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Incursiones Ontológicas V
Incursiones Ontológicas V
Incursiones Ontológicas V
Libro electrónico1543 páginas39 horas

Incursiones Ontológicas V

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Las obras presentadas en esta versión de la serie -Incursiones Ontológicas- fueron escritas por participantes del Programa Avanzado de Coaching Ontológico de la ECORE que culminaron en 2016 y 1017. El pensamiento ontológico ​nos muestra ​un ejercicio reflexivo con elementos que otras formas de pensamiento no ​necesariamente ​poseen. En dicha forma de pensamiento usamos distinciones y criterios que conforman un pensar distinto. No llegamos a reflexiones o conclusiones de manera rápida, es un caminar lento en donde vamos ​abriendo puertas después de haber ​cruzado anteriormente otras puertas. Se trata de una forma de pensar que, por lo general, ​inicia a partir de nuestras ​propias ​vivencias y experiencias personales y generalmente de nuestros propios dolores y desgarramientos. ​Estos son, en general, puertas de entrada a las profundidades de nuestra alma. E​llos pueden abrir posibilidades para conocernos mejor y para orientar futuras transformaciones, no solo nuestras sino ​de los sistemas a los que pertenecemos, y por que no ​quizá también de los lectores de esta obra. Se trata, por lo tanto, de un camino para vislumbrar posibles formas de redefinirnos nosotros mismos y lograr transformarnos en un nuevo​ y mejor​ ser humano. Las obras incluidas en esta edición expresan un acto de gran generosidad al compartir abiertamente con otros ​el resultado
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 dic 2017
ISBN9789569274626
Incursiones Ontológicas V

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    Incursiones Ontológicas V - María P. Camacho

    INCURSIONES ONTOLÓGICAS V

    Editado por: Carlos Villanueva

    © Carlos Villanueva

    © NewField Consulting

    Enero, 2018

    ISBN 978-956-9274-62-6

    Diseño de Portada: Camila Vásquez

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    www.ebookspatagonia.com

    info@ebookspatagonia.com

    Con las debidas licencias. Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del copyright, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamos públicos.

    ÍNDICE

    INTRODUCCIÓN

    Carlos Villanueva

    A LA SOMBRA DE MI VERGÜENZA

    Yael del Carmen Robles Arredondo

    BAILANDO EL DESAPEGO

    Patricia Lee

    DE ESTO NO HABLO

    Carola Bechara

    LA CULPA METAFÍSICA

    Alda Belén Salazar Pastene

    BAJA AUTOESTIMA

    Ricardo Heli Angulo Henríquez

    EL CASTILLO

    Ana María Rita Carrizo

    EL ABANDONO DE PAREJA

    ¿REALMENTE FUE ABANDONADA?

    Dione Vega Bautista

    EL ABANDONO EMOCIONAL Y/O FÍSICO DEL NIÑO O NIÑA

    POR PARTE DE LA MADRE BIOLÓGICA O ADOPTIVA

    María Ángela Arancibia

    EL ABANDONO EMOCIONAL

    Sonia Jiménez

    LA VERGÜENZA COMO OPORTUNIDAD

    Carlos Gerardo Astorga Bernales

    LAS ALAS DE LA DIGNIDAD

    Jeannette Ferrari Muñoz

    EL DESPOJO

    Gustavo A. Bitar Tacchi

    EL MATRIMONIO Y EL PRÍNCIPE AZUL

    Pamela Pita

    ENCONTRANDO LAS DOS CARAS DE MI VULNERABILIDAD

    Edda Caputto

    VIVIR DESDE LA DIGNIDAD

    Loreto A. Zegpi Keller

    LA NEGACIÓN DEL SER

    María Paula Camacho

    NI INTROVERTIDOS NI EXTROVERTIDOS,

    SINO TODO LO CONTRARIO

    Ricardo Nanjari

    LA ENTREGA AL AMOR EN LA ADULTEZ:

    LA RELACIÓN NIÑA – PADRE

    Maria Veronica Ambrosini

    LA IRA Y SUS DOLORES

    Mónica María Ortega Navarro

    RECONSTRUIR DESDE LO DEVASTADO

    Mariana Manzano Castillo

    VEINTE AÑOS LEJOS DE MI TIERRA

    Oscar Daniel Ferrari

    PROSTITUTA DE APROBACIÓN

    Ana Cecilia Romo Bretschneider

    LAS VOCES QUE HE CALLADO

    María Pinto

    LA NO PERTENENCIA

    Nimsi Chavez

    MERECER LA MIRADA DEL OTRO

    Perla A. Salinas-Olivo

    SOSTENER PARA SER LEGITIMADO

    Marcelo Díaz de Vivar

    FUERTE ANTE TODO

    Yalith Macias

    MI VOZ

    Gustavo Martin

    SILÊNCIO EM MINHA VIDA

    Luciana Martinelli

    EL CAMINO DE LA AUSENCIA

    Alfredo Bambarén Lukis

    INTRODUCCIÓN

    por Carlos Villanueva

    Las obras presentadas en esta versión de la serie -Incursiones Ontológicas- fueron escritas por participantes del Programa Avanzado de Coaching Ontológico de la ECORE que culminaron en 2016 y 1017. El pensamiento ontológico nos muestra un ejercicio reflexivo con elementos que otras formas de pensamiento no necesariamente poseen. En dicha forma de pensamiento usamos distinciones y criterios que conforman un pensar distinto. No llegamos a reflexiones o conclusiones de manera rápida, es un caminar lento en donde vamos abriendo puertas después de haber cruzado anteriormente otras puertas. Se trata de una forma de pensar que, por lo general, inicia a partir de nuestras propias vivencias y experiencias personales y generalmente de nuestros propios dolores y desgarramientos. Estos son, en general, puertas de entrada a las profundidades de nuestra alma. Ellos pueden abrir posibilidades para conocernos mejor y para orientar futuras transformaciones, no solo nuestras sino de los sistemas a los que pertenecemos, y por que no quizá también de los lectores de esta obra. Se trata, por lo tanto, de un camino para vislumbrar posibles formas de redefinirnos nosotros mismos y lograr transformarnos en un nuevo y mejor ser humano. Las obras incluidas en esta edición expresan un acto de gran generosidad al compartir abiertamente con otros el resultado.

    Proyecto de Investigación Ontológica: Yael del Carmen Robles Arredondo

    A LA SOMBRA DE MI VERGÜENZA

    Sólo cuando somos lo suficientemente valientes para explorar la oscuridad, descubriremos el poder infinito de nuestra luz.

    Brené Brown,

    El Poder de Ser Vulnerable

    ÍNDICE

    Mi presente con tintes de pasado

    Iniciando mi propio proceso de búsqueda

    Yo nací, siendo parte de un sistema

    Ya no soy aquella niña

    El concepto de resiliencia a la vergüenza

    En la construcción de una resiliencia a la vergüenza

    Mi vergüenza, mi sombra

    Conocimiento teórico de la sombra

    El concepto de persona

    La metáfora del saco de desperdicios

    Reconciliándome con mi sombra, construcción de una resiliencia

    Convirtiéndome en una persona de mediodía

    Referencias Bibliográficas

    MI PRESENTE CON TINTES DE PASADO

    Hoy, me encuentro sentada en una banca de la plaza principal de mi ciudad, frente a la catedral de Nuestra Señora de la Asunción. Realmente me impresiona tal majestuosidad en una ciudad relativamente pequeña, como lo es Hermosillo, Sonora; una combinación de arquitectura barroca, neoclásica y neogótica que se erige con un señorío que infunde paz, orgullo y una gran inspiración.

