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Descifrando la ocasión: Prosas breves
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Descifrando la ocasión: Prosas breves
Libro electrónico179 páginas3 horas

Descifrando la ocasión: Prosas breves

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DESCIFRANDO LA OCASIÓN. Un libro para interrumpir la mirada autómata sobre lo cotidiano. Para disfrutar la buena prosa que penetra en el fondo y revés de la experiencia de vivir.

Esta nueva publicación de la filósofa Carla Cordua invita a reflexionar sobre la experiencia cotidiana y a ejercitar el pensamiento a partir de temas tan diversos como el del rostro y la cirujía estética, las mujeres en el poder, el amor y odio hacia nuestra capital, la modernidad, las artes, la originalidad, la ironía, los sueños, la educación, los obstáculos, los secretos, los happenings, la fotografía y su carga de tiempo, entre muchos otros.

Se trata de una selección de brillantes prosas breves, muchas de ellas publicadas en columnas de periódicos, que dan cuenta de una mirada profunda sobre las cosas y experiencias con que nos encontramos a diario.

Es un libro sesudo que entretiene y se lee con facilidad. Poblado de frases que no tienen desperdicio, mediante una prosa de cautivante belleza que ilumina las reflexiones sobre la vida. Carla Cordua recoge temas, hechos, pasajes, teorías, versos, personajes, y los pone amigablemente a disposición del lector para contagiarlo en la búsqueda de sentidos y significados.

Un letrero que decía “Peluquería y Orquesta”, en un pueblito de México, sirve a la autora para abrir estas bien comprimidas prosas y hablar del amor. Otro par de páginas invita a pensar en lo original: “Debe ser verdad que lo poco que nos pasa hoy de esencial ya debe haberle pasado a otro antes. Pero, si lo sabemos, ¿por qué insistimos en una idea de originalidad que nos exigiría, de ser factible negar del todo nuestra condición de habitantes de una época de segunda mano”. En Fotografías de época, reflexiona sobre el tiempo “…nuestras fotografías de años pasados se vuelven a la vez extrañas y tremendamente expresivas cuando las volvemos a ver después de haber olvidado del todo no solo su existencia, sino también el alma que nos habitaba cuando se hicieron… ya sin obligaciones con ese tiempo ido aunque sometida a otros requerimientos descubro mi condición de resultado involuntario al que le faltaba tanto para llegar hasta aquí”.

Son más sesenta capítulos, 160 páginas repletas de pensamiento en un formato poco común para la filosofía. Aunque para Carla Cordua no resultó difícil encontrar asuntos apropiados para la forma breve de una columna de diario, reconoce que lo dudoso fue siempre tratar los temas de un modo oportuno, encontrar el enfoque adecuado para el momento. “Un periódico es, mal que mal, cosa del día y aunque una columna suele contener reflexiones e ideas duraderas, capaces de conservar su validez por mucho tiempo, la mayoría de las veces será olvidada en seguida”, advierte.

“Descifrar la ocasión para escribir y dar en el blanco es una actividad adivinatoria sin garantía de resultados felices. Espero haber insuflado a todas estas prosas una vida suficiente como para que su promoción a libro no le sugiera al lector que han recibido de este modo un ascenso que no se merecían”, dice la autora.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 dic 2017
ISBN9789563240498
Descifrando la ocasión: Prosas breves

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    Descifrando la ocasión - Carla Cordua

