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El final de la muerte: Las enseñanzas profundas de Un curso de milagros
El final de la muerte: Las enseñanzas profundas de Un curso de milagros
El final de la muerte: Las enseñanzas profundas de Un curso de milagros
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El final de la muerte: Las enseñanzas profundas de Un curso de milagros

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En este libro excepcional Nouk Sánchez desvela las enseñanzas profundas de Un curso de milagros. Tras veinte años de práctica ininterrumpida de estas enseñanzas, el fallecimiento de su compañero de camino, Tomás Vieira, le sume en una profunda crisis y es el detonante de un proceso que le lleva a comprender, que, como ella misma explica, se había mantenido con un pie en la canoa del ego y el otro en la canoa del Espíritu.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 nov 2015
ISBN9788494414695
El final de la muerte: Las enseñanzas profundas de Un curso de milagros

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El final de la muerte - Nouk Sánchez

uno

El ego: breve visión general

Desde mi punto de vista actual, después de recorrer el camino de Un curso de milagros durante más de dos décadas, veo con claridad que el ego no es otra cosa que la voluntad de sufrir. También es un deseo inconsciente de estar solo y separado.

Sin embargo, ¿quién en su sano juicio elegiría conscientemente sufrir en soledad durante eones en la ilusión del tiempo? Nadie que estuviera realmente en su mente recta. Está claro que el sistema de pensamiento del ego es la mente errónea. La vida, tal como la conocemos, tal como la vivimos a través del ego inconsciente, está llana a rebosar de todo tipo de sufrimiento.

El ego solo es un constructo mental, una identidad, un yo personal e ilusorio. Es una voluntad separada a través de la cual creamos un mundo aparte del Amor de Dios. Este yo no es real y, en definitiva, es insostenible. Sin embargo, de la Voluntad eterna e inmutable del Amor que todo lo abarca surgió una pequeña idea loca. Esta idea era experimentar «lo que no es Dios».

En esta experiencia de «lo que no es Dios» se incluyen todas las leyes que el mundo considera naturales e inmutables, como el tiempo, la naturaleza, el nacimiento y la muerte. Rechazando nuestro estado original e incorruptible de Amor que todo lo abarca sin opuesto, elegimos experimentar el opuesto del Amor, el estado de miedo. Hemos usado esta lente del miedo para percibirnos a nosotros mismos, a los demás y al mundo. Afortunadamente, esta percepción temerosa, por más convincente que nos parezca, solo es un estado onírico en realidad. La Verdad eterna de nuestra Santa perfección permanece intocada por este sueño.

Los infames efectos secundarios forman parte de la proyección temerosa del ego e incluyen fenómenos horriblemente distorsionados como la enfermedad, el dolor físico y emocional, los accidentes, los conflictos, la escasez y (la guinda del pastel del ego) la muerte física. Todos ellos son nuestras propias proyecciones inconscientes que hemos elegido experimentar. Los usamos como distracciones para asegurarnos de que nunca tengamos que despertar de este sueño de miedo.

Nuestras proyecciones temerosas nos parecen amenazas externas muy reales contra las que debemos defendernos. En nuestra percepción, son independientes de nosotros y poseen el poder mágico de herirnos. Esto es lo que Jesús dice con respecto a cómo usa el ego los ojos del cuerpo (y sus otros sentidos) para interpretar lo que quiere que percibamos:

Es la mente la que juzga lo que los ojos contemplan: la que interpreta los mensajes que le transmiten los ojos y la que les adjudica «significado». Este significado, no obstante, no existe en el mundo exterior. Lo que se considera la «realidad» es simplemente lo que la mente prefiere. La mente proyecta su propia jerarquía de valores al exterior, y luego envía a los ojos del cuerpo a que la encuentren.

M-8.3:3-7

Estás en conflicto con el mundo tal como lo percibes porque crees que el mundo es antagónico a ti. Esta es una consecuencia inevitable de lo que has hecho. Has proyectado afuera aquello que es antagónico a lo que está dentro, y así, no puedes por menos que percibirlo de esa forma. Por eso es por lo que debes darte cuenta de que tu odio se encuentra en tu mente y no fuera de ella antes de que puedas librarte de él, y por lo que debes deshacerte de él antes de que puedas percibir el mundo tal como realmente es.

T-12.III.7:7-10

¿Por qué persistimos en el sufrimiento?

