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Así se habla
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Libro electrónico544 páginas8 horas

Así se habla

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El lector reconocerá en este trabajo multitud de frases, vivas y coloristas, del habla familiar y popular. El autor las ha agrupado por temas, que actúan como fuentes de transformación imaginativa de la expresión hablada. Ahormamos nuestro coloquio a nuestros campos mentales y emocionales más recurrentes: religión, mundo animal, guerra, comida, mar, juegos. De ellos saca el hablante las imágenes intensas y originales con que traduce a palabras el acontecer cotidiano.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 dic 2020
ISBN9788418234392
Así se habla
Autor

Francisco Javier Rodrigo Castrillo

Nacido en 1942 en Villoldo (Palencia). Estudió (1964-68) Filología Románica en la Universidad Central de Madrid. Se doctoró en la Universidad de Salamanca, donde previamente se había licenciado también en Filología Hispánica. Ha ejercido de profesor en institutos de Segunda Enseñanza y de Bachillerato, en Guipúzcoa (en Villarreal-Zumárraga y en Hernani) y en la ciudad de Salamanca. Casado y con dos hijos. Actualmente, jubilado.

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    Así se habla - Francisco Javier Rodrigo Castrillo

    Así se habla

    Francisco Javier Rodrigo Castrillo

    Así se habla

    Francisco Javier Rodrigo Castrillo

    Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

    © Francisco Javier Rodrigo Castrillo, 2020

    Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras

    Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com

    www.universodeletras.com

    Primera edición: 2020

    ISBN: 9788418233012

    ISBN eBook: 9788418234392

    A Trini, compañera

    madre de mis hijos.

    A Esther, mi madre,

    y a todas las madres:

    por ellas, con tanta razón,

    decimos «lengua materna».

    Abreviaturas

    adj. adjetivo

    adv. adverbio

    com. género común de dos

    expr. expresión

    f. femenino

    fam. familiar

    fig. figurado

    fr. frase

    interjec. interjección

    intr.. intransitivo

    loc. locución

    loc. Lat. locución latina

    m. masculino

    malson. malsonante

    m. adv. modismo adverbial

    n. c nombre común

    onomat. onomatopeya

    por ext. por extensión

    prnl. pronominal

    proverb proverbial

    tr. transitivo

    ú. úsase

    v. gr. verbi gratia

    vulg. vulgar

    Prólogo

    Este texto, publicado por Gráficas Cervantes, Salamanca, en 1908, ha experimentado algunos cambios. Primero, ha cambiado el título, volviendo al original, Así se habla, que el editor sustituyó por otro «con más gancho», a su criterio, Bien hablado, pero menos representativo del contenido, a mi juicio. Yo quería que el título expresara la idea de que hablamos así, con imaginación, poblando de metáforas nuestro coloquio. Que no es únicamente territorio de escritores y artistas el lenguaje intenso, expresivo, de alardes lingüísticos; que todos los hablantes, unos más que otros, efectivamente, hacen en su lengua las transformaciones que la Preceptiva ha catalogado como figuras literarias: metáforas, hipérboles, metonimias, ironías, paradojas...

    He corregido algún error, alguna imprecisión, algún matiz demasiado subjetivo que se habían colado en aquella edición, a pesar de varios filtros a los que fue sometida, y por los que pido disculpas a quienes se las toparon. No se merecían esos descuidos de mi parte.

    Finalmente, el texto que presento hoy tiene un añadido, el apartado relativo al mar. También el mar ha sido un referente imaginativo importante para los hablantes, bien por su conocimiento y trato frecuente, bien por la fantasía despertada precisamente por el desconocimiento y la lejanía, avivados por narraciones de viajeros o librescas. En todo caso, también el mar ha generado una destacada suma de expresiones salidas del océano que se han extendido a todos los hablantes incluso de tierra adentro, de las que queremos dejar constancia, aunque no sea completa.

    Aquí está de nuevo mi discreto homenaje de amor profesional y respeto a nuestra hermosa lengua castellana, que, por cosas de la vida, se ha convertido en una de las tres grandes lenguas del mundo.

    Introducción

    Los hablantes de una lengua no son fríos usuarios de unos signos de significados inamovibles. Saben que las palabras son símbolos dúctiles que se pliegan y acomodan a estados de ánimo, a contextos, a temas… Y lo saben, porque han actuado así con las palabras, que lo han encajado bien, y han resultado más expresivas y chocantes para el oyente. La consecuencia es un cúmulo de signos enriquecidos con todas las aportaciones emocionales y cognitivas de las distintas generaciones de hablantes en los diversos lugares donde se dispone de la misma lengua. Quiero decir, más claro, que los significados de un signo lingüístico, de la palabra, van creciendo con el uso; que una palabra nace para un fin, por ejemplo, dar nombre a un objeto, chip, «circuito electrónico con directrices, o información, para una determinada tarea» y, a poco de nacer el neologismo, el hablante se las arregla para, imaginativamente, darle otro servicio: «¡a ver si cambiamos el chip, que ya estamos en el siglo XXI!». El oyente percibe la novedad del uso y su eficacia, lo acepta y lo divulga. Y lo mismo ocurre con una palabra patrimonial, anclada largo tiempo ya en el uso, por ejemplo, cadena que, con toda naturalidad, se aplica a un objeto nuevo, «conjunto de tocadiscos, radio y reproductor de cassettes», o «emisora de tv».

