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El Camino que marca la Luna
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Libro electrónico355 páginas5 horas

El Camino que marca la Luna

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¿Qué tanto se puede estirar el amor fraternal sin romperse?

"...es una obra de ficción que proyecta una atmosfera histórica extraordinaria, además de los personajes que, una vez entran en tu corazón, permanecerán ahí por siempre”. ~ Valorado con 5 estrellas por K.C. Finn en Readers’ Favorite Book Reviews

Samuel y Aaron Katz tuvieron una conexión muy frágil durante su infancia, misma conexión que se daña cuando Aaron deja una Polonia pre-Segunda Guerra Mundial para irse a Palestina, y luego se ve afectada de nuevo cuando Samuel es enviado a un Gulag Soviético en el ártico. Es entonces cuando Aaron debe decidir qué tan dispuesto está a ir para salvar a su hermano menor.

Desde Polonia a un Tel Aviv en tiempos de guerra, desde un campo penitenciario soviético congelado a un Irán controlado por los aliados, y a las profundidades del Mandato de Palestina en sus preparaciones desesperadas para combatir la invasión Nazi, “El camino que marca la Luna” indaga en los lazos de la hermandad y las fuerzas que los intentan romper.

“Los pasajes históricos y el viaje épico tratados con lujo de detalles, “El camino que marca la Luna” lleva de la mano al lector a través de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, acompañada de unos personajes que son sensacionales. Resulta en un recorrido intenso, de esos que no permiten distraerse, obligándote a analizar hasta el más ínfimo detalle. Tiene lo mejor de cada género, ya sea el drama, los conflictos históricos, el romance o la acción en su máximo esplendor. Una obra que se quedará contigo eternamente”. ~ Valorado con 5 estrellas por Anne-Marie Reynolds en Readers’ Favorite Book Reviews

EVOLVED PUBLISHING PRESENTA una atractiva historia que se desarrolla en 200 días de esperanza en 1942, cuando los judíos de Palestina vivieron el terror de una invasión Nazi. Del ganador del best seller Galerie, llega una ficción histórica que acelera el corazón, tiene personajes valientes y el espíritu de “Love and Treasure” de Ayelet Waldman, “La llave de Sarah” de Tatiana De Rosnay y “El arquitecto de París” de Charles Belfoure. 

“El autor artífice que Steven Greenberg demuestra ser, entrega en bandeja de plata al lector un banquete literario. Lo conduce dentro de una aventura épica a nivel personal, histórico y geográfico. “El Camino que marca la Luna” es una urgente y profunda narración que ilustra un periodo oscuro de nuestra historia. Con exactitud veraz, una narrativa detallada y magna profundidad. No dudaría jamás en recomendarlo. Es un festín poético.” ~ Valorado con 5 estrellas por Amanda Rofe en Readers’ Favorite Book Reviews

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 ene 2021
ISBN9781071584750
El Camino que marca la Luna
Autor

Steven Greenberg

Briefly…. I am a professional writer, as well as a full-time cook, cleaner, chauffeur, and work-at-home single Dad for three amazing teenagers. Born in Texas and raised in Fort Wayne, Indiana, I emigrated to Israel only months before the first Gulf War, following graduation from Indiana University in 1990. In 1996, I was drafted into the Israel Defense Forces, where I served for 12 years as a Reserves Combat Medic. Since 2002, I’ve worked as an independent marketing writer, copywriter and consultant. More than You Asked for…. I am a writer by nature. It’s always been how I express myself best. I’ve been writing stories, letters, journals, songs, and poems since I could pick up a pencil, but it took me 20-odd years to figure out that I could get paid for it. Call me slow. After completing my BA at Indiana University - during the course of which I also studied at The Hebrew University of Jerusalem and Haifa University - I emigrated to Israel only months before the first Gulf War, in August 1990. In 1998, I was married to the wonderful woman who changed my life for the better in so many ways, and in 2001, only a month after the 9/11 attacks, my son was born, followed by my twin daughters in 2004. In late 2017, two weeks before my 50th birthday, my wife passed away after giving cancer one hell of a fight. Since 2002, I’ve run SDG Communications, a successful marketing consultancy serving clients in Israel and abroad.

