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El puente de Dorian
El puente de Dorian
El puente de Dorian
Libro electrónico222 páginas3 horas

El puente de Dorian

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Dorian es un limosnero y vive en un puente. Pide limosna en la plataforma y duerme en el paso inferior. Otros personajes permanecen siempre en el viaducto. Hay una monja que camina de un lado a otro del puente, cubriendo su rostro con una capucha. Lord Mordel es un noble deteriorado que ha gastado su riqueza en apuestas, burdeles y alcohol. Una despreciable pareja, formada por una mujer gruñona y su sumiso prometido, están detrás de Lord Mordel porque esperan que les venda su palacio. Dos policías poco profesionales molestan a Dorian a menudo, interrogándolo bastante porque sospechan que es el asesino de una mujer. Lena, la florista, siempre es amable con Dorian, y también lo es Arthur, el dueño del puesto de comida. Por último, Theodore también es un limosnero, pero mucho más cruel que Dorian. Éste es un buen hombre, y un día conoce a una dama muy hermosa que pierde su pañuelo. La mujer se siente enamorada de Dorian, y le pide que se case con ella, pero jamás regresa. El mendigo se entristece, y tiene otro problema. De hecho, siente que está perdiendo su memoria gradualmente, y parece como si nunca hubiera dejado el puente. Un día, algo espeluznante sucede. Dorian se da cuenta de que la plataforma está vacía, salvo por la presencia de dos gemelos que, misteriosamente, se transforman en horrendos monstruos y persiguen a Dorian, que logra llegar al paso inferior, donde está a salvo. Además, nacie reconoce al pordiosero después de esta pavorosa experiencia. El limosnero intenta comprender los sucesos, pero, mientras más usa la lógica, más fracasa.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento18 sept 2019
ISBN9781071509760
El puente de Dorian

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    El puente de Dorian - Nicola Vallera

    1

    Érase una vez un hombre y un puente. Éste y aquél estaban relacionados de alguna forma, hasta el día cuando el hombre entendió que este mundo no era como él había pensado.

    El hombre era un limosnero cuya casa era el puente mismo. Su nombre era Dorian, y era tan pobre que no podía pagar ropa nueva, una casa, o tener una familia como cualquier ser humano decente. El mendigo era un buen hombre, pero, oigan, cuando digo bueno, quiero decir ¡BUENO! Desafortunadamente, este mundo no siempre recompensa la bondad, la honestidad, la moralidad, la buena disposición, la integridad, o como lo llamen.

    El pordiosero, que parecía cachorro callejero, había pasado su humilde vida flotando en el mar, a veces áspero, a veces calmado, de la pobreza. Sus no tan gratos recuerdos eran una mezcla de momentos tristes, tales como la muerte de su querida madre y de su hermana pequeña a causa de la tuberculosis. La imagen de sí mismo sollozando vehementemente junto a la cama en la que yacía el minúsculo cuerpo de su hermana había retorcido su consciencia y significado mucho durante su vida.

    Dorian había atravesado incontables obstáculos que, como enormes rocas que presionaban sus precarios hombros, habían marcado su nada envidiable existencia. Cuando niño —y qué desafortunado niño—, después de haber balanceado sus pesados pensamientos, presionado duramente por la responsabilidad que no espera a nadie, Dorian había dejado sus estudios para ayudar a su familia.

    ¡Oh, si tu querido padre siguiera vivo, Dorian, no atravesaríamos todo esto! ¡Lo siento tanto por ti, mi querido hijo!, solía decirle su desfavorecida madre una y otra vez cuando el pequeño Dorian trabajaba cargando canastas llenas de grueso y denso carbón con olor seco que le rompían los hombros. Las correas mojadas y cortantes eran tan potentes como látigos en la piel de un muchacho tan joven, tanto que causaron que envolviera la parte superior de su cuerpo con una venda, asemejando a una pequeña momia. Ese pequeño y desnutrido niño estaba tan completamente agotado que algunos transeúntes emotivos derramaban lágrimas por él.

    Luego, estaba el puente. Era uno normal, como los billones allá afuera. Algunos provocan pensamientos, mientras que otros carecen de carácter. Una vista bonita, pero estremecedores por la noche, urbanos o rurales, algunos viejos, algunos nuevos, así son los puentes diseminados alrededor del mundo. De la ciudad al campo, o incluso en las montañas, algunos abiertos al tráfico, otros pensados sólo para peatones, los puentes representan sueños con sus encantadores misterios y su naturaleza crepuscular. Sólidos vínculos entre riberas, en efecto, son una victoria sobre la naturaleza de las agitadas aguas de los ríos, que les guardan rencor y parecen decirles: ¡Oigan, puentes, un día vamos a alcanzarlos! Ustedes son sólo productos humanos y, como toda estructura artificial hecha por humanos, están condenados. Pero los puentes son sólidos y distantes. Sostienen a toneladas de personas sin siquiera darse cuenta.

