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Terrícolas, la hermandad de la Tierra
Terrícolas, la hermandad de la Tierra
Terrícolas, la hermandad de la Tierra
Libro electrónico469 páginas7 horas

Terrícolas, la hermandad de la Tierra

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Información de este libro electrónico

Tras el diluvio, la humanidad, esa que había sobrevivido al gran cataclismo, se encuentra de nuevo al borde de una encrucijada. Sus creadores, a los que llaman dioses y que abandonaron este planeta dejando su experimento a merced del libre albedrío de la nueva especie, sopesan ahora la posibilidad de poner fin a su ensayo genético en la Tierra. Entonces Teo, con la ayuda del miembro de la Hermandad de la Tierra Zack Rismor, vive una experiencia reveladora y emprende un camino de descubrimiento personal, que lo convierte en objetivo del Vértice; el reducido grupo de los amos del mundo. Una huida hacia delante que acelerará su despertar en consciencia y la epifanía de su papel en el futuro de la humanidad.

Una apasionante colección de revelaciones cotidianas, conexiones ocultas, obviedades manifiestas, mitos, ritos, fe, manipulación, corrupción, víctimas, humanidad y desapego, en una trama que avanza sin pausa y nos conecta con los hechos descritos, en un escenario que nos resulta terriblemente familiar.

IdiomaEspañol
EditorialJLM Monroy
Fecha de lanzamiento21 jun 2020
ISBN9788409202515
Terrícolas, la hermandad de la Tierra
Autor

JLM Monroy

Encarnado en 1975, JLM Monroy ejerce como creativo Publicitario desde 2001, año en el que escribe una disertación a modo de ensayo titulada "Apuntes sobre interacción socio-publicitara".Sin embargo no es hasta octubre de 2015, poco después de iniciarse en la práctica del Yoga, cuando siente la incontenible necesidad comenzar la escritura de “Terrícolas”, su primera novela.El proceso de documentación pone en orden sus ideas, y, durante la redacción del manuscrito, descubre que existen demasiadas coincidencias entre su ficción y el mundo que le rodea, experimentando una transformación personal quetodavía hoy continua.Como firme creyente en la causalidad, está convencido que “Terrícolas” le llegó, al igual que ahora a ti, justo en el momento en que lo necesitaba. Ni antes, ni después.No es casualidad que este libro esté ahora ante tus ojos, pero solo tú puedes dar el siguiente paso.

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    Terrícolas, la hermandad de la Tierra - JLM Monroy

    JLM MONROY

    TERRÍCOLAS

    La Hermandad la Tierra

    Segunda Edición

    Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, acontecimientos y hechos que aparecen en la misma son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción.

    TERRÍCOLAS ® y el logo de TERRÍCOLAS son una marca registrada propiedad de ©JLM Monroy.

    Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización de los titulares del copyright , bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.

    Terrícolas, la Hermandad de la Tierra es una novela de ciencia ficción social.

    Diseño de cubiertas: www.mroy.es

    Copyright © JLM Monroy, 2017

    Depósito Legal: SE-891-17

    Edición Mecenas: diciembre 2018 (impresa)

    Primera Edición: abril 2019 (impresa)

    Segunda Edición: mayo 2020 (eBook)

    ÍNDICE
    DEDICATORIA
    GNOTI SEAUTOM
    ZEITGEIST
    I
    II
    III
    IV
    V
    VI
    VII
    VIII
    IX
    X
    XI
    XII
    XIII
    XIV
    XV
    XVI
    XVII
    XVIII
    XIX
    XX
    XXI
    XXII
    XXIII
    XXIV
    XXV
    XXVI
    XXVII
    XXVIII
    XXIX
    XXX
    XXXI
    XXXII
    XXXIII
    XXXIV
    XXXV
    XXXVI
    XXXVII
    XXXVIII
    XXXIX
    XL
    XLI

    A Irene , que me contagió con su esfuerzo.

    ZEITGEIST

    ( El espíritu de nuestro tiempo )

    Casi la totalidad de los mitos sobre la creación del ser humano que podemos encontrar a lo largo y ancho de nuestro planeta, hablan de unos seres creadores venidos de las estrellas que nos aportaron conocimiento y tecnología. Y en la mayoría de los casos, dichos relatos son coincidentes sin importar dónde o cuándo surgieron.

    Existen, a su vez, multitud de restos arqueológicos que siguen aún sin explicación, ya sean construcciones imposibles u objetos que no encajan con el momento al que parecen pertenecer (ooparts) .

    Desde los atentados de Nueva York del 11 de septiembre de 2001, nuestra civilización se encuentra sumida en un proceso irreversible de cambio hacia un nuevo sistema de gobierno, posdemocracia , que promete la seguridad de los ciudadanos a partir de su absoluto control.

