El buen arquitecto
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Nuestro buen arquitecto vive feliz y despreocupado en su querido Valle junto con su inseparable compañera Lilith. Pero esa tranquilidad que parecía eterna desaparece el día menos pensado...
A mitad camino entre la novela y el cuento, “El buen arquitecto” proporciona una enseñanza sencilla pero esclarecedora, válida para todos en estos tiempos tan complicados y oscuros.
Una lectura necesaria, de una extensión similar a la del visionario "Rebelión en la granja" (George Orwell), con una temática relacionada al clásico "Momo" (Michael Ende) en un competitivo y globalizado siglo XXI, y con un lenguaje amable que recordará al Best Seller "El niño con el pijama de rayas" (John Boyne).A lo largo del texto se dejan entrever ideas de los ensayos “La economía del Bien Común” (Christian Felber) y “La sociedad del cansancio” (Byung-Chul Han), así como algunos pilares de la filosofía oriental clásica: lo cíclico, el continuo cambio, o el desapego del ego.
¿Por dónde llevarán las nuevas circunstancias impuestas desde fuera a nuestro arquitecto? ¿Qué senda tomará finalmente nuestro protagonista para su paz interior y para la buena convivencia dentro y fuera del Valle?
José Manuel Pastor Reig
José Manuel Pastor Reig ha escrito su primer libro "El buen arquitecto" y, como no podía ser de otra manera, es arquitecto.Entre el cuento, la novela y la fábula, "El buen arquitecto" es una lectura necesaria, de una extensión similar a la del visionario "Rebelión en la granja" (George Orwell), con una temática relacionada al clásico "Momo" (Michael Ende) en un competitivo y globalizado siglo XXI, y con un lenguaje amable que recordará al Best Seller "El niño con el pijama de rayas" (John Boyne). A lo largo del texto se dejan entrever ideas de los ensayos “La economía del Bien Común” (Christian Felber) y “La sociedad del cansancio” (Byung-Chul Han), así como algunos pilares de la filosofía oriental clásica: lo cíclico, el continuo cambio, o el desapego del ego.Próximamente publicará otros relatos y ensayos.
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Comentarios para El buen arquitecto
1 clasificación1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5es muy interesante y divertido, me encanta, lo recomiendo mucho,
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El buen arquitecto - José Manuel Pastor Reig
Presentación
Empecé a escribir este libro a mitad camino entre un cuento y una novela porque lo consideraba necesario para estos tiempos que atravesamos. Así de simple. No pude resistirme a esta trepidante (y lenta) aventura en la que contrarrestar con sencillez y claridad este mundo que es, sin auténticos motivos, cada vez más complejo y oscuro.
Me temo que este librito seguirá siendo necesario durante muchos años, pero ojalá que cada vez lo sea un poco menos… Lo que está por venir no será igual, porque no podrá serlo, a lo que ya hemos vivido en el pasado o a lo que estamos viviendo hoy. Esperemos que todo aquello que cada uno de nosotros viva en el futuro sea sosegado, diverso y enriquecedor.
Solamente me queda desearte un viaje inspirador aunque no siempre cómodo (como todos los viajes) a lo largo de estas páginas que empiezas a recorrer.
«Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera»
Leon Tolstoi (Anna Karenina)
PARTE I.
Un verano. Una felicidad
«Lo esencial es invisible a los ojos»
Antoine de Saint-Exupéry (El Principito)
El Arquitecto sonrió, como solamente una persona satisfecha consigo misma puede hacerlo. Era una sonrisa sincera, propia de alguien bueno que trabaja pacientemente.
Como cada día apagó su despertador y se incorporó sin esfuerzo. Salió de la cama bien temprano: en esta época del año los días eran largos por lo que se levantaba poco después de que amaneciera, justo cuando el sol comenzaba a despuntar y el aire todavía era fresco.
El dormitorio no era excesivamente grande. No obstante, transmitía una sensación de amplitud y de orden: el Arquitecto tenía pocas cosas, las justas y necesarias, y cada una de ellas ocupaba su correcto lugar. Ni faltaba ni sobraba nada. Aun careciendo prácticamente de decoración y accesorios, la estancia resultaba acogedora y contaba con todo lo que uno pudiera echar en falta, ni más ni menos.
Allí reinaba un equilibrio sutil que podría pasar desapercibido muy fácilmente.
Todas las mañanas se desperezaba y acto seguido realizaba una serie de estiramientos. Ahora que ya no era tan joven necesitaba desentumecer sus músculos para sentirse bien durante el resto del día hasta la noche. Seguía siempre el mismo orden, de abajo hacia arriba: comenzaba por las piernas, seguía por las caderas y más tarde por la espalda. Por último, describía muy despacio unos amplios círculos con el cuello… primero en un sentido y después en el otro. Cuando había finalizado sus ejercicios se aseaba y procedía a vestirse, con calma y casi ceremoniosamente, desde los calcetines hasta el último botón de la camisa. En ese momento daba por cumplido su ritual matutino: la jornada ya podía empezar. Era entonces, y nunca antes, cuando consideraba que estaba preparado para bajar a desayunar.
