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Fernando Buesa, una biografía política: No vale la pena matar ni morir
Fernando Buesa, una biografía política: No vale la pena matar ni morir
Fernando Buesa, una biografía política: No vale la pena matar ni morir
Libro electrónico276 páginas4 horas

Fernando Buesa, una biografía política: No vale la pena matar ni morir

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El 22 de febrero del año 2000 ETA asesinó al político socialista Fernando Buesa Blanco y a su escolta, el ertzaina Jorge Díez Elorza. En el momento de su asesinato, Buesa era el líder parlamentario de la oposición cuando un gobierno nacionalista encabezado por Ibarretxe había pactado con la izquierda abertzale una estrategia de Frente Nacional. Aquello trajo consigo un acuerdo de fuerzas nacionalistas (el de Estella-Lizarra) que dividió por completo a la sociedad vasca, así como una tregua por parte de ETA que, sin embargo, no cesó la actividad de la kale borroka (violencia callejera).
En ese escenario de fractura social, Buesa se destacó defendiendo los valores del Estado de derecho y la pluralidad de la sociedad vasca, así como la necesidad de establecer acuerdos de consenso amplios entre diferentes, soportados sobre criterios democráticos. A la vez, se enfrentó radicalmente con la palabra tanto al giro soberanista que llevaban a cabo sus anteriores socios nacionalistas como al corolario de agresión terrorista y exclusión política contra quienes no lo eran.
Al final, su asesinato evidenció la fractura social que se venía produciendo y dio paso a dos años de violencia y de reacción ciudadana donde la comunidad vasca estuvo más cerca que nunca de romperse. Esta es, así, la biografía de un político singular que trascendió el marco de la política vasca y la historia de un país en unos meses en que todos vivimos peligrosamente.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 oct 2020
ISBN9788413520834
Fernando Buesa, una biografía política: No vale la pena matar ni morir
Autor

Eduardo Mateo Santamaría

Licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración por la UPV/EHU. Actualmente es el responsable de proyectos y comunicación de la Fundación Fernando Buesa Blanco Fundazioa. Obtuvo el VII Premio de Investigación Victimológica ‘Antonio Beristain’. Es coautor junto con Antonio Rivera de Fernando Buesa una biografía política. No vale la pena matar ni morir (2020), con quien también ha coeditado Verdaderos creyentes. Pensamiento sectario, radicalización y violencia (2018), El movimiento de víctimas del terrorismo (2021) y Transterrados. Dejar Euskadi por el Terrorismo (2022). Ha participado en las obras colectivas El asesinato social y el relato de las víctimas de ETA (2022) y El discurso de ETA, la internacionalización del terror y la ficción audiovisual (2022).

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    Fernando Buesa, una biografía política - Eduardo Mateo Santamaría

    Antonio Rivera Blanco

    Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad del País Vasco. Cofundador del Instituto de Historia Social Valentín de Foronda, es también directivo de la Fundación Fernando Buesa Blanco Fundazioa. Entre sus últimas publicaciones destacan las ediciones colectivas de Naturaleza muerta. Usos del pasado en Euskadi después del terrorismo (2018) y Nunca hubo dos bandos. Violencia política en el País Vasco, 1975-2011 (2019). En Los Libros de la Cata­­rata ha publicado Antología del discurso político (2016) y La Euskadi ciudadana. Los socialistas en el Gobierno Vasco, 1936-2012 (2019, con Rafael Leonisio).

    Eduardo Mateo Santamaría

    Licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración por la Universidad del País Vasco. En la actualidad es responsable de proyectos y comunicación de la Fundación Fernando Buesa Blanco Fundazioa. Ganó el VII Premio Antonio Beristain de Investigación Victimológica con el trabajo La contribución del movimiento asociativo y fundacional a la visibilidad de las víctimas del terrorismo. Ha coeditado con Antonio Rivera en Los Libros de la Catarata: Verdaderos creyentes. Pensamiento sectario, radicalización y violencia (2018), Víctimas y política penitenciaria (2019) y Las narrativas del terrorismo. Cómo contamos, cómo transmitimos, cómo entendemos (2020).