    Esto —disculpen la simplificación pedagógica— es lo que ha ocurrido a lo largo de los siglos de uso de nuestra lengua. Y no solo por obra de los escritores y otros profesionales de la lengua, ¡que también!, (piénsese en el secular influjo de la lengua del cura sobre los modos de hablar de sus feligreses; o, actualmente, en la repercusión de la lengua periodística), sino fundamentalmente por la lenta, persistente y anónima tarea del pueblo hablador. En esto se centra nuestro trabajo: en la observación de la capacidad del hablante común, del pueblo llano, para crear metáforas, es decir, significados trasladados de palabras y de locuciones que han traspasado el habla para instalarse en el sistema lingüístico. Y he aquí lo que creo que es mi modesta aportación: para esto, el hablante ha recurrido permanente y preferentemente a las mismas fuentes de inspiración: la religión cristiana, la naturaleza, el mundo animal, el mar, la actividad bélica, la culinaria y la lúdica. (Dejo aparte, intencionadamente, la muy rica fuente de metaforización que es el cuerpo humano —véase la amplísima polisemia generada a partir de «ojo», «mano», «pie», «boca», «diente», etc.— fielmente registrada bajo cada uno de esos epígrafes en los diccionarios de la lengua.) Una advertencia: en el tema de la religión, he tratado de aportar algo más que el mero fenómeno de la metaforización; he tratado de recoger un hecho lingüístico más amplio: el del uso frecuente, hoy en retroceso claro, de expresiones religiosas en origen, pero ya desacralizadas, agazapadas en los hábitos lingüísticos incluso de los no creyentes, como latiguillos, frases hechas, tics… He procurado no registrar las que, a mi entender, solo salen de la boca de un creyente: Dios mediante, si Dios me da fuerzas, con la ayuda de Dios…, y tantas más.

    Estas realidades —guerra, religión, vida animal, cocina, mar, juego— tienen tanta presencia y tanto peso en la vida del hombre que, dicho con ideas de los autores Lakoff y Johnson, toda otra realidad —las formas de ser y de relación, la amistad, la enemistad, el dominio o servidumbre, el amor, el trabajo, el engaño, el dolor, la tolerancia… y sus contrarios, o sea, la vida y la muerte— la conceptualizan y expresan los hablantes en términos de las primeras; esas otras realidades cotidianas y familiares, hondamente vivenciadas, mediatizan nuestra percepción y expresión. Justamente esto pretende sugerir el subtítulo «la imaginación en la lengua»: sobre una realidad determinada el hablante proyecta una realidad imaginaria, expresando aquella en términos de esta. Así, la buena o mala relación interpersonal, por ejemplo, se formaliza con apariencia de alguna de esas otras realidades: hacer buenas, o malas, migas, ser como Caín y Abel, llevarse como el perro y el gato, ser una víbora, ser un Judas

    Por supuesto que mi pormenorizada observación de estos fenómenos —de sobra sé que no exhaustiva— coincide, en parte, con la labor de otros estudios anteriores y coetáneos, en los que, evidentemente, también me he apoyado si lo he creído oportuno. La proliferación de investigaciones y enfoques diversos muestra el enorme atractivo que tiene la lengua coloquial para tantos estudiosos amantes del tema, cuyos trabajos, si bien se mira, se complementan y completan, y todos aportan un ángulo de luz particular que puede resultar revelador para los curiosos que se acerquen con el ánimo abierto de conocer mejor el funcionamiento mágico de este instrumento de comunicación que es nuestra lengua. No incluyo multitud de refranes en los que pululan Dios y el diablo, los animales o el comer y los comestibles, por considerarlos alejados del uso actual (denos Dios días y vito, y parte en el paraíso; el pollo pío, pío, y el niño mío, mío; el que toma la zorra y la desuella, ha de ser más que ella…En cualquier caso, ahí están las distintas colecciones de refranes para la consulta de casos concretos. Yo me he impuesto la limitación del «uso actual» como un condicionante, que me disculpa de hacer un exhaustivo recuento de todas las locuciones existentes.)

    La religión en el habla

    Con la iglesia hemos dado, Sancho

    (Don Quijote, II, cap. IX)

    «La promiscuidad entre lenguaje coloquial y lenguaje sacral es fenómeno que se observa en todos los idiomas románicos, pero apenas hay lengua en que el empleo, en la vida profana, de términos relativos a Dios y la vida religiosa sea tan intenso como en español. Es evidente que cuanto más la religión domina la vida social, tanto más se refleja su influencia en el vocabulario profano de origen ritual».¹

    Desde los primeros tiempos del Cristianismo, aún en la época imperial del latín, la doctrina informó de tal manera la vida, que ya se constatan términos cristianos acomodados en la lengua común.

    Es claro que este origen sagrado de muchos vocablos resulta, a veces, difícilmente detectable para el observador lego, y solo perceptible para el erudito.

    ¿Quién puede sospechar, sin ir más lejos, del término palabra? Porque palabra, procedente del gr. parabola, «habla de Cristo», vino a sustituir al lat. verbum, griego logos, tecnicismo teológico especializado en el significado de «Hijo de Dios». Así lo explica Stephen Ullmann, aunque el profesor Eugenio de Bustos matiza, en nota a pie de página, esta opinión, apuntando que verbum «mantuvo durante bastante tiempo su significación anterior, como nos atestiguan las formas hispánicas vierbo, «palabra», documentada en Berceo, Alfonso X, Fuero de Salamanca, etc.» Lo testifica incluso, añade, la permanencia como tecnicismo gramatical —el verbo— en la lengua culta medieval.²

    «Especial difusión tuvo parabolare formado sobre el griego parabola «comparación»: el vulgo lo tomó del lenguaje eclesiástico y le dio el sentido de «hablar». Y continúa el profesor Rafael Lapesa: «En los romances, la influencia espiritual del Cristianismo ha dejado innumerables huellas. El análisis de la propia conciencia, el afán por ver en los actos la intención con que se realizaban, explica el crecimiento de los compuestos adverbiales bona mente, sana mente, aunque hubieran empezado a usarse antes».³

    Ya en los primeros textos literarios castellanos podemos observar la presencia de términos y giros usuales nacidos en el ámbito eclesiástico. Juan Terlingen entresaca una veintena de ejemplos de nuestra primera gran obra, el Poema de Mio Cid: bodas, virtus, siglo, maitines...