    El término Nuevo Orden Mundial fue usado por primera vez tras la I Guerra Mundial, por el presidente Woodrow Wilson (EEUU) . Sin embargo, en el Gran Sello de los Estados Unidos, aprobado por el Congreso en 1782, ya aparecía la inscripción " Novus Ordo Seclorum " (Nuevo Orden de los Siglos) .

    Y por no creerlo, no dejará de ser cierto.

    γνῶθι σεαυτόν

    ( gnóthi seautón )
    Conócete a ti mismo y conocerás a los dioses y al universo

    I

    El siglo XXI del calendario gregoriano afrontaba el comienzo de su tercera década en la Tierra y la humanidad continuaba su lento periplo por la historia, inmersa en una frenética carrera por la prosperidad económica que parecía no tener fin. La revolución digital había democratizado la información y resultaba difícil distinguir la verdad de la mentira, por lo que la opinión pública estaba más fragmentada que nunca. La democracia había perdido credibilidad como consecuencia de las corruptelas de una clase política sometida al poder económico, y la sociedad en general continuaba tratando de vivir al margen de los problemas de convivencia en un mundo que empezaba a quedarse pequeño.

    Teo vivía en un luminoso apartamento del centro de Sevilla, una ciudad del sur de España, y a sus veintiséis años se encontraba absolutamente perdido. No podía decirse que estuviese en una situación crítica, pero su vida personal había cambiado drásticamente cuando su novia le abandonó hacía algunas semanas y todavía trataba de recuperarse del golpe. Llevaba desde entonces sin poner toda la atención que debía en sus quehaceres diarios, y aunque no tenía un trabajo que le obligase a fichar cada día, sí mantenía una amplia red de contactos que le permitían desempeñar profesionalmente su formación académica y casi vivir de ello. La verdad es que por el momento no lo necesitaba, pero sabía que su verdadera fuente de subsistencia estaba a punto de agotarse.

    Él y su hermana vivían desde hacía años de una dotación que heredaron de su padre, que fue dado por muerto tras desaparecer en el Amazonas. Pero ahora el banco, siguiendo las indicaciones del albacea de la herencia, había comunicado a Teo que en dieciocho meses se agotaría el depósito y finalizaría, por tanto, su asignación mensual. A partir de ese momento tendrían que vivir solo y exclusivamente de su trabajo, y eso era algo para lo que Teo no se había preparado aún. Tras la separación de Lilith se resignaba a imaginarse como uno más de los miles de personas que trabajaban cada día por simple obligación, incapaces de tomar el control de sus vidas y salir de una rutina alienante y embrutecedora. Como otros tantos jóvenes de su edad, tenía la sensación de que le habían tomado el pelo, pues tras toda una vida de estudio y formación con la promesa de un futuro laboral exitoso, se encontraba ahora con un escenario muy diferente, donde las casi dos únicas opciones reales eran la explotación o el paro. Mientras estuvo con Lilith nada de eso era importante, y cualquier futuro con ella era más que suficiente para Teo, pero desde la soledad y el abandono que sentía ahora, la realidad había dejado de ser bella y se mostraba con toda su crudeza. Pensaba que lo mejor sería huir de allí una temporada para tomar una decisión sobre su futuro y el de su hermana, antes de que se le agotasen los recursos.

    El desayuno era, sin lugar a duda, su comida favorita. Las mañanas que podía, Teo entraba en la cocina ya vestido y perfectamente aseado, dispuesto comenzar el día disfrutando de un suculento festín, un desayuno que para muchos sería más bien un buen almuerzo. Él se justificaba ante las burlas que recibía de su hermana Palas, cuya dieta se ajustaba mucho más a los cánones del desayuno socialmente aceptado, diciendo que no eran más que bocadillos bien condimentados, aunque en realidad se trataba de cualquier tipo de alimento colocado entre dos piezas de pan. Carnes, conservas, mermeladas, quesos, fiambres, salsas, platos elaborados y todo lo que combinase bien con el pan, era susceptible de formar parte de la primera comida del día. Se decía que era mejor empezar con la gasolina a tope y así había una cosa menos de la que preocuparse. Aunque comer no era una de sus prioridades, Teo podía presumir de ser un buen cocinero.

    Sin embargo, esa mañana de lunes el desayuno se le estaba atragantando. Las noticias que salían por el altavoz de la radio analógica que tenía en la cocina y que acompañaban su café eran tan preocupantes que, excepcionalmente, había encendido la tele para seguir en directo lo que estaba pasando.

    –El día de Todos los Santos ha llegado con retraso este año. El Bloody Monday ¹ –dijo hablando con la boca llena y en voz alta, consciente de que nadie le juzgaría.