    Antonio Rivera y Eduardo Mateo

    Fernando Buesa,

    una biografía política

    No vale la pena matar ni morir

    colección ramón rubial

    ESTE LIBRO HA CONTADO CON LAS AYUDAS DE EUSKO JAURLARITZA. BIKTIMEN ETA GIZA ESKUBIDEEN ZUZENDARITZA/GOBIERNO VASCO. DIRECCIÓN DE VÍCTIMAS Y DERECHOS HUMANOS, ARABAKO FORU ALDUNDIA/DIPUTACIÓN FORAL DE ÁLAVA, AYUNTAMIENTO DE VI­­TORIA-GASTEIZ/VITORIA-GASTEIZKO UDALA Y FUNDACIÓN VITAL FUNDAZIOA.

    DISEÑO DE CUBIERTA: VOICE COMUNICACIÓN & DISEÑO

    © Antonio Rivera y Eduardo Mateo, 2020

    © Fernando Buesa Blanco Fundazioa

    C/ Los Herrán, 46 C Bajo

    01003 Vitoria-Gasteiz

    Tel. 94 523 40 47

    www.fundacionfernandobuesa.com

    © Ramón Rubial Fundazioa

    Avda. Ramón y Cajal, 2 BIS - 3ª planta Dpto. 5

    48014 Bilbao

    Tel. 94 476 38 11 - 94 476 39 15

    www.ramonrubial.com

    © Los libros de la Catarata, 2020

    Fuencarral, 70

    28004 Madrid

    Tel. 91 532 20 77

    www.catarata.org

    FERNANDO BUESA, UNA BIOGRAFÍA POLÍTICA.

    NO VALE LA PENA MATAR NI MORIR

    isbne: 978-84-1352-083-4

    ISBN: 978-84-1352-028-5

    DEPÓSITO LEGAL: M-23.390-2020

    thema: DNBH/JPWL/1DSE-ES-R

    este libro ha sido editado para ser distribuido. La intención de los editores es que sea utilizado lo más ampliamente posible, que sean adquiridos originales para permitir la edición de otros nuevos y que, de reproducir partes, se haga constar el título y la autoría.

    A los siete nietos y nietas

    que no conocieron a su abuelo Fernando.

    "El reconocimiento del otro es un viaje

    a la reconciliación posible.

    Hacia el pasado, nombrando la verdad.

    Hacia el futuro, para aprender que,

    quien se cree llamado a morir por sus ideas,

    siempre decide matar a otros por las suyas".

    José Ignacio Calleja, profesor de Filosofía

    y Moral Social

    BIOGRAFÍA

    Fue un martes. Un final abrupto distorsiona la impresión que podemos tener de una biografía: es hasta ese instante, pero no podemos saber lo que podía haber sido de haberse realizado completa. La muerte priva a la persona de numerosas futuras experiencias vitales y nos deja a los demás con la tentación de pensar qué hubiera sido de ella de haber llegado hasta su final natural, cuáles de sus posibilidades nos hemos perdido. Como decía el personaje de Clint Eastwood en Sin perdón: Matar a un hombre es algo despreciable. Le quitas todo lo que tiene, y todo lo que podría llegar a tener.

    Lo cierto es que fue un martes. Uno de esos martes del invierno vitoriano, fríos y lluviosos, tristones, grises de color de rata. La mañana ya había estado un tanto movida en el escenario universitario. El obispo Setién celebraba en una desangelada Aula Magna de la Facultad de Letras del campus de Álava su primera aparición pública después de renunciar a su cargo al frente de la diócesis de San Sebastián. A mediodía, un grupo de universitarios y ciudadanos —entre ellos, el que había sido alcalde de la ciudad hasta hacía medio año, José Ángel Cuerda— se concentraba para protestar por la última hazaña de nuestra partida de la porra: las amenazas anónimas en forma de pintadas en puertas y paredes de la Escuela de Ingeniería contra el director del centro, perpetradas por un grupo de encapuchados.

