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Rembrandt
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Libro electrónico99 páginas18 minutos

Rembrandt

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El espíritu, el carácter, la vida, la obra y el método de pintar de Rembrandt son un completo misterio. Lo que podemos adivinar de su naturaleza esencial proviene de sus pinturas y de incidentes triviales o trágicos de su infortunada existencia; su inclinación por la vida ostentosa lo obligó a declararse en bancarrota. Sus desgracias no son del todo comprensibles y su obra refleja ideas perturbadoras e impulsos contradictorios que emergen de las profundidades de su ser, como la luz y las sombras en sus cuadros. A pesar de todo, tal vez nada en la historia del arte causa una impresión más profunda de unidad que sus pinturas, compuestas de elementos tan distintos y llenos de significados complejos. El espectador siente que el intelecto de Rembrandt, esa mente genial, grandiosa, osada y libre de toda servidumbre que lo guiaba a través de las más elevadas reflexiones y los más sublimes ensueños, se deriva de la misma fuente que sus emociones. De ahí el trágico elemento que plasmó en todo lo que pintaba, sin importar el tema; en su obra coexiste la desigualdad con lo sublime, algo que puede parecer la consecuencia inevitable de una existencia tan tumultuosa. Pareciera como si aquella personalidad singular, extraña, atractiva y casi enigmática hubiera sido lenta para desarrollarse, o al menos para alcanzar su completa expansión. Rembrandt demostró talento y una visión original del mundo a muy temprana edad, como lo prueban sus grabados de la juventud y sus primeros autorretratos realizados alrededor de 1630. Sin embargo, en la pintura no encontró de inmediato el método necesario para expresar las cosas, todavía incomprensibles, que deseaba expresar; le faltaba ese método audaz, completo y personal que admiramos en las obras maestras de su madurez y ancianidad. A pesar de su sutileza, en su época se le juzgó brutal, lo que ciertamente contribuyó a alejar a su público. A pesar de ello, desde sus inicios y una vez logrado el éxito, la iluminación fue parte importante de su concepción de la pintura y la convirtió en el principal instrumento de sus investigaciones de los misterios de la vida interior. Ya le había revelado la poesía de la fisonomía humana cuando pintó El filósofo meditando o La Sagrada Familia, tan maravillosamente absorta en su modesta intimidad, o, por ejemplo, en El ángel Rafael dejando a Tobías. Muy pronto aquello no fue suficiente. La guardia nocturna marca de inmediato la apoteosis de su reputación. Tenía una curiosidad universal y vivía, meditaba, soñaba y pintaba replegado en sí mismo. De los grandes venecianos tomó prestados sus temas, convirtiéndolos en un arte que brotaba de una vida interior de emociones profundas. Los temas mitológicos y religiosos los trató de la misma manera que sus retratos. Todo lo que tomaba de la realidad y hasta de las obras de otros lo transmutaba al instante en parte de su propia sustancia.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 jul 2019
ISBN9781644617557
Rembrandt

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    Rembrandt - Klaus Carl

    1662

    Mientras que por mar, atraídos por el comercio en el Extremo Oriente, los grandes comerciantes alcanzaban las antípodas, en Leyde, Arman Gerritszoon van Rijn, de profesión molinero, sólo tenía ojos para su hijo, nacido el 15 de julio de 1606 en los albores de un siglo prometedor y propicio en lo que a grandes figuras se refiere. El niño, al que pronto se le llamará Rembrandt, según su nombre de pila, no tardará en elegir su camino y en manifestar desde muy pronto sus cualidades de artista, que sus profesores descubrieron desde su edad más temprana. Tras haber estudiado a los clásicos en su ciudad natal, el joven Rembrandt, que todavía no tenía catorce años, se inscribió en la universidad al tiempo que se afirmaba como un dibujante avanzado. En 1621 se hizo alumno de Jacob van Swanenburgh y se perfeccionó en el taller de Pieter Lastman, cuya pintura de grandes frescos de la historia le confirió el gusto por la precisión, el detalle y los fastuosos decorados en los que su maestro destacaba. Sus años oficiales de aprendizaje duraron poco tiempo. Desde 1625, el joven pintor se instala en su propio taller, dispuesto a dar cuenta de sus ambiciones al volar con sus propias alas; al igual que otros jóvenes de su generación a los que el comercio con las Indias había llevado por las sendas de la aventura y que bogaban al encuentro de la fortuna. Él no tenía más que sus lápices para asegurarse un bienestar con el que soñaba y que su padre, muerto en 1630, había tenido la dicha de ver cómo iba surgiendo de las cerdas de su pincel.

    Durante este periodo, marcado por las enseñanzas de Lastman, Rembrandt pinta numerosas escenas bíblicas en las que cada objeto participa con su brillo de una espiritualidad convencional, con frecuencia insólita, pero sincera desde el punto de vista pictórico. Más que el misticismo, lo que le inspira es el misterio particular de la situación: la tela de un tocado, la sombra de una columna que emerge en el decorado. Más que el alma en sí, lo que le anima con una fe suntuosa hacia la obra que nace de su lienzo es la santidad de los personajes.

    Desde entonces, Rembrandt no volvió a adecuarse a las modas de los maestros, al realismo teatral de Caravaggio o de Manfredi, cuya trivialidad está destinada a exaltar los corazones. Con la fuerza de sus veinte años, Rembrandt no es el heredero de Miguel-Ángel y de los manieristas; cuando se pierde con deleite en la profusión de sus lienzos, no es ni realista ni expresivo, simplemente escucha su fuero interno y un hechizo que sólo él reconoce y sabe traducir mediante la luz y el

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