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Kafka. La Lucha por Ascender
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Libro electrónico533 páginas6 horas

Kafka. La Lucha por Ascender

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¿De qué nos habla Kafka en su obra? ¿Se refiere acaso a un individuo que es mera víctima de un poderoso aparato burocrático, como sostiene la percepción generalizada acerca de qué es lo «kafkiano»? Roberto Chacana toma distancia de esa lectura y analiza el papel de victimario y de villano que, bajo determinadas circunstancias, pueden llegar a desem
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 sept 2021
ISBN9789563900767
Kafka. La Lucha por Ascender
Autor

Roberto Chacana

Psicólogo por la U. de Concepción y Dr. en Psicología por la U. Complutense de Madrid. Es profesor del Instituto de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la U. Austral de Chile. Posee una vasta trayectoria en la investigación de la obra de Franz Kafka y asimismo de Julio Cortázar, destacando diversas ponencias en congresos, proyectos de investigación, y más de una decena de artículos académicos en revistas del área. Es autor de los libros La familia de Kafka. Lealtad y sacrificio (2012), Emancipación de la familia de origen. Lealtad, traición y sacrificio filial en Franz Kafka y Julio Cortázar (2007) y del poemario Punto cero (1996).

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    Kafka. La Lucha por Ascender - Roberto Chacana

    Roberto Chacana Arancibia

    Kafka

    La Lucha por Ascender

    Colección Austral Universitaria de Ciencias Sociales, Artes y Humanidades

    Esta primera edición en 500 ejemplares de

    kafka

    La Lucha por Ascender

    de Roberto Chacana Arancibia

    se terminó de imprimir en diciembre de 2018

    en los talleres de Andros Impresores.

     (2) 25 556 282, www.androsimpresores.cl

    para Ediciones Universidad Austral de Chile.

     (56-63) 2444338

    www.edicionesuach.cl

    Valdivia, Chile.

    Dirección editorial

    Yanko González Cangas.

    Ana Traverso Münnich (s).

    Cuidado de la edición

    César Altermatt Venegas.

    Maquetación

    Silvia Valdés Fuentes.

    Fotografía de portada

    Adaptación del dibujo «Pensador» de Franz Kafka.

    Todos los derechos reservados.

    Se autoriza su reproducción parcial para fines periodísticos,

    debiendo mencionarse la fuente editorial.

    © Universidad Austral de Chile, 2018.

    © Roberto Chacana A., 2018.

    RPI: 297.528

    ISBN: 978-956-390-076-7

    En la lucha entre el mundo y tú, ponte de parte del mundo.

    Franz Kafka

    Contenido

    Prefacio

    CAPÍTULO 1:

    Trabajos extenuantes

    El trabajo extenuante como fuerza emancipadora

    La desesperada búsqueda de un puesto de trabajo

    El descenso del ascensorista

    La maldita oficiosidad

    El problema del salario

    Decisiones arbitrarias

    CAPÍTULO 2:

    La lucha por la superioridad

    Los ínfimos subalternos

    La lucha jerárquica

    Sumisión y rebeldía

    La sumisión estratégica y el castigo a los altos funcionarios

    La alianza conspirativa

    La victoria pírrica

    CAPÍTULO 3:

    La jerarquía kafkiana

    Rigidez, vastedad y peligrosidad progresiva

    Los llamados aparentemente cordiales a respetar la jerarquía

    Las exhortaciones abiertamente hostiles a respetar la jerarquía

    Humillación: método y meta

    El rostro de la humillación

    Erguidos y encorvados

    CAPÍTULO 4:

    La morada de los humillados

    Las ventanas como aberturas

    Escaleras infinitas

    Degradación habitacional

    La importancia de las habitaciones

    Morada miserable y poder jerárquico

    Revelaciones al borde de la cama

    CAPÍTULO 5:

    La pequeña labor dentro del gran conjunto

    El castigo a la familia de Barnabas y los planes para revertirlo

    Cartas antiguas y sin valor

    La pequeña labor y la elevación de rango irreversible

    El entrelazamiento cómplice

    La expresividad de la mirada

    Una mirada apática y sin amor

    CAPÍTULO 6:

    Una montaña de preguntas

    El arte de preguntar

    Preguntar es lo fundamental

    Sepultada bajo una montaña de preguntas

    Preguntas estructurales: origen, desarrollo y cierre narrativo

    Preguntas de un investigador

    Lo insondable y el fracaso de las preguntas

    CAPÍTULO 7:

    La ayuda imposible

    Testarudez y rechazo de la ayuda ajena

    Arrogancia, lucha jerárquica y rechazo de la ayuda ajena

    La desesperada búsqueda de ayuda

    Tres características clave de la ayuda: indispensabilidad,

    medio de relación y meta

    La ayuda imposible

    Los ayudantes

    CAPÍTULO 8:

    Dormir y velar

    La alternancia del velar y el dormir

    El carácter pernicioso del dormir

    Un lugar donde dormir

    El mal dormir

    El súbito despertar

    Dormir profundo y prolongado

    CAPÍTULO 9:

    El esfuerzo supremo

    El esfuerzo imprescindible

    Los grandes esfuerzos

    El cansancio como acicate y el carácter pernicioso

    del descanso

    Los efectos perniciosos del cansancio

    La inutilidad de todos los esfuerzos

    El derrumbamiento de todas las esperanzas

    CAPÍTULO 10:

    La culpa del inocente

    El rechazo de la culpa

    La culpa irrefutable

    La inocencia inútil (o la inocencia de papel)

    La indefensión

    Una cuestión de justicia

    Una cuestión de disciplina

    Referencias

    Bibliografía crítica

    Prefacio

    La lectura es un arte de la microscopía.

