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La era de los individuos: Actores, política y teoría en la sociedad actual
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Libro electrónico445 páginas6 horas

La era de los individuos: Actores, política y teoría en la sociedad actual

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En La era de los individuos el lector podrá encontrar una amplia variedad de perspectivas de análisis que abordan la relación individuo-sociedad. El libro introduce uno de los principales debates de la sociología y las ciencias sociales contemporáneas: la ubicación conceptual del individuo moderno, el individualismo y los procesos de individuación como dinámicas que definen pautas importantes en la constitución de los actuales actores sociales.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento30 jul 2015
La era de los individuos: Actores, política y teoría en la sociedad actual

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    La era de los individuos - Carlos A. Charry; Nicolás Rojas P.

    lom@lom.cl

    Prólogo 

    El nuevo ave fénix. Consideración, a modo de proemio, sobre el retorno del individuo

    Salvador Giner

    *

    El sueño de la civilización occidental era la instauración de un mundo de libertad en el seno de la igualdad y en el ejercicio de la fraternidad. La senda hacia ese mundo anhelado era la del progreso moral, acompañado del material. Esa utopía se ha ido cumpliendo solo a medias, cuando no ha sido demolida, en algunos casos trágicos, por los mismos que la habían anunciado.

    En el corazón de esa aspiración estuvo la noción misma del hombre como individuo, es decir, como ser libre, en semejantes condiciones a las de los demás seres humanos, independiente de lazos tribales o de clase, responsable de sus actos y aspirador legítimo a la excelencia humana. Cada hembra o cada varón de la especie eran entendidos como únicos, irrepetibles, dotados de una identidad irreductible a cualquier otra y soberanos en todos los sentidos. Dicha noción se extendía, según esa civilización de la que venimos y que es la nuestra, a todos sus miembros, sin restringir tal privilegio a minoría alguna. La abolición del privilegio era parte esencial de su programa. Todos los humanos podían labrarse a sí mismos, ser, plenamente, individuos.

    Esa era también, esencialmente, la aspiración liberal, elaborada poco a poco a través de varios siglos. Fundamentada en una visión de la dignidad humana de raíces antiguas –aristotélicas y estoicas, pero también cristianas– fue desarrollada en el Renacimiento, desde Pico della Mirandola a Francisco de Vitoria y Montaigne. La noción cobró forma política en la filosofía moral del individualismo moderno, de John Locke a Adam Smith y de este a su plasmación en las revoluciones americana y francesa.  Fue impulsada por sus teorías, pero generada sobre todo por una evolución social fundamentada en la dinámica del capitalismo, el triunfo de la burguesía, la extensión paulatina de los derechos civiles a esferas cada vez más amplias

    de la población, junto al aumento constante de la prosperidad, que permitía

    extenderla a ámbitos cada vez mayores. Las vicisitudes, conflictos, altibajos y derrotas que jalonaron todo el proceso son harto conocidos. Pero más allá de

    *  Universidad de Barcelona e Instituto de Estudios Catalanes.

    ellos hay que constatar que a lo largo del siglo xix se consolidó –en muchos países hegemónicamente– una concepción del ser humano como ciudadano que correspondía rigurosamente a la noción liberal e individualista del individuo, si se me permite esta expresión, solo en apariencia tautológica.

    El triunfo del individualismo acaeció en cuatro sentidos emparentados entre sí, pero muy distintos entre ellos: como teoría, como ideología, como método y como hecho objetivo. En el primer sentido entraña una antropología y hasta una ontología del ser humano, con las raíces clásicas ya aludidas, pero en algunos casos exacerbadas hasta el solipsismo: solo el individuo conoce, sabe y siente. De Descartes a Hume, y de este a Leibniz, hay una sólida construcción epistemológica y ética de ese individualismo. El segundo consiste en una plasmación social del primero: la comunidad política, o politeia, está formada por ciudadanos, es decir, por individuos soberanos, no por linajes ni tribus; la economía, por propietarios de bienes o de su propia fuerza de trabajo. En el tercer sentido, el triunfo filosófico del individualismo, combinado con su triunfo material, inclinó a muchos a pensar que la única unidad observable para la ciencia, y en especial para la ciencia social, no era la especie ni la clase ni la nación, sino el individuo. La generalización de esta noción a todas las sociedades ha generado el individualismo metodológico, cuya importancia en las ciencias humanas hoy es tan significativa. La cuarta dimensión pertenece al mundo de los hechos: la indagación sociológica es la que constata, hoy, en qué medida nos comportamos como seres soberanos e independientes, en ciertas circunstancias, y en qué otras obedecemos las pulsiones de la muchedumbre, las lealtades de los grupos a los que pertenecemos, o cuándo creemos ser autónomos y, en realidad, no lo somos.

