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Cuentos escogidos
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Cuentos escogidos

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¿Qué tienen de particular los textos literarios de un gran escritor, de un autor devenido clásico, como Sholem Aleijem? La seducción de los textos reside en la multiplicidad de sus lecturas posibles y cada lectura va iluminando nuevos rincones. Sholem Aleijem observa con lucidez, ironía y ternura el dramático escenario en el que se aglomera y lucha a brazo partido por sobrevivir dignamente el pobrerío judío bajo el régimen zarista, trabajando, estudiando, rezando y discutiendo consigo mismo, con sus vecinos y con un Dios y una sociedad, injustos a menudo.


Un protagonista no menor de estos fascinantes textos es el singular idioma en que están expresados, este sabroso ídish, empapado de espontánea sabiduría popular que atraviesa la lengua y toma forma en refranes, dichos y maldiciones, que el agudo oído de Sholem Aleijem reproduce y enriquece con su maestría.
La presente antología de cuentos escogidos brinda en castellano un recorrido por algunos de los temas y personajes más significativos del mundo literario e ideológico de Sholem Aleijem, desde esas pequeñas personitas con pequeñas ambiciones de su Kasrílevke inmortal, hasta algunas de sus narraciones para chicos judíos, pasando por sus monólogos y sus relatos ferroviarios, todo matizado por el mágico encanto del humor agridulce de estos cuentos ejemplares.
Eliahu Toker
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 mar 2021
ISBN9789875993778
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    Cuentos escogidos - Scholem Aleijem

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    Sholem Aleijem

    Cuentos escogidos

    Selección y traducción del ídish

    de Eliahu Toker

    ©Libros del Zorzal, 2009

    Buenos Aires, Argentina

    Printed in Argentina

    Hecho el depósito que previene la ley 11.723

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    Asimismo, puede consultar nuestra página web:

    Índice

    La chaplinesca sonrisa de Sholem Aleijem

    Eliahu Toker | 17

    Del libro Pequeñas personitas con pequeñas ambiciones

    La ciudad de las pequeñas personitas | 18

    Dreyfus en Kasrílevke | 26

    Si yo fuese Rothschild | 32

    Añorando volver a casa | 37

    El gran alboroto con las pequeñas personitas | 47

    El rebe Reb Ióizifl | 47

    Adán Primero con Eva en el paraíso | 51

    El rebe Reb Ióizifl disfruta de una feliz ancianidad | 54

    Berl-Aizik | 57

    Del libro Cuentos para chicos judíos

    Cuenta maravillas de América | 57

    El violín | 63

    El reloj | 85

    Metushelaj, Matusalén | 94

    Ramillete de Flores | 106

    Poemas en prosa | 106

    Acerca del Monte Sinaí | 106

    El Muro de los Lamentos | 108

    Avreiml | 109

    El reparto | 111

    El tesoro | 112

    Ester | 114

    Del libro De Kasrílevke

    Cantar de los Cantares | 122

    Del libro Celebrando las festividades

    Sin novedades (Fragmento) | 141

    Del libro Pobres y alegres

    El alemán | 145

    Personajes que desaparecen | 156

    La gente se amiga | 156

    Una breve introducción | 156

    Noiej-Volf, el matarife | 156

    Gonte, el melamed, el maestro de primeras letras | 158

    Guetse-gubernator | 160

    Del libro Relatos ferroviarios

    La ciento una | 164

    El Haragán | 175

    ¡Mala suerte! | 190

    Tercera clase | 195

    Del libro Monólogos

    Una tortilla de huevos de ricachones | 202

    Médicos | 205

    Del libro Volviendo de la feria

    La filosa lengua de una madrastra | 209

    Notas | 213

    Con respeto....

    Por tradicion...

    En su memoria...

    Nuestro homenaje a:

    Hela Kitaigorodsky de Szturmak (1914-2000) Z"L

    Isaac Szturmak (1910-2001) Z"L

    Sus Hijas H. y R.

    La chaplinesca sonrisa

    de Sholem Aleijem

    ¿Qué tienen de particular las obras de este gran escritor, de un autor devenido en clásico, como Sholem Aleijem? La seducción de sus textos reside en la multiplicidad de sus interpretaciones; en que cada nueva lectura ilumina nuevos rincones en textos que crecen con el lector.

