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Neuroanatomía y otras malas decisiones
Neuroanatomía y otras malas decisiones
Neuroanatomía y otras malas decisiones
Libro electrónico155 páginas2 horas

Neuroanatomía y otras malas decisiones

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Información de este libro electrónico

Una de las características universales del ser humano es que, consciente o no, toma decisiones de las que suele arrepentirse. Intenta resolver asuntos como mejor se le ocurre y hasta de manera apresurada, aunque las consecuencias —tan inciertas como definitivas— puedan ser catastróficas.
La cotidianeidad del error humano une las historias de este
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento9 mar 2021
ISBN9786124837821
Neuroanatomía y otras malas decisiones
Autor

Gonzalo Del Carpio-Bellido

Gonzalo del Carpio-Bellido (Lima, 1976) Pasó su niñez y la mayoría de su juventud en la ciudad de Trujillo, donde incursionó en diseño gráfico y bellas artes antes de graduarse como médico radiólogo, profesión en la que hoy se desempeña. Ha colaborado en la revista universitaria ''Jampiq'', y escrito crítica de cine en la revista ''Godard!'' y en varios medios virtuales. Ejerció la docencia en la Universidad Peruana Unión (UPEU) y en la Universidad Peruana Cayetano Heredia (UPCH). ''Neuroanatomía y otras malas decisiones'' es su primer libro.

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    Neuroanatomía y otras malas decisiones - Gonzalo Del Carpio-Bellido

    Neuroanatomía y otras malas decisiones

    Para su colección iColmillo.

    © 2021, Gonzalo del Carpio-Bellido

    © 2021, Croc Blanc Editorial S.A.C.

    Para su sello editorial Colmillo Blanco.

    Calle Don Pompeyo 135, Of. 401, Lima 11, Perú

    Telf. (511) 248 9956/ 996 137 271 / 947 223 264

    info@editorialcolmilloblanco.com

    Primera edición: enero de 2021

    Director fundador: Jorge Eslava Calvo

    Director editorial: Gabriel Arriaga Juscamaita

    Coordinadora general: Angela Arce Gamarra

    Fotografía de portada: César Zambrano Silva

    Diseño de cubierta: Abraham Gonzales Gonzales

    ISBN digital: 978-612-48378-2-1

    Hecho el Depósito Legal digital

    en la Biblioteca Nacional del Perú Nº 2020-10099

    Conversión gestionada por:

    Sextil Online, S.A. de C.V./ Ink it ® 2021.

    +52 (55) 52 54 38 52

    contacto@ink-it.ink

    www.ink-it.ink

    Todos los derechos reservados. Este libro no podrá ser reproducido o distribuido de forma total o parcial, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, fotocopiado u otro, sin previo permiso de la casa editorial.

    La literatura es mi esposa legítima

    y la medicina mi amante.

    Cuando me canso de una,

    paso la noche con la otra.

    Antón Chéjov

    Prólogo

    En los últimos años asistimos a un repunte del cuento breve en español desplazando en calidad a la novela, debido a que esta depende de las leyes del mercado y las imposiciones de las transnacionales libreras que obligan a los autores a lanzar uno o dos títulos al año en desmedro del producto. El cuento corto, en cambio, exige redondez, una maquinaria bien engrasada sin hendijas por donde escape el interés del lector.

    Pero su naturaleza ha cambiado, ya que en la actualidad no solo se escriben los típicos textos clásicos canónicos, sino también relatos truncos, con finales no resueltos, o textos fragmentarios donde predomina una situación y no una fábula, pues el arte de su composición no está siempre en función del desenlace epifánico o revelador, sino en la trama y en cómo se presentan los hechos. Un ejemplo es el misterioso relato de Antonio Tabucchi «Los trenes que van a Madrás», donde todo sucede en un vagón de tren y el final no necesariamente nos ofrece un desenlace o una respuesta al problema planteado. En el Perú, libros de cuentos últimos con estas características están apareciendo con regularidad.

    En Neuroanatomía y otras malas decisiones de Gonzalo del Carpio-Bellido se percibe cómo el autor ha captado la potencia innovadora del cuento contemporáneo. Precisamente, tanto en el más corto de todos: «Neuroanatomía» —que da título al libro— como en el más largo, casi una novela brevísima «Días de Soda, sucesos y saberes irrelevantes», notamos una incursión en dimensiones narrativas inéditas. En el primero, la protagonista, Lorena, se desplaza siempre entre el sueño y la vigilia o entre la realidad y la fantasía, lo que hace imposible definir en cuál de estos mundos se encuentra en verdad. Lorena, además, juega con la muerte de manera original, creativa, y se pregunta constantemente cuál es la modalidad para ejecutar el suicidio perfecto.

