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Os Deseguamos unas Mortales Navidades: Misterios de la Confipataría, #2
Os Deseguamos unas Mortales Navidades: Misterios de la Confipataría, #2
Os Deseguamos unas Mortales Navidades: Misterios de la Confipataría, #2
Libro electrónico386 páginas5 horas

Os Deseguamos unas Mortales Navidades: Misterios de la Confipataría, #2

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Ya están empezando a llegar las Navi-guau-dades a la Confipataría el Cachorro Cuco. La nieve resplandece y multitud de compradores visitan la festiva tienda de la Costa Norte de Chicago. Claire Noble reparte felicidad horneando golosinas navideñas y organizando eventos con mascotas. Su alegre compatañero Baron encandila a los clientes y aguarda ansioso a que Santa Pata pronto le llene de regalos los calcetines. La buena voluntad navideña de ambos se ve amenazada por el cascarrabias del vecino, una cocinera enfurecida y un travieso perrito… y justo entonces la Navidad adquiere una tonalidad letal. ¿Qué ocurrirá cuando la malicia y el miedo les pisen los talones en su país de las Guauravillas invernal?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 ago 2020
ISBN9781071557976
Os Deseguamos unas Mortales Navidades: Misterios de la Confipataría, #2

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    Os Deseguamos unas Mortales Navidades - Laura Quinn

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, escaneada o distribuida de ninguna forma, incluyendo la reproducción digital, electrónica o mecánica, la fotocopia, grabación, o por cualquier almacenamiento de información y sistema de recuperación, sin el consentimiento previo del editor, excepto en el caso de citas breves para su uso en reseñas.

    Este libro es una obra de ficción. Los personajes, nombres, lugares e incidentes son completamente imaginarios. Cualquier similitud con personajes o situaciones del pasado o del presente es puramente accidental, y no se los debe identificar con ninguna persona o hechos reales.

    ––––––––

    Dedicatoria:

    A mi familia humana, gracias por vuestro apoyo continuo y estímulo. A mis niños peludos, gracias por ser mis musas pata-perfectas. Saludos a toda mi gente por escuchar villancicos sin parar, incluso en los calurosos días de verano cuando creaba la trama de una novela detectivesca muy navideña.

    ––––––––

    ––––––––

    Agradecimientos:  

    A todos los que ayudan a que los animales para adoptar encuentren hogares pata-permanentes, gracias. Durante las navidades (y también después) hay muchas formas de apoyar a los refugios para mascotas de tu zona. Tanto si donas dinero, provisiones o tu tiempo como regalo, es una sensación reconfortante para disfrutarla todo el año.

    Personajes

    Personajes principales

    Claire (Clarissa) Noble: Propietaria de la Confipataría Cachorro Cuco

    Marti Von Brandt: Mejor amiga de Claire, abogada

    Bob Ernst: Amigo de Claire, editor del noticiario de North Haven

    Empleados de la Confipataría Cachorro Cuco

    Barbara O’Reilly: Gerente

    Peggy Dumas: Empleada a tiempo completo

    Emma Martin: Empleada a tiempo parcial, hermana pequeña de Zac

    Zac Martin: Empleado a tiempo parcial, hermano mayor de Emma

    Jesiike Sarr: Empleada para la temporada de Navidad

    Otros personajes

    Carrie Teaford: Dueña del café Java and Tea, Naturally

    Claude Morris: Chófer de Lana Vanderloft

    Deloris Dill: Enfermera escolar retirada

    Donald and Delilah Prescott: Dueños de Antigüedades Prescott

    Dottie Devin: Agente inmobiliaria

    Dylan Paige: Hijo de Henry Paige, librero

    Ed Bishop: Entrenador del equipo de fútbol americano del instituto

    Helen Rollins: Dueña del Rollins Rentals (alquiler para eventos)