    Ricardo Piglia

    Comencé a estudiar la obra de Franz Kafka a principios del año 2001, en el marco de mis estudios doctorales en la Universidad Complutense de Madrid. Desde esa fecha, tanto por un propósito personal, como también por las exigencias propias de mi labor como profesor universitario, he realizado una serie de publicaciones sobre el escritor checo, he presentado ponencias en congresos del área y he llevado a cabo tres proyectos de investigación, cada uno dedicado a distintos aspectos de su obra. Menciono todo eso no para vanagloriarme (además de absurdo, sería muy desafortunado utilizar estas páginas para hacer algo así), sino para precisar lo siguiente: quien se interesa en Kafka se ve enfrentado a elegir entre dos formas de lectura. La primera consiste en acudir a sus libros esporádicamente, ya sea para ponerse al día con algún texto pendiente, o bien para satisfacer una determinada curiosidad (no hay nada malo en ello, y muchos escritores son leídos y disfrutados de esa forma). La segunda implica acometer a fondo la obra de Kafka, estudiándola de manera sistemática e íntegra, es decir, incluyendo sus novelas, narraciones, esbozos, aforismos, cartas y diarios, intentando construir una propuesta interpretativa que dé sentido a un conjunto de cuestiones que suelen desconcertar a los lectores.

    La segunda forma de lectura —que es de orden «profesional» o «especialista»— añade un desafío adicional, puesto que, además de conocer minuciosamente la obra de Kafka, es necesario documentarse en lo dicho por otros estudiosos. Tarea que muchas veces resulta abrumadora, a raíz de la ingente cantidad de libros y artículos existente, y que obliga a reconocer que es imposible abarcar íntegramente todo lo publicado sobre Kafka. Tal reconocimiento, sin embargo, no puede transformarse en una excusa fácil para dejar fuera la bibliografía crítica esencial (hay estudios e interpretaciones que no parece posible soslayar, independiente del mayor o menor acuerdo que uno tenga con lo sostenido en ellos), ni tampoco para ignorar aquello que continúa siendo publicado en diferentes partes del mundo, labor que, en buena medida, se ve facilitada gracias a la existencia de algunas plataformas en Internet, que informan periódicamente de las novedades que hay acerca de Kafka, en especial en lo relativo a la aparición de nuevos estudios críticos, los cuales se suceden uno tras otro, prácticamente sin pausa.

    La sobreabundancia de este tipo de estudios, sin embargo, tiene consecuencias que no se limitan a que estos se tornen inabarcables en su totalidad, sino que posee efectos que pueden ser perjudiciales para la propia obra. En primer término, y por más paradójico que pueda resultar, la obra de Kafka suele quedar relegada en un segundo plano, convertida en un campo de batalla, en el que un conjunto de disciplinas y corrientes teóricas pugnan por imponer su particular modelo interpretativo. Las pretensiones de los enfoques no terminan ahí, pues a lo que aspiran en último término es a apropiarse de la obra del escritor, transformándola en una especie de «acápite» o de mera «caja de resonancia» de su respectivo cuerpo teórico. Por ese motivo, ya en la década de los sesenta se alzaron algunas voces, como las de Marthe Robert y Susan Sontag, denunciando esa situación. Robert, en Kafka, señalaba lo siguiente: «Existencialismo, psicoanálisis, marxismo, sociología, teología, fueron las disciplinas exteriores a la literatura que lo interrogaron con mayor pasión y que, aplicándole sus métodos propios, hallaron sobre todo en él aquello que buscaban: una inesperada confirmación de sus ideas o de sus creencias» (1969, 58). En Contra la interpretación, Susan Sontag sentenciaba que la obra de Kafka había sido secuestrada por ejércitos de intérpretes, en alusión a los estudios sociológicos, psicoanalíticos y religiosos. Un poco más tarde, Maurice Blanchot, en De Kafka a Kafka, advertía algo similar, manifestándose asombrado por la «locura de interpretaciones» existentes en torno a El castillo, y apuntaba, entre otras, a las lecturas de orden filosófico, político y biográfico.

    En segundo lugar, y en estrecha relación con lo anterior, la obra de Kafka termina sepultada bajo los estudios críticos, pues, aunque de una extensión considerable, lo publicado por el escritor —ya sea en vida o de manera póstuma— está muy por debajo de la magnitud que ha alcanzado lo que se ha escrito —y se continúa escribiendo— sobre él. Tal asimetría ha provocado que, en no pocas ocasiones, lo que más se conozca de Kafka sean los tópicos que determinados estudiosos han logrado imponer entre los lectores (normalmente, tales estudiosos son poseedores de un renombre indiscutido dentro de algunos ámbitos; los lectores «contaminados» pueden pertenecer a cualquiera de los dos grupos indicados más arriba).

    A propósito de esto, resulta útil evocar aquí una de las definiciones de Italo Calvino acerca de qué es un clásico: «Los clásicos son esos libros que nos llegan trayendo impresa la huella de las lecturas que han precedido a la nuestra, y tras de sí la huella que han dejado en la cultura o en las culturas que han atravesado» (2015, 15). Luego de precisar que la definición es aplicable tanto a los clásicos antiguos como a los modernos, Calvino señala el problema que provocan esas huellas: «no puedo dejar de preguntarme si esos significados estaban implícitos en el texto o si son incrustaciones o deformaciones o dilataciones» (15).