    Es un día realmente hermoso; un tanto cálido para ser febrero en esta tierra desértica, en donde se experimenta un clima extremoso. Los pichones volando de un lado al otro de la plaza, buscando encontrar algún resto de comida que represente un banquete para ellos. Observo la escena en donde participan muchas personas; como diría mi mamá: gente de todos colores y sabores. Este momento tiene un especial significado para mí; por primera vez, me siento parte de todo esto. Escucho todos los sonidos alrededor, pero también puedo escuchar mi propia respiración, tranquila y acompasada al ritmo de toda esa danza que se presenta ante mí.

    En un cielo nublado, el sol se abrió paso y se dejó ver y sentir. ¡Qué agradables se perciben sus rayos sobre mi cara! Sin embargo, esa misma sensación me llevó, sin pensarlo, a otro momento que no fue precisamente agradable. De repente, se apoderó de mí el recuerdo de una escena muy similar; pareciera la misma, sólo que en aquella, me sentía totalmente ajena y desconectada de lo que me rodeaba. Me recuerdo observando a toda esa gente, con unas ganas inmensas de ser ellos. ¡Cualquiera de ellos! De alguna manera, tenía la certeza de que ellos no iban cargando con el sentimiento que llevaba dentro, muy dentro de mí y que me asfixiaba. Estar ahí, entre todos ellos, era una manera de borrarme y no sentir, pero frente a ellos, me sentía rechazada; no podía ser de otra manera si yo misma me rechazaba. Recuerdo que los miraba y tenía la plena seguridad de que ninguno de ellos sentía el intenso dolor que yo experimentaba. Hoy me resulta increíble ver cómo todos estos juicios, que en ese entonces me acompañaban, creaban una realidad que yo vivía y que obedecía a mi propia manera de ver mi vida. Y sí, puedo recordar de manera muy vívida la intensidad de mi dolor.

    No fue fácil darme cuenta del nivel de injerencia que yo misma tenía en la forma en que la vida se me presentaba. Yo veía que a mí me pasaban cosas que me causaban ese sentimiento de dolor; me pasaban cosas feas. Esta forma de ver mi vida tenía todo el sentido, ya que yo estaba segura de que no merecía que me pasaran cosas buenas. No me sentía una buena persona, por más duro que esto suene. Así era.

    Ha sido arduo el camino que me ha traído hasta aquí, desde donde las cosas lucen muy diferente. A lo largo de ese camino, fui descubriendo mi propio poder para conferirle un sentido diferente a mi vida, cuestionando las interpretaciones que yo misma hago de lo que va aconteciendo y que generan las historias que me cuento.

    Por otra parte, a través de mi encuentro con la literatura, descubrí que no soy el monstruo abominable, cuyos defectos resultan imperdonables y únicos. Soy un ser humano que vivió experiencias que me llevaron a actuar de la mejor forma que pude y mis interpretaciones de lo que iba viviendo, iban quedándose en mí, como aprendizajes que generaron un mecanismo particular que me permitían enfrentar esas cosas feas que me pasaban y sobrevivir a ellas.

    Ese encuentro con la literatura me permitió ver que la forma en que yo interpretaba la vida, mi vida, generaba en mí un estado en el cual mi cerebro equiparaba las experiencias intensas de rechazo social que vivía, con el dolor físico; y las experimentaba de la misma manera (Brown, 2016). Y cómo no, si se trataba de un dolor en el alma y mi alma es parte de mi propio cuerpo. Me dolía percibirme inadecuada en el mundo. Era tan intensa la emoción que esto me provocaba, que con sólo recordarlo me llega de nuevo su poder corrosivo. Llegué a sentirme insignificante, fea y de alguna manera, incompetente. Nada de lo que yo era o hacía, tenía valor. Aprendí a restarme valor de una forma extraordinaria, lo que me llevó a un estado en el que mi vida, simplemente no valía la pena ser vivida. Ahora recuerdo la forma en que mi terapeuta trataba de hacerse cargo de esto:

    Lo que debes hacer, es darle valor a todas las cosas que haces y a lo que tú misma eres – me dijo con mucha convicción.

    Muy bien -respondí yo- ahora dígame usted, ¿cómo le hago para lograr eso? – pregunté, de forma sarcástica.

    Dime tú, ¿cómo le has hecho para lograr todo lo contrario? - me preguntó, mirándome intensamente a los ojos.

    Su pregunta me sorprendió; él era el especialista. Era él quien debía darme respuestas, no preguntas. En ese entonces, yo tenía 35 años y dada mi historia, estaba convencida de que había algo en mí que era inferior, imperfecto, sucio, por lo que me mantenía escondida y oculta, como una manera de cumplir una sentencia dictada por mí misma, ya que mis juicios me llevaban al juicio mayor de que no merecía amor. Nunca me sentí tan desesperada; era mucho el dolor. Mi visión estaba enfocada desde la lente de la perfección moral, entendiéndose por ella la conformidad escrupulosa con las reglas morales y las exigencias del medio. Pero coincido con Monbourquette (1999), en que este género de perfección no es más que un perfeccionismo, es decir, una perfección completamente exterior que no tiene en cuenta las aspiraciones profundas de la persona. Según él mismo cita, se constata con frecuencia que el perfeccionista se limita a criterios exteriores que se confunden con los ideales de su persona. Tendrá más cuidado en parecer y ser muy eficiente, que en buscar armonía interior y su crecimiento.. Yo me veo en esas palabras de J. Monbourquette; esa era yo, buscando ser perfecta y consiguiendo tan solo sentirme angustiada y humillada cuando no conseguía alcanzar los niveles de apariencia y eficacia que me había impuesto para serlo. Cuando llegaba a experimentar un revés en ese intento por conseguir la perfección, me desestimaba y me acusaba a mí misma, sin tregua alguna, arremetiendo con violencia en contra mía y anulando cualquier posibilidad de crecimiento. Había dolor y desesperación en mí; incluso ahora, que sólo lo miro a la distancia, revivo esas mismas sensaciones.

    Sin embargo, puedo ver que esa desesperación radicaba precisamente en la experiencia misma del dolor. Pude haber caído en conductas adictivas, como el alcoholismo o la drogadicción, en un intento de librarme de estos sentimientos de aflicción y frustración que en ocasiones resultaban intolerables, pero el alivio hubiera sido momentáneo. Me siento afortunada de no haber visto en la muerte la única salida real para mi sufrimiento; ni siquiera recuerdo habérmelo planteado como posibilidad. Tal vez, fueron mis principios religiosos los que me mantuvieron lejos de esta posibilidad, pero encontré algo que incluso se adaptaba a ese ser perfeccionista en el que me había convertido; me refugié en el trabajo como un mecanismo de evasión que me funcionó muy bien. No podía detenerme, no podía darme permiso de respirar o relajarme, porque hacerlo suponía el peligro de verme, de sentirme y por lo tanto, encontrarme con los secretos malolientes que guardaba escondidos. Vivía huyendo de mi propia identidad privada, pero realmente no sabía de qué huía y honestamente, no quería saberlo. Pasó mucho tiempo para que identificara la razón de mi afán por esconderme y ocultarme, y esto fue posible como producto de un proceso de búsqueda que se inicia al momento de llegar a un punto en mi vida, donde surge espontáneamente un balance, en el cual no salgo bien librada.

    INICIANDO MI PROPIO PROCESO DE BÚSQUEDA

    Al sentir que tras mi balance de vida, el saldo era ante mis ojos, negativo, se detonaron un sinnúmero de reflexiones en donde la pregunta era, ¿qué estuvo mal? Yo percibía en mí una baja autoestima producida por una infinidad de culpas que fui adquiriendo a lo largo de mi historia. Esta explicación me hizo sentido durante un tiempo, pero había que llegar a la raíz. ¿Por qué la culpa? ¿De dónde venía? ¿Culpable de qué? Sólo podría responder estas y muchas otras preguntas que se agolpaban en mi mente, manteniendo la búsqueda. ¿Acaso yo era la única que experimentaba este tipo de sentimientos? Esa era otra de las incógnitas que debía resolver. Precisamente en esa búsqueda, me encontré con un trabajo académico sobre el tema (Fernández Puig, 2000), y en donde se presenta a la culpa como el sentimiento que acompaña a la experiencia de hacer mal, de herir a otro o a sí mismo; es fruto de la transgresión y quebrantamiento de unos códigos. Algunos autores señalan que la culpa conduce al castigo y éste puede ser un castigo autoimpuesto. Esto explicaba de alguna forma lo que estaba viviendo, pero de acuerdo a lo que presentan los especialistas, si se tratara de un sentimiento de culpa, hubiera encontrado paz en el arrepentimiento, en la reparación del daño y en el perdón. Pero yo no lograba encontrar esa paz.