    Mientras miraba las imágenes pensaba en cómo se habría llegado a aquella situación y decidió investigar un poco. A Teo le interesaba demasiado la actualidad como para obviar esa noticia, y disfrutaba curioseando en busca de información política y económica que, en su opinión, eran la base de la organización administrativa de los países y sociedades. Le gustaba rebuscar en la sistemática aplicación incorrecta del contrato social, en el sentido que le dio Rousseau ² . Éste era uno de los términos esenciales que más sonaban en su boca, y no eran pocos. Le parecía insultantemente obvio cómo las cláusulas básicas de este contrato no se cumplían con justicia, y cómo los ciudadanos lo observaban impasibles. El principio era muy simple: el acuerdo consistía en que cada uno de los miembros de la sociedad en cuestión renuncia a parte de su libertad en favor de un gobierno común, que a su vez se convierte en garante de los derechos y libertades de cada uno, y que los protege a todos. Por obvio que le pareciese, este axioma no siempre se cumplía, y Teo permanecía atento a todo lo que tuviese que ver con esa idea. En el trato personal no era fácil discutir con él, pues al final se lo llevaba todo al contrato social, con lo que ahí terminaba la conversación. Tenía razón, pero era un planteamiento tan ideal que acababa siendo tachado de utópico. Esa era la razón de su calculada exposición a la gente, pues los aspectos más superficiales de la vida no le interesaban en absoluto. Su hermana decía que era un voyeur de la actualidad, que la miraba de reojo sin querer compartir sus sentimientos y que, por ese querer permanecer en la sombra, se estaba perdiendo todo un universo de relaciones sociales, de cuchicheos y postureos en los ambientes más cool de la ciudad.

    Teo había tenido una vida plena y despreocupada, y aunque junto a su hermana Palas había vivido la pérdida de su madre y la marcha y desaparición de su padre, ambos sentían que la vida les trataba bien. Los dos sucesos se habían desarrollado con una normalidad inusual a ojos de la comunidad en la que vivían, pues su infancia transcurrió en un ambiente familiar de diálogo y análisis que ayudaron, de algún modo, a Palas y Teo a adaptarse a los acontecimientos. Su educación había sido siempre muy analítica y racional, y aunque habían aprendido que la espiritualidad era, sin duda, uno de los pilares sobre los que se construye el crecimiento personal del ser humano, la razón y el entendimiento debían ser valores autoexigibles.

    Desapego. Esa era una de las palabras más escuchadas durante su infancia, y esa idea de renuncia y de aceptación de la realidad que se esconde tras ella había convertido a aquella pareja de hermanos en especialmente adaptables a los cambios.

    Como uno más de los jóvenes de su generación, Teo acostumbraba a salir y dejarse llevar por excesos propios de adolescentes, aunque, eso sí, evitando en lo posible las aglomeraciones. Esa era, sin duda, una de las costumbres que había aprendido durante su relación con Lilith, su exnovia, y que había hecho suya hasta convertirse casi en un predicador de las reuniones de amigos frente a otras opciones lúdicas más multitudinarias. Sus amigos nunca lo habían aceptado con gusto, pero en realidad mantenía contacto con ellos casi a diario en todo tipo de encuentros donde dar rienda suelta a su lado más infantil. Era un joven activo, aunque no practicaba ningún deporte asiduamente y decía que las rutinas le provocaban angustia existencial, y que por eso era un firme defensor de abolir los gimnasios y reivindicar la dignificación de las veladas de poker o Play Station . Había estudiado Ciencias Políticas y Sociología, una disciplina que le apasionaba pero a la que había decidido que no dedicaría el resto de su vida, sino solo una parte. Trabajaba como colaborador freelance de varios gabinetes de renombre, pero evitaba cualquier compromiso duradero, especialmente ahora que Lilith se había marchado. Compaginaba las consultorías con temporadas de trabajo al aire libre, formando parte de equipos de campamentos de verano y grupos de aventura, o viajando como cooperante. La actividad física habitual y una genética envidiable habían otorgado a Teo un físico saludable y atractivo.

    No era muy alto, pero su delgadez le acentuaba la talla y la ausencia de grasa le aportaba una apariencia musculada. No tenía tatuajes ni pendientes porque para él esa era otra forma de sumisión en un mundo que había entregado el cuerpo como lienzo para negocio de otros. Sus estudios le habían aportado una visión de la realidad que difería mucho de la del resto, y sus profundos conocimientos de los mecanismos de socialización habían condicionado su perspectiva haciéndola extremadamente crítica. A sus ojos, los gobernantes centraban sus esfuerzos en disputas ideológicas a ritmo de manual de propaganda, mientras que la burocracia asfixiaba el normal funcionamiento de una sociedad que demandaba soluciones reales. El sistema de mercado se había convertido en un ente vivo y autónomo que terminaría por devorar a su propia sociedad, y que poco a poco mejoraba su eficiencia a costa del empobrecimiento de la mayoría. Podía ver su futuro cada día en los cincuentones que mendigaban en busca de un trabajo, expulsados de un mercado laboral que no estaba dispuesto a pagarles por su experiencia, y pensaba en qué futuro les esperaba a los jóvenes que prolongaban eternamente sus estudios en busca de suficientes títulos, para poder iniciar una carrera profesional con casi treinta años, sobrecualificados y sin perspectivas de estabilidad. Al fin y al cabo, él era uno de ellos.