    Híbridos

    Prólogo

    La experiencia de escribir regularmente para un periódico era completamente nueva para mí en septiembre de 2003, cuando Pedro Gandolfo, entonces director del suplemento Artes y Letras de El Mercurio, me invitó a enviarle una columna cada tres semanas. Acepté inmediatamente, contenta de aprender a hacer algo nuevo. Y, en efecto, tuve que adquirir el hábito periodístico que me faltaba por completo, y empezar a componer mis temas en este formato nuevo. Nunca me resultó difícil encontrar asuntos adecuados para la forma breve de la columna, ni tampoco escribir contando las palabras que dedicarles a cada uno. Lo dudoso fue siempre, en cada caso de nuevo, cómo tratar los temas de un modo oportuno, encontrar el enfoque adecuado para el momento. Pues un periódico es, mal que mal, cosa del día y aunque una columna suele contener reflexiones e ideas duraderas, capaces de conservar su validez por mucho tiempo, será publicada en cierta ocasión, será leída inmediatamente y, la mayoría de las veces, olvidada en seguida. Aunque a algunas columnas puede tocarles resucitar más tarde de varias maneras, en su única publicación segura que es la primera, deberían ser por lo menos, medianamente oportunas. Y solo lo serán si comienzan por tener algún vínculo con el día de su aparición, con la semana o con el mes. Ese será su momento principal y también, presumiblemente, el único. 

    Pero, ¿en qué consiste la oportunidad de una columna de periódico? No es fácil decirlo en general. La oportunidad o la mala hora de una noticia, de un accidente, de un crimen la configuran ellos mismos junto con acaecer. Son hechos, acontecimientos, sucesos. Pero las ideas y convicciones puestas por escrito se relacionan más bien tangencialmente con la hora y es probable que, tal como rara vez son del todo oportunas, tampoco suelan ser íntegramente inoportunas. Decidir cada vez cuál es el caso, el grado de acierto, de tino o desatino, resulta difícil, aunque haya el deseo de acertar y medie el esfuerzo por lograrlo. Pues la decisión se toma finalmente para terminar y no tanto debido a que la inseguridad se ha superado. Descifrar la ocasión para escribir y dar en el blanco es una actividad adivinatoria sin garantía de resultados felices.

     La cultura literaria del siglo XIX solía ser desdeñosa de su pariente cercano, el periodismo. Sus respetos estaban invertidos en la estimación de los libros, en particular de los más durables o clásicos que ya hubieran conquistado el privilegio de la continua reimpresión pasara lo que pasara. Pues leerlos, para estos admiradores de lo durable, se parecía bastante a adquirir, mediante la lectura, una participación en la eternidad. En abierto contraste con los libros permanentes estaban, para ellos, los diarios, los periódicos, las revistas. Los hermanos Goncourt, aunque periodistas ellos mismos, anotaron, sin embargo, en su Diario: El periódico es el enemigo natural del libro, tal como la prostituta lo es de la mujer decente. Y Oscar Wilde, quien fuera enviado a la cárcel probablemente a raíz del escándalo periodístico ocasionado por sus costumbres, le declaró una guerra consistente de muchos aforismos famosos dedicados a la supuesta inferioridad del periodismo. Pero, y en más de un solo sentido, el desprecio de las cosas del día es un prejuicio que merece ser dejado atrás. Lo dijo con agudeza Albert Camus, un amigo decidido del presente: No esperes el juicio final. Ocurre todos los días

    Descifrando la ocasión contiene principalmente las columnas que publiqué en Artes y Letras de El Mercurio entre julio de 2005 y noviembre de 2008. Además, el libro incluye algunas otras prosas breves afines a aquellas. Agradezco la autorización de El Mercurio para reproducir aquí lo aparecido antes en sus páginas. Espero haberles insuflado a todas estas prosas una vida suficiente como para que su promoción a libro no le sugiera al lector que han recibido de este modo un ascenso que no se merecían.

    Carla Cordua

    Santiago, noviembre de 2009

    Cartas de Rulfo

    Hace años, viajando con amigos mexicanos por el estado de Oaxaca, recorríamos en automóvil un pequeño y antiguo pueblo. En la fachada de una casita vimos, al paso, un aviso que nos llamó la atención y que nunca he olvidado. Decía: Peluquería y Orquesta. A nosotros, venidos del mundo de los especialistas, el letrero nos hizo gracia por la singular variedad de los oficios del anunciante. Leyendo ahora las cartas de amor que Juan Rulfo le escribió entre 1944 y 1950 a Clara Aparicio, su novia, luego su esposa, encuentro un pedazo de información que me devuelve el recuerdo de aquel viaje. Rulfo dice: El señor de aquí al otro lado hoy no está. Si estuviera estaría tocando la mandolina y yo, al oírla, me acordaría de cuando era chiquillo y vivía en mi pueblo. Los peluqueros de mi pueblo se la pasaban todo el tiempo tocando la mandolina. Ahora ya no se usa ni nunca me ha gustado; pero me trae recuerdos muy viejos (me acuerdo, por ejemplo, de cuando se casó mi abuela). Y este señor de aquí al otro lado de mi cuarto la toca bien. Está ya muy viejito y todos los viejitos saben tocar la mandolina.