    Ha habido una ‘edad de oro’ del individualismo en todas sus guisas, es decir, en estos cuatro individualismos. Es pronto para decir si volverá, aunque no tanto para constatar que fue de intensidad variable en cada país del mundo. En algunos lugares, la exclusión económica de las mayorías por parte de los privilegiados promovió intensísimos colectivismos hostiles a todo individualismo, sobre todo en los que presenciaron la industrialización; en otros los privilegios y rémoras feudales o feudaloides no permitieron una revolución liberal burguesa suficiente para que se enraizara de veras el individualismo liberal. En unos terceros, órdenes arcaicos impidieron el individualismo salvo en áreas urbanas muy circunscritas. Hoy mismo, los millones que viven en sociedades de casta –en la India, por ejemplo–

    desconocen la idea misma, aunque se haya abierto camino en las clases urbanas de sus grandes urbes; en sociedades como la China, amigas del capitalismo, fomentan una dimensión del individualismo pero excluyen otras, como la disensión política, que ahogan en un colectivismo forzado.

    Si nos atenemos a los avatares del individualismo en los países que lo vieron nacer, también en ellos toda suerte de colectivismos –incluso los del totalitarismo fascista o bolchevique– han combatido históricamente el individualismo, especialmente el que iba ligado a la hegemonía de las clases privilegiadas y sus frecuentes alianzas con políticas imperialistas o con dictaduras militares o clasistas.

    Más allá de vicisitudes como estas, puede decirse que tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y, posteriormente, tras las caídas de las dictaduras del Sur de Europa e Hispanoamérica, el siglo xx dio pie a una vasta esfera mundial dotada de un individualismo liberal muy consolidado, amparado por constituciones democráticas. Es así sobre todo si se compara rigurosamente con los muchos casos en que está ausente. Pero, vaivenes de la historia aparte, el desarrollo del individualismo no ha sido jamás lineal ni unívoco. Al contrario, desde su mismo principio encontró graves cortapisas a su propio progreso. La teoría social fue muy pronta en señalarlos.

    En efecto, el individualismo moral y económico planteado por los filósofos morales escoceses –Adam Smith, David Hume, Adam Ferguson– y proclamado por los pensadores políticos republicanos que fundaron los Estados Unidos de América presentaron una visión prescriptiva y no solo descriptiva del individualismo, sin detenerse a analizar, como no podía ser de otro modo, los efectos perversos de lo que proclamaban. En plena ascendencia del individualismo liberal, cuando su pujanza era imparable aunque quedaran aún vastos espacios por conquistar, diversos filósofos liberales, como los coetáneos John Stuart Mill y Alexis de Tocqueville, teóricos ellos mismos del individualismo, se apresuraron a demostrar la posibilidad de que se aboliera a sí mismo, por así decirlo, llevado por su propia lógica contradictoria. Tocqueville, en particular, desarrolló toda una concepción de la homogeneización general de las sociedades democráticas y su degeneración en un universo de seres iguales, solitarios y mezquinos. Había nacido una de las concepciones sociales destinadas a alcanzar mayor popularidad ideológica de los tiempos modernos, la de la sociedad moderna como ‘sociedad masa’ o ‘de masas’, en la que preponderan individuos que han dejado de serlo en sentido estricto. La teoría de la llamada masificación –tanto si es de política de masas como si es de manipulación mediática (mercados de masas, publicidad de masas) o antropológica (hombre masa)– entraña una demolición de la teoría clásica del individualismo. Un desencanto con las ilusiones liberales del progreso general de las identidades personales soberanas.