    Las causas psíquicas de este fenómeno es la afectividad del hablante, que, según H. Sperber, es el principio único de todas las transformaciones lingüísticas. El vivo interés por un tema nos lleva a hablar de él lo más posible. Y si no se puede de forma directa, lo haremos de modo indirecto: «aun hablando de otra cosase pueden insinuar comparaciones e imágenes sacadas de la esfera favorita, apoyadas, muchas veces, en una muy leve analogía. Los «centros de atracción», de esta manera, se convierten en «centros de expansión semántica». 5

    No acepta Ullmann la exclusividad de lo afectivo como desencadenante de los cambios semánticos —opina que factores puramente lingüísticos, históricos, sociales, etc. actúan también en esa dirección—, pero reconoce que «la doctrina sperberiana se muestra rica en consecuencias», y la apoya con un caso: «El siglo XVI fue la época de la Reforma, de las controversias, de las guerras de religión. No es sorprendente que el campo eclesiástico haya proporcionado numerosas metáforas y expresiones figuradas». En una detallada nota, el profesor Bustos ilustra la afirmación de Ullmann con abundantes ejemplos: desde la rica fraseología generada en torno a la palabra misa, hasta los numerosos testimonios rastreados, entre otros textos, en el cap. III de La vida del Buscón, de Francisco de Quevedo, ya en el siglo XVII, muestras fehacientes todos ellos del intenso influjo eclesiástico en ambos siglos.

    En ocasiones, esta actividad impregna el habla durante un tiempo más o menos largo, para desvanecerse después; y en otros casos, se afirma poderosamente en los usos lingüísticos, mostrando acaso un debilitamiento en su intensidad expresiva, pero también una decidida actitud de permanencia. «Algunas tonalidades emotivas son efímeras, contextuales o puramente subjetivas, otras son francamente constantes en un período dado, pero pueden debilitarse o desaparecer por completo, en el transcurso del tiempo». Actúa sobre ellas la llamada «ley de los retornos decrecientes»: «cuando más a menudo repetimos un término o frase expresivos, tanto menos eficaz será».

    Mi esfuerzo se orienta a analizar el modo intenso que tiene la fe religiosa de operar sobre la lengua. Pues, como piensa Salvador de Madariaga, la fe castellana, vivida de forma consciente o rutinaria, o abiertamente negada, «se manifiesta surgiendo a la superficie de la expresión».

    Lo que mi trabajo quiere mostrar es que, en la mayoría de los casos, estas palabras y expresiones, olvidados sus orígenes sagrados, han pasado a engrosar el acervo de los usos coloquiales, con atuendo santo, eso sí, pero desprovistas de meollo religioso, produciendo la misma impresión que esa pequeña iglesia u oratorio convertidos hoy en auditorio de música o acogedor comedor de restaurante, o esas tallas más o menos mutiladas de santos o vírgenes que decoran nuestras mansiones burguesas.

    Después de mucho tiempo de atenta observación del habla, he logrado sorprender una buena cantidad de términos, modismos, frases hechas, refranes… —muchos de los cuales, ya registrados por el Diccionario de la Real Academia o el Diccionario de Uso del Español, de María Moliner, o presentes en los más viejos refraneros—, en los que puede percibirse su procedencia sacra, pero cuyo comportamiento, muy a menudo «agnóstico y descreído», dista ya mucho de ser consecuente con las aguas bautismales de su nacimiento. (En mis referencias constantes al DRAE, siempre que he podido, he utilizado la edición de 1970, que conserva la vieja nomenclatura de «frase figurada y familiar» («fr. fig. y fam.»), porque su indudable autoridad avala mi búsqueda : las transformaciones figuradas o metafóricas coloquiales en estos campos temáticos a los que he limitado mi observación. También he consultado las ediciones de 1992 y 2001). (Y la última de 2014, para la revisión y ampliación que ahora se edita con nuevo título).

    1.Léxico

    En este primer apartado, enumero detenidamente una serie de vocablos de raíces sagradas, que pululan en la lengua profana de uso corriente. En bastantes casos, el término funciona dentro de un modismo, locución, etc., que he incluido, por razones prácticas, en esta misma sección:

    ADÁN: es, según el DRAE, «hombre desaliñado, sucio o haragán», quizás aludiendo a la desnudez del primer padre que, antes de su desobediencia, no sentía la necesidad de cubrirse (todo según el relato bíblico): estar hecho un adán, eres un adán, como un Adánson fórmulas que denotan abandono en el aliño personal.

    También en sentido figurado, es «hombre apático y descuidado» (DRAE).

    ADEFESIO: el DRAE explica su origen, «de ad ephesios», es decir, a los habitantes de Éfeso, destinatarios de una carta de san Pablo.: «m. fam. Despropósito, disparate, extravagancia. 2. fam. Traje, prenda de vestir o adorno ridículo o extravagante. 3. fam. Persona de exterior ridículo y extravagante»..

    Ad efesios, «exp. adv. fam. Disparatadamente, saliéndose del propósito del asunto».