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    El Camino que marca la Luna - Steven Greenberg

    Boletines de Evolved Publishing

    (NOTA: Los boletines están escritos en inglés.)

    ~~~

    (ENGLISH VERSION)

    MOON PATH

    Copyright © 2019 Steven Greenberg

    ~~~

    El Camino que marca la Luna

    Derechos de Autor © 2021 Steven Greenberg

    Traductores: Jocelyn Cruz y Evelin Muñoz.

    ~~~

    Editor: Lane Diamond

    Artista de la Portada: Kabir Shah

    Diseño del Interior: Lane Diamond

    ~~~

    Notas de licencia de EBook:

    No se puede usar, reproducir ni transmitir de ninguna manera ninguna parte de este libro sin un permiso expreso por escrito, excepto por breves citas utilizadas en críticas y reseñas, o de acuerdo con las leyes de uso justo de los EE.UU. Todos los derechos reservados.

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    ~~~

    Declaración:

    Esto es una obra de ficción. Los nombres, personajes, ubicaciones e incidentes son producto de la imaginación del autor o el autor los usó de una manera ficticia.

    Libros de Steven Greenberg

    Enfold Me [Disponible solo en Inglés]

    Galerie [Disponible en Español]

    Moon Path

    ~~~

    www.StevenGreenberg.info

    Apología sobre El camino que marca la Luna de Steven Greenberg

    ~~~

    Ganador del premio al mejor libro de ficción literaria en el Pinnacle Book Achievement Award verano 2019.

    ~~~

    Finalista como mejor ficción histórica en el Beverly Hills Book Awards 2019.

    ~~~

    "El camino que marca la Luna es una novela histórica escrita a la perfección, utilizando una narrativa que se traslada entre la visión de Samuel, quien es enviado desde Polonia a un Gulag antes de la Segunda Guerra Mundial; y Aron, quien deja Polonia para irse a Palestina. Separados por diversas circunstancias, que impiden su unión, ambos hermanos luchan contra lo imposible para reencontrarse, todo esto mientras la guerra se desarrolla en 1942, y los refugiados judíos en Palestina enfrentan la amenaza de una invasión Nazi.

    "Es importante resaltar que Steven Greenberg, creador de la novela, presenta de manera detallada la atmosfera en que se encuentran sus protagonistas, así como sus increíbles descripciones, siempre pensando en sus lectores. Especialmente en aquellos que gozan explorando sueños, diversas realidades y, particularmente, el proceso que implica reconstruir la vida tras experimentar una tragedia. Descubrirán gustosos de observaciones astutas, personajes bien desarrollados e incluso las tácticas de supervivencia que cada uno deberá utilizar para hacerle frente a los obstáculos. Siempre impulsados por el valor y la determinación. El camino que marca la Luna es una obra que se unirá a los grandes relatos de la literatura judía y que tendrá su merecido lugar entre aquellos que retratan la verdadera historia de la Segunda Guerra Mundial."

    ~ Reseña de D. Donovan, crítico en Midwest Book Review.

    ~~~

    "La composición entre el detalle y la investigación de la obra de Steven Greenberg implica no solo una lectura, sino también un aprendizaje para el lector. La manera en que los personajes se desarrollan resulta tan realista y tangible, que uno termina por olvidar que Samuel y Aaron son solo un imaginario más dentro de la novela. Especialmente por los escenarios que atraviesan, mismos que reflejan la experiencia de las personas que vivieron originalmente en Europa durante la Segunda Guerra.