    Si bien es verdad que ciertos tópicos —o «incrustaciones» o «deformaciones», en el lenguaje de Calvino— pueden encontrar un fundamento razonable en la obra de Kafka (por ejemplo, es indudable que la burocracia es un tema importante, sin embargo, los libros del escritor checo abarcan otros muchos aspectos, irreductibles a ella), en otros se hace bastante más difícil hallar los argumentos necesarios para sostener su pertinencia (es el caso del manido tópico edípico, cada vez más debilitado, no obstante la firme defensa que ciertos intérpretes interesados hacen de él). A pesar de ello, lo que sobresale (o sobrevive) son tales planteamientos —o incrustaciones, deformaciones…—, a costa de la obra de Kafka, que permanece debidamente sepultada (o inhumada, diríamos mejor) bajo ellos. Con amargura, y quizá con algo de rabia, Marthe Robert sentencia: «los distintos sistemas de interpretación le hicieron decir tantas cosas contradictorias, que se comenzó a dudar sobre si, con toda esa ciencia, no se había perdido a Kafka en el camino, con gran menoscabo de su obra» (1969, 58).

    Lo señalado obliga, entonces, a que el abordaje de la bibliografía crítica sea realizado extremando las precauciones, máxime si en algunos estudios se cometen errores ya no de interpretación, sino de lectura. Tengo en mis manos, como ejemplo, tres artículos aparecidos en sendas revistas indexadas que contienen una serie de equivocaciones. En el primer artículo, «Los hijos de Kafka», de William Díaz Villarreal, se afirma que Georg Bendemann, el joven protagonista de La condena, se dedica una tarde de domingo a pensar en su amigo y en su compromiso matrimonial, para luego dirigirse hasta la habitación de su padre, a quien encuentra acostado en la cama. Quien conozca bien La condena —o se preocupe de examinarla— advertirá que las dos expresiones que he destacado son erróneas. En el primer caso, lo que Kafka dice es que Georg piensa en su amigo una mañana de domingo, tras haber escrito una carta para él, en donde le da la noticia de su compromiso de matrimonio. El error de Díaz Villarreal es llamativo, si tenemos en cuenta que Kafka arranca La condena indicando claramente cuándo suceden los hechos; dice allí el escritor: «Era una mañana de domingo, en una primavera magnífica» (2003, 37). La descripción hecha por Kafka tiene a su vez un carácter simbólico muy importante, ya que con ella comienza a transmitir la idea de que la vida de Georg estaría experimentando un amanecer luminoso —un poco después, Kafka precisa que se trata de una mañana soleada—, del que surgen con fuerza —podríamos añadir aquí— nuevos brotes, como sus planes de casarse. La «primavera» de Georg, por cierto, durará muy poco, casi nada en realidad, lo cual hace todavía más necesario estar debidamente atento a las cuestiones de orden simbólico.

    La segunda equivocación es también relevante, pues el padre no está acostado como afirma Díaz Villarreal, sino sentado junto a la ventana, en un rincón adornado con distintos recuerdos de la difunta madre. Como veremos en el capítulo cuatro, hallarse junto a una ventana posee un gran simbolismo en Kafka, y los recuerdos de la esposa que el hombre tiene junto a sí son también significativos. De hecho, el padre reprochará a Georg no venerar la memoria de la madre —es decir, sus recuerdos— como corresponde, llegando incluso a acusarlo de haber provocado la muerte de la mujer. Asimismo, la luminosidad que inunda a Georg no alcanza al anciano padre, quien se encuentra sumido en las penumbras (Georg se extrañó de que la habitación de su padre estuviera tan oscura en una mañana tan soleada, leemos en La condena). Es verdad que en un pasaje posterior Georg intenta acostar a su padre, sin embargo, este se resiste con fuerza, desencadenándose un episodio extraordinariamente tenso entre ambos, al final del cual el padre condena a Georg a morir ahogado. Es probable que la confusión del autor del artículo tenga su origen precisamente en ese episodio, y que su deseo de ayudar a Georg a lograr su objetivo lo haya hecho equivocarse, acostando al padre cuando no correspondía ni, menos aún, debía hacerlo. Consignemos que estar acostado es un asunto de gran importancia en Kafka, y que no da lo mismo si un personaje se encuentra o no en esa posición. En los capítulos dos y cuatro —especialmente en este último— me referiré a las implicancias que posee estar acostado; en el caso específico del pasaje referido, hay que señalar que ellas se asocian al abandono, la debilidad e incluso la posible muerte del yacente.

    En el segundo artículo, «Una sentencia justa para Josef K.: sobre El proceso de Kafka», la autora, Sultana Wahnón, destina un par de párrafos iniciales a sintetizar algunos hitos clave del procedimiento que afecta a Josef K. En ese marco indica que, luego de ser arrestado, el protagonista «se ve obligado a someterse a interrogatorios sin fin» (2001, 265), hasta que es condenado a muerte y asesinado en la calle «a plena luz del día» (265). Como en el caso anterior, ambas expresiones están basadas en apreciaciones erróneas y contradicen lo que Kafka expresa en la novela. En cuanto al primer error, es necesario aclarar que, al igual que lo que acontece con las ventanas, los interrogatorios y las preguntas son particularmente importantes en Kafka. En los capítulos dos y seis analizo detenidamente por qué el personaje kafkiano se resiste a ser interrogado y cuál es el papel que tal actitud tiene en lo que denomino «la lucha por ascender»; es tanta su resistencia que, de hecho, Josef K. no es interrogado en ninguna ocasión a lo largo de todo el proceso, por lo cual malamente se habría visto sometido a «interrogatorios sin fin», como sostiene Wahnnón. Respecto del momento de su muerte, y aun cuando es efectivo que Josef K. es asesinado en la calle (en una cantera, para ser más preciso), ello ocurre en la noche, y no a plena luz del día. En el tercer artículo, «El proceso de Kafka desde la retórica», Raquel Pérez Márquez incurre en otro error llamativo al afirmar que la vivienda de Josef K. está ubicada en la ciudad de Praga (2007, 95). En verdad, Kafka solo menciona Praga en sus cartas y diarios; en las novelas y narraciones, jamás lo hace.

