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La generación Pulgarcita tendrá que reinventar una forma de vivir juntos, instituciones y formas de ser y conocer. - "Michel Serres es el abuelo con el que todos soñamos. En él se unen tan bien la sabiduría y la juventud, que a su lado se tiene la impresión de que tiene toda la vida por delante" - Sophie Bancquart, directora de la Editorial Pommier. - "A este formidable ensayo se puede aplicar igualmente la frase de Michel de Montaigne: "vale más una cabeza bien hecha que una cabeza bien llena" - Lire, Francia. - "Michel Serres analiza meticulosamente y con ternura los cambios que entrañan las nuevas tecnologías sobre (o en) las generaciones actuales. Lejos de estigmatizar a los nativos digitales, describe una generación mutante y apasionada" - Dirigeants Chrétiens.
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Pulgarcita - Michel Serres
http://www.gedisa.com
Título original en francés: Petite poucette
© Éditions Le Pommier, 2012
Traducción: Alfonso Díez
De la imagen de cubierta: ©Lunapark/Le Pommier
Diseño de cubierta: Marco Sandoval/Estudio Alterna
Primera edición: marzo de 2014, Barcelona
Derechos reservados para todas las ediciones en castellano dentro del territorio español
© Editorial Gedisa, S.A.
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www.editorservice.net
eISBN: 978-84-9784-797-1
Depósito legal: B.2702-2014
Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, de esta versión castellana de la obra.
Índice
1
Pulgarcita
2
Escuela
3
Sociedad
Para Elena,
formadora de los formadores de Pulgarcita,
auditora de los auditores de los Pulgarcitos
Para Jacques, poeta,
que los hace cantar
1
Pulgarcita
Antes de enseñar lo que sea a quien sea,
al menos hay que conocerle. ¿Quién acude,
hoy día, a la escuela, a la universidad?
I
Novedades
Este nuevo alumno, aquella joven estudiante, nunca han visto ni ternera, ni vaca, ni marrano, no saben cómo se ponen los huevos. En 1990, la mayoría de los humanos, en todo el planeta, trabajaba en los campos y en los pastos; en 2011, e n diversos países de Europa, apenas hay campesinos, sólo un uno por ciento. Sin duda, hay que ver en esto una de las rupturas históricas más importantes desde el Neolítico hasta nuestros días. Centradas antaño en las prácticas geórgicas, nuestras culturas, de repente, cambiaron. A pesar de que, en nuestro planeta, todavía comemos de la tierra.
Aquella o aquel a quien hoy os presento ya no vive cerca de los animales, ya no habita la misma tierra, ya no tiene la misma relación con el mundo. Ella o él admira únicamente una naturaleza que es como una Arcadia, la del ocio o el turismo.
Vive en la ciudad. De sus antecesores, más de la mitad vivían en los campos. Pero ella ahora, sensible al medio ambiente, prudente y respetuosa, produce menos polución que nosotros, adultos inconscientes y narcisistas.
Ya no tiene la misma vida física, ni su mundo es igualmente numeroso: de golpe, la demografía ha saltado de dos mil a siete mil millones de humanos, en el transcurso de una sola vida humana; ella o él habita un mundo más lleno.
Aquí, su esperanza de vida se acerca a los ochenta años. El día de su boda, sus bisabuelos se juraron fidelidad por apenas un decenio. Él y ella, si se plantean vivir juntos, ¿jurarán acaso lo mismo por sesenta y cinco años? Sus padres heredaron hacia la treintena, ellos esperarán a la vejez para recibir este legado. Ya no conocen, ni las mismas edades de la vida, ni el mismo matrimonio, ni la misma transmisión de bienes.
Cuando iban a la guerra, con la flor en la punta del fusil, sus padres ofrecían a la patria una esperanza de vida breve; ¿irán ellos igualmente, teniendo ante sí la promesa de seis decenios?
Desde hace sesenta años, intervalo inédito en la historia occidental, ni él ni ella han conocido la guerra, y pronto tampoco la habrán conocido ni sus dirigentes ni sus maestros.
Como se benefician de una medicina al fin eficaz y encuentran en la farmacia analgésicos y anestésicos, han sufrido menos, estadísticamente, que sus antecesores. Hambre, ¿la han pasado? Pero es que, ya sea religiosa o laica, toda moral es al fin y al cabo una serie de ejercicios destinados a soportar un dolor inevitable y cotidiano: enfermedad, hambre, crueldad del mundo.
No tienen ya ni el mismo cuerpo, ni la misma conducta; ningún adulto les ha sabido inspirar una moral adaptada.
Mientras que sus padres fueron concebidos a ciegas, el nacimiento de ellos fue programado. Debido a que, en cuanto a tener el primer hijo, la edad promedio de la madre ha aumentado entre diez y quince años, los padres de los alumnos de hoy han cambiado de generación.