    ADIÓS: interjección de despedida, que, según Corominas—Pascual, es elipsis de «a Dios seades» o «a Dios seas»; originariamente, por tanto, expresión de un deseo cristiano (por eso, los republicanos, durante la guerra civil, intentaron cambiarlo por el aséptico «salud»). El uso secular de esta fórmula desgastó todo sentido religioso. (Según el sociólogo A. de Miguel, «en los tiempos que corren el adiós ha ido perdiendo vigencia [...] se está imponiendo el hasta luego... Decir adiós hoy en España no es un distintivo de persona religiosa, sino de persona talludita. Estamos más bien ante un corte generacional en el habla».9 Referido a los años 60, puede ser cierto, pero actualmente yo creo que adiós, como fórmula de despedida, tiene, al menos, tanta vigencia como hasta luego).

    El significado de despedida, muchas veces se amplía metafóricamente en «dar por perdido un asunto», o como expresión de olvido o desinterés por algo: «Y si no se tiene en cuenta el sentir de todo un pueblo, adiós democracia».

    ADORAR: se puede adorar, metafóricamente, a seres humanos y a cosas. Entonces, solo significa «amar con extremo» (DRAE). Así, se pueden adorar las almejas, a Picasso, el arte del Renacimiento, la música de Mozart…

    ALELUYA: procedente del hebreo «hallelu Yah», «alabad al Señor», palabra con la que empiezan varios salmos, documentada ya en los textos de Berceo. En La Celestina aparece con el significado de «enjuagues y trapicheos» («allí hacía ella sus aleluyas y conciertos»). Ha llegado a significar «versos prosaicos y de puro sonsonete» (DRAE). Los usos cotidianos llevan la palabra hasta el significado de «excusa»: «No me vengas con aleluyas», se le dice a alguien que pretexta disculpas poco convincentes.

    ANATEMA: palabra que procede del latín anathema, y esta a su vez del griego, con el significado de «objeto consagrado, exvoto», que aparece ya en el castellano de Las Partidas de Alfonso X, es término frecuente en los textos eclesiásticos condenatorios que sentencian a herejes y disidentes. Vale tanto como «excomunión». Sin embargo, ya lo recoge el DRAE como «maldición», no ligada a textos ni personajes sagrados: «siempre está lanzando anatemas contra cualquier propuesta del Gobierno». Y el verbo anatematizar es, figuradamente, «reprobar o condenar por mala a una persona o cosa» (DRAE).

    APOSTOLADO: como hizo con otras muchas palabras, el latín del cristianismo primitivo tomó del griego el término apóstol, «enviado», para designar a cada uno de los doce discípulos de Cristo, con quienes convivió más estrechamente y a los que envió a predicar el Evangelio por todo el mundo. Apostolado es, en principio, su misión. Más tarde, el término ha vuelto por sus fueros paganos y etimológicos, y el Diccionario académico ha tomado nota: «campaña de propaganda en pro de alguna causa o doctrina».

    BARRABÁS: «(Por alusión a Barrabás, judío indultado con preferencia a Jesús.) m. fig. y fam. Persona mala, traviesa, díscola» (DRAE). Bruno Migliorini dice que probablemente por la onomatopeya del propio nombre, ya desde la Edad Media, infundía desprecio y miedo.¹⁰

    El derivado barrabasada lo utiliza Góngora por primera vez, según Corominas—Pascual. El DRAE lo cataloga como «travesura grave, acción atropellada» (DRAE); la lengua más coloquial y cotidiana le da muchas veces el valor simple de «travesura, trastada», aunque no llegue a importante.

    BEATÍFICO: término culto que no desmiente el tronco latino del que brota, está ligado a la Teología cristiana y significa «que hace bienaventurado a alguno» (DRAE). Así también el adverbio beatíficamente. Su uso literario, que no coloquial, lo rebaja a «feliz»; y a «felizmente» en el caso del adverbio.

    BELÉN: nombre de la población en donde nació Jesús, según los Evangelios, y, por metonimia, la reproducción a escala reducida del misterio navideño. El sentido figurado de «revuelo, alboroto» aparece en nuestro Diccionario académico: «sitio en que hay mucha confusión, o la misma confusión». Otro de los múltiples casos de nombres propios, topónimo en este caso, transformados en comunes. Aparece en construcciones como armar un belén, preparar un belén…, o en fórmulas exclamativas, ¡menudo belén!, ¡qué belén!....

    BENDITO: procedente del latín benedictus, es participio irregular del verbo bendecir, que se utiliza como sustantivo y como adjetivo. Como sustantivo, aparece definido en el DRAE: «persona sencilla y de pocos alcances». Peor le ha ido en francés, donde su correspondiente benê», es «tonto, estúpido, simple». Y es, según Ullmann, «eco palmario de la primera bienaventuranza: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos».¹¹ (Ver pp. 56-57).

    BENJAMÍN: Gn 35,18, narra el nacimiento de Benjamín, último de la prole de Jacob y por el que sintió especial predilección. Benjamín ha entrado en la lengua como nombre común: «hijo menor y por lo común el más querido de sus padres» (dando por sentado el DRAE que los padres tienen amores desiguales por los hijos).

    Y benjamines son los alevines de deportistas, los más niños en un deporte concreto. Incluso la botella pequeña de champán o cava, de 250 ml, recibe también este nombre: «¿nos tomamos un benjamín

    BLASFEMIA: se denominan así las palabras injuriosas contra Dios, la Virgen o los santos (DRAE); y en segunda acepción, «palabra gravemente injuriosa contra una persona». El término, desacralizado, también se usa para catalogar una afirmación o un vocablo como «osado en demasía» o «de espíritu demoledor», o «barbaridad». (En El laberinto de Fortuna he encontrado el verbo, blasfemar, con el valor que hoy tiene también de «desbarrar, hablar sin tino»: «mas non de grosseros, que siempre blasfeman / segund la rudeza de sus opiniones», copla 32. Y Cervantes usa también la metáfora: «Don Quijote, que tales blasfemias oyó decir contra su señora Dulcinea...», I, cap. XXX). Y blasfemo, en contextos profanos, es quien desatina reprobando lo que la mayoría aprecia: «no seas blasfemo: los rioja son casi todos excelentes». (En el mismo contexto, desacralizaríamos la palabra sacrilegio, sobre todo en el caso de «hacer»: «echar gaseosa a un rioja es un sacrilegio»).