    Los tres artículos, por cierto, no carecen de interés. Los une algo que puede resultar muy atractivo para algunos lectores: abundan en referencias literarias, filosóficas y artísticas, poniendo la obra de Kafka en diálogo con ideas y planteamientos provenientes de esas áreas o tradiciones. Sin embargo, cabe preguntarnos lo siguiente: ¿cuál obra entra en diálogo?, ¿la que fue escrita por Kafka o la que ha sido distorsionada por los autores de los artículos? Formulo estas interrogantes porque los artículos en cuestión —en particular los dos primeros— contienen todavía más adulteraciones que hacen dudar de la fidelidad de la lectura realizada (aclaro que no me he ensañado con los artículos, y que los tomo, simplemente, como manifestaciones de un fenómeno que los incluye y sobrepasa, esto es, el de las incrustaciones, las deformaciones y las dilataciones advertidas por Italo Calvino).

    El artículo de Díaz Villarroel, por ejemplo, indica que Karl Rossmann —el adolescente que protagoniza El desaparecido, la primera novela de Kafka— es conducido por el fogonero del barco (el barco que ha llevado al joven desde Alemania a Estados Unidos) «casi sin darse cuenta a la sala del capitán» (257). Una afirmación como esa contiene dos errores. En primer término, no es a la sala del capitán adonde se dirigen, sino a la del cajero jefe, en la cual, circunstancialmente, está presente el capitán. En segundo lugar, y si bien es correcto que Karl desconoce el camino que va desde el camarote del fogonero hasta la «sala del capitán», sí está enterado del motivo por el cual se desplazarán a dicho sitio, no solo porque el fogonero se lo ha anunciado claramente —«Ahora mismo iré a la oficina a decirles a esos señores lo que pienso. Ya no queda nadie y no hace falta andar con miramientos» (Kafka 1999, 204)—, sino también porque ha sido el mismo Karl, quien, asombrado por los malos tratos que el fogonero dice sufrir de parte de Schubal, su jefe directo, lo ha alentado a defender sus derechos ante el capitán (en el capítulo tres analizo con más detenimiento la relevancia que tiene la acción de Karl). Sultana Wahnón, por su parte, centra sus esfuerzos en defender la inocencia del protagonista de El proceso, en circunstancias que en la novela existen diversos indicios que recomendarían hacer exactamente lo contrario; además, en el artículo no se toma en cuenta que es el propio Kafka quien en sus diarios revela que Josef K. es culpable (retomaré lo relativo a la inocencia y la culpabilidad del personaje kafkiano en varios pasajes del libro, en particular, en los capítulos dos, tres y diez).

    En suma, la bibliografía crítica presenta una serie de problemas: es inabarcable (el volumen alcanzado por ella parece ser consecuencia de un modo de producción «descontrolado» o «anárquico», que impulsa su constante e interminable expansión); instrumentaliza la obra de Kafka (lo más relevante son los debates y las disputas de orden teórico, y no la obra literaria, la que es transformada en un insumo más para llevarlos adelante); sepulta los libros del escritor (lo que se impone es aquello que determinados especialistas difunden como válido o tópico destacable); y, según vimos en los ejemplos indicados más arriba, distorsiona lo dicho por Kafka, alterando tanto el espíritu como la letra de su obra. Por todo ello, el abordaje de la bibliografía crítica debe ser realizado ya no solo extremando las precauciones, sino preguntándose qué sentido tiene intentar abarcar el mayor número posible de estudios críticos, y, todavía más importante, cuánta confianza se puede depositar en ellos. En las respuestas a esas interrogantes podrían estar contenidas las razones para huir despavorido de la bibliografía crítica, abandonando por completo su examen, actitud que, seguramente, habría contado con el respaldo de Calvino, quien, en la misma definición de qué es un clásico referida más arriba, añade:

    Por eso nunca se recomendará bastante la lectura directa de los textos originales evitando en lo posible bibliografía crítica, comentarios, interpretaciones. La escuela y la universidad deberían servir para hacernos entender que ningún libro que hable de un libro dice más que el libro en cuestión; en cambio hacen todo lo posible para que se crea lo contrario. Por una inversión de valores muy difundida, la introducción, el aparato crítico, la bibliografía hacen las veces de una cortina de humo para esconder lo que el texto tiene que decir y que solo puede decir si se lo deja hablar sin intermediarios que pretendan saber más que él (16).