    Sholem Aleijem ocupa en la literatura judía y en la universal el lugar de un gran humorista; y existe una notable diferencia entre comicidad y humorismo. Según el Diccionario de la Real Academia Española, comicidad alude a ‘quien divierte’, mientras que humorismo refiere a un ‘modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad, resaltando su lado risueño o ridículo’. Esto último es lo que hace Sholem Aleijem al provocar, más que carcajadas, una sonrisa agridulce, chaplinesca.

    Según un viejo cuento, un hombre que tras sufrir un grave accidente yace vendado de pies a cabeza, teniendo apenas libres los ojos y la boca; cuando recibe la visita de un amigo que le pregunta cómo se siente, responde: Sólo me duele cuando me río. Un humorista, frente a esa dramática realidad, respondería lo contrario: Sólo me duele cuando no me río. Es el caso de Sholem Aleijem, quien describe desde adentro la dramática, y por momentos trágica, existencia del pobrerío judío de Europa Oriental a fines del siglo xix y principios del siglo xx, con textos literarios mitigados por un afectuoso humor, hecho de tierna complicidad con sus criaturas. Sus relatos, novelas y dramas no escamotean las penurias, las miserias ni las alegrías de esos luftmentchn, de esos habitantes del aire, gente sin oficio ni porvenir encerrada por el régimen zarista en una zona de residencia de la que no pueden moverse.

    Desde temprano aplicó a su propia vida esa fórmula de hacerle verónicas al dolor mediante una mirada humorística. A los trece años, luego de perder a su madre en una epidemia de cólera, le tocó en suerte como madrastra una mujer colérica que expresaba en un sabroso ídish su mal genio mediante andanadas de palabrotas y maldiciones de su propia cosecha, tan salvajes y terribles como ingeniosas. El adolescente Sholem Aleijem, en lugar de tomárselo a la tremenda, comenzó a anotar en un cuaderno, ordenadas por riguroso orden alfabético, esas palabrotas y maldiciones. Ese cuaderno fue su primer ensayo literario, el que paradójicamente pasó a formar parte de su última obra, obra autobiográfica, Volviendo de la feria.

    Sholem Aleijem enseñó al pueblo judío a reírse, lo embrujaba con su lengua, decía el crítico literario Baal Majshoves, y agregaba: Un pueblo totalmente sumergido en un mar de contradicciones, al leerlo, podía ponerse por un momento fuera de sí mismo y reírse de sus propias desgracias como si fuesen ajenas. Por su parte, el argentino Máximo Yagupsky escribió en uno de sus ensayos: Sholem Aleijem, unido al folclore judío, expresó el innato humor de su pueblo, sin ser un bufón literario ni un burlador de costumbres.

    Sus obras reflejan el mundo del autor y el contexto social y político en el que fueron escritas. La moderna literatura ídish, de la que Sholem Aleijem es uno de sus patriarcas, fue posible gracias a dos revolucionarios movimientos ideológicos judíos: el iluminismo¹ y el jasidismo², que en el siglo xviii enfrentaron, desde diferentes perspectivas, a la cerrada, severa y amarga ortodoxia rabínica que se había adueñado del pueblo judío. El iluminismo lo hizo rescatando aspectos seculares del judaísmo y promoviendo su apertura al medio no judío; el jasidismo lo hizo ablandando la rigidez religiosa que asfixiaba al pobrerío judío de Europa Oriental, mostrándole la posibilidad de relacionarse con la divinidad a través de la danza, de la melodía, del misticismo, de la parábola, del cuento y del humor, legitimando al mismo tiempo su lengua vernácula, su íntimo ídish cotidiano.

    Precisamente un protagonista no menor de los fascinantes textos de Sholem Aleijem es el singular idioma en que están expresados, este ídish empapado de espontánea sabiduría popular que atraviesa la lengua, y que el agudo oído de Sholem Aleijem reprodujo y enriqueció con su maestría, hasta lograr ser el autor más querido por las masas populares judías.

