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Aquí y ahora: Diario de escritura
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Libro electrónico276 páginas4 horas

Aquí y ahora: Diario de escritura

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"Uno de los escritores europeos más destacados de su generación", en palabras de Enrique Vila-Matas
Miguel Ángel Hernández es un escritor melancólico que siempre ha escrito con mapa, pero que en esta ocasión aborda la redacción de su nuevo diario con brújula. En efecto, el diario de escritura Aquí y ahora no surgió motivado por un encargo, como sus anteriores entregas –Presente continuo y Diario de Ithaca–, sino por una especie de pulsión que llevó al diarista a documentar la toma de decisiones y las inquietudes en el proceso de creación de El dolor de los demás, su tercera novela, que le ha consagrado como "uno de los escritores europeos más destacados de su generación", en palabras de Enrique Vila-Matas. La novela acabó tomando la forma de un diario, tanto en la exploración de la intimidad y la vida cotidiana como en la reflexión sobre el proceso de escritura. Y el diario, a modo de un making of de la novela, llega a funcionar en sí mismo como una novela en curso, una narración con un objetivo en el horizonte –la redacción de un primer manuscrito– y con unos personajes y unas andanzas atravesados de principio a fin por la literatura.
El diario nos desvela el proceso literario de redacción de la novela, paso a paso, mientras el diarista, entre recuerdos de su infancia en la huerta murciana, sus encuentros con amigos, familiares y escritores, sus clases de Historia del Arte, conferencias, comisariados y viajes mil, se nos muestra en su cotidianidad como un voraz y lúcido lector, o como un consumidor incansable de series de televisión. Si el sentido de la novela era la transformación de la literatura en realidad, el diario emprendió el camino contrario: la conversión de la vida cotidiana en literatura. De tal forma que la novela y el diario forman parte del mismo impulso literario, existiendo un continuum entre ambos libros. El diario, en su epílogo, se adentra en algunos episodios relevantes derivados de la recepción de la novela. Con ellos podría decirse que concluye también El dolor de los demás. En otro lugar. Fuera de campo. A través de ecos y reverberaciones. Escribir es siempre aquí y ahora. Tiempo después.
 
"Un escritor culto con un enorme talento narrativo."
J. A. Masoliver Ródenas, Culturas, La Vanguardia
"Un escritor seguro, maduro: sobre todo porque ha comunicado que su literatura tiene mucho que decir."
J. M. Pozuelo Yvancos, ABC Cultural
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento28 may 2020
ISBN9788417425739
Aquí y ahora: Diario de escritura

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    Aquí y ahora - Miguel Ángel Hernández Navarro

    escritura

    2016

    (JULIO-DICIEMBRE)

    Aquí y ahora

    Comienzas. De nuevo. Otra vez. En segunda persona. Regresa el tono. El presente cortante. Te habías prometido dejarlo. Dejarlo después de Ithaca. Dejarlo después de verte obligado a escribir. Pero hay algo que no te deja a ti. Necesitas escribir. Son tus dedos. Se mueven solos sobre el teclado. Comienzan incluso antes de que tú les des permiso. O sí. Claro. Permiso. Se lo has dado mucho antes. El cuerpo, por delante de la razón. Siempre. El cuerpo piensa. Los dedos escriben. Después estás tú. Pero sólo después.

    Necesitas un título. Uno nuevo. Ahora. Ya no más Presente continuo. Ha finalizado aquel tiempo sin pausa. Ya no más Diario de Ithaca. No hay ahora un espacio diferente y exótico. Estás en casa, detrás de la ventana, encerrado en tu habitación. Se han acabado las grandes aventuras. Sólo quedan lecturas, noches largas y sesiones de escritura. Todo sucede aquí y ahora. Quizá ése sea un buen título. Al menos uno. Aquí y ahora.

