La memoria del día. Crónicas
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La memoria del día
Crónicas
© 2016, Empresa El Mercurio S.A.P.
© De esta edición:
2016, Empresa El Mercurio S.A.P.
Avda. Santa María 5542, Vitacura,
Santiago de Chile.
ISBN Edición Impresa: 978-956-7402-48-9
ISBN Edición Digital: 978-956-7402-49-6
Inscripción N° 262.845
Primera edición: abril 2016
Edición general: Consuelo Montoya
Diseño y producción: Paula Montero W.
Fotografía de portada: Paula Montero W.
Diagramación digital: ebooks Patagonia
Todos los derechos reservados.
Esta publicación no puede ser reproducida ni en todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de Empresa El Mercurio S.A.P.
La memoria del día
Crónicas
Leandro Aramburú / Patricio Araya /
Carlos Basso / Sergio Mardones /
José Montero / Marcelo Moreno /
Nicolás Vidal
Índice
Trayectoria del Premio Revista de Libros
Presentación
-Ajedrez, por Leandro Aramburú
-Orates, fantasmas y fabuladores del Haití, por Sergio Mardones
-Elogio de la sombra, por Marcelo Moreno
-El efímero vuelo de Aviación, por Nicolás Vidal
Menciones honrosas
-La esquina frita, por Patricio Araya
-Crónica de un secuestro, por Carlos Basso
-Vendedor de Internet, traficante de historias, por José Montero
Trayectoria del Premio
Revista de Libros
Desde su creación, en 1991, el Premio Revista de Libros de El Mercurio ha buscado estimular la creación literaria chilena en diversos géneros. Empresas CMPC y El Mercurio se unieron para realizar este proyecto, que se ha consolidado como un hito anual de las letras nacionales. Desde 2001, una alianza con el sello editorial El Mercurio-Aguilar permitió publicar la obra premiada, lo que a partir de esta versión será responsabilidad de Ediciones El Mercurio.
Con extraordinarias convocatorias, este concurso ha reconocido principalmente a poetas y novelistas, y también ha incursionado en el cuento, las memorias y biografías. El primer año resultó ganador Gonzalo Contreras, con su novela La ciudad anterior, lo que le dio un impulso decisivo a su carrera. En 1992, Adán Méndez triunfó con sus versos recopilados en Antología precipitada. Como integrante del jurado de ese año, Nicanor Parra apoyó con entusiasmo la obra de ese joven poeta.
La novela policial ¿Quién mató a Cristián Kustermann? fue la ganadora en 1993, y con ella Roberto Ampuero dio a conocer al detective Cayetano Brulé, entrañable personaje que en adelante protagonizaría otras novelas de este autor, convirtiéndolo en un superventas internacional. En 1994, Marcelo Rioseco se destacó con Ludovicos o la aristocracia del universo, libro de poemas que explora las verdades intemporales.
Tito Matamala ganó en 1995 con la novela Hoy recuerdo la tarde en que le vendí mi alma al diablo (era miércoles y llovía elefantes), un singular ejercicio de lenguaje. En 1996, el galardón recayó en Juan Cameron, con poemas reunidos bajo el título Viles ejecutorias, en los que sobresale una voz elegante, sabia y nostálgica.
Juan Pablo Uribe-Etxeverría recibió el premio en 1997 por Uñas de muerto, una novela sobre la corrupción cotidiana, ambientada en los años ochenta. En 1998 se realizó la primera versión del concurso en el género cuento, y ganó la obra Lentes oscuros/Gafas ahumadas, de Hernán Rivera Letelier, escritor ya reconocido por su novela La reina Isabel cantaba rancheras. Además, se otorgaron premios al segundo y tercer lugar, que recibieron Óscar Garaycochea y Luis López-Aliaga, respectivamente.
En 1999, Damaris Calderón obtuvo el premio con su poemario Sílabas Ecce Homo, distinguido por su tono lúdico, austero y vanguardista. Y en el año 2000, Herman Schwember se adjudicó el galardón por su novela Yo, pecador, que se adentra en la vida del sacerdote Mario Duval. En 2001, el Premio Revista de Libros se amplió a un nuevo género: por primera vez en Chile se realizó un concurso destinado a memorias, biografías y autobiografías. Con una contundente respuesta de participantes, finalmente se impuso la obra de Fernando Balmaceda De zorros, amores y palomas, un verdadero fresco de todo el siglo XX.