    Acerca de los textos incluidos en estas páginas

    La presente antología pretende recorrer algunos de los temas y de los personajes que habitan el mundo y el imaginario de Sholem Aleijem. Las pequeñas personitas con pequeñas ambiciones que viven en estos cuentos apenas ambicionan, es cierto, conseguir el dinero imprescindible para celebrar dignamente el sábado venidero, pero con qué sueña uno de ellos cuando fantasea lo que haría si, de pronto, tuviese la fortuna de un Rotschild. Más allá de no preocuparse ya por la próxima mesa sabática, sus ambiciones se despliegan y se ve creando lugares para alimentar y proteger a todos los indigentes del mundo, judíos y no judíos; yendo luego un poco más lejos todavía, fantasea con usar su fortuna repartiéndola entre pueblos y naciones para terminar con las envidias, los odios y las guerras; y hasta imagina un mundo en el que no existe más el dinero, eliminando totalmente ese factor de enfrentamiento entre las gentes...

    La mirada satírica de Sholem Aleijem deja vislumbrar la grandeza moral de muchos de esos judíos pobres pero alegres, atrapados en una pobreza rayana en la miseria, que se aglomeran y luchan a brazo partido por sobrevivir dignamente, trabajando en lo que pueden, estudiando, rezando y discutiendo consigo mismos, con sus vecinos y con un Dios y una sociedad, francamente injustos a menudo. Así, enfrentados con la historia de Dreyfus, esas pequeñas personitas se rebelan al enterarse del resultado del segundo juicio al que ese capitán es sometido, y no aceptan de ninguna manera la posibilidad de que no triunfen la verdad y la justicia.

    Sus Relatos ferroviarios giran con gracia en derredor de las contradicciones entre la vida de los pequeños villorrios judíos de Europa Oriental y la aparición del entonces último adelanto de la revolución tecnológica, el ferrocarril; planteando tempranamente y con humor la oposición entre el hombre y la máquina, entre el humanismo y la tecnología.

    Los Cuentos para niños judíos, que son en realidad cuentos con niños judíos, están protagonizados por estas pequeñísimas personitas sometidas al encierro del villorrio judío y víctimas, a menudo, de su fanatismo religioso. Sin embargo, en la voz de Sholem Aleijem, esos cuentos de chicos judíos se disfrutan como golosinas agridulces en una primera lectura, pero en cuanto uno se detiene un poco más descubre, nítidamente reflejada en el trasfondo, la época y la sociedad entera en la que ese chico está inscripto, con sus bellezas, fantasías y miserias.

    Si quieren escucharlo, chicos, voy a contarles un cuento, dice Sholem Aleijem, y uno imagina un invisible auditorio infantil, los curiosos ojos abiertos de par en par, los oídos tensos, todo el cuerpo listo para reír, estirándose expectante hacia esa imagen sencilla y querida. Y desde las páginas de sus libros se alza la voz de Sholem Aleijem contando un cuento.

    Una compacta atmósfera pueblerina, humana, sacudida por la agridulce y chaplinesca risa judía que se burla de sus propios pesares y angustias, en un ídish colorido, salpicado de apodos y de juegos de palabras se tiende sobre el auditorio y lo envuelve con un par de brazos familiares, íntimos, cálidos. Es la abigarrada calle judía, vista a través de ingenuos, fantasiosos e inteligentes ojos de niño: alegres, pícaros y sufridos. En sus cuentos con chicos judíos se cruzan también la maldad y la ternura. Así, en las tristes peripecias y los injustos infortunios de un caballito judío, sentimos derramarse sobre sus huesos y sus carnes siglos de dolor humano y, en particular, las seculares injusticias y los permanentes pesares de un pueblo judío que sobre la piel de un humilde e indefenso animal se muestran en toda su injusta barbarie.

    Estas páginas traslucen de paso el tsar baleijaim, la piedad judía por toda criatura viviente. No es que no haya cazadores judíos, pero son una rareza. Matar un pájaro, placer de no judíos reza un dicho popular ídish.