También como cada día Lilith le esperaba al pie de las escaleras. Ella solía despertarse unos minutos más pronto y comer algo antes de que el Arquitecto saliera de su habitación.
Los dos vivían juntos desde hacía varios años, se tenían gran confianza y se conocían a la perfección. La mayoría de las veces no necesitaban hablar en voz alta para saber qué pensaba el otro: se entendían tan bien que un simple gesto o cualquier expresión de sus rostros solían ser más que suficientes.
Lilith acompañaba al Arquitecto en sus desayunos. Disfrutaba de su compañía y le entusiasmaba asistir a la preparación de la primera comida del día: le parecía magia todo lo que rodeaba a este ritual y sus cinco sentidos se activaban conforme se desarrollaban estas tareas cotidianas. Por un lado, el ruido metálico de los cubiertos al abrir los cajones; por otro, el calor que desprendían los fogones; y más allá el aroma intenso que emanaba de la cafetera. Pero sin duda lo que más le intrigaba eran los pitiditos y las lucecitas de todos aquellos aparatos sobre la encimera que el Arquitecto accionaba uno tras otro. A decir verdad ella no sabía muy bien para qué servía cada uno de esos aparatos, pero miraba divertida en todas direcciones.
Por fin, después de todos los preparativos, el Arquitecto podía sentarse y disfrutar del desayuno. Comenzaba siempre con el café, casi hirviendo, que saboreaba con calma a sorbos grandes y lentos, y proseguía con el resto de la comida. Mientras tanto Lilith se movía de un sitio a otro del salón y de vez en cuando le pegaba un vistazo a su compañero con el rabillo del ojo.
Nadie podría decir que la planta baja de la casa contara con grandes lujos pero, al igual que el dormitorio, transmitía una sensación de amplitud y orden: el Arquitecto tenía pocas cosas, las justas y necesarias, y cada una de ellas ocupaba su correcto lugar. En ese hogar ni faltaba ni sobraba nada.
También allí reinaba un equilibrio sutil que podría pasar desapercibido muy fácilmente.
Después de tantos años juntos, se había convertido en costumbre que el Arquitecto aprovechara los silencios de Lilith para hablarle. O para pensar en voz alta más bien, porque conversar lo que se dice conversar, ya hemos visto que no lo necesitaban. Cuando ella oía su voz, se quedaba quieta donde estuviera y desde allí le miraba atentamente.
El Arquitecto se complacía al recordar por qué eligió esa profesión cuando era joven y en constatar lo contento que estaba con su ocupación. También reflexionaba sobre lo mucho que le gustaba la pequeña ciudad en la que vivían. La verdad, siempre terminaba hablándole de las mismas cosas a Lilith, pero parecía que todas estas historias seguían entreteniendo a su amiga…
Ya te lo he contado infinidad de veces, pero me gusta charlar de estas cosas. Sabes que estudié arquitectura por pura vocación, y porque sentía que en el Valle hacía falta alguien que desempeñara la función de arquitecto. No te lo creerás pero cuando empecé a trabajar aquí no había arquitectos, ¡ni uno solo! Imagínate si ha pasado tiempo… Hace varios años que ya somos varios colegas en el Valle pero yo soy el mayor de todos.
Como te iba diciendo… de joven echaba de menos alguien que diseñara y construyera casas donde las personas pudieran vivir mejor, alguien que diera forma a los lugares donde la gente se relaciona. ¡En fin!, alguien que lograra que los habitantes del Valle fueran más felices dentro de sus hogares con sus familias, y fuera de ellos con sus vecinos y amigos. Y para eso ¡y para muchas cosas más! estudiamos y trabajamos los arquitectos.
Esto también te lo he contado más de una vez… Por mi experiencia, la arquitectura necesita un poco de todo, porque tiene una parte de ciencia, otra de técnica, otra más de letras y una última de arte… ¡Y son todas importantes, no te creas! Si nos faltara la ciencia no podríamos calcular las estructuras que soportan los edificios; si no conociésemos la técnica no sabríamos cómo emplear los materiales para que nos protegiesen de la lluvia y del viento; y ya comprenderás que si dejáramos de lado las letras no podríamos describir los pasos a seguir en la obra… Pero si llegáramos a olvidar el arte… ¡nada de lo anterior cumpliría su propósito! La ciencia, la técnica y las letras por sí solas no aportarían gran cosa a los habitantes del Valle. Porque sin arte no sabríamos apreciar el valor de las cosas: seríamos como máquinas sin sentimientos, que no aprecian lo que les rodea ¡y que no saben por qué ni para qué trabajan!
También te he contado, ¡tantas veces que ya ni me acuerdo!, cuánto me gusta delinear los planos de mis nuevas casas. Disfruto el tiempo que paso relajado en mi estudio, sentado frente a mi gran mesa de dibujo con mis lápices, rotuladores y reglas. Y tengo que estar relajado, precisamente porque se exige concentración y paciencia para dibujar. Con serenidad y mimo, dedico mi atención completa a la tarea, poniendo todo mi empeño en cada línea que hago… ¡Y así es como tiene que ser! Porque esos trazos perdurarán en el tiempo: los