La versión 2002 tuvo como ganador al joven Gustavo Barrera con un poemario que aúna tradición y ruptura: Adornos en el espacio vacío. Otra voz nueva fue la de Carlos Tromben, autor de Poderes fácticos, novela elegida por el jurado en 2003. A partir de un hecho policial ocurrido en 1973, el autor reconstruye con inteligencia, dinamismo y emoción una época clave en nuestra historia.
El año siguiente, en el concurso dedicado al género cuento, el fallo del jurado debió ser declarado nulo al comprobarse con posterioridad que la obra escogida no cumplía el requisito de ser estrictamente inédita.
En 2005 se premió a Patricia Poblete, joven narradora que sorprendió al jurado con su peculiar novela Marcha atrás, en la que congrega a un elenco de personajes vinculados por experiencias límite. Poeta y músico, Julio Carrasco sobresalió en 2006 por la articulación y propuesta de su poemario Despedidas Antárticas.
Por segunda vez, en 2007 el concurso estuvo dedicado a memorias y biografías, y fue premiado el trabajo de la periodista Marilú Ortiz de Rozas Historia de un sueño fragmentado, biografía del pintor cubano Mario Carreño, uno de los artistas visuales latinoamericanos más importantes del siglo pasado.
En su 18ª versión, el jurado volvió a premiar a una autora joven. Siret Torres Meneses se impuso con la novela publicada con el título No llevados ni traídos, en la cual asume la mirada de un niño para recrear la memoria de una familia y del país.
En 2009, el premio lo obtuvo El breve latido que burla al silencio, de Julio Núñez Rivera, poemario de «tono sentencioso y desencantado» que aborda la precariedad de la condición humana.
Con motivo de la conmemoración del Bicentenario de Chile, la versión 2010 estuvo dedicada por tercera vez al género memorias, biografías y autobiografías, y resultó ganadora la obra Contra viento y marea. Hasta erradicar la desnutrición, del Premio Nacional de Ciencias Fernando Mönckeberg Barros.
Al año siguiente, 2011, el premio recayó en la novela Fotos de Laura, del escritor y guionista Marcelo Leonart, una historia construida a partir de una serie de imágenes recuperadas por la memoria. En 2012 el Premio Revista de Libros distinguió la obra Ruta Dos, del poeta y editor Daniel Calabrese, y en 2013, en la categoría cuento, reconoció el trabajo Apart hotel de David Núñez, compilación de siete historias de conflictos humanos. El año 2014 se convocó nuevamente a los novelistas y el jurado otorgó el premio al escritor Cristián Barros por su obra Jinete en la niebla.
Al cumplir veinticinco años de existencia, en 2015, el Premio Revista de Libros dio un paso más en su trayectoria, incorporando un nuevo género, la crónica. Además, abrió la convocatoria a participantes de América Latina y España y estableció en sus bases la posibilidad de dividir el premio entre seis o menos concursantes. El jurado resolvió premiar cuatro crónicas y otorgar tres menciones honrosas. Los ganadores fueron los argentinos Marcelo Moreno con «Elogio de la sombra» y Leandro Aramburú con «Ajedrez»; y los chilenos Sergio Mardones con «Orates, fabuladores y fantasmas del Haití» y Nicolás Vidal con «El efímero vuelo de Aviación».
Las menciones honrosas, en tanto, fueron para «Crónica de un secuestro», de Carlos Basso; «La esquina frita», de Patricio Araya, ambos chilenos, y «Vendedor de Internet, traficante de historias», del argentino José Montero. Estas siete crónicas conforman el volumen La memoria del día.
Presentación
Con una trayectoria de veinticinco años, y apoyándose en la solidez y el prestigio adquiridos en ese lapso, el Premio Revista de Libros mostró tres innovaciones en su versión 2015: por primera vez incluyó el género de la crónica, abrió la convocatoria a hispanohablantes de América Latina y España —con la colaboración del Grupo de Diarios de América (GDA)— y dividió el premio entre varios concursantes.