    Y siguiendo con los cuentos con niños judíos, volvemos la página y un chico se sienta a nuestro lado y nos cuenta, con ingenuidad y gracia espontáneas, qué pasó cuando el reloj de su casa dio trece campanadas o sus aventuras persiguiendo a escondidas un violín. La fantasía enciende los ojos y pone una sonrisa en sus labios; el aire se llena de alegría, movimiento y color, y Sholem Aleijem ríe con nosotros. Es el descabellado y onírico mundo de Marc Chagall, salpicado de rasgos, gestos y figuras del fantástico gueto, visto por una imaginación infantil asombrosamente sensible. También el amor está presente en esos cuentos con chicos judíos, un amor maduro en Avreiml y, en Ester, un trágico amor juvenil frustrado por las impunes picardías de un chico dueño de un particular sentido moral, que tras hacer las mayores barbaridades, lo lleva a afirmar yo no soy de esos...

    La ironía, que atraviesa de una u otra forma todos los cuentos de Sholem Aleijem, impera por ejemplo en la sutil venganza de El alemán por las triquiñuelas de un judío para ganarse unos rublos. De otra manera se despliega esa ironía respecto de una pobreza envidiosa en Una tortilla de huevos de ricachones. La ironía testimonial de Sholem Aleijem brilla de manera especial en esa carta de un sastre de Kasrílevke a un sastre amigo radicado en la América del Norte. A lo largo de ese texto titulado irónicamente Sin novedades, se deslizan todos los aspectos de la turbulenta vida judía de comienzos del siglo xx en una Rusia atravesada por los pogroms y por la violencia posrevolucionaria de 1905.

    Siguiendo con las ironías sholemaleijemianas, este es un pequeño texto suyo acerca de la libertad:

    Si uno no tiene medios de vida, tiene la libertad de morirse de hambre. Si uno está desocupado, tiene la libertad de golpearse la cabeza contra la pared. Si uno se rompe una pierna, tiene la libertad de andar con muletas. Si uno se casa y no tiene para mantener a su mujer, tiene la libertad de mendigar de puerta en puerta. Si uno se muere, tiene la libertad de ser enterrado.

    Cabe a Sholem Aleijem ostentar, en toda su profundidad, esa característica que Romain Rolland descubrió en el judío: Los judíos –dice en Juan Cristobal– tienen sus defectos, pero tienen una gran cualidad, acaso la primera de todas: son verdaderamente humanos y nada humano les es ajeno; se interesan por todo lo que vive. A Sholem Aleijem le cuadran totalmente esas palabras. ¿Quién trasvasó a la literatura, con tanta ternura y tan afectuoso humor, casi sin tocarlo, sino con su genio, ese tesoro de vida y de humanidad que animó, sin que ellos mismos lo sospecharan, la diaria, mísera, existencia de esos judíos que poblaban los villorrios de la Europa Oriental? ¿Quién logró, como Sholem Aleijem, verter ese pintoresquismo cálido y vital en el molde de la literatura, sin que durante la operación se evaporaran o se enfriaran su espontaneidad, su sabor?

    Algunos datos biográficos de Sholem Aleijem

    A 150 años de su nacimiento y a más de 90 de su muerte, Sholem Aleijem es alguien que está más vivo que nunca. Con el nombre de Sholem Rabinovich nació en 1859, en un pueblito de Ucrania, Pereiaslav, pero pasó su infancia en un villorrio vecino, Voronka, cuyas características inmortalizó con ternura en su mítica Kasrílevke, la de los judíos pobres y alegres. Hijo de un maskil, un iluminista, comenzó escribiendo en ruso y en hebreo, pero en 1880 tomó la polémica decisión de volcarse al ídish, esa jerga popular, escondiéndose tras un seudónimo, Sholem Aleijem (‘la paz sea con ustedes’), que se volvería el sello distintivo de un testigo literario inteligente y afectuosamente irónico de la vida y los personajes de los pueblitos judíos de Europa Oriental a caballo, entre los siglos xix y xx. Esos pueblitos y esos personajes, borrados por el paso del tiempo y sus tremendas desdichas, siguen andando en las páginas de sus libros, hablando, lamentando las injusticias y riendo con una envidiable vitalidad.