    Se suponía que estaba comenzando el mejor momento de la vida profesional de un hombre, y sin embargo no tenía ni idea de qué sería de él a poco más de un año vista. Vivía con su hermana y ambos recibían una asignación que su padre les dejó, de forma que pudiesen completar sus formaciones y labrarse un futuro, pero sabía que no duraría eternamente desde que su amigo Toni, un trabajador de la oficina que gestionaba su asignación, le había informado extraoficialmente que el contrato tenía fecha de caducidad. No le dijo nada más, pues no lo sabía, pero por sus manos habían pasado algunos documentos que parecían indicarlo.

    Así que, en esos días, Teo se sentía abandonado ante una realidad que carecía de atractivo y un panorama social al que no estaba dispuesto a contribuir. Como otros muchos jóvenes, estaba desolado por la falta de perspectivas a largo plazo, y, en su caso, temeroso de que su hermana no contase con los recursos económicos necesarios para completar su formación. Y aunque todavía no lo sabía, estaba a punto de iniciar un camino que lo enfrentaría a un reto mucho más peligroso que los que le quitaban el sueño. En realidad sus preocupaciones no eran más que pensamientos e imaginaciones creadas desde un estado de abatimiento que además, esa mañana alimentaba con las noticias de la televisión.

    Para él había pocas informaciones realmente trascendentes. La mayoría eran noticias muy ruidosas y que daban que hablar, como la que esa mañana llegaba desde África, pero que no eran más que consecuencias de esas otras noticias de las que no se hablaba. El continente negro siempre había sido un lugar convulso, pero desde finales del siglo XX y en las dos primeras décadas del XXI, parecía que le había llegado su hora. Esta vez, en Mali, la nueva guerra civil estaba tomando un rumbo peligroso. A los conflictos políticos se les estaban sumando otros de carácter religioso, pues las cuestiones de fe habían ganado peso por la pérdida de credibilidad en los partidos políticos y sus representantes, los mismos que al poco de alcanzar el poder como abanderados de la igualdad y la democracia se tornaban en dictadores y genocidas. En este escenario de permanentes conflictos resultaba difícil diferenciar dónde estaba la línea que separaba política de religión. El caso de Mali era especialmente delicado, y esta vez, tal y como informaban los noticiarios, milicianos cristianos habían asaltado una aldea de mayoría musulmana, ensañándose con especial brutalidad con sus habitantes, sin diferenciar edad o sexo. Una masacre que estaba siendo retransmitida en directo ante los ojos incrédulos del resto del planeta.

    La mañana transcurría y Teo la pasó sentado frente al ordenador, escudriñando todo tipo de noticias y artículos que pudiesen tener relación con lo que sucedía en país norteafricano, tratando de comprender qué se escondía tras aquel terrible conflicto y, más que buscar, dejaba que los anuncios que iban apareciendo en la pantalla le guiaran hacia alguna inesperada serendipia ³ . Su mente no conseguía fijar la atención en lo que hacía y se perdía en pensamientos que lo llevaban lejos de allí, quizás a un país exótico en busca de una nueva vida.

    Estaba atravesando un enorme cambio vital (no deseado pero vital) desde que Lilith lo abandonara después de una larga relación y de un modo demasiado extraño. Algo repentino que no alcanzaba a entender había sucedido en el entorno de Lilith o en la propia vida de su pareja, porque sin una explicación clara, simplemente había decidido poner fin a su relación y desaparecer de algo que podría haber incluido en la hoja de ruta una boda, una familia, una deuda con el banco, etcétera. Una vida más o menos planteada que casi de un día para otro había desaparecido frente a Teo, a cuyos ojos el panorama que se le presentaba le parecía desolador. Ahora, a sus planes les faltaba el cincuenta por ciento, y lo que realmente quería era escapar de todo lo que le recordaba a Lilith.

    Para sus amigos lo ocurrido era como si le hubiese tocado la lotería. Le decían que si su vida hubiera seguido el curso esperado, se habría convertido en el perfecto hombre máquina diseñado por el sistema al que tanto criticaba, pero el repentino cambio de situación lo había catapultado hacia el otro extremo del segmento demográfico: solteros sin planes de futuro y con todo por hacer.

    Su teléfono vibró en la mesa. Acababa de entrar un mensaje con el texto:

    >Parece que la cosa fluye con naturalidad. Los astros se han alineado…

    Sus amigos habían decidido animarle y un nuevo estado de soltería bien merecía una fiesta. Esa era la excusa para organizar esta juerga. Casi todo era ya una excusa para organizar una juerga. No solo para sus amigos, sino que toda la gente veía oportunidades para celebrar cualquier cosa. Las celebraciones habían dejado de ser algo extraordinario para convertirse en otra medida del éxito, y aunque según sus amigos quedarse soltero merece algo más que unas copas y unos canutos, para él no era otra cosa que la señal que le alertaba de que había llegado la hora de cambiar de rumbo. Sonó otro zumbido.

