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Inteligencia espiritual sin espíritus ni dioses: Una alternativa al vacío existencial del siglo XXI
Inteligencia espiritual sin espíritus ni dioses: Una alternativa al vacío existencial del siglo XXI
Inteligencia espiritual sin espíritus ni dioses: Una alternativa al vacío existencial del siglo XXI
Libro electrónico280 páginas5 horas

Inteligencia espiritual sin espíritus ni dioses: Una alternativa al vacío existencial del siglo XXI

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Se trata de un ensayo sobre espiritualidad que fundamenta filosófica y antropológicamente la dimensión humana de lo espiritual, sin que esté necesariamente ligada a creencias en el más allá o a la práctica de religión alguna. Se muestra cómo el cultivo de la inteligencia espiritual es una alternativa al desosiego que invade a muchas personas que no
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 jun 2020
ISBN9786078738212
Inteligencia espiritual sin espíritus ni dioses: Una alternativa al vacío existencial del siglo XXI
Autor

Rafael González-Franco de la Peza

Rafael González-Franco de la Peza es psicólogo social y tiene un doctorado en filosofía de la educación por el Instituto de Estudios Tecnológicos de Occidente (ITESO) en Guadalajara, México. Además es egresado del Programa de estudios avanzados en desarrollo sustentable y medio ambiente (LEAD-México) de El Colegio de México. Fundó en 2002 y dirige el despacho de consultoría Diagnósticos y Estrategias para el Fortalecimiento de Instituciones (Define), después de poco más de veinte años de trabajar en distintas organizaciones de la sociedad civil. Es consultor de organizaciones de la sociedad civil y de dependencias de gobiernos federal, estatales y municipales. Es analista institucional y facilitador en procesos de gestión del cambio y manejo de conflictos y negociación colaborativa, planeación estratégica, sistematización de experiencias y evaluación de proyectos en los campos de medio ambiente, educación, cultura y asistencia social; experto en modelos de gobernanza local y asesor, capacitador y conferencista en temas de derechos humanos, participación ciudadana, equidad, desarrollo comunitario, desarrollo humano, trabajo en equipo y liderazgo, resolución de conflictos y reflexiones sobre la masculinidad.

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    Inteligencia espiritual sin espíritus ni dioses - Rafael González-Franco de la Peza

    goce."

    CAPÍTULO 1

    INTELIGENCIA SENTIENTE E INTELIGENCIA ESPIRITUAL

    Hablar de la inteligencia espiritual supone empezar por preguntarnos qué entender por inteligencia y, más precisamente, qué significa que los humanos inteligimos, y entonces poder abordar el complejo sistema del inteligir, y sus derivaciones, en nuestro estar en el mundo. Para ello, una clave nos la proporciona la Inteligencia Sentiente planteada por el filósofo vasco del siglo pasado Xavier Zubiri.¹ Veámoslo.

    Las inteligencias múltiples

    Desde que Howard Gardner dio a conocer en 1983 su teoría de las inteligencias múltiples,² muchas puertas se han abierto a considerar la inteligencia de los seres humanos y las formas de vivir la vida que de ella dependen (las formas humanas de estar en el mundo), como un hecho bastante más complejo de lo que se creía. Gardner planteó las inteligencias múltiples cuestionando la pretensión de que la única inteligencia es la reflejada en lo que para entonces se consideraba el indicador por antonomasia: el coeficiente intelectual (iq por sus siglas en inglés), referido básicamente a aspectos cognitivos, racionales, específicamente a la capacidad de memoria y de abstracción matemática, y a la resolución de problemas mediante el pensamiento lógico. El famoso iq era todavía en la segunda mitad del siglo xx, en la parte occidental del planeta, prácticamente el único referente para la medición de la inteligencia.

    Esta manera de concebir la inteligencia corresponde al paradigma del racionalismo que, a partir del Renacimiento y después en la Ilustración, hizo de la razón, de la capacidad de abstracción y raciocinio, el principal atributo —y factor fundamental de diferenciación— del ser humano con respecto al resto de los animales. Este paradigma recuperó, para exaltarlo, al animal racional de los griegos. No en balde el nombre científico de la especie humana es homo sapiens: animal sapiente, animal que sabe y sabe gracias a la razón. Lo que le permitió hacer herramientas, dominar el fuego y desarrollar el lenguaje; cuestiones atribuidas exclusivamente a la capacidad de raciocinio y menos a la intuición³ y otros factores.