    Las palabras de Italo Calvino, como también aquellas que Marthe Robert y Susan Sontag formularon hace medio siglo, apuntan hacia el logro de un objetivo que comparto plenamente: poner en primer lugar la obra, liberándola de la cortina de humo y de los ejércitos de intérpretes que obstruyen el acceso a ella. En la actualidad, ya próximos a finalizar la segunda década del siglo XXI, el esfuerzo por conseguir ese objetivo estaría dando algunos frutos, los cuales, al menos en lo relativo a la obra de Kafka, permitirían hacer un balance algo más optimista, como el realizado por Reiner Stach, quien, en el marco de la promoción internacional de su voluminosa biografía de Kafka, concedió una entrevista a Carles Geli que fue publicada en el diario El País, el 5 de diciembre de 2016. Ahí afirma: «la literatura de Kafka se la comprende hoy más que en su época: se le ha leído más ideológicamente, desde la religión o el psicoanálisis o el existencialismo y, en cambio, ahora se le lee más literariamente, se ajusta más a lo que quiso ser: un artista y no un politólogo o un teólogo». No deja de ser curioso, sin embargo, que sea el autor de una extensa y minuciosa biografía quien haga un planteamiento como ese. ¿Por qué es curioso? Porque en su libro, Reiner Stach incurre en aquello que él mismo crítica: lee la literatura de Kafka desde otro ámbito, esto es, la biografía (en su acucioso estudio, Stach se ocupa no solo de la vida del escritor, sino también de su obra), realizando, además, algo que suele ser muy arriesgado: «explica» el origen y el sentido de la obra literaria a partir de determinados hechos biográficos del autor.

    No obstante, e independiente de las «contradicciones» en las que pueda caer Stach, lo que me interesa destacar de lo dicho por él es la necesidad de deslastrar la obra de Kafka, liberándola de las lecturas «ideologizadas» que, según mi opinión, la instrumentalizan, la sepultan o la distorsionan. Asimismo, las posibles contradicciones de Stach darían cuenta de lo difícil (o imposible, quizá) que es aislar una obra literaria de otros ámbitos; de hecho, en mi anterior libro, La familia de Kafka: lealtad y sacrificio, yo mismo establezco diversos nexos entre la obra del escritor y otras áreas, aunque cuidando siempre que estas últimas no «contaminen» ni «instrumentalicen» la primera (espero haberlo logrado). Por tanto, cuando a través de las expresiones de Calvino, Robert y Sontag destaco la necesidad de poner en primer lugar la obra de Kafka, no lo hago adscribiendo a determinadas perspectivas teóricas que se esfuerzan por aislar el texto literario, para, a partir de ahí, analizarlo de manera «objetiva» y «científica». Lo que persigo es distinto y alejado de cualquier pretensión o alarde de objetividad o cientificidad: busco que sea la obra literaria la que proponga e imponga cuáles son las temáticas o los tópicos que le dan forma, para luego —y en esto radicaría mi principal labor— establecer (o esclarecer, mejor dicho) las relaciones existentes entre ellas, relaciones que poseen una enorme importancia, pues es a través suyo que Kafka construye cada una de sus obras.

    Lo que el lector encontrará en este libro es el resultado de esa búsqueda, y que corresponde a una investigación que me tomó alrededor de cinco años, en la cual me aboqué no solo a identificar las temáticas clave de Kafka, sino también a precisar las relaciones existentes entre ellas. En dicha labor, me fue de gran utilidad un hallazgo que realicé en forma relativamente temprana: las palabras favoritas de Kafka, esto es, un conjunto de vocablos, conceptos o locuciones que el escritor utiliza con frecuencia. Cuando tenía bastante avanzado ese trabajo, revisé un célebre texto de Hannah Arendt, que aparece recogido en el Volumen I de las Obras Completas de Kafka, editadas por Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores; en dicho texto, titulado «Franz Kafka, revalorado», Arendt afirma: «Kafka no tiene palabras favoritas» (1999, 175). En vez de amilanarme ante una sentencia como esa (en esa época ya había desarrollado el olfato suficiente como para no seguir huellas o pistas equivocadas), perseveré en la tarea que en ese momento me absorbía casi por completo: terminar de elaborar un «glosario» con las palabras favoritas de Kafka (entre muchas otras: ayuda, cansancio, criado, culpa, esfuerzo, esperanza, humillación, inocencia, interrogatorio, jerarquía, justicia, lucha, mirada, pregunta, salario, sueño, trabajo, ventana, etc.), y con las cuales el lector se familiarizará a lo largo del libro. Todas ellas están estrechamente vinculadas entre sí, y lejos de satisfacer una especie de capricho o favoritismo estilístico, forman parte de una cuestión que poco a poco se me impuso como central en la obra de Kafka: «la lucha por ascender», expresión con la que, como señalo más abajo, cuestiono el fondo de un manido tópico acerca del autor.

    Si en La familia de Kafka… me propuse como un objetivo relevante dejar en evidencia la debilidad e inutilidad del denominado tópico edípico, esto es, aquel que afirma que lo central en Kafka es la lucha en que padre e hijo se enfrentan a muerte,¹ en este nuevo libro refuto un tópico (o una huella, en términos de Calvino) diferente, y que, al igual que el edípico, cuenta con una amplia difusión y, muchas veces, con una tácita aceptación en una parte significativa de la bibliografía crítica. Dicho tópico afirma que el personaje kafkiano no es más que una mera víctima de un poderoso y arbitrario aparato burocrático.

