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El muñeco furioso y otras criaturas aterradoras
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El muñeco furioso y otras criaturas aterradoras
Libro electrónico98 páginas1 hora

El muñeco furioso y otras criaturas aterradoras

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El terror que encierran estos cuentos es motivado por lo desconocido e inexplicable. Es el precio que pagan todos los que deciden entrar en terrenos peligrosos. Atrévete a indagar qué está oculto entre las sombras, acechando la vida tranquila de personas comunes. En “El monstruo invisible” te espera una gran y aterradora sorpresa. “Argaluku, el monstruo de los mares del sur”, surgido de las penumbras oceánicas, hará temblar al más valiente. En “El cuarto oscuro del circo maldito” los niños deben evitar alejarse de sus padres. “El ser que llegó del espacio” puede suplantar identidades y convertirse en la mayor amenaza para una familia común. Por su parte, “El muñeco furioso” avivará tus pesadillas en noches de luna llena. Estas y otras historias aterradoras constituyen este libro, en que los personajes muchas veces desatan el drama por su actitud desafiante y juguetona.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 mar 2021
ISBN9781005245634
El muñeco furioso y otras criaturas aterradoras
Autor

Sergio Gaspar Mosqueda

Nací en la Ciudad de México en 1967 y estudié la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México, en donde obtuve la medalla Gabino Barreda. En el año 2000, creé y dirigí el proyecto de revista cultural El Perfil de la Raza, en cuyo consejo editorial figuraba Miguel León Portilla, entonces presidente de la Academia Mexicana de la Historia. Trabajo para diversas editoriales y he publicado 31 obras en papel con varias editoriales y 46 en Amazon, entre las que se hallan dos novelas, varios volúmenes de cuentos, leyendas, un poemario, biografías de músicos de rock, diversos libros sobre historia de México y cuadernos de trabajo de varias materias.Mi primer libro, la novela Una generación perdida, se publicó en la colección Voces de México, en la que figuraron autores mexicanos destacados, como Vicente Leñero, Emilio Carballido, Alejandro Licona, Luisa Josefina Hernández, Víctor Hugo Rascón Banda y Eusebio Ruvalcaba. El reconocido autor Juan Sánchez Andraka afirma en el prólogo de la primera edición: “Yo leí este libro. Más bien debo decir: Yo viví este libro. Debo agregar: Lo viví intensamente".Uno de mis libros más vendidos es Cuentos mexicanos de horror y misterio. Próximamente aparecerán en papel mis libros sobre 50 figuras del rock clásico, 50 importantes músicos del metal gótico y 50 figuras del K-pop.

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    El muñeco furioso y otras criaturas aterradoras - Sergio Gaspar Mosqueda

    La tarde había comenzado con buen clima. Hacía mucho sol, los insectos zumbaban y otros bichos se movían inquietos entre las plantas y en el agua del río. ¡Cuántas formas de vida conocidas y desconocidas caminaban, se arrastraban, volaban y nadaban por aquí y por allá, y cuántos peligros no podían estar rodeando a los dos chiquillos que estaban tranquilamente asomados a la orilla del río!

    Se trataba de Pablo y Bruno, quienes estaban tratando de pescar algo, sentados en la orilla de la corriente de agua. Pablito ya tenía ocho años y Bruno pronto iba a cumplir los doce. Pero aquella sería la última vez que estarían juntos.

    De pronto Pablo dijo muy enojado:

    –Bruno, cuando te vayas a vivir a la ciudad, ya no voy a tener con quién venir aquí a pescar y la mera verdad eso me molesta mucho, ¿acaso no lo sabes, eh?

    –Pues por eso te he dicho que tengas más amigos, ¡pero tú de plano ni me haces caso, Pablito! –respondió Bruno un tanto molesto.

    –Yo sí quiero tener más amigos. Lo que pasa es que en la escuela todos son bien payasos. Nadie quiere juntarse conmigo. Además, tú siempre me defiendes cuando los más grandes me quieren pegar. ¿Qué voy a hacer ahora?

    –Muy fácil. Consíguete a tu propio monstruo para que te defienda de los chicos pesados.

    –No entiendo. ¿Cómo está eso…?

    –Ah, pues mira, Pablín, antes de que vinieras a vivir aquí y nos hiciéramos amigos, yo me sentía muy solo, así que me imaginé que tenía como amigo a un monstruo bueno, con el que me la pasaba platicando todo el santo día y hasta parte de la noche.

