Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Mal de proyecto. Precauciones para archivar el futuro: Ensayos de la teoría de la arquitectura
Mal de proyecto. Precauciones para archivar el futuro: Ensayos de la teoría de la arquitectura
Mal de proyecto. Precauciones para archivar el futuro: Ensayos de la teoría de la arquitectura
Libro electrónico361 páginas4 horas

Mal de proyecto. Precauciones para archivar el futuro: Ensayos de la teoría de la arquitectura

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Mal de proyecto. Precauciones para archivar el futuro es un conjunto de ensayos que intentan realizar un ejercicio conceptual sobre distintos fenómenos de la teoría de la arquitectura, del diseño y del arte a partir de una meditación filosófica. Desde una perspectiva universal, se reflexiona críticamente acerca del aparente fracaso de las vanguardias artísticas de principios del siglo XX, tras su afán por emancipar la cotidianidad mediante la expansión del diseño moderno a todas las esferas de la vida metropolitana contemporánea. Desde una perspectiva más local, se intenta vislumbrar la influencia ideológica que ha tenido el neoliberalismo en los modos de vida santiaguinos, a través de la forma en que el diseño organiza el espacio doméstico conectándolo con los grandes cambios operados por el modelo a nivel urbano. Frente a este fenómeno, pareciera necesaria una relectura del proyecto estético-político desplegado en Chile por la arquitectura estatal de las décadas de los '60 y '70. Esto requeriría un ejercicio historiográfico a la hora de "memorizar" -y archivar- las utopías aparentemente fallidas o fracasadas, que sea capaz de atender el carácter irrealizable que ellas necesariamente encarnan y que aquí hemos bautizado con el nombre de "mal de proyecto".
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento3 dic 2016
ISBN9789560008619
Mal de proyecto. Precauciones para archivar el futuro: Ensayos de la teoría de la arquitectura

Relacionado con Mal de proyecto. Precauciones para archivar el futuro

Libros electrónicos relacionados

Arquitectura para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Mal de proyecto. Precauciones para archivar el futuro

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Mal de proyecto. Precauciones para archivar el futuro - José Solis

    Índice

    Un paso hacia lo cotidiano

    Introducción

    El entusiasmo situacionista

    La derrota de lo cotidiano

    Ideología neoliberal del Santiago postmetropolitano

    Mal de proyecto

    Epílogo

    Bibliografía

    © LOM ediciones

    Primera edición, diciembre 2016

    Impreso en 1000 ejemplares

    ISBN: 9789560008619

    eISBN: 978-956-00-1103-9

    RPI: 272.755

    Edición y maquetación

    LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago

    Teléfono: (56-2) 28606800

    lom@lom.cl | www.lom.cl

    Diseño de Colección: Estelí Slachevsky Aguilera

    Tipografía: Karmina

    Impreso en los talleres de LOM

    Miguel de Atero 2888, Quinta Normal

    Impreso en Santiago de Chile

    Un paso hacia lo cotidiano

    Prólogo de Miguel Ruiz Stull

    *

    Vivimos y recorremos en medio de estructuras arquitectónicas. La arquitectura nos hace recordar desde las más rústicas hasta las más sofisticadas formas de plantear una revuelta a un hábitat simplemente natural. El arte y la técnica de la arquitectura hacen razonable justamente en su expresión un principio de razón que interviene efectivamente en lo real. Reside ahí su eficacia, pero también todo su problema. Se podría recordar a Rousseau que piensa el inicio de la política –de una especie de micropolítica más bien– como un acontecimiento eminentemente arquitectónico. La premisa sería así la siguiente: para que haya comunidad ha de haber antes una suerte de construcción efectiva de un espacio de lo común. Bajo esta forma pareciera que este arte de la arquitectura es eminentemente una expresión de la posibilidad de lo político, y en cuanto posibilidad esto se vuelve casi inmediatamente una expresión artística de una idea de proyecto y esto José Solís lo muestra con extraordinaria maestría.