    Hunter Taylor: Ayudante en funciones del Jefe de Bomberos de North Haven

    Jean and John Jenkins: Residentes del Hogar de ancianos Golden Oaks

    JP (John Pearson): Antiguo alumno del instituto de North Haven, actor

    Keckers Andersen: Mejor amigo de Zac Martin

    Lana Vanderloft: Filántropa

    Pete Maloney: Comisario de la policía de North Haven

    Randy Vert: Agente de policía de North Haven

    Ruth Fischer: Cocinera del instituto de North Haven

    Sheila Conners: Agente de policía de North Haven

    Simone DuBois: Dueña de Le Bon Boutique

    Tallulah Banks: Hermana de Delilah Prescott

    Viktor y Anne Evanko: Dueños de la pastelería Vetusto Mundo

    Capítulo 1

    Viernes, 1 de diciembre

    Las sirenas quebraron el silencio nocturno al tiempo que unas luces rojas y blancas rasgaban el negro cielo de diciembre. El foco reflector del camión de bomberos iluminó a dos mujeres y a un gran perro peludo con la cola enroscada, los únicos ocupantes del Centro Comercial de North Haven. Se encontraban fuera de la Confipataría el Cachorro Cuco, encogidas contra la brutal sensación térmica del famosamente frío invierno de Chicago. 

    A pesar del persistente humo que salía de la famosa panadería canina, la fachada resplandecía con las guirnaldas navideñas y las decoraciones festivas. La música que emanaba de los altavoces parecía burlarse de la situación, pues Nat King Cole cantaba sobre castañas asándose en una hoguera.

    Hunter Taylor, en su papel de ayudante del jefe del Cuerpo de Bomberos de North Haven, saltó del camión y salió disparado hacia las mujeres. —¿Estáis bien? —preguntó, pronunciando la frase como si estuviera presentándose a una prueba para una telenovela. 

    Baron infló su pelaje de doble capa y se colocó entre su dueña y el hombre de las botas de goma. Con casi veinticinco kilos, el joven Eurasier podía resultar intimidante, aunque pareciera un osito de peluche. Claire Noble se sintió aliviada porque su intuitivo perro hubiera vuelto a leerle la mente. La propietaria de la tienda tiró del cuello vuelto de su jersey hacia abajo para contestar. —Sí, estamos bien, Hunter. Solo un pequeño contratiempo con el horno que requiere que se restablezca la alarma contra incendios. 

    ̶ Fue culpa mía, —admitió su mejor amiga, Marti Von Brandt. Al igual que Claire, llevaba puesto un delantal blanco bordado con huellas de patas, pero el suyo estaba cubierto de manchas marrones. —Soy un desastre andante en la cocina. 

    —Ha sido un accidente. Yo misma he dejado bandejas de galletas en el horno, olvidándome después cientos de veces—dijo Claire. 

    —Sí, pero probablemente te diste cuenta antes de que la habitación se llenara de humo negro. ¡Estoy tan avergonzada!  —La abogada volvió su atención a Hunter.     —¿Es necesario tener esas malditas luces parpadeantes encendidas? No quiero aparecer en la primera página del periódico.

    —Tenemos que asegurarnos de que todo esté seguro en el interior.  —Apartó la mirada de la alta pelirroja para examinar a la pequeña rubia desde la punta de su brillante diadema hasta sus zuecos forrados con piel de imitación.   —Tengo la obligación de proteger a las damas más bellas de North Haven en apuros.

    —Vas a ser tú quién esté en apuros si no te das prisa; estamos congelándonos aquí fuera. — Gritó Marti, haciendo que Hunter entrara a toda prisa en la tienda.

    Ernie Soto, el bombero que ya había comprobado la tienda y apagado las alarmas, salió para hablar con sus amigas.  

    —¿Ese idiota con bigote se cree que te ponen los polis y bomberos?  —preguntó Marti a Claire.  —Solo porque esté como ayudante no significa que también esté suplantando a tu novio.

    —No sé de qué iba todo eso —dijo Claire. —A penas si me dirigía la palabra cuando Nick estaba aquí.

    —Se le están subiendo los humos —dijo Ernie. —Gracias a Dios que es temporal. Nos alegraremos todos cuando Nick regrese, sea cuando sea.

    Marti puso las manos en las caderas y se volvió hacia su mejor amiga. Claire eludió el inevitable interrogatorio sobre su ausente novio preguntando a su a vez a Ernie.    — ¿Cómo está tu pequeñín?

    —Está genial. Vamos a traerle a tu tienda para que se saque fotos con Santa Claus y con nuestra más reciente incorporación.  —El bombero buscó en su bolsillo una foto de su esposa, su bebé y un cachorrito de terrier color canela y negro.  —Quería haberle puesto Hollín, pero Maria eligió Burberry.

    —Una preciosidad —murmuraron las chicas con admiración.  Baron se apoyó sobre las patas traseras para ver la foto y meneó la cola.