¿Por qué preferiríamos la ilusión del miedo —y la amenaza— al Amor, la seguridad y la alegría? ¿Cuál es la ventaja? Nuestro temor a Dios profundamente enterrado es la furia ardiente que alimenta nuestra voluntad inconsciente de sufrir. Este catalizador secreto nos mantiene identificados con el yo personal y su voluntad demente de permanecer separados de Dios. La culpa motiva nuestro permanente deseo de escaparnos de Dios. Esta es nuestra defensa más profunda y oscura contra el Amor de Dios. Nuestra culpa está causada por la creencia imaginaria de que hemos matado a Dios porque aparentemente abandonamos el Amor. Creemos inconscientemente que hemos cometido un crimen imperdonable que oscurece eternamente el universo. Creemos que hemos pecado a una escala grandiosa. Y, según el ego, el pecado no puede ser borrado.

Esta creencia inconsciente y profundamente arraigada en nuestra culpabilidad eterna es de una magnitud insoportable, de modo que fue enterrada, negada y olvidada. Cuando ocurre algo demasiado chocante y traumático, nos disociamos y entramos en negación. Y, como nos dice la psicología, cuando entramos en negación proyectamos fuera de nosotros la experiencia negada. De modo que ya no percibimos que la causa de todos nuestros miedos se encuentra en nuestra propia mente; ahora vemos la fuente de nuestro terror —la culpa que hemos negado— fuera de nosotros, en otras personas, dentro de nuestros propios cuerpos o en el mundo en general.

El pecado, la culpa y el miedo constituyen el círculo vicioso del ego. Creemos que hemos pecado, de modo que arrastramos una profunda culpa que proyectamos externamente. El resultado natural de esta proyección es que sus efectos parecen volver y atacarnos, a menudo de forma aleatoria que no parece tener ninguna relación con la proyección original. De modo que nos enseñamos que nuestros propios cuerpos, los de los demás y el mundo deben ser temidos y controlados.

¡La supervivencia del ego depende de que mantengamos nuestra atención enfocada hacia fuera! Mientras mantengamos la percepción errónea de que todo el mundo y todas las cosas, incluyendo la enfermedad, la escasez y la muerte, son fenómenos independientes que existen fuera de nosotros, continuamos atrayendo sufrimiento.

Mientras seguimos convencidos de que somos víctimas, mientras seguimos distraídos por la persecución interminable de placer, amor, abundancia y salud, y al mismo tiempo tratemos de evitar el dolor, la pérdida, la escasez y la muerte, el ego nos mantiene efectivamente vueltos del revés. O, más precisamente, vueltos en contra de nuestro Ser Santo. Este es el Ser que reconoce claramente que todo sufrimiento solo tiene una fuente, independientemente del aspecto que puedan tener las apariencias externas. Esa única fuente es el ego, que no está en otra parte que en nuestra propia mente.

Mientras sigamos eligiendo albergar esta culpa inconsciente, manteniéndola segura en la oscuridad no atreviéndonos nunca a mirarla, seguiremos creyendo que la fuente de nuestro sufrimiento se halla en los demás, en el pasado, en situaciones y en nuestros propios cuerpos. Cuando por fin decidamos que ya hemos tenido bastante de la infructuosa y frenética búsqueda externa de las causas del sufrimiento y de la salvación, solo entonces estaremos preparados para iniciar el viaje de deshacer el ego.

Conócete a ti mismo: el Ser Santo

Nuestro verdadero Ser (Yo) Santo está profundamente enterrado debajo de la falsa imagen del yo que tiene el ego. Mientras sigamos deseando y manteniendo intacta esta falsa identidad, el ego oscurecerá la infinita majestad y la seguridad inatacable de nuestro Ser Santo. Debemos elegir una identidad o la otra, pues ambas son mutuamente excluyentes. Son diametralmente opuestas en todos los sentidos y no pueden coexistir.

Para encontrar nuestro verdadero Ser necesitamos la ayuda de otros, puesto que es imposible encontrar el Ser Santo solos. Las otras personas nos sirven como espejos, sin mancha de nuestros juicios, creencias y valores reprimidos y no reconocidos. Todas las personas con las que nos encontramos en nuestra vida actúan como pantallas sobre las que proyectamos nuestra culpa negada. Nos muestran donde están las cosas que nos molestan, nos irritan o nos enfadan. Necesitamos estas experiencias de activación emocional para poder iniciar el proceso de identificar y perdonar la verdadera causa de nuestro sufrimiento, que siempre está en nuestra propia mente. Nunca fuera de nosotros, en el pasado, en el cuerpo ni en el comportamiento de los demás.