    Este libro en su constancia de recorrido me parece ante todo un acto de la memoria, puesto que sólo podría haber proyecto justamente porque lo real siempre adviene a terga de nuestro propio paso a la existencia: puesto que tenemos un domicilio, categoría fundamental para nuestro filósofo Humberto Giannini, un lugar específico donde retornamos, podemos a su vez salir, es decir, proyectarnos en un recorrido virtual a través de una exterioridad que se da en términos arquitectónicos. No obstante, hemos de volver y si se trata de recorridos, de idas y vueltas, tan decididas como vacilantes, todas ellas están vehiculadas por la arquitectura misma, la que configura una potencialidad de esos mismos recorridos. Se sigue entonces que la potencialidad de movimiento, canalizado por toda arquitectura, de recorrer barrios y calles, de nuestra propia existencia proyectándose en la línea de ese desplazamiento, está enmarcada por la progresiva politización de la expresión actual de ese recorrido. Pienso que este es uno de los hitos fundamentales de la forma de planteamiento que se ofrece bajo la cifra de un mal de proyecto. Me da a pensar a su vez como el ya mentado Giannini signaba a la calle, lugar preciso de estas potencialidades de recorridos, que no podía sino ser comprendida como el domicilio del pueblo, pero también una suerte de límite a una tal o cual viabilidad de proyectos que, para bien y para mal, pueden o no pueden realizarse.

    Tengo la impresión de que José Solís sobrevuela reflexivamente este encuentro entre un pensamiento de la arquitectura y la matriz o ímpetu político que permite tal o cual forma de extensividad de su propio arte. Y es por ello que también se podría recordar que Nietzsche alguna vez sostuvo la íntima relación entre la arquitectura y el poder, pero también con la potencia estética de la arquitectura misma. Cabría abrir el problema de Nietzsche para clasificar a la arquitectura dentro de su programa de una fisiología del arte.

    No obstante, hay que volver al libro y los pasajes que recorre, pasajes importantes y hasta decisivos que comprometen a la posibilidad misma de abrir un pensamiento que intente delinear la puesta en diseño de una disciplina tal como la arquitectura. Y es por esto que este libro no podría si no resolverse en recuperar la palabra proyecto bajo el signo del mal. Mal de proyecto medita entonces sobre la inviabilidad de algo que simplemente ha sido proyectado en el pensamiento o diseñado, mal diseñado en el papel, y en esa falla y fractura se pone en evidencia no tanto un error como un cierto imposible que no se puede nunca realizar. Extraña negatividad, aparente negatividad que recorre una hebra no menor en el entramado de estas reflexiones en torno a las potencialidades de la arquitectura.

    Se habrá de suponer que la verdad que atraviesa a la arquitectura es justamente su capacidad de poner en obra, de llevar a cabo, de hacer real un proyecto, evitando así las fallas, tropiezos y torsiones que pueden acaecer en el mismo proceso de una construcción cualquiera. Pero ello no termina ahí, ya que el actual real que lleva a cabo la obra de arquitectura ha de ser persistente a la intervención efectiva del tiempo. Sería otra vez un mal del proyecto, para el proyecto en que el diseño y los materiales no resistieran o no atravesaran el paso mismo de una diversa y heterogénea eficacia temporal. Acá nuevamente, a través del uso de una multiplicidad y diversidad de referencias, José Solís nos enfrenta a una premisa que sería una clave de acceso para poder entender lo involucrado para todo proyecto de arquitectura, que no podría ser sino una premisa histórico-política, la potencia de la arquitectura de devenir monumento de algo, de ese algo que se quiso y que pudo ser puesto en evidencia expresamente en tal o cual construcción: qué sería ese algo, me aventuro a pensar que eso que se construye es simplemente una idea. Y la idea constantemente resiste a lo real, pero también resiste a todo proceso de realización. Conforme a esto hay algo que siempre escapa a la realidad misma de todo monumento, puesto que habrá de haber un algo que no ha concluido, que no se ha realizado y que por ello mismo no podría ser recuperado. Se podría decir que hay para la arquitectura un cierto espacio vacío que, en la vacuidad y la evacuación, pone en movimiento a la obra misma que se aprecia como arquitectura. Dicho del monumento: habría una suerte de inmemorial que resiste a todo hecho de memoria que tocaría o escurriría a toda rememoración. Quizá sea ésta una de las intuiciones fundamentales que recorre, pero a la vez sostiene, la serie de ensayos que acá corren por pensar a la arquitectura. Visto así, la arquitectura en la mirada abierta por Solís sería la operación de una doble resistencia: una frente al decurso propio de un tiempo vuelto eficaz; otra frente a la expresión misma del ímpetu de construcción que no quiere acabar, sino persistir.