    Marti se fijó en la peculiar mancha negra de la oreja de Burberry. —¿Pertenece a la camada de Curly?

    —Sí. Nos enamoramos de ella en cuanto la vimos en tu evento de adopción, pero alguien la vio primero.  Así que nos pusieron en la lista para cuando tuviera cachorritos y tuvimos suerte.

    —Creo que Burberry tuvo suerte —dijo Claire. —Estoy muy segura de que ese cachorrito va a estar muy mimado.

    Ernie soltó una risita, confesando que él y su ampliada familia iban a prodigar tantos regalos al cachorrito como habían hecho con su hijo. —Bueno, quería deciros que todo parece estar a salvo. Deberíais poder volver a entrar pronto, en cuanto el Sr. Importante lo permita.

    —Gracias —dijo Claire al bombero que se marchaba, especialmente agradecida por haber desviado la conversación sobre Nick Cooper.   Le dolía admitir que no había sabido de él desde hacía unas semanas, y no es que hubiera habido muchas llamadas desde que se marchara a Texas a finales de verano. Pronto, Marti le aconsejaría que se olvidara de él, y probablemente eso debería hacer. Sin embargo, no estaba realmente preparada para olvidar al hombre con el que había intimado tan rápido, y el que le había ayudado a atrapar a una asesina.

    —Tierra llamando a Claire —dijo Marti, agitando un rojo guante delante de la cara de su amiga. —He dicho que por qué no ascenderían a Ernie en lugar de a ese capullo. Claro que es todo culpa de Nick por haberse marchado, en cualquier caso. Sé que está cuidando de su madre, pero le necesitamos de vuelta aquí.  —Intentó probar la técnica de respiración aprendida en su clase de yoga, a la que asistía dos veces por semana, para exhalar la negatividad. Mientras procuraba conseguir la postura del árbol, resbaló con la nieve medio derretida.  —Estoy ya tan harta de este clima, y el invierno aún ni ha empezado oficialmente. 

    —Tienes que admitir que todo parece tan bonito con una fresca capa de nieve —dijo Claire.  —Mira cómo los carámbanos de hielo brillan con la luz.

    —Especialmente en el resplandor de las luces de cuarenta mil vatios del coche de bomberos. Solo espero que Don Cascarrabias no se entere de esto, o se quejará al casero seguro.  —Marti miró a sus botas de cuero sintético —Lamento de verdad todo esto. ¡Me siento tan torpe!

    Claire rio con la alusión a Donald Prescott, el dueño cascarrabias de la vecina tienda de antigüedades. —No tiene importancia. Además, es agradable tener un pequeño descanso. Estábamos trabajando sin parar durante horas, y hacía tiempo que deberíamos haberlo dejado. Hablaré con la Sra. Prescott por la mañana, para prevenir cualquier problema con su marido. Quizá le lleve algunos bombones de la tienda de Yvette.

    —Imagino que no te quedará ninguno de la caja envenenada de Lydia.  —Insinuó Marti, haciendo referencia al azaroso Cuatro de Julio en el que cuatro personas fueron asesinadas.

    —Si Peggy oyera eso, estaría aterrorizada para toda la temporada. Ya tuve que contratar a una empleada para la temporada de navidad; preferiría no tener que contratar a dos.

    Claire debía admitir que en ocasiones tenía ideas similares acerca de su arisco vecino. Después de que Kendall Cole cerrara su estudio de fotografía, Dottie Devin, la mejor agente inmobiliaria de North Haven, atrajo a varios negocios minoristas interesados en el espacio disponible. Confesó a Claire que Donald era la opción que menos le gustaba, pero su oferta de abonar los tres primeros meses por adelantado influyó en la decisión del dueño.  El anticuario de sesenta años y barba de chivo resultó ser peor de lo esperado, con su personalidad cayendo más bajo que sus ingresos.  Le echaba la culpa por su falta de ventas a su famosa vecina, y con gran probabilidad, se le echaría encima a causa de este percance humeante.  

    En cuanto el equipo de bomberos dio el visto bueno, Claire y Marti regresaron a la tienda. Por suerte, los extintores no habían sido puestos en funcionamiento y la cocina estaba como la habían dejado, con la excepción de grandes huellas de botas en la harina que se había derramado por el suelo con el tumulto. Con la puerta delantera y trasera abiertas totalmente ya no había humo, pero la temperatura había bajado lo suficiente como para necesitar los abrigos durante la primera hora. Las hileras de brillantes luces navideñas que atravesaban este paraíso invernal ayudaban a calentar el espacio, junto a los dos hornos de convección en funcionamiento.  