    "La historia avanza a un ritmo magistral, revelando una serie de eventos que definen sus vidas y explican el motivo de aquella inigualable conexión fraternal.  Misma unión que se pone a prueba a cada momento, sobreviviendo a las situaciones más extremas y crueles que el ser humano podría desencadenar. Pero, sobre todo, El Camino que marca la Luna es una obra de ficción que proyecta una atmosfera histórica extraordinaria, además de los personajes que, una vez entran en tu corazón, permanecerán ahí por siempre".

    ~ Valorado con 5 estrellas por K.C. Finn en Readers’ Favorite Book Reviews.

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    "El autor artífice que Steven Greenberg demuestra ser, entrega en bandeja de plata al lector un banquete literario. Lo conduce dentro de una aventura épica a nivel personal, histórico y geográfico. El Camino que marca la Luna es una urgente y profunda narración que ilustra un periodo oscuro de nuestra historia. Con exactitud veraz, una narrativa detallada y magna profundidad. No dudaría jamás al recomendarlo. Es un festín poético."

    ~ Valorado con 5 estrellas por Amanda Rofe en Readers’ Favorite Book Reviews.

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    "Los pasajes históricos y el viaje épico tratados con lujo de detalles, El camino que marca la Luna lleva de la mano al lector a través de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, acompañada de unos personajes que son sensacionales. Resulta en un recorrido intenso, de esos que no permiten distraerse, obligándote a analizar hasta el más ínfimo detalle. Tiene lo mejor de cada género, ya sea el drama, los conflictos históricos, el romance o la acción en su máximo esplendor.

    Una obra que se quedará contigo eternamente.

    ~ Valorado con 5 estrellas por Anne-Marie Reynolds en Readers’ Favorite Book Reviews.

    Índice

    Derechos de Autor

    Libros de Steven Greenberg

    Apología sobre El camino que marca la Luna de Steven Greenberg

    Índice

    Dedicatoria

    EL CAMINO QUE MARCA LA LUNA

    Prólogo - Samuel

    Capítulo 1 - Samuel: Soy lo que digo

    Capítulo 2 - Samuel: El interés nacional

    Capítulo 3 - Samuel: Resonando hasta el alma

    Capítulo 4 - Samuel: Encontrando las palabras

    Capítulo 5 - Aaron: Una oportunidad de hacer el bien

    Capítulo 6 - Aaron: A donde sea que vayas

    Capítulo 7 - Danuta: Estaré esperando

    Capítulo 8 - Aaron: ¿Lo recordarás?

    Capítulo 9 - Samuel: La casa del perro

    Capítulo 10 - Samuel: Perdido

    Capítulo 11 - Danuta: Detén todo lo que estés haciendo

    Capítulo 12 - Aaron: Tobruk ha caído

    Capítulo 13 - Aaron: Detrás de esa belleza

    Capítulo 14 - Samuel: Perfección

    Capítulo 15 - Samuel: Tres cartas

    Capítulo 16 - Danuta: Tócame

    Capítulo 17 - Aaron: Impotencia

    Capítulo 18 - Aaron: Confianza

    Capítulo 19 - Samuel: El viento del desierto

    Capítulo 20 - Samuel: Ausencia

    Capítulo 21 - Danuta: Pánico

    Capítulo 22 - Aaron: Cerca del infierno

    Capítulo 23 - Danuta: Crudeza

    Capítulo 24 - Samuel: Costo

    Capítulo 25 - Aaron: Esperanza

    Capítulo 26 - Danuta: Demonios

    Capítulo 27 - Samuel: El juicio

    Capítulo 28 - Aaron: La producción de la nada

    Capítulo 29 - Aaron y Samuel: Secretos

    Capítulo 30 - Aaron: Una victoria vacía

    Capítulo 31 - Aron y Samuel: Ama, odia, perdona, vuelve a comenzar

    Epílogo - Samuel

    Agradecimientos

    Sobre el Autor

    Más de Evolved Publishing

    Dedicatoria

    En memoria cariñosa de Michal Greenberg, mi primera inspiración.