    La más antigua de las ochenta y una cartas que publica Editorial Sudamericana, la escribe Rulfo a los veintisiete años a su novia, once años menor que él. Faltan las cartas de ella, que el novio encontraba siempre demasiado cortas. Los enamorados se conocieron en Guadalajara pero quedaron separados porque él, para casarse, partió a buscar trabajo en Ciudad de México. Junto con aceptarlo, ella le ha fijado un plazo de tres años de espera. Las cartas tratan del amor que los une, de la dolorosa separación, del futuro feliz que los volverá a reunir. Están escritas en lenguaje claro, familiar, lleno de sentimiento, de nostalgia, de quejas y de suaves burlas. El futuro maestro de la prosa narrativa exhibe ya su capacidad de imaginar: habla de sí mismo y de sus primeros escritos en tercera persona, "acaba de salir un cuento de este tu muchacho en la revista América. Se dirige también a ella como si fuese una tercera persona. Ensaya roles, situaciones: la trata de fea y la regaña para decirle que la encuentra preciosa y perfecta. En esta correspondencia florecen los encantadores coloquialismos del castellano de México. La edición trae notas que explican algunas expresiones: achicopalado quiere decir desanimado"; pero otras no reciben explicación.

    Mucho antes de entenderse como escritor, Rulfo contrajo una afición incontrolable a la lectura. Gana poco y procura ahorrar para casarse pero no resiste la tentación de las librerías: La feria del libro se comió todo mi sueldo de este mes. Promete portarse bien, no emborracharse, evitar las calles en que hay librerías. El huérfano que pasó su infancia en un orfanato de Guadalajara tiende a culparse y a forjar planes que no cumple. Dice de sí mismo: Siempre le ha dado por hacer verdaderos sus sueños, y por eso yo digo que está loco. A menudo se siente enfermo y decaído; declara que la novia es su único refugio. La vida es corta y estamos mucho tiempo enterrados. Sin embargo, el amor a Clara le inspira mil nombres para ella: pedacito de jitomate, aire de las colinas, aire de muchos bosques juntos.

    Happenings

    La palabra inglesa de uso común happening se deja traducir por suceso, evento. Desde la mitad del siglo pasado el término adquiere otro sentido, más espectacular y artístico, que se internacionalizó rápidamente. Allan Kaprow se presenta en 1959 en una galería de Nueva York llamando a lo que allí sucederá Happenings en seis partes. El público está invitado no solo a asistir a las manifestaciones previstas sino a intervenir en ellas. El artista iniciará situaciones que el público debe continuar con el encargo de modificarlas. Las obras que resultan de las sucesivas intervenciones se deben a todos los participantes y, por lo mismo, a ninguno de ellos en particular. Uno de los supuestos méritos del resultado es que no se deja reproducir exactamente, con excusas a Walter Benjamin. Son obras locales, efímeras, algo que ocurre allí y entonces, en verdad sucesos más que obras en forma. La intención original de los happenings los sitúa entre las artes plásticas más bien que entre los espectáculos. Poniéndonos en el punto de vista tradicional, las obras plásticas se exhiben terminadas, inmovilizadas en un lugar, para un público contemplativo que a lo sumo se desplaza de una a otra y se coloca favorablemente frente a cada una. Lo habitual es que en una sala de exposiciones no suceda nada. La introducción de inquietud, alboroto y participación de muchos espectadores convertidos en actores, para que las situaciones cambien continuamente, tiene como propósito desafiar con fuerza todos los hábitos y conveniencias del lugar, la ocasión y las artes plásticas.