    El paso del tiempo y la maduración de la reflexión sociológica sobre estos asuntos en el siglo xxi, sin embargo, han permitido hoy una seria reconsideración de la perspectiva sobre el individualismo. Otros factores –el neoliberalismo, el retroceso de los partidos socialistas y colectivistas, aunque no el de los movimientos populares de protesta anticapitalista– también han favorecido la reconsideración. Han fomentado el retorno, de otra guisa, del individualismo, no necesariamente liberal, sino humanísticamente mucho más vinculado ahora a la fraternidad y a una noción más compleja de la justicia social. Una de las fuerzas que más han contribuido a un renacimiento de la teoría contemporánea del individualismo y del individuo mismo ha sido el fracaso de las teorías excesivas sobre la supuesta masificación. Por otra parte, las corrientes económicas en favor de una ‘personalización’ del posible cliente o comprador de bienes han forzado a los técnicos del mercadeo a recomendar tácticas más estratificadas y enfocadas de ventas. Entre unos y otros influjos –algunos de genuino interés teórico, otros más espurios, puesto que están aguijoneados por la sed de beneficios empresariales a través de la publicidad– se ha despertado un interés sobre los nuevos fenómenos generados por la nueva faz del individualismo en el ya avanzado siglo xxi. Estos incluyen formas perversas, como la personalización de las ventas (la individuación como estrategia promocional empresarial al margen de cualquier moralidad) y otras menos sospechosas, que obedecen a la reacción inteligente de los ciudadanos contra los excesos de la homogeneización o masificación de las sociedades contemporáneas.

    La era de los individuos es un libro que no podría ser más oportuno. Compilado con acierto por los sociólogos Carlos Andrés Charry y Nicolás Rojas Pedemonte, está destinado a ser un referente muy sólido sobre la problemática de las nuevas formas del individualismo contemporáneo y, en especial, sobre los procesos de individuación que se están produciendo hoy. Tiene la virtud de poseer la mayor solidez, al evitar un tratamiento que obedezca solamente a cualquier moda reciente sobre el asunto, para enraizarse en sus bases teóricas más sólidas. Ello se hace evidente cuando, tras una presentación de la problemática en toda su complejidad, el presente tratado comienza con sendos análisis de las aportaciones de los dos máximos teóricos del individualismo, la individualización y la individuación del siglo xx, Georg Simmel y Norbert Elias. Este último es estudiado por su máxima intérprete en lengua castellana, Gina Zabludovsky, que nos ofrece una visión del conjunto de la obra del maestro, cuyos análisis sobre los procesos civilizatorios y los descivilizatorios permanecen insuperados. Elias los vinculó siempre a los avances del individualismo con todas sus contradicciones. Uno de sus libros, La sociedad de los individuos, es hoy un locus classicus para cualquier indagación sobre este fenómeno. El otro referente clásico es, naturalmente, la obra de Georg Simmel, que encuentra en Germán Porras un analista a la altura de aquel sabio, el más extraordinariamente sutil de los sociólogos clásicos.

    Los capítulos siguientes cubren las dimensiones ineludibles de la problemática. José Antonio Noguera, representante de primera línea de la sociología analítica contemporánea, e íntimo conocedor del individualismo metodológico, lo presenta aquí con lucidez y ecuanimidad, seguido del capítulo que Omar Aguilar dedica a la insoslayable cuestión de la tensión entre el individuo, las estructuras (o sistema) en que se encuentra, y la relación entre sujetos, o intersubjetividad, que entraña. Por su parte, Alain Touraine, uno de los sociólogos de la acción más eminentes, presenta sus teorías sobre el sujeto y la subjetividad que le han otorgado el prestigio que posee y que vincula aquí con la fenomenología del individuo y del individualismo. Uno de los editores, Nicolás Rojas Pedemonte, completa la noción de sujeto para engarzarla con la problemática sociológica del individuo; Danilo Martuccelli, por su parte, desglosa conceptualmente dicha problemática, en un análisis conceptual que es absolutamente necesario para avanzar en este terreno.

    La compilación culmina con dos estudios sin los cuales no poseeríamos una visión satisfactoria. Por una parte, Marcelo Salas y Luciana Castronuovo estudian la relación entre el individualismo y la individuación con linajes y familias. Todos, hasta los individuos más desvinculados, pertenecen a familias, se emancipan relativa o fuertemente de ellas, y la mayoría las constituyen ellos mismos a lo largo de sus vidas. Las familias engendran individuos, contra lo que pueda pensarse, y los emancipan, pero también los circundan, los ahogan y hasta los anulan en algunos casos. Esta necesaria exploración se completa y compensa con la de Salvador Aguilar, que se enfrenta con otra faceta de la individuación metodológicamente crucial: la de la confrontación del individualismo, la individualización y la individuación en el seno de los movimientos sociales colectivistas o igualitaristas, sobre todo en el caso del socialismo. Las complejas relaciones entre el individuo en el seno de movimientos de emancipación social que no niegan la libertad ni al afirmación personal o las legítimas ambiciones de cada cual, pero que exigen acción concertada colectiva, son analizadas por este autor con característico rigor. El resultado general de lo reunido en La era de los individuos, compuesto por aportaciones originales expresamente preparadas para este volumen, no podía ser más halagüeño. Estamos ante una compilación tan útil como necesaria en nuestro momento histórico, ya en pleno siglo xxi. Como un nuevo ave fénix, el individualismo de antaño renace hoy de sus cenizas colectivistas, de sus batallas perdidas. Será un ave más sabia, tal vez, menos cruel y más justa.