    Siempre estás conmigo.

    ~~~

    Para mi hermano.

    Prólogo – Samuel

    Río Pechora, barco de transporte del Gulag - Unión Soviética, enero de 1941

    Mis manos son lo que recuerdo más vívidamente. Bajé la mirada hacia ellas, sorprendido, mientras todo ocurría. Porque no eran mías. No eran las manos que había traído desde Vilna, en Lituania, y ciertamente, tampoco eran las que recordaba tener cuando estaba en Varsovia. La suciedad en estas manos se volvió una sola con las uñas quebradas y desgastadas de mis dedos, invadiendo completamente la piel agrietada. Incluso metiéndose entre las venas saltadas en la piel. Una piel ahora callosa, áspera y con una apariencia enferma.

    Mis falanges estaban acostumbradas al frío de la obsidiana de una pluma fuente, sensación siempre acompañada por el calor de una taza de café. Conocían a la perfección la suavidad de los muslos de Danuta, contrarios a la dureza de una pala con el mango lleno de astillas. En aquel entonces no imaginaba siquiera la sensación de las tazas de estaño abolladas, ni el sudor escurriendo por mi espalda. Definitivamente no estaba acostumbrado a eso.

    Y es curioso, porque las mismas manos, desacostumbradas a todo aquello, fueron las que se aferraron con fuerza al cuello de otra persona.

    Nunca supe su nombre y, siendo honesto, jamás me importó en realidad. Desperté, sobresaltado, de un sueño profundo; un sueño alimentado por el cansancio del Gulag, la hambruna y las náuseas desgarradoras que habían sido mi mayor tortura desde que subí a bordo del barco-prisión. Pero aquel momento de descanso no resultó clemente, no lo suficiente como para justificarme a la hora de ahorcar al hombre que tiró del bulto en que mi mugrienta cabeza descansaba. Después de todo, dormía sobre una especie de almohada, si es que se le podía llamar así, eran un montón de trapos hechos jirones, nacidos de lo poco que sobrevivía de mi camisa, mis calcetas y el cuero endurecido que protegía mis cartas.

    ¡Mis cartas!

    Me abalancé sobre su cuerpo al instante, con una energía que emergía de un sitio desconocido y sin nombre en mi interior. Era una especie de ira que, incluso en ese momento, deseé nunca más volver a experimentar. Yo, que jamás había golpeado a nadie en el pasado, estaba ahí, empujándolo contra el suelo con todo mi peso. Descubriendo una fuerza, repentina e inquietante, que no venía de la ración del pan mohoso que nos daba la NKVD, ni del agua de río o de la insípida sopa. No... No era eso. Era un fervor nacido del enojo y cargado de una furia incontenible.

    Así, mis pulgares presionaron con violencia su tráquea, hasta el punto en que dejó de forcejear. Sus brazos, que se agitaban fútilmente ante mis sucias manos, se detuvieron. La espalda se irguió, volviéndose rígida. Finalmente, las piernas que intentaban apartarme reposaron lánguidas; y sus ojos, llenos de una claridad traicionera y un inequívoco alivio, me suplicaron continuar. Mátame, me decían. Demuéstrame un último acto de decencia.

    El hombre me concedía el permiso de asesinarlo y esas manos, no mis manos, se sintieron en la obligación de corresponder.

    Aún puedo sentir en mis fosas nasales el olor fétido de su último aliento y el calambre en mis manos, esas manos, que ardieron cuando él dejó de respirar.

    Entonces mis orbes, llenos de adrenalina, se toparon con cientos de caras mugrientas. Cada una mirando hacia abajo desde las literas de tres niveles, todas mal soldadas.

    Apreté mi montón de trapos contra mi agitado pecho y me giré hacia la oxidada pared.