    Algunas veces, los puentes ni siquiera son observados por el alto número de habitantes que los pisan en su día a día porque la gente está absorta en su rutina o simplemente porque los han visto con demasiada frecuencia y ni siquiera una pizca de asombro cosquillea sus centros de curiosidad en sus mentes citadinas convertidas en cenizas. Por otro lado, cuando alguien vive lo suficiente en tales estructuras, pueden detectar mucho más en ellas que simplemente un puente, y un inframundo desconocido puede mostrar de pronto sus sombríos dientes.

    Algunos puentes son estructuras impresionantes que sacan de sus bocas palabras como ¡Wow! ¡Miren eso! ¡Genial!. Pero algunas de estas estructuras suspendidas pueden significar mucho más que un mirador impresionante. Increíblemente, los puentes son capaces de albergar vida de distintas formas; no obstante, es posible que algunas criaturas vivientes no coincidan con su definición de vida.

    Los puentes brindan refugio a seres vivos impensables y provocan sentimientos particulares a aquellos que son lo suficientemente sabios para bajar la velocidad de su rutina diaria y observar cada detalle oculto incrustado encima, dentro, y debajo de la plataforma, los pilares, las barreras, los muelles, y las vigas. Algunos puentes son el punto de encuentro, o, mejor, significan todo para una comunidad determinada.

    Aquel puente, el de Dorian, tenía pisos. Sobre todo, había una elaborada barandilla embadurnada de ónice que pasaba por alto la capa inferior, un grueso complejo marmóreo. Más abajo, había una caída tal que, si no fuera por los pilares, esas robustas piernas destinadas a sostener el camino suspendido, el puente se habría visto incluso más asombroso y peligroso de lo que era.

    Por la noche, sus posturas contrastaban drásticamente con su festiva y radiante actitud diurna de crema traslúcida. Tomando ventaja de la oscuridad, los murciélagos separaban sus pequeños cuerpos de sus perchas y los cuervos se detenían en las barandillas. Sin embargo, durante el día, se veían palomas y petirrojos sobre la plataforma, y parecían cantar canciones para los enamorados que paseaban. Por el contrario, las noches eran iluminadas por lámparas austeras cuya luz no parecía auténtica, una luz tan pálida y de inframundo que ocasionalmente podía distorsionar la realidad como en un lienzo retocado.

    2

    Algunos otros recuerdos hirientes se habían desbordado e inundado la mente del limosnero en incontables ocasiones, y uno, en particular, se asociaba con el hecho de que se comportaba como un avestruz cuando intentaba relacionarse con el sexo opuesto. Aclarémoslo, la apariencia de Dorian no era tan mala, pero su ya tímido carácter había empeorado debido a sus deplorables condiciones. Todos esos problemas habían creado a un muchacho absolutamente poco atractivo que siempre había alejado a las chicas.

    ¡Nunca saldría contigo, Dorian, porque no eres nada! ¿Cómo te atreves a intentar algo conmigo, miserable don nadie insignificante?, le gritó una vez una chica llamada Alice, manteniendo sus graciosos brazos cruzados mientras se apartaba de él. Las cejas curvas de Alice se habían fruncido como las de un tigre enfurecido listo para atacar a su presa. La manera como había mantenido cerrados sus labios estrechos y seductores era resultado del sacrilegio contra esa joven diosa perpetrado por ese insolente y desempleado maestro de nadie de clase baja. El nervioso golpeteo del pie de la chica había inducido a Dorian a darse vuelta lentamente, manteniendo su cuerpo congelado como un maniquí debido a la vergüenza. Luego, el mendigo partió, evitando mirar a los vecinos entrometidos que ya se habían reunido para presenciar aquella estrepitosa reprimenda.

    Algunas ancianas observaban la escena en silencio desde sus ventanas. Algunos sujetos robustos (el rechoncho carnicero, el malicioso pescadero, y el poco agraciado frutero) se reían mientras comían salchichas secas, gruesas y grasosas en bancas de madera frente a una de sus apestosas tiendas. Al otro lado de la calle, un gran grupo de granujas había interrumpido su competencia de salto de cuerda para entender qué estaba pasando.