    >Ya está casi todo listo. Tú tranquilo que lo pasaremos bien.

    Sonrió abiertamente. Quería mucho a sus amigos y sabía que lo hacían, también, por volver a verle sonreír. Él era un tipo muy vital, y aunque podía parecer algo reservado a ojos de un extraño, en su ambiente era capaz de dirigir a cualquier grupo y conducirlo al éxito. Durante sus años de universitario siempre había estado involucrado en todo tipo de proyectos, y aunque su sitio natural no era la primera línea, en realidad solía ser él el que marcaba el paso. Era esa pasión interna la que lo animaba a dejarse mangonear y acceder a la celebración que se le venía encima.

    –Vamos a ver qué se les ocurre a esos cafres –se dijo, y cogió su teléfono mirando los chats recientes.

    Entonces tecleó:

    >Méntor

    >¿Te han llamado últimamente Toni y esos?

    Teo quería asegurarse que Méntor iría al festejo. Le apetecía. Encajaba poco con el resto del grupo, pero también era un soplo de aire fresco que, con sus ideas, aseguraba ratos de acalorado debate entre amigos sobre temas absolutamente banales para todos, excepto para él. Mientras que Méntor exponía sus teorías disparatadas sobre cómo hacer del mundo un lugar mejor, el resto exageraba sus argumentos con ejemplos imposibles para tratar de evidenciar la falta de coherencia de sus ideas, aunque tenían sentido y siempre resultaban idóneos para evitar otros temas. Sus amigos entraban más en el canon convencional de la época, y por eso Méntor se empeñaba en repescarlos en su apostolado por la New Age . Y a ellos les encantaba porque, además, sabían que un cierto nivel de hippismo era incluso necesario socialmente, con lo que todos contentos.

    >Quiero preguntarte una cosa... –escribió esperando que Méntor contestase al momento.

    A él le gustaba escucharlo, porque sus ideas verbalizaban muchos de los problemas originales de las sociedades, y, aunque todos vistos desde un punto de vista poco ortodoxo, sí resultaba ser un buen método para explorar posibles momentos originales de los problemas que se derivaban del mal funcionamiento del contrato social. Las cuestiones de Méntor básicamente planteaban un modelo teórico cuyo fin era aceptable casi para cualquier occidental civilizado. Para Teo el problema radicaba en la imposibilidad de cambiar de un sistema como el actual a otro cualquiera. Pensaba que era del todo imposible pasar de uno a otro en una única generación de forma pacífica. Porque los beneficios del cambio lo recogerían otros y no los que sufrieran sus calamidades, con lo que nunca se aceptaría dicho cambio y por tanto, no se consideraba como una opción. Mientras veía las imágenes del historial del chat, Teo se dijo en voz alta

    –Eppur si muove ⁴ .

    Se reclinó en la silla y se perdió en las nubes de humo que ahora salían de su boca. Ya no pensaba en nada. Subió los pies a la mesa y en un descuido golpeó la montaña de papeles, que salió disparada contra el suelo.

    –Joder –gruñó molesto por el repentino desorden–. Que le den, de ahí no va a pasar.

    Otra bocanada de humo se dirigía ahora a los papeles en el suelo. Le recordaban a su amigo Toni, él sí que sabía lo que eran montañas de papeles. Su trabajo en un conocido banco internacional lo tenía todo el día entre papeles. Pensó en su situación ideal socialmente hablando, pero desastrosa en boca del propio Toni. Siempre se quejaba de que la marea lo había arrastrado tan lejos de la playa que ya estaba muerto aunque aún nadaba con fuerza. Era una curiosa forma de describir su situación. Casado, con tres hijos, una mujer que, según él, solo lo quería por la vida que le permitía vivir, pero que en realidad ya no sentía nada por él. Hipotecado hasta las cejas, con una vida rutinaria que se repetía en ciclos fiscales y que no tenia pinta de terminar bien.

    –Ni de coña –se dijo en voz alta–. En realidad no sé lo que quiero, pero lo que sí sé es lo que no quiero, y paso de una vida de mierda. Ya veremos qué, pero eso no Teo, una vida como la de Toni no la quiero.

    Bebió de nuevo un largo trago que terminó la cerveza, aspiró una última calada de su cigarro y lo apagó bruscamente en el ce nicero. Cogió su teléfono móvil y saltó de la silla en dirección a la puerta. Quizás en un bar, hablando con un desconocido, surgiría la inspiración.

    Antes de salir escribió en un post-it :

    >Estoy en el People. Si te apetece, ven y te invito a unas cervezas.

    Dejarse notas de papel al salir de casa era una vieja costumbre familiar, y su hermana era una excelente conversadora que siempre le hacia pensar.