    Mis cartas... ¡mis cartas! —. Siseé agresivamente en el silencioso momento. Mientras los hombres regresaban a sus apuestas, a masturbarse, a continuar con sus discusiones insignificantes y a la inútil búsqueda de piojos, fue cuando mi voz, ya más suavizada, entonó como si fuese un rezo a la impenetrable pared de hierro las palabras.

    Mi Danuta...

    Capítulo 1 - Samuel: Soy lo que digo

    Varsovia, Polonia, noviembre de 1937

    —Pero, profesor, si nos asigna tarea, ¿no estaría entonces en contra del indeterminismo de Brzozowski? —.

    Estaba sentado en la parte izquierda de las gradas dentro del aula. La escasa luz invernal se colaba en el recinto por las ventanas, iluminando galaxias hechas de partículas de polvo. Fue entonces cuando me levanté y el asiento plegable se retrajo ni bien me puse de pie. Ese golpe fue el final del silencio que vino después de las últimas observaciones hechas por el profesor Lutoslawski.

    Me giré para ver a los otros alumnos en la clase de Introducción al pensamiento Polaco Moderno, quienes habían comenzado a guardar sus cosas incluso antes de que la clase terminara. Puse mi cara más curiosa, abrí mis ojos de una manera inocente, hice un gesto con vibra infantil de ¿por qué no?,  y volteé a ver al profesor.

    Después de todo, si la experiencia del trabajo viene del acto físico de trabajar, ¿no sería demasiado determinista hacer la tarea para, no sé, digamos, experimentar la experiencia? —

    Algunas risillas nerviosas revolotearon de asiento a asiento, haciendo eco desde las gradas más altas hasta las más bajas del aula. No había resultado como creí que lo haría. El profesor elevó su mirada desde las arrugadas notas de su clase y, con un gesto pensativo, se acarició la barba, misma que tenía un corte similar a la de una cabra. E igual parecía que una sonrisa se dibujaba en la seriedad de su rostro.

    Tal vez haya esperanza, tal vez...

    O quizá no, porque entonces sus ojos se entrecerraron, y su estruendosa voz desvaneció la sonrisilla presumida de mi rostro.

    La errónea lógica de tu argumento, que creo que fue una broma del nivel humorístico digno de un puberto, es en realidad una excelente razón para asignarles varias lecturas extra. Tal vez quiera agregar del capítulo 51 al 54 a la lista de tareas, y hacer un extenso resumen para la clase de la siguiente semana. Que tengan un excelente día —.

    Las risillas estallaron en una carcajada colectiva, misma que fue tragada por el golpeteo de los asientos plegables, el repetido zapateo sobre el piso de madera, y el ruido que hacían los demás al meter sus libros en las mochilas de lona.

    Jacek me miró desde su asiento en el extremo opuesto del aula, sacudiendo los rizos negros de su cabeza suavemente con una sonrisa en el rostro. No había necesidad de que dijera nada, sus ojos lo decían todo:

    —¿Otra vez? ¿En serio tenías que hacerlo?—.

    — Sí, sí tenía que hacerlo. Y tenía que hacerlo porque no me puedo convertir en el escritor más joven de Nasza Opinia si me contengo...— Pensé, mientras sonreía también desde mi asiento de primera en el lado destinado al ghetto.

    Expresé mis ideas, incluso en este lado del recinto que había sido designado solamente para judíos. En el fondo deseaba con todas mis fuerzas que alguien quisiera escucharme, porque si no decía en voz alta lo que pensaba, entonces sabría que nadie estaba oyendo y, por consiguiente, nadie atendía mis suplicas.

    ¿Hay algo peor que eso? Si no me escuchan, entonces, ¿quién soy? —.