    Al principio resultaba difícil explicar quién era ese fulgurante autor de tan rápida acogida entre las masas judías. Escritor ruso de lengua ídish lo definían algunos, y para presentarlo ante quienes no sabían ídish lo denominaban el Mark Twain judío, el Dickens judío o, en Rusia, el Gogol judío; pero como sostenía el crítico A. B. Kahan, ninguna de estas comparaciones era justa. La más difundida era la que lo equiparaba a Mark Twain, pero el humor de Twain es caricaturesco, mientras que el de Sholem Aleijem es un retrato realista, fiel, verídico y, si produce una sonrisa, es una sonrisa triste, reflejo de un trozo de vida, sin exageración alguna.

    En el transcurso de una vida agitada, Sholem Aleijem realizó estudios bíblicos y a los 21 años ya era rabino. Mantuvo un intenso intercambio epistolar no sólo con escritores judíos sino también con Gorki y Tolstoi. Entusiasmado con el naciente movimiento sionista, en 1888 se unió a un grupo de Amantes de Sión; en 1890 participó del primer encuentro del Comité de Odesa por Palestina y en 1907 estuvo como delegado en el octavo Congreso Sionista que tuvo lugar en La Haya. También publicó una cantidad de opúsculos sionistas. Curiosamente, tras su muerte, determinados textos de Sholem Aleijem se editaron en la Unión Soviética, en varios millones de ejemplares, aprovechando su popularidad y escondiendo prolijamente su pasado sionista. Si bien existe en sus escritos un perseverante compromiso con el pobrerío, él distaba mucho de ser un internacionalista proletario.

    Algunas de las obras más conocidas de Sholem Aleijem son Tobías el lechero –que con el título Violinista en el tejado pasó al cine y al teatro–, Motl Peisi, el hijo del cantor, Menajem Mendl y Estrellas errantes; además de sus colecciones de cuentos y obras dramáticas. A lo largo de una vida no demasiado extensa, Sholem Aleijem dio a luz más de cuarenta volúmenes de novelas, cuentos y obras de teatro, y fue considerado, con Méndele Moijer Sforim e Itsjok Léibush Péretz uno de los tres grandes clásicos de la moderna literatura judía en lengua ídish.

    Falleció en 1916, a los 57 años, en Nueva York.

    Contaba Máximo Yagupsky que al llegar a las colonias agrícolas judías argentinas la noticia de su fallecimiento, un cantor litúrgico entonó en su honor una plegaria especial en ídish y la concluyó diciendo: Sholem Aleijem fue un mensajero de la paz.

    Verter Sholem Aleijem al español

    Pedro Henriquez Ureña acuñó la idea de que cada generación debe traducir su Homero, afirmación que Octavio Paz redondeó escribiendo que cada generación debe traducir y releer sus clásicos, para echar los imprescindibles cimientos de la casa de cada pueblo.

    Pese a ser ya un viejo ciudadano de las angustias y placeres de esa apasionante tarea imposible del equilibrista que lleva y trae palabras de una lengua a otra, y pese a mis largos años vertiendo al español, en especial del ídish, textos poéticos; pese a todo eso o tal vez por eso mismo, me cortó el aliento la invitación a sacar a Sholem Aleijem de su propia lengua y verterlo al español, o transcrearlo en español, para utilizar esta hermosa expresión del poeta y traductor brasileño Haroldo de Campos. Es así que necesité tomarme un tiempo para decidir si aceptaba o no el desafío.

    La fluida prosa de Sholem Aleijem no puede llamar a engaño. Su aparente sencillez es el resultado de una maestría embebida en el líquido amniótico de la lengua ídish. Ya aprendí yo que quien saca un poema o un texto de prosa poética de su idioma original para trasvasarlo a otro idioma tiene que ser consciente de que se dispone a construir un nuevo texto, diferente del original, y el desafío consiste en que conserve viva, en su nueva forma, aquella chispa mágica que conmueve y que encanta, es decir, el alma misma del texto original. Traducir poemas en prosa, y los textos de Sholem Aleijem lo son, constituye una labor creativa casi equiparable a la de escribirlos y, a menudo, una más compleja todavía.

    Es que cuando uno saca un texto del idioma en que fue escrito para verterlo a otro, sabe que durante el trasiego van a perderse, inevitablemente, algunos de los elementos propios del original. Eso implica elegir qué es lo que se

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