    BREVIARIO: el primer significado que reconoce el DRAE es el religioso, aunque procede de un adjetivo latino profano breviarius, «compendioso, sucinto»: «libro que contiene el rezo eclesiástico de todo el año». Como segunda acepción, vuelve al étimo: «epítome o compendio». Así en el ejemplo de Delibes, aunque no está lejos la connotación de libro imprescindible, tan caracterizador del cura como la misma sotana, y cuyas relaciones no eran siempre cordiales, según muestra el nombre familiar que se le daba en algunos círculos, «la suegra»: «El vate y su disciplina dicen que es el breviario del poeta» (Diario de un jubilado).

    BULA: tomado del latín bulla, «bola», «sello de plomo que va pendiente de ciertos documentos pontificios», «uno de estos». Y como estos escritos se popularizaron concediendo prerrogativas y exenciones mediante la aportación de un óbolo para la Iglesia, en el habla coloquial bula vino a ser «excepción, privilegio». «Tener bula», constata el DRAE, es «arrogarse permiso o licencia para hacer o decir cosas según la voluntad de uno».

    CABILDEAR: verbo procedente de cabildo, descendiente patrimonial del bajo latín capitulus, «reunión de monjes o canónigos». Corominas—Pascual desmenuza el proceso semántico desde el diminutivo de caput hasta el significado reseñado. Más tarde, también designó las juntas de ciertos funcionarios civiles, v. gr. los del ayuntamiento, o también las juntas de cofradías o hermandades. Así, por ejemplo, cuando citamos el Cabildo Insular Canario. Sin embargo, el uso general de cabildo sigue ligado a la Iglesia, el cabildo catedralicio o cuerpo de canónigos y beneficiados de la iglesia catedral de una ciudad. De aquí que el verbo cabildear, de uso escaso y ciertamente selecto, conserve los ecos de un maniobrero haldear de sotanas; aunque el DRAE lo define alejado ya de esta connotación sagrada, quizás demasiado subjetiva: «gestionar con actividad y maña para ganar voluntades en un cuerpo colegiado o corporación».

    CALVARIO: «vía crucis» en primera acepción, aunque, ya en la segunda, se desprende del referente religioso, «serie o sucesión de adversidades o pesadumbres» (DRAE): «pasé un calvario con la dichosa anorexia».

    Fulcanelli relaciona estas formas de hablar populares con las doctrinas herméticas tan cuajadas de simbolismos: «... ¿acaso el pueblo, fiel guardián de las tradiciones orales, no expresa la prueba terrenal humana mediante parábolas religiosas y símiles herméticos? Llevar su cruz, subir al Calvario, pasar por el crisol de la existencia, son otras tantas alocuciones corrientes donde encontramos idéntico sentido bajo un mismo simbolismo».12

    CAMÁNDULA: es un rosario de uno o tres dieces, que, figuradamente, ha pasado a significar «hipocresía, astucia, trastienda. Úsase mucho en la frase tener muchas camándulas» (DRAE).

    CAMPOSANTO: por los lexemas de su composición, se ve que es la versión cristiana de cementerio o del culto necrópolis. Actualmente, el término está mucho más afincado en el habla rural que en la urbana, donde se ha olvidado en la práctica. Alguna unción, un halo reverencial circunda el término camposanto que no tiene cementerio y que lo invalida para usos civiles: «cementerio nuclear», y no «camposanto nuclear».

    CAPILLA: «(del latín *cappella, diminutivo de cappa, capa)», es un «edificio contiguo a una iglesia o parte integrante de ella, con altar y advocación particular» (primera acepción del DRAE); en definitiva, división y parcelación dentro de la arquitectura de la iglesia, especialmente importantes y vistosas en los estilos gótico y barroco. En la acepción décima ya aparece metaforizada en «pequeño grupo de adeptos a una persona o a una idea». Y añade: «úsase en diminutivo, y por lo común en sentido despectivo». Se puede oír repetido de esta manera, capillas y capillitas, reforzando más la idea de minifundio raquítico y exclusivista: «No tienen sentido las capillas y capillitas en un partido político».

    Estar en capilla, en sentido literal, horas previas a la ejecución de la pena capital; en sentido figurado, de uso cotidiano, «estar alguno esperando muy cerca el éxito de una pretensión o negocio que le da cuidado» (DRAE).

    CARIDAD: de virtud teologal y cristiana, el DRAE, en su tercera acepción, ya la recoge como sustantivo concreto y profano, «limosna que se da, o auxilio que se presta a los necesitados».

    ¡Por caridad! es, muchas veces, solo una fórmula más de urgir una petición, con un ligero toque a la piedad del rogado, del estilo de otros encarecimientos como ¡por Dios!, ¡por amor de Dios!, ¡por lo que más quieras!, etc.

    CARISMA: es un don que Dios concede con largueza a alguien. Pero en nuestro uso profano, se ha metaforizado en «tirón, capacidad de arrastre» que tienen algunas personas por sus ideas, por su actividad, por su labia…

    CATEQUIZAR: «instruir en la doctrina de la fe católica» (DRAE); posteriormente se traslada a «informar y adoctrinar, tratando de atraer hacia cualquier causa».