    Porque en ese entonces era, —siempre había sido y sería siempre —mis palabras. Sí, yo era Samuel Katz, pero no podía decir que provenía de la herencia literaria de mis ancestros. Me hubiera encantado presumir que mi padre era un escritor, que todo lo que decía iluminaba y abría los ojos de aquellos que vivían en la oscuridad del desconocimiento. Pero la realidad era otra. Sus palabras se amontonaban elocuentemente en las copias al carbón del boletín trimestral para empleados, del que se había hecho cargo en los últimos diez años en el Bank Zachodni en Praga. Quizá habrían hecho reír a algunas mentes huecas de oficina, cerca del despachador de agua, pero nada de gran importancia. No era que no tuviera pensamientos profundos, significativos y con valor, ni siquiera era cosa de que le faltaran las palabras para expresarse. Él había elegido, probablemente por timidez o humildad, no compartir lo que pensaba. Él había elegido no ser escuchado.

    ¿Cómo es posible que alguien con la habilidad de mover montañas hubiera escogido no usar dicho poder? —.

    Alguna vez, a su modo callado y discreto, había hecho uso de ese poder. Se había movido a Varsovia desde su bullicioso shtetl, en donde pasó su infancia. Decidió concebir una familia en la vitalidad laica del prometedor barrio de Praga. Insistió en que sus hijos sólo hablaran polaco en casa, a pesar de que él y mi madre utilizaran constantemente el yidis que aprendieron en su infancia, especialmente cuando discutían. Hizo la distinción entre lo que él llamaba El oscurantismo de la vida judía en Polonia y La ilustración de la equidad y el respeto mutuo. Como él nos recordaba a la hora de la cena, siempre debíamos considerarnos como personas de Polonia con ascendencia judía, y no como polacos judíos.

    Mientras los otros estudiantes pasaban de largo para salir, mantuve mi sonrisa, aunque con una pizca de vergüenza. Comencé a organizar mis libros de texto en una pila para meterlos en mi mochila desgastada. La mayoría de los alumnos ya se habían ido, pero Jacek me esperó al lado de la puerta, fuera del aula, mientras fumaba, con la mirada dirigida hacia el suelo. Uno de sus talones recibía todo el peso en una postura muy casual, o más bien de aire perezoso, en la que se recargaba contra la pared. Esa actitud de chico malo era probablemente una manera de compensar su baja estatura, o su crianza en un ambiente urbanizado, o tal vez de una combinación de ambas. Cuando aspiró del cigarrillo, apretó con tanta fuerza la punta que esta se aplanó, volviéndose de una forma ovalada. Aspiró intensamente, al punto en que parecía un bebé hambriento succionando el pecho de su madre.  Elevó la mirada cuando me acerqué, me echó un vistazo rápido y, a su parecer, discreto. Jacek nunca se dio cuenta que yo estaba al tanto de la vergüenza que sentía por ser amigo de un judío, incluso si era así desde el jardín de infantes.

    Ese fue un chiste muy tonto, malpeczko —me dijo. — ¿Cuándo aprenderás a cerrar la boca? —.

    Malpeczko, que significa mono, se había convertido en mi sobrenombre desde que una noche, después de varios tragos de vodka, le conté a Jacek que era el diminutivo que usaba cuando niño para llamar a mi peluche favorito.

    El día que dejes de sacarte los mocos durante la clase será el día en que me calle, idiota. Dios, incluso tan lejos de ti podía escuchar como te rascabas el cerebro... —Esta vez le tocó a él sonreír, pero ese gesto se desvaneció en un instante. Bajó un poco más el volumen de su voz y continuó.

    Hablando en serio, necesitas cuidar tus palabras. No sabes lo que murmuran de mi lado del aula, y la única razón por la que no se escuchan tan alto es porque el profesor también es  judío —.

    La mirada de Jacek siempre me recordaba a las ardillas que nos encantaba alimentar en el Parque Lazienki; ojos grandes, cautelosos, preocupados. Esa misma mirada fue la inspiración para el sobrenombre que le puse sin pensarlo mucho.