    —¿Has visto estos cortadores de galletas que Zac hizo en clase?  —preguntó Claire, usando el utensilio con múltiples formas navideñas para cortar con rapidez bandejas enteras de galletas. —Lo ha diseñado usando la impresora 3D. 

    —¿Por qué me siento siempre como si hubiéramos crecido en la Edad de Piedra?  —preguntó Marti. —Los chicos de hoy nacen con la tecnología en su ADN.

    Recordaron sus primeras incursiones en el mundo de la alta tecnología de internet mientras Claire terminaba de preparar la última hornada de galletitas de avena con arándanos. Marti llenó el lavavajillas con todos los cuencos, batidoras y paletas sucios, y luego colocó cajas abiertas de bicarbonato por la cocina para atrapar el restante olor a humo. Mientras Claire llenaba la vitrina de dulces lujosos y las cestas de autoservicio con surtidos recién horneados, Marti sacó el último envío de muñequitos de ardilla afelpados y con sonidos chillones y los colocó sobre el expositor central decorado. Para cuando sonó la última campana, todo estaba ya listo para abrir a la mañana siguiente.

    Aunque tentadas de quedarse a pasar la noche en el miniapartamento de la planta superior, se dirigieron al Land Rover de Claire peculiarmente decorado por patitas de perro. La repostera atacó al hielo que cubría la ventana desde el exterior mientras que el desempañador lanzaba un chorro de aire templado al parabrisas desde el interior.  

    Marti estornudó dos veces, maldiciendo a Hunter y su pavoneo.  —Voy a demandar a ese idiota si caigo enferma.

    Claire encendió la radio para canturrear la melodía, y así aliviar el mal humor de su amiga.  Marti hizo una mueca ante la proliferación de villancicos que comenzaban demasiado pronto para su gusto.  Buscando por los canales, se detuvo en «Rocket Man» de Elton John y en breve, dos voces bramaban la canción, que podía o no ajustarse a la letra original.   Cantaron a lo largo de la zona residencial del North Shore hasta Chicago, siendo recibidas en la entrada para coches por una cacofonía de ladridos.

    —Deberías traer más a menudo a Clarence y Darrow a la tienda. A Baron le encanta corretear con ellos.  —Dijo Claire. Baron ladró su aprobación y se inclinó sobre el reposacabezas para darle a Marti un lametón de despedida.

    —Lo haré.  —Prometió Marti. —Gracias por traerme a casa. Si mi coche no está listo mañana por la mañana, voy a meterle un trozo de carbón al jefe de servicio ese por...

    —Es el tiempo de ser amables, recuerda. ¿Quizá deberías probar otra sesión de la clase de yoga navideño?    —Claire no hizo caso de la diatriba de obscenidades lanzadas hacia ella, como la buena amiga que era.  —Nos vemos mañana.

    A causa del tráfico del viernes por la noche, el regreso desde la ciudad le llevó cuarenta y cinco minutos. La cansada repostera y su perro se sintieron aliviados al llegar finalmente a la larga y oscura entrada que conducía al garaje.  La casa de dos plantas en unos 4 000 y medio metros cuadrados de tierra en la prestigiosa urbanización había sido de la familia durante generaciones. Cuando sus padres emigraron a Naples, Claire regresó de Nueva York para convertirla en su hogar.

    Hercule, el gran gato atigrado naranja, y Meowypenny, la pequeña siamesa blanca, la recibieron con maullidos acusadores, ante los que ofreció sus sinceras disculpas y bocados de salmón. Baron escapó al patio vallado para hacer sus necesidades, y luego se fue a la cama en el piso de arriba.

    Si su olor a galletas quemadas no hubiera sido tan persistente, Claire le habría seguido de buena gana. Pero en lugar de eso, se arrastró hasta la ducha, y luego se colocó su camisón de franela. Con cuidado de no molestar a su perro que ya roncaba, se metió en su cama con dosel.  Dos malhumorados felinos dejaron a un lado su enfado para acurrucarse en el acogedor edredón con su dueña.