    II

    El sonido del agua de la ducha ocultaba el tono de la llamada. Era la tercera vez que Toni lo intentaba sin éxito y esta era una de las pocas cosas que les quedaba por cerrar para la bienvenida que le preparaban a Teo. Cuando colgó el teléfono dijo Lucas:

    –Llama a otra.

    –Y dale con llama a otra. Esta es la buena, joder. Se la han recomendado a Mentor que se mueve con gente rara. ¿Para qué vamos a andarnos con pamplinas y llamaditas? Si nos cuadra el precio y tiene referencias… pues adelante. Estará cagando la mujer y por eso no coge el teléfono..., –dijo Toni, arrancando una carcajada de Lucas–. No te rías, que estoy nervioso. Parece que tienes trece años, capullo.

    –Llama otra vez.

    –Espera un poco. Vamos a repasarlo todo y volvemos a llamarla. ¿Una birra?

    –Dale.

    Toni abrió la nevera y sacó dos cervezas. Le acercó una a Lucas que dio un largo sorbo nada más abrirla. Esperó a que Lucas terminase su trago y le dijo:

    –No debemos perder el norte. Al final, esto es solo una excusa.

    –Qué dices ahora –preguntó Lucas.

    –Digo que en realidad Teo no quiere esta fiesta; la queremos nosotros. Y por mucho que queramos Teo nunca ha sido un mujeriego. Así que aprovechemos la excusa para organizar una fiestecita legal sin sacar los pies del tiesto y todos contentos.

    Lucas asintió al razonable planteamiento de Toni, que cogió una libreta de la mesa y enumeró el orden que tenían anotado.

    –Nos tomamos el aperitivo y recogemos a Aquiles, para que nos dé el sol y nos pongamos al día.

    –Eso está –puntualizó Lucas.

    –A cinco minutos de allí, comemos. A mancharnos los dedos.

    –Eso está también. Aquiles dice que será memorable.

    –Sigo –dijo Toni–. Traslado en furgoneta con degustación de espumoso y cigarrito de la New Age .

    –Eso fue lo primero que estuvo. Antes incluso de que Teo aceptase. Méntor lo dejó muy claro –dijo Lucas, sonriente.

    –Menuda panda de porretas somos. Mucho largar del bueno de Méntor pero todos estamos deseando lo mismo. Aunque cuando mi mujer me pregunta, ¿qué quieres que le diga? Le echo las culpas y listo.

    –Alguien tiene que cargar con las culpas –dijo Lucas sonriendo.

    –¿Bolera, cars y las flechitas? –preguntó Toni.

    –También están. Lo único que hace aguas es la stripper , que no nos coge el teléfono.

    Entonces Lucas expuso con meridiana claridad su opinión al respecto.

    –Méntor nos habló de esta chica que también podía hacer un espectáculo algo más místico, pero no tenía nada claro que estuviese dispuesta a vender su cuerpo. De todas formas ya me estoy viendo el numerito con ella. Llega la chavala, hace su espectáculo y nos venimos arriba, nos pregunta, nadie se atreve, nos llama maricones, nosotros llamamos maricón a Teo, Teo se cabrea, la chavala nos insulta y se va, Teo nos insulta y se va, y todo al carajo por la puta idea de intentar hacernos los machotes.

    Toni se reía a carcajadas en el sofá derramando la cerveza.

    –Ten cuidado, capullo –le gritó Lucas–. Lo mejor es que nos dejemos de historias que no controlamos y si el soltero se viene arriba, pues lo negociamos in situ. Ya nos conocemos, Toni, mucho beber y mucho fumar porros, pero de chingar, cero.

    Toni cogió con decisión el teléfono y pulsó RELLAMADA . El tono sonaba de nuevo al otro lado.

    –¿Sí?

    Casi le temblaron las piernas cuando escuchó la voz de la chica al otro lado del teléfono, una voz dulce y segura. Trató de recordar el discurso que tenía memorizado para que no se notase su inexperiencia en el mercado de la carne humana. Balbuceó varias palabras sin sentido y finalmente arrancó.

    –Hola. Hola... Esto… Soy Toni, Toni… –dudó si decir su verdadero nombre y optó por ser algo más opaco– Toni…, Toni, soy Toni. Perdona que te moleste, pero me ha dado tu teléfono Méntor. Méntor es amigo mío. Méntor…, el que va de apóstol… –su voz sonaba ridícula.

    –¿Méntor? ¿El de la hierba?

    –Sí, ese Méntor. Somos amigos de…

    –Ah, sí; Méntor…

    Su voz había pasado de pronto a ser mucho menos áspera y más débil, parecía como si hubiese reconocido que tenía ante sí a un cliente. Toni se dio cuenta y trató sin éxito de crecerse.

    –Ese, ese, Méntor, amigo mío… Te llamaba porque me dijo que quizás puedas ayudarnos en una fiestecita privada que vamos a dar…, nada especial, pero sí queremos que tenga un punto picante.

    Miró a Lucas, encogiéndose de hombros y cerrando los ojos, aguantando la risa y la vergüenza. Lucas lo animaba a seguir hablando pero Toni permanecía callado mirando al techo. Finalmente arrancó de nuevo.