    —Relájate, wiewiórka —le dije elevando la voz más de lo necesario —. No pasa nada porque, a pesar de todo, soy un ciudadano de la Gran República de Polonia. Tengo todos los derechos legales y obligaciones cívicas que cualquier otro ciudadano polaco, y estoy en todo mi derecho de hacer o decir lo que quiera, como lo puede hacer cualquier compatriota con el infortunio de tener prepucio. Siempre y cuando lo diga desde mi maldito lado del aula, claro está —. Observé también a mí al rededor sin preocupación alguna, con el descarado deseo de que hubiera algún espectador, y aunque no hubo ninguno, me sentí poderoso.

    Me sentía estupefacto al ser relegado a los bancos para el ghetto en los salones de la Universidad de Varsovia. No podía pensar en alguna alegoría que describiera la sensación, ni siquiera la moraleja de alguna fábula que pudiese citar para expresar cómo me sentía. Tan sólo dos palabras venían a mi cabeza: estupefacto y furioso. La orden había llegado directamente desde el Ministerio de Educación Nacional de Polonia y el rector de la universidad estaba ansioso por obedecer. La decisión fue, después de todo, muy popular entre los estudiantes que no eran judíos. Así que un día nublado, de los últimos del mes, me formé en las oficinas de administración escolar junto a una larga fila de estudiantes judíos, solamente para que una secretaría, aburrida con su día de trabajo, pusiera un aparentemente inofensivo y eufemístico sello morado que ponía: Sentarse en bancos con número impar.

    — Vamos contracorriente, Samuel —mi padre me había dicho eso aquella noche, con una voz tranquila que no logró el cometido de mitigar mi cólera.

    — Sí, yo sé que no es agradable, que inclusive es peligroso, pero es una parte natural del proceso de iluminación, que es el punto en el que nos encontramos en este momento. Claro que hay personas que no pueden aceptar fácilmente que nos integremos a la sociedad polaca, pero tenemos las herramientas legales y sociales para defendernos, ¿verdad? Tenemos derechos y nunca debemos temer el ejercerlos —.

    Pero cuando mi padre se refería a un nosotros más bien hacía alusión a . Aún tenía que unirse al acto de demostrar resistencia ante la sociedad polaca ilustrada en la que pretendía creer. Aún tenía que firmar con su nombre en cualquiera de las peticiones en contra de los bancos para el ghetto o prestarme sus palabras para mis artículos esporádicos en el periódico Glos Gminy Zydowskiej, La voz de la comunidad judía. Decía que aún tenía que pensar en su posición dentro de la comunidad. Tenía que pensar en su frágil posición en el banco. Una vez más, había decidido callar sus palabras en lugar de hacer un buen uso de ellas.

    Jacek encendió otro cigarrillo, moviendo entonces el rizo que caía sobre sus ojos para no chamuscarlo como ya había ocurrido antes. Se negó rotundamente a cortar su flequillo bajo la lógica de que le daba un aire de misterio a su semblante aburrido. La verdad es que yo pensaba que se parecía a un caniche despeinado, pero aprendí a morderme la lengua.

    Cambiando de tema, malpeczko, ¿por qué no nos acompañas esta noche? Es noche de lectura de poesía y habrá tragos después. ¿Tanto daño le haría a tu trasero semita pasar una noche lejos de tus libretas? A lo mejor conoces a una chica, una que pueda ayudarte a pasar menos tiempo en el baño con los catálogos de lencería —. Le saqué la lengua antes de contestarle.

    —Dejaré de lado mis libretas si por fin te deshaces de tus muñecas, nenaza. Y no me vengas con que son modelos en miniatura de soldados o lo que sea. Para mí siempre serán muñecas —.

    Me giré entonces, risueño, para dirigirme a mi siguiente clase.

    Sí que tenía planes esa noche con mis libretas. Había llegado a un momento clave de mi guion teatral, y todo el día la pasé repitiendo los diálogos de la siguiente escena en mi cabeza, pero aún no me convencían y no parecían estar listos ni de cerca. Así que en un impulso caprichoso regresé a donde Jacek.