    Esta cualidad —sin duda una de las más determinantes en lo específicamente humano— opacó, en el imaginario social y en la ciencia, otras dimensiones de las capacidades humanas, situándolas no sólo en un orden de menor importancia, sino incluso contraponiéndolas a aquella, especialmente la emocional. En aquel paradigma, lo emocional es considerado como un aspecto que compite o contrarresta lo racional: es lo ligado a las pasiones, a la parte animal del ser humano, lo biológico, lo relativo a las razones ciegas del corazón o a los caprichos de las vísceras. Se le relaciona con lo que corresponde a la pérdida de control y a la imposibilidad de tomar decisiones fríamente para actuar con prudencia y asertividad; asociándolo, inclusive, a supuestos instintos animales como la sexualidad, vista todavía como una baja pasión que debe ser domeñada. El sentimiento ha sido durante la historia de la filosofía y de las ciencias en Occidente, tesorero del error, depositario de la irracionalidad y consignatario de la vileza.,⁴ nos dice Juan Pablo Guacaname.

    Esta contraposición, y a veces mutua exclusión entre lo racional y lo emocional —coheredera de otras dicotomías como la de alma/cuerpo, espíritu/materia, masculino/femenino—, ha relegado a las emociones a un nivel inferior al de la razón. Pero no solamente lo emocional quedó fuera de la esfera de lo considerado como inteligencia, otras cualidades humanas entran en la misma categoría, por oposición o simplemente por omisión, como la sensibilidad y el talento artístico, o las capacidades de lo visual espacial y sus múltiples posibilidades dadas a quienes las tienen, como también la intuición.

    Gardner, haciendo eco de doctrinas filosóficas y existenciales muy antiguas —aunque sin darles el crédito merecido— y a partir de hallazgos científicos, cuestiona aquella estrecha concepción de inteligencia que la circunscribe a su dimensión de raciocinio, y propone las Inteligencias Múltiples. Los planteamientos hechos por Gardner en torno a las inteligencias intrapersonal e interpersonal abrieron una puerta que posteriormente Peter Salovey y John Mayer⁵ cruzarían en 1990 para proponer el concepto de Inteligencia Emocional, difundido después por Daniel Goleman con magistral manejo de la mercadotecnia editorial —lo cual posibilita su diseminación y aceptación generalizada—. Este planteamiento no solamente reivindica lo que sabidurías ancestrales han mostrado, sino que legitima diversos trabajos de investigación al respecto y da carta de ciudadanía a propuestas teóricas y metodológicas para el desarrollo de esta facultad humana vista como inteligencia.

    Sin embargo, tanto Gardner como Salovey, Mayer y Goleman, inscritos en la tradición cientificista de las teorías sobre la capacidad racional humana, dan por sentado un concepto de inteligencia enmarcado por los alcances de las neurociencias, sin remitirse a factores antropológicos que subyacen a tal capacidad. Conforme a los dictados de la ciencia positiva y en la lógica del paradigma racionalista, los diversos estudios que buscan explicar los factores que dieron origen a la capacidad de raciocinio de los seres humanos se concentran en los aspectos fisiológicos y neurológicos del desarrollo y funcionamiento del cerebro, y se remiten a diversas circunstancias que lo hicieron posible. Desde las condiciones climáticas que obligaron a nuestros ancestros a bajar de los árboles y caminar por la sabana africana, y los cambios en la dieta posibilitados por el dominio del fuego, hasta las modificaciones en la estructura corporal que llevaron al crecimiento y sofisticación del cerebro y del resto del sistema nervioso.

    No se les ha dado la importancia debida a dimensiones humanas expresadas en lenguajes distintos al lógico matemático: la afectiva, la lúdica y la artística. Se le presta poca atención a la intuición y a la capacidad de imaginar, cantar, bailar, jugar y reír durante la convivencia en el proceso de hominización,⁶ como factores generadores y catalizadores de la razón y, por lo tanto, se les relega al rincón de lo prescindible, de lo accesorio en la vida humana.

    Pues bien, uno de los planteamientos más sugerentes y esclarecedores sobre los factores que subyacen a las facultades humanas —inclusive más allá de lo racional y conforme a la idea de las inteligencias múltiples, especialmente la inteligencia emocional—, es la proposición de la inteligencia sentiente planteada por Xavier Zubiri.

    La inteligencia sentiente

    Ya antes de Gardner y a Goleman, aunque sin la difusión dada a éstos, y en otra dimensión del conocimiento —la de la antropología filosófica—, Zubiri había cuestionado la concepción tradicional de inteligencia que la limita a la razón o a la capacidad para razonar. Uno de los aportes más importantes de Zubiri fue ir hasta las raíces de la noción de ser humano, presente en la filosofía occidental desde sus orígenes, y revisar los supuestos que están debajo de la idea del ser racional, del animal que habla —el zoon lógon éjon de los griegos—, para cuestionarlos y repensarlos, encontrando que ni el logos ni la razón —siendo tan esenciales para la vida humana— son la condición radical⁷ del ser de la especie humana. Se pregunta por las condiciones de posibilidad de la razón, e indaga sobre el concepto de inteligir como el acto de quien es inteligente o posee inteligencia.