Sin embargo, antes de sumergirnos directamente en la búsqueda de nuestro Ser Santo debemos comprometernos a deshacer el falso yo; este es un proceso que requiere la inversión de todas nuestras creencias y valores. El viaje de deshacer el ego implica atrevernos a mirar dentro, a encontrar la brecha oculta en nuestra mente. Esta brecha sigue siendo invisible hasta que elegimos arrojar luz sobre ella. El ego sobrevive manteniéndose envuelto en la oscuridad. Que es necesaria para perpetuar su ciclo de miedo y para mantener ocultas de nosotros nuestras proyecciones de culpa a fin de que no las descubramos nunca. Mientras la culpa oculta no sea detectada, el ego puede proyectarla hacia el exterior para que parezca que nos ataca desde fuera de tantas maneras como sea posible.

Su sistema de circuitos cerrados está pensado deliberadamente para mantenernos en el miedo permanente, asegurándose de que retornemos siempre a él para consultar las soluciones a los problemas que él mismo proyecta. El ego nunca ofrecerá soluciones duraderas porque su mantra es busca, pero no halles.

Identificar la división interna

El milagro es posible cuando causa y consecuencia se traen frente a frente, no cuando se mantienen aparte.

T-26.VII.14:1-2

Al pecado y a la enfermedad se les considera causa y consecuencia respectivamente, en una relación que se mantiene oculta de la conciencia a fin de mantenerla excluida de la luz de la razón.

T-26.VII.2:4

La división interna que alimenta la ilusión de separación se mantiene viva por nuestra renuencia a mirar dentro. Todos tememos los efectos de mirar con profundidad en nuestro interior, pues estamos convencidos inconscientemente de que el horror nos fulminará. Además, basándome en mi propia experiencia y en la de otros con los que he trabajado, he llegado a la conclusión de que todos parecemos compartir una creencia muy profunda, consciente o inconsciente, en nuestra extremada falta de valía.

Esta sensación de falta de valía carece de base, por supuesto, aunque a nosotros nos parezca tan real. Solo es una máscara que oculta la culpa que tanto miedo nos da contemplar. La vergüenza profunda o la desvalorización, por más destructivos y dolorosos que puedan ser sus efectos, no son sino disfraces convenientes para lo que yace debajo. La culpa es el tesoro que el ego nunca quiere que descubramos dentro, porque, en cuanto lo hacemos, podemos soltarla fácilmente. Y, cuando soltamos la culpa, el ego y su atracción hacia el sufrimiento deben desaparecer con ella.

La culpa que subyace a nuestra falta de valía es nuestra convicción inconsciente y compartida de que estamos separados de Dios, y, por lo tanto, Él viene a darnos nuestro merecido. Aunque asumimos que hay miles de cosas de las que somos culpables en nuestras vidas, y que hay millones de cosas que juzgar y temer, en realidad solo una creencia profundamente inconsciente las engendra todas: nuestro miedo a Dios.

Todos los sentimientos de culpa y todas las cosas que nos provocan miedo e ira son proyecciones de esta profunda fuente de culpa. Cuando nos damos cuenta de esto, podemos empezar a sanar una larga serie de problemas vitales que parecen no estar relacionados con este asunto, como la enfermedad, los problemas de relación, la escasez, la adicción, la depresión, las obsesiones, la tendencia a dejar las cosas para mañana, la soledad y otros.

Mientras nuestro miedo esencial a Dios se mantenga enterrado y permitamos que el ego lo fragmente y lo proyecte externamente a diario de muchas maneras que no parecen tener relación, continuaremos sufriendo.

Hasta que no saquemos a la luz voluntariamente todo lo que yace oculto dentro, no podremos conocer de primera mano nuestra perfecta inmunidad y seguridad. Debemos tener el coraje de mirar dentro, de practicar la autoindagación radical cada vez que sintamos que algo o alguien nos altera o irrita. ¿Cuál es la verdadera causa y naturaleza de este problema? ¿Dónde reside realmente su fuente?

Dentro de cada mente existen dos sistemas de pensamiento opuestos: el ego y Dios; o, más específicamente, el miedo y el Amor. Solo el Amor es real. El ego solo se mantiene vivo por nuestra elección de mantener estos sistemas de pensamiento opuestos separados uno del otro. Cuando los juntamos, queda inmediatamente claro que solo podemos adoptar uno de ellos. Cuando sacamos a la luz nuestras creencias más profundas y esenciales, lo que estamos haciendo es exponer el sistema de pensamiento del ego, situándolo al lado del sistema de pensamiento de Dios, lo que asegura su fallecimiento.