    Después de decir esto, Bruno se le quedó viendo a su amigo para ver qué cara ponía. Eso del monstruo bueno era una broma que se le acababa de ocurrir. Sabía que Pablo creía todo lo que él le contaba. Pensó que si se imaginaba que tenía un monstruo invisible que lo ayudaba, tendría más seguridad en sí mismo.

    –¿A poco, Bruno? ¡No te creo eso! ¿Y cómo se llamaba tu monstruo?

    –Huy, no. Mejor ni te digo –respondió Bruno tratando de no echarse a reír.

    –Aaah, ¿por qué?

    –Es que el nombre sólo tiene que saberlo el dueño. Si otro niño lo sabe, le puede ir muy mal. Además, el nombre de tu monstruo no lo eliges tú, sino que él te dice cómo debes llamarlo.

    –Pues si los monstruos imaginarios son tan peligrosos, ¡entonces no tiene caso inventarlos!, ¿no crees?

    Bruno hizo tronar la lengua entre los dientes para que su amigo se diera cuenta de que no estaba de acuerdo con él. Se quedó un momento pensando en la respuesta pero no se le ocurrió qué inventar. Entonces tuvo una idea:

    –No, Pablo. ¡Entiende! A veces es bueno que sean malos, pero con los otros niños, con los que te molestan. ¿Sí me comprendes? Sólo a los que odias puedes decirles el nombre del monstruo, ¡y así él les va a pegar duro! Pero si tiene algo de hambre, ¡hasta se los puede comer!

    Pablo había estado muy atento y murmuró:

    –¡Ojalá que eso fuera verdad!

    –¿Qué? ¿A poco crees que te voy a decir mentiras?

    –¡Pues yo ya ni sé!

    Los dos amigos siguieron hablando de otras cosas, hasta que empezó a oscurecer. El viento soplaba ahora con más fuerza y el bosque comenzó a llenarse de sombras y de ruidos extraños. Pablo miraba a su alrededor con temor. La historia de su amigo lo había dejado muy asustado. Al verlo así, Bruno deseó decirle que todo era una mentira que él había inventado, pero de pronto cambió de opinión, pues quería divertirse otro poco.

    Mientras volvían a casa, Bruno iba componiendo una canción, y de pronto dijo con toda intención una palabra muy rara: Abimak.

    –¿Qué dijiste? –preguntó Pablo–. ¿Por qué dijiste eso?

    –¡Vaya! ¿A qué te refieres?

    –Dijiste Abi… Abi… ¿mak?

    –¿Yo dije Abimak? –exclamó Bruno, poniendo cara de espantado.

    –Sí, lo acabas de decir.

    –¡No inventes! Nooo, pues entonces debes tener mucho cuidado, porque... es que... ¡así se llama mi monstruo! Y como tú ya sabes su nombre, ahora él te puede hacer daño.

    El pequeño Pablo se quedó muy serio. Después en su rostro se reflejó el pánico. Al verlo así, su amigo temió haber llegado demasiado lejos con la broma.

    –¡Tranquilo, amigo!

    Pero Pablo ya no lo escuchaba. Miraba con los ojos muy abiertos tratando de distinguir entre la penumbra. Vio algo moviéndose entre los árboles. Al principio pensó que era una persona, quizá el guardabosques.

    Pero aquello que se movía entre las sombras no era un ser humano. Tampoco parecía un animal conocido. Entonces Pablo lo señaló con mano temblorosa.

    –¡Allí está!

    Bruno miró hacia donde le indicaba su amigo, pero no vio nada.

    –¿Qué cosa?

    –¡Allí, allí! ¡¿Acaso no lo ves?! –gritó Pablo mientras veía con toda claridad a una criatura con seis brazos y cuerpo alargado, que corría justo hacia él. Era una especie de insecto gigante, el insecto más grande que había visto en su vida. Además, caminaba de pie, como una persona.

    Pero Bruno sólo veía sombras.

    –¿Qué, qué cosa?

    –¡Allí, allí! ¡Tu monstruo viene hacia acá!

    El niño mayor volteó hacia todos lados.

    –¡Estás loco, yo no veo nada! Bueno, okey, cálmate y escucha, pero escúchame bien, Pablo, te voy a decir la verdad: eso del monstruo yo lo inventé.

    El pequeño no le hizo caso. Estaba demasiado aterrorizado, así que se alejó a toda prisa en medio de aquel bosque en tinieblas.

    –Detente Pablo, ya te dije que es una mentira. Eres un niño tonto. No deberías creer todo lo que te dicen.

    Al ver que su amigo no se detenía, intentó alcanzarlo.

    Pablo corría con desesperación, sintiendo que Abimak le iba pisando los talones. Volteó y, en efecto, allí estaba ese insecto

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