    Acaso estamos ante las obsesiones psicóticas de una adolescente que prepara su muerte con pulcritud y maestría matemática. Sin embargo, Gonzalo del Carpio-Bellido no cae en el tópico de la desesperación o en el de la depresión para justificar su comportamiento; Lorena indaga, investiga a través de foros online y libros de diversos temas, y el resultado es un relato extraño, sin intriga, y con un final abierto cuya resonancia nos envuelve cadenciosamente.

    En «Días de Soda, sucesos y saberes irrelevantes», el mejor y más logrado cuento del libro, la madre es un símbolo a contracorriente de todo lo que celebra el comercial Día de la Madre; en el relato de Del Carpio-Bellido ella está al borde de la locura, aunque sin desarrollar agresividad; los gestos, las escenas que revelan su mente perturbada son de antología y están relacionadas con el abandono de las obligaciones domésticas y con el deseo frustrado de un futuro intelectual, aunque sin amargura, sin rabia. No obstante, la ausencia de la madre es reemplazada por la ternura del padre hacia sus hijos adolescentes, quienes continúan con sus sueños y traumas de la edad. Escrito en primera persona, con Javier, un joven en edad escolar, como narrador protagonista, «Días de Soda, sucesos y saberes irrelevantes» es un texto ambientado durante los años del terrorismo, que plantea además otros asuntos relevantes como el choque de clases sociales y las diferencias culturales entre los jóvenes de Lima, así como las brechas económicas, la precariedad y la pobreza. La dimensión de este tema es tan grande que a veces hace olvidar a Javier el internamiento de su madre en un hospital. Aunque el drama representado por su enajenación no llega a ser nunca lacrimógeno; todo lo contrario, la atmósfera del cuento se impregna de la poesía y el rock con Gustavo Cerati como música de fondo.

    La humillación a la que está expuesta una mujer por culpa de la tecnología constituye el argumento en «Viral». Esta narración que da inicio al conjunto de cuentos destaca por ser un signo de la época informática, en la que el llamado «selfie» ha alcanzado grandes proporciones en nuestra sociedad; sin embargo, el autorretrato que era una práctica muy antigua —lo apreciamos en los cuadros de Leonardo da Vinci, de Picasso, de Van Gogh, de Frida Khalo—, en las redes sociales puede convertirse en un arma de doble filo.

    Pero hay más en esta sugerente selección de cuentos: un mayor sigiloso que no se sabe si «limpia» la memoria de un amigo fallecido o comete un acto subrepticio; la soledad de una anciana una noche de Navidad; la ilusión de una mujer embarazada que no se imagina que su pareja piensa en el aborto de antemano, los robos en un almacén por el placer de invertir las normas del sistema y arremeter contra la codicia empresarial. O la novia que se casa por interés y cambia su felicidad por el confort. Todos estos argumentos conforman el volumen Neuroanatomía y otras malas decisiones de Gonzalo del Carpio-Bellido, escrito con mano firme y destreza literaria.

    Carmen Ollé

    Lima, mayo de 2018

    Viral

    El vapor huele a lavanda, flota caliente fuera del baño y se extiende hacia el cielo raso, por encima de las sábanas almidonadas, donde reposa la ropa nueva con sus etiquetas firmes y sus precios exorbitantes. Magdalena aún tiene húmeda la piel impoluta —solo esas alegres pequitas en los hombros, recuerdo de varios veranos de solaz— cuando sale de la tina y se abandona al placer infantil de modelar para sí misma lo que se había comprado aquella tarde. Una entrevista de trabajo pactada para el día siguiente, con el atractivo prospecto de convertirse en flamante narradora de noticias, había sido la excusa perfecta para renovar su guardarropa por segunda vez en el mes. Había dado buena cuenta de su aguinaldo y, luego de aquella cola interminable para cobrarlo y la excursión por un sinnúmero de tiendas durante el resto de la tarde, el baño había sentado de maravilla. Sus piernas eran lo suficientemente largas y el talle lo bastante angosto para que cualquier cosa le quedara bien, falda corola y blusa blanca con encaje, vaqueros acampanados con túnica floreada. Combinó con destreza cada prenda y se paseó ante el espejo con gestos de aprobación. Cuando no quedaba casi nada nuevo que probarse, retiró de su empaque un set de ropa interior y se lo midió. Se miró de nuevo en el espejo, buscó su celular y posó para varias autofotos. Entusiasmada con su lozanía, se animó a retratarse con mayor atrevimiento, un leve arqueamiento de espalda, una mirada inocente por encima del hombro.