    Introducción 

    La era de los individuos: la sociología y la esfera individual en el mundo contemporáneo

    Carlos Andrés Charry

    *

    Nicolás Rojas Pedemonte

    **

    Las estructuras de la psique humana, las estructuras

    sociales de la humanidad y las estructuras de la historia

    humana son indisolublemente complementarias, y

    solo pueden ser entendidas en conjunción de

    unas con otras. Ellas no existen y se mueven en la

    realidad según  la escala  y la singularidad asumida

    por las actuales investigaciones. Ellas son, con

    otras estructuras, el objeto mismo de las Ciencias Humanas.

    Norbert Elias

    Ni la vida de un individuo ni la historia de una sociedad

    pueden entenderse sin entender ambas cosas.

    Charles Wright Mills

    La configuración de las ciencias sociales ha sido un proceso ambivalente, marcado por la constitución de intereses y prácticas académicas de distinto orden. El proceso formativo y la organización disciplinar de las ciencias sociales calcó el modelo de constitución y construcción de conocimiento de la Ilustración. Este proceso se derivó de la conflictiva bifurcación entre una filosofía especulativa y una filosofía que se comenzaba a orientar hacia lo que hoy conocemos como ciencias naturales, con la elaboración de leyes y teorías del conocimiento de carácter empírico y universal. Hacia el siglo xiv la filosofía cuestionó las formas tradicionales del conocimiento, la teología y la escolástica, planteando la necesidad de volver al uso de la

    razón secular como eje central de la construcción del conocimiento empírico.

    Hacia el siglo xvi se extendió la crítica al subjetivismo del conocimiento filosófico. Partiendo de la idea de alcanzar mayor objetividad, un

    distanciamiento con los fenómenos, se insistía en la necesidad de encontrar metodologías en las que la medición de lo repetitivo y constante pudiese dar origen a un conocimiento universal de los fenómenos, principalmente de los fenómenos de la naturaleza. Esta tensionante configuración de los modos de construcción de conocimiento dio cuerpo, con el paso de los siglos, a dos tradiciones que hasta la actualidad es posible identificar. Aquella que repara en el contexto, en lo particular, en lo único e irrepetible, descendiendo de la filosofía hermenéutica y la historiografía, es actualmente conocida como la tradición ideográfica. Mientras, por su parte, la tradición nomotética estudiaría las regularidades y leyes universales, con un preeminente influjo de la filosofía positivista[1].

    Hacia finales del siglo xviii un conjunto de acontecimientos, tales como la Revolución francesa, la Revolución de los Estados Unidos y el posterior establecimiento durante el siglo xix de los Estados nacionales en el mundo occidental, indicaba la necesidad de generar un conocimiento especializado sobre las sociedades y sus transformaciones. Aparecen así las ciencias sociales como una forma aparentemente innovadora de construcción de conocimiento. Esta innovación radicaría en la conformación de un campo de estudios poco convencional: el estudio de las transformaciones sociales. Sin embargo, la constitución de este nuevo grupo de disciplinas ocurrió en un contexto intelectual marcado por el positivismo, entonces legitimado desde las ciencias naturales. Estas últimas alcanzaban validez frente a la opinión general al establecer un fuerte vínculo entre el conocimiento y el ideal de progreso. Se asumía, por tanto, que la ciencia y la técnica lograrían un mayor dominio del hombre sobre el mundo que le rodeaba[2].

    En medio del irreconciliable divorcio entre dos culturas, posteriormente bautizadas como paradigma nomotético e ideográfico, se fueron conformando las ciencias sociales. Se desarrolló un variado espectro de disciplinas (sociología, economía, ciencia política, antropología, historia, etc.) en una espiral ascendente cuyo punto crítico comenzó a mediados del siglo xix y terminaría en la segunda posguerra de mediados del siglo xx. Este período, además de dar cuenta de una de las mayores transformaciones de las estructuras universitarias, convencionalmente divididas entre facultades de ciencias y de humanidades, catalogó cuáles ciencias sociales eran nomotéticas y cuáles otras, ideográficas. Se conformó el trío nomotético de la sociología, la economía y la ciencia política, a partir de sus pretensiones de un conocimiento universal sobre cada uno de los fenómenos que analizaban. La antropología, la historia y los denominados estudios orientales (más adelante emergerían los estudios de otras regiones), por su parte, se fueron  catalogando en el paradigma ideográfico, donde el análisis de lo particular, del contexto, parecía adquirir una mayor relevancia (cf. Wallerstein 1997).