    Pero también hay algo en el horizonte. Un objetivo. Una novela por escribir. Eso es el futuro. El camino. La escritura por venir. Por alguna razón, cuando la escritura se vuelve futuro, necesitas también la escritura del presente. Cuando todo se proyecta hacia un tiempo que tardará en llegar, regresa la necesidad de dejar constancia de los días y las horas. Cuando la vida desaparece porque todo se convierte en un medio para un fin, la escritura reclama su presencia como fin en sí mismo. Por eso regresas al diario cuando comienzas a escribir la novela. Porque el futuro no es nada sin el presente. Porque los días se borran cuando uno mira hacia el horizonte. Porque la literatura no es nada sin la vida que hay detrás de ella. Por eso decides también el subtítulo: Diario de escritura.

    Empiezas ahora, la misma semana en que abres un archivo de Word y pones título a tu novela: «Tercera novela.docx». Un título tentativo. Aún no es nada. Tienes cientos de páginas escritas. Y varios años de reflexión sobre lo que quieres escribir. Pero aún no un comienzo como el que tiene lugar estos días, cuando decides encerrarte por fin, cuando decides comenzar a desconectar del mundo para volver a conectar contigo, cuando decides que ha llegado el momento de volver a escribir.

    Veinte años. Ése es el tiempo en el que vas a vivir a partir de hoy. Una noche. Una de las más amargas de tu vida. De momento no puedes decir más. No quieres. Tampoco sabes cómo hacerlo. Pero ya está el cuaderno abierto. Y el archivo. Y el programa. Y la pantalla. Y las venas llenas de historias que ya no se aguantan a salir.

    Y, sin embargo, ahora, precisamente ahora que deberías dejar fluir esa historia, ahora que deberías no mirar hacia los lados y centrar todas tus fuerzas en escribir eso que te quema por dentro, ahora, precisamente ahora, comienzas este diario.

    Dos meses

    Han pasado casi dos meses desde que regresaste de Ithaca y no has parado un momento. Has conseguido por fin una plaza de profesor titular en la universidad, has visto al Madrid ganar la Undécima rodeado de escritores en la Feria del Libro, has paseado con Mieke Bal por el Museo del Prado y la has visto demorarse con pasión en cada detalle de la pintura de El Bosco, has presentado tus ideas sobre estética migratoria en Berlín junto a Saskia Sassen, te has emborrachado con un refugiado palestino y un superviviente de la guerra de los Balcanes hasta altas horas de la madrugada, has presentado tu novela en Zaragoza y un escritor te ha mordido en el brazo, has bailado en Bilbao en el concierto de New Order y has podido ver por fin el Guggenheim, te han hecho el control de alcoholemia por primera vez en tu vida y milagrosamente has dado negativo, te has puesto tres veces corbata, has cantado en un karaoke una canción de Julio Iglesias…, has regresado a casa varias veces sin saber si era tarde o temprano. Todo esto podría ser un resumen de estos dos meses. Eso y los libros que has leído. Eso y las películas que has visto. Eso y las veces que has amado. Eso y más de mil cosas. Y entre todas ellas, una que debe ser más que una línea entre todo lo ocurrido, una que, en el fondo, está en el origen de este diario que ahora retomas:

    Jueves, 30 de junio de 2016. Diálogo con Enrique Vila-Matas en La Central. Un sueño hecho realidad.

    Llegas a Barcelona con Leo la noche anterior y cenáis con unos amigos. Al día siguiente te levantas nervioso. Llevas varios días preparando el encuentro y tienes que pasar a limpio las preguntas. Mientras desayunas, comienzas a ordenarlo todo y te das cuenta de que tienes allí conversación para varias horas. Has hablado en cientos de eventos, pero ninguno hasta el momento te ha puesto tan nervioso. Es el escritor al que más admiras, el que más ha influido en todo lo que escribes, es la oportunidad de conversar con él en público, pero también es la posibilidad de fracasar, de hacer el ridículo y no estar a la altura, o de querer ser más listo de la cuenta y pasarte por el otro lado.