    Posteriormente, a través de un trabajo personal, pude empezar a dudar de mis propias inquietudes, de mis motivaciones y logré ver en lo que yo llamaba una baja autoestima, el más vívido sentimiento de no sentirme digna. Me enfrenté al fenómeno de la dignidad y resonó en mí como la campana de esa catedral que hoy tenía frente a mí. Fue fuerte mi encuentro con la dignidad; era un término que yo utilizaba con bastante soltura al defender mis posturas en el terreno profesional, pero en el terreno personal sonaba de manera diferente. Me dejé llevar por el camino al cual me llevaban la indignidad y la culpa, tomando en cuenta que éstas se me presentaban como emociones producidas por una valoración negativa de mí misma, y entonces fue que se me hizo presente la distinción de la vergüenza, causando toda una revolución en mí. No fue fácil enfrentarme a mi vergüenza.

    Cuando le di entrada a la posibilidad de que la culpa hubiera dirigido un buen lapso de mi vida, fui navegando en las experiencias de mi pasado, encontrando explicaciones y justificaciones que me daba racionalmente; narrativas que intentaban darle coherencia a lo que sentía. Mi manera de reaccionar y de vivir mis emociones cobraban algo de sentido. No obstante lo anterior, faltaba conexión entre lo que yo misma me explicaba y lo que sentía. Realmente, no me sentía liberada y no era que buscara propiamente liberarme de la culpa, sino que el verla, me diera luz de lo que tenía que trabajar para lograr restarle poder sobre mi vida. Al mirar la vergüenza de manera retrospectiva, le abrí la puerta a una parte de mí, que no conocía. No podía observar y conocer lo que no podía distinguir (Echeverría, 2015), y esta distinción llegó con un mundo a la mano. Me sumergí en un ámbito de experiencias vividas y aunque algunas de ellas ya las había recorrido, ahora se presentaban desde otra inquietud; otra mirada. Se dejó ver claramente el sentimiento de vergüenza, pero para entender el significado de la vergüenza como fenómeno, tenía que ser capaz de identificar y explorar las condiciones en las que ésta emerge. Rafael Echeverría (2015) nos diría que la pregunta clave, cuando la palabra vergüenza emerge en el hablar común de la gente, sería: ¿qué es lo que debe estar ocurriendo de manera que esa palabra tenga sentido? En otras palabras, ¿Cuáles son las experiencias concretas que hacen que el lenguaje recurra a la palabra vergüenza? Fueron muchas las horas que dediqué a recorrer todas esas experiencias con esta pregunta en la mente. Buscando respuestas, encontré en un trabajo de Fernández (2000), algo que quizás construía ese puente entre la distinción y la experiencia de vergüenza. Según Fernández (2000), esta emoción se produce cuando no se alcanza un ideal, una meta. Afecta a la naturaleza y a la existencia básica de la persona, pues es el sentimiento de no ser suficiente en la totalidad de sí mismo. Estas distinciones iban dándole sentido a mi dolor. ¿Sería esa sensación de no ser suficiente, la que hacía que en mi recuerdo yo no me sintiera parte de todo ese grupo de gente que, en ese entonces, nos encontrábamos disfrutando de una hermosa tarde en la plaza? Según mis hallazgos, cuando se trata de la emoción de la vergüenza, el perdón o la reparación no son posibles, no lograrían hacerme sentir suficientemente apta y digna de ser amada. La sanción por la vergüenza es el abandono, el aislamiento (Fernández, 2000). Por su parte, Brown (2016), expone que La vergüenza es el sentimiento o la experiencia intensamente dolorosos de creer que somos imperfectos, y por lo tanto, indignos de amor y de integración.. Así fui encontrándole más cabida a mi sentimiento de soledad en toda esta perspectiva.

    Por otra parte, encontré que había quienes le adjudicaban a la vergüenza, en su forma más simple, una función adaptativa de proteger la posición social y la conexión. Esto es que aprendemos a esconder lo que entendemos que será juzgado como inaceptable. Sin embargo, aunque la vergüenza tiene esta función social, paradójicamente produce retirada y aislamiento, por lo que se llega a conclusiones similares a las que anteriormente había explorado; las personas se esconderán, renegarán de partes de sí y evitarán situaciones que pudieran mostrar aquellas fracciones de sí, que rechazan (García-Fogeda, 2016). Así me sentía yo, escondida tras una máscara a la medida de las expectativas que los demás tenían sobre lo que yo debía ser. Pero, ¿cómo es que hice mías todas estas expectativas?, ¿cuándo fue que mi autocrítica me llevó a considerarme inadecuada en torno a ellas?, ¿cómo es que llegué a avergonzarme de mí misma y a esconderme?

    Seguí buscando respuestas y no creo haber llegado a un camino definitivo; sin embargo, estimo que he podido identificar piezas que hacen sentido y que me posibilitan a actuar de forma más efectiva en la búsqueda de una mayor calidad de vida. Tal vez alguien podría decir que no es la interpretación verdadera de cómo fueron dándose las cosas, pero considero que hasta ahora, sí es la más poderosa para mí.

    YO NACÍ, SIENDO PARTE DE UN SISTEMA

    Fernández (2000) presenta en su trabajo, algo que me hizo sentido al ir trazando la ruta de mi búsqueda: "El Self, entendido éste como el sistema de contactos entre el organismo y el ambiente, se desarrolla en el contacto entre los miembros del sistema familiar. La familia, o la comunidad de sentido donde crece el sujeto, transmite a éste las expectativas culturales, religiosas y familiares, es decir: cómo actuar, cómo pensar, hablar, cuidarse y demás. Pero también le señala qué sentimientos son bienvenidos y cuáles son incorrectos. Frente a esta interpretación coloqué mis experiencias de mi niñez y adolescencia, y pude darles un sentido diferente a muchas de mis reacciones. Esto me llevó a pensar que fue mi experiencia subjetiva, de lo que viví con mis padres y mis cinco hermanos, lo que me dejó una reacción particular frente a mí misma, llevándome al juicio de que debe haber algo en mí que está mal, soy mala. Como diría Weeler (2005), No hay experiencia sentida o vivencia que se construya fuera de un contexto cultural particular, ni ninguna cultura que exista fuera de la experiencia de su gente;. Desde esa óptica, veo cómo repercutió en mí la manera en que hice míos los principios religiosos que aprendí en mi formación como católica y, sobre todo, la imagen de Dios que adopté de mis formadores. Llegué a crearme un ideal rígido y exigente que me impidió amarme, cuidarme, protegerme y articular mi propia biografía, ya que me había ocupado de hacerme cargo de necesidades que no eran las mías, aceptando dogmas de manera por demás acrítica, olvidándome de mi propia dignidad como el ser humano que soy. Yo recibí la formación religiosa como parte de una tradición cultural, pero concuerdo con Wheeler (2005) en que no es que tengamos" una tradición cultural, o las suposiciones paradigmáticas que la contienen; más bien, habitamos estas cosas y ellas nos habitan a nosotros. Fui habitada por la tradición que prevalecía en mi sistema. ¿Cómo podía aquella niña, defenderse ante esto?