    Esta forzosa división paradigmática se vio intensificada por la creciente delimitación de objetos de estudio que serían propios de cada disciplina. Así, por ejemplo, la cultura (de las sociedades primitivas) para la antropología, las formas de organización sociopolítica (de las sociedades modernas) para la sociología, el Estado y sus instituciones para la ciencia política, el mercado para la economía, el pasado para la historia y la mente para la psicología. Además, esta división del trabajo intelectual se fue consolidando con la construcción de métodos de investigación propios para cada disciplina: la etnografía y el análisis documental para los antropólogos y los historiadores, mientras que las ciencias sociales nomotéticas se apropiaron de los métodos de investigación estadísticos, legitimados por su supuesta neutralidad y objetividad. Si bien estas distinciones se hacían realidad a nivel organizacional y administrativo, dentro de estas nuevas comunidades científicas siempre existieron importantes propuestas transfronterizas, como la del propio Max Weber. Por un lado, con sus estrategias histórico-comparativas Weber acercaba la sociología a la historia y, por otro, difuminaba las fronteras entre la tradición ideográfica y nomotética al realizar imputaciones causales entre tipos ideales. En estricto rigor, el desarrollo arbitrario de las ciencias sociales como áreas compartimentadas no estuvo exento de contradicciones ni de propuestas divergentes, entre otras, la del mismísimo Max Weber.

    A su vez, el proceso formativo de las ciencias sociales estuvo marcado por la configuración de un conjunto amplio de antinomias, tales como comunidad-sociedad, estructura social-acción social, consenso-conflicto, estructura-infraestructura y, en particular, individuo-sociedad. No obstante, los debates suscitados en torno a aquellas antinomias, en especial acerca de la última, no decantaron en conclusiones claras y sistemáticas. Si bien se desarrolló un amplio acervo teórico y metodológico, las ciencias sociales y la propia sociología continúan enfrentándose hoy al desafío de explicar consistentemente los fenómenos de la esfera individual (cf. Giddens 1997).

    A partir de 1945 las ciencias sociales comenzaron a experimentar nuevas transformaciones, auspiciadas por esfuerzos de reposicionar los valores y principios de la modernidad por parte de los Estados occidentales. Estos Estados encontraron en aquel grupo de disciplinas un aliado estratégico para la implantación de principios y políticas en lo que hoy se conoce como Estado de bienestar. En esta reconfiguración política, la economía, la sociología, la historia y la recién institucionalizada ciencia política hicieron del Estado y de los problemas de las distintas sociedades nacionales su principal foco de interés. Los estudios sobre la pobreza, las migraciones, el crecimiento económico de las naciones, la urbanización, los actores políticos y las instituciones pasaron a crear campos de subespecialización en cada una de estas disciplinas, intensificando así las divisiones que anteriormente se habían establecido entre ciencias sociales nomotéticas e ideográficas. El Estado se volvió el principal referente de conceptualización y análisis de los científicos sociales. Sin embargo, la mirada estadocéntrica se ha visto desafiada por profundas transformaciones sociales desde la segunda mitad de la década de 1970. Tanto los expertos como los ciudadanos en general han sido testigos de una profunda reconfiguración del Estado, junto a la disminución de su capacidad y atribuciones para cumplir con las expectativas de estabilidad y crecimiento propias del ideal de progreso. El proyecto moderno entraba así en un nuevo estadio de alcance planetario.

    La modernidad, en su fase de globalización, es el resultado de la instauración de redes tecnológicas, de riqueza, poder e información que están ampliando de manera progresiva la capacidad productiva y las interdependencias entre las sociedades, desafiando así también a los Estados nacionales, sus marcos institucionales y sus patrones de estabilidad y reproducción social. Como bien lo expresó Ulrich Beck, el proceso de la globalización usualmente  ha sido caracterizado como el desarrollo de una sociedad mundial políticamente multidimensional, policéntrica y contingente en la cual agentes transnacionales y nacionales juegan al gato y el ratón. [...] dicho más exactamente, sociedad mundial sin Estado mundial y sin gobierno mundial (Beck 1998, 163). Sin embargo, esta noción auspiciada por la idea generalizada de que el desarrollo de una economía internacional ha desplazado por completo la funcionalidad de los gobiernos y de los Estados, como de las relaciones nacionales (pues se asume que todo está en una red mundial dominada por la mano invisible del mercado), ha impedido a su vez entender cuáles son las características del proceso de cambio y su complejidad a nivel de los actores locales e individuales.