    Capítulo 2

    Sábado, 2 de diciembre

    Apagando el despertador con tonos navideños por cuarta vez, Claire se despertó ante la alarma a prueba de apagones conocida como gatos hambrientos.  Paseando por turnos sobre su cabeza y maullando a voz en grito, los dos felinos fácilmente vencieron a su dueña. Obediente, Claire se dirigió a la cocina para abrirles una lata de comida para gatos con crema de cangrejo. Baron retozaba por delante de ella y la aguardó en la puerta trasera. Claire le observó saltar y rodar por la nieve con tanta euforia que volvió a preguntarse si no tendría genes de oso polar.  

    Se puso una sudadera del Cachorro Cuco con motivos de galletitas de jengibre y unos vaqueros, esperando que estos estuvieran limpios, y se ató una gomilla con lentejuelas rojas en la cola del pelo.  Ignorando la botella de jugo verde cien por cien natural que Carrie Teaford, la moderna hippy de North Haven, insistía en que probara, Claire agarró una lata de expreso doble y un yogur de arándano.

    Baron se reunió con Claire en la puerta del garaje, aguardando a que esta le colocara su bufanda navideña y su correa antes de saltar al coche. Mientras se levantaba la puerta del garaje, Claire terminó su bebida altamente cafeinada. En el primer semáforo en rojo, abrió la guantera para sacar una cuchara y una servilleta. En el siguiente, se comió la mayor parte del yogur, dándole el resto a Baron para que lo acabara. Mirando por si había coches de policía, Claire pisó el acelerador. Tenía que llegar antes de que el Sr. Prescott hiciera su entrada; su esposa era mucho más fácil de tratar para cosas de ese estilo.

    Yvette saludó desde la puerta de atrás de Le Chocolat y Claire se preguntó si tendría tiempo para hacer una parada allí primero. Una ofrenda de paz para los Prescotts podría ser de ayuda, pero era casi la hora de abrir. Dejó a Baron en el despacho y marchó a la puerta de al lado.

    Antigüedades Prescott seguía con su cartel de «cerrado» iluminado hasta precisamente el mediodía los sábados, según instrucciones del Sr. Prescott. Claire golpeó la puerta y agitó la mano para atraer la atención de la Sra. Prescott que se encontraba desempolvando figuritas en el escaparate. La dueña de la tienda llevaba un traje pantalón de lana gris con un jersey de cuello vuelto de color rosa pálido debajo.  Un solitario broche de una tórtola de plata era su único toque de extravagancia. Incluso con sus zapatos planos, era más de diez centímetros mayor que Claire, pero a pesar de su perfecta compostura, Delilah Prescott siempre parecía encogida, como si fuera una de esas mesas que pueden plegarse.  Durante semanas después de conocerla, Claire la había llamado Violet por error.

    —Lamento mucho molestarla, Sra. Prescott —dijo Claire cuando abrió la puerta.

    —Llámeme Delilah, querida —le recordó la mujer mayor. —¿Y en qué puedo ayudarla?

    —Quería decirle que tuvimos algo de jaleo la noche pasada, pero que todo está bien.

    —Oh, vaya, ¿se encuentra bien?

    —Sí, fue solo una alarma contra humos extra sensible. Una de las bandejas de galletas estuvo demasiado tiempo en el horno.

    —¡Oh cielos! Donald no va a alegrarse por ello. Estará aquí dentro de una hora para el inicio del concurso. — Frunció el ceño mientras miraba el florido reloj de mesa de estilo victoriano sobre el mostrador. —Posee un olfato tan fino que puede detectar hasta el más leve olor. Oh, justamente hoy.

    —Todo irá bien, no se preocupe. Los extractores estaban funcionando cuando ocurrió, de modo que estoy segura de que mantuvieron limpio el aire. Además, la puerta delantera y trasera estuvieron abiertas al menos una hora mientras los bomberos estuvieron dentro.  

    —¿Los bomberos?  —dijo la Sra. Prescott con la voz entrecortada.

    —Fue solo como medida de precaución —la tranquilizó Claire. —En realidad, Marti cree que el jefe de bomberos en funciones está interesado en mí y por eso vino. No hubo fuego, solo algo de humo.

    —¿Humo? —la piel de porcelana de la Sra. Prescott se volvió aún más pálida. —Donald estará muy preocupado por el efecto en sus libros. Muchos son primeras ediciones, sabe.