    Hay quienes califican a la vergüenza como una emoción destructiva …la vergüenza corroe esa parte de nosotros que cree que podemos cambiar para hacer mejor las cosas (Brown, 2000); incluso, llegan a calificar como peligrosas las prácticas culturales que llevan a mantener la creencia de que la vergüenza es una buena herramienta para mantener a raya a las personas, presentando argumentos que incluso dejan ver a la vergüenza como una emoción muy relacionada con la adicción, la violencia, la agresividad, la depresión, los trastornos alimentarios y el acoso. Por otro lado, hay quienes pretenden añadirle valor de la vergüenza, refiriéndose a una reconducción de la misma para hacer de ella una emoción constructiva, capaz de guiarnos en nuestra vida. Pero Independientemente de cómo se la asuma, en todos los casos se presentan maneras de enfrentarla y restarle el poder que tiene sobre nuestro self.

    YA NO SOY AQUELLA NIÑA

    Pero, ¿cómo restarle poder a una emoción que nos ha acompañado por tanto tiempo y con raíces tan ligadas a los que amamos? Brown (2016) afirma que la vergüenza debe su poder a que no resulta fácil describirla. Por eso, esta emoción encuentra su caldo de cultivo en los perfeccionistas, porque fácilmente se mantienen callados ante el riesgo de dejar ver cualquier falla. Pero ya no soy una niña; soy una mujer de 49 años, la misma que ha desarrollado competencias de autorreflexión que podrían llevarme a realizar una introspección que me conduzca a verme de tal forma que me permita hacerme cargo de lo que tanto me limita. Brown se atreve a argumentar que, si somos lo suficientemente conscientes de la vergüenza como para nombrarla y hablarle, prácticamente habremos acabado con ella; asegura que la vergüenza no soporta verse envuelta en palabras. Si hablamos de ella, empieza a marchitarse; el lenguaje y la historia iluminan la vergüenza y la destruyen. De hecho, todas las charlas que dicta esta autora, sus artículos y capítulos que versan sobre esta emoción, los inicia mencionando las tres primeras cosas que debemos saber sobre la vergüenza: 1) Todos la sentimos. La vergüenza es universal y es una de las emociones humanas más primitivas que experimentamos. 2) A todos nos da miedo hablar de la vergüenza. 3) Cuanto menos hablamos de la vergüenza, más control tiene sobre nuestra vida. Retomando lo que Brown presenta en el punto 3, puedo decir que en mi propia experiencia, al ir avanzando al encuentro de mi vergüenza a través de la narración de experiencias (lenguaje e historia) sobre la forma en que viví esta emoción, fue iluminándose su propia existencia y saliendo de ese lugar obscuro donde yo misma la escondía; al ir dejándose ver, sentía que iba debilitándose. Esto va muy de la mano a lo que la autora nos presenta cuando nos dice que el modo en que experimentamos emociones, como la culpa y la vergüenza, se reduce a nuestras conversaciones privadas: ¿Cómo hablamos con nosotros mismos respecto a lo que está sucediendo? (Brown, 2016)

    Considerando que la escritura es una modalidad del habla, veo en ella un gran potencial terapéutico en el tratamiento de estos casos. La misma psicóloga Brené Brown, se pronunció por el valor de la escritura expresiva con fines terapéuticos. Introduce un concepto que resonó en mí: la resiliencia a la vergüenza como una práctica, y coincide con otros autores en que escribir sobre la experiencia de la vergüenza es un elemento de esta práctica que tiene muchísimo poder.

    EL CONCEPTO DE

    RESILIENCIA A LA VERGÜENZA

    Cuando pienso en el trabajo realizado a través de mi Proyecto de Investigación Ontológica (PIO), no puedo dejar de hacer una comparación con lo que Brown (2016) presenta como los pasos que, dada su experiencia, podrían llevarnos a lo que ella denomina resiliencia a la vergüenza. Ella misma hace la aclaración de que no siempre se dan en el mismo orden, pero que al final, nos conducen a la empatía y a la curación. Los transcribo textualmente, haciendo una anotación en letra cursiva, señalando la forma en que hago esta comparación considerando la forma en que yo viví el proceso:

    Reconocer la vergüenza y saber qué la desencadena. La vergüenza es biología y biografía. ¿Puedes reconocerla físicamente cuando estás entre sus garras, sentirla cuando estás pasando por ella y descifrar qué mensajes y expectativas ha desencadenado? – Indagación Fenomenológica

    Practicar la conciencia crítica. ¿Eres verdaderamente capaz de reflexionar sobre los mensajes y expectativas que te conducen a la vergüenza? ¿Son realistas? ¿Son viables? ¿Son lo que tú deseas ser o lo que los demás necesitan o quieren de ti? – Fenomenología analítica

    Comunicarte. ¿Reconoces y compartes tu historia? No podemos experimentar la empatía si no conectamos. – Lectura, Reconstrucción Ontológica (hablar con lo que dicen los expertos), Escritura.

    Hablar de la vergüenza. ¿Hablas de tus sentimientos y pides lo que necesitas cuando sientes vergüenza? – Procesos de Coaching, Proyecto de Investigación Ontológica.

    Estoy de acuerdo con la autora en que no es sólo hablar o escribir de mi vergüenza lo que me coloca en posición de neutralizar sus efectos; ella nos habla de desarrollar la resiliencia a la vergüenza, lo que define como la habilidad para practicar la autenticidad cuando sentimos vergüenza; a ser capaces de pasar por esa experiencia sin tener que sacrificar nuestros valores y salir de la experiencia de la vergüenza con más valor, compasión y conexión, que cuando entramos.

    Dada la forma en que yo he vivido mi propia experiencia a través de mi paso por diversos procesos que han tenido lugar en mi propio devenir como coach, debo resaltar el poder que tuvo para mí, el compartir mi propia historia con alguien que respondió con empatía y comprensión; yo puedo dar fe de la forma en la que la vergüenza fue perdiendo poder en mí, al vivir la empatía de los demás. No obstante, considero importante puntualizar en la autocompasión como un sentimiento también muy importante en este camino. Si bien la vergüenza es un concepto social -sucede entre las personas-, se cura mejor entre las personas. Una herida social necesita un bálsamo social, y la empatía es ese bálsamo. (Brown, 2016). Creo que la autocompasión es la clave, porque si somos capaces de ser amables con nosotros mismos cuando estamos sintiendo vergüenza, es más probable que podamos abrirnos, conectar y experimentar la empatía. Esta idea es secundada por García-Fogeda (2016), al incluir en su trabajo que la autocompasión implica toda una dimensión filosófica donde nuestra propia fragilidad y necesidad de compasión nos conecta con los demás, como parte de una comunidad que tiene necesidad de respeto mutuo y auto-respeto. También, aceptar las propias limitaciones nos produce un mayor bienestar psicológico, nos hace vivir más esperanzados y, a menudo, más libres.

    La empatía es la conexión que protege; es la manera de transmitir el reconocimiento de que no estás sola y esta sensación -lo digo con la autoridad de haberlo vivido-, elimina esa sensación de sentirte atrapado en tus secretos. En una ocasión escuché una frase que se relaciona con esta idea y versa: Estás tan enfermo como lo estén tus secretos. Se ha demostrado que las personas, después de pasar por sucesos traumáticos, el hecho de no hablar de ellos o no confiárselos a alguien, podría llegar a ser más perjudicial para la persona, que los sucesos mismos. Cuando las personas compartían sus historias y experiencias, mejoraba su salud en general. Wheeler (2005), también comparte este abordaje para el proceso de reparación de la vergüenza; él enfatiza en que "el ofrecer un campo interpersonal diferente, donde mis mundos interno y externo puedan acoger e integrar la experiencia actual de la vivencia humillante del pasado, interrumpe ese viejo ciclo, satisface las demandas del proceso del ´sí mismo´ (Self) en otro nivel, y por lo tanto, me libera para seguir desarrollándome en la vida. En otras palabras, la clave para algo nuevo en los viejos ciclos y sentimientos de vergüenza y humillación siempre es: estar menos solos con ellos, compartirlos de una manera que vaya más allá del relatar y escuchar." Ese es el poder del lenguaje; del habla y de la escucha. En estos términos, la ontología del lenguaje presenta un poderoso antídoto para una emoción tan corrosiva como lo es la vergüenza.