    Ciertamente, la profundidad de estas transformaciones sociales sugiere la existencia de importantes implicancias a nivel individual. Tales fueron las proporciones de esta reconfiguración mundial, que analistas del siglo xx como Eric Hobsbawm se atrevieron a decir que se trataba de una extraordinaria disolución de las normas, tejidos y valores sociales tradicionales, [que] hizo que muchos habitantes del mundo desarrollado se sintieran huérfanos y desposeídos (Hobsbawm 1997, 427). Este fenómeno generalizable más allá del mundo desarrollado pasó a tener una resonancia específica en las formas de individuación. Con el debilitamiento de los patrones de reproducción social, del Estado y de la protección que brindaba su jaula de hierro, las sociedades de mercado globalizadas comenzaron a requerir de personas más preparadas y más competitivas, pero, a su vez, de individuos más flexibles y públicamente impersonales (Sennett 2000). Si bien esta situación no resultó dramática para todas las personas, resulta compleja si se tiene en cuenta el paulatino desvanecimiento de las grandes identidades encarnadas durante varias décadas por amplios grupos sociales y humanos, tales como la nación, la raza y la clase social (Balibar y Wallerstein 1991). En definitiva, los procesos de reconfiguración de las identidades se traducen en el desanclaje de los propios individuos respecto a los contextos tradicionales en los que actuaron y vivieron en los últimos 200 años. En última instancia, se estaría en presencia de una reconfiguración o crisis de los patrones tradicionales de reproducción.

    Tal como lo planteó la Comisión Gulbenkian en su informe para la reestructuración de las ciencias sociales (2003), producto de las grandes transformaciones mundiales, se requiere de una reconfiguración de las ciencias sociales que se sustente en la creación de métodos y teorías distintas a las tradicionalmente construidas por la filosofía y las ciencias naturales. Dicha transformación implica una ruptura con el pensamiento estadocéntrico que ha marcado la constitución misma de las ciencias sociales. Se trataría necesariamente de reposicionar al Estado, ya no como el principal referente de estructuración y cambio social, sino como una de las dimensiones –entre otras– más relevantes para el estudio de la sociedad. Así también, urge enfatizar que solo si las ciencias sociales protegen y fomentan sus espacios de autonomía académica frente al mundo de lo urgente, el Estado y el mercado podrán encargarse de responder científicamente a las más profundas interrogantes actuales. Aun cuando el aporte técnico de las ciencias sociales al mundo de la política y la administración es de suma relevancia, en aquellas sociedades en desarrollo, donde se ha enfatizado históricamente su carácter útil y tecnocrático, resulta perentorio fomentar también disciplinas enfocadas al desarrollo de conocimiento propiamente científico. En este sentido, también se requiere que las ciencias sociales se desarrollen en dinámico diálogo y colaboración interdisciplinar, trascendiendo fronteras históricas sustentadas más en aspectos político-administrativos que en reales diferencias epistemológicas o metodológicas. Asumir las propias limitaciones disciplinares frente a objetos de estudio comunes representa una gran oportunidad para conjugar saberes por décadas desconectados, como compartimentos estancos. Los desafíos que plantean las nuevas transformaciones sociales son acuciantes y desafían, por un lado, a las disciplinas a dialogar y, por otro, a revisar profundamente las raíces de sus teorías, pues es allí donde aún perduran sus convergencias. Se espera así que sean capaces de ofrecer respuestas consistentes acerca de las nuevas dinámicas sociales en un contexto de creciente globalización y cambio social y, en particular, sobre sus implicaciones con la emergencia de nuevos actores e identidades en los procesos de individuación.