Os daré un pequeño ejemplo de cómo sacar a la luz las intenciones del ego: es posible que sienta que me estoy resfriando. Soy muy consciente de que tengo pendiente de completar un proyecto importante, sin embargo, el ego no investigado elige este momento para atacar con un resfriado. ¿Cuál es su objetivo? Abortar mi plan, hacerme desdichada y convencerme de que estoy a merced de mi cuerpo. Entonces, cuando tomo el décimo pañuelo de papel, queda claro que debo ser un cuerpo y no el perfecto Hijo de Dios.

El ego me informa secretamente de que estoy separada del Amor de Dios; me dice que no tengo poder sobre el cuerpo, aunque comparto el poder infinito de la Voluntad de Dios. Si eligiera esta oportunidad para mirar dentro y abrirme al sistema de pensamiento del Espíritu, me daría cuenta de que solo la mente puede dar órdenes al cuerpo: el cuerpo nunca puede traicionarme sin mi propio consentimiento. Reconocería que soy yo quien asigna su significado y poder a todas las cosas que hay en mi mundo, incluyendo la enfermedad. Este resfriado no tiene significado aparte del que yo le dé, y no puede afectarme a menos que así lo elija en mi mente. Armada con esta verdad fortalecedora, en este caso y en cualquier otro que surgiera, cuestionaría al ego consistentemente. En este proceso continuo de arrojar luz sobre su oscuridad, el ego finalmente no tendría otra opción que la de desaparecer.

Cuando cuestionamos al ego, siempre lo hacemos yendo hacia dentro para buscar la guía de nuestro Ser Santo. Descubrimos lo que no es verdad exponiéndolo a la luz del Espíritu. En este ejemplo, una vez que me doy cuenta de que debo haberme decidido por el resfriado, puedo, con el Espíritu, invertir esta decisión a través del perdón.

Mediante la autoindagación radical también puedo descubrir que he invitado al resfriado porque me da miedo completar el proyecto, o porque necesitaba una «causa legítima» para no acudir un día al trabajo. Encuentre lo que encuentre dentro, si quiero que se deshaga la causa de todo sufrimiento, aplico el perdón. Y el perdón no puede suceder hasta que esté dispuesta a mirar la mentira proyectada por el ego, con la luz del Espíritu para poder interpretarla correctamente.

Este proceso puede parecer contradictorio. El ego cree que nuestra seguridad reside en no mirar dentro, especialmente en no examinar nuestros temores más oscuros. Pero lo cierto es que cualquier cosa que esté escondida en nuestro inconsciente será proyectada hacia fuera. Se manifestará como un ataque esporádico procedente del exterior. Nuestros juicios y temores son los imanes secretos que atraen estas experiencias: atraen las mismas cosas que tan desesperadamente tratamos de evitar. Jesús nos asegura que nuestros miedos y los ataques resultantes siempre cederán ante el Amor si son llevados a la luz de la conciencia y no se mantienen ocultos:

No hay tinieblas que la luz del amor no pueda disipar, a menos que se mantengan ocultas de la influencia benéfica del amor. Lo que se mantiene fuera del alcance del amor no puede compartir su poder curativo, pues ha sido separado de él y se ha mantenido en la oscuridad.

T-14.VI.2:3-4

Hasta que no llevemos la luz de la conciencia a nuestro interior, asumiremos equivocadamente que nosotros somos el ego, sin darnos cuenta de que hay otro sistema de pensamiento muy distinto que contiene nuestra Verdadera Identidad. Mientras sigamos creyendo en la realidad de nuestro yo-ego, confundiremos nuestros valores y creencias con respecto a quiénes somos.

Si alguien critica algo que hacemos, o si está en desacuerdo con una opinión particularmente firme que tenemos —por ejemplo—, nos tomaremos la ofensa personalmente, como si nuestra identidad misma estuviera amenazada. No nos daremos cuenta de que en realidad nuestra identidad no puede ser amenazada por cuestionar una creencia, opinión o juicio que nos sea muy querido. Nosotros no somos nuestros valores y creencias, puesto que todos ellos son tan cambiantes como el viento. Nuestra identidad real, por debajo el yo-ego ilusorio, no está sometida a cambios. No podemos saber esto de primera mano hasta que empecemos a deshacer la falsa autoimagen ego que tenemos de nosotros mismos, reconociéndola como la impostora que es.

