Niño de piedra con Delfín (ebook)
Por Sylvia Plath
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Sylvia Plath
Sylvia Plath was born in 1932 in Massachusetts. Her books include the poetry collections The Colossus, Crossing the Water, Winter Trees, Ariel, and Collected Poems, which won the Pulitzer Prize. A complete and uncut facsimile edition of Ariel was published in 2004 with her original selection and arrangement of poems. She was married to the poet Ted Hughes, with whom she had a daughter, Frieda, and a son, Nicholas. She died in London in 1963.
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Niño de piedra con Delfín (ebook) - Sylvia Plath
SYLVIA PLATH
Niño de piedra con delfín
Epílogo de Ted Hughes
Traducción de Guillermo López Gallego
019NIÑO DE PIEDRA CON DELFÍN
(Relato, 1957-1958)
Porque Bamber le dio un golpe a su bicicleta en Market Hill, tirando naranjas, higos y un paquete de pasteles con glaseado rosa, y la invitó para compensarla, Dody Ventura decidió ir a la fiesta. Dejó en equilibrio su bicicleta oxidada debajo de los toldos de lona a rayas del puesto de fruta, y permitió que Bamber saliera en desbandada en pos de las naranjas. Llevaba la roja barba monacal enmarañada y rala. Calzaba unas sandalias de verano abrochadas encima de los calcetines de algodón, aunque el aire de febrero quemaba azul y frío.
—Vendrás, ¿no? —Unos ojos albinos se fijaron en los suyos. Manos pálidas, huesudas, metieron las brillantes naranjas de piel amarga en la cesta de mimbre de la bicicleta—. Desgraciadamente —Bamber devolvió a su sitio el paquete de pasteles—, están un poco machacados.
Dody miró de reojo, evasiva, hacia pasaje de Great St. Mary, cubierto de bicicletas aparcadas, rueda contra rueda. La fachada de piedra del King’s College y los pináculos de la capilla se alzaban complejos, glaciales, contra el delgado cielo azul de acuarela. Sobre tales goznes giró el destino.
—¿Quién va? —replicó Dody.
Notó la mano crispada, vacía en el frío. Caídos en desuso, obsoletos, me congelo.
Bamber extendió las grandes manos formando una telaraña de tizas que abarcaba el universo humano.
—Todo el mundo. Todos los literarios. ¿Los conoces?
—No.
Pero Dody los leía. A Mick. A Leonard. Especialmente a Leonard. No lo conocía, pero lo conocía como la palma de su mano. Con él, cuando venía de Londres, con Larson y los chicos, comía Adele. Sólo había dos chicas de Estados Unidos en Cambridge, y Adele tendría que cortar de raíz con Leonard. Él apenas había germinado: era una flor, en plena floración y en mitad de su carrera. No hay sitio para las dos, le dijo Dody a Adele el día que Adele le devolvió los libros que le había cogido prestados, todos recién subrayados y con notas en los márgenes.
—Pero tú también subrayas —se justificó con dulzura Adele, el rostro candoroso en tazón de pelo rubio brillante.
—Yo con mis cosas hago lo que me da la gana —dijo Dody—, borra tus señales.
Por algún motivo, Adele ganó el juego de la coronación: adorablemente, toda inocencia sorprendida. Dody se retiró con amargura a su santuario verde de Arden, con su facsímil de piedra del niño de Verrocchio. Al polvo, a la adoración: vocación suficiente.
—Iré —dijo Dody de repente.
—¿Con quién?
—Mándame a Hamish.
Bamber suspiró.
—Sin falta.
Dody se marchó pedaleando hacia Benet Street, con la bufanda roja de cuadros y la toga negra agitándose tras ella en el viento. Hamish: seguro, lento. Como viajar en mula, pero sin coces. Dody eligió con cuidado, con cuidado y con una reverencia a la figura de piedra de su jardín. Mientras fuera alguien que no importara, no importaba. Desde que empezó el trimestre de Cuaresma, se había aficionado a limpiar la nieve de la cara del niño alado en el centro del jardín del college cubierto de nieve, que