    CIRINEO: el mismo DRAE explica la procedencia: «por alusión a Simón Cirineo, que ayudó a Jesús a llevar la cruz en el camino del Calvario». Por tanto, es un caso de nombre propio —gentilicio convertido en «apellido» o especificador— transformado en nombre común, despegado ya del Evangelio, y que define el mismo DRAE: «fig. y fam. Persona que ayuda a otra en algún empleo o trabajo».

    CIZAÑA: nombre, de origen griego, de una gramínea, quizás frecuente en el habla de los agricultores, pero cuyo conocimiento general viene del Evangelio, (v. gr. Mt 13, 24), donde siempre aparece contrapuesta a «trigo», con el significado de «vicio que se mezcla entre las buenas acciones o costumbres», o con el de «cualquier cosa que hace daño a otra, maleándola o echándola a perder», según definición del DRAE, que también la acoge como «disensión o enemistad». Denomina, genéricamente, a todo lo impuro e imperfecto que aparece mezclado con lo perfecto y lo bueno: «Hay mucha cizaña, no todo es trigo», se puede comentar sobre la calidad de un grupo de gente, de libros...

    Meter (sembrar) cizaña es actuar insidiosamente envenenando las buenas relaciones entre las personas.

    Separar el trigo de la cizaña equivale, pues, a seleccionar lo bueno, lo aprovechable, lo útil…, y desechar lo malo, lo menos aprovechable, lo inútil…, en cualquier orden en que aparezcan mezclados y revueltos.

    COFRADÍA: derivado de cofrade y este, a su vez, del latín cum fratre, el término cofradía, en el DRAE y en el uso normal, sigue ligado a devociones y obras piadosas. Pero, en metáfora, significa grupo de personas que comparten cualquier característica, por irrelevante que sea: «somos la cofradía del «café, copa y puro».

    COMULGAR: tomado del latín communicare, se especializó en el valor de «dar la sagrada comunión» y, primordialmente, «recibirla», para después recuperar su sentido profano de compartir o «coincidir en ideas o sentimientos con otra persona», según define el DRAE: «Somos muy amigos, pero no comulgamos con las mismas ideas». (En 2.1.2. «El Catecismo», volvemos sobre el término).

    CÓNCLAVE: término eclesiástico para designar el lugar de reunión, o la misma reunión que celebran los cardenales para la elección de papa. Pero el término se ha secularizado para nombrar cualquier «junta o congreso de gentes que se reúnen para tratar algún asunto» (DRAE). Y el humo blanco, la fumata blanca, con que se anuncia el final feliz de la elección papal, se ha hecho expresión frecuente del éxito de una gestión, de la viabilidad lograda para un asunto determinado...

    CONDENADO: los condenados son los que, a la izquierda de Dios, tendrán que oír su terrible rechazo: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno» (Mat. 25, 41). El uso común y profano nada tiene ya que ver con ese significado apocalíptico: «¿Qué andáis haciendo, condenados?», se puede decir a unos niños ruidosos y molestos.

    Precediendo al sustantivo, delata la afectividad negativa del hablante: «Hubo un disgusto considerable a cuenta de la condenada multa».

    El giro comparativo, perdida completamente su referencia denotativa, es solo un intensificador: «grita como un condenado».

    CONSAGRAR: las cuatro primeras acepciones que registra el DRAE son de significados religiosos; a partir de la 5ª se metaforizan: «erigir un monumento, como estatua, sepulcro, etc., para perpetuar la memoria de una persona o suceso»; 6, «dedicar con suma eficacia y ardor una cosa a determinado fin: consagrar la vida a la defensa de la verdad». En forma pronominal: «consagrase al estudio»; 7, «destinar una expresión o palabra para una particular y determinada significación; como las palabras consubstancial, transubstancial» (DRAE).

    CORRELIGIONARIO: el término religión denuncia su origen, a pesar de que ha pasado a denominar al «que tiene la misma opinión política que otro» (DRAE): «Felipe González y Alfonso Guerra son correligionarios, aunque tienen sus diferencias».

    CREDO: sustantivo nacido de credo, primera persona del singular del presente de indicativo del verbo latino credere, con la cual empieza la confesión de fe que se hace en la primera parte de la misa, cuando el rezo se hace en latín, y que ha dado nombre a la misma oración testimonial en castellano, que contiene los «Artículos de la Fe» que debe creer todo cristiano. De aquí nace su uso profano, como «lo necesario y obligado», o también como conjunto de convicciones personales políticas, deportivas, filosóficas, etc. «El no fumar es uno de los principios de su credo».

    En La misa y otros rezos lo recogemos como medidor de tiempo: «…y habiendo hecho este ademán por espacio de un credo…» (Quijote, II, cap. XXV).

    CRUZADA: la insignia de la cruz que llevaban los soldados en el pecho, dio origen al nombre con que se designa la «expedición militar contra los infieles, que publicaba el Sumo Pontífice, concediendo indulgencia a los que a ella concurriesen; por lo cual se alistaban voluntariamente soldados de toda la cristiandad» (DRAE). Sin tener ya nada en común con este referente histórico, se desempolvó la palabra para denominar la guerra civil española (1.936-1.939) aprovechando el enorme poder de convocatoria de la cruz y mostrando a las claras la connivencia de la Iglesia española con el golpe militar. Es evidente que el término también fue enterrado en el Valle de los Caídos en el lejano 1.975.

    Sin embargo, hay que constatar su uso como «campaña, más o menos combativa y firme, a favor o en contra de algo»: «Sanidad está preparando su particular cruzada anti-tabaco»; «El Ministerio de Asuntos Sociales está empeñado en una cruzada por la igualdad social de la mujer».