    EN LA CONSTRUCCIÓN DE UNA

    RESILIENCIA A LA VERGÜENZA

    Tratando de entender mejor ese concepto que Brown (2016) maneja, me encuentro con que, según lo que ella plantea, la resiliencia requiere cognición o pensamiento y ahí es donde la vergüenza lleva una gran ventaja. Cuando aparece, casi siempre sufrimos el secuestro del sistema límbico, es decir, la corteza prefrontal, donde tiene lugar el pensamiento, el análisis y la estrategia, y da paso a esa parte primitiva de nuestro cerebro de luchar o huir. En la lucha de la razón y la emoción, en el caso de la vergüenza, es la emoción la que toma la delantera. El dolor de la vergüenza puede despertar esa parte de nuestro cerebro que corre, se esconde o se defiende con todas sus fuerzas.

    Aunque, después de haber recorrido todo este camino, puedo ver que tuvo lugar en mí un proceso de distinción muy importante que marca un parteaguas en mi vida y que ha significado el inicio del devenir en una nueva persona, aquella persona que yo era, aquella mujer que vivía su vergüenza sintiéndose indigna y desde la desconexión, en determinados momentos vuelve a cobrar vida en mí y puedo sentir cómo el dolor de la vergüenza se hace presente en forma de un sentimiento de insuficiencia y que ese sentirme insuficiente despierta esa parte de mi cerebro que corre, se esconde o se defiende con todas sus fuerzas.

    Brown (2016) habla de ser capaz de pasar por esa experiencia sin tener que sacrificar mis valores y salir de la experiencia de la vergüenza con más valor, compasión y conexión que cuando entré. Pero honestamente, no me quedaba claro de cómo lograr esto; ¿cómo alcanzar la resiliencia a la vergüenza?.

    Al continuar mi búsqueda en la literatura, tratando de encontrar la relación que existía entre mis experiencias y los nuevos conceptos que iban apareciendo, encontré un camino que podría llevarme a lo que yo buscaba: resiliencia a mi vergüenza.

    MI VERGÜENZA, MI SOMBRA

    Encontré una nueva distinción que hizo todo el sentido, ante la forma en que he experimentado la emoción de la vergüenza en mi vida; me topé con el concepto de sombra. Según aportaciones realizadas por grandes estudiosos de la psicología, la sombra representa todo lo que he arrojado al inconsciente por temor a ser rechazada por las personas que desempeñaron un papel en mi formación (Monbournquette, 1999); puesto en estos términos, pude ver en mi vergüenza a mi propia sombra. Así como Monbournquette (1999) lo plantea, temí perder el afecto de mi familia, decepcionándolos o creándoles un malestar a causa de mi comportamiento, o de algunos aspectos de mi personalidad. Y sí, supe interpretar lo que era aceptable a sus ojos y lo que no era, y entonces, para agradarles, me dediqué a relegar grandes porciones de mí misma. Me recuerdo altamente sensible a cualquier desaprobación verbal o tácita, por más pequeña que esta fuera, utilizando cualquier medio para evitarla. De alguna manera, sin que yo fuera realmente consciente de esto, fue construyéndose en el fondo de mí un mundo subterráneo hecho de represiones y de rechazos acumulados durante años. Monbournquette lo compara con una especie de volcán psíquico que amenaza con entrar en erupción a cada momento. A esta energía psíquica comprimida, pero siempre viva y activa, este autor lo presenta como la sombra, y enfatiza en que esta entidad salvaje y no cultivada de nuestro ser, exige sin cesar, ser reconocida y explotada. Esto viene a darme una posible explicación de por qué, en el momento menos pensado, la vergüenza irrumpe cual torrente tumultuoso, forzando la puerta de entrada de mi yo consciente, invadiéndolo. Aquí, el autor presenta una propuesta que podría sonar amenazante: realizar un trabajo de reconciliación con la sombra en donde éste implica reintegrar en la zona del yo consciente los elementos ocultos del ser y reapropiárselos, con el fin de lograr la expansión más completa de la persona (Monbournquette, 1999). Al encontrarme con esta serie de revelaciones, me preguntaba si la reconciliación con mi sombra representaba esa posibilidad de alcanzar un estado de resiliencia a mi vergüenza, al que Brown se refería. Quizá, lo que Brown propone con desarrollar esta resiliencia, sólo sería alcanzable al realizar un proceso de reconciliación entre mi persona y la sombra que habita en mí, a raíz de haberle dado entrada a la emoción de la vergüenza, de la manera en la que yo lo hice.

    Todos estos hallazgos daban vueltas por mi mente, pero necesitaba darle cuerpo con un conocimiento más teórico que me condujeran a experimentar ese estado de reconciliación con mi sombra, que tanto prometía.

    CONOCIMIENTO TEÓRICO DE LA SOMBRA

    Buscando una fuente con autoridad, pero que al mismo tiempo no presentara los conceptos en forma demasiado compleja e intelectualizada, llegó a mis manos el libro Reconciliarse con la propia sombra (Monbourquette, 1999), en donde pude encontrar un marco teórico que me permitió entender el fenómeno de la sombra y verlo en mí.

    En este libro, Monbourquette (1999) presenta el camino que recorrió Carl G. Jung para precisar su teoría de la sombra. Dado el trabajo que Jung había realizado como discípulo de Freud, conocía bien la existencia del mundo rechazado del inconsciente. Pero, la idea que se formó de los rechazos de entidades psicológicas personales, no le satisfacía; necesitaba ir más lejos. Ahora bien, sus investigaciones sobre los mitos, los sueños y las desilusiones psicóticas, así como el estudio de los dibujos de los primitivos y de los niños, le llevaron a concluir la existencia de otro inconsciente más profundo, lo que él llamó el inconsciente colectivo, concebido como una memoria de un conjunto de imágenes o de motivos, innata y común a toda la humanidad. A estas configuraciones universales les dio el nombre de arquetipos, porque se encuentran en todas las civilizaciones. La sombra, apareció a sus ojos como uno de estos arquetipos fundamentales.

    Este importante descubrimiento de Jung (Monbourquette, 1999), puso fin a su larga amistad con Freud, quien desde entonces consideró a su discípulo como herético con respecto a la tesis de su propia escuela.

    Según lo que presenta Monbourquette (1999), para Jung, la sombra representaba un conjunto de complejos, energías rechazadas, que Freud había denominado el Ello. La sombra, tal como la concebía Jung, se perfilaba desde siempre en los mitos y en las historias en forma de diversos arquetipos: la hermana sombra, el doble, los gemelos- uno de los cuales muestra un carácter siniestro-, el alter ego, etc. Esta sombra, que Jung concibió primero de una manera abstracta y anónima, adquirió, a través del estudio de sus sueños y de los de sus pacientes, una figura concreta y personal.

    Desde 1912, Jung hablaba del lado desconfiado del psiquismo. Después utilizó diversas expresiones para designar la sombra, como el sí mismo reprimido, el alter ego, el lado sombrío del sí mismo, el sí mismo alienado, la personalidad inferior del sí mismo". En 1917, en su obra On the Psychology of the Unconscious, describe la sombra como el otro en nosotros, la personalidad inconsciente del otro sexo, lo inferior reprensible o incluso, el otro que nos turba o nos avergüenza. La define como "el lado negativo de la personalidad, la suma de todas las cualidades desagradables que tendemos a detestar y a ocultar, así como las funciones insuficientemente desarrolladas y el contenido del inconsciente personal". Sin embargo, es importante recalcar que la sombra, aunque parezca incompatible con las ideas recibidas y los valores de tal o cual medio, no es en sí mismo algo malo.