    Las cámaras de televisión que cubrieron la concentración dejan constancia de la presencia de un turismo Ford Fiesta azul con matrícula de Navarra. Era propiedad de un joven nacido en Pamplona, pero vecino de Etxarri-Aranatz, Asier Carrera Arenzana. Estaba aparcado a una veintena de metros de aquel grupo, justo antes de llegar por la calle Aguirre Miramón a la esquina con Nieves Cano, frente a la citada Escuela de Ingeniería. Un rato después, hacia las dos de la tarde, Carrera lo retiró para que Diego Ugarte López de Arcaute aparcara en su lugar una furgoneta blanca Renault Express con placas dobladas de Vitoria. Había sido robada en marzo del año anterior en un negocio de compraventa de Tolosa y entregada al comando a finales de diciembre en la gasolinera de Gamarra, en las afueras de la capital alavesa. En la trasera del vehículo se había dispuesto un recipiente metálico tipo olla, que contenía unos veinte kilos de explosivo goma (dinamita) con metralla en forma de bolas de acero. El explosivo procedía del robo cometido en septiembre en Plevin (Bretaña francesa).

    El mortífero envase lo habían preparado Diego y Asier en el piso que el primero había alquilado hacía unos pocos meses en la calle Federico García Lorca, en un punto intermedio entre los barrios vitorianos de Judizmendi, Santa Lucía y Adurza, no lejos del campus universitario alavés. Con ellos había estado en la operación otro pamplonés, también de Etxarri-Aranatz y amigo de Asier, Luis Mariñelarena Garciandia. Los tres formaban el comando Ituren de la organización terrorista vasca ETA.

    El artefacto debía ser accionado mediante señal de radiofrecuencia. Lo hizo Asier Carrera pasadas las 16:35 horas de aquella tarde del 22 de febrero de 2000. No era la primera vez que lo intentaban. En otras tres ocasiones, por diversas circunstancias, aquello no pudo ser. Estaba preparado para actuar contra un destacado político socialista vasco, Fernando Buesa Blanco. Llevaban meses tras él y ya se conocían al dedillo su reiterado paseo entre su domicilio, en la trasera del campus, en el límite sur de la ciudad, en la conocida como casa de los Buesa (El Caserío), y la sede de su partido, en el ensanche decimonónico central, pasado el ferrocarril, pero a menos de un kilómetro de distancia.

    En 1998, Asier Carrera invitó a Mariñelarena a integrarse como él en ETA. En el verano de 1997, Asier había sido captado en su pueblo y confirmó su incorporación a la banda tras entrevistarse en Francia con Mª Soledad Iparraguirre Anboto, una de las entonces dirigentes de la banda. Después de un tiempo para que Luis se lo pensara, ambos acudieron a Oloron (Pirineos Atlánticos) a una cita con un responsable de la organización, Juan Antonio Olarra Guridi, alias Jon. Este les propuso la creación de un comando legal armado, de esos en los que los terroristas comparten sus acciones con una vida más o menos normal y lejos todavía de cualquier seguimiento policial. Dos o tres meses después, en la siguiente cita gala, fue ya su nuevo responsable militar, Francisco Javier García Gaztelu Txapote, quien les presentó a un tercer miembro: Diego Ugarte. Txapote heredó la jefatura militar de la organización tras suceder a Arizkuren Ruiz Kantauri tras su detención en marzo de 1999. A él le sucedería, tras la suya, un 22 de febrero de 2001, el antes citado Olarra. De esta manera se creó el comando Ituren de ETA, a partir de una tripleta de muchachos entre veintitrés y veintiocho años, para entonces bregados en acciones de kale borroka (lucha callejera), puesta de moda como estrategia paralela de la banda a mediados de los años noventa, tras la detención de la cúpula terrorista en Bidart, en marzo de 1992.

    Al nuevo comando se le asignó como zona de actuación la ciudad de Vitoria y se le requirió para que se hiciera con un piso de seguridad —el alquilado en la calle García Lorca— y buscara objetivos para posibles acciones entre miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, políticos y militares. En la siguiente cita, Olarra les presentó a Ainhoa Múgica Goñi, alias Olga, su compañera sentimental y por entonces dirigente como él de la banda. En otra posterior, el que iba a ser su responsable orgánico, Txapote, los recibió en Pau para hacer un cursillo de manejo de armas y explosivos a cargo de Peio (Ramón Carasatorre) y de Karaka (Jon Bienzobas). Otra vez, en San Juan de Luz, recibieron tres pistolas, un subfusil MAT y munición, aunque ya les avisaron de que lo suyo iba a ir más de explosivos. Hacían prácticas de tiro en la sierra de Urbasa y se citaban en la cueva de la Leze, en Egino (en la muga entre Álava y Navarra), pero, un mes antes de que acabara la tregua que había declarado ETA hacía más de un año, Txapote les impartió un cursillo-resumen de manejo de explosivos que duró todo un fin de semana. Dos semanas después, de nuevo en Francia, este le devolvió a Carrera el coche en que había ido con una dotación de sesenta kilos de dinamita, temporizadores, mandos para activarlos y cordón detonante. Todo el arsenal fue depositado en el piso alquilado por Ugarte.