    Aunque en la obra de Kafka es posible hallar ejemplos que confirman esa aseveración, en especial si tenemos en consideración novelas como El proceso y El castillo, es justamente en esas (y en otras) obras en las que se encuentran las situaciones o los fundamentos que alertan de la presencia de un asunto que apunta exactamente en la dirección opuesta. Esto es, que el personaje kafkiano es también un victimario o un villano, que lucha arduamente por no quedar relegado en una posición de inferioridad. Sus ambiciones, sin embargo, no finalizan allí, puesto que, impelido por un fuerte sentimiento de superioridad respecto de los demás individuos, el villano kafkiano se esfuerza al máximo por conseguir otro objetivo: ascender a lo más alto de la jerarquía del aparato administrativo en el que se halla inmerso, objetivo que le resulta irrenunciable. Es tanta la importancia que le asigna a esa meta que, para conseguirla, no duda en echar mano de los más diversos métodos, aun cuando ellos impliquen comportarse de forma arbitraria y humillante con otros individuos.

    Plantear que el personaje kafkiano es también un victimario o un villano² obliga a realizar una serie de precisiones, por lo cual uno de los desafíos del libro es mostrar cómo ello se presenta en obras que, en principio, no encajarían en un esquema como ese (me refiero a El desaparecido, La condena, La metamorfosis, entre otras). Asimismo, y dado que se trata de una lucha, es decir, en donde a lo menos hay dos partes involucradas, en el libro no me limito a identificar los métodos que emplea el personaje kafkiano, sino que describo también los utilizados por el aparato administrativo, cuyos representantes se esfuerzan al máximo persiguiendo la meta contraria: impedir el ascenso del personaje kafkiano manteniéndolo relegado en la posición más baja y humillante que sea posible. A raíz de la importancia que el trabajo tiene en la obra de Kafka, una buena parte de esa descripción la efectúo, precisamente, dentro de ese marco, cuestión que se justifica por dos motivos. En primer término, porque algunos de los más célebres personajes kafkianos son individuos cuyas vidas están fuertemente ligadas al trabajo que desempeñan: Gregor Samsa es viajante de comercio; Josef K. es apoderado general de un banco; y K. es agrimensor (o «aspirante» a agrimensor, mejor dicho). En segundo lugar, porque es en el trabajo en donde el personaje kafkiano vive dos experiencias muy opuestas: la ilusión y la frustración de conseguir el anhelado ascenso.

    Creo que con todo lo señalado ya he dicho suficiente, y ahora no queda más que el lector prosiga en las páginas siguientes. Sé que la extensión del libro puede resultar un tanto intimidante; a cambio, solo me es posible ofrecer lo siguiente. Primero, el libro está redactado en un estilo llano, que, junto con facilitar la lectura, busca establecer un diálogo constante con el lector, evitando someterlo a un texto engorroso, que en vez de acercarlo a la obra de Kafka lo ahuyente de ella (¡y del libro, por cierto!). Segundo, he intentado evitar algunos tics muy propios del lenguaje académico, reduciendo la cantidad de referencias «eruditas» a otros estudios críticos (se me han colado varias, advierto), como también las notas al pie de página, las que he reservado para realizar ciertos comentarios de orden aclaratorio o complementario que me parecen indispensables. Por último, el libro está organizado en diez capítulos (divididos a su vez en seis apartados cada uno), a través de los cuales voy exponiendo de manera progresiva y complementaria los diversos aspectos involucrados en «la lucha por ascender» que acometen los personajes kafkianos.

    Al final hay dos listados, uno con las referencias de las obras citadas, y otro con la bibliografía crítica consultada. Como es posible suponer, allí no está toda la bibliografía crítica existente sobre Kafka (si así fuese, ese apartado sería casi tan extenso como el propio libro), y en este incluyo estudios hacia los cuales tengo distintos grados de simpatía. Calvino ya nos ha advertido que la bibliografía crítica no es más que una cortina de humo, que entorpece el acceso a la obra original y que ningún libro que hable de un libro dice más que el libro en cuestión. Soy consciente de que mi texto puede entrar en esa categoría y que, por ese motivo, corre el riesgo de ser (des)calificado como otro más de los tantos intermediarios que circulan (o merodean) en torno a Kafka. Permítanme, sin embargo, una salvedad: el juicio de Calvino puede ser plenamente aplicable cuando de lo que se habla es de un libro clásico (de hecho, es a eso a lo que se refiere Calvino), pero ¿qué ocurre cuando lo que se aborda no es un libro sino una obra completa, como es mi caso? Ahí me parece que ya no es posible aplicar «mecánicamente» el criterio de Calvino, y que, tomando las precauciones necesarias, puede ser útil suministrar un texto cuyo propósito es llevar al lector al centro de algunas cuestiones esenciales de Kafka, ahorrándole antiguas disputas de orden teórico, con las cuales tanto este autor, su obra y los lectores ya han padecido bastante. Espero que mi libro cumpla el objetivo trazado.

    Capítulo 1:

    Trabajos extenuantes

    En la versión cinematográfica de El proceso, realizada por Orson Welles en 1962, el escritorio de trabajo de Josef K. aparece ubicado sobre una pequeña plataforma en el extremo de un salón de enormes dimensiones —algo así como una gran nave industrial—, lleno de mecanógrafas y telefonistas que trabajan de manera incesante y sin contacto entre sí, y cuyos escritorios se distribuyen de manera equidistante, formando extensas y simétricas filas y columnas. Tal ambientación no coincide con lo descrito en el libro por Franz Kafka, pues en la novela, Josef K. —apoderado general de un banco importante— tiene su escritorio en el interior de lo que podríamos calificar como un típico despacho de un alto funcionario, con una puerta que comunica con la oficina del director adjunto, y con otra que conecta con la sala de espera, destinada a los clientes más importantes del banco. El despacho posee además una gran ventana, desde la cual, en sus momentos de mayor aflicción, Josef K. mira caer la nieve en la plaza, mientras piensa en el proceso que se ha levantado en su contra.