Este falso yo está formado por millones de juicios, creencias, valores y opiniones no reconocidos. Ninguno de ellos constituye nuestra Verdadera Identidad. En cambio, fabrican algo que no somos. Y no sabremos quiénes somos hasta que no hayamos examinado y soltado voluntariamente estos erróneos fragmentos de identidad.

La búsqueda de la verdad no es más que un honesto examen de todo lo que la obstaculiza.

T-14.VII.2:1

Al mirar dentro con honestidad, de la mano del Espíritu sin hacer ningún juicio con respecto a nosotros mismos, nos sorprenderá descubrir que siempre y en cada caso solo permanece el Amor. Mirar sin juicio es la clave para disipar la oscuridad que tanto temíamos.

El ego siente terror cuando empezamos a desenterrar nuestros miedos y nos damos cuenta de que no tienen base. A medida que desentrañamos todas las creencias que han mantenido en marcha la rueda del sufrimiento, empezamos a ver la luz. Gradualmente tomamos la decisión de retirar nuestra dependencia de la autoridad del ego. Nos dirigimos en cada ocasión al Espíritu interno, esperando su guía Amorosa en lugar de permitir que se nos manipule a través del miedo.

Se produce un profundo cambio en nosotros cuando nos damos cuenta de que ya no podemos seguir creyendo en ambos sistemas de pensamiento opuestos. En este punto debemos establecer un compromiso sincero con uno de ellos. La paz verdadera y consistente solo llega cuando tomamos esta decisión de mantenernos atentos y alerta a favor de Dios en nuestra mente y en contra del ego. Hasta entonces, el ego mantendrá cierto arraigo en nuestra percepción y seremos víctimas de sus temerosas proyecciones, que pueden tomar muchas formas.

La disociación es un proceso de pensamiento distorsionado, en el que se abrigan dos sistemas de creencias que no pueden coexistir. Si se pone uno al lado del otro, resulta imposible aceptarlos a los dos. Pero si uno de ellos se mantiene oculto del otro, su separación parece mantenerlos vigentes a los dos y hace que parezcan ser igualmente reales. Poner uno al lado del otro, por lo tanto, se convierte en motivo de miedo, pues si haces eso, no podrás por menos que dejar de aceptar uno de ellos. No puedes quedarte con los dos, pues cada uno supone la negación del otro.

T-14.VII.4:3-7

El Espíritu Santo vive dentro de nosotros como nuestro Ser Santo y está disponible en cualquier momento que deseemos cordura y paz. Pero debemos estar dispuestos a mirar con Él nuestros juicios y temores. Mientras acumulemos preocupaciones y temores y los mantengamos alejados, el Espíritu no puede ayudar.

El Espíritu Santo solo te pide esto: que lleves ante Él todos los secretos que le hayas ocultado. Ábrele todas las puertas y pídele que entre en la oscuridad y la desvanezca con Su luz. Si lo invitas, Él entrará gustosamente. Y llevará luz a la oscuridad si le franqueas la entrada a ella. Pero Él no puede ver lo que mantienes oculto. Él ve por ti, pero a menos que tú mires con Él, Él no puede ver.

T-14.VII.6:1-6

El iceberg de la culpa y el miedo inconscientes

Aproximadamente el diez por ciento de lo que ocurre en nuestra vida acontece a través de nuestra intención consciente, mientras que el noventa por ciento restante es impulsado inconscientemente por el deseo secreto del ego de ser tratado injustamente. Este masivo «iceberg» enterrado alberga nuestras creencias, juicios, temores y defensas ocultos e inconscientes, y dirige nuestra vida buscando el autocastigo.

Recuerda que cualquier cosa que temamos, a la que nos resistamos, que neguemos o de la que nos defendamos acaba siendo proyectada hacia fuera y se manifiesta en nuestra experiencia cotidiana. Hasta que no desenterremos nuestra culpa y nuestro miedo ocultos dentro de esta masa enterrada y accedamos a liberarlos (junto con sus efectos) mediante el proceso de perdón/Expiación, estos temores inconscientes continuarán materializándose en nuestras vidas.