    A partir de ahí, insistieron en sus trabajos de seguimiento de posibles objetivos criminales, muy centrados ya en Buesa y en José Luis Añúa, presidente de Unidad Alavesa. Por aquellos meses la organización terrorista había declarado una tregua indefinida y sin condiciones. Había comenzado un 18 de septiembre de 1998 y era la consecuencia del acuerdo firmado por la banda tres meses antes con los partidos que conformaban el Gobierno Vasco, Partido Nacionalista Vasco y Eusko Alkartasuna. El contexto de ese compromiso era la firma del Acuerdo de Estella (o Lizarra) del 12 de septiembre anterior, donde esos dos partidos y otras formaciones políticas, sociales y sindicales nacionalistas concertaron una vía de final del terrorismo sobre la base de una estrategia de Frente Nacional. En ese proceso, en julio de 1999 ETA planteó al PNV y a EA una vía unilateral soberanista consistente en convocar unas elecciones a un parlamento que acogiera a todos los territorios de Euskal Herria, tanto españoles como franceses, para desde ahí establecer una trama institucional constituyente, con su lehendakari (presidente), al margen de las legalidades de los estados a los que pertenecían estos. Los dos partidos no vieron factible esa po­­sibilidad y no suscribieron el acuerdo. Ello fue argumento para que ETA rompiera su tregua el 28 de noviembre de 1999. Los 439 días que esta había durado fueron definitiva y brutalmente cerrados con el atentado mortal contra el teniente coronel Pedro Antonio Blanco García, en Madrid, un mes antes del siguiente contra Buesa y con el mismo modus operandi: el coche bomba.

    En todo caso, la banda no debía tener demasiada confianza en aquella vía iniciada con los partidos políticos nacionalistas —ni Kantauri ni Txapote eran partidarios de la tregua— porque sus comandos siguieron recopilando información sobre futuros objetivos mientras cesó su actividad terrorista. Así lo hizo el Ituren, de manera que cuando tenían ya suficientes datos para atentar contra Buesa se reunieron en Francia con Txapote y este les indicó que la tregua se iba a romper y que una vez rota era cuando debían llevar a cabo dicha acción. Tenían luz verde.

    Realizado el atentado, estuvieron casi dos meses sin tener contacto hasta que el comando se vio de nuevo con Txapote en Louvie-Juzon, cerca de Oloron, donde les entregó un Renault 19 blanco robado en la localidad vizcaína de Abadiño con una carga explosiva ya preparada para atentar esta vez contra una pa­­trulla de la Guardia Civil o de la Policía. Sin embargo, como no localizaron ninguna en condiciones favorables, decidieron colocar el vehículo al paso del coche oficial del diputado general de Álava, Ramón Rabanera Rivacoba, de quien también habían hecho anteriormente acopio de información sobre sus movimientos; en otras versiones se indica que aquel fue siempre el objetivo.