    Dorian nunca se había sentido tan avergonzado en su vida. El corazón del rechazado muchacho había latido a una velocidad increíble cada vez que había esperado, sólo por un momento, poder tener una oportunidad con bellezas de su misma edad que estaban acostumbradas a hablar de manera afectada. Él había visto la misma escena una y otra vez a lo largo de los años cuando un número considerable de chicas bonitas, por una u otra razón, siempre habían puesto los ojos en blanco y dejado al pobre adolescente mirándolas desde lejos. Por desgracia, el amor no puede ser sólo unilateral.

    Dorian había trabajado por años respirando polvo de carbón y comiendo poco. Algunos días, una sopa con unas pocas piezas de pan duro había sido más que suficiente para él. No había tenido que esperar más para adquirir lo que él sentía como fuego ardiendo dentro de sus huesos. ¡Un sentimiento terrible sin duda! Había empezado a sentirse enfermo con fiebres reumáticas después de su adolescencia, y esa enfermedad había sido la causa de su despido. En ese entonces una crisis había golpeado y ahogado al mundo, y Dorian, con su cuerpo enfermizo y débil, y que ya no era un niño, ya no había sido capaz de llevar comida a casa. ¡Lo siento, amigo, pero no necesitamos nuevos trabajadores aquí!, estaba acostumbrado a escuchar a cada nuevo intento de alcanzar un rol esencial en la sociedad.

    Dorian estaba condenado, y, después de que sus seres queridos habían fallecido, no sentía ganas de hacer nada más que acomodarse en un extremo del puente con sombrero en mano. Manteniendo la mirada baja y el brazo estirado hacia los peatones, Dorian repetía su arrullo con esperanza en la generosidad de esas personas: ¡Limosnas para un pobre hombre!.

    Sorprendentemente, el pobre tipo contaba casi la misma cantidad de dinero cada día cuando, por la noche, iba al paso inferior del puente, y dormía profundamente bajo la estable estructura envuelto en cálidas mantas. Su hogar era una península hecha de piedra y rodeada por el imponente río; si lo miraran, quedarían fascinados por su poder.

    El fangoso caldo que traía ramas revolcándose, atrapadas en graciosos remolinos que daban vueltas, y cada gota y burbuja, insinuaban cambiar su posición. Estos constantes movimientos originaban saltos inesperados de un lado para otro en la arrugada superficie que asemejaba un delgado tejido deslizante. Aquí y allá, el liso cuerpo de agua se veía interrumpido por pequeñas olas cremosas y espumosas que producían grumosa turbulencia. Esta dinámica vista recordaba a los espectadores que los ríos están hechos de una naturaleza tenaz.

    Animales salvajes habitan estas aguas de principio a fin. Poderosas águilas reinan cerca de los tímidos manantiales de la montaña donde se generan las corrientes. Bancos de pálidos barbos obtienen el alimento que necesitan de la salida del cuerpo de agua y, agitando sus largas y profundamente bifurcadas aletas caudales, hacen su mejor esfuerzo por atraer hembras atractivas para reiniciar el ciclo una y otra vez. Es extraordinario cómo una franja de agua que fluye puede hacer tanto.

    3

    En ocasiones, la memoria de Dorian tenía algunos deslices —¡demasiados, de hecho!—. El limosnero culpaba de eso a su enfermedad. El hecho es que, a intervalos, ya no estaba seguro de haber atravesado realmente esas experiencias que había recordado durante toda su vida. Su vida antes de su aventura vagabunda, sus difuntos madre, padre y hermana, las hostiles muchachas, el peso del carbón que envenenaba sus pulmones sobre sus hombros, ¿eran reales? Ya sea que una plétora de recuerdos hubiera sido generada por su mente o no, Dorian necesitaba salir adelante, y el pasado ya no era relevante.

    Mi remembranza de los eventos difícilmente se ha visto obstaculizada por mi desequilibrio mental. Sin embargo, nunca he visto a alguien que lleve su pasado en su mente por completo y que recuerde todo cuando ahonda en él. Los pensamientos son fugaces por naturaleza, y lo que llamas recuerdos pasados son meramente cenizas hechas de autenticidad mezclada con invención; el rojo se vuelve azul, y las burlas se convierten en grandes sonrisas cada vez que surge un recuerdo. Tus sentidos son inciertos, ¡supéralo!, se había reprendido Dorian a sí mismo hasta el cansancio.