    Jung concibe la sombra como una metáfora para describir el material rechazado; la imagen a la que remite el término sombra, introducido por Jung y recogido por sus discípulos, representa perfectamente el conjunto de los contenidos rechazados del inconsciente que se organizan como contrapartida a lo vivido por el ego consciente. La sombra de una persona es, por consiguiente, el material psíquico que ha cristalizado en el inconsciente por compensación al desarrollo unidimensional del yo consciente. Comparable a una luz, el yo consciente produce un área oscura inconsciente: la sombra. Podríamos decir que si el ego es el anverso consciente de la persona, la sombra es el reverso inconsciente.

    Me resultaba por demás interesante ver cómo, de la forma en que Jung lo plantea, la imagen de la sombra ilustra bien el mundo rechazado. Ordinariamente, preferimos caminar guiados por la luz. Esto nos impide ver la sombra que nos sigue, que a menudo es percibida por los demás antes que por nosotros. Igualmente, con frecuencia los otros distinguen mejor, el lado sombrío de nuestra personalidad que nosotros rehusamos ver.

    La sombra sensible, muy pequeña bajo el sol del mediodía, se alarga y crece a medida que el día declina. Después, durante la noche, invade todo el espacio. Ocurre lo mismo con nuestra sombra psíquica. Ínfima durante el tiempo de vigilia, adquiere proporciones inmensas cuando dormimos y se desliza en nuestros sueños.

    Así, todo lo que hemos intentado disimular durante el día para guardar las apariencias, los sueños nos lo revelan durante la noche, como si quisieran restablecer la parte de verdad que hemos ocultado. Curiosamente, en mi caso, no suelo recordar lo que sueño. ¿Será acaso que hasta en mis sueños pretendo ocultar esa parte de mí que rechazo?

    EL CONCEPTO DE PERSONA

    El concepto de sombra resulta incomprensible para quien ignora el de persona. Este componente esencial de la personalidad, es también designado con el nombre de ego ideal. Después de Jung, el término persona significa más precisamente el yo social resultante de los esfuerzos de adaptación desplegados para observar las normas sociales, morales y educacionales del medio. La persona echa fuera de su campo de conciencia todos los elementos -emociones, rasgos del carácter, talentos, actitudes- juzgados inaceptables por las personas importantes de su entorno. Al mismo tiempo, como Monbourquette (1999) maneja en repetidas ocasiones, produce en el inconsciente una contrapartida de sí misma que Jung llamó la sombra. Así pues, la persona es a la sombra lo que el anverso al reverso.

    El origen del concepto jungiano de persona es la noción de prosopon, con que se designaba en el teatro griego la máscara que llevaban los actores para encarnar a un personaje. La palabra latina persona viene, a su vez, de per sonare, que significa resonar a través de. En efecto, la máscara del actor era utilizada a la vez para proyectar su voz y para ilustrar el carácter del personaje interpretado. Cada prosopon representaba un tipo de la condición humana como, por ejemplo, el celoso, el avaro, el bonachón, etc. La máscara no expresaba, pues, el drama personal del actor, sino más bien una situación de conflicto de carácter universal. La voz del actor no revelaba tampoco las emociones y los sentimientos de éste.

    El desarrollo de la persona en un individuo no tiene lugar sin crearle un problema: ¿no se arriesga este último, al representar los diversos papeles sociales impuestos por su inserción social, a disimular su verdadera identidad? En otras palabras, el esfuerzo que hace un individuo para adaptarse a los comportamientos correctos exigidos por la colectividad, para representar los papeles y adoptar los valores transmitidos por ésta, ¿no lo conduce a perder su propia originalidad? Sin llegar a hablar de una pérdida total de la identidad, podemos reconocer que, en razón de la actividad de la persona, se crea una oposición radical entre el yo social y el yo íntimo. Porque, mientras que el yo persona se esfuerza por adaptarse al medio social, el yo íntimo, por su parte, pierde importancia. ¿No existe, entonces, el peligro de que el yo íntimo se esconda en la sombra para dejar todo el lugar y la energía a la persona, siempre preocupada por ajustarse al mundo exterior? Esto es lo que hacía decir a Jung, siguiendo a los grandes maestros espirituales: la máscara no conoce su sombra. Aquí es donde Monbourquette (1999) nos presenta el gran dilema. De un lado, debe promoverse el desarrollo de la persona, con el riesgo de obstaculizar la socialización necesaria del individuo; en cuanto al otro, debe preservarse el crecimiento de su yo íntimo, evitando dedicar demasiada energía a la adaptación al medio social. ¿Qué debe hacerse ante esta disyuntiva? Honestamente, no me imagino a mis padres haciéndose tal pregunta con esta claridad. El mismo autor presenta su parecer al considerar poco realista creer que el desarrollo de un niño pueda hacerse sin que los padres y educadores tengan que frenar algunas de sus tendencias narcisistas e instintivas que perjudican su socialización. Ignorar el contexto sociológico de un niño -familiar, social o cultural- para ponerlo fuera del alcance de toda influencia de la sociedad, equivaldría a recluirlo en un universo cerrado sobre sí mismo, como el de un niño autista. Al parecer, nadie puede elegir el tener o no tener una sombra. La necesidad de construirse un yo social engendra necesariamente la formación de una sombra. Según Monbourquette (1999), pensar en educar a un niño intentando evitar este fenómeno, es ilusorio. Este planteamiento resonó en mí.

    LA METÁFORA DEL SACO DE DESPERDICIOS

    Para ilustrar la formación de la sombra, Monbourquette (1999) cita a Robert Bly, poeta y pensador estadounidense, quien utiliza la ilustrativa metáfora del saco de desperdicios. Sostiene que cada vez que se rechaza una emoción, una cualidad, un rasgo de carácter o un talento, es como si se tirasen estas partes de uno mismo a un saco de desperdicios. A su juicio, durante los primeros treinta años de vida, el individuo está ocupado en llenarlo con elementos ricos de su ser. Con el tiempo, el saco se vuelve cada vez más pesado y difícil de llevar. Será necesario, por consiguiente, rebuscar dentro durante el resto de la vida, para recuperar e intentar desarrollar los aspectos de la persona que uno ha escondido en él.

    Según Bly, el que no se entregue a la humilde y paciente tarea de reciclar el contenido de su saco, se sentirá eventualmente aplastado por su peso: caerá en estado de letargo, se mantendrá inmóvil, sentirá un gran vacío interior y, finalmente, se deprimirá. De hecho, los elementos preciosos de su ser tirados al saco de desperdicios, lejos de permanecer inactivos, continuarán fermentando, queriendo manifestarse y expandirse. Poco a poco, la energía psíquica aprisionada en el saco se vengará de su propietario; lo agobiará con obsesiones o vendrá a atormentarlo desde el exterior, proyectándose sobre los seres que están a su alrededor. ¡Qué curioso! Ahora me siento como una especie de pepenador que busca en mi propio saco de desperdicios, tratando de recuperar y reintegrar a mi persona aspectos de mí que había desechado; valorando su riqueza.

    Pero, ¿cómo realizar esa recuperación e integración?

    RECONCILIÁNDOME CON MI SOMBRA,

    CONSTRUCCIÓN DE UNA RESILIENCIA

    Para mí, era urgente responder esta última pregunta. Ya había hablado de mi vergüenza, de ese sentimiento de no ser digna y de la desconexión que me habían llevado a buscar complacer estándares preestablecidos por el sistema del cual provengo, sintiéndome falsa y me llevaban a sentirme sola. Pensé que con reconocerla y hablar de ella, sería suficiente para restarle fuerza de manera definitiva y liberarme de ella. Mis propias reacciones, al seguir identificándola en mí, dejaron en claro que había que realizar un trabajo más dirigido, precisamente dándole legitimidad a esa parte que durante tantos años me había empeñado a echar a mi saco de desperdicios, pero que seguía formando parte de mí.