    Ante el nuevo escenario social y los procesos globales que lo reconfiguran, esta publicación se origina orientando una mirada sociológica a la emergencia de nuevas formas de individuación y subjetivación. La problemática alcanza una visible relevancia sociológica puesto que estas  transformaciones han visibilizado no solo la emergencia de nuevas identidades, sino también de nuevos conflictos. A partir de dichos fenómenos, las ciencias sociales, y en particular  la sociología, la más ambiciosa y amplia  de este grupo de disciplinas, se han visto interpeladas en su profundidad y alcance analítico. Por su vocación tanto explicativa como comprensiva de la realidad social, la sociología se enfrenta al desafío de dar respuesta a tales transformaciones. Históricamente, la sociología se ha propuesto generar modelos explicativos de estas complejas realidades que han conformado un amplio acervo conceptual y una pluralidad de perspectivas. Su amplitud le ha permitido incluso, como a uno de sus fundadores, Max Weber, traspasar muchas veces las fronteras de lo ideográfico y lo nomotético. Su amplia diversidad paradigmática, que aun cuando podría representar una dificultad para sus pretensiones de cientificidad, expresa una gran riqueza teórica y metodológica que, de alcanzar mayores niveles de sistematización, podría responder a la elevada complejidad de los fenómenos emergentes. De modo tal, este volumen pretende robustecer las herramientas que destacan a la sociología como una ciencia social atenta a los desafíos que plantean las nuevas dinámicas de cambio social y la constitución de nuevos actores e individuos. Ciertamente, identificar las coordenadas sociológicas de la noción de individuo resulta ineludible a la hora de repensar las actuales transformaciones sociales. En dicha perspectiva, esta publicación intenta suscitar nuevas interrogantes, pero además aportar elementos a las

    discusiones sobre el papel que ha jugado la noción de individuo en el desarrollo de la teoría sociológica, también respecto a la manera en que lo social se orienta hacia lo propiamente individual, hacia la esfera íntima y, por último, acerca de la proyección de lo individual hacia la esfera colectiva.

    En relación con el primer propósito, el pensamiento social primigenio y su posterior institucionalización disciplinar en la sociología dan cuenta de un extenso –y no resuelto– debate en torno a la centralidad social del individuo que amerita ser profundizado a lo largo de esta publicación. Esta noción hasta ahora ha transitado infructuosamente entre las visiones holistas y las individualistas, entre el paradigma nomotético y el ideográfico, entre la estructura y la acción, etc. No obstante, estas contrapuestas tendencias se han manifestado en escenarios interpretativos acordes a momentos y espacios históricos concretos y, ciertamente, la actualidad presenta especificidades que no se pueden eludir.

    El alto grado de disenso sobre la noción de individuo en el robusto acerbo teórico de la sociología invita a desarrollar esfuerzos de sistematización y diálogo sobre las nuevas implicancias de lo individual en un escenario social de intensivas transformaciones. Así, por ejemplo, en un contexto global en permanente reconfiguración, incluso la acción colectiva podría presentar un estrecho vínculo con los procesos de individuación y explosión de las identidades. En tal caso, el desafío radicaría en ofrecer nuevas posibilidades analíticas para aproximarse sociológicamente a una acción colectiva que no solo encarnaría proyectos colectivos, sino también personales. En un contexto donde las problemáticas propias de la intimidad se han comenzado a tomar el espacio público, y donde singulares actores convergen y pugnan por la definición de lo público, de lo político, resulta ineludible examinar el legado de la sociología y aventurarse por nuevos horizontes analíticos acerca del individuo. En definitiva, este volumen intenta convertirse en un espacio propicio para estudiar y calibrar los constructos analíticos de la sociología respecto a la relación entre individuo y sociedad. En los siguientes capítulos el lector podrá sumergirse en debates fundamentales en la historia de la sociología, así como también profundizar en autores capitales para la disciplina y aproximarse a propuestas nuevas y actualizadas sobre la relación del individuo y la sociedad.

    [1]  Es, precisamente, Windelband (1949) quien aporta estas nociones, no obstante, su discípulo Henry Rickert y el pensador hegeliano Wilhem Dilthey fueron quienes –aunque con distintos énfasis– desarrollaron con mayor profundidad la discusión. Dilthey (1980) distinguió las ciencias naturales de las ciencias del espíritu desde una perspectiva específicamente epistemológica. Las ciencias del espíritu buscarían la comprensión de las significaciones culturales, mientras las primeras estudiarían las externalidades desde un abordaje positivista. Por su parte Rickert (1980), desde un énfasis metodológico, opuso las ciencias naturales a las ciencias de la cultura. Indicó, en líneas generales, que  mientras las primeras utilizarían un método generalizador, las segundas se valdrían de un método individualizador, o en lenguaje de Windelband (1949), ideográfico. Para una mayor ampliación sobre estos debates, es posible consultar las fuentes directas mencionadas o el tratamiento particular que le dan Elias (1996) y Wallerstein (1997).