    Está bien, tú ganas, wierwiorka. Iré esta noche. Veamos si tu poesía de gentil es capaz de mantener por más tiempo mi erección de toro sin prepucio, que las fotografías de tu hermana que tengo debajo de mi cama. ¿Llego a las 8:00 o aún estarás en jugando con tus muñecas? —. Me alejé, dejando detrás de mí el rastro de nuestras bromas amistosas como una nube de humo de tabaco dulce para pipa.

    En ningún momento consideré si quiera que, desafiando toda lógica física y temporal, la velada nunca llegaría para mí. Mi reloj se detuvo esa tarde y por ningún medio pudo volver a andar. Simplemente se detuvo después de que me agarraron, después de que me empujaron contra la pared y sacaron aquel cuchillo.

    Para ser más preciso, mi reloj se detuvo cuando ella habló por primera vez.

    Capítulo 2 - Samuel: El interés nacional

    Río Pechora, barco de transporte del Gulag — Unión Soviética, enero de 1941.

    Las risas se volvieron más sonoras cuando recibía los besos de mariposa de Danuta. Sus tupidas pestañas rozaban mi frente y mis mejillas, y entonces dejó caer pétalos de rosa sobre mi rostro risueño, al igual que el de ella. Los pétalos se deslizaron ligeramente por mis párpados, dejando una sensación caliente, y luego llegando a mi nariz, a mis fosas nasales. Resoplé por inercia y estos entraron a mi garganta, ardiendo como la pimienta, me obligaron a sentarme tan rápido que me golpeé en la cabeza con la litera de arriba, aunque a pesar de eso, los pétalos seguían moviéndose por mi rostro.

    Los arañé a ciegas, mezclándose con la sangre que brotaba de la herida en mi cuero cabelludo. La piel estaba abierta por culpa de la viga de metal que sostenía el camastro que se encontraba apenas a medio metro de mi cuerpo previamente recostado.

    Me di cuenta incluso antes de salir por completo de mi sueño sobre Danuta.

    ¡El baño de piojos! ¡Piojos! ¡Los Ukri!

    Era una jugarreta común. Eran los Ukri, los ucranianos, quienes mandaban en el inframundo que era el barco-prisión, y también los que me dieron uno de sus infames baños de piojos. Juntaban montones de aquellos bichos, contribuyendo con al menos una centena por cabeza, perdiendo horas espulgándose los unos a los otros.  Aunque tampoco era como si tuvieran tanto que hacer ahí abajo, en la miseria donde ochocientos prisioneros se abarrotaban durante tres semanas, sin espacio para siquiera ponerse de pie y con un acceso muy limitado a los tres inodoros en cubierta. Entonces, los Ukri metían los piojos en un trapo, asechaban con cuidado a la víctima para tomarle por sorpresa, y se los vaciaban en su rostro mientras dormía. Los insectos, en pánico y con hambre, se movían rápidamente hacia cualquier orificio posible, invadiendo ojos, oídos, boca y nariz con el mismo ímpetu, simplemente para entretener con el escándalo a la aburrida audiencia.

    Juzgando con mis antiguos estándares, lo hubiese descrito como una experiencia repugnante. Pero en ese infierno, bajo custodia de la soviética NKVD, (el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos), mis estándares habían cambiado. Los rumores decían que me llevarían a construir un campo de trabajo en algún páramo cerca del círculo polar ártico.

    Mi último baño había sido dos semanas antes con agua helada a pesar del frío omnipresente, usaba pantalones de algodón, un paño gris con agujeros para los brazos que funcionaba como camiseta, además de una mugrienta y raída chaqueta que ni siquiera hubiera servido como cama para el gato en los días que estuve en Varsovia. Estaba descalzo, salvo por algunos trapos que me até de manera descuidada. No había cenado en tres meses, pero esa mañana esperé, formado en una línea de prisioneros, durante

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