    ¿Qué estaría haciendo Hernán a esas horas? Lo imaginó absorto en la pantalla de su portátil, con toda seguridad revisando con obsesión las estadísticas de su firma. Adivinó su sorpresa si le llegaba alguna de aquellas fotos. Rio para sí misma rechazando de momento la sola idea. Le envió, eso sí, un saludo en ese argot inestable que usan los jóvenes. Su novio respondió en los mismos términos, carita traviesa con la lengua afuera. La conversación pueril derivó en un desafío inocente. Magdalena envió una autofoto de su rostro y de sus hombros, desnudos. Hernán demoró esta vez un poco en responder. Era probable que, en efecto, se encontrara ocupado. Magdalena suspiró con desánimo de niña engreída, al parecer desplazada una vez más por los quehaceres bursátiles de su pareja. Había empezado a seleccionar algún programa de televisión cuando su celular vibró anunciando un nuevo mensaje. Lo leyó de inmediato, arrepintiéndose de revelar su ansiedad. «¿Eso es todo?», seguido de una carita amarilla de sonrisa exagerada y burlona. Equis de.

    Magdalena respondió torpemente y a destiempo. Un insulto breve, a medias en broma, una mala salida de urgencia seguida de una sensación de inseguridad que empeoró a los cinco minutos de no recibir respuesta. Hernán al parecer no terminaba de tomarla en serio.

    Se puso de pie, ya incapaz de conciliar el sueño. Se despojó del camisón de dormir; a continuación, del sujetador ribeteado. Buscó el celular y se tomó una imagen de frente, cubriendo los pechos con el otro brazo. Al último segundo, dejó uno al descubierto. Su dedo pulgar titubeó medio segundo ante el ícono de borrar antes de enviar la foto. Sonrió, triunfante, al recibir una respuesta casi instantánea. Hernán suplicó entre risas, emoticones y frases cortas. Magdalena estaba exultante, otra vez segura de sí misma. Cedió a las súplicas y pensó en posiciones más osadas. Estaba inmersa en el juego cuando, decidida a hacer perder la cabeza a su ávido espectador, se despojó de la última prenda que le quedaba. Con ayuda del autodisparo liberó las manos para, tirada en las sábanas desordenadas, acometer la pose obscena y acrobática que había visto hacer a una cantante de moda. Su codo resbaló de pronto con alguna prenda de seda y sintió girar el cuerpo de forma antinatural mientras perdía el equilibrio junto con la sensualidad. Cayó al suelo con un golpe seco, ordinario. El encanto se había hecho añicos. Permaneció en el suelo los segundos que demoró en disiparse el ridículo, hasta que se incorporó desnuda y trató de apagar de mala manera el aparato. Al parecer lo había puesto equivocadamente en video. Se recostó dolorida en su orgullo y trató en vano de dormir y de convencerse de que no había llegado a enviar nada.

    Miles de unidades informáticas se desplazaron desde su carpeta de salida hacia el dispositivo de red, luego a los repetidores y al punto de acceso del edificio, desde donde salieron desbocadas para sumergirse en el océano radioeléctrico; navegaron fragmentadas media ciudad hasta su destinatario, donde acogidas por un nuevo y maternal servidor fueron congregadas, arropadas en un apacible orden binario y tendidas en una cómoda carpeta de entrada a la espera de su destino.

    Hernán acababa de recargar su aparato y estaba en el comedor de la oficina desayunando con apremio cuando encendió la pantalla y miró su lista de correos. El adjunto pesaba lo suyo y demoró un par de minutos en descargarse. Un colega suyo se había sentado a su lado y empezó a preguntar por alguna trivialidad cuando el video llegó al cien por ciento y se visualizó de forma automática. No había terminado de verlo cuando se sorprendió riendo a carcajadas y decidió que debía mostrarlo a su compañero de mesa. El jovenzuelo mira estático el video hasta la parte de la caída, y estalla. Es de los que aplauden al reír, y pronto la novedad ha llamado la atención de un par de comensales adicionales. Hernán siente un poco de vergüenza ajena y, con los últimos rezagos de risa traicionándolo, reclama seriedad y se niega a seguir mostrando el video. Es

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