    Precisamente, un mes antes unos desconocidos habían lanzado unos cócteles molotov contra la academia de enseñanza que Rabanera regentaba; en los siguientes meses lo hicieron en otras cinco ocasiones, hasta forzar su cierre. Era la segunda quincena de abril; el circuito electrónico del automóvil (la llave) no funcionó y Rabanera salvó la vida. Lo intentaron de nuevo una vez solventado el primer problema —volvieron a Francia para que Txapote y Olarra les enseñaran cómo hacerlo—, pero también sin éxito (todavía en 2008 otro comando le preparó un atentado más en su residencia riojana de Ezcaray). La carga mortal fue trasladada al piso franco de la calle García Lorca 2, séptima planta, que el 21 de julio localizó la policía. Dentro del piso había diverso armamento: ochenta kilos de explosivos distribuidos en dos cartuchos de dinamita de diez kilos y nueve fiambreras de plástico rellenas con entre uno y cinco kilos de explosivos cada una y precintadas con cinta adhesiva, listas para ser utilizadas como bombas-lapa, tres mandos de radio-control para activar bombas a distancia, cuatro temporizadores digitales y otros tantos detonadores, cinco ollas grandes y un tubo para coches-bomba, tres pistolas FN Browning 9 milímetros Parabellum y un subfusil MAT con sus correspondientes cargadores y munición, así como transmisores, cordón detonante, tornillería y herramientas varias. También hallaron restos del explosivo utilizado y documentación sobre los seguimientos a políticos socialistas y del Partido Popular —también de otros, como Añúa, y listas de candidatos alaveses en 1998 de los partidos no nacionalistas, incluidos los de Izquierda Unida—, pero el lugar se encontraba ya deshabitado. Los miembros del comando habían huido a Francia tras sentirse Asier y Luis observados por la policía y siguiendo cada uno su propio recorrido. Volvieron a juntarse en Louvie-Juzon. Allí Txapote les asignaría a diferentes y nuevos comandos. El Ituren era historia.

    ***

    Existen responsables directos, los autores materiales, y también responsables indirectos: los que callan, los que ‘entienden’, los que aplauden, los que animan, los que miran a otro lado y los que muestran una preocupante ineficacia.

    La furgoneta blanca explotó a las 16:38 horas de la tarde, cuando Asier Carrera accionó el mando de radiofrecuencia y estalló el artefacto situado en el maletero. El impacto se escuchó en toda la ciudad y la columna de humo negro se hizo visible desde muchos lugares. También desde Lehendakaritza, las oficinas de trabajo del entonces lehendakari Juan José Ibarretxe, porque entre el lugar del crimen y su despacho hay solo una línea recta de exactamente doscientos cuarenta metros. El portavoz del Gobierno Vasco, Josu Jon Imaz, comenzaba en ese momento su rueda de prensa tras la reunión semanal del Ejecutivo y se quedó con la palabra en la boca. Los periodistas salieron corriendo hacia un lugar que adivinaban cercano, y la conferencia de prensa no continuó.

    El brutal impacto alcanzó a Fernando Buesa y a su escolta, el joven miembro de la Ertzaintza (policía autonómica vasca) Jorge Díez Elorza, de tan solo veintiséis años, la edad de sus asesinos. Llevaba unas pocas semanas protegiendo al político vasco. Buesa, que entonces tenía cincuenta y tres, murió en el acto por politraumatismo con destrucción de órganos vitales. Jorge se mantuvo con vida por unos minutos, pero también falleció poco después con igual diagnóstico. Dos transeúntes resultaron también heridas: una mujer con una contusión en el abdomen y en la parte derecha de la pelvis por impacto de un fragmento de metralla, y otra que sufrió daños en los oídos como consecuencia de la explosión. Diferentes inmuebles se vieron afectados: la Escuela de Ingeniería, que vio volar los techos rebajados de su planta baja, el Instituto Federico Baraibar, donde cayeron los cristales de las aulas que ocupaban en ese momento los estudiantes, el Aulario de la universidad y algunas viviendas de los chalets cercanos de la Ciudad Jardín. Otro tanto ocurrió con una docena de automóviles y motocicletas aparcadas junto a la furgoneta Renault blanca.

    Tras salir de su domicilio y despedirse de su mujer y de Sara, la menor de sus hijas, Buesa había acompañado a su hijo Carlos hasta el cercano Colegio de Ingenieros, donde acudía a un curso sobre medio ambiente. Se dijeron adiós y, unos pasos más allá, ni siquiera cien metros, todo acabó. Unos trabajadores que arreglaban el pavimento y alguno de la limpieza del instituto reaccionaron antes de que llegaran raudos los ertzainas. Una valla metálica de las obras les sirvió de improvisada camilla para apartar el cuerpo de Jorge de las llamas de los vehículos hasta que llegaran los bomberos y las ambulancias. Todavía los servicios médicos de urgencia intentaron reanimarle, sin éxito. Vicente Latiegui, viejo sacerdote del cercano centro de Diocesanas —una autoridad en historia de la cristiandad en el País Vasco—, junto con el médico de la escuela, se aproximaron al lugar, pero solo pudo darles la absolución poco después de tomar el pulso en el cuello de Jorge y comprobar que ya no había remedio. A Fernando le reconoció cadáver su compañero de partido y amigo Javier Rojo, que se personó rápidamente junto a su hija Natalia y su hermano Goyo, con la inmediata intuición de quién podía haber sido la víctima. Un ertzaina le disuadió de seguir avanzando tras decirle: Es quien usted cree.

