casco de cartón de don Quijote y tampoco podían creer lo que les había dicho, así que reían pues nadie había visto caballeros en España desde hacía siglos.
Don Quijote se ofendió y no se dio cuenta de que el dueño del lugar lo observaba confundido. Por la figura flaca del caballero no le tuvo miedo y decidió seguirle la corriente.
—Caballero, si usted busca posada, ponemos nuestro hogar a su servicio.
—No soy un hombre exigente y mi misión es defender a los débiles. Así que con que pueda descansar será suficiente.
Don Quijote entró al prostíbulo y se quedó con el casco puesto toda la noche. Las mujeres no entendían ni una palabra de lo que decía, pues hablaba con palabras rebuscadas y muy antiguas, a pesar de que solo le ofrecían comida. Le entregaron un pescado medio crudo y un pan negro lleno de moho que apenas podía comer con el casco puesto. Mientras intentaba comer, llegó un hombre y sonó su silbato varias veces. A pesar de que ni podía beber, don Quijote se sintió en una cena elegante con música incluida. Estaba preocupado porque todavía no le había tocado una batalla que le hiciera ganar su orden de caballero.
Capítulo III
¡A las armas!
Don Quijote terminó su cena y se armó de valor, se hincó y pidió con mucha ilusión al dueño del prostíbulo, a quien consideraba otro caballero, que le otorgara su orden de caballería, que era como un nombramiento oficial.
—¡No me voy a levantar de aquí hasta que se me otorgue la orden de caballero! —dijo y el otro hombre no tenía idea de lo que estaba sucediendo; sin embargo, quería que se fuera pronto para que no asustara a sus clientes. Así que se aclaró la voz y prosiguió.
—¡Yo te nombro caballero!
—Acepto. Tomaré mis armas esta noche y las llevaré a la capilla. Por la mañana partiré y viajaré a las cuatro partes del mundo en busca de aventuras para defender a los menos favorecidos —el dueño del prostíbulo le siguió la corriente porque llevaba mucho tiempo sin divertirse y ya le hacía falta salir de la rutina.
—¡Ve, caballero, y cumple con tus tareas! Recuerdo cuando recorría la Olivera de Valencia, Playa de Sanlúcar y muchos otros lugares del mundo; dejé a varios hombres sin un ojo, conocí a viudas y a hermosas jóvenes. Finalmente decidí retirarme en este castillo y ayudo a todo caballero andante, como usted. Por cierto, me disculpo, pero no hay capilla en este castillo. La derribaron por cuestiones de remodelación, usted sabrá. Pero le ofrezco uno de los patios del castillo para que se sienta seguro de que sus armas han sido bendecidas. Ahora descanse, que por la mañana haremos la ceremonia oficial —el dueño del prostíbulo terminó por preguntarle a don Quijote si traía dinero.
—No, no tengo. En los libros nunca leí que los caballeros llevaran dinero.
El hombre le tuvo que explicar a don Quijote que los caballeros sí llevaban dinero y, por lo menos, un botiquín de primeros auxilios.
Muy entrada la noche, don Quijote se retiró al patio y el dueño comenzó a contarle al resto de huéspedes acerca de la locura que padecía aquel hombre. Las personas más curiosas acudieron a observar a don Quijote mientras lavaba sus armas en el pequeño pozo del patio. Dos hombres necesitaban darle agua a sus caballos y retiraron las armas del pozo, don Quijote interpretó este acto como una amenaza y los atacó con su lanza, por lo que los compañeros de los otros hombres le lanzaron piedras.
—¡Dejen a don Quijote en paz! Ya saben que está loco —dijo el dueño del prostíbulo y, como el asunto empezaba a ponerse violento, apresuró la entrega de la orden; para ello, leyó una oración de un manual y le tocó un hombro—. ¡Listo!
Se acercó una de las mujeres y le dio de forma oficial su espada diciendo:
—Mi nombre es Tolosa, hija de un zapatero de Toledo. Me pongo a su servicio, mi señor.
—De ahora en adelante, serás doña Tolosa —agregó don Quijote mientras otra mujer le ponía sus espuelas.
—Mi nombre es Molinera, hija de un molinero de Antequera.
—Por favor, ahora serás doña Molinera.
Capítulo IV
Borrón y cuenta nueva
Era de madrugada y don Quijote iba de regreso a su casa. Tomaría un par de camisas, dinero y buscaría un ayudante que lo acompañara. Pensó en el campesino que vivía cerca de su hogar.
Mientras tomaba una decisión, escuchó entre el bosque a una persona en peligro. Sin dudarlo, don Quijote se acercó a la escena y vio cómo un hombre, llamado Juan Haldudo, azotaba a un joven de unos quince años, mientras este gritaba:
—¡Por favor, no siga! ¡Prometo no volverlo a hacer!
—¡Suelta a ese joven! ¡Súbete a tu caballo y pelea conmigo! ¡No te deberías de meter con el muchacho! —interrumpió don Quijote.
Juan Haldudo le explicó que azotaba a su empleado, llamado Andrés, porque todos los días le faltaba una oveja. El joven no prestaba atención mientras las cuidaba. Don Quijote negoció con Juan Haldudo para que dejara libre al joven, pero este le mintió. En cuanto don Quijote regresó al camino, este terminó de golpear al joven y llamó a otro criado para que persiguiera a don Quijote.