    El resto de la vida de Dorian había sido una rutina hasta un día cuando se levantó más temprano de lo usual por la mañana. El sol aún empujaba las gruesas nubes para alcanzar su usual trono elevado en el cielo. Esa extraña mañana, alguien corrió hacia el parapeto del puente junto al sitio usual de Dorian. Intrigado por esa esbelta silueta, el vagabundo movió lentamente sus pupilas azules hacia un lado, mantuvo su boca torcida, y se concentró en aquella maravillosa presencia que simbolizaba un trozo de cielo en ese infierno. Una cálida isla imposible de no admirar, rodeada por aguas oscuras, eso era la mujer que acababa de ver.

    Su larga falda color violeta se movía rítmicamente debido al suave jugueteo del viento. Por encima de ella, se presentaba una esbelta figura celestial; largo cuello armonioso, piel pálida, hermosa, tersa, oscuro cabello negro levantado por la brisa, y los ojos oscuros más melancólicos que Dorian había visto, se encontraba ahí mirando desde la barandilla como si hubiera perdido algo.

    La ágil princesa había alcanzado la barrera danzando brevemente antes de que intentara en vano atrapar su pañuelo que volaba con el viento. Todo lo que Dorian podía contemplar era un contorno magnético que se suavizaba entre la luz solar proyectada a través de las grietas del paisaje citadino en el fondo. Todo se asemejaba a una ilusión de bioscopio, creada por una secuencia de brillantes destellos, cuya protagonista era esa cautivadora dama que había disparado la fantástica luz.

    La curiosidad de Dorian se intensificó y evitó que el hombre retirara sus ojos aún adormilados de aquella criatura del paraíso, que, de pronto, giró hacia él y, mientras sostenía su sombrero lleno de lazos transparentes, le preguntó: Disculpe, señor, ¿ha visto un pañuelo blanco volando? Perdón por molestarlo, pero es muy importante para mí, y no debí perderlo. El hecho es que mi madre me lo dio hace muchos años. ¡Oh, ya veo! Lo siento, mi señora, pero no he prestado atención a eso porque..., Dorian dudó en hablar y movió la mano de una manera que claramente significaba: Desafortunadamente, esto es lo que hago para sobrevivir. Sus ojos entrecerrados se unieron a ese movimiento y tocaron las cámaras internas del delicado corazón de esa dama noble.

    ... estaba segura de que esa pieza de paño había caído al río en la ribera subyacente. Voló con una ráfaga de viento hace sólo un minuto, pero, de cualquier manera, temo que no hay mucho que pueda hacer ahora, dijo la dama. Dorian amplió un poco su sonrisa e inclinó su cabeza hacia adelante lentamente; su ceja seguía levantándose, mostrando empatía. Quería decir algo, pero su boca no se movía ni un poco. Finalmente, la cautivadora sirena añadió: No tiene que sentirse avergonzado por lo que hace, señor, pues estoy segura de que tiene sus razones para estar aquí.

    Dorian se sintió tan alentado por esas palabras —después de todo, era una diosa quien hablaba—, que dijo: Estoy seguro de que, si un hombre como yo cuidara a una delicada dama como usted, no se sentaría en este puente como yo lo hago... ¡Ups! Lo siento mucho, mi señora, no quise implicar..., y otra vez perdió las palabras.

    Los labios de la dama adoptaron una forma muy encantadora porque sus extremos apuntaron hacia arriba alegremente y sus mejillas se elevaron, y, como resultado, la más fascinante obra de arte sonriente hecha de carne y hueso alivió el alma del limosnero más que cualquier otra cosa desde su nacimiento.

    ¡Por favor, permítame encontrar su precioso pañuelo, dulce dama!, dijo Dorian ansioso. ¡Oh, es usted tan amable! Pero debo irme ahora. Si lo encuentra, ¿por favor puede guardarlo por mí?, preguntó ella. ¡Por supuesto, lo haré!, respondió Dorian mientras se ponía de pie. El ángel se acercó más a él, lo miró a los ojos, y adoptó una sonrisa inocente, la sonrisa de un alma pura. Esa ola de cálida perfección dirigida hacia Dorian le dio un comienzo positivo. ¿Por qué esa mujer estaba atracando en el ya probado muelle de su alma?

    Unos pasos más y la dama noble estaba sólo a unas pulgadas de él, provocando poderosas tormentas con enormes olas en el océano interno del limosnero. No lo había visto otras veces antes, señor, pero, no sé por qué, ¡siento algo por usted. Su encantadora y sincera voz se había derramado al mismo tiempo que había tomado las manos de Dorian con gentileza. Dorian se tambaleó y sujetó la barandilla con su mano izquierda para no desmayarse como un tonto. Su pecho tenía alfileres y agujas echando chispas desde dentro, sus músculos subtróficos eran cuerdas tiradas por una fuerza enorme y poderosa llamada

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