    [2]  No sobra recordar que las primeras definiciones de sociología propuestas por Comte, mostraban a esta disciplina como una física de lo social (cf. Giddens 2001).

    Bibliografía

    Balibar, E. e I. Wallerstein.

    1991. Race, nation and class. Ambiguous identities. New York: Verso.

    Beck, U

    . 1998. ¿Qué es la globalización? Madrid: Paidós.

    Comisión Gulbenkian. 2003. Abrir las ciencias sociales. Informe de la Comisión Gulbenkian para la reestructuración de las ciencias sociales. México: Siglo XXI Editores.

    Dilthey, W.

    1980. Introducción a las ciencias del espíritu. Madrid: Alianza

    Elias, N

    . 1996. Compromiso y distanciamiento. Barcelona: Ediciones Península. 

    Giddens, A.

    1997. Política, sociología y teoría social. Barcelona: Paidós.

    . 2001. Capitalismo y la moderna teoría social. Buenos Aires: Idea Books.

    Hobsbawm, E.

    1997. Historia del Siglo XX. Barcelona: Crítica.

    Rickert, H.

    1980. Ciencia cultural y ciencia natural. Madrid: Espasa Calpe.

    Sennett, R.

    2000. La corrosión del carácter. Barcelona: Anagrama.

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    1997. El espacio-tiempo como base del conocimiento. Revista Análisis Político, 32, 1-15.

    Windelband, W.

    1949. Preludios filosóficos. Figuras y problemas de la filosofía y su historia. Buenos Aires: Santiago Ruedas.

    La individualización en la obra de Norbert Elias

    Gina Zabludovsky*

    El presente texto explora la concepción de individualización en Norbert Elias (1897-1990), uno de los autores más relevantes para la sociología del siglo xx, cuyas obras permanecieron desconocidas durante mucho tiempo, y aún no han recibido la atención que merecen[1]. Esta situación explica por qué sus concepciones sobre el individuo y la individualización, formuladas  desde la década de 1930, continúan siendo relativamente desconocidas[2].

    Para desarrollar el tema, este artículo muestra la importancia de las tesis sobre el proceso de civilización que el autor distingue: la perspectiva histórica de la sociología de Norbert Elias y la relación de la individualización con la diferenciación, el riesgo social y el sentimiento de soledad en las distintas etapas de la vida. Posteriormente, analiza la posición crítica de nuestro autor frente a las relaciones entre individuo y sociedad, las nociones de acción social, estructura y sentido, y la separación entre los enfoques micro y macro en sociología.

    1. Individualización y civilización

    Elias considera que la individualización, característica de la sociedad moderna, debe entenderse a la luz del proceso de civilización, que es una constante en toda su obra. En sus análisis de la cuestión, Elias parte de las perspectivas teórico-metodológicas que caracterizan su pensamiento, como la defensa del carácter interpretativo de la sociología, una disciplina que debe  superar su frecuente presentismo y que se desarrolla en estrecha relación con la historia[3].

    La individualización es un proceso que se da a lo largo de siglos. Lejos de responder al orden biológico y a la naturaleza humana[4], es una transformación social ajena al control de las personas y resultado de sus relaciones mutuas, que se produce a la par de la creciente diferenciación de las funciones sociales y el dominio cada vez mayor sobre las fuerzas naturales.

    El proceso se caracteriza por el paso de pequeñas agrupaciones humanas con necesidades simples y plazos de actuación relativamente cortos hacia grandes conglomerados que se definen por un desarrollado aparato de coordinación y de gobierno, y por el control sobre los comportamientos y la existencia de necesidades individualizadas y complejas.

    La movilidad aumenta conforme disminuye el encapsulamiento dentro de familias, grupos ligados al parentesco y comunidades locales. El individuo deja de pertenecer a las pequeñas unidades sociales para integrarse paulatinamente a las grandes organizaciones. Las tareas de protección y control que eran ejercidas por uniones vitalicias e indisolubles, y grupos endógenos reducidos (como clanes, comunidades rurales o gremios) se transfieren a las agrupaciones estatales altamente centralizadas y cada vez más urbanas. En el transcurso de este cambio, al llegar a la edad adulta, los seres humanos dependen cada vez menos de sus pequeñas colectividades para la protección de la salud, la alimentación, el salvaguardo de lo heredado y lo adquirido, y las posibilidades de obtener ayuda y consejos. La cohesión y armonía comunitaria se relajan, y la actuación desde la perspectiva del nosotros se ve sustituida por una conciencia de la importancia de

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