    La policía vasca se hizo con el control de una zona que diariamente vigilaba con especial cuidado debido a la cercanía tanto de Lehendakaritza como de la propia residencia del lehendakari en el palacio de Ajuria Enea. El por esas fechas convulso campus universitario alavés también atraía la atención de los cuerpos policiales. De hecho, a la mañana se habían podido ver por la zona algunos todoterrenos de la Policía Nacional parados en varias rotondas, con los agentes bajados, con los chalecos antibalas y armas largas en actitud vigilante. A pesar de ello, tres jóvenes procedentes de la kale borroka, bien conectados y mandados por la dirección etarra, sin contar con la colaboración de un veterano rescatado de los años ochenta, como venía haciendo la banda en esos meses, habían sorprendido a todos en su primera ekintza (acción terrorista, en su argot). Ni era una acción de un grupo enviado por el comando Donosti reorganizado, ni un talde (grupo) residual del Vizcaya —recientemente desarticulado parcialmente, y con su jefe, Patxi Rementeria, aplicado a su recomposición—, ni el Madrid trabajando con legales en la zona. Pero tampoco se trataba de un reconstituido comando Araba, que ya contaba con datos de Buesa desde 1995, poco antes de su detención, ni el Jabalí con base en la cercana localidad de Amézaga, que acababa de ser desarticulado en Zaragoza en diciembre pasado cuando iba hacia Madrid con dos furgonetas-bomba cargadas con mil setecientos kilos de explosivos y al que se le ocupó una fotografía de Buesa.

    Uno de los periodistas que asistía a la rueda de prensa de Imaz era José Manuel Cámara, cronista político de Televisión Española en Vitoria. Él creía ya entonces que todas las fuerzas policiales operaban con la hipótesis de que el siguiente atentado iba a tener lugar en esta ciudad. Quizás por eso las medidas de seguridad que se encontró al llegar a Lehendakaritza esa tarde las recuerda como las más extremas que nunca había visto en sus quince años de asistencia ritual a las conferencias de prensa de los martes. Ya por la mañana, cuando fue a cubrir la visita a Ibarretxe de los padres de Joaquín José Martínez, un ciudadano español que esperaba en el corredor de la muerte en Estados Unidos, observó que a las afueras del edificio dos ertzainas de paisano revisaban las alcantarillas de las aceras. El vehículo pertenecía a la Unidad de Desactivación de Explosivos de la Ertzaintza, una furgoneta con rejillas de ventilación. Manu apuntó el número de su matrícula.

    Por la tarde, un ertzaina que medía unos dos metros recibió uno por uno a los periodistas en la garita policial de acceso al edificio. No era uno de los agentes habituales en ese puesto. En el detector de metales pitaba cualquier objeto, por pequeño que fuese. Tras superar el control, llamé inmediatamente a mi jefe y le anuncié que allí iba a pasar algo. Compartió su sospecha con sus compañeros de equipo y con otros colegas allí presentes. Al explotar la bomba retumbó el suelo bajo sus pies, mientras Imaz sugería que tal vez fuera una bombona de gas. Todos salieron buscando el humo: los medios llegaron inmediatamente, cuando aún todo lo dominaba el fuego.

    En la capilla ardiente instalada en el Parlamento Vasco a la mañana siguiente, Manu facilitó a un político asistente el número de la matrícula de aquel vehículo de la Ertzaintza que buscaba bombas a la puerta de Lehendakaritza. "Los periódicos —termina su recuerdo— informaron con todo lujo de detalles sobre los desvelos de todas las fuerzas y cuerpos de Seguridad del Estado por

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