    CULTO: es el «reverente y amoroso homenaje que el hombre tributa a Dios o a los bienaventurados» así como el «conjunto de actos y ceremonias» con que lo tributa. Y por extensión, «admiración afectuosa de que son objeto algunas cosas». Lo explica así el DRAE: el culto al cuerpo, a la belleza, al dinero...

    DEMONIZAR: como satanizar, ambos relacionados en origen con los ángeles caídos, pululan en la conversación de cierto nivel cultural, con el significado de «investir algo o a alguien de negatividad y perversidad, que, a priori, lo hacen enteramente rechazable»: «La sociedad civil no puede demonizar la eutanasia; habrá que analizar, discutir…». El DRAE de 2014 ya lo integra en sus filas: «atribuir a alguien o algo cualidades o intenciones en extremo perversas o diabólicas».

    DESANGELADO: el DRAE limita a Andalucía el uso de este término con el significado de «falto de ángel, gracia y simpatía», pero es claro que hoy está mucho más extendido. Cuando más adelante se tope con «ángel» como «gracia y simpatía», se entenderá mejor la imaginativa creación andaluza de este adjetivo negativo.

    DEVOCIÓN: el «amor, veneración y fervor religiosos» de la primera definición del DRAE, se amplía figuradamente en la tercera a «inclinación, afición especial»: «sentía verdadera devoción por su profesora»; «los impresionistas son pintores de mi devoción».

    DIABLURA: derivado de diablo (que trato por extenso más adelante), es «travesura extraordinaria», según el DRAE, y también ordinaria, e incluso leve, según el empleo coloquial de este término: diabluras de chicos.

    DIABÓLICO: derivado culto del latín diabolus, significa «propio del diablo». En consecuencia, en el coloquio diario, aun sin referencia religiosa, tiene una intensa carga negativa: diabólico es «perverso», «de inusitada sevicia», «de una maldad impropia de corazón humano». Sin embargo, el menudeo de su uso lo decolora frecuentemente en poco más que «travieso», «malintencionado» «extravagante» y, acaso, «de aspecto extraño».

    DIÁSPORA: la diseminación del pueblo judío por toda la extensión del mundo antiguo se conoce con el nombre griego de diáspora, que ha pasado a denominar «dispersión de grupos humanos que abandonan su lugar de origen» (DRAE).

    DILUVIO: el término, en principio, es profano, pero el relato bíblico convirtió aquel No había hecho más que empezar la andadura del hombre sobre la tierra, cuando Yavé se arrepintió de haberlo creado y decidió destruirlo. Solo perdonó a Noé y familia. Este relato del diluvio universal, que siempre causó viva impresión en las mentes cristianas, lo cita el hablante castellano inevitablemente con motivo de las lluvias intensas, o acaso pertinaces, muchas veces inoportunas, que se producen en Castilla: «aquello era el diluvio». Presenta dos significaciones metafóricas distintas: «lluvia muy copiosa», y «excesiva abundancia de una cosa. Un diluvio de palabras, de injurias» (DRAE).

    De la época del diluvio, el año del diluvio, etc. son expresiones que connotan antigüedad, tiempo inmemorial.

    El derivado antediluviano, además de su referencia al mundo anterior al hecho bíblico, significa en el uso cotidiano, sencillamente «antiquísimo» (DRAE).

    DIVINO, —A: «fig. Muy excelente, extraordinariamente primoroso» (DRAE): por definición, se acomoda más a las formas delicadas del habla femenina. El adverbio modal divinamente, de uso más general que el adjetivo del que nace, casi ha abandonado por completo su procedencia y aplicaciones santas, para tener, predominantemente, vida metafórica, «admirablemente, con gran perfección y propiedad» (DRAE). En el castellano más popular alterna con el giro como Dios, que veremos más adelante, y que encubre a duras penas el convencimiento de que lo perfecto reside en Dios: «aceptaron divinamente la propuesta de diálogo»; «lo pasamos divinamente».

    DOGMATIZAR: derivado de dogma, axioma indiscutible en la teología católica (aunque tenga trazas de irracionalidad), define la acción de hablar con prepotencia, con la arrogancia de quien se siente en posesión de la verdad, de quien no está dispuesto a admitir ideas de otros. Otro tanto vale pontificar, derivado de pontífice: el papa es el sumo pontífice.

    EDÉN: el paraíso terrenal donde pone la Biblia a la primera pareja de humanos, Adán y Eva, adquiere el sentido figurado de «lugar muy ameno y delicioso» (DRAE).

    ENCAMPANARSE: de campana, inevitablemente emparentada con la iglesia, nacieron estos dos verbos que figuran en el DRAE: acampanar, que es «dar a una cosa figura de campana» y encampanarse, vocablo de germanía, «ensancharse o ponerse hueco, haciendo alarde de guapo o valentón», casi coincidente con el significado que tiene en tauromaquia: «levantar el toro parado la cabeza como desafiando». Todos ellos son verbos de significado muy plástico y descriptivo, casi visual.

    ENDEMONIAR: derivado del sustantivo «demonio», pero desvirtuado su origen, significa «irritar, encolerizar a uno» (DRAE): «le endemoniaba verlos jugar en el césped».

    ENDIABLADO, —A: no conserva en absoluto el valor que su primitivo parece indicar: nada de «diablo» en su denotación. Se dice el endiablado mundo de las letras, enfatizando las nada nobles relaciones que pueden existir en ese terreno, trufadas de envidias e intereses espurios, que hacen difícil a veces el triunfo del talento. Y así, las endiabladas relaciones con su familia, la endiablada política, los endiablados misterios de la Bolsa… hablan de la dificultad de su comprensión y explicación. «…por aquella endiablada moza de Marcela…», cuya belleza y esquivez perdió la vida Grisóstomo y penaban tantos mozos (Quijote, I, XII).