    A las cinco comienzan los nervios verdaderos. Enrique os invita a tomar café en su casa y no sabes cómo actuar. Fingir normalidad, le dices a Leo. Es la única solución. Y es lo que intentas hacer. Tocas al timbre, saludas como de toda la vida, haces la típica broma a Paula de Parma diciéndole que por fin conoces a la mujer de todas las dedicatorias, entras hasta el salón, hablas con cordialidad, comentas que en la calle hace calor, te sientas en el sofá, aceptas el café que te ofrecen, comes uno de los bombones de naranja que acompañan al café…, intentas fingir normalidad. Lo haces incluso cuando miras de reojo la biblioteca, la habitación del fondo, la silla, el escritorio, los papeles sobre la mesa, el ordenador y quisieras sentarte allí un momento, el lugar de la escritura, como si fuera el trono de hierro, el espacio sagrado desde el que se domina el mundo. Normalidad, naturalidad, sí. Y en el fondo, sin embargo, todo es una actuación, una performance normalizadora.

    En un momento, Enrique te pregunta: «¿Cómo vas a contar esto en el diario?». Y esa frase lo cambia todo. A partir de entonces todo se relaja. Ha leído tu diario. Te dice que le ha gustado sobre todo el epílogo de Presente continuo y la reflexión sobre los límites entre la realidad y la ficción. Te sonroja. Te hace feliz. Pero no es eso lo que lo cambia todo. Lo que realmente cambia la situación es que, a partir de entonces, la realidad, precisamente, comienza a convertirse en literatura.

    ¿Cómo vas a contar esto en el diario? La pregunta despierta la escritura. E, inmediatamente, el mundo desaparece para convertirse en literatura. Mientras hablas, piensas en que retomarás el diario nada más llegar a casa. Sabes que escribirás todo esto. Y de nuevo te haces dueño de la realidad. Es curioso, piensas, la escritura regresa como un arma para poner las cosas de tu lado, para naturalizar el mundo haciéndolo extraño, para alejarte de esa ficción de normalidad artificial que ya se te había empezado a notar demasiado.

    Al salir de allí, Enrique te regala la edición croata de Kassel no invita a la lógica. En la cubierta está el perro con una pata rosa de Pierre Huyghe. Se te olvida pedirle una dedicatoria.

    Llegáis los cuatro (Paula, Leo, Enrique y tú) a La Central y sigues obsesionado con cómo escribir la tarde. Estás allí, pero no estás del todo. Y eso lo hace todo más fácil. Y también más literario. Incluso la conversación en la terraza, incluso los momentos en los que no sabes qué contestar tras las respuestas ingeniosas de Enrique, incluso la presencia extraña y maléfica del Cónsul de México, incluso el micrófono silencioso que apenas transmite susurros. Todo esa tarde es literatura. Y todo esa tarde es sueño. Sueño de escritura. Y sigue siéndolo después, en la cena, en la que teméis la presencia del cónsul. Os han contado historias extrañas y desasosegantes. Pero su sitio queda vacío, justo frente a ti. Imaginas que está leyendo el libro que ha llevado al acto, que os vigila desde la sala de al lado y que llegará en el último momento para despertarte del sueño literario. Sin embargo, el cónsul nunca llega y el sueño se prolonga mientras escuchas las historias de Enrique.

    ¿Cómo contarás esto en el diario?, vuelve a preguntar Enrique cuando se despide. No lo sabes, no lo tienes claro; quizá sólo digas que fue un sueño. Un sueño real. Al fin y al cabo, no ha ocurrido nada excepcional. Una visita, un diálogo y una cena. Lo excepcional es lo que no puedes contar, lo que supone para ti, todo lo que esta noche se ha cumplido. El resto es escritura. Y sucede aquí y ahora.

    Lunes 25 de julio

    Te despiertas acatarrado. Demasiado aire acondicionado. Demasiado sudar y congelarte. Con dolor de cabeza y de garganta, te sientas ante el ordenador y comienzas a escribir desde bien temprano. Esta novela es diferente a todo lo que has escrito. Ya no hay artistas ni genios atormentados. Ya no hay lugares distantes y mundos ocultos. Sólo un crimen real. Y una historia cercana. Nada que ver con las historias que supuestamente sabes escribir. Estás ante un abismo. Incluso en el modo de escritura. No hay una planificación, no hay una estructura. Al menos no de momento. Y sólo escribes fragmentos, ideas, escenas que ya ensamblarás más adelante. Siempre has escrito con mapa. Ahora escribes con brújula. La historia la conoces. Está en tu cabeza. Pero el modo de transitar por ella aún no se ha mostrado. Simplemente deambulas, esbozas imágenes, recuerdos y posibilidades.