    El año que precede a la organización del primer happening, Kaprow había escrito sobre el legado de Jackson Pollock y sus cuadros chorreados de inmensas dimensiones que ocupaban todo el espacio de las salas de exposición. Sostenía que son pinturas que forman por sí solas un ambiente que envuelve y asalta al que ha ido sólo a mirar. Siente, caminando a lo largo del cuadro, que forma parte de una aventura de la que no sabe todavía a dónde lo conducirá finalmente. La idea del happening le parece a Kaprow no ser sino un desenvolvimiento de esta experiencia suya con la pintura de Pollock. Como quiera que se explique su origen, la idea prendió en muchos que nunca habían visto un cuadro a lo largo del cual era preciso dar un paseo ambiental para verlo.

    En particular durante la década de los años sesenta se organizan happenings de todas clases alrededor del mundo. Se dice que los llamados acontecimientos de mayo del 1968 en Francia, que algunos interpretaron como los comienzos de una revolución política, fueron calificados por el Ministro Nacional de Educación, Edgar Faure, como happenings. En diez años, no solo la palabra inglesa tenía una nueva acepción, sino que era precisamente en esta que, sin cambiar de ortografía ni precisar de traducción, había llegado a formar parte normal de otras lenguas.

    En el teatro y más o menos al mismo tiempo, la obra representada solía dirigirse al público para incorporarlo, hasta cierto punto, a la acción dramática. A menudo los actores subían al escenario pasando por en medio de la platea. Con frecuencia, el libreto contenía interpelaciones directas a los espectadores. No siempre eran amables o halagüeñas; también las había didácticas e insultantes. Hoy ya las artes no son tan acogedoras ni los artistas parecen dispuestos a incorporar las colaboraciones del público.

    Educar, ¿un ejercicio de poder?

    Rousseau estaba convencido de que educar era una forma de ejercer poder sobre quien carece de defensas o escapatoria. En la relación del instructor con el estudiante se trataría de modelar al alumno según las ideas del enseñante. Debido a que el niño es visto como un adulto en potencia, se lo subordinará a un proyecto de desarrollo que distribuye los papeles de la situación pedagógica: el que sabe y el que llegará a saber, el que tiene la verdad y quien debe aprender esa verdad. Todas las presiones pueden parecer justificadas si se parte de estos prejuicios, sostiene Rousseau. El autor parece querer revolucionar los supuestos sobre los que se funda la educación tradicional. Hay que reconocerle una nueva condición al niño: está más cerca de la naturaleza, es más auténtico que el adulto, él es la verdad del hombre. Es preciso estudiar al niño, pero no para establecer lo que necesita para convertirse en hombre, sino para medir lo que este ha perdido por haberse desarrollado de cierta manera inconveniente y perversa. El Émile muestra cómo hay que mirar a la niñez: es una visión nueva pero no es una que renuncie al poder adulto sobre ella.

    La naturaleza quiere que los niños sean niños antes de que se conviertan en hombres. Si queremos pervertir ese orden, produciremos frutos precoces, que no tendrán ni maduración ni sabor y que no tardarán en corromperse (…) La niñez posee maneras de ver, de pensar, de sentir que son propias suyas: nada es más insensato que querer reemplazarlas por las nuestras (…) Tratando de persuadir a vuestros alumnos de que tienen el deber de obedecer, agregáis a esa pretendida persuasión la fuerza de las amenazas, o, lo que es peor, la adulación y las promesas. Movidos por el interés u obligados por la fuerza, sigue Rousseau, los niños fingirán haber sido convencidos por la razón. Comprenden que la obediencia los favorece y que la rebelión los perjudica. Imponerles un deber que no sienten los hace odiar la tiranía del profesor y les impide quererlo. Aprenden a disimular, a falsearse, a mentir para conseguir recompensas y evitar castigos. Tratad a vuestros alumnos de acuerdo a su edad. "¿Osaré exponer aquí la más grande, la más importante, la más útil de las reglas de toda educación? No es la de ganar tiempo sino la de perderlo. Lectores vulgares, perdonadme mis paradojas:

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