    FARISEO: vocablo de origen hebreo, que llegó al castellano después de ser, primero, griego y a continuación latino. «Entre los judíos, miembro de una secta que afectaba rigor y austeridad, pero en realidad eludía los preceptos de la ley, y, sobre todo, su espíritu» (DRAE). El cristiano conoce el término a través del Evangelio, donde Jesús (v. gr., Lc. 11, 39) los vapulea sin consideración por su hipocresía. Por esto, la segunda acepción es, sin más, «hombre hipócrita» (DRAE) y fariseísmo, «hipocresía».

    FE: el cristianismo tomó esta palabra del vocabulario latino, fides, y la especializó como «la primera de las tres virtudes teologales: es una luz y conocimiento sobrenatural...» (DRAE). Sin embargo, este uso ha convivido con el profano original, testimoniado ampliamente, por ejemplo, en el lenguaje jurídico. En la cuarta acepción del mismo Diccionario aparece ya despojada de valores cristianos, «confianza, buen concepto que se tiene de una persona o cosa».

    FERVOR: tampoco es, etimológicamente, un término sagrado, pero nos atrevemos a sugerir que su forma culta puede haberse mantenido precisamente por su utilización intensa por parte de los eclesiásticos con el significado de «celo, amor, afecto hacia lo santo», acaparando el sustantivo el valor del adjetivo que habitualmente lo acompaña, fervor religioso. Es, pues, casi inevitable que el vocablo, en su sentido profano, —más literario que coloquial— tenga cierto tufillo a incienso: «habla con verdadero fervor de su Real Madrid».

    HEREJÍA: es el error en materia de fe, pero también es aplicable fuera del credo religioso, en dos sentidos, figurados ambos: «sentencia errónea contra los principios ciertos de una ciencia o arte» y «palabra gravemente injuriosa contra uno» (DRAE): «desde una concepción moderna de la arquitectura, lo que acabas de decir es una herejía». Hereje es, por tanto, quien incurre en esas osadas afirmaciones o insultos.

    HETERODOXIA: que, en principio, es la «disconformidad con el dogma católico», pasa a ser «por extensión, disconformidad con la doctrina fundamental de cualquier secta o sistema» (DRAE): «¡Qué difícil es la heterodoxia dentro de un partido político!». Y se aplica a las personas mediante el adjetivo heterodoxo: «Fulano ha sido siempre el heterodoxo del grupo».

    HOSTIA: del latín hostia, «víctima de un sacrificio religioso», por comparación con las costumbres del paganismo, dice Corominas—Pascual. Y el mismo docto diccionario apunta un abuso muy español del vocablo: «vulgarmente se emplea como exclamación sacrílega, muchas veces deformada por eufemismo».

    Esta palabra tan santa en el vocabulario cristiano, con algo de tabú, que frecuentemente llevaba al hablante a sustituirla por «sagrada forma», o «forma» sencillamente, ha entrado tan de lleno en el uso cotidiano que se ha perdido totalmente su referencia sagrada, adquiriendo a cambio el significado de «golpe», sobre todo si es extraordinario y aparatoso. (En esta reedición del año 2020, quiero dejar constancia del cambio experimentado al respecto en el uso de este término. En los últimos diez años, hostia, con ese valor de «golpe», se ha instalado con gran normalidad (supongo que con el escándalo de algunos todavía) en la lengua de ciertos presentadores de televisión —de momento, solo hombres, y los menos convencionales y más «iconoclastas»—, así como en muchos entrevistados. Y ya sabemos que la televisión, hoy más que ningún otro medio, es capaz de consagrar un uso determinado). El DRAE, desde su edición de 1.990, toma nota de esta acepción, y de las expresiones que recojo en MODISMOS.

    «Solo la brutalidad y majeza de una cultura cerradamente anticlerical como la española es capaz de hacer equivaler, en la lengua cotidiana, la hostia como encarnación de Cristo y la hostia como bofetada o puñetazo».¹³

    Mala hostia es «mala intención», vulgo `mala leche»: «Cuidado, que no digo yo que lo hiciera con toda su mala hostia, pero tú dime...» (Elvira Lindo, en Que el cielo la juzgue, revista de El País, domingo, 24 de agosto de 2003). Dice Beinhauer ¹⁴ que armar la de Dios es Cristo o simplemente armar la de Dios son expresiones que se remontan a las disputas teológicas sobre la persona de Cristo (Concilio de Nicea). Madariaga cuenta también los orígenes de esta frase: «La cuestión [de la divinidad de Cristo, negada por los arrianos, los godos llegados a España, por ser Jesucristo no Creador sino criatura de Dios] no dejó de debatirse a pesar de la conversión de Recaredo: porque parece haber sido una de las páginas de la teología que más apasionaba a los españoles; y de esta pasión ha quedado huella imperecedera en la costumbre siempre viva de aplicarle a toda polémica ardua con vistas a trifulca la frase «se armó la de Dios es Cristo».¹⁵

    Es de notar la querencia hispana por la fonética de este término, (¡hostia!, ¡rehostia! ¡recontrahostia!, encontramos en Fortunata y Jacinta, de Galdós), del que ha creado curiosas, si no logradas, manifestaciones: el término *ostión (darse, pegarse un) , como «golpe extraordinario», *pifostio, (armarse un) que define, v. gr., un atasco monumental de tráfico, o un alborotado y pendenciero fin de fiesta; *recogostio (decir, echar), con el valor de «palabras gruesas o blasfematorias, tacos». Está por ver su permanencia en los usos lingüísticos, pero el fenómeno está ahí. (En 2.2.3. El templo y sus objetos, se completa el

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