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La excepción de la regla
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Libro electrónico67 páginas1 hora

La excepción de la regla

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Información de este libro electrónico

¿Qué pasa cuando eres un pequeño pez rodeado de grandes y temibles tiburones? La vida de Leo no era nada fácil: sufre del constante acoso de un grupo de niños a los que percibe como amenazantes seres marinos. Pero un buen día, con la ayuda de la niña más lista de la clase, Leo conseguirá ganarse el respeto de todos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 jun 2013
ISBN9786071614629
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    La excepción de la regla - Vivian Mansur

    F.

    —El pez más grande se come al más chico. La fuerza siempre vencerá al más débil y vulnerable. La sobrevivencia y hasta la perfección evolutiva dependen de eso.

    La maestra exponía esta teoría apoyada por unas imágenes de peces proyectadas en el pizarrón. Lo decía con mucha convicción. No sabía que en su propio salón se libraban batallas donde los peces grandes se estaban comiendo al más chico: yo. ¿La evolución de la especie humana del salón de quinto B dependía de que yo me dejara devorar?

    En lugar de ver las diapositivas de gigantescos peces abriendo las fauces frente a pequeños boquerones, me imaginé a toda la fauna que me atormentaba durante el recreo:

    Andrés, el Tiburón Blanco. Es alto, pecoso y de ojos verdes. Su mayor atributo es que es muy hábil en su trato con los mayores. Cuando alguien llora por haber sido víctima de sus puños, él responde con una vocecita dulce: fue un accidente. Los adultos quedan convencidos de que esa inocente y angelical criatura es juguetona y brusca, pero no mala.

    Después está Wenceslao, alias Wen. Otro pez de buen tamaño, aunque no tan imponente como el Tiburón Blanco. Su mayor virtud es que es un excelente estudiante y eso es un escudo protector contra maestros y padres. Todos creen que el mejor atributo de un niño es el aprovechamiento escolar, sin que importe a qué costo.

    Octavio, Pez Globo. Grande, gordo y fuerte. ¿Retiene agua y por eso es tan gordo y fuerte? No, es por la gran cantidad de tortas que se roba de mi lonchera (después de aplastarla con los puños, claro).

    Y por último, el pez que me hacía más daño:

    José Luis, la Anguila Eléctrica. Elástico y hábil como mantarraya. Ni tan inteligente ni tan tonto, pero capaz de hacer daño con los chispazos de su lengua. ¿Por qué me lastimaban más sus burlas que las de los otros tiburones? Porque además de todo, se trataba de mi primo.

    Cuando mi mamá estaba buscando escuela para mí, le pareció perfecto que los primos estudiaran en el mismo lugar. Así que me cambió de la primaria República de Chile a la primaria Josefa Ortiz de Domínguez. Las dos hermanas pensaban que por ser parientes nos protegeríamos y compartiríamos amigos y cuadernos. No sabían que me estaban metiendo a la boca del tiburón. Porque José Luis era un pez grande y yo constituía un sabroso bocado para él. La cadena alimenticia no hacía excepciones.

    Desde siempre nos medíamos con la mirada. Había algo en mí que a él le chocaba, pero yo no sabía qué era por más que me miraba al espejo. Yo era pequeño, más bajo que él en estatura, pero no en edad. Él tenía hermanas y hermanos y yo no. No nos parecíamos en nada ni teníamos nada en común: ni el equipo de futbol, ni la afición por algún videojuego, ni intereses. Lo único que compartíamos era que su mamá y la mía tenían la misma sangre. ¿Eso nos hacía amigos? No.

    Hablando de amigos, yo, de cualquier manera, no tenía ninguno. Me sentía tan solo que yo mismo me enviaba correos electrónicos de amigos imaginarios, como éstos:

    De: Benito (benitoimaginario@vmm.com)

    Para: Leonardo (leo@vmm.com)

    Asunto: Invitación

    Hola Leo: te espero mañana a la salida de la escuela para ir a comprar música en la tienda de discos.

    Y yo no tenía escrúpulos en responder:

    De: Leonardo (leo@vmm.com)

    Para: Benito (benitoimaginario@vmm.com)

    Asunto: Re: Invitación

    Hola Benito: mañana no puedo, pero vamos al cine el viernes y te invito

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