    –Bueno, Méntor me dio este número para llamar a Clara. ¿No eres tú? Qué situación tan incómoda –dijo Toni al darse cuenta de que no sabía con quién estaba hablando.

    –¿Clara? No…, bueno, no; pero sí. Clara es mi compañera de piso y me ha dejado el teléfono. Ella se ha ido de viaje. ¡A Roma! ¿Te imaginas? Roma, lleva unos meses con un chico y se ha tomado unos días. Qué romántico ¿verdad?

    Toni, al otro lado del teléfono, no sabía qué decir.

    –Bueno, entonces discúlpame. Ya buscaremos otra solución… –y no terminó de hablar cuando la chica le interrumpió.

    –No, espera. Clara y yo somos como hermanas y me dijo que llamaríais. No solemos hacer estas cosas, pero por lo visto ese Méntor es muy especial para ella y me pidió el favor. Me estaba haciendo la tonta –rió tapando el auricular–. ¿Vosotros no sois los que queríais un rollo místico de yoga y quién sabe si algo de sexo después?

    Toni se quedó en blanco y miró a Lucas, quien le preguntaba con gestos, sin saber qué decir, hasta que Toni por fin reaccionó.

    –Eh… sí, sí, exactamente. Esa era la idea.

    –Pues por mí sin problema, pero tenemos que dejar claras un par de cositas.

    Su voz había pasado a tener un cierto tono administrativo y hablaba más rápido.

    –El precio –siguió diciendo– dependerá de cuántos seáis. Y en cuanto a la fecha, la verdad es que no creáis que tengo la agenda muy libre. Esto es un favor muy, muy personal. No me dedico exactamente a esto, pero me divierte y si los clientes vienen con referencias no me importa hacerlo. Así que dime cómo lo queréis hacer y veremos...

    –Pues somos seis, sexo casi seguro que no, ya nos conocerás, pero quizás haya un par de valientes de última hora…

    –Ni de coña –dijo Lucas con un susurro.

    –…y tenemos que hacerlo el veintiuno de diciembre. ¿Cómo lo ves? –terminó de decir Toni.

    –El veintiuno… –la chica pensaba en voz alta, hasta que finalmente puso precio a sus servicios de animación–. Mira, ya me dijo Clara de qué palo vais, así que si os parece charlamos un rato y tomamos algo, y después jugamos un poco con un espectáculo muy chulo de energía y chacras, así..., rollo sensual. Y si alguien se anima, lo hablo con él en ese momento en privado y ya veremos. Tampoco te aseguro nada. Por el resto os cobraré 450 euros. Estamos hablando de unas dos horas, sin contar lo que pueda pasar.

    –¿450 euros? Joder…

    –Mira tu móvil –dijo ella, y Toni vio en la pantalla el aviso de un nuevo mensaje. Lo abrió y cargó la foto que incluía.

    –Vale –dijo sin dudar y sin apartar la mirada–, 450 más lo que surja. El día veintiuno a eso de las once de la noche, en el hotel Bin al-Mohab .

    –Hablaremos antes para aclarar detalles. ¿No?

    –Claro, claro. Hablamos entonces.

    –Hasta luego, Toni –dijo con voz melosa.

    –¡Espera, una cosa más! –gritó él al otro lado del teléfono–. ¿Cómo te llamas?

    –Ya creía que no me lo ibas a preguntar. Dita. Me llamo Dita.

    –Encantado, Dita. Me da que mi amigo Teo va a enamorarse de ti y espero que puedas pensar un precio para eso. Seguro. Se va a enamorar, seguro.

    Colgó precipitadamente y miró a Lucas.

    –Mira esta tía... Este capullo no va a estar ni dos meses libre. Se va a enamorar de ella –dijo enseñándole la foto de Dita en la pantalla de su smartphone.

    El hotel Bin al-Mohab resultaba llamativo en la distancia. Se trataba de un edificio de pretendida estética árabe, lo que a pesar de su dudosa ortodoxia sí creaba en el espectador una inquietante sensación de desear saber más sobre él. El acceso, en cambio, era confuso desde la carretera principal por lo que no recibía demasiadas visitas de clientes que entrasen por azar. En la puerta de una de las suites, el director comercial se despedía de otro de los amigos de Teo.

    –Quedo entonces a la espera de su llamada o la de su amigo para confirmarme la hora de llegada –dijo.

    –Sí, ya le digo que esto es un lío en el que me han metido y si me toca, me toca, pero no me siento yo muy bravo en estas plazas. Ya le avisaremos.

    –Estupendo entonces señor Abad. Nos encargaremos de que todo salga a la perfección.

    –Gracias por su interés. Nos reunimos poco y por una vez estamos tratando de hacer algo a la medida de unos hombres hechos y derechos.