    Claire lo sabía, pues Donald había resaltado la importancia de informarla cuando se mudó a la tienda tres meses atrás.  Con una sonrisa exagerada, le había deseado un éxito continuado a su vecina, solo que quizá más con su mercancía de la boutique, puesto que el olor continuo a hígado y ajo destrozaría su colección de bellos libros. Claire explicó que nunca usaba ajo, pue podría ser peligroso para los perros y le mostró el extractor pesado instalado en su cocina. Su ya enrojecida cara se tornó colorada cuando descubrió galletas de hamburguesa de queso en el menú. Una semana más tarde, el casero llamó anunciando una queja anónima que había recibido en relación con un olor a rancio que recordaba a la curtiduría de la Isla de Goose.  La repostera se enojó, recordándole al casero que ella nunca había recibido quejas anteriormente. Por cortesía, siempre había fabricado las recetas con carne después de que cerrara el mercado, pero ahora las producía en casa para evitar enfrentamientos con su desagradable vecino.    

    —Estoy segura de que ni siquiera lo notará —le dijo Claire a Delilah, esperando que fuera cierto. —Solo quería hacérselo saber, en caso de que algún cliente les preguntara, las novedades vuelan en esta ciudad.

    Delilah jugueteó con los botones perlados de su puño. 

    —Lo bueno es que —dijo Claire, —va a ser un día muy ajetreado para ustedes. ¿Van a abrir antes?

    —No. Donald dice que sería más profesional si nos mantenemos en nuestro horario establecido.

    —Es probable que la gente llegue pronto, hay mucha agitación por su concurso —dijo Claire. —Dicen que el periódico puede pasar más tarde para tomar algunas fotos de los primeros objetos.

    —Sí, es todo tan emocionante. Gracias de nuevo.

    —No hace falta dar las gracias. El aumento de público será estupendo para el grupo de rescate hoy. Ahora que lo menciono, será mejor que vuelva al trabajo.

    Claire regresó a su tienda justo cuando el conductor de mensajería de FedEx aparcaba con otro reparto, el tercero de la semana. Barbara O’Reilly, la gerente del Cachorro Cuco, seguía aún enfundada en su abrigo de lana violeta y bufanda hecha a mano cuando abrió la puerta al mensajero.  Este apiló cinco cajas en la esquina y llevó su carretilla de vuelta a la furgoneta para la siguiente entrega.

    —Barbara, ¿qué haces aquí ya?  —Preguntó Claire.    — Pensé que no ibas a venir hasta el mediodía. ¿Cancelaron el desayuno de organización?

    —En cuanto me enteré de la alarma de incendios, me fui.  ¿Va todo bien?

    —Debí haberte llamado. Por supuesto, la ciudad estará chismoseando sobre ello.  —Claire abrió las dos primeras cajas y las desplazó al pasillo de los juguetes navideños. —Fue una falsa alarma.

    —El plato especialmente achicharrado de Marti, oí decir. —Barbara intentó no reír, sin éxito.

    Claire no pudo evitar soltar unas risitas mientras volvía a narrar el episodio. —Se ha quedado en casa, curándose un resfriado por el que culpa al departamento de bomberos por dejarnos afuera demasiado tiempo.

    La pareja revisó las cajas, con Baron olisqueando las piezas interesantes. Ignoró la caja más pesada, que contenía botellas de anticongelante apto para mascotas.

    —Esto ha llegado justo a tiempo —comentó Barbara. —Se supone que vamos a tener una tormenta de nieve excepcional en unos días.

    —Quizá se comiencen a vender esas botas de nieve para perros. No sé por qué escuché a Dean y pedí tantas.

    —Bueno, estos puzles de polvorones se están vendiendo como rosquillas calientes. —Las rosadas mejillas de Barbara se arrugaron al reírse de su propio chiste. —Mantenía la esperanza de que llegaran hoy para reponer las estanterías. Tengo la sensación de que estaremos extra ocupados hoy, con el primer día del concurso justo al lado.

    —Quizá esté tan ocupado que el gusano pasará por alto el incidente con el humo.

    —Estoy convencida de que estará demasiado atareado con su propio éxito como para darse cuenta. Toda la ciudad ha estado hablando del concurso. Todos en el desayuno de esta mañana tenían al menos una posesión preciada para tasar. No sé si se emocionarían más al descubrir que sus bagatelas son auténticos tesoros o lo bastante horribles como para ganar el concurso.

    —Eso es exactamente lo que le dije a la Sra. Prescott cuando presenté la idea. Estaba tan horrorizada por tener que llamar feas a las pertenencias de los clientes. —Rio Claire. —Le dije que a la gente eso le encanta.