    Pero si la ambientación del lugar de trabajo de Josef K. hecha por Welles se aleja de lo descrito por Kafka en el libro, posee una sorprendente similitud con la sala de teléfonos de El desaparecido, su primera novela, conocida también como América, y que el joven protagonista Karl Rossmann observa en el negocio de su tío Edward Jakob, al poco tiempo de arribar a Nueva York. Naturalmente, no es posible afirmar que el cineasta se haya visto influido por El desaparecido al momento de ambientar el sitio donde trabaja el personaje de El proceso (en realidad, ni siquiera es seguro que Welles haya conocido esa primera novela); más correcto parece suponer que lo que Welles quiso subrayar es el proceso de mecanización o automatización que afecta al trabajo moderno, cuestión que se advierte con mayor énfasis en otra escena, en la que Welles introduce libremente un singular aparato con las características propias de una gran computadora, y que corresponde a una máquina procesadora de datos e información, capaz de realizar un gran número de cálculos con una mínima participación del ser humano.

    De cualquier manera —es decir, se haya visto o no influido Welles por El desaparecido—, lo cierto es que la atmósfera de taylorismo que inunda el enorme salón de mecanografía y telefonía de la película posee mucha relación con la que predomina en la sala de teléfonos de la primera novela de Kafka. En esa obra narra la historia del adolescente alemán Karl Rossmann, a quien los padres expulsan del hogar y envían a Estados Unidos como castigo por haber tenido un hijo con la criada de la familia. En dicho país, Karl es recibido por el tío Edward, un acaudalado empresario y político que es dueño de una empresa de comisión y expedición de mercancías y de materias primas. En el negocio del tío, Karl observa la enorme presión bajo la cual trabajan los empleados:

    En la sala de teléfonos, adonde quiera que se dirigiese la vista, se abrían y cerraban puertas de cabinas, y los ruidos eran enloquecedores. El tío abrió la primera de esas puertas y se vio, a la chisporroteante luz eléctrica, a un empleado indiferente hacia todos aquellos ruidos, con la cabeza ceñida por una banda de acero que le apretaba los auriculares contra las orejas […] sus dedos, que sostenían un lápiz, se estremecían con regularidad y rapidez inhumanas […] las mismas informaciones que aquel hombre anotaba eran anotadas al mismo tiempo por otros dos empleados, con lo que, en lo posible, quedaba excluida toda posibilidad de error […]. En medio de la sala había un ajetreo constante de personas que se apresuraban de un lado a otro. Nadie saludaba, el saludo había quedado abolido, cada uno seguía los pasos del que lo precedía y miraba al suelo, sobre el que quería avanzar lo más rápidamente posible, o percibía de un vistazo solo palabras o cifras aisladas de los papeles que tenía en la mano y que aleteaban con su carrera (Kafka 1999, 237).

    Los empleados de la empresa del tío de Karl presentan un importante grado de deshumanización, rasgo que sería el resultado —o quizá el requisito— de un entorno laboral caracterizado por la sobrecarga (el ajetreo constante es señal de ella), la alta exigencia (el trabajo se organiza de modo de no cometer errores) y la mecanización (los empleados funcionan como verdaderas máquinas, insensibles a los estímulos). La locura (los ruidos eran enloquecedores) asoma como otra posible consecuencia.

    Tiempo después, ya abandonado por el tío y recién ingresado como ascensorista en el Hotel Occidental, Karl oye la siguiente confesión de Therese Berchtold, la joven mecanógrafa del hotel: «con frecuencia tengo miedo de volverme loca» (311). La muchacha afirma eso porque su experiencia en el hotel ha sido dura y ha tenido grandes dificultades para responder a las exigencias del trabajo; dice la joven: «Antes era pincha aquí en el hotel y corría gran riesgo de ser despedida, porque no podía hacer frente al pesado trabajo. Aquí exigen mucho. Hace un mes una pincha de cocina se desmayó por el exceso de trabajo» (310). Si bien, Therese piensa que la presencia de Karl en el hotel puede ser beneficiosa para ambos —podríamos ayudarnos mutuamente, propone la muchacha—, es Karl quien se erige como la persona que podría ayudar de mejor manera; de hecho, su sola aparición provocó una actitud positiva en ella: «Desde que lo vi, tuve confianza en usted» (312), confiesa la joven. Sin embargo, Karl no tendrá muchas posibilidades de ayudar y proteger a su nueva amiga, ya que solo alcanzará a desempeñarse dos meses como ascensorista, al ser despedido por abandonar su puesto sin permiso por unos momentos.

    Roberto Calasso (2005, 85) y Marthe Robert (2006, 191) han señalado que el personaje kafkiano suele aparecer como el posible salvador de una mujer sumida en una situación de la cual se siente incapaz de liberarse por sí misma; tal situación —podemos precisar aquí— estaría caracterizada porque la mujer se halla sometida a un trabajo extenuante, del cual le es imposible desprenderse. En la tercera novela extensa de Kafka, titulada El castillo, Pepi cree que el agrimensor K. es «un héroe, un libertador de doncellas» (1999, 990), y que gracias a él las circunstancias de su vida —que gira exclusivamente en torno a su pesado trabajo como camarera de la Posada de los Señores— mejorarán significativamente. En El proceso la lavandera y esposa del ujier piensa que Josef K. será quien la liberará de su vida en la sala de vistas del tribunal, en donde todo «es tan repugnante» (508); impulsada por ese anhelo, la mujer le promete a Josef K.: «me iré con usted, si quiere llevarme; iré a donde usted quiera, podrá hacer conmigo lo que quiera, seré feliz si puedo marcharme de aquí el mayor tiempo posible, y ojalá sea para siempre» (513). La lavandera, sin embargo, no se marchará con él, y seguirá desempeñando su «trabajo» como amante del juez instructor. Lo ocurrido en ambos casos es una muestra de que el hombre no logra liberar a la mujer, cuestión que también se aplica a Karl y Therese (no está demás recordar aquí lo que Franz Kafka dice en una carta a Milena Jesenská, la joven que vivía con su esposo en Viena, mientras mantenía una relación amorosa con el escritor: «Sí, quizá sea peor, y justamente yo, el libertador, te retenga en Viena como nadie te ha retenido hasta ahora» [1998, 104]).