    Agradeces que por fin haya aparecido la aplicación de Scrivener para el móvil y el iPad. Utilizas este programa para escribir desde hace unos años. Con él has escrito tus novelas y has planificado tus ensayos. Y, ahora, tenerlo en el móvil te lo hace todo más fácil. Es como llevar el cuaderno en la palma de la mano. Lees cualquier cosa, te viene una idea a la cabeza y la sitúas directamente en la novela. Todo sincronizado en todo momento.

    Es como si estuvieras siempre delante de la pantalla. O como si el documento se expandiera a todos los lugares de tu cotidianidad. Es como estar siempre escribiendo, incluso cuando no escribes.

    Por la tarde, acabas de leer A sangre fría. Te sorprende que el autor no aparezca en ningún momento de la novela –al menos no de modo evidente–. Piensas en la diferencia con la ficción posmoderna, en la que el escritor no se esconde. Capote inaugura la no-ficción, es cierto, pero se trata de un intento de reconstrucción de totalidad; el autor aún es todopoderoso; aún cree en una verdad total, más allá de la subjetividad. Lo extraño es que Capote intercedió en los hechos, los afectó. Por supuesto, escribir siempre cambia la realidad. El autor nunca se puede quitar de en medio. Pero en el caso de Capote mucho menos. El autor modifica y altera la realidad –sin él, por ejemplo, la sentencia de muerte se habría aplicado mucho antes–. Sin embargo, aquí es una transparencia.

    Tu novela dejará mucho más claro al autor desde el principio. Quizá demasiado. En ese sentido, lo que quieres hacer se parece mucho más a lo que escribe Emmanuel Carrère, de quien llevas un mes leyéndolo todo. El autor no puede esconderse. La vida propia afecta al modo en que percibimos el mundo. Una novela rusa es tu modelo. Y también tu libro preferido de lo que llevas de verano. Obsceno, en los límites de la ética, problemático, perturbador…, pura literatura.

    Martes 26 de julio

    Sigue el catarro. En un descanso de escritura, lees un artículo de Mario Vargas Llosa sobre el arte contemporáneo. Es tan zafio e ingenuo que te da pereza escribir cualquier cosa. El mismo argumento que utilizan tus alumnos de primero de carrera para arremeter contra el arte contemporáneo: la supuesta «conspiración» de unos cuantos para engañar al mundo entero. Los extremos se tocan.

    Miércoles 27 de julio

    La garganta te está matando y apenas has podido dormir. Aun así, decides por fin ir al Archivo a consultar la prensa del crimen sobre el que escribes. Llevas posponiéndolo varios meses porque sabes que te va a doler. Y el dolor tendrá que ser pospuesto algún tiempo más. Porque, al llegar, el Archivo está en obras. Cerrado hasta nueva orden. Más tensión narrativa. Le haces una foto al cartel de la puerta y piensas que a veces la vida imita a la literatura.

    Después, reunión con doctorandos y gestiones para dar por cerrado el curso académico. Ya no volverás a la Universidad hasta después del verano.

    Por la tarde, compras pantalones y camisas. Has engordado diez kilos en los últimos meses. Ya no te cabe nada de lo que tienes. Y sabes que eso es contraproducente. Porque la incomodidad de ir con la ropa pequeña al menos te hace pensar que tienes que adelgazar. Pero en las dos tallas más te encuentras cómodo. Demasiado cómodo.

    En casa sigues leyendo no-ficción. Le toca el turno a Noche de los enamorados, de Félix Romeo. Es una novelita deliciosa. Lo último que escribió antes de morir. Un crimen pasional. La posibilidad de la literatura para hacer justicia y recordar el pasado. Algo así es también lo que pretendes. Aunque de momento no tengas demasiado claro cómo hacerlo.