    Un día cualquiera, al enfrentar lo que a mi juicio representaba la irresponsabilidad y la falta de consideración de mi hermana, experimenté una reacción de furia sin precedentes. Se suponía que yo ya había visto mi patrón de hacerme cargo de estas situaciones, pues eso se esperaba de mí. Bueno, si ya lo había visto, entonces, ¿por qué reaccionar así? Por otro lado, al recibir retroalimentación por parte de un colega, volvió a surgir en mí ese sentimiento de insuficiencia que me era tan familiar, dejándome herida y con el deseo de aislarme. Estas señales fueron suficientes para llevarme a entender que había que continuar la búsqueda; debía haber alguna forma de lograr un equilibrio entre lo que aceptaba y lo que no aceptaba de mí.

    Algo que encontré al leer a Monbourquette (1999), resonó ante esta necesidad de equilibrio que me embargaba. El poder reconocer nuestra sombra, si bien representa un progreso real en el conocimiento profundo de nuestro ser, no basta para realizar su reintegración. ¡Eso era lo que buscaba! Eso que yo llamaba lograr un equilibrio; se trataba de encontrar una reintegración de lo que yo desechaba de mí y que representaba mi sombra. Según este autor, para lograr esto, es preciso recurrir a estrategias que permitan conciliar las cualidades y los rasgos de la persona con los de su sombra.

    Este mismo autor presenta, en su obra Reconciliarse con la propia sombra, diferentes estrategias para acometer esta tarea de reintegración, conciliación o reconciliación, pero todas ellas tienen algo en común; presentan dos etapas: presentar el material psíquico al Sí mismo (self) y después, dejar que éste lo organice. En la primera etapa, el yo consciente se encarga de extender ante el Sí mismo (self), los elementos opuestos de su personalidad, es decir, una faceta de la sombra emparejada con una faceta del ego-ideal (persona). Para clarificar esto, el autor presenta un ejemplo; si alguien descubre en su sombra la agresividad rechazada, se esforzará por identificar la contrapartida consciente, que podría ser la dulzura excesiva de su persona. En la segunda etapa, presentará al Sí mismo (self), de la manera más precisa posible, los opuestos, que en este caso serían la agresividad rechazada y la dulzura consciente, y le pedirá que ejerza su fuerza de integración. Así pues, el trabajo consciente y voluntario se limita a la primera etapa. Esto es, el yo consciente confía en el poder de integración del Sí mismo (self) y le encarga que realice la complejificación o la armonización de las cualidades o rasgos opuestos de la persona, sirviéndose de la mediación de un símbolo unificador, dependiendo de la estrategia que se trabaje.

    A ciencia cierta, yo no sabía cómo funcionarían en mi caso las estrategias de integración de mi sombra, pero yo quería empezar de inmediato. Al remitirme a la literatura, que suponía me facilitaría el cumplimiento de mi objetivo, me encontré con que Monbourquette (1999) presenta cuatro condiciones para cumplir con lo que él llama el trabajo de reintegración de la sombra y del yo consciente. Debo confesar que al encontrarme con esto, sentí que el proceso ya estaba tornándose complicado y burocrático. Sin embargo, como diría Echeverría (2015), había que otorgar al autor, el beneficio de la duda. Monboruquette describe al trabajo de reintegración de la sombra en su parte consciente, como una tarea psico-espiritual delicada y plantea que el éxito de la misma está condicionado a que se den ciertas condiciones que es importante definir antes de siquiera hablar de estrategia de integración.

    Primeramente, habla de guardarse de toda precipitación; para él, el poner de manifiesto, de golpe, demasiado material inconsciente, traería consigo el riesgo de ocasionar estados depresivos, por lo que recomienda a todo aquel que desee reintegrar su sombra, que se arme de paciencia y que respete el tiempo de incubación necesario para la reapropiación. Debo confesar que esta primera condición, hizo que pusiera los pies en la tierra en cuanto a mis expectativas sobre este proceso. Tal vez, no estaba dándole la seriedad que requería; conforme iba leyendo, mi cuerpo iba tomando la postura de responsabilidad. Podía percibirlo.

    Una segunda condición que el autor plantea, que más bien sería una consecuencia de la primera, es intentar muchas veces explorar y reintegrar un rasgo de la sombra y no procurar reintegrarlo de un solo golpe. Para clarificar este punto, el autor cita a Marie-Louise von Franz, psicóloga jungiana, quien afirma que los complejos de la sombra necesitan tiempo para disolverse y recomponerse con los elementos conscientes. El autor refuerza esta afirmación basándose en su propia experiencia, a través de la cual ha podido observar grandes disparidades en cuanto a la rapidez de reintegración de la sombra. Algunos de sus pacientes necesitaron acumular pequeñas victorias para obtener una reintegración satisfactoria de la sombra. ¡Interesante!

    La tercera condición enfatiza la importancia de pedir la participación del Sí mismo (self) para conseguir la reintegración y explica brevemente la forma en que esto puede hacerse, según su propia práctica: "antes de cada ejercicio de integración, invito a los participantes a prepararse, es decir, a centrarse sobre su Sí mismo (self) y a invocar su poder de integración. Según su orientación espiritual, cada participante hace una oración que él mismo elige. Los cristianos pedirán la ayuda del Espíritu Santo. Otros apelarán quizá a su Guía interior, a su divino Sanador, al Amor, a la Persona sabia que hay en ellos, etc." (Monbourquette, 1999). Ahora veo por qué el autor le da una connotación psico-espiritual al proceso.

    Finalmente, éste presenta una cuarta condición que me sorprendió sobremanera. Este dice que al utilizar las estrategias para la reintegración de la sombra al yo consciente, deberemos hacerlo en presencia de un testigo-amigo que, en esa ocasión, servirá de guía; animará y sostendrá a la persona durante los pasajes difíciles del ejercicio. Esto, previendo que la persona pudiera caer en la duda o la tentación de poner fin a la experiencia. Honestamente, no estaba muy segura de querer someterme a esta última condición; si ya estoy decidida a correr con todo lo que conlleva este proceso, ¿qué necesidad había de un testigo? Pese a mis dudas, decidí seguir el proceso, tal cual lo recomendaba el experto.

    Después de haber dejado claras estas cuatro condiciones, que para él son necesarias para el buen éxito de cualquier estrategia de reconciliación con la sombra, el autor plantea, de manera concreta, diferentes estrategias que llevan a posibilitarla. Son varias las estrategias que menciona y dado el trabajo que había venido realizando a lo largo de mi paso por el curso avanzado de coaching, decidí centrarme en cuatro de las ocho que describe. Intentaré describir de manera cabal, mis experiencias a lo largo de este proceso de reconciliación con mi sombra..

    Debo confesar que en esto me movía una gran ambición. Chopra (2014), al referirse a la sombra, dice: Tener una sombra no es tener defectos, sino estar completo.. Esta frase me impactó. Es muy curioso, todo lo que he venido leyendo sobre la sombra, habla de que es una parte del self, una parte que tiene un gran poder y que dicho poder puede enriquecer a la persona. Pero la forma en la que esta frase lo expresa, detonó en mí unas ganas inmensas de sentirme completa y actuó en mí como un efectivo combustible que me movió a ser creativa al trabajar diferentes formas de reconciliarme y reintegrar mi sombra a mí misma, a mi self.