Dentro de esta masa oscura y oculta también se halla toda nuestra inversión no cuestionada en las leyes del ego: las leyes que parecen sustentarnos y también las que parecen atacarnos. ¿Cuáles son estas leyes? Hay muchas. Estamos convencidos de que para vivir necesitamos perentoriamente alimento, bebida, dinero y medicinas: ¿no moriríamos de hambre, sed, pobreza o enfermedades sin ellos?

Por otra parte, creemos con igual fuerza que la enfermedad, el dolor, la escasez y la muerte están regidos por leyes que nos atacan, pues parecen ser leyes sobre las que no tenemos control. Todas estas «leyes» (y muchas otras) son únicamente creencias, cada una de ellas debe ser revisada y cuestionada en profundidad de la mano del Espíritu.

No se nos pide que renunciemos a ellas, pero sí que se las entreguemos al Espíritu para que las reinterprete.

Mientras creamos que cualquiera de estas leyes causa peligros o curación, teniendo prioridad sobre el ilimitado poder de Dios, nos impedirán tomar conciencia de la presencia del Amor. Toda causa se origina en la mente, mientras sigamos dotando falsamente a las leyes del ego del poder de «causar» algo, sin darnos cuenta rechazaremos el deshacimiento de la única causa real de todo nuestro sufrimiento: nuestra culpa inconsciente profundamente enterrada.

En el núcleo mismo de la masa inconsciente del iceberg reside el atesorado sueño central del ego: el concepto de muerte sobre el que se estructura todo lo demás.

Este núcleo nos atrae secretamente de manera irresistible. Hemos puesto individual y colectivamente este núcleo fundacional de la muerte en nuestro altar más interno, apartando para ello todas las nociones sobre Dios. La muerte ocupa el espacio central de la adoración más sagrada en el sistema de pensamiento inconsciente del ego. Todas las demás creencias descolocadas y los diversos obstáculos al Amor orbitan alrededor de este núcleo central.

El deseo inconsciente del ego de ser tratado injustamente

Defensas: el ego cree que hemos pecado monstruosamente y nos halla culpables. Por lo tanto, según su punto de vista, ¡debemos esperar castigo! De ahí que haga que nos defendamos constantemente de las amenazas. Sin embargo, todas las amenazas existen en la mente. No son peligros externos, como al ego le gustaría hacernos creer.

La causa de toda sensación de amenaza, como hemos dicho antes, es la culpa inconsciente. Por lo tanto, esta causa es la única amenaza que tenemos que sanar. En verdad, lo único que existe es el Amor de Dios. A medida que trabajamos para deshacer el ego, descubrimos que hemos dedicado nuestra vida a defendernos y a protegernos del Amor de Dios albergando nuestra atracción secreta por el sufrimiento, el castigo y la muerte.¹

Leyes del ego que nos atacan y nos sustentan: todo lo que percibimos en el mundo es proyectado externamente por el sistema de pensamiento del ego que opera dentro de nuestra mente. El ego solo proyecta lo que quiere que veamos y creamos. Quiere que solo confiemos en su guía porque su supervivencia se vería amenazada si buscásemos consejos más sabios en otra parte.

El ego quiere que creamos que el cuerpo/mundo es más poderoso que nuestra mente y más poderoso que la Voluntad de Dios. Lo último que quiere es que reconozcamos que todo poder reside en la mente. Si descubriéramos plenamente el poder intrínseco de nuestra mente recta, abandonaríamos al ego inmediatamente.

Mientras sigamos poniendo nuestra fe en el cuerpo y en el mundo para que nos sustenten y nos den seguridad, nunca conoceremos nuestro poder en Dios. Tampoco conoceremos el alivio, la alegría y la sensación de profunda seguridad que sentimos al descubrir que, en Verdad, solo el Amor de Dios nos sostiene. Si no aprendemos a confiar en esta Verdad con respecto a nuestra propia naturaleza, seguiremos siendo víctimas del mundo que vemos.

La búsqueda de realización a través del ego: cuando buscamos realización, control o completarnos por medio del ego, en realidad lo que estamos haciendo es fortalecer la culpa. Cuando tratamos de realizarnos o completarnos aparte del Espíritu, reforzamos nuestra creencia en la realidad del cuerpo. No nos damos cuenta de que así incurrimos en el castigo del ego. Todo lo que hacemos con el ego atrae culpa.