    Creo que la arquitectura bien podría impostar en este escenario, abierto por un libro que sorprende en su potencia de análisis y de interpretación bajo la instalación de procedimientos que fueron sólo indicados por Gilles Deleuze bajo la expresión de una ciencia menor. Y en cierta medida, la arquitectura ha expresado en su despliegue los caracteres operatorios y no así categóricos que la ciencia de Estado suele desarrollar bajo la guisa de un siempre variante propósito. La arquitectura persigue un índice de orden, de perturbar el orden espacial dado naturalmente, de ello no cabe duda, por ello resiste en la insistencia de sus estructuras. Pero el principio de este orden es a mi juicio siempre flexible en la arquitectura, justamente porque sabe de los límites y discreciones que una geometría abstracta quiere imponer. Es por esto que la arquitectura, como se extiende de las líneas lanzadas por Solís, siempre procede problemáticamente y no teoremáticamente. La razón a mi juicio es sencilla: el problema cierto de la arquitectura no es solamente estriar el espacio y realizar modelos lineales de estructuración de ese mismo espacio que se lo intenta estriar, esto es, distribuir líneas que presentan siempre el mismo problema dado en la realidad efectiva del espacio de curvatura. Sin embargo, se lo intenta controlar, incluso sitiar o amurallar como nos lo recuerda en más de una ocasión Paul Virilio. En el caso de este libro, el asunto se modula hacia otro sentido, sentido histórico por cierto, pero bajo la cifra de una marcada tendencia a no desatender el acaecer político que a tal o cual momento impacta en el ejercicio mismo de la arquitectura. Es por ello que pienso que hay en los hechos un mal de proyecto, y es por ello mismo que, de suyo, genera una diversidad de ciclos de resistencia hacia su propia comprensión, sobre todo atendiendo a su estatuto en la escena posmoderna que procede bajo la guisa de rendimientos, productividad y eficacia desde una égida de una peculiar forma de economía que se aprecia como capitalista.

    Este libro toma una escena que se ofrece en diversos planos en donde efectivamente hay resistencia, y es por esto que para esta escritura (la de un prólogo) que intenta extender a esta ya extendida escritura (la de un libro), se hace necesario volver a Nietzsche.

    Tengo la difusa memoria que en algún fragmento de los así llamados póstumos, Nietzsche revisita el problema estético de lo apolíneo y lo dionisíaco, ahora dicho desde un pensamiento para la arquitectura. Creo que este recuerdo es totalmente consistente puesto que de lo que se trata aquí es sobre la lucha que pueden tomar las formas para resistir la deformación y lo curvo a punta de delineamientos. El caso es que esto involucra a la política, y es por ello que Nietzsche resuelve este escollo en su propia teoría invocando la estrecha e íntima relación de la arquitectura con la voluntad de poder. Por esta razón se celebra a la arquitectura como la expresión más alta de la voluntad de poder, pues se extiende en su construcción como la forma más elocuente de ese sentimiento, del poder. Por medio de la arquitectura se celebra el orgullo, la victoria, la lucha y también la salida de lo grávido, del poder de la gravedad para volver a pensar a la voluntad de poder como aquella potencia de ligereza que permite recorrer y, más aún, trazar múltiples formas y delineamientos de movimiento. Así recorremos muchas veces la ciudad en lo cotidiano, el paso de lo cotidiano que acá se piensa como una puesta en orden que siempre habrá de estar sujeto a otras múltiples formas de transformación. La arquitectura piensa entonces en las indicaciones que intento recoger de este extraordinario libro hacia un paso a lo cotidiano, he ahí su modernidad, he ahí también la diversidad de problemas que la afectan.

    Este singular paso de lo cotidiano, con lo cotidiano y hacia lo cotidiano, funciona arquitectónicamente. No podría ser de otro modo, ya que este arte, ciencia o disciplina se enfrenta cada vez más a la transformación de sus propios procedimientos, a la variación de sus normas, como también habrá de responder frente a los impulsos de contingencia que inquieren por volverse necesarios. Pienso que aquí tenemos una fórmula para empezar a comprender la monumentalidad y, en ocasiones, la espectacularidad que muchas veces genera y que este libro de José Solís reflexiona con una muy fina agudeza: hay arquitectura puesto que resistimos a episodios efectivamente contingentes y nuestro hábito de recorrido los aprecia como cotidianos a su paso.