    Hugo Abad le hizo un gesto con la cabeza para reafirmar la rectitud de sus actos. Lo único que Hugo quería era dormir tranquilo por las noches y no quería bajo ningún concepto que aquella fiestecita constase en sus antecedentes sociales, como solía llamarlos.

    Sus trapicheos informáticos nocturnos le exigían llevar una doble vida. Una precoz afición a la informática le descubrió el lugar donde más cómodo se sentía: junto a su ordenador. Se había convertido en un técnico de seguridad digital, jugador de videojuegos online y hacker ocasional. Tenía sus propios amigos en la red, aunque eso era algo de lo que no solía hablar mucho y se esforzaba por no estar nunca en primera línea ni ser la cara visible de nada. Solía pensar que sus acciones eran poco vistosas y que era su forma de resistir, pero bajo ninguna circunstancia se pondría en peligro o le generaría problemas a su familia. Su educación había sido tradicional y la familia era lo más importante. Su fe, aunque poco sólida, era como un contrato al que agarrarse cuando más falta hacía y junto con la familia eran símbolos a los que, por supuesto, nunca había que buscarles problemas.

    Hugo se giró y comenzó a caminar por el pasillo en dirección al distribuidor que daba paso a otro pasillo, no demasiado largo, y finalmente al patio interior que había en el recinto. Se acercó al bar que se encontraba en el centro del hexágono que formaba la plaza y fijó su atención en algunos elementos de la decoración que perseveraban en la intención de crear un entorno que recordase a Las mil y una noches.

    –Muy cool para los moros. Occidente puro –se dijo en voz baja y se sentó en una mesa.

    Sacó el móvil del bolsillo y volvió al registro de llamadas recientes. La pantalla mostraba siete llamadas al último contacto. Volvió a llamar.

    –¿Sí?

    –Lucas, ya está. Ya lo he cerrado. ¿Lo cancelo?

    –Que no, coño, dile que sí de una vez, que Toni le hace la trasferencia de los cojones, Hugo.

    –Vale, vale, ya se lo he dicho. Pero te digo que me busco un marrón. Que he dicho que sí porque tú me echas un cable.

    –Que sí, Hugo, que sí, no me lo digas más, por favor, tío, vamos a disfrutar de esto. Como tú dices, Dios proveerá.

    –Tú católico, como yo. Cuando interesa.

    –Bueno, al final, ¿qué? ¿Cómo es el sitio?

    –Nada. La habitación perfecta. Según entras tiene un amplio recibidor, al lado el bar, una barra con taburetes, una mesa de comedor grande y todo lo que necesitamos. Además tiene una zona de sofás junto a una enorme ventana con vistas y, al otro lado, un distribuidor hacia las otras dos habitaciones y los baños. Al final, ¿quién es ella?

    –Dita. La que nos propuso Méntor. Yo creo que a Teo le va a molar. Se espera un rollo pornográfico que le cortaría el punto y le vamos a dar donde más le duele. ¡En el espíritu!

    Soltó una carcajada que hizo que Hugo se alejase el teléfono de la oreja.

    –Bueno, pues nada. Ya me vas contando. O mejor, no. Será señal de que no hay marrones a la vista.

    –Venga ya, ¡pamplinas! Ya hablaremos.

    Lucas colgó el teléfono y sonrió para sí. Le gustaba el plan que habían preparado para darle a Teo la bienvenida a su nueva vida.

    III

    El campus de la Facultad de Periodismo respiraba ese día un clima especial. No había alumno que se preciase que no estuviese publicando en sus canales en la web opiniones sobre lo que estaba ocurriendo en Mali. Ya fuesen " apocalípticos o integrados ⁵ ", todos generaban contenidos periodísticos de diversa índole. Videos, crónicas para blogs, entrevistas al profesorado o a los transeúntes, o debatiendo en asambleas espontáneas en los jardines, en ese momento parecía que se encontraban ante la noticia del año. Decenas de jóvenes anotaban impresiones en sus libretas, lo que daba lugar a un singular paisaje de cabezas agachadas. La mayoría habían faltado a sus clases con a excusa de seguir lo que estaba sucediendo, pero Palas Vega no pensaba perderse la del profesor Jaume Dils. Tenía claro que esa noticia permanecería mucho tiempo en los medios, así que podría analizarla más tarde.

    Las clases del doctor Dils eran fugaces como la radio. De su boca salía un torrente de ideas que para Palas eran como maná que la alimentaba. Después de tres años, consideraba que la Universidad ya no tenía entre sus metas la formación de mentes críticas, sino que no dejaba de ser otra herramienta más de adormecimiento y una parte fundamental del proceso inflacionista que la educación y sus titulaciones venían sufriendo desde finales del siglo XX. Con él, en cambio, la enseñanza alcanzaba un nivel distinto y más profundo. A pesar de ser un sexagenario, aquel Doctor en Historia Económica Mundial vivía cada clase como si realmente sus palabras pudiesen conseguir que aquellos muchachos cambiasen

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