En esto, don Quijote cabalgaba contento, cuando se encontró con un camino que se dividía en cuatro.
—¿Qué camino tomaría un caballero? —se dijo y dejó que Rocinante tomara la decisión; este eligió el camino conocido: el que llevaba a su establo.
Más adelante encontró a un grupo de comerciantes que buscaban seda en Murcia; de nuevo recordó varias escenas de los libros y se atrevió a hablarles.
—¡Alto ahí! Si desean pasar, tienen que confirmar que Dulcinea del Toboso es la mujer más hermosa del mundo —los comerciantes se aguantaron la risa y uno de ellos le siguió la corriente.
—Caballero, nos gustaría conocer a la mujer que menciona, pues no la conocemos.
—¿Qué clase de hombres son? No es necesario que la vean, de lo contrario tendré que pelear con ustedes.
—¿Tendrá un dibujo? Le suplicamos, caballero, nunca habíamos escuchado hablar de Dulcinea del Toboso. Solo conocemos a las emperatrices y reinas de Alcarria y Extremadura. No queremos mentir y quizás ella realmente no sea tan hermosa.
Don Quijote, molesto, cabalgó hacia el comerciante que había insultado a Dulcinea, pero Rocinante tropezó y el caballero rodó por la carretera. Le costaba levantarse por la armadura y había perdido su lanza. El comerciante deshizo en trozos la lanza y se retiraron riéndose del caído caballero.
Capítulo V
Una terrible desgracia
Don Quijote seguía tirado en el suelo, todo adolorido, y recordó que en uno de sus libros el marqués de Mantua había quedado herido en una montaña pero logró sobrevivir. Con ánimos intentó levantarse mientras un campesino, que iba camino al molino de trigo, lo vio y decidió ayudarlo.
—¿Eres tú, marqués de Mantua? ¡No lo puedo creer!
—Señor Quijana, ¿es usted? —le preguntó mientras le retiraba trozos de su armadura que se había deshecho. Limpió su rostro, se aseguró de que no estuviera herido y regresaron ambos al camino. Don Quijote llamaba al campesino Rodrigo de Narváez y le aclaraba que volvería a defender a Dulcinea cuantas veces fuera necesario.
—Mire, yo no soy Rodrigo de Narváez, soy su vecino, Pedro Alonso.
Pedro Alonso esperó que fuera de noche para entrar al pueblo y que nadie viera al caballero en aquel estado. Cuando entraron a la casa, estaban ahí los amigos de don Quijote esperándolo, preocupados porque llevaba tres días perdido. Todos discutían.
—¡Todo es culpa de esos libros que le han metido ideas en la cabeza!
—¡Estoy de acuerdo! —agregaba la sobrina.
—Todo esto es mi culpa, les debí haber contado cómo se ponía a imitar a esos caballeros por las noches mientras leía —se lamentaba el ama de llaves.
—¡Hay que quemar esos libros! —agregó el cura.
Don Quijote y Pedro Alonso escucharon la conversación y, finalmente, el joven entendió qué sucedía con don Quijote. Después de comer y dormir, en su cama, don Quijote le contó al cura todas las aventuras que había vivido, siempre con la idea de que era un caballero.
Capítulo VI
Intervención a la biblioteca
Don Quijote dormía y todos entraron a su biblioteca. Adentro, se encontraron con torres de libros.
—¡Por favor, pasen agua bendita! ¡Quién sabe qué podamos encontrar entre estas torres!
El resto del grupo rió por el comentario del ama de llaves, pero la sobrina agregó que no valía la pena revisar cada uno de los libros, si al final todos eran la razón por la que Quijana había enloquecido. Sugirió que les prendieran fuego a todos. El cura aseguró que era importante leer primero los títulos de los libros, así que tomaron el primero y era Amadís de Gaula, el primer libro de caballerías impreso en España.
El barbero aseguró que era el mejor de todos y no había que quemarlo. El cura, que había sugerido que se quemara, se arrepintió y lo dejó a un lado. Transcurrieron las horas y todos discutían sobre qué libro debía ir al fuego y cuál debía salvarse. No era tarea fácil porque tenían distintos puntos de vista acerca de cada título. El cura estaba agotado y vio que no habían revisado ni la mitad de la biblioteca. Entre los libros salvados estaba uno titulado La galatea de un tal Miguel de Cervantes Saavedra.
Capítulo VII
De la segunda salida de nuestro buen caballero don Quijote de la Mancha
El grupo regresó al cuarto de don Quijote y, asustados por su locura, lo encontraron practicando sus movimientos de batalla. Lo convencieron de que descansara y cuidaron de él hasta que se quedó dormido. Esa misma noche, el ama de llaves quemó todos los libros que pudo.
El cura y el barbero decidieron remodelar la biblioteca de Don Quijote y acordaron que no hablarían del tema. Dos días después, don Quijote se levantó y buscó su biblioteca por toda la casa.
—¿En dónde está mi biblioteca?
—¿De qué habla? —dijo el ama de llaves y le aclaró que en ese hogar no había libros, ni biblioteca, ni nada— ¡Todo se lo llevó el diablo! —agregó.
—No, yo estoy segura de haber visto a un brujo —aclaró la sobrina—. Vino en una nube por la noche, entró a la biblioteca y salió por el tejado con todos los libros. Recuerdo que su nombre es El sabio Muñatón.
—¿No era