Todos los apetitos corporales (comer en exceso, mejorar la imagen corporal, hacer dieta, la nutrición, el sexo), el dinero, el ascenso profesional, las relaciones especiales, el deseo de aprobación externa, etcétera están motivados por el impulso de realización del ego. Y la realización del ego produce culpa. No es que ninguno de estos comportamientos sea malo en sí mismo; son neutrales. La culpa aparece cuando escuchamos el consejo del ego, tratando de buscar o de usar estas cosas para sentirnos mejor con nosotros mismos sin pedir la intervención del Espíritu.

Siempre que tratas de alcanzar un objetivo en el que el mejoramiento del cuerpo es el beneficiario principal, estás buscando la muerte… No busques fuera de ti mismo. Esa búsqueda implica que te falta plenitud interna y que temes contemplar tu ruina, por lo que prefieres buscar lo que eres fuera de ti mismo.

T-29.VII.4.1:5-6

Muerte, el sueño central del ego: la muerte está en el corazón mismo de nuestros deseos inconscientes. Si bien esta atracción hacia la muerte sigue siendo un secreto guardado bajo siete llaves, sin darnos cuenta vamos siguiendo su seductor canto de sirena. La intención del ego es matar el cuerpo físico antes de que despertemos a nuestra completa invulnerabilidad en el Amor de Dios que es nuestro Santo Ser. Sin embargo, el ego continúa persiguiéndonos incluso después de la muerte.

El ego te quiere ver muerto, pero él no quiere morir. El resultado de esta extraña doctrina no puede ser otro, por lo tanto, que el de convencerte de que él te puede perseguir más allá de la tumba.

T-15.I.3:3-4

Sin embargo, este objetivo del ego no tiene por qué prevalecer. Todo el sistema de pensamiento del ego se mantiene a flote por una sola causa: nuestra permanente elección de creerle y confiar en él. Todo sufrimiento viene de esta confianza no cuestionada que depositamos en aquello que el ego dice. La mayoría de nosotros confiamos ciegamente en el ego, creyendo inocentemente que lo que nos cuentan nuestros sentidos corporales es real.

De niños, fuimos criados por nuestros padres y educados en escuelas. Sus principales esfuerzos estuvieron mal encaminados a ayudarnos a construir egos más grandes. Con estos grandes egos salimos al mundo. Allí, percibimos ávidamente escasez, peligro y conflicto a nuestro alrededor, aunque al mismo tiempo busquemos incesantemente la realización externa y la felicidad. Esta búsqueda es el motivador individual y colectivo del mundo del deseo del ego. Sin embargo, el mantra oculto del ego es: busca, pero no halles.

La televisión y los medios de comunicación contribuyen en gran medida a alimentar el ego temeroso e insatisfecho y desempeñan un papel importante a la hora de mantenernos dormidos dentro de su sueño. Muchos de nosotros no nos damos cuenta de la influencia dañina que estos mensajes subliminales del ego tienen en nuestro sentido de identidad.

El viaje hacia el desarrollo de la confianza que Jesús nos anima a emprender es un proceso vivo. Es una transferencia de confianza. Retiramos progresivamente nuestra confianza en el ego y sus numerosos disfraces mundanos mediante la autoindagación consistente y el perdón. Solo entonces puede ser transferida a su justo lugar, el Ser Santo. Este proceso consiste en sacar a la luz sistemáticamente todas nuestras creencias, valores y condicionamientos culturales, de modo que todos ellos puedan ser examinados y reinterpretados a la luz del Espíritu.

No te confundas, el sistema de creencias del ego es total. Cada creencia que tenemos, sea consciente o inconsciente, debe ser reinterpretada totalmente. Esto significa que todas y cada una de las creencias del ego es totalmente opuesta al Amor de Dios que todo lo abarca. Si creemos en una de ellas, debemos aceptar todo el sistema de creencias en su conjunto. Por eso es tan importante cuestionar todo aquello en lo que creamos, y aprender a perdonar todo lo que despierta nuestras emociones negativas. Si no es alegre y Amoroso, no es real. Punto. Cualquier cosa que no sea real ha de ser perdonada. Con el perdón, el ego pierde su dominio mortal sobre nosotros.

Aprender este curso requiere que estés dispuesto a cuestionar cada uno de los valores que abrigas. Ni uno solo debe quedar oculto y encubierto, pues ello pondría en peligro tu aprendizaje. Ninguna creencia es neutra.

T-24.in.2:1-3

1Lectura recomendada: lección 135 del Curso: «Si me defiendo he sido atacado».

Capítulo dos

Los milagros ¿son literales o metafóricos?