    Durante los dos meses en que trabajó como ascensorista, Karl no solo fue incapaz de liberar a su amiga Therese, sino que sufrió en carne propia las exigentes condiciones de trabajo al tener que cumplir extenuantes jornadas de doce horas. En la mañana en que es despedido tiene incluso una nueva posibilidad de apreciar la forma en que se trabaja en el hotel, particularmente en la portería principal: «junto a dos grandes ventanas correderas se sentaban dos porteros subalternos, incesantemente ocupados en dar informaciones sobre los asuntos más diversos. Se trataba de personas francamente abrumadas de trabajo» (1999, 359). De modo especial llama la atención de Karl el relevo de los porteros que precisamente se produjo mientras él estaba ahí:

    En el momento del relevo sonaba una campana y salían simultáneamente de dos puertas laterales los dos porteros subalternos, cada uno seguido de su mensajero. Se situaban de momento sin hacer nada junto a la ventanilla y contemplaban un rato a la gente de fuera, para determinar en qué estado se encontraba exactamente la respuesta a las preguntas. Cuando el momento les parecía apropiado para intervenir, daban un golpecito en el hombro al portero que había que relevar […]. Los dos hombres relevados se estiraban y se remojaban luego la ardiente cabeza (361).

    En El castillo hallamos una de las descripciones más lastimosas acerca de las adversas condiciones de trabajo, y que, al igual que en los ejemplos señalados, nos hace pensar en la etimología de trabajo, tripalium, palabra latina que quiere decir instrumento de tortura o martirio; la descripción aludida es la que hace Pepi, cuando señala:

    Como camarera, una se ve, con el tiempo, totalmente perdida y olvidada; es un trabajo como el de una mina, al menos lo es en el pasillo de los secretarios […]. Por la mañana no se puede salir siquiera de la habitación; los secretarios quieren estar solos […]. Solo cuando los señores trabajan pueden las camareras arreglar los cuartos, pero naturalmente no los ocupados, solo los que acaban de desocuparse, y ese trabajo debe hacerse sin ningún ruido, para que el trabajo de los señores no se vea perturbado. Sin embargo, ¿cómo es posible arreglar los cuartos sin hacer ruido? (992).

    En El desaparecido el joven irlandés que hace de criado de Brunelda y Delamarche se queja de algo similar; dice Robinson: «Además, habría que hacer todo eso sin ruido, porque Brunelda, que apenas sale de la habitación, no debe ser molestada» (397).

    Es verdad que en lo señalado por Pepi puede haber algo de exageración, ya que lo que la joven busca es conmover al agrimensor, de modo que este se vaya a vivir con ella y sus amigas camareras; sin embargo, el relato de la muchacha resulta coherente con las demás descripciones laborales que hay en Kafka. Por ejemplo, en el mismo pasillo que atienden las camareras sucede otra situación que, si bien puede estar alterada por la inusual presencia de K. en el lugar, deja en evidencia el pesado trabajo que efectúan dos servidores, quienes desde las cinco de la mañana distribuyen los expedientes a los señores en sus habitaciones; un error en el reparto los expone a la impaciencia de los afectados, como se advierte en el siguiente pasaje de El castillo: «Uno de los servidores se ocupaba de calmar al impaciente y el otro luchaba ante la puerta cerrada para conseguir la devolución. Los dos lo pasaban mal. El impaciente a menudo se impacientaba más aún con los intentos de calmarlo, no podía seguir escuchando las vanas palabras del servidor, no quería consuelo, quería los expedientes; uno de esos señores llegó a echar por la abertura de arriba toda una palangana de agua sobre el servidor» (976).

    En Kafka, sin embargo, un trabajo extenuante no es exclusivamente sinónimo de adversidad, pues gracias a este un individuo puede alcanzar un estatus especial dentro de un grupo, por ejemplo, si es que a pesar del enorme volumen de trabajo es capaz de destinar parte de su tiempo a otras actividades, hacia las cuales no está necesariamente obligado. En El proceso, el abogado Huld —cuyas palabras, hay que decirlo, no siempre resultan sinceras ni menos confiables— elogia de la siguiente manera a un importante funcionario del tribunal que se encuentra en su casa en el momento en que Josef K. y su tío acuden a solicitar sus servicios: «el señor director de la secretaría ha tenido la amabilidad de visitarme. El valor de esa visita solo puede apreciarlo realmente el iniciado, que sabe lo abrumado de trabajo que está el señor director de la secretaría. Bueno, pues él ha venido a pesar de todo» (548). El propio Huld, «víctima» también del exceso de trabajo, se distingue de los demás abogados —según él— por la especial preocupación que muestra hacia ciertos casos, lo cual lo lleva a atender en su propia

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