    —Tenían que haberte pagado por tu experiencia en el sector del marketing. Imagínate cuánto habría cobrado tu compañía de Manhattan por esa promoción.

    —Me siento mal por la Sra. Prescott. Además, sé que a él le fastidia entregar el dinero a una organización benéfica.

    —Si es que lo hace —dijo Barbara. —Lo que sé es que no va a reconocerte el mérito por orquestar el evento.   —Encendió el cartel de neón en forma de hueso que anunciaba que la tienda estaba abierta, dando la bienvenida a los primeros compradores.

    Una fila de al menos cincuenta personas aguardaba fuera de la tienda de antigüedades.  Mientras esperaban a que evaluaran sus antiguallas, se echaban las capuchas y se ajustaban las bufandas para protegerse del intenso frío que azotaba el exterior del centro comercial. Algunos candidatos se turnaban guardando cola y corriendo a la cafetería y tetería de Carrie Teaford a por bebidas calientes. Algunos entraban a explorar la tienda de Claire, incluyendo a su amiga Traci Bancroft, quien hizo una parada para mostrar la figura antigua que ella y Ken habían comprado en Bali durante su luna de miel.

    —Me dijeron que es Semara, la Diosa balinesa del Amor, tallada a mano de un ancestral árbol Belalu por un monje ciego hace dos siglos.  —Informó Traci. Envolvió el tesoro en una pañuelo batik con estampado de helechos y lo metió dentro de su bolsa de brillante tela roja de Hermes.  —Supongo que podría ser una falsificación, pero aun así me encanta.

    —Sigo sin poder olvidar tu anillo —dijo Claire.   —Es absolutamente impresionante.

    El refulgente anillo de compromiso tenía una esmeralda de talla princesa de diez quilates, rodeado por una aureola de diamantes.  El anillo de boda brillaba por las esmeraldas y diamantes. Solo la sonrisa de Traci hacía sombra a su nuevas joya, un alivio para Claire después de casi haber visto a sus amigos arrestados por los asesinatos de sus parejas unos meses atrás.

    Cuando el cursi reloj en forma de perro ladró las once y cuarenta y cinco, Traci salió disparada al exterior para ocupar su lugar en la cola. Todas las conversaciones se apagaron mientras los buscadores de fortunas allí reunidos aguardaban a su puerta al éxito, garantizando una tasación ese día. A cambio, todos entregarían una generosa donación en efectivo a una asociación benéfica infantil aún sin determinar.  Los clientes curiosos del Cachorro Cuco se aventuraban a la tienda de al lado para averiguar lo que allí ocurría, dejando vacío el establecimiento de Claire.

    Zac Martin comenzó su turno con un abrazo a Baron. El adolescente asomó su cabeza desgreñada por la cocina.

    —¿Dónde está todo el mundo? ¿Convenció el rácano por fin al dueño para echarnos el cierre después de lo de anoche?

    Claire levantó la mirada mientras tamizaba harina en un gran cuenco. —¿Cómo te has enterado de eso?

    —Chad, el amigo de Keckers, lo publicó.  Su padre tiene un escáner, así que es siempre el primero en saber cuándo pasa algo. No es que aquí pase nada nunca.

    A pesar de la aparición de cuatro asesinatos en julio, la vida había vuelto a la normalidad para los jóvenes en el aburrido North Haven.

    —No pasó nada en realidad, —dijo Claire. —Horneamos un poco demasiado una bandeja de galletitas de jengibre.  

    —À la Marti, ya sé. Hanna tuiteó la noticia. Su primo está en la brigada.

    Para no ser menos, Claire preguntó, —Y bueno, ¿sabías que la policía recibió un aviso del Mercado de Navidad anoche? Yvette me contó que ella y otros vendedores de dulces informaron del robo de productos.

    Barbara apareció desde el almacén para contribuir con las noticias que había escuchado sobre el infame ladrón de la ciudad con cierta tendencia por los dulces.

    —Se nos debería ocurrir un nombre pegadizo. ¿Qué tal el Maldito Goloso?  —Propuso Zac.

    —¿O el Dulce Exterminador, o si roba en el escaparate de Kyle, el Merme-ladrón?  —Dijo Claire, remontándose a su infancia con la Generación X.  

    —Quizá deberíamos dejárselo a la prensa —dijo Barbara, con tacto.

    —Se podría pensar que ya habrían atrapado al ladrón de dulces a

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