El milagro, tal como Jesús lo enseña en Un curso de milagros, ¿debe ser tomado puramente a nivel metafórico o bien a nivel literal? En otras palabras, ¿puede una mente sanada producir verdaderamente la sanación del cuerpo? ¿O incluso la sanación del mundo?

A lo largo de las primeras dos décadas de estudio del Curso, tomé buena parte de las claras enseñanzas de Jesús como metáforas. Después de todo, pensaba, no somos el cuerpo, el cuerpo mismo es una ilusión. Entonces, ¿qué propósito tendrían los milagros físicos? ¿No harían que el cuerpo nos pareciera aún más real? ¿Por qué molestarse en curar el cuerpo si no es real?

Hasta que mi miedo inconsciente a Dios no se disipó parcialmente, yo misma no empecé a experimentar muchos milagros indudables y esta experiencia directa de los milagros respondió definitivamente a mi pregunta. Ahora me doy cuenta de que los milagros deben ser experimentados como sucesos reales a fin de creer completamente en la verdad de estas enseñanzas.

Un curso de milagros no es una enseñanza metafórica ni tampoco está pensada para ser percibida así. Yo experimento milagros literales, debido a ello mi confianza y mi fe en el Espíritu Santo han crecido exponencialmente. Esta confianza y fe son requisitos necesarios para cualquiera que quiera desentrañar el verdadero mensaje del Curso para sí mismo, porque sin esta experiencia personal sería imposible creer todo lo que Jesús nos está enseñando.

Dicho de manera simple, los milagros son una elección a favor de Dios. La Mente una, unificada en Dios, contiene todo el poder. En Verdad, nada más tiene ningún poder. El cuerpo mismo es completamente neutral, como también lo es el mundo. El cuerpo, que solo es una proyección de la mente, por sí mismo no tiene la capacidad de cambiar de aspecto. Esto significa que no puede envejecer, enfermar o sanar, independientemente de lo que las apariencias pueden sugerir en sentido contrario.

Las leyes biológicas que usamos para gobernar el cuerpo no son las leyes de Dios. Son las leyes del ego y como, en Verdad, estas leyes no son reales, pueden ser transformadas con mucha facilidad.

Todos los aparentes cambios que el cuerpo muestra surgen del maestro interno que elijamos. ¿Dónde hemos depositado el poder de nuestras creencias? En otras palabras, ¿estamos escuchando al ego o al Espíritu Santo? ¿Al miedo o al Amor?

No puede haber terreno intermedio; siempre es uno o el otro. Toda enfermedad, culpa, dolor, descomposición y, en último término, la muerte vienen del ego y nunca del Amor de Dios. Toda alegría, Amor, inocencia, sanación y vida vienen de Dios y nunca del ego.

La muerte es una estafa terriblemente ingeniosa sobre la que descansa todo el paradigma del ego. Si la muerte es real, Dios no existe. Si Dios es real, la muerte no existe.

Si Dios es Amor, la muerte es, de hecho, la muerte de Dios.

M-27.5:5

El último enemigo destruido será la muerte. ¡Por supuesto que sí! Sin la idea de la muerte no habría mundo.

M-27.6:1-3

Toda clase de enfermedad, e incluso la muerte, son expresiones físicas del miedo a despertar.

T-8.IX.3:2

La muerte es ventana de emergencia del ego que nos impide recordar que el Amor de Dios es la verdadera naturaleza de nuestro Ser Santo. Es nuestro método inconsciente, compulsivo e irresistible de evadir la liberación del sueño de sufrimiento del ego. Sin embargo, un examen honesto de la muerte a la clara luz del Espíritu divino revela que su estructura no tiene sentido.

La muerte, el dolor y la enfermedad tratan de probar que el cuerpo es mucho más poderoso que la Mente una, unificada en la Voluntad de Dios. Todas estas formas de adversidad tratan de probar que 1) el cuerpo es más poderoso que la mente; 2) el efecto es causa, y 3) el cuerpo es real y autónomo.

No reconoceremos verdaderamente que el cuerpo es una ilusión hasta haber descubierto el poder de la mente. Y no podremos conocer el poder de la mente hasta que hayamos deshecho todas las falsas creencias que hemos otorgado al cuerpo y al mundo.

Esto significa que debemos sacar a la luz y liberar nuestra falsa dependencia y nuestras defensas de los fenómenos que parecen estar fuera de la mente, incluyendo el cuerpo mismo. Mientras sigamos siendo víctimas del cuerpo y creyendo que

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