    Santiago, invierno de 2016

    * Miguel Ruiz Stull es filósofo, profesor de la Facultad de Arte de la Universidad de Chile. Doctor en Filosofía con mención en Estética y Teoría del Arte de la Universidad de Chile y coordinador del mismo programa de doctorado. Sus líneas de investigación son el vitalismo en filosofía y teorías de la experiencia, en particular en Lucrecio, Hume, Kant, Bergson, Deleuze, Canguilhem y Foucault. Es autor de Tiempo y experiencia. Variaciones en torno a Henri Bergson (Fondo de Cultura Económica, 2013) y editor (junto a Miguel Vatter) de Política y acontecimiento (Fondo de Cultura Económica, 2010).

    Introducción

    Que la arquitectura sea algo pensable principalmente en torno a lo que la jerga profesional denomina «proyecto» es algo que, en los últimos años, ha alcanzado el estatuto de una verdadera obsesión. El asunto no deja de ser llamativo si consideramos que la más elemental de las intuiciones que el sentido común puede reservar para la actividad de los arquitectos es la de identificarlos con el acto de proyectar. Si ello resulta tan evidente, ¿por qué entonces insistir en que el proyecto es el rasgo que más auténticamente define al ejercicio profesional, como si tal atribución no estuviese ya lo suficientemente aclarada? ¿Qué es lo que en realidad alega y sostiene tan extraña y mañosa insistencia?

    Lo propio del sentido común es la aceptación tácita y acrítica de los conceptos y definiciones que involucran toda praxis, al punto de volverse invisibles e incuestionables mientras logren orientar de manera efectiva a la actividad a la cual prestan su servicio. Si en los últimos años el proyecto se ha vuelto un dominio nunca antes defendido con tanta pasión, atribuyéndole una densidad y potencia inigualable a cualquier otro objeto de estudio o acción profesional, obedece a que esa misma atribución, al parecer, ha comenzado a desvanecerse al punto de tornar visible aquello que, otrora, el sentido común se encargaba de ocultar tras el velo de la obviedad. Es cierto que hoy los arquitectos han ampliado sus prestaciones más allá de la proyectación, o que otros saberes también han incorporado la lógica proyectual para desarrollar sus acciones y reflexiones, despertando muchas veces los celos profesionales ante lo que se consideraría un acto amenazante de expropiación. Empero, lo que pareciera estar aquí en juego no es una simple expansión del campo de la arquitectura hacia otros ámbitos o una exportación progresiva de sus métodos más allá de sus lindes disciplinares, sino el propio sentido de la noción de proyecto, sentido que es indisociable, sin duda, del concepto moderno de sujeto.

    Por cierto, en distintas voces y tonos, los sacerdotes de la posmodernidad han sentenciado su muerte bajo todo tipo de promesas para su sustitución. El lenguaje, el discurso, los sistemas o las redes de agentes (Latour), entre otros candidatos, han sido convocados el último tiempo para ocupar su lugar. De este modo, el problema dominante para la arquitectura actual parece concentrarse en las maneras en que la lógica proyectual debe redefinirse para ajustarse a las demandas y características de estos nuevos reemplazantes. Así, del lamento posmoderno de los ‘80 tras la muerte del sujeto, hemos transitado a la euforia del experimentalismo neovanguardista adicto al ideologema de la innovación, particularmente en materia de formas y recursos de proyectación.

    Aparentemente, esta escena de duelo y recomposición sería el principal contexto que justificaría, en cierto modo, la preeminencia del proyecto como un objeto temático decisivo para los arquitectos. A pesar del carácter alentador que tal contexto suscita para la apertura de nuevos derroteros experimentales, cierto malestar parece aún permanecer en la academia, cuya causa difícilmente puede reducirse a la ausencia de una definitiva integración de lo proyectual a las nuevas condiciones conceptuales y teóricas de la era postsubjetiva. Por el contario, dicha incomodidad viene de otro lugar, más recóndito, menos operativo y quizás, habría que decirlo, extra o supra-arquitectónico.