    Tienes la cabeza llena de imágenes desagradables. Muertes, cuerpos desangrados, violencia sin sentido. Entre eso, las toses, la fiebre y el calor, duermes mal y tienes pesadillas.

    Jueves 28 de julio

    El dolor de garganta ya es insoportable y decides ir al médico. No has ido en más de quince años. Siempre te has automedicado. Ibuprofeno y antibióticos. Solución para todo. Pero Raquel te convence y acabas yendo. Prohibido el ibuprofeno para el dolor de garganta, dice el médico. Eso es lo que te ha producido toda la irritación. Va a tardar en curarse.

    De camino a casa, recibes por e-mail el artículo que andabas buscando. La historia de la que escribes. Lo lees con detenimiento y sientes cómo se te eriza la nuca. Tu padre aparece en una de las fotos. También se te ve a ti de espaldas. A tu yo de hace veinte años.

    Escribes tus reacciones nada más llegar a casa. No importa el sudor y la fiebre. No importa nada ahora. Nada más que esa historia en la que ya no puedes dejar de pensar.

    Al acabar, te sientes aliviado y piensas que necesitas dejar pasar unos días. Podías seguir escribiendo, pero decides parar. Por alguna razón, sientes que debes digerirlo todo antes de volver a sentarte al ordenador. Y es lo que haces. Vas a pasar una semana fuera de casa. Quizá es el tiempo justo para asumirlo todo y volver con fuerzas. Ya no escribirás nada hasta la vuelta de vacaciones.

    Relativamente liberado, te sumerges entonces en la lectura. Miras la estantería de libros pendientes y comienzas uno por uno. Primero, las novelas cortas. Las que puedes leer casi de un tirón. Devoras de una sentada Los huéspedes, de Pedro Pujante, un delirio vilamatasiano de ciencia ficción, y Homoconejo, de Alfonso García-Villalba, un delirio psicodélico y esquizoide. Lees todo hasta altas horas de la madrugada y se te mezclan las historias. De nuevo, la congestión no te deja dormir y sueñas que eres un conejo clonado que ha sido invitado a un congreso de literatura secreta.

    Viernes 29 de julio

    Algo mejor del catarro, vas a la barbería para adecentarte un poco antes de las vacaciones. Después, compras varios libros para llevar de todo en la semana que vas a estar de retiro en el balneario y comes con Marta, que celebra su santo antes de viajar a Japón.

    Por la tarde, te sumerges de nuevo en las lecturas y descubres la prosa de Vicente Valero. Te enamoras de Las transiciones, un libro sutil, delicado y preciso. Mientras lo lees se frena el tiempo.

    Comienzas a ver Borgen. Te habían hablado muy bien de la serie, pero no encontrabas el momento de ponerte a verla. Te engancha desde el principio. Aunque el parecido con lo que sucede en la política española es casi siniestro. Le vas a dar una oportunidad –a la serie; a la política ya le has dado demasiadas.

    Antes de irte a la cama, comienzas a leer Proyecto K., de Paco Gómez. Te duermes cerca de las tres con el libro en las manos. Su anterior novela, Los Modlin, es imprescindible. Sientes que tienes mucho que ver con esta escritura creada a partir de las imágenes.

    Sábado 30 de julio

    Por la mañana, almuerzas con tus hermanos en El Yeguas. Con el alcohol, el resfriado se olvida. Pero va creciendo conforme avanza el día. Coméis en casa de la madre de Raquel y ya en el postre dices que tienes que ir a la farmacia a por lo que sea. Apenas puedes respirar. Sólo al final de la noche se te pasan los estornudos y el malestar. Veis dos capítulos de Borgen y os dormís con el ventilador a los pies de la cama.

    Domingo 31 de julio

    Acaba el mes. El resfriado también comienza a irse. Vas a pasar una semana en un balneario sin hacer nada. Serán tus verdaderas vacaciones. Redes cerradas, albornoz todo el día, baños curativos, parafangos y alguna cerveza que otra. Y libros. Muchos libros.