    Superando la persistente contraposición en el pensamiento filosófico entre sentir e inteligir, entre sensibilidad y entendimiento (inteligencia o razón), entre sensación e intelección, Xavier Zubiri propone la inteligencia sentiente, por la que el ser humano, antes que el animal racional al que nos hemos acostumbrado, es un animal con una particular forma de estar en el mundo dándose cuenta de ello, no por pensarlo sino por sentirlo. Un sentir que en este caso no se refiere a la sensibilidad afectiva, sino a algo previo, tanto a ésta como a la razón.

    La inteligencia sentiente, que precede a la razón y es su fundamento (como principio y como cimiento), es lo que nos separa del resto de los animales (aunque sin duda en algunos de ellos podemos encontrar rasgos de inteligencia sentiente incipiente, sobre todo los mamíferos y específicamente los primates). ¿Cómo es esto? Zubiri plantea que la evolución llevó a los humanos durante el proceso de hominización a una forma de captación o percepción de la realidad —un sentir— que lleva al individuo a un saber que es más intuición que conceptualización —un saber que es sentido, no pensado— y que no es todavía abstracción ni simbolización.

    Se podría decir que esta percepción es una protoconciencia o conciencia primigenia básicamente intuitiva de la realidad. A eso que es captado, es decir, el objeto de la percepción, Zubiri lo llama lo real. Esta noción de lo real es un saber no racional, es un darse cuenta previamente a ser simbolizado. Lo real es sentido en clave de registro, no necesariamente sensorial como el que nos dan los cinco sentidos; por eso decimos que es más bien de carácter intuitivo: sabemos que está ahí porque lo sentimos, aunque en primera instancia no sea entendido conceptualmente, en otras palabras, aunque no sea abarcado por un concepto, nombrado. Tal y como está inmerso un bebé en su entorno. A ese entrar en contacto, Zubiri lo llama aprehensión porque no es una cuestión meramente sensorial sino mental. La aprehensión de lo real como real. Eso, nos dice, es inteligir.

    Zubiri explica la inteligencia sentiente como un proceso de formalización que el desarrollo neurofisiológico en los homínidos les permite entrar en contacto con todo en lo que están inmersos, sabiendo que todo ello es lo real, incluyendo a sí mismos. Por mi inteligencia sentiente me doy cuenta de mí mismo —aunque no sea conceptualizándolo en primera instancia— y sé que hay algo más que no soy yo mismo, que existe distinto a mí. Esa conciencia de mí mismo derivará en lo que Carl Sagan define como el sentido continuado de identidad, es decir, la sensación de ser un individuo distinto de los demás con un cierto dominio sobre sus actos y circunstancias, lo que podríamos llamar la egocidad, el carácter de único que se posee en cuanto que individuo.

    Pero también puede establecerse un parangón con la manera en que el psicoanálisis explica la generación del concepto de yo: durante la gestación, el bebé no percibe claramente los límites físicos que existen entre el útero materno y su propio cuerpo. En este primer estadio, es un ser indiferenciado con la madre, circunstancia que el parto no cambia sustantivamente, manteniendo el estado de indiferenciación. El niño sólo comprende que es algo distinto al mundo que le rodea al cabo de un largo proceso de desarrollo en el que comprende que el placer y el dolor no proceden sólo de sí mismo, sino que también es generado por entes distintos a él. De este modo, a lo largo de la infancia, paulatinamente adquiere la capacidad yoica, es decir, llega a distinguirse del mundo circundante y, por lo tanto, a ser autoconsciente.

    Debido a ello la inteligencia corresponde a la acción de inteligir, y no es sólo un atributo o una capacidad humana. Porque podemos inteligir es que tenemos inteligencia. Inteligir no es razonar, es, nos dice Zubiri, aprehender lo real como real. Esto significa que, como resultado de su desarrollo neurológico, en donde el cerebro juega un papel central, los humanos percibimos, por decirlo de alguna manera, todo aquello en medio de lo cual somos y estamos como entes en su propia realidad. Lo real como real significa que todo es siendo en su mismisidad y distinto a lo que no es. Zubiri lo llama ser de suyo. Y así es como todo, por la inteligencia sentiente, es aprehendido en su mismisidad, es reconocido de suyo. Emma León Vega, en otro contexto y dimensión del conocimiento, habla de un proceso de descentramiento que en el humano hace que sus sensaciones y percepciones se conviertan en formas de conciencia, que lo posibilita observarse como una entidad separada en su propia delimitación y a la vez inserta dentro de constelaciones diversas de realidad.¹⁰

    A diferencia del resto de los animales, que no inteligen o lo hacen de manera muy incipiente, por lo que el mundo en el que se encuentran no tiene carácter de realidad, para lo humanos todo, incluido él mismo, es percibido, aprehendido, en su carácter de real. Mientras que para el animal las cosas que lo rodean son meros estímulos, son aprehendidas como estímulos, para el ser humano las cosas son reales en tanto que reales. Por eso Zubiri dice que el humano es un animal de

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