    Primero, consideré que el primer paso que debía dar, era encontrar en mí misma a la niña herida que me habitaba. Aunque el autor no era muy puntual en una secuencia de intervenciones que me guiaran en esta estrategia, me dejé guiar por mi intuición y de la asistencia de mi compañero; con ayuda de música, en posición fetal, me transporté al pasado y pude conectar con mi niña, quien a los doce años, se sentía herida. De alguna manera, ella sentía que no era suficientemente buena hija para su madre, ni para su padre. Por otra parte, tenía mucha rabia con sus hermanos, razón por la cual no se sentía buena hija de su Dios. Pude contactar con el sentir de ese corazón dolido y descargarlo a través del llanto, lo cual me ayudó mucho a tener la fuerza para seguir. Cuando ya me sentí lista, con asistencia me incorporé y pude entablar una conversación con mi niña. Le platiqué que yo había conocido a nuestro papá y a nuestra mamá, ya mayores, y que ellos me habían demostrado, en múltiples ocasiones, que estaban orgullosos de nosotras (de la niña y la mujer); le comenté que la idea que se había formado de ella misma, posiblemente había obedecido a su deseo de agradarles a ambos por el amor que sentía por ellos, pero que de cualquier forma, yo le podía asegurar que fue buena hija para los dos, ya que en última instancia, ellos no buscaban que ella los satisficiera, sino que fuera ella misma y que fuera feliz. Por otro lado, fue muy importante para mí poder decirle a esa niña, que su Dios, que es también el mío, no es como se lo habían pintado; que ese Dios castigador que sólo estaba atento a los momentos en los que incurríamos en pecado, era una mala interpretación de alguien que no entendió cabalmente el mensaje de Jesús, su Hijo, quien, con su testimonio, nos presentó a su Padre. Nuestro Dios es todo misericordia, es nuestro Padre creador que nos ama incondicionalmente. Cuando le dije eso, vi los ojos de mi niña brillar y de pronto apareció en ella una gran sonrisa. En ese momento sentí la necesidad de invocar a la fuerza del Espíritu Santo, para pedirle que terminara de sanar ese corazón dolido de mi niña y sólo con el hecho de hacerlo presente, sentí un sentimiento de alivio, de descarga. Esto significó un gran comienzo para mí.

    Sentía que había dado un paso significativo, pero intuía que había todavía camino que recorrer. Al día siguiente, me dispuse a establecer un diálogo con mi sombra. Identifiqué con precisión a una persona sobre la cual yo proyectaba mi sombra; esa persona que suele sacarme de mis casillas y la cual genera en mí los juicios más ácidos e incisivos, así como las reacciones más iracundas. No me costó trabajo identificarla, ya que esta persona fue una coprotagonista de muchas de las experiencias trabajadas en el desarrollo de mi proyecto de investigación ontológica. Una vez que la tenía bien identificada, representé un psicodrama en el cual entré en diálogo con ella, enfocándome en lo que odiaba de ella; básicamente, estaba dialogando con mi propia sombra. Me senté en una silla y coloqué otra frente a mí e imaginé que esa persona estaba sentada ahí, mirándome de frente. Fue de mucha ayuda la presencia de un mediador que me instó a hacer uso de recursos importantes; uno de ellos, fue la respiración profunda, para conectar con lo que realmente quería expresarle a mi sombra.

    Inicié hablando con un tono de voz muy golpeado, como si estuviera reclamando. Fue importante que la persona que me asistió en este ejercicio, me recordara que se trataba de un diálogo que yo deseaba sostener para llegar a acuerdos. Haciendo consciencia de esto último, mi tono fue adoptando otro color; más en un intento de explicarle a mi sombra lo que pensaba de ella y por qué lo pensaba, así como expresarle lo que me hacía sentir. Cuando cambiaba de lado y expresaba lo que decía la sombra, al principio generaba argumentos cortos, casi sin sustento; pero después, llegué a entregarme argumentaciones que me parecían tan bien fundamentadas, que me quedaba claro que ella tenía razones bastante convincentes para actuar como actuaba e incluso, me llevaron a poner en tela de duda la contundencia de mis propios argumentos. Fue un diálogo increíble. Mi sombra me dejó en claro que la perfección no era su objetivo; que su objetivo era disfrutar de la vida, tal cual se presentara, sin pedirle nada. Ese momento resultó tener una fuerza importante en el diálogo, en cuanto a posibilitar acuerdos. Yo también quería eso, pero yo no lo sabía; lo supe en ese momento.

    Le expresé muchos reclamos de cosas que yo había hecho por ella y ante las cuales ella no honró mi esfuerzo; de hecho, yo le reclamaba que nunca lo vio como un esfuerzo extraordinario, tal como yo lo había vivido. Sus argumentos me llevaron a reconocer que ella jamás me pidió que yo realizara tales esfuerzos; que realmente no obedecían a complacerla a ella, sino a mí misma. No daba crédito a lo que estaba revelándose ante mí; mi propio cuerpo reaccionaba ante la fuerza de lo que estaba viviendo y hasta me hormigueaban las manos.

    Atendiendo a las primeras dos condiciones presentadas por Monbourquette (1999), dejé hasta ahí este diálogo, intentando no engolosinarme con mis hallazgos. Agradecí a mi self el que hubiera permitido ese diálogo y haber posibilitado ese entendimiento entre ambas partes, mientras la emoción me invadía en un llanto tranquilo. Nuevamente invoqué al Espíritu Santo, pidiéndole que me diera la fuerza y la sabiduría para honrar ese entendimiento. Me di un abrazo, pero sentí que estaba dándoselo a mi sombra, representada en esa persona que coprotagonizó junto conmigo este diálogo.

    Las nuevas distinciones que quedaron en mí tras haber realizado el ejercicio anterior, me llevaron a poder darle cuerpo a mi propia sombra y a convertirla en mi amiga, proceso que también está dentro de las estrategias de integración de la sombra que Monbourquette presenta en su obra. Después del diálogo sostenido, pude ver con mayor claridad a mi sombra y darle un cuerpo; ahora podía ver que esa persona con la que entablé esa conversación tan intensa, amenazaba fuertemente a esa mujer perfecta que yo quería que todos vieran en mí. El poder distinguir esto me permitió ver con precisión a la mujer imperfecta que hay en mí, mi sombra; esa sombra que detonaba la emoción de vergüenza. Tuve que dejar reposar esto un tiempo; eran demasiadas emociones que llegaban de golpe y no quería ponerme a explicarme el por qué aparecían. Estaba realmente cansada.

    Tuve que dejar pasar todo un día, para poder retomar mi proceso. Preparé café, le eché crema y azúcar, como de costumbre y sentada a la mesa, con café en mano, miré a la silla que estaba frente a mí, en donde fue tomando forma esa mujer imperfecta que hay en mí. Me tomó varios sorbos de café para poder articular palabra y dirigirme a ella; sin rodeos, directamente, le lancé la pregunta: ¿Cómo puedo hacer más sitio para ti en mi vida?. Inmediatamente me invadió un llanto profundo y me di permiso de llorar, así como el sentimiento fue presentándose. Debo confesar que en esta parte de mi proceso, me encontraba sola en casa, sin la asistencia de nadie; de acuerdo a la cuarta condición que el autor maneja para llevar a cabo las diferentes estrategias de reconciliación de la sombra, yo debía contar con la presencia de un testigo que hiciera las veces de guía en este recorrido, pero creo que el encontrarme sola, me permitió tener un encuentro real con esa parte de mí que me resisto tanto a reconocer. Experimenté una compasión muy grande por esa mujer imperfecta, tan desdeñada. No sé cuánto tiempo transcurrió mientras yo me encontraba en ese llanto por demás profundo; cuando sentí que ya había llorado lo que quería llorar, levanté la mirada y pude verla, y en ese momento pude reconocerla como esa parte de mí que me ha llevado a buscar ser mejor. ¡Nunca la había visto así! En ese momento

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