    Hoy hace un año que hacías las maletas para viajar a Ithaca. Estabas nervioso, ansioso, cargado de responsabilidades. Era un salto al vacío. Un curso académico que ha pasado en un suspiro. Ahora ya no hay nervios. Las aventuras están en el recuerdo. Todo ha sucedido ya. Tienes la sensación de que el futuro es mucho más sencillo. Con tranquilidad, preparas la maleta, planificas la ruta, escoges las lecturas para la semana y escribes este diario. Una semana de desconexión. Una pausa mínima. Un intento de poner freno al paso acelerado del tiempo.

    Lunes 1 de agosto

    Salís temprano hacia Alhama de Aragón. Una semana en un balneario. Ésas van a ser vuestras vacaciones. Siete días en albornoz, entre aguas termales y masajes. Has viajado demasiado este año y necesitas descanso de verdad. Sin aviones, sin estrés, sin preocuparte siquiera por dónde comer. Siete días sin hacer absolutamente nada. Silencio, agua templada y lectura.

    Llegáis a las cinco y media de la tarde después de seis horas de viaje. El hotel en el que os hospedáis ha sido reformado, pero aún conserva la estructura original del siglo XIX, los grandes salones, las lámparas, el suelo, el antiguo piano…, es como viajar en el tiempo. Todo tiene un punto decadente que te resulta inspirador y melancólico. Y no puedes evitar imaginarte como el personaje de alguna novela centroeuropea de principios de siglo. Un Hans Castorp en los Alpes suizos, filosofando sobre el sentido de la vida mientras el mundo entero se viene abajo.

    Antes del tratamiento, tenéis consulta con el médico del balneario. Os atiende un señor mayor con acento alemán muy marcado y rápidamente comenzáis a especular. Es un médico nazi que hace experimentos con los viejecitos del balneario, dice Raquel. Por eso se ha alegrado al ver que veníais de lejos. «Murrrsia, ajá, qué lejosss. ¿Tienen ussstedes familia allí?» Ya estáis en una película.

    Sacáis los bañadores de la maleta y antes de cenar os dais un baño en el lago termal. En el fondo, ésa es la principal razón por la que venís. Podríais ir a cualquier otro balneario. Pero este lago termal os enamora. Sobre todo a ti. Es el único lugar del mundo en el que te gusta bañarte. Te agobian las olas del mar y no resistes la arena de la playa. Tampoco disfrutas en las piscinas. Pero por alguna razón en este lago te sientes a gusto. Es la soledad, la tranquilidad de las aguas, la sensación de que todo fluye y se frena al mismo tiempo. No sabes nadar, pero puedes flotar. Eso es lo único que sabes hacer en el agua. El muerto. De espaldas. Boca arriba. Como un trozo de madera. Una cosa inerte. Por unos minutos. Nada más que eso.

    Martes 2 de agosto

    La rutina te sienta bien. Desayuno, baños calientes, masajes, lectura, comida, siesta, lago termal, vermut, cena, lectura, dormir. Todo se repite. Es un bucle en el que no tienes que tomar ni una decisión. Tan sólo elegir el próximo libro para leer.

    Comienzas hoy con Las llanuras, de Gerald Murnane, y lo lees de un tirón. Hace un tiempo, cuando estuviste a punto de ser editor, llegaste a negociar los derechos de este escritor australiano. Es un autor sofisticado, intelectual y elegante. La síntesis perfecta entre Proust, Vila-Matas y Sebald. Y por fin alguien se ha atrevido a traducirlo. Agradeces la valentía de la editorial Minúscula. Y confías en que en el futuro alguien se atreva con Barley Patch o con A History of Books.

    En la habitación no funciona la conexión wifi y el móvil tampoco tiene demasiada cobertura. Sólo en las zonas comunes la conexión es aceptable. Y es allí donde se reúnen algunos huéspedes del hotel. Al salir del restaurante siempre te encuentras la escena: todos en el salón común, hipnotizados

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