La respuesta fue sorprendente: 393 trabajos, en su mayoría de autores chilenos, y un considerable número proveniente del extranjero: Argentina, Colombia, Perú, Ecuador, Cuba, Bolivia, Brasil, España…
El exitoso resultado está ahora a la vista: La memoria del día reúne las siete crónicas distinguidas por un jurado de excelencia: el cronista colombiano Alberto Salcedo Ramos y los escritores chilenos Jorge Edwards y Roberto Merino.
La primera parte del libro corresponde a las cuatro obras ganadoras y la segunda, a las tres menciones honrosas. Abre el volumen «Ajedrez», del autor argentino Leandro Aramburú, una crónica en primera persona en la que destacan una voz personal, el ritmo y un remate «redondo, magistral, contundente», según el jurado. En «Orates, fantasmas y fabuladores del Haití», el chileno Sergio Mardones recrea las tertulias del mediodía en un emblemático café del Paseo Ahumada —una arteria tradicional del centro santiaguino—, mientras en «Elogio de la sombra» el periodista argentino Marcelo Moreno reconstruye un encuentro con su compatriota Jorge Luis Borges y muestra un ángulo más íntimo y humano de ese gigante de la literatura mundial. «El efímero vuelo de Aviación», del abogado chileno Nicolás Vidal, tiene como protagonista al general Alberto Bachelet y revela una faceta desconocida del personaje en su calidad de vicepresidente del desaparecido club de fútbol Deportivo Aviación, que pertenecía a la FACh.
En la segunda parte, «La esquina frita», de Patricio Araya, muestra el drama y la solidaridad de un grupo de vendedores ambulantes en una esquina de la Alameda de Santiago; «Crónica de un secuestro», de Carlos Basso, trae al presente el secuestro por parte del MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria) de un periodista de Concepción, a fines de los años sesenta; y «Vendedor de Internet, traficante de historias», de José Montero, despliega los recursos y anécdotas de un periodista argentino que se dedica a la venta de artículos por ese medio.
Es motivo de gran satisfacción para El Mercurio y Empresas CMPC culminar una nueva edición del Premio Revista de Libros y ofrecer al público esta obra de cronistas chilenos y argentinos con la que celebramos un cuarto de siglo de compromiso con la creación literaria.
Cuando tenía siete años, nos vinimos a vivir a Buenos Aires con mi vieja y mis dos hermanas. La mayor tenía ocho años y la menor seis. Mi vieja trabajaba de secretaria ejecutiva en la empresa de aceros Techint y como hacía un par de años que se había separado de mi viejo y siempre había querido vivir en Buenos Aires, tramitó su pase de la planta de aceros en Berisso, cerca de La Plata, a las oficinas de Buenos Aires, que quedaban en el piso veintitrés de un edificio altísimo en Catalinas.
Con este cambio de ciudad, nuestra vida pasó a ser completamente distinta a la que teníamos en La Plata, mi ciudad natal. Nos mudamos a un departamento alquilado en la calle Malabia, casi esquina Cerviño. Como mi vieja trabajaba desde temprano y no tenía más ayuda que la que nosotros podíamos darle, todas las mañanas yo acompañaba a mi hermana menor a su cole, que quedaba de camino al mío. A la tarde, la pasaba a buscar y volvíamos caminando a casa, unas seis o siete cuadras. Lo más complicado del trayecto era el cruce de la Avenida del Libertador General San Martín, que en la parte ancha era como un río y que normalmente hacíamos por Malabia. Para nosotros esa calle era gigante, cruzábamos corriendo cuando daba el semáforo, pero nunca sabíamos si íbamos a llegar a tiempo al otro lado o si un auto iba a pasarse la luz roja y aplastarnos. Yo me sentía responsable de mi hermana y la llevaba a toda velocidad, casi arrastrando, apretándole fuerte la mano, hasta llegar a la vereda de enfrente. Una vez que pasábamos ese escollo, todo estaba bien. Teníamos cuenta en un almacén de la cuadra y casi siempre nos comprábamos una Cíndor y un paquete de vainillas antes de llegar a casa. María, mi hermana mayor, llegaba un poco más tarde en un trasporte escolar, y casi al final de la tarde, un par de horas después que nosotros, aparecía mi vieja.
En Buenos Aires vivían varias tías y primas de mi vieja, pero mis abuelos maternos vivían en Bahía Blanca, los abuelos paternos habían muerto, mi viejo vivía en La Plata y no teníamos