    A nuestro juicio, el problema radica en el hecho ineludible de que el proyecto no puede pensarse sin sujeto, de modo que su muerte o puesta en cuestión inevitablemente nos arrastra a una crisis generalizada del sentido de la proyectación. Por ello, más allá de la fascinación neovanguardista por las metodologías, procesos y herramientas, la obsesiva tematización de lo proyectual se sustenta en una sensación de pérdida irremisible que afectaría a la condición misma de la profesión. Justamente, esa vertiginosa fascinación no es otra cosa que el efecto de abandono de la categoría de sujeto, desplegado en la tarea de extirpar todos los residuos conceptuales y operativos que puedan ser considerados sus fieles deudores. Pero lo más difícil de aceptar en esta desenfrenada empresa es tener que enfrentarnos con la dura realidad de llegar a cuestionar al concepto mismo de proyecto. Esto no puede menos que llenarnos de ansiedad, pues tal cuestionamiento vendría a lesionar gravemente la identidad que dicho concepto mantiene con la propia definición profesional de los arquitectos, tal como el sano y recto sentido común parecía proteger en su evidencia.

    La radicalidad que este proceso nos impone explicaría la convivencia de la más desatada búsqueda de hibridación transdiciplinar junto a las posiciones más defensivas y conservadoras que abogan por la autonomía de la arquitectura, que la conciben, exclusivamente, a partir de la idea tradicional de proyecto. De esta manera, el proyecto, o bien es un concepto que debe vaciarse de toda su investidura habitual a fin de ajustarse a las nuevas condiciones postsubjetivas, o bien debe ser pensado a partir de una concepción del sujeto que no repita, sin más, los presupuestos de la filosofía moderna. La primera posibilidad, creemos, es ingenua y la principal causante tanto de la versión maníaca del experimentalismo triunfalista, como de la versión melancólica y reactiva del autonomismo profesional que defiende el proyecto contra viento y marea. La segunda, en cambio, constituye una empresa aún pendiente. Ella requiere construir una nueva comprensión del sujeto, que sea capaz de acoger tanto la tradición proyectual como la crítica posmoderna, aunque sin sucumbir a los afanes disolventes de esta última.

    Dicho lo anterior, sin embargo, no queremos llenar de expectativas al lector. Este libro no busca otra cosa que indicar los derroteros previos a los cuales hay que necesariamente dirigir la mirada para intentar dicha alternativa. La tarea de una teoría del proyecto sustentada en una idea contemporánea de sujeto es parte de un trabajo aún en construcción, donde los ensayos aquí seleccionados vienen a constituir sólo algunas de sus premisas.

    En este sentido y con el objeto de poder iluminar los primeros pasos en tal dirección, este conjunto de textos sobre teoría de la arquitectura busca, en principio, dibujar una estela problemática cuya raigambre es eminentemente filosófica, en atención al carácter del cometido a realizar. En efecto, a partir de la meditación ontológica se intenta realizar un ejercicio pausado de matización conceptual de distintos fenómenos de la arquitectura, desde la crisis de las vanguardias hasta llegar a nuestra propia realidad nacional actual. Sin embargo, el recorrido de aquella estela no pretende enlazar la diversidad de estos asuntos con el fin de subordinarlos a alguna especificidad disciplinaria como la teoría arquitectónica, los estudios urbanos, la filosofía política o la estética. Por el contrario, estos textos exigidos por la indagación filosófica no hacen sino descentrar y estallar la celosa consistencia con la que la arquitectura busca defender su autonomía, aunque sin desconocer la gravitación privilegiada que ésta juega en cada uno de ellos.

    Navegando entre las aguas de la filosofía, la teoría del arte y la estética, por un lado, y la arquitectura y los estudios urbanos, por otro, esta posición oscilante de los textos viene justamente a retrucar aquella ambigüedad a la cual la querella contemporánea del proyecto parece someternos: la hibridación del experimentalismo posmoderno y las estrategias defensivas del autonomismo profesional. Pero este carácter intermedio, bajo ningún aspecto señala un ánimo de reconciliación o de «suma cero» entre estas tendencias opuestas. Señala, más bien, un tránsito que busca atravesar esa disputa para dirigirse a otro lugar, aquel que motiva de fondo la confección de estos textos: una teoría del proyecto que recomponga críticamente la noción de sujeto. Por cierto, esa suma cero que se busca dejar atrás constituye uno de los más fascinantes síntomas de la actual parálisis político-crítica de los arquitectos, profundamente intoxicados por el inmovilismo que, finalmente, tanto la posmodernidad –en tanto mitología oficial del neoliberalismo– como el conservadurismo aristocrático de los melancólicos modernistas han logrado asestarle al ejercicio profesional y académico.

    Aunque es posible vislumbrar cierta sensibilidad a cuestiones políticas y medioambientales por parte del establishment de la arquitectura, sobre todo bajo la luz de los premios internacionales, lo cierto es que se trata menos del reflote de las viejas banderas de la arquitectura moderna que de un reaccionario y desesperado intento de lavado de imagen corporativa de una élite. Tras haber abrazado la muerte de la modernidad –y del sujeto– casi de manera eufórica, ella aparece hoy lamentando cínicamente las consecuencias nefastas de su elección. Sin embargo, atribuir a un sentimiento de culpa el principal motivo de ese lamento, sería conceder demasiado. Si bien los trofeos y las agendas curatoriales ahora parecen exudar un fuerte olor a progresismo plagado de sentencias sobre las bondades de la participación ciudadana y la «calidad de vida», muy poco interés existe, por parte de esta élite, en aclarar la doble verdad de su éxito: la destrucción sistemática del Estado benefactor, régimen indisociable del sentido emancipatorio de la arquitectura moderna, y el evidente agotamiento actual del neoliberalismo y su lógica de subsidiariedad.

    Pero la estridencia mediática de las agendas pro-ciudadanas de algunos nombres de la arquitectura privada actual, debe su novedad no sólo al ocultamiento de la riquísima tradición académica y proyectual que se desarrolló en el ámbito público durante décadas en el Chile pre-dictatorial, y que el Golpe liquidó y los gobiernos de la transición se encargaron de olvidar. Sin duda, la invisibilización de todos estos antecedentes de la «arquitectura social» ayudó bastante a generar el aura de innovación con la que ciertos arquitectos ahora buscan cubrirse. Pero quizás donde mejor radica la verdadera originalidad de estos últimos es que, perteneciendo a esa élite hoy en día altamente cuestionada, ahora intentan salvar sus privilegios mediante la ingeniosa integración del motivo social-demócrata de la participación con la lógica de la subsidiariedad neoliberal.

    Esta forma de concebir el proyecto de arquitectura no podría menos que despertar entusiasmo, pues aparentemente sutura todas las grietas del modelo sin incomodar a nadie, pues gana protagonismo la ciudadanía, ganan los inversores inmobiliarios, las oficinas privadas de arquitectura y de consultoría urbana, y gana, por cierto, el Estado clientelista de las concesiones y los fondos concursables. Precisamente, el carácter de avanzada que el neoliberalismo chileno representa para el orden mundial, convierte a cualquier intento de autocorrección de sus fallas en algo no sólo digno, sino urgente de destacar internacionalmente. Qué mejor ejemplo de esta dramaturgia que las últimas premiaciones que la aristocracia global de la arquitectura ha otorgado.

    Ya sea frente al inmovilismo posmoderno de los ‘80 y ‘90 o ante el entusiasmo hipster de los liberales con «sensibilidad social-ambiental» de los ‘2000, lo cierto es que está aún pendiente, al menos en nuestro país, un ejercicio ontológico que permita que otra lengua pueda asomarse bajo el dictum hegemónico con que estas dos escenas sentencian a muerte las intenciones originales de las vanguardias. Así, una modernidad pendiente y duramente castigada parece no obstante resistir la violencia con que la arquitectura intenta deshacerse, avergonzada, del aparente fracaso de sus ambiciones de emancipación y compromiso político. Justamente, Mal de proyecto constituye ese pretérito difamado que, a pesar de su represión académica y teórica por parte de la pose posmoderna y filoliberal, retorna como un fantasma reclamando el lugar de su verdad.

    En virtud de sus intentos por comprender el tono de ese retorno y reclamo, estos ensayos buscan además esbozar algunas premisas para una posible teoría del proyecto.

    Si bien cada uno de ellos pueden ser perfectamente inteligibles en prescindencia del resto, han sido hilvanados con el propósito de realizar un tránsito que va desde lo filosófico hasta lo más proyectual y arquitectónico, al mismo tiempo de articular motivos de carácter universal con aspectos propios de nuestra realidad nacional, aunque sin abandonar el matiz ontológico.

    No es casual, por su parte, que el criterio que hemos seguido para el ordenamiento de los ensayos coincida correlativamente con el de sus fechas de elaboración. Con ello se intenta capturar la estela de una reflexión que, más allá de los motivos particulares de cada uno y la diferencia de años, va describiendo un mismo movimiento.

    Si